Manuel Delgado-Cascante
Más que bisiesto y más aún que un año de jubileo, el 2020 estuvo iluminado por un hálito mágico: en solo su mes de junio, los alquimistas del tesoro de Estado Unidos imprimieron más dólares que en los 200 años transcurridos desde la Independencia de la Nación. El país brilló ese junio igual que un país de las Mil y una Noches o de una novela de Rushdie. Imagínense a ese monstruo de mil gargantas tragando papel impreso y esas máquinas llevadas al rojo vivo en alucinante producción que parecía no acabar jamás. Nunca había sido el capitalismo tan eficiente.
Como resultado, el 35% de todos los dólares en existencia habían sido impresos en esa fecha y la masa monetaria se elevó de golpe y porrazo de 4 billones a casi 6,4 billones de dólares.
La pregunta es qué se hicieron esos billetes, porque ni la producción de bienes y servicios ni el bienestar a sus 300 millones de habitantes sufrieron el menor ajuste. Eran, pues, dólares inorgánicos, es decir, no respaldados por la producción o la riqueza.
Los dólares, como cualquier moneda, tienen doble naturaleza: una humana, material, y otra divina. La material es ese pedazo de papel que no debe costar, así producido por millones, mucho más que unos pocos centavos.
La otra naturaleza, la divina, es la que cuidan los ejércitos, y que tiene que ver con su valor como medio de compra. Esta función santísima está determinada por su función en el mercado y debe ser igual, mutatis mutandis, a la suma de bienes y servicios de una sociedad, dividido por la velocidad de rotación del dinero, es decir, la cantidad de veces que el mismo billete hace compras en una unidad de tiempo.
Para elevar la cantidad de dinero en un 35%, una sociedad normal debe elevar la producción del país en esa misma cifra o hace descender el precio del dinero en esa misma proporción para igualarlo al valor representado por esa suma de productos.
Pero resulta que Estados Unidos no es una economía normal. Esos magos pueden producir todos los dólares que les dé la gana, y ni su moneda desciende de precio ni los bienes y servicios suben el suyo. (En la práctica la inflación en EEUU ha sido enorme en los últimos cincuenta años: más del 400%).
¿Cómo es posible este milagro? Pues sencillamente lo que esos magos hacen es pasarle la factura al mundo entero, es decir, hacer que los efectos malignos lo sufran los otros. Eso es lo que se llama imperialismo financiero.
¿Cómo lo hace? En primer lugar, el dólar es la primera moneda de reserva del mundo (un 59% en el 2020, en contraste con el 71% de 1999) y todos los países demandan esa moneda. Además, es el medio de pago mundial ampliamente mayoritario. Con él Estados Unidos paga su gigantesca deuda externa, envía recursos a los demás países a través de los bancos llamados de desarrollo, pagan su comercio exterior. Esos billetes son los que se usan para el pago de los combustibles (petrodólares) y también para el trasiego de la cocaína (narcodólares). Esos son los que tenemos aquí en exceso y hacen que el valor relativo de nuestra moneda se altere.
La supremacía del dólar no fue eterna. Nació de las armas, en 1944 cuando Estados Unidos, amparado en la victoria militar en la Segunda Guerra Mundial, obligó a las naciones a abandonar la libra esterlina y convertir el dólar en moneda mundial. Fue en la conferencia de Bretton Woods. Allí Estados Unidos dispuso, además, que su moneda tendría como respaldo el oro, que se tasó en 35 dólares la onza.
Bretton Woods dio origen a dos instrumentos internacionales, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (BIRF), integrante del Banco Mundial, cuya misión era coadyuvar en la tarea de elevar el dólar a ese pedestal internacional. Hoy, la moneda norteamericana representa el 70% de las reservas mundiales de divisas, el 68% de los acuerdos comerciales internacionales, el 80% de las transacciones de divisas y el 90% de las transacciones bancarias internacionales.
Pero ese reinado impoluto duró solo 27 años. Al dios del Génesis le bastó con decir: “Fiat lux” (Hágase la luz) y la luz fue hecha. Imitándolo, en 1971 el presidente Nixon, de manera totalmente unilateral, es decir, imperial, dijo: “Fiat dólar”, y salieron dólares que no necesitaban oro como respaldo, los llamados “dólares fiat”. Allí la maquinita impresora comenzó su rol mágico de convertir papel en oro, es decir, a emitir moneda sin respaldo aceptada y aceptable en todo el mundo. Con ella Estados Unidos podía pagar sus obligaciones internacionales y ustedes callen y traguen.
El mundo hoy, sin embargo, es muy distinto al de hace 70 años, cuando empezó a ponerse en marcha el Bretton Woods.
En 1950 EEUU generaba el 50% del PIB mundial y el 22% de las exportaciones. Para 1991 había bajado al 40% y el 25%, respectivamente. En el 2000 su PIB era solo el 31% del PIB mundial.
Lo mismo ocurrió con su participación en el comercio mundial, que bajó del 21,7% al 10%. En contraste, Alemania ha subido del 1,4% al 10% y el nuevo gigante, China, subió del 0,8% al 15%.
Con una economía muy dependiente, EEUU es el primer importador mundial, con un 11% y mantiene un balance deficitario con China, la Unión Europea, México y Japón.
Del PIB de 24 billones de dólares, 9,7 billones (el 42,3%), son gasto público, gran parte para sostener su aparato militar (y aun así nos critican a nosotros, que tenemos un gasto público de apenas el 19,35% del PIB).
Según el Fondo Monetario Internacional, para finales del 2022, su déficit se sitúa en el 4% (unos 700.000 millones). Nuestro déficit es de 2,5% del PIB, pero nosotros somos los malos de la película.
La deuda externa de EEUU pasó de 11,1 billones en el 2011 a 24,9 billones en el 2022, que representa el 99,4 % y el 126,4 % del PIB, respectivamente. Y la regla fiscal nos flagela por un déficit de 60%. ¡Cosas de la vida! (Existen ligeras diferencias en los números según las fuentes; estos son de la revista Datosmacro).
El principal acreedor es… ¡China! Y hacia allá van miles de millones sin los cuales se hundiría la economía norteamericana.
Esa es la terrible situación de la economía del País-de-las-Hamburguesas, que condujo a la crisis del 2008 y ha vuelto a ponerse color de hormiga con la reciente crisis de algunos de sus bancos más importantes. ¿Cómo le hacen frente a esto los gobernantes? Con la fórmula mágica del aprendiz de brujo: la maquinita impresora. Esos enormes montos de billetes van a los bancos quebrados, pero generan poca inflación porque se realizan en el extranjero.
Pero esos acreedores han dado un giro en su política. De receptores pasivos de dólares falsos, han pasado a convertirse en actores vivos de la economía y las finanzas internacionales.
Así, se forman nuevas entidades financieras, contrarias a las de Bretton Woods y, sobre todo, sin Estados Unidos, para no decir contra Estados Unidos.
Hay varias, pero la más importante es el BRICS, cuyo nombre proviene de las letras iniciales de los nombres de los países que lo integran. Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica. Otras naciones se le han asociado como invitados.
El BRICS representa la mitad de la población mundial; tiene la cuarta parte del PIB mundial y maneja el 45% de las reservas monetarias del mundo; de ellas (el 20% son de China). Aporta, además, una cuarta parte de la producción del mundo (un 18% es chino), una suma de 5 billones (millones de millones) de dólares de reservas internacionales en divisas y oro, que contrastan con los 716.000 millones de EEUU, una de las reservas más pequeñas del mundo desarrollado, que lo hace un país dependiente de los créditos externos y el mayor deudor del mundo (Datos del Banco Mundial para el 2021).
La idea de esta unión es incrementar el comercio y la ayuda mutua de esas naciones, pero sobre todo abrir formas de comercio e inversión al margen del dólar y sin la participación de los tradicionales bancos de occidente. Es muy posible que en poco tiempo el banco de esta entidad, desde hace unos días presidido por la expresidenta brasileña Dilma Rousseff pueda crear una moneda en metálico o virtual, es decir, una criptomoneda, que permita los intercambios mutuos. Esa moneda, han advertido, sería respaldada por el oro para evitar los excesos del dólar a que hemos hecho referencia.
Si ese programa se hace realidad, las consecuencias para la economía norteamericana será previsiblemente muy negativas. ¿Cómo piensa resolver EEUU este problema? Pues como siempre ha resuelto todos: por la vía de las armas.
Este es el contexto de la nueva guerra fría. Pero esta tiene un contexto particular. En la anterior, el adversario de EEUU, la Unión Soviética, nunca alcanzó límites tan altos en su producción y en su participación del comercio mundial. Estuvo alrededor del 8%. Hoy solo China se coloca en el primer lugar mundial en esta materia, con el 15%, y amenaza con convertirse en la primera potencia económica en pocos años. Así lo apuntan sus acelerados ritmos de crecimiento. Entre el 2005 y el 2021, el PIB de EEUU creció un 97%; el chino, un 718%.
El objetivo estratégico de Estados Unidos es cercar a China y a Rusia dentro de una nueva cortina de hierro y obligar a las demás naciones a volver a su redil. En ese contexto es que se desarrolla la guerra de Ucrania, provocada por la intención norteamericana de encerrar a Rusia con los misiles de la OTAN.
Por eso son tan irresponsables las posturas maximalistas de rechazo a la guerra y las condenas unilaterales a Putin en nombre de una mal concebida paz. La paz verdadera solo puede nacer de la desintegración de la OTAN y de la creación de un nuevo orden económico mundial de trato justo y provechoso para todos, que supere las unilateralidades del Bretton Woods y le permita al Tercer Mundo un respiro a sus viejos males y una posibilidad de verdadero desarrollo independiente.
La pregunta que queda es: Y cuando el BRICS entre en pleno servicio, ¿dónde colocará Estados Unidos sus dólares inorgánicos?