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Etiqueta: retórica populista

La peligrosa trampa de los liderazgos mesiánicos y autocráticos

Henry Mora Jiménez

Un líder mesiánico es una persona que se presenta o es percibida como un salvador o redentor, capaz de resolver todos los problemas y traer prosperidad, justicia y armonía a una sociedad.

En el ámbito político (el que aquí nos interesa) un líder mesiánico y autocrático suele surgir en momentos de crisis y desesperanza, utilizando retóricas populistas y demagógicas para ganarse el favor popular, presentándose como la única solución viable para los problemas de la sociedad.

Estos líderes a menudo prometen cambios radicales y soluciones milagrosas, apelando a las emociones y esperanzas de la gente y buscando constantemente chivos expiatorios para descalificar e inculpar.

Para entender la aparición de un líder mesiánico en el contexto político de un país como Costa Rica hay que analizar cómo este tipo de liderazgo influye y es influido por la dinámica social y política. Algunos puntos clave que deben considerarse son los siguientes:

Contexto de crisis: Los líderes mesiánicos suelen emerger en tiempos de crisis económica, social o política, sean estas crisis abiertas o prolongadas. La desesperación y el descontento de la población crean un terreno fértil para que estos líderes ganen apoyo. En Costa Rica enfrentamos una prolongada crisis social desde inicios del siglo XX, marcada por el fuerte crecimiento de la desigualdad y la inexistencia de opciones de ascenso social para la población más desfavorecida (aunque sí para aproximadamente un quinto de la población), lo que fue profundizado por los efectos de la Covid-19 y la escasa respuesta de los gobernantes de turno a temas como empleo y pobreza. Además, desde hace al menos 20 años vienen creciendo la frustración social y las esperanzas repetidamente malogradas.

Retórica populista y demagógica: los líderes mesiánicos utilizan un lenguaje sencillo y emocional que resuena en sectores significativos de la población. Prometen soluciones rápidas y radicales a problemas complejos, lo que puede ser muy atractivo para aquellos que buscan un cambio inmediato. A menudo, estos discursos también apelan a valores conservadores aceptados por buena parte de la población.

Centralización del poder: la promesa de soluciones radicales a menudo viene acompañada de propuestas que pretenden concentrar el poder en sus manos, acusando y debilitando a las instituciones democráticas y a los mecanismos de control y el equilibrio de poderes, lo que no siempre se percibe como el camino hacia un gobierno autoritario.

Polarización social: otro rasgo central de estos líderes es que necesitan dividir a la sociedad en “nosotros” contra “ellos”, creando enemigos internos o externos para unificar a sus seguidores y desviar la atención de los problemas internos que, a fin de cuentas, casi nunca logran resolver. Estos enemigos creados pueden ser instituciones (que algunas veces, en efecto, no cumplen bien su papel) o representantes de sectores sociales que ven como un obstáculo para su cometido: líderes sindicales, ecologistas, dirigentes políticos, etc.

Carisma personal: Suelen ser individuos carismáticos que inspiran lealtad y hasta devoción entre algunos de sus seguidores. Su personalidad desgarbada, chabacana y confrontativa y su constante presencia pública en los medios y en las comunidades son fundamentales para mantener el apoyo popular alcanzado. En ocasiones, algunos medios de comunicación sirven de trampolín para este propósito.

Chivos expiatorios: en su batalla de “nosotros” contra “ellos” muchas veces recurren a chivos expiatorios a los que culpan por los males de la sociedad y que sólo “barriéndolos” sería posible hacer cumplir sus promesas. Es frecuente que se refieran públicamente a estos chivos expiatorios como élite, casta, zánganos, corruptos, idiotas, dinastía, etc. Y aunque es harto frecuente que en las sociedades actuales existan vividores de la política, lo que estos líderes no dicen es que cambian una élite por otra y a unos corruptos por otros.

Enfrentar a un líder mesiánico que goza de popularidad puede ser un desafío, pero hay varias estrategias que resultan posibles:

Fortaleza de las instituciones democráticas: Cuando las instituciones democráticas son fuertes y funcionan correctamente es más sencillo confrontar a los líderes mesiánicos y autócratas. Esto incluye, entre otros, un poder judicial independiente y eficaz, órganos contralores con credibilidad, medios de comunicación libres y plurales y una sociedad civil activa frente a la amenazas. Si estas instituciones presentan importantes debilidades o han sido cooptadas por poderes centrales o grupales, es imperativo impulsar su reforma para garantizar su idoneidad y credibilidad.

Educación y conciencia pública: Promover la educación y la conciencia sobre los peligros del mesianismo político es esencial. Esto pasa por informar fehacientemente a la población sobre la importancia de las instituciones democráticas y los riesgos de concentrar el poder en una sola persona. Se puede recurrir, por ejemplo, a experiencias de otros países que hayan caído en la trampa del mesianismo político y que hayan pasado por experiencias traumáticas.

Fomentar el debate y la participación ciudadana: Crear nuevos espacios para el debate abierto y la participación ciudadana, empoderando a la ciudadanía. Esto puede incluir foros comunitarios, debates públicos y plataformas en línea (un simple chat de WhatsApp por ejemplo) donde las personas puedan expresar sus opiniones y preocupaciones sobre el curso del país o sobre temas específicos. Los medios de comunicación alternativos son fundamentales para este propósito, ya que la prensa tradicional suele representar intereses que a veces concuerdan con los de los líderes mesiánicos. Y desde luego, la activa participación en redes sociales resulta fundamental.

Transparencia y petición de cuentas: Cuando el líder mesiánico ya está instalado en el gobierno, es importante exigir transparencia y rendición de cuentas, incluyendo mecanismos para que los ciudadanos puedan supervisar y evaluar las acciones del gobierno. Estos líderes muchas veces viven en permanente campaña política y abierta o solapadamente ignoran su responsabilidad de rendir cuentas.

Promover liderazgos alternativos: Promover nuevos liderazgos democráticos alternativos que contrarresten el liderazgo mesiánico y que representen soluciones creíbles y sostenibles a los problemas del país. Estos nuevos liderazgos deben ser capaces de inspirar confianza y ofrecer una visión positiva y constructiva, alejada del populismo y la demagogia.

Desmontar el discurso populista y demagógico: es fundamental contrarrestar el discurso populista y demagógico con hechos y argumentos racionales, desmintiendo los cantos de sirena sin sustento real y los pobres o nulos resultados de un gobierno conducido por un líder mesiánico y autocrático. Sin embargo, hay que tener siempre presente que el lado emotivo de la conducta humana siempre juega un papel fundamental.

Fortalecer las distintas instancias de la Sociedad Civil: apoyar con hechos a las organizaciones de la sociedad civil que luchan en la defensa de los derechos humanos, la democracia y la justicia social. Tomar conciencia de sus propuestas, valorar positivamente sus esfuerzos y reconocer sus luchas, por lo general ignoradas o vilipendiadas por los representantes del poder autocrático.

Fomentar la unidad en la diversidad: es imperativo trabajar para reducir la polarización y fomentar la unidad de los sectores que adversan el camino mesiánico. Esto puede incluir iniciativas que promuevan el dialogo y la cooperación entre diferentes grupos sociales y políticos, incluidas las alianzas electorales. A veces una sola idea fuerza puede catapultar la unidad, pero por lo general esta unidad debe fraguarse en la diversidad de intereses y credos.

Sobre el avance del populismo en Costa Rica: disputas en torno la definición del ideal democrático

Lic. Andrey Pineda Sancho

Durante los últimos años, el estilo político de carácter populista ha ganado terreno en Costa Rica. Pese a tener un largo recorrido subterráneo y solapado (en ocasiones más abierto) en la mayor parte de la historia política del país, lo cierto es que este estilo se ha hecho especialmente distinguible en el transcurso de los últimos 10 años. Algunos de sus rasgos, al menos en el plano discursivo, salieron a relucir en la campaña política 2014, cuando las críticas a la hegemonía política y gubernamental del Partido Liberación Nacional se tornaron más vehementes, y otros tantos se hicieron presentes, esta vez con mayor claridad e intensidad, en las campañas políticas 2018 y 2022. En el primero de los casos, a través de candidaturas como las de Juan Diego Castro, quien se destacó por su discurso anti-sistémico y anti-elitista de corte punitivito, y Fabricio Alvarado, quien accedió a la segunda ronda electoral gracias a un discurso religioso-conservador exaltado y polarizante; mientras que en el segundo de ellos, por intermedio del candidato Rodrigo Chaves Robles, exministro de Hacienda y exfuncionario del Banco Mundial que se vendió a sí mismo como un “outsider” de la política con raigambre popular y como un tecnócrata con capacidad resolutiva, y que, gracias en parte a esa imagen, resultó electo presidente de la república para el período 2022-2026.

Con su avance en el país, el estilo y la retórica populista no solamente ha posicionado y afianzado una crítica al sistema político en términos generales, sino que de forma particular también ha instalado una disputa abierta en torno a la definición de la democracia y del ideal democrático. Sus propulsores han criticado los que a su juicio son vicios de la democracia realmente existente en el país y, al mismo tiempo, han propuesto los supuestos remedios para dichos males. Así, ante un régimen que perciben como copado por unas élites políticas corruptas y desprendidas de los intereses de la ciudadanía, proponen una exaltación del “pueblo” confundido con la figura de un líder fuerte con capacidad de identificar y satisfacer las verdaderas necesidades de las personas comunes, y ante un modelo de representación que juzgan demasiado indirecto postulan, como contraparte, formas mucho más directas e inmediatas para el ejercicio de la soberanía popular. Con este discurso, a todas luces polarizante, los representes del populismo criollo mezclan críticas justas a la democracia liberal imperante en Costa Rica, con un programa abocado a minar, en el mediano y el largo plazo, las bases mismas de toda democracia posible, pues con la excusa de devolverle la soberanía al pueblo suelen propiciar, en cambio, la concentración de poder en la figura del líder (esto es muy evidente en el caso de Rodrigo Chaves), lo cual resulta caldo de cultivo para el autoritarismo y la arbitrariedad, y con el pretexto de una democracia más directa propician el socavamiento de la división de poderes, y, con ello, la potencial vulneración de los derechos ciudadanos, de las instituciones democráticas, y la desaparición de los contrapesos al poder Ejecutivo, lo cual, como se sabe, es la antesala de la tiranía. Señalar el peligro que representa el populismo para la democracia costarricense no implica, ni mucho menos, hacer abstracción de las debilidades y contradicciones que históricamente ha acusado la democracia realmente existente en el país, ni debe, bajo ninguna circunstancia, conducirnos a ello. La democracia es, por definición, un proyecto político y de convivencia inagotable, y su concreción es siempre provisional, imperfecta y multiforme; esta es el resultado de disputas, negociones y acuerdos (o incluso imposiciones) de la más diversa índole; y la democracia costarricense, en particular, no escapa de dicho supuesto. En su devenir, es posible identificar, como diría Pierre Rosanvallon, una serie de “promesas incumplidas e ideales maltrechos” que, con cierta periodicidad, casi de manera crónica, han dado justos motivos para despertar insatisfacción y descontento entre la ciudadanía. Especialmente durante los últimos 40 años, la nuestra ha sido una democracia cada vez más reducida a su vertiente procedimental, en la cual no solamente prima un modelo de representación de carácter cuasi oligárquico, sino también en la que sobresalen problemas como la corrupción; la falta eficacia, por parte de los actores políticos, a la hora de reconocer y atender las necesidades de la población (una población ampliamente excluida y marginalizada, cabe agregar); y la ausencia de estímulos que incentiven la implicación de la ciudadanía en la resolución de los retos comunes.

Ante un escenario tal, resulta imperioso explorar y encontrar alternativas que permitan profundizar las formas democráticas en lugar de socavarlas. La crítica a los defectos de las democracias liberales o minimalistas no debe llevarnos a la caer en las trampas que amenazan con traerse abajo los cimientos de toda democracia posible, tal como, en el límite, lo hacen los populismos. En cambio, debemos apostarle a construir una democracia más inclusiva y participativa, en la cual se multipliquen las instituciones, los discursos y las prácticas favorables a la constitución de un ethos democrático compartido, en la que principios éticos como la confianza, la integridad y la franqueza animen el accionar político e institucional, y en la cual se ofrezcan soluciones prácticas y realistas a las necesidades de la ciudadanía.

Compartido con SURCOS por el autor.

Fuente: https://cicde.uned.ac.cr/blog/148-sobre-el-avance-del-populismo-en-costa-rica-disputas-en-torno-la-definicion-del-ideal-democratico