Religión Civil o Religión de Estado

Cedeño, Rogelio (2004). Religión Civil o Religión de Estado. El conflicto durante la reforma liberal en Guatemala y Costa Rica. Heredia, Universidad Nacional, Departamento de Filosofía.

Reseña Bibliográfica

Álvaro Vega Sánchez

Sociólogo

Religion Civil o religion de Estado

Es un gusto comentar una obra escrita por Rogelio Cedeño, amigo y colega de hace muchos años. Este trabajo, si bien representa la culminación de sus estudios del programa de Maestría en Estudios sobre Cultura Centroamericana con Énfasis en Religión y Sociedad, hay que situarlo en un marco más amplio. Expresa y recoge el pensamiento y el carisma de un académico y sociólogo de visión aguda y crítica, y de una amplia y reconocida trayectoria como profesor, investigador y activista social y político. A Rogelio lo distinguen grandes cualidades humanas y profesionales. Es una persona que, ante todo, asume el trabajo sin poses academicistas ni cálculos utilitaristas, sino con la pasión y gratuidad de quien sabe entregarse con cariño a la tarea de cultivar la academia, como el ejercicio que busca poner el conocimiento al servicio de las más nobles causas. Rogelio las más de las veces nos resulta irreverente –algo así como el bufón de la corte-, pero nunca irrespetuoso. Es por ello que siempre estamos atentos a lo que dice y piensa; nos hace reír y pensar a la vez, algo que sólo saben hacer los buenos maestros.

El título del libro “Religión Civil o Religión de Estado” nos invita al juego. La “o” puede ser inclusiva o excluyente. Y este es el primer merito de su trabajo, a saber, contribuir al debate teórico sobre dos categorías de análisis sociológico sumamente sugerentes y fecundas. Distingue entre una religión de Estado de perfil institucional y confesional, en su doble función de aparato ideológico (Althusser) y represiva o policíaca (Gramsci) y una religión civil de carácter más difuso -menos institucional- que se comporta como una forma de religiosidad secular o de secularidad sagrada (Salvador Giner/ J.J.Rousseau) con funciones legitimadoras o contestatarias de un determinado status quo sociopolítico. La “o” es excluyente en dos direcciones. Por referencia al contenido o naturaleza de ambas categorías: la primera refiere a una práctica institucional circunscrita al campo propiamente religioso y la segunda más bien a una práctica cultural, filosófica, económica o política, es decir propia del campo secular, que se reviste de sacralidad. Por su función, mientras la segunda es concebida como legitimadora de un poder político hegemónico, la primera admite la posibilidad de convertirse en contestataria o factor de resistencia del poder hegemónico; tal es el caso de algunas manifestaciones de religiosidad popular (“aculturación antagonista”, según Devereux). La “o” también puede ser inclusiva. La religión civil puede llegar a comportarse como religión de Estado, aunque asume un perfil más propiamente civil o secular, se sacraliza a afecto de cumplir su función política legitimadora del poder hegemónico; tales son los casos de la doctrina imperial de la “pax romana” así como la doctrina política del “destino manifiesto” o la misma ideología del progreso y el control cientificista , propios del ideario liberal.

Sólo el hecho de recuperar estas categorías de análisis, fundamentarlas y utilizarlas para destacar el papel del componente simbólico religioso en el conflicto suscitado por la reforma liberal en Centroamérica, constituye un aporte sumamente valioso en el campo de la sociología de la religión. El trabajo de Rogelio, en este sentido, es pionero e invita a retomar estas y otras categorías de análisis para profundizar en el papel que han cumplido las estructuras simbólicas religiosas en la constitución misma de las “nacionalidades” o en la pluralidad de identidades culturales y políticas, propias de la región centroamericana. De alguna manera, con este aporte, Rogelio está respondiendo a la preocupación expresada por Pierre Bourdieu respecto de la subvaloración que se ha dado al extraordinario poder constitutivo de lo social -en el sentido de la filosofía y la teoría política- que tienen las estructuras simbólicas; agrega, además, este autor que si bien estas estructuras le deben mucho a las capacidades específicas del espíritu humano, le parecen definidas en su especificidad por las condiciones históricas de su génesis. Y es aquí donde la sociología tiene que darse la mano con la historia. El trabajo de Rogelio bien podría calificarse de sociohistórico; son abundantes -y de reconocida calidad- las fuentes que utiliza para fundamentar e interpretar el conflicto suscitado con la reforma liberal en Guatemala y Costa Rica, y en relación con el campo religioso concebido desde las categorías de religión civil y religión de estado. El trabajo, precisamente, busca develar cómo en la construcción de las identidades nacionales y culturales, para el caso costarricense y guatemalteco en particular, gravitaron con fuerza constitutiva estructuras simbólicas religiosas que asumieron tanto la forma de religión civil como de estado, con miras a recrear y legitimar un “imaginario” de nación, que sirviera a los intereses de los sectores hegemónicos y, a su vez, contribuyeran a cohesionar e integrar a los diferentes sectores sociales.

En su trabajo, destaca la incidencia que tuvieron la Reforma Protestante del Siglo XVI y la Ilustración del Siglo XVIII en la descomposición del Antiguo Régimen y el surgimiento de nuevas formas religiosas. Efectivamente, a partir de estos hitos históricos asistimos a la modernidad, cuya característica fundamental, como señalan P. Berger y T. Luckmann no es tanto la secularización -de exportación limitada en su versión europea- sino el pluralismo. En esta dirección, el trabajo de Rogelio destaca la pluralidad de formas religiosas, que se abrirán paso a contrapelo de un modelo de cristiandad que se resiste a morir; pero que resulta en un obstáculo estructural para el nuevo contexto político y cultural. Por tal motivo, se hace inevitable el conflicto entre una religiosidad exclusivista e intolerante frente a las exigencias de una cultura pluralista y unas naciones interesadas en abrirse a nuevos mercados. Pero, en todo caso, los cambios impulsados por la reforma liberal y las nuevas expresiones religiosas y culturales, no alcanzaron a superar las bases oligárquicas de los estados nacionales, ni tampoco significaron avances en la laicización de los poderes públicos, a no ser en algunas coyunturas pasajeras.

Muestra, asimismo, cómo algunos hechos históricos de carácter político como la Campaña Nacional de 1856 en Costa Rica, ideales o doctrinas como la del progreso y la modernización, prácticas religiosas como la del protestantismo y organizaciones como la masonería, asumieron características de religiosidad civil o de estado, dirigidas a consolidar los nuevos estados nacionales en el marco del nuevo proyecto liberal. Es interesante, en este sentido, llamar la atención sobre dos aspectos: la militancia de sacerdotes católicos liberales en las logias masónicas así como la afinidad de los protestantes con las mismas –un campo todavía incipiente de investigación, como bien lo destaca el historiador Pierre Bastian-. No hay que olvidar que para el clero conservador los liberales, los protestantes y los masones constituían una especie de “trinidad” diabólica. Cabría estudiar más a fondo hasta qué punto la masonería se convirtió en una forma de religiosidad civil o devino también en religión de Estado. Además, es significativa la referencia a la función ideológica y étnico-cultural de héroes nacionales como Juan Santamaría, toda vez que se destaca que en nuestro país no pesa tanto el componente étnico, a diferencia del caso guatemalteco. También la Virgen de los Ángeles, otro símbolo religioso oficializado de resistencia a una “cultura racista”. En este aspecto es muy amplio el universo simbólico-religioso. Así, por ejemplo, podría incluirse el café, que de alguna manera se elevó a símbolo religioso: “el grano de oro” – “en el café confiamos” parece ser el lema del viejo billete de cinco colones ilustrado con una pintura alusiva a la recolección del café-; asimismo se erigió un templo por y para la oligarquía cafetalera: el Teatro Nacional, que se constituyó en símbolo por excelencia del espíritu modernizante de la época y de la cultura oligárquica que lo impulsó. Por su parte, el protestantismo, como bien destaca Rogelio, se concibió como un aliado ideológico y religioso estratégico de cara los intereses liberales y a la necesidad de ofrecer un contrapeso ideológico-religioso al sector conservador de la Iglesia Católica. Efectivamente, esta religión en su versión fundamentalmente norteamericana, se presentaba como afín ideológica y políticamente al proyecto liberal, por su énfasis individualista –la salvación como responsabilidad individual- , su interés en propiciar la educación como medio de ascenso social y su ética de la responsabilidad en el cumplimiento de las tareas laborales, lo que se traducía en un comportamiento productivista, sumiso y obediente.

Concluye el autor, su trabajo, volviendo al punto de partida teórico sobre la ambigüedad misma del concepto de religión civil, pero ahora al parecer más convencido de la necesidad de referir este concepto a aquellas prácticas religiosas o de secularidad sagrada más propiamente contestatarias, al estilo de los movimientos por la defensa de los derechos civiles de los negros en Estados Unidos, especialmente en referencia al papel que jugó el pastor bautista Martín Luther King, así como a la lucha contra el colonialismo impulsada por Gandhi. Es por ello que su análisis llama la atención sobre cómo el proyecto liberal se consolidó y legitimó apropiándose del capital simbólico religioso tanto de la Iglesia Católica como del protestantismo y la masonería, cerrando el espacio a expresiones religiosas de una “sociedad civil alternativa”, especialmente referidas a prácticas de religiosidad popular propia de los pueblos originarios así como los de la “diáspora africana”.

El aporte de Rogelio en este trabajo, por lo demás muy bien escrito y ampliamente documentado, rebasa los aspectos puramente contextuales, propios de su análisis empírico. Como ya hemos sugerido, propicia el debate alrededor de categorías fundamentales para una mejor comprensión de las relaciones entre religión, política y cultura. En este sentido son sumamente interesantes y sugerentes sus apreciaciones críticas respecto del aporte teórico de J.J.Rousseau, pionero en este campo. Es muy valioso también el análisis de la doctrina del “destino manifiesto”, toda vez que la misma gravitó con fuerza no sólo en las aspiraciones de los Estados Unidos por ejercer hegemonía en las nuevas repúblicas centroamericanas y latinoamericanas, sino que también fue asimilada por los sectores emergentes modernizantes que procuraban un desarrollo para los nuevos estados nacionales, asumiendo los ideales de progreso propagados por aquella doctrina político-religiosa.

Otro aporte valioso del trabajo de Rogelio es abrirnos camino para profundizar desde sus planteamientos teóricos, y en el campo específico de la sociología de la religión, en ámbitos tales como: a) estudios sobre lo étnico-religioso como resistencia cultural y política; b) estudios comparados de simbología religiosa; c) análisis de discursos religiosos y políticos en el período de consolidación del proyecto liberal; y d) análisis sobre religión, cultura y racismo en Centroamérica.

Este libro es de interés para la academia universitaria, especialmente en campos como la teología, la sociología, la antropología y la historia. Ofrece insumos para quienes quieren comprender el fenómeno de la dinámica cultural y política y su correspondencia con el campo religioso en la región centroamericana. Como ya hemos indicado, sus aportes son una valiosa contribución para profundizar y enriquecer el debate teórico sobre religión, cultura y política en el contexto de las transformaciones sociopolíticas y culturales actuales. Lo que estamos diciendo es que se trata de una abra de gran actualidad, para quienes quieren contribuir a proyectar, con visión crítica y creativa, nuevas alternativas de organización social, convivencia política y cultural. Es por ello que su lectura puede ser recomendada al público en general, que esté interesado en entender y profundizar no solo en los hechos que durante el siglo XIX contribuyeron a la constitución de los estados nacionales centroamericanos bajo el ideario del proyecto liberal, sino en lo que acontece hoy respecto de la relación entre religión y política . La historia no se repite pero se recrea, por eso es fundamental su comprensión para entender y vivir con sentido el presente, contribuyendo a proyectar un mejor futuro. El libro de Rogelio sin ser un acercamiento propiamente histórico sino de carácter sociológico y cultural de interpretación del fenómeno religioso, nos sitúa en un contexto histórico -analizado desde sus condiciones sociopolíticas y culturales- que cumple con tal cometido. Sirvan estas notas de motivación para invitar, respetuosamente, a la lectura de este excelente trabajo.

 

Enviado por Rogelio Cedeño Castro.