Cocorí y el racismo

Isabel Ducca D.

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La Historia nos da oportunidades que, muchas veces, dejamos escapar como un tren al que vemos partir desde un andén y no sabremos nunca cómo habría sido el viaje que no hicimos. Lo mismo sucede con las grandes polémicas que se abren en una sociedad. La discusión acerca del racismo de Cocorí es una oportunidad para visualizar nuestra historia y nuestras historias personales de otra forma.

Las premisas son peligrosas si consideramos que nuestra premisa es la única y la verdadera. Ese es un callejón sin salida y, posiblemente, lleve al abismo o a la ignorancia que es casi lo mismo. En la lectura del arte y la literatura no puede haber una única premisa; en la realidad tampoco, pero dejemos esa complejidad para otro momento.

Cocorí es tan racista como lo quieran leer algunas personas, porque hay una interacción entre el texto y sus lectores, por lo cual estos le hallarán trazos de racismo hasta en la sopa “negra”. Por otra parte, es real que la niña blanca es portadora de la belleza y que, simbólicamente, puede haber trazos de un colonialismo, como lo apuntó Quince Duncan hace unos años, en el hecho de que lleva la belleza y, además, compara al niño con un monito. Pero, no olvidemos, por favor, nuestra historia, a Otilio Ulate, un ex presidente y periodista, le decían el Mono. Eso sucedía en la misma década en que Joaquín Gutiérrez escribió el libro. Así es que, en la Costa Rica de la década del 40, comparar a alguien con un mono no era necesariamente racismo sino reproducción de un esquema de belleza eurocéntrico, que podía incluir el racismo, pero no lo definía.

Quiero preguntar a quienes acusan de racismo a Cocorí: ¿Cuántos escritores latinoamericanos, de esa década o actualmente, conciben a un personaje niño afrodescendiente protagonista de una novela? ¿Cuántos de esos personajes niños afrodescendientes formulan una pregunta existencial como eje de la acción? El personaje Cocorí lleva el itinerario del héroe cuya travesía es decisoria para su vida, pero, en su caso, no es el héroe aventurero y audaz por mandato de una autoridad – rey, reina, padre o madre-. Cocorí, el personaje, indaga por sí mismo, no es un personaje pasivo e inactivo. Por el contrario, no se queda inmóvil y estático esperando que la respuesta le llegue del cielo o de un dios que le resuelva la existencia. Él indaga, investiga, busca y formula preguntas; a su manera, establece una estrategia para resolver la incógnita. Por otra parte, la respuesta no se la da un blanco meseteño, se la otorga un sabio de su misma etnia. ¿No es un personaje inteligente, audaz, intrépido e inquieto intelectualmente? ¿Es racista concebir a un personaje infantil afrodescendiente con esas cualidades cognitivas? ¿En la sociedad de 1940, adultocéntrica y racista, no era una ruptura?

Recordemos que en esa misma década de 1940, existía una ley imaginaria, según la cual los “negros” no podían pasar de Turrialba. Cocorí, como personaje, traspasó esa frontera imaginaria y ha andado por el mundo.

Por último, quiero destacar la oportunidad histórica. El Tribunal de la Santa Inquisición quemó y prohibió libros para instaurar el reino de la intolerancia y la ignorancia. Todos y todas llevamos sus huellas, sus cenizas o, en el peor de los casos, sus modelos dentro de nuestro propio imaginario. La Meseta Central de Costa Rica se definió a sí misma como europea, blanca y superior con respecto al resto del territorio y eliminó la inteligencia, la sensibilidad, el aporte y la cultura de ese resto del país.

¿Eliminar del sistema educativo una obra por racista no es instaurar un Tribunal pero en sentido inverso? ¿Por qué no dejamos, con una lectura crítica y creativa, que los estudiantes decidan si es o no racista? Esconder nuestro racismo no hará más que perpetuarlo. Ya es hora de que el sistema educativo costarricense enfrente el análisis de una identidad estructurada por el colonialismo, el neocolonialismo, el racismo, la explotación económica, el patriarcado, el adultocentrismo y demás asimetrías que perpetúan la opresión de unos seres humanos sobre otros y otras.

Si Cocorí es racista, pues emprendamos desde la literatura una autocrítica como sociedad y busquemos al igual que el personaje infantil la respuesta a la pregunta: ¿Cómo podemos dejar de ser racistas? No creo que nadie tenga una respuesta. Creo que la debemos construir colectivamente y puede empezar en las aulas para que los niños y las niñas construyan esos senderos imaginarios. Quizás, entonces, empecemos a construir una nueva narración histórica y literaria.

Yo nací en una sociedad machista, racista, explotadora, autoritaria, ignorante de la historia, capitalista, neocolonial, anticomunista y homofóbica; todas esas categorías no eran simplemente palabras, eran modelos mentales, con cada modelo mental venían creencias, actitudes, formas de leer y pensar las relaciones interpersonales, el barrio, la aldea y el mundo. El futuro me va a acusar por reproducir todos o esos modelos que me fueron impuestos, pero quienes me acusarán, ¿estarán conscientes y transformando sus propios modelos?

Descartar a un escritor o a un artista por reproducir esos modelos implica desconocer la complejidad del mundo en que vivimos. La única salida es el diálogo; de monólogos la humanidad ya está harta porque conducen a las injusticias y a los genocidios.

¡Permitamos que la infancia costarricense dialogue con nuestras historias literarias y no literarias!

 

Enviado a SURCOS Digital por la autora.

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