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Etiqueta: sociedad

Yo Marché

SURCOS comparte vídeo

Yo Marché es un vídeo musical que trata sobre las principales razones por las cuales se realizan las marchas, en este caso enfocado en Colombia, pero dicha canción toca temas que representa situaciones que tienen que afrontar las personas cada día.

Cantante Ninio Sacro

Productores: Content Art

Compartimos el vídeo a continuación:

No necesitamos héroes

Esteban Beltrán Ulate
Profesor
esbeltran@yandex.com

No podemos tener un héroe de paz porque la paz es una aspiración, es in ideal, es el horizonte que debemos aspirar como humanidad. La paz no es un anhelo personal, es un anhelo que debe sentirse en comunidad. No podemos tener un héroe de paz, porque la historia del héroe esta cargada de muchos discursos del pasado, el héroe no habla del pasado, mientras que la paz nos viene del futuro. No hay paz en el pasado, no hay paz en el presente, solo esperanza de un futuro con un cielo para todos, con una tierra sin fronteras, con pan y agua, palabra y amor para cada niño y niña que nace.

No hay paz cuando se manipula la historia para inventar falsos ídolos, no hay paz cuando se manosea el código trabajo para hacer las horas más largas y los salarios más pequeños. No hay paz cuando los vicarios de la economía dictan al oído de la educación y la salud los pasos que deben dar. No hay paz mientras apaguen las voces de los pueblos originarios que claman por una ecología integral, no hay paz mientas la violación y la muerte sean sinónimo de muerte de mujer. No hay paz mientras vivamos en una sociedad colonialista, patriarcal y capitalista; no hay paz mientras los gobiernos disputen la verdad frenando la libertad de prensa. No hay libertad mientras no exista una vacuna contra la corrupción.

No necesitamos esos héroes de paz falsificados, es imposible callar las voces del ayer que muestran la violencia en manos de intereses vanidosos por administrar el poder de gobierno. No necesitamos ídolos que digan a nuestro niños y niñas como debe forjarse un pueblo. Son muchos los mitos en los que vivimos como costarricenses, a lo largo de la historia de nuestra nación, hemos construido una caverna colmada de fantasías, una caverna que no permite que veamos más que sombras, ahí olvidamos nuestros océanos, nuestros bosques, incluso a nuestro prójimo.

Pero la historia también tiene fisuras, la historia se puede escribir y leer de muchas maneras, por eso, incluso en medio caverna que los poderes políticos dominantes han construido bajo la tienda de campaña de los últimos tres partidos en el poder, la ciudadanía puede negar sus ídolos, dar la espalda a la mentira y caminar hacia la verdad, que habita en el horizonte.

No necesitamos héroes, necesitamos las manos abiertas de nuestros compatriotas, aquellos que comparten el pan de la justicia y la igualdad. No necesitamos de figura mesiánica que se presente como el absoluto salvador, necesitamos de una humanidad dispuesta a transformarse y transformar la sociedad en la que vivimos, dispuestos a todo, por una vida digna, donde el pan, el techo, el agua, el aire, todo sea todos, para nuestras generaciones y para las venideras.

UCR manifestó compromiso con la democracia costarricense desde sus fundamentos, hechos y desafíos

Alejandra Amador Salazar, Periodista Consejo Universitario, Universidad de Costa Rica

En el marco de las celebraciones por el octogésimo aniversario de esta casa de estudios superiores, el Consejo Universitario emitió el Manifiesto de la Universidad de Costa Rica a sus 80 años: compromiso con la democracia costarricense desde sus fundamentos, hechos y desafíos.

Este documento cimienta la relevancia de las universidades públicas y sus aportes al desarrollo nacional desde una perspectiva histórica; así como los compromisos asumidos por la Institución de cara a los desafíos que enfrenta Costa Rica en el mediano plazo.

La propuesta plantea vehementemente que la UCR sigue y deberá seguir siendo el más importante propulsor del desarrollo de nuestra República, pues de su trayectoria y permanencia dependerán el equilibrio de nuestra sociedad y el bienestar social de sus habitantes, por lo que es responsabilidad de toda la ciudadanía, gobernados y gobernantes, protegerla y fortalecerla para continuar su aporte crítico a las transformaciones de la sociedad costarricense.

El Manifiesto apuesta por un proyecto colectivo de sociedad y enfatiza la idea de bien común que cuestione el individualismo exacerbado de los intereses particulares; en correspondencia, la Universidad no puede adaptarse acríticamente a las circunstancias, su razón de ser es generar saberes que permitan una reflexión crítica del contexto en que está inmersa, la autorreflexividad y el ejercicio de diálogos horizontales con todos los sectores sociales en procura de construir una sociedad más justa, democrática, pluralista e inclusiva.

Este documento fue elaborado por una comisión especial conformada por representantes de todas las áreas, de las sedes regionales y del sector estudiantil y tuvo como base la preocupación institucional ante una serie de iniciativas de ley que, mediante líneas de pensamiento ligeras y so pretexto de contribuir al fortalecimiento de la educación superior pública, procuran intervenir directamente en el quehacer académico de las universidades públicas.

 

Imagen: Luego de revisar las iniciativas de ley, leyes y estrategias argumentativas utilizadas para socavar la autonomía de las universidades públicas en los últimos años, el Consejo Universitario emitió un manifiesto en que el reafirma la trascendencia de estas institucionales para el país. (Foto: Archivo ODI)

Más sobre el racismo. ¿Qué fue de la lucha contra la esclavitud que impulsó la propia lucha por la independencia?

Vladimir de la Cruz

Montesquieu señala en su libro clásico “El espíritu de las Leyes” el problema de la esclavitud de los negros, indicando que era imposible suponer “que esas criaturas son seres humanos, porque si concedemos que lo son, en seguida sospecharíamos que nosotros mismos estamos lejos de ser cristianos” sobre la base, de lo que se consideraba en aquellos años, que los negros correspondían a una especie de subhumanos, o que siendo de la raza humana lo eran de una capa inferior. Igualmente se daba por hecho que los negros habían nacido para ser esclavos, que la propia naturaleza los había hecho así, y por supuesto, que en esa condición estaban acostumbrados y lo disfrutaban.

James Otis, en 1764, señaló en su libro “Derechos en las colonias británicas”, que el derecho a la Libertad por el que se luchaba, alcanzaba inevitablemente a los negros, que la Libertad les era inalienable. Del mismo modo señalaba que el derecho a la Libertad de las colonias era igualmente el derecho de los negros a la suya, o en su lugar el derecho de los negros a la rebelión contra sus amos, y que esta rebelión no podía considerarse un crimen o un delito.

En 1772 el Reverendo Isacc Skilman, en “La oración sobre las bellezas de la Libertad”, exigía la abolición de la esclavitud, considerando además que el derecho a la rebelión contra la esclavitud era un derecho acorde con las Leyes de la Naturaleza.

Benjamín Franklin, uno de los grandes Padres Fundadores, como se le considera, de los Estados Unidos, por su participación en la lucha emancipadora, por lo demás gran científico, uno de los redactores del Acta de Independencia y de la Constitución de los Estados Unidos, fue un gran abolicionista, llegando a ser Presidente de la Sociedad para Promover la Abolición de la Esclavitud.

A la lucha de Benjamín Franklin se unió Benjamín Rush, de tradición presbiteriana, médico de esos años, también vinculado intensamente al proceso independentista de las colonias, quien llegó a ser Presidente de la primera Sociedad Antiesclavista que se fundó en los Estados Unidos, quien atacaba en sus intervenciones y escritos la trata de esclavos y la esclavitud como sistema.

También se le unió a Benjamín Franklin y a Benjamín, Rush, el educador Anthony Benezet, quien también en Pensilvania había impulsado sociedades abolicionistas, entre ellas la Sociedad de Pensilvania para la Abolición de la Esclavitud.

La esposa de John Adams, también redactor del Acta de Independencia, Abigail, manifestó que si era válido luchar por la Independencia igualmente era válido luchar por la libertad de los negros, que gozaban del mismo derecho a la libertad.

El gran revolucionario Thomas Paine, el 8 de marzo de 1775, escribió en un periódico de Filadelfia, el artículo “La Esclavitud africana en América”, exigiendo la abolición de la esclavitud, pidiendo que se les concedieran tierras ya en condición de libertos, para que “pudieran ganarse la vida”.

A estos personajes se sumaron, durante los años de resistencia y de guerra independentistas, grupos de religiosos bautistas, metodistas y de manera sobre saliente los cuáqueros, opinando y actuando de manera antiesclavista. Los cuáqueros hacia 1785 habían eliminado la esclavitud en sus hogares y familias, llegando a plantear en el propio Congreso de la Unión que se legislara en ese sentido, y hacia 1783 se solicitó se declarara ilegal la esclavitud, con el apoyo de la Sociedad Amigos de Pensilvania y New Jersey.

En los gobiernos de cada una de las colonias se presentaron solicitudes y acciones en igual sentido. En Rhode Island, por influencia cuáquera, se llegó a aprobar una declaración, en 1774, en la cual se afirmaba que cualquier negro que se introdujera como esclavo sería o quedaría libre. Para ellos era un problema esencial, la lucha por la libertad de los blancos era a la vez una lucha de todas las personas, y la libertad de los blancos debía extenderse a todas las personas. Esta disposición no liberó a los negros, hasta que, cuando se incorporaron al Ejército, para luchar contra Inglaterra, se emancipó a los que participaron militarmente de esa lucha.

La patriotas y revolucionarios, principalmente, eran abolicionistas. Muchos gobernadores blancos no lo eran defendiendo el negocio que significaba el tráfico de negros. En Baltimore, en 1774, se logró acordar abstenerse del comercio de esclavos y sabotear a los comerciantes de esclavos. En 1776 en Massachusetts se declaró ilegal la trata de esclavos. Así se estableció, también, en 1776, en la Constitución de Delaware. En 1776, en New York, se avanzó con una ley, en el Congreso Provincial del Estado, que establecía una emancipación gradual, lo que no se aprobó ese año, sino hasta 1798.

En 1777 en la Constitución de Vermont se prohibió la esclavitud de cualquier persona, nacido o no en los Estados Unidos. En 1780 en Pensilvania se aceptó una ley contra la esclavitud, redactada por Thomas Paine y George Bryan. Este mismo año en Connecticut se impulsó una ley similar que se terminó de aprobar hasta 1784, año en que también Rhode Island aprobó una ley de abolición gradual, año en que la Constitución de New Hampshire la abolió.

En 1781, la Suprema Corte de los Estados Unidos, en el caso Commonwealth vs. Jenninson, condenó a un blanco por haber azotado a un negro diciendo que “era su esclavo”, multándolo, sobre la base de que la Constitución estatal señala que todos los hombres nacen libres e iguales, y de que todas las personas tienen derecho a la libertad, destacando que la esclavitud no armoniza con la Constitución.

En 1804 el Estado de New Jersey abolió la esclavitud, por influencia de los cuáqueros.

En 1782, en Virginia, se establecieron, por un breve plazo, mecanismos para la manumisión de esclavos, bajo el impacto de la recién proclamada Independencia en 1776.

Mientras esto se expresaba en los Estados, en el Gobierno Federal no tenía igual eco. Las leyes que se promulgaron en esos años eran más antibritánicas que antiesclavistas. La propuesta de Jefferson, denunciando, en el Borrador del Acta de Independencia, la esclavitud, y su tráfico, “del rey cristiano de Gran Bretaña”, fue eliminada a solicitud de los representantes de Georgia y Carolina del Sur, y de otros Estados todavía esclavistas.

De esta forma está claro que durante los años de la lucha por la Independencia de los Estados Unidos, durante su desarrollo y en los años posteriores hubo importantes movimientos antiesclavistas y emancipadores de los negros en Estados Unidos.

¿Qué pasó con esta lucha contra la esclavitud y el racismo en Estados Unidos que se inició en los mismos días de la lucha por la Independencia? ¿Por qué se mantuvo y acentuó el racismo, la discriminación y se impuso la supremacía blanca, en los valores dominantes de los Estados Unidos, en muchos Estados a mediados del siglo XX, con gran virulencia, que vuelve a resurgir hoy?

No se puede entender y comprender la lucha por la Independencia de los Estados Unidos, sin tener en cuenta el importante papel que los negros jugaron en ella. Para los negros fue una Revolución inconclusa. Para ellos, y para los abolicionistas, la lucha por la Libertad continuó y continúa.

Los negros en la cultura y la sociedad norteamericana han significado un enorme papel, y prestigio, para esa gran Nación en todos los campos. No casualmente hoy así se reconoce en la propia ciudad de Washington, cerca de la Casa Blanca y del Congreso, con el Museo que recoge la herencia y el aporte de los negros a la cultura de los Estados Unidos. Museo construido en la Administración de Barak Obama, primer Presidente negro, con el cual parecía que se había superado este sustrato racista y supremacista blanco.

No fueron suficientes, pero sí importantes, todos los movimientos políticos y de resistencia de los negros de los Estados Unidos, especialmente a partir de la década de 1960. Sus símbolos emblemáticos, entre muchos, de esos años, fueron Rosa Parks, Martin Luther King, a quien por su lucha se le reconoció con el Premio Nobel de 1964, Ella Baker, Casius Clay, los atletas olímpicos Tommie Smith y John Carlos, Angela Davis, Malcon X, Stokely Carmichael, Harry Haywood, Thurgood Marshall, el primer Juez negro de la Corte Suprema de los Estados Unidos, el reverendo Jesse Jackson, el propio Presidente Barak Obama, primer Presidente negro norteamericano, las actuales activistas Alicia Garza, Opal Tometi y Patrisse Cullors creadoras e impulsoras del hashtag, en las redes sociales, #BlackLivesMatter, “Las vidas de los negros importan”.

Los impactos que se están produciendo en Estados Unidos, con la eliminación de algunos monumentos de esclavistas, y militares confederados, y de cambiarle el nombre a instalaciones militares, que exaltan y recuerdan esos esclavistas, son hoy parte de este renacer cultural, de replantear los valores históricos culturales, de esta nueva conciencia social que adquiere fuerza moral, en Estados Unidos, con repercusiones importantes en el mundo, de propugnar por un mundo más humanista, más incluyente, sin discriminaciones y exclusiones de ningún tipo, por una revaloración de los Derechos Humanos.

Artículo compartido con SURCOS por el autor y publicado en https://wsimag.com/es/economia-y-politica/63237-mas-sobre-el-racismo-en-ee-uu

Experiencias adversas en la infancia en tiempos de pandemia

Isabel López Ulloa*

Para nadie es un secreto que el contexto actual que estamos afrontando, cambió casi por completo la cotidianidad en que nos desenvolvíamos y alguno que otro plan por el que con tanto esfuerzo trabajamos. Pero, sin duda alguna hay cierta población de nuestra sociedad que es mucho más vulnerable, como lo son las personas menores de edad víctimas de experiencias adversas, en las que las implicaciones de esta situación son muy particulares y su riesgo aumenta en el confinamiento.

Cuando se expone el término “experiencias adversas en la infancia”, hace referencia a una persona menor de edad víctima de múltiples factores de riesgo y de las condiciones de vida en las que se desarrolla; cobrando importancia el impacto sociopolítico y estructural de problemas letales como la violencia y pobreza, que se han sostenido a través de la historia de nuestro país, por un sistema patriarcal y neoliberal.

Hay que reconocer que la adversidad es un tema inherente a la naturaleza humana, pero en el Estado recae la responsabilidad política de asegurar que los derechos y deberes de las personas menores de edad se cumplan, principalmente el derecho a la integridad personal, articulo 50 en el Código de la niñez y la adolescencia “Los niños, niñas y adolescentes tienen derecho a que se respete su integridad personal, física, psicológica, cultural, afectiva y sexual. No podrán ser sometidos a torturas, tratos crueles y degradantes” (p. 10).

En mi opinión, es elemento clave pensar en el escenario que enfrentan las personas funcionarias de instituciones como el Patronato Nacional de la Infancia (PANI), Ministerio de Educación Pública (MEP), Ministerio de Salud (MS), Caja Costarricense del Seguro Social (CCSS), Instituto Mixto de Ayuda Social (IMAS), que trabajan brindando servicios sociales para la intervención de las personas menores de edad en sus distintos programas sociales. Y que, tengo certeza que esfuerzos se siguen trazando desde la institucionalidad pública para atender a las personas menores de edad, no obstante, el sistema se vuelve insostenible; por debilidades como la burocracia, duplicidad innecesaria de funciones, sobrecarga laboral, falta de talento humano y capacitación, falta de recursos y herramientas tecnológicas; aspectos que deben mejorar en algunas de las instancias mencionadas, incluso priorizarlo en tiempos de pandemia.

¿Por qué la urgencia de revisar las estructuras institucionales? Hay que comprender que mientras la adversidad no se atienda, mayores probabilidades de multiplicarse. Según Academia Americana de Pediatría (2015), existen tres tipos de estrés, pero hay que prestar mayor atención al estrés tóxico: “puede ocurrir cuando un niño vive adversidades fuertes, frecuentes o prolongadas, como abuso físico o emocional, negligencia crónica, enfermedad mental o abuso de sustancias por parte de sus cuidadores, exposición a la violencia o el peso acumulativo de dificultades económicas en la familia, ante la falta de un sostén adecuado por parte de los adultos que lo rodean. Este tipo de activación prolongada de los sistemas de respuesta al estrés puede perturbar el desarrollo de la arquitectura cerebral y otros sistemas de órganos y aumentar el riesgo de enfermedades relacionadas con el estrés y de deterioro cognitivo una vez que la persona ya se ha adentrado bien en la vida adulta”. (P. 3).

A lo mejor si el Estado no escatimara en mejorar la inversión e igualara la distribución de la riqueza, la historia fuera otra. Pero, no podemos obviar las realidades cercanas que nos atañen y menos en tiempos donde abrirnos a la solidaridad es un acto de humanidad imprescindible.

A su vez es desesperanzador, cuando en medio de una pandemia la violencia suscita y hay víctimas menores de edad desarrollándose en un entorno violento, factor de riesgo grave. Al ser experiencias vividas a edades muy tempranas, inclusive desde el período prenatal y durante los primeros años de vida; son tan perjudiciales para el correcto desarrollo cerebral de los niños y niñas. El problema radica, que desde ahí se desprenden consecuencias psicológicas y físicas a largo plazo durante la vida adulta.

En otras palabras, siguiendo la Academia Americana de Pediatría (2015), “Los adultos que han sufrido experiencias infantiles adversas en sus primeros años de vida pueden ver reducidas sus capacidades como padres o tener conductas de inadaptación en la crianza de sus hijos (…) Todo esto puede afectar negativamente a la paternidad y perpetuar una exposición continua a experiencias infantiles adversas a lo largo de las generaciones, mediante la transmisión de cambios epigenéticos en el genoma” (p. 5). Por ello, la urgencia de contar con recursos y estrategias reales, para la atención menos burocrática y más humana.

Ahora bien, ¿Cómo aumenta el riesgo en los niños, niñas y adolescentes que viven factores de riesgo en medio del confinamiento social? Para esta pregunta hay dos escenarios que le permitirán comprender de una forma más clara esta problemática. Imagine usted, andar de paseo por un bosque y encontrarse con una pantera, de inmediato las glándulas suprarrenales iniciaran el proceso para liberar cortisol y las glándulas adrenales secretaran la adrenalina, un mecanismo de hormonas de estrés, que le permitirá huir y buscar un lugar a salvo. Ahora imagine este otro escenario, encontrarse en un lugar encerrado con esa pantera todos los días, que lo ataca y no puedes acudir a pedir ayuda porque en el exterior existe un virus que llegó a cambiarte la dinámica y ahora no puedes ir a espacios seguros, como lo solía ser la escuela, guardería o alguna red de apoyo familiar o comunal.

Y este contexto de la pandemia se vuelve aún más preocupante cuando se encuentran estos escenarios: madres, padres u otro representante legal, que perdió su empleo o tuvo recorte de horas laborales, el abusador pasa más tiempo en casa, las redes de confianza en el entorno familiar inmediato son nulas, existe normalización del maltrato físico y verbal, la carencia económica provoca falta de alimentos, falta de servicios básicos y de recursos tecnológicos. La cual agudiza la incidencia de la violencia doméstica y la convivencia con abusadores en casa; según Poder Judicial (2020), en el primer trimestre del 2020 ingresaron en Juzgados de Violencia Doméstica un total de 14.513 solicitudes, no obstante, aún es pronto señalar estadísticas, pero debido al confinamiento hay mujeres que en este momento no pueden denunciar, en el caso de niñas y niños víctimas de algún tipo de abuso se les limita la capacidad para denunciar; ya que la escuela por ejemplo suele ser un lugar seguro para que los menores revelen algún tipo de abuso.

Por otro lado, se encuentra el acceso limitado o nulo a la educación en esta nueva normalidad, debido a las condiciones socioeconómicas que vive esta población en riesgo, seguir el ritmo de una educación virtual, específicamente aquellos hogares que no cuentan con electricidad, internet, computadora e incluso porque la persona encargada es analfabeta, es imposible. A esto se le suma, la carencia económica que limita adquirir materiales para la educación y que viven en condiciones de vivienda no aptas, ya sea por las condiciones de infraestructura que en muchas ocasiones son inhabitables, no les permite un aprendizaje pleno afectando la concentración y disciplina en el estudio.

Conviene subrayar, que las instituciones que trabajan para las personas menores de edad deben promover mayores estrategias para que servicios esenciales como la salud y servicios sociales, derecho a la educación con acceso a internet, derecho al juego, ocio, recreación, el derecho a no ser objeto de ningún tipo de violencia en el hogar, derecho de ser escuchado, derecho de protección inmediata, deberían ser estrictamente derechos asegurados, sin exclusión alguna.

En definitiva, todas las personas menores de edad deberían tener asegurado una respuesta inmediata para atender sus experiencias adversas, siendo una implicación política mejorar los programas de atención a la infancia y la adolescencia. Asimismo, una responsabilidad de toda la ciudadanía de proteger y denunciar cuando conozcamos que algún niño, niña o adolescente esté viviendo episodios traumáticos.

Para esto, se considera pertinente y necesario fortalecer los mecanismos de coordinación interinstitucional, brindar atención integral a las personas menores de edad y sus familias con modelos de atención que se pueda cumplir, regular la carga laboral de los colaboradores para mejorar los servicios sociales, supervisión cualitativa en los procesos de atención social, innovar con herramientas tecnológicas y disminuir procesos burocráticos.

Es urgente que el Estado brinde herramientas inmediatas para la atención de las personas menores de edad que experimentan un estrés tóxico causado por eventos de alta intensidad, frecuencia y cronicidad; y que mientras el sistema de protección a la niñez se haga más robusto, se reducirán los programas de apoyo y recuperación en un futuro. Necesitamos que los niños y niñas sean atendidos a tiempo.

¡Desmitifiquemos la violencia!

* Trabajadora Social

Referencias

Academia Americana de Pediatría (2015). Las experiencias infantiles adversas y las consecuencias del trauma para toda la vida. Disponible en https://www.aap.org/en-us/Documents/ttb_aces_consequences_spanish.pdf

Código de niñez y adolescencia (2003). Disponible en https://www.acnur.gorg/fileadmin/Documentos/BDL/2014/9503.pdf

Observatorio de violencia de genero contra las mujeres y acceso a la justicia (2020). Violencia doméstica. Disponible en https://observatoriodegenero.poder-judicial.go.cr/soy-especialista-y-busco/estadisticas/violencia-domestica/

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Mujeres en Acción: decisiones del gobierno propician una sociedad más desigual

SURCOS recibió el siguiente comunicado de Mujeres en Acción:

Queridas compañeras del movimiento feminista y de mujeres:

En Mujeres en Acción estamos muy preocupadas por las decisiones que el gobierno está tomando en el contexto de la crisis del COVID 19. Dichas medidas apuntan hacia una sociedad más desigual que la que teníamos, más excluyente para la diversidad de mujeres y otras poblaciones tradicionalmente discriminadas y, más frágil ante futuras emergencias como la que estamos viviendo. Sin embargo, esta crisis y sus lecciones, pueden ser la oportunidad para diseñar y construir una Costa Rica inclusiva, justa y democrática entre todas.

Pensando en la sociedad que sí queremos, hemos redactado un documento para plasmar las preocupaciones y plantear propuestas que aseguren el ejercicio de los derechos humanos básicos, tan urgentes en esta coyuntura.

Queremos invitarlas a leerlo, divulgarlo al interior de sus organizaciones y suscribirlo si así lo consideran. En el enlace que incluimos más abajo podrán leer el documento y firmarlo a título personal, como organizaciones o colectivas. Una vez recogidas las firmas, lo publicaremos y lo presentaremos junto a ustedes, en una sesión virtual de redes sociales.

https://docs.google.com/forms/d/e/1FAIpQLSdEmOscD5MWIrl9wimPVosYjvrIQYjYZ8aYH4rmaKecIKF4yQ/viewform

Mujeres en Acción

De la pandemia a la partenogénesis

Arnoldo Mora Rodríguez

Como si estuviéramos ante una nueva versión del dios Jano, un fantasma de doble rostro recorre el mundo; se trata de un solo fantasma pero con dos rostros: el uno que mira hacia atrás, el otro hacia adelante. Ambos ya son conocidos por la humanidad; el uno nos da una visión del pasado, el otro atisba el futuro; el uno es una pesadilla, el otro un sueño; ambos constituyen una muestra indeleble de lo que es la cultura occidental. La pesadilla fue anunciada por el fantasma como el anuncio de la tragedia que envuelve el trono de Dinamarca, según el célebre drama de Shakespeare; el otro rostro lanza la primera frase del no menos célebre Manifiesto de 1848 en que Carlos Marx y Federico Engels proclaman que un nuevo salvador ha venido al mundo: el proletariado (“los pobres de la tierra” diría hoy la teología de la liberación, en una frase que evoca a José Martí, tanto como al Sermón de la Montaña).

En mi reclusión de estas semanas en mi casa, se han dado cita en mi mente estos dos fantasmas, mientras veo a la humanidad sumida en los dolores de un parto, que anuncia que el terror apocalíptico de las pestes debe convertirse en grito de esperanza ante el advenimiento de una nueva época, tal como, a inicios del segundo milenio lo proclamara el monje calabrese Joaquín de Fiori. La evocación de ese teólogo medieval no es gratuita, ni casual. Hoy vivimos el fin del segundo milenio de la cristiandad y el inicio del tercero; el año 2000 no fue sólo el comienzo del nuevo siglo, el XXI, sino igualmente el inicio de un nuevo milenio, el tercero. Pero, para saber hacia dónde vamos, debemos primero conocer de dónde venimos. En vísperas del primer milenio Julio César crea el modelo de Estado que le permitirá a Occidente dominar el mundo, al convertir la República de Roma en el Imperio Romano; seis años antes del año con que comenzó nuestra era nace, según hay consenso entre los historiadores actuales, el personaje histórico más influyente de la historia hasta el momento actual: el judío Yeoshua de Nazareth, llamado Jesucristo, según la terminología del griego coiné imperante como lengua franca de la Cuenca del Mediterráneo en esa época. En el año mil en la Edad Media cristiana, se vive como cosmovisión la versión milenarista de la teología, según la cual, con la llegada del año mil, retornaría Cristo a juzgar a los pueblos y, con ello, la humanidad tal como la conocemos, habría llegado a su fin, sólo habría el cielo y el infierno, el primero para los justos y el segundo para los perversos; la profecía del Apocalipsis se habría cumplido, por lo que la historia de la humanidad y la humanidad misma no sería nunca más la misma, se acababa un mundo y se daba inicio a otro, radicalmente nuevo, calificado por Fiori como la era del Espíritu Santo, en que la iglesia jerárquica desaparecería y daría inicio la era de la libertad de los hijos de Dios…Pero resultó que Cristo no regresó ni se acabó el mundo; todo lo contrario, el papado, que como centro de poder absoluto se venía paulatina pero inexorablemente confirmando, llenando así el vacío provocado por la decadencia del Imperio creado por Carlo Magno y el nacimiento de lo que se llamará Europa; el papado lanzaría Las Cruzadas, con lo que se iniciaba la conquista del Mediterráneo y la expansión planetaria del Occidente Cristiano como potencia dominante…hasta el presente. Desde entonces Occidente ha emprendido una cruzada que abarca el planeta entero, que se inicia con el “descubrimiento” de todo un Nuevo Mundo más allá de “la Mar Océano”, como llamaban los conquistadores españoles al actual Océano Atlántico; el pequeño pero poderoso militarmente reino de Castilla lograba la proeza histórica de forjar el primer imperio en el cual “no se ponía el sol”. Se requerirán cuatro siglos para que surja otro imperio absolutamente planetario, el británico, que será amo del universo durante todo un siglo: desde la Batalla de Waterloo (1815) hasta la 1ra. Guerra Mundial (1914). El último imperio de Occidente, el Norteamericano, hegemónico después de la 2da.Guerra Mundial (1940) llega, con el nuevo siglo y con el nuevo milenio, a su fin; con ello, como decía el último primer ministro laborista Gordon Brown en la Cumbre de Dabos del 2008:”West is over”.

La actual pandemia, la más planetaria que conoce la historia, ha puesto dramáticamente en evidencia que estamos siendo testigos de la más grande revolución política, social y cultural que pone fin a dos mil años de hegemonía mundial de la Cristiandad Occidental. Pero no por ello la humanidad o la historia se acaban; un nuevo orden mundial se gesta construido por un nuevo sujeto histórico: un ser humano con conciencia o identidad planetaria, dado que los actuales desafíos a los que afronta la especie ya no son regionales sino planetarios; por eso, en cada decisión que tomemos, se pone en juego la sobrevivencia misma de la especie. Nunca como ahora que el homo sapiens ha acumulado la mayor cantidad de poder que especie viviente alguna haya logrado en la evolución, el espectro de la muerte nos acompañará tanto como la euforia provocada por la conciencia de disfrutar de un poder cuasi infinito; viviremos entre la pesadilla y el ensueño. Como lo vislumbró Shakespeare poniendo al fantasma del padre de Hamlet a denunciar la podredumbre oculta tras los oropeles de un trono real, que haría que los tiempos de gloria de la corona danesa se convertirían en una sangrienta pesadilla. Pero también estos tiempos de cambio anuncian el advenimiento de lo que Nietzsche denominó “aurora” de un nuevo día, que se convirtió en el motor que ha movido todas las revueltas de los movimientos populares, cuyo programa de acción fue redactado en 1848 por Marx y Engels; recurriendo a la terminología de Teilhard de Chardin, para ello debemos transitar “de la divergencia a la convergencia”. Hasta el momento actual, la especie ha sobrevivido; ahora debe aprender, so pena de extinción, a convivir; debemos pasar de la sociedad (instinto gregario propio de casi todas las especias de mamíferos) a la comunidad conformada por personas solidarias; lo cual sólo se logra cambiando de escala de valores. La concepción antropológica que identifica ser humano con individuo debe ceder el paso a lo que la doctrina social de la Iglesia, inspirada en la filosofía de Aristóteles, denomina “ser social”. Ante este reto no somos libres, si por tal entendemos el ejercicio de lo que San Agustín denominaba “libre albedrío”.

La humanidad afronta el fantasma del suicidio colectivo en cuatro desafíos. A partir de Agosto de 1945 (Hiroshima y Nagasaki) vivimos bajo la sombra ominosa del hongo nuclear; luego en 1968 el Club de Roma anuncia que la destrucción de las especies vivientes desenmascara el mito de una sociedad del despilfarro, basada en una industrialización llevada a cabo a contrapelo de una ética ecológica; ya en este siglo, un diminuto virus le ha quitado la corona al homo sapiens y se ha convertido en el apocalíptico ángel de la muerte, desenmascarando la destrucción de los más elementales valores humanos perpetrado por el capitalismo salvaje, que se nutre de la nefasta ideología neoliberal. Sólo nos resta acabar con el cuarto ángel exterminador, cual es la dictadura mediática, propulsora de las falsas noticias. Cuatro guerras mundiales: la nuclear, la ecológica, las pandemias y el imperio mediático de la infamia y la mentira. Sólo venciendo esas amenazas de destrucción masiva, que pondrían fin a la especie humana, podremos construir una paz auténtica como espacio de convivencia digna de seres humanos, tal como sería la era mesiánica proclamada por la esperanza escatológica de la teología de la historia de inspiración judeocristiana. Habríamos así pasado del horror de la pesadilla al embeleso del ensueño; de la tragedia de Hamlet a la edad de oro anunciada en el Manifiesto de 1848. De la pandemia a la partenogénesis.

Foto: UCR

Los que éramos entonces teníamos tantos nombres pero no teníamos ninguno

Luis Paulino Vargas Solís (*)

 

En los años setenta y ochenta del pasado siglo éramos playos, culiolos, yigüirrones, platanazos, rabanazos, pájaros, mariquitas, etc. Teníamos tantos nombres, pero ninguno en el cual reconocernos. Habitábamos la nominalidad de lo denigrante, no la de la dignidad. No éramos gais. Esa denominación simplemente no existía. En medio de la profusión de etiquetas insultantes, no sabíamos cómo designarnos a nosotros mismos.

La gente sabía que existíamos, pero no se sabía dónde. Como si viviéramos escondidos en lo más oscuro y maloliente de las alcantarillas. Se nos imaginaba monstruosos, deformes, sucios, viciosos, desenfrenados, enfermos. Pero, claro está, las sospechas siempre existían. Lo de ser rarito, finito, quebradito no pasaba inadvertido. Y con la sospecha venía el ácido disolvente de la maledicencia y el desprecio. Pero a veces la sospecha, de alguna forma imprevisible, se volvía certeza, con lo cual tu asesinato social quedaba confirmado y era irreversible.

Con el sida algo cambió. El monstruo, que era imaginado reptando sigiloso en la oscuridad del submundo, devino una peste de proporciones bíblicas en capacidad de invadir e inundar cada rincón de la sociedad. Porque, en realidad, la peste no era el sida; éramos nosotros, los hombres homosexuales. El sida era culpa nuestra y nosotros, por causa de nuestra maldad intrínseca, éramos los agentes infecciosos que lo diseminaban. Por ello mismo, un hombre homosexual con sida, nunca era un enfermo ni una víctima. Era siempre culpable y victimario.  Bueno, sigue siéndolo hoy día, tan solo con cambios de matiz, pero no de sustancia. Pues, bueno, ese era el mensaje que, por entonces, difundían los medios de comunicación con morbo enfebrecido, que repetían y refrendaban las autoridades políticas, las jerarquías católicas e incluso prestigiosos científicos, cuyos aportes a la “comprensión” del sida, se resolvían más bien como un torrente de prejuicios y odio.

Sabíamos que teníamos muchos nombres, ninguno elegido, todos infames y humillantes. Otros se sumaban a la lista: sidosos, apestados.

Oficialmente se decidió –primera administración Arias Sánchez– que para frenar la epidemia del sida, los apestados debían ser aislados. Y se nos echó la represión policial encima con incrementada furia. No es que fuese algo nuevo; de hecho, el acoso reiterado en sitios públicos o en bares o discos tenía una muy larga historia. Pero ahora el asunto escalaba nuevas alturas. Es una historia contada muchas veces: las redadas, las perreras, la cárcel, la visibilización pública forzada. En fin, el abuso y la violencia sin disimulo ni atenuantes.

Los hombres homosexuales de entonces lo vivíamos como si fuese una especie de tornado que la naturaleza lanzaba sobre nuestras cabezas. Aterrorizados por el sida y por la policía, ni siquiera teníamos conciencia de nuestros propios derechos. La verdad, es que ni siquiera imaginábamos que tuviésemos derechos. Ningún derecho. Frente a la furia de un tornado, cabe tan solo intentar salvarse cada quien como mejor pudiera. No más que eso. Sin identidad en la cual mirarnos y sin conciencia ni siquiera de nuestra propia dignidad humana, carecíamos igualmente de ningún discurso, de ninguna narrativa, que diera siquiera un mínimo sentido a lo que éramos y que clarificase, siquiera un poquito, cuál era nuestro sitio en el mundo. Resultaba entonces esperable que, en consecuencia, no tuviésemos organización alguna. Yo no puedo interpretar esto sino como el producto de años y años, hasta sumar décadas y siglos, de violentísima represión; de negación y silencio en lo más profunda de una caverna en que la debíamos permanecer ocultos y enclaustrados.

Por ello ser hombre homosexual en los años setenta y ochenta del siglo pasado –tiempos de mi adolescencia y mi joven adultez– era esencialmente vivir una vida escindida en identidades fragmentadas, vergonzantes, en fuga permanente las unas respecto de las otras. Era vivir negado a la afectividad, a la posibilidad de construir una familia propia, a la vivencia del amor. Estábamos condenados al sexo clandestino, al placer efímero y culpable. Y al esfuerzo permanente de encubrimiento, de negación. Como un juego de caretas: en cada espacio particular de tu vida, una careta distinta, y con cada nueva careta un manto de silencio que negaba e invisibilizaba las otras facetas, los otros fragmentos de nuestras vidas, las otras caretas. Y la completa desconexión entre sexualidad, afecto, familia y pareja. De hecho, no teníamos novio ni menos pareja. Teníamos algo que llamábamos “gente” (“tengo gente” contábamos; “este es mi gente”, presentábamos). Así, difuso y borroso: “gente”. No novio, mucho menos pareja.

Con el avance de los ochentas y al entrar los noventas, se multiplicaban los casos de sida, y con estos los muertos y crecía el número de quienes eran lanzados a la calle, repudiados por su propia familia. También en los centros de salud y por parte del personal médico y paramédico el trato estigmatizante, las prácticas humillantes, las miradas de sospecha y desprecio. Cada hombre homosexual enfermo era primero aniquilado socialmente, antes de ser aniquilado físicamente por la enfermedad. Pero toda esa dolorosa devastación, tuvo sin embargo una faceta positiva: hizo surgir solidaridades más profundas, tramadas en tejidos más sólidos y perdurables y, con ello, surgieron los primeros esfuerzos organizativos, de carácter humanitario y asistencial, todavía no con conciencia politizada, pero, en fin, ahí se sembró el germen de lo que vendría más adelante. Y en todo ello, no cabe duda, el nombre de Jacobo Schifter debe ser reconocido como el de un pionero insigne. En medio de tanto horror, lo que Jacobo hacía era épico, realmente heroico.

Unos años después, hacia la segunda mitad de los noventa, vino la lucha por los antirretrovirales. La Caja los negaba alegando que no curaban la enfermedad y que resultaban excesivamente caros. Total que los que se morían era, en su gran mayoría, playos. A nadie le importaba ni poquitito. Hubo que llevar el asunto a la Sala Constitucional, lo cual implicaba politizar las cosas y tener que visibilizarse. Y tener que visibilizarse doblemente: como playo y como sidoso, según los términos –igualmente devastadores– que prevalecían por entonces. Ya para entonces habíamos finalmente entendido que sí teníamos derechos que reclamar, y una dignidad que defender. Y, con la misma épica con que Jacobo irrumpió unos años antes, otros compañeros decidieron luchar por sus vidas dando la cara ante la Sala Constitucional. Y lo lograron. Hablábamos entonces del “efecto Lázaro” y circulaban las historias de amigos o conocidos que, al borde mismo de la muerte, habían literalmente resucitado.

Creo que fue por entonces, o sea hacia el decenio de los noventa, que empezamos a reconocernos como gais. El término nos llegó del norte rico, de Estados Unidos en particular, y jugó un papel importantísimo: el reconocimiento de sí mismo  como gay era darse un lugar en el mundo que no fuese el de la denigración y el insulto. Porque, contrario a lo que ciertas tesis excesivamente simplistas pero muy en boga proponen, los seres humanos no podemos existir sin identidad, porque no tener identidad es no tener lugar en el mundo. Las identidades pueden seguramente ser cambiantes, pero que una persona humana pueda existir sin poseer una identidad –seguramente compleja y multifacética– en la cual mirarse a sí misma, es burdo e iluso. Nuestra inescapable condición sociohistórica es inevitablemente identitaria.

Los gais que no éramos, empezamos a serlo. Ya no aquel juego de caretas cada una haciendo su performance en un espacio distinto, y cada espacio escindido de los otros y entre cada uno de estos, murallas irrompibles de silencio. Pasamos, de a pocos, a la fase siguiente: “declararnos” públicamente, un hecho en sí mismo violento y discriminatorio, que se nos impone hacer una y otra vez. Pero, bueno, lo hicimos: empezamos a visibilizarnos, o sea, a autodenominarnos ante otra gente. Primero en espacios más restringidos, más cercanos a la inmediatez de nuestra cotidianidad. Poco a poco a nivel social y político.

Los de entonces, que estamos aquí, sabemos que el recuento de los que quedaron en el camino, los que dijeron adiós a edades prematuras, es muy largo. Somos sobrevivientes de un naufragio, en parte por el sida, pero también por otras causas, incluso innumerables asesinatos. Estamos ahora en el umbral de la tercera edad –algunos ya lo transpusieron– y tenemos claro que eso nos trae nuevos retos, incluso la perspectiva muy cierta de una vejez en soledad.

Pero hoy sabemos, con total certeza, que reconocer y cobrar conciencia de la propia dignidad, es dar un paso adelante que jamás, jamás admite  posibilidad alguna de retroceso.

Los que eramos entonces teniamos tantos nombres pero no teniamos ninguno2

(*) Director Centro de Investigación en Cultura y Desarrollo, CICDE-UNED.

 

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