El medio intelectual en la literatura de León Trotsky

De Rogelio Cedeño Castro

 

La poderosa influencia que tuvieron los medios culturales de Viena y París, durante la segunda mitad del siglo XIX, y a lo largo de los primeros años del siglo XX, repercutió directamente sobre una serie de personajes claves en la coyuntura, política y social, de los años inmediatamente posteriores a la primera guerra mundial, a la que se conoce también, por parte de algunos historiadores, como el período de entreguerras: tal fue el caso, entre muchos otros, del revolucionario ruso y líder bolchevique, Lev Davidovich Bronstein Trotsky (1879-1940), quien durante su largo exilio europeo, tras el aplastamiento de la revolución rusa de 1905, en la que había encabezado el Soviet de San Petersburgo o Petrogrado, se radicó en Viena desplazándose continuamente hacia París, donde conoció a su segunda esposa Natalia Sedova, quien tuvo mucha influencia sobre él en esa dimensión, habiendo frecuentado así las dos urbes de mayor irradiación en las artes y la cultura de la Europa de entonces, siendo permeado así, de muchas maneras, por la atmósfera cultural de esa época tan intensa, en un período comprendido entre 1907 y 1914, que finaliza cuando se produce el estallido bélico, que cambió el mapa político europeo, de una manera sumamente violenta, en especial por la derrota militar de los llamados imperios centrales: Alemana, Austria-Hungría, Bulgaria y el Imperio Otomano, además de dar inicio al período revolucionario europeo, que comenzó a manifestarse, y culminó sin éxito, durante los años posteriores a la segunda revolución rusa de 1917, o revolución bolchevique de octubre, según el viejo calendario juliano que era observado aún en la vieja Rusa Zarista, que corresponde para nosotros al 7 de noviembre, en el calendario gregoriano que aún se observa, en casi todo el mundo contemporáneo. La derrota de los últimos intentos revolucionarios del proletariado, en la Alemania de Weimar, hacia 1923, marcó el fin de ese ciclo revolucionario en Europa, y el inicio de la institucionalización del régimen, a que había dado lugar la revolución rusa, además del ascenso de los fascismos, como una respuesta del antiguo régimen a la oleada revolucionaria que se puso de manifiesto, al concluir el conflicto bélico, que había dado inicio el 4 de agosto de 1914, era la respuesta violenta y temerosa a la vez, de las viejas clases dirigentes que se sintieron amenazadas por el ascenso popular y la oleada revolucionaria, lanzada por los obreros y los campesinos principalmente, hartos de las miserables condiciones en que vivían,principalmente estos últimos.

Si la belle París era para muchos intelectuales y artistas, músicos, poetas y pintores por lo general hablantes de lenguas romances, y también de la lengua inglesa una especie de Meca, o suelo de un ambiente propicio para el cultivo y el despliegue de sus acciones, sueños e inquietudes más profundas; la ciudad de Viena, lo había sido durante mucho tiempo, para los cultivadores de las bellas artes de habla alemana, y de otras muchas lenguas, sobre todo las de aquellos pueblos que formaban parte del heterogéneo, y para entonces ya muy debilitado, Imperio Austrohúngaro, un verdadero ornitorrinco político, que dominaba la mayor parte de las tierras y pueblos de la Europa Central y Oriental.

Afirma el escritor austríaco Stefan Sweig(1881-1942), en su bella, evocadora y elaborada obra póstuma “EL MUNDO DE AYER Memorias de un europeo”, que la capital austrohúngara era el ámbito por excelencia de los amantes del ocio creador, de los cafés literarios, los conciertos y de la poesía, todo ello con gran escándalo para sus vecinos, también hablantes del alemán, que poblaban el Imperio Alemán de los Hohenzollern, aquella Alemania Guillermina o Segundo Reich, unificada por los prusianos, a partir de 1871, con sus Kaiser Guillermo I y Guillermo II, que duró hasta finalizar la Primera Guerra Mundial, al dar inicio a la Revolución Alemana, de 1918, aguardada con tanta ansiedad por personajes de la revolución rusa como Lenin y Trotsky, quienes veían a la suya como el inicio que desencadenaría la revolución en toda Europa. Contrastaban tanto los dos imperios que, mientras Alemania simbolizaba el poderío militar y la expansión económica crecientes durante la Belle Époque, Austria-Hungría representaba la decadencia no sólo en esos dos órdenes, sino también en el interés decreciente, entre los medios de la nobleza y de la vieja corte imperial, por las manifestaciones de la cultura, tan propias del espíritu vienés, habiendo sido un ejemplo de ello el propio emperador Francisco José, el último de esa dinastía quien gobernó entre 1848 y 1916, cuando falleció en plena guerra, con sus ejércitos ya en desbandada, y el imperio en una franca e imparable descomposición. Afirma Stefan Sweig, en el texto de la ya mencionada obra, que en el caso de Francisco José, se trataba de un personaje inculto e ignorante, en sumo grado, y desinteresado por la lectura hasta extremos inimaginables. Para entonces, ya habían pasado al olvido los tiempos de la corte de la emperatriz María Teresa y la del emperador José, ambos apasionados por la cultura, la primera ellas caracterizada por educar musicalmente a sus hijas, y el segundo, por sus grandes conocimientos musicales, además de sus constantes conversaciones y discusiones con Wolfgang Amadeo Mozart, y otros compositores de su tiempo, de los que se hizo rodear. A lo largo del siglo XIX, la pasión y el interés por la cultura floreció entre una emergente burguesía judía, de la que formaban parte sus padres según Sweig, mientras el imperio decaía los militares y los políticos podían escandalizar un poco, con sus frecuentes actos de corrupción, el verdadero interés y la pasión de los vieneses estaba centrado en el teatro, la producción literaria y la ópera. Era objeto del mayor escándalo que una soprano se equivocara al dar una nota, o que un violinista fallara en la ejecución de algunos compases, que cualquier novedad que viniera del ámbito político o militar, es en esa Viena tan particular, donde el revolucionario ruso Bronstein Trotsky, fugado por segunda vez de una deportación a Siberia, afinará sus cualidades literarias, las que se habían puesto de manifiesto, durante su primer y largo destierro a esa región, pero sobre todo a partir de su colaboración estrecha con Lenin, y otros líderes del hasta Partido Obrero Social demócrata de Rusia, que aún permanecía unido, al fugarsepor primera vez, y llegar hasta Londres, durante el año de 1902, razón por la que le dan el pseudónimo de Pluma en el seno de la organización revolucionaria.

Por todos estos factores, y su excepcional inteligencia que se puso de manifiesto, desde su edad más temprana, el joven Trotsky se convertirá en un notable escritor que había dado muestras, mientras llevaba a cabo estudios formales en el instituto de Odessa, de una gran disposición para el trabajo científico, del que se ve apartado por su precoz militancia revolucionaria, la que termina por convertir su vida en un torbellino en el que aquella se entremezcla con revolución misma, con un dinamismo y una vertiginosidad increíbles tales, que terminan por cambiar, en muchos sentidos, el horizonte de su existencia.

Desde sus numerosos escritos políticos, a lo largo de toda la primera década del siglo XX, hasta el último período de su época de residente en Viena, durante la que se convierte en un extraordinario corresponsal de guerra, durante el conflicto bélico de los Balcanes, que tiene lugar entre 1912 y 1913, Trotsky quien terminó por adoptar el pseudónimo de un policía muerto, del que se sirvió para escapar de Siberia, se fue convirtiendo en un extraordinario escritor que, lo mismo se destacaba por su reflexión teórica en el campo revolucionario, como por las cualidades excepcionales del extraordinario y lúcido narrador que llegó a ser, al cabo de su intensa existencia ,siempre dedicada a la acción y a la lucha revolucionaria.

Sus dos volúmenes sobre la HISTORIA DE LA REVOLUCIÓN RUSA, donde se muestra una rica panorámica del período más agudo de la lucha revolucionaria, otorgándole el rango de una epopeya colectiva, u obras tan diversas como la autobiográfica MI VIDA o LA REVOLUCIÓN TRAICIONADA, un bosquejo del estalinismo, nos muestran al escritor maduro, capaz de combinar sus cualidades de hombre de acción en el campo político y militar, con las de quien sobre el terreno mismo reflexiona, llegando a elaborar tanto la memoria de sus actuaciones, como las de toda aquella generación revolucionaria, entregada a una ciclópea, interminable, y a ratos imposible tarea por abrirle paso a un mundo mejor, tratando de ganarle la batalla a las fuerzas retardatarias del antiguo régimen, las que hábilmente terminaron por disfrazarse de revolucionarias, en una especie de gatopardismo que buscaba aparentar que todo cambiaba para que, a fin de cuentas, todo siguiera igual.

Su interés por el estudio de los temas del psicoanálisis, expresado en la obra de Sigmund Freud, además de su acercamiento al pensamiento sistemático y a la observación IN SITU sobre los problemas de la vida cotidiana, unas dimensiones sobre las que reflexionó y escribió con detenimiento, como en aquel texto famoso NO SÓLO DE POLÍTICA VIVE EL HOMBRE, y otros sobre la naturaleza social del arte, la poesía y la literatura en general, durante los primeros años de la década del 1920, nos muestran al más polifacético de los líderes revolucionarios de aquella generación, quien más tarde se interesó, y se identificó también, a lo largo de la última década de su vida, con André Bretón y los postulados del surrealismo, aquel que alguna vez dijo “La belleza será convulsiva o no será”. No hay duda que su extraordinario talento, pero también las circunstancias dentro de las que se movió, durante el período más largo de su exilio europeo, acabaron de forjar al gran escritor, en el que se convirtió León Trotsky, quien jamás se separó de su otra dimensión: la del hombre de acción que iba reflexionando, en voz alta, sobre la marcha misma de los acontecimientos, una rara cualidad entre los seres humanos que, por lo general, se dejan llevar por el torbellino de la vida social, sin alcanzar a reflexionar mucho sobre las circunstancias históricas, dentro de las que se ven obligados a transitar, de ahí la cada vez más notoria escasez de obras importantes, en el género literario de las memorias políticas.

 

Enviado por el autor.

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