Nuestras mascotas

Dr. Eliseo Valverde Monge

 

En mi familia siempre hemos tenido una o dos mascotas. Viven felices con nosotros y nosotros con ellas. En una ocasión tuvimos un perro y un gato que jugaban y dormían juntos. Las mascotas son parte de nuestra vida, de la familia. Nunca hemos maltratado a un animal y recuerdo hoy como ayer que nuestros padres nos enseñaron a respetarlas, a quererlas y amarlas.

Yo estoy cada vez más convencido de que si se tiene un animal doméstico en la casa es para quererlo, darle de comer, proporcionarle techo y comida. Es una obligación moral que tenemos los humanos de protegerlos pensando que ellos tienen alma y que por lo tanto, saben amar. Quienes hemos tenido perros, gatos, caballos y loras, llegamos a comprobar que ellos nos aman incondicionalmente y aunque es cruel decirlo, no sucede lo mismo con muchos seres humanos. Los animales pueden llegar a sufrir mucho. Desamparados deambulan por las calles con hambre, con sed y a la intemperie, reciben maltratos de los seres humanos en lugar de darles protección.

Mis hijos Paola y Denis, junto con su amiga Andrea, tienen una noble misión. Ellos recogen de las calles a los animalitos que están en riesgo, los salvan de morir de hambre o atropellados y con paciencia franciscana, los llevan a los refugios, que por suerte, ya son muchos en este país. Afortunadamente, esta noble y humanitaria misión, ahora la comparten cientos de personas en Costa Rica.

Jamás olvidaré cuando era adolescente, una señora una tarde, me pidió un favor: “Lléveme estos gatos a perder ahora cuando oscurezca y yo le doy una moneda”. “Sí”, le dije, “con mucho gusto”, y tomando el saco con varios gatitos recién nacidos los lleve directamente a mi casa. En la noche lloraban y papá preguntó que adónde estaban esos gatos. Me asusté, pero él, a pesar de que era enérgico, era de muy buenos sentimientos, por lo que le conté lo sucedido. Para mi sorpresa, en lugar de disgustarse, me abrazó, me besó y al día siguiente, que era domingo los llevamos, no a perder, sino a encontrarles un hogar donde los quisieran.

Después de haberlos ubicado con familias, comprendí que papá me amaba y que era un hombre de una sensibilidad extraordinaria. Cuando los animales, perros y gatos son arrojados a la calle, van a una muerte casi segura, o a una existencia de desventura interminable. Los animales son bellísimos. Todos saludan con la cola, mueven las orejas y avivan los ojos cuando están con nosotros. No se cansan de brincar y juegan con cualquier cosa que se les dé para entretenerlos. Son agradecidos y grandes compañeros, nos protegen, nos cuidan y jamás nos abandonan, estando siempre a nuestro lado en las buenas y en las malas. No les importa la riqueza ni la pobreza, solo nuestra compañía.

En toda familia que tenga una mascota hay bendiciones y siempre habrá la forma de darles alimentos y techo que los tengan sin hambre y protegidos del frío. Quienes tengan los medios, deben cooperar con las campañas de vacunación y desparasitación, ayudando a los albergues en las campañas de esterilización. A las sociedades protectoras de animales no hay que negarles ayuda.

Dios quiera que el maltrato animal en poco tiempo sea cosa del pasado en nuestro país que es una nación culta.

 

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