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Los indecisos: El actor silencioso que decide las elecciones 2026 en Costa Rica

Luis Gilberto Martínez Sandoval

MBA Lic. Bach. Luis G Martínez Sandoval
Académico Universitario Titular
Carreras Comercio Exterior, Administración Aduanera
Sede Central UTN www.utn.ac.cr
Especialista en Relaciones Económicas y Políticas Internacionales,
MBA Administrador de Empresas énfasis Mercados Globales y Negocios Internacionales.
Ex Funcionario Banco Mundial IFC – Ecuador- y, América Latina,
Dirigente Sindical, Escritor, Científico Social

William Barrantes Sáenz

William Barrantes Sáenz. Economista.
MBA Universidad del Estado de Kansas USA.
Ex Gerente General y Presidente Ejecutivo del CNP,
Ex Director Administrativo del MAG
Ex Gerente del Ministerio de Transformación del Estado.
Empresario CEO de la empresa WB y Asociados SA.
Asesor, consultor y docente.
Presidente de la (AZEEPC) (AREDE)
Agencias para el desarrollo económico local de la Región Pacifico

I

En cada proceso electoral costarricense hay un protagonista, en los ultimos tres periodos, que no aparece en papeletas ni encabeza mitines, pero que termina definiendo el rumbo del país: los indecisos. Se trata de un sector amplio de ciudadanía que, aun teniendo derecho al voto, no ha definido su preferencia politica, no quiere ser identificado, o no se siente representado por ninguna opción partidaria. Lejos de ser apáticos, los indecisos son, en muchos casos, votantes críticos, informados y exigentes.

II

Es un porcentaje que inclina la balanza. Diversos estudios y encuestas han mostrado que en Costa Rica los indecisos pueden representar: entre 30% y un 45% del electorado antes de que inicie formalmente la campaña. Entre un 20% y un 30% en las semanas previas a la elección. Un grupo no menor que define su voto el mismo día. Este comportamiento explica por qué el país ha experimentado: alta fragmentación del voto, repetidas segundas rondas presidenciales, cambios drásticos entre encuestas y resultados finales.

III

¿Quiénes son los indecisos? No responden a un solo perfil. Incluyen jóvenes, personas adultas y adultos mayores; trabajadores del sector público y privado; habitantes urbanos y rurales. Sin embargo, comparten algunas percepciones comunes: desconfianza hacia los partidos tradicionales, cansancio ante promesas incumplidas y escándalos de corrupción, preferencia por evaluar personas y propuestas, no colores políticos, rechazo a los discursos extremos y confrontativos. Para este sector, la credibilidad pesa más que la retórica.

IV

El rol de los indecisos en la última semana antes de las elecciones ha sido, de facto, una de las variables estructurales más importantes para explicar por qué en Costa Rica se ha tendido a segunda ronda en las últimas tres elecciones presidenciales. La gran proporción de votantes que decide su voto tardíamente (o no lo hace visible), introduce volatilidad en las encuestas finales, hace impredecibles los resultados de primera vuelta y hace que el umbral del 40 % sea difícil de alcanzar sin un movimiento masivo y tardío de apoyo electoral, lo cual pone a algunos candidatos a perder el sueño en esos últimos días de la elección.

V

Los indecisos, son un desafío para la democracia y representan un reto para los partidos políticos, pero también una oportunidad. Obligan a mejorar el debate, a presentar propuestas claras y a reconectar con una ciudadanía que exige resultados y coherencia.

VI

En una democracia madura como la costarricense -75 años -, los indecisos no son un problema, sino una señal de que la ciudadanía piensa, cuestiona y decide con cautela. Ignorarlos es perder una elección; escucharlos, puede ser la clave para entender al país y ganar la elección. Veremos los resultados este primer domingo de febrero de 2026.

Cuando proteger se convierte en censurar: el riesgo de silenciar la voz de una niña en nombre del interés superior

Por Virginia Murillo Herrera
Presidenta ejecutiva
Defensa de Niñas y Niños Internacional – Costa Rica

El principio del interés superior de la persona menor de edad ha sido una conquista histórica. Es quizás uno de los principios más complejos en su aplicación porque puede pecarse al actuar en su nombre, desde una mirada adultista y adultocéntrica. Costa Rica ha acogido este principio al ratificar la Convención sobre los Derechos del Niño, lo que ha permitido avanzar hacia un enfoque de derechos, superar la vieja doctrina de la “situación irregular”.

La nueva doctrina de Protección Integral viene a reconocer a niñas, niños y adolescentes como sujetos plenos, con voz, criterio y capacidad de participar como actor social y político al tener el derecho de opinar sobre los asuntos que les interesen y les afecten. Ellos y ellas son reconocidos como personas con derechos, con capacidad de opinar, participar, ser parte y sentirse parte dentro de su familia, su comunidad y la sociedad en general.

Por eso preocupa profundamente que, en pleno siglo XXI, una institución rectora como el Patronato Nacional de la Infancia (PANI) recurra a ese mismo principio para justificar una acción que, lejos de proteger, censura, expone y vulnera a la niña que dice defender.

La apertura de una investigación porque la hija de un candidato presidencial expresó públicamente su opinión sobre la situación del país y del gobierno actual no solo es desproporcionada: es un retroceso conceptual y ético. Es volver a una visión paternalista donde la niñez debe ser callada “por su propio bien”, como si opinar fuera un riesgo y no un derecho.

La libertad de expresión es un derecho de las niñas, niños y adolescentes

La Convención sobre los Derechos del Niño es clara: niñas, niños y adolescentes tienen derecho a expresar libremente su opinión, a ser escuchados y participar en los asuntos que les afectan. La política pública, la situación del país, el clima social, político y económico, la educación, el acceso a servicios básicos, las violencias, la seguridad y el bienestar colectivo les afectan directamente.

No hay nada más legítimo que una niña que, acompañada por su familia, expresa lo que piensa sobre el país en el que vive.

¿Acaso no vemos todos los días a niñas y niños leyendo discursos escritos por personas adultas en actos cívicos?
¿No se les entrevista en el primer día de clases, en festividades, en actividades deportivas o culturales?
¿No se les invita a opinar cuando sus palabras resultan “tiernas”, “decorativas” o políticamente inocuas?

Sin embargo, cada vez es más frecuente ver cómo personas menores de edad organizadas hablan, proponen y hacen incidencia para que las personas tomadoras de decisión les escuchen y les tomen en cuenta con seriedad. ¿Por qué entonces se cuestiona su derecho a opinar solo cuando lo que dicen incomoda?

Aprender mirando no significa repetir sin conciencia

Es cierto que niñas, niños y adolescentes aprenden observando, escuchando y repitiendo. Así funciona el desarrollo humano. Pero aprender por observación no significa ausencia de criterio. No significa falta de conciencia. No significa incapacidad para comprender lo que viven.

La evidencia internacional muestra que, desde edades tempranas, niñas y niños desarrollan pensamiento crítico, capacidad de análisis y comprensión de su entorno. Pueden identificar injusticias, expresar desacuerdos, formular preguntas y construir opiniones propias.

Reducir su voz a un simple eco de las personas adultas es desconocer su autonomía progresiva y su capacidad de comprender el mundo que habitan.

Por otro lado, no menos importante, es necesario señalar que el acompañamiento familiar no es un delito. En este caso, la niña se expresó con el consentimiento y acompañamiento de su familia, como ocurre en miles de situaciones cotidianas.

No se cuestiona cuando una madre o un padre autoriza que su hija participe en un concurso, en una entrevista escolar o en un acto público. ¿Por qué habría de cuestionarse cuando la opinión de la niña se refiere a la realidad nacional?

La intervención del PANI no solo desconoce el rol protector de la familia, sino que envía un mensaje peligroso: que la niñez debe callar cuando su opinión toca temas “sensibles”. Ese mensaje contradice décadas de avances en participación de niñas, niños y adolescentes y en el ejercicio de la ciudadanía.

El adultocentrismo disfrazado de protección

La actuación del PANI revela un patrón conocido: el temor de la persona adulta ante la opinión de las personas menores de edad. Cuando una niña expresa un pensamiento crítico, informado y propio, la reacción institucional no debería ser silenciarla, sino reconocerla, apoyarla y potenciar espacios para ser escuchada y tomada en cuenta.

La protección no puede convertirse en un mecanismo para controlar la voz de niñas, niños y adolescentes, ni mucho menos para intervenir en un contexto electoral.

El argumento de que se actúa “en aras del interés superior” pierde legitimidad cuando la propia institución sobreexpone a la niña, la coloca en el centro de un debate nacional y la convierte en objeto de escrutinio público. Lo que pudo haber sido una opinión más en el espacio democrático se transformó, por decisión institucional, en un escándalo mediático que la niña no provocó.

Un país con poca educación político-partidista no puede darse el lujo de censurar

Costa Rica tiene una larga tradición democrática, pero una escasa cultura político-partidista desde edades tempranas. No existe un espacio sistemático donde niñas, niños y adolescentes aprendan sobre ideologías, diferencias programáticas, historia política o participación ciudadana.

En un país donde no se enseña a pensar políticamente, sino a evitar el tema, la censura institucional no solo es injustificada: es contraproducente.

El desafío es educativo: formar pensamiento crítico, autonomía de criterio y capacidad de discernimiento, no impedir que las niñas, niños y adolescentes opinen. La democracia se fortalece cuando se enseña a participar, no cuando se castiga la participación. Por eso, “participando se aprende a participar”, “Participando se ejerce la democracia” y “Participando se ejerce la ciudadanía”.

El riesgo de volver a la “situación irregular”

La doctrina de la situación irregular consideraba a niñas, niños y adolescentes como objeto de tutela, incapaces de opinar, decidir o participar. Costa Rica superó esa visión hace más de treinta años.

Sin embargo, acciones como esta recuerdan que el retroceso siempre es posible si no se vigila el uso —y abuso— del principio del interés superior. Este no puede ser un comodín para justificar decisiones arbitrarias ni un instrumento para limitar derechos. Su función es orientar políticas que amplíen libertades, no que las restrinjan.

La verdadera protección es garantizar la voz, no silenciarla

La pregunta que deberíamos hacernos no es si una niña, un niño o una persona adolescente puede opinar sobre el país. La pregunta es: ¿cómo se siente esa niña cuando la institución encargada de protegerla la expone públicamente, la investiga y la convierte en objeto de debate nacional?

La protección auténtica escucha, acompaña, respeta y reconoce. No censura. No castiga. No instrumentaliza.

La ciudadanía de niñas, niños y adolescentes existe, nos guste o no su opinión

En DNI Costa Rica hemos insistido en que la ciudadanía no empieza a los 18 años. Ni es solamente cuando se ejerce el voto a esa edad.

Niñas, niños y adolescentes ejercen ciudadanía todos los días: opinan, participan, cuestionan, proponen. No votan, pero viven las consecuencias de las decisiones políticas. Por eso su voz es legítima y necesaria. La democracia se fortalece cuando más personas participan, no cuando se les silencia. Y la niñez no es la excepción.

Hacia una estrategia nacional de participación infantil y adolescente

Desde DNI Costa Rica hemos insistido durante años en la necesidad de una estrategia nacional de participación de niñas, niños y adolescentes, especialmente en lo relativo a su presencia en espacios públicos. No basta con reconocer su derecho a opinar: hay que crear las condiciones para que esa participación sea segura, respetuosa, formativa y efectiva.

Hemos impulsado espacios de diálogo con amplia participación de niñas, niños y adolescentes. Recientemente realizamos una consulta que recoge cómo viven la participación y cómo desean que se promueva. Sus aportes son claros, profundos y orientadores¹.

Deseamos presentar al Consejo Nacional de Niñez y Adolescencia los resultados y la propuesta construida con la voz de las propias personas menores de edad. Costa Rica necesita una política pública que no tema a la opinión de las personas menores de edad, sino que la reconozca como un pilar democrático y como aliadas y aliados estratégicos, como ciudadanos y ciudadanas que son.

La voz de una niña no amenaza la democracia. Lo que la amenaza es que las instituciones encargadas de protegerla decidan callarla.

“Las niñas y los niños no son el problema, están en problemas”

Como país estamos en peligro. Cuando la democracia se debilita, cuando la libertad de expresión se restringe y cuando la garantía de los derechos humanos se retrocede y debilita, no solo peligra la institucionalidad: peligra la vida cotidiana de quienes más dependen de ella.

Es igualmente cierto afirmar que “las niñas y los niños no son el problema, están en problemas”. La situación actual de muchas niñas, niños y adolescentes en Costa Rica dista de ser la deseada. No son una minoría: representan más del 30 % de la población nacional, y una parte significativa vive en condiciones precarias, en riesgo y en vulneración de derechos.

El quehacer de la institucionalidad pública no es censurar ni castigar, sino garantizar derechos sin discriminación y crear oportunidades reales. Es invertir de manera correcta y suficiente para hacer realidad los derechos humanos y permitir que se ejerzan y gocen plenamente sin discriminación alguna.

Por todo lo anterior, hacemos un llamado a concentrarnos en lo esencial: el desarrollo integral de las personas menores de edad y el fortalecimiento de una institucionalidad que garantice condiciones dignas para ellas y sus familias. Esa es la verdadera protección y ese debe ser el norte ético de toda democracia que aspire a llamarse justa.

Defensa de Niñas y Niños – Internacional, DNI Costa Rica es una organización con 31 años de trabajo sistemático, independiente, apartidista y aconfesional, dedicada a la defensa de los derechos humanos de niñas, niños y adolescentes.

Noche de paz… bienvenida la veda electoral

Vilma Leandro Zúñiga

Ha sido un año difícil, con pocas alegrías comunes, ni siquiera al Mundial clasificamos, con el agravante del papelón en la eliminatoria. Así que no ha sido un tiempo satisfactorio para nuestro país.

El hecho de que este sea un periodo preelectoral, en momentos de tanta crispación, es otro factor que aumenta la pesadez. No vale la pena hacer la lista de aspectos que nos afectan el ánimo, pues sería interminable.

Sin embargo, hay un factor que quiero destacar: los ánimos exaltados de diversos actores políticos. Los permanentes señalamientos, algunos de ellos incluso cruzan el nivel del respeto básico, han sido el “mantra” de cada día y nos han aturdido en un nivel que ya está generando un gran cansancio y desgaste mental y emocional entre una buena parte de la población.

Dimensión emocional de la política

Señalo esto porque trabajo en el ámbito de la salud mental y me preocupan profundamente los efectos que esta forma de hacer política en el país pueda tener en el estado de ánimo de las personas y, por lo tanto, en la vida familiar, comunitaria y nacional.

El síntoma más evidente es que los conflictos están a flor de piel, además de que los actos de violencia, casi de cualquier tipo, son cada vez más frecuentes, graves y crueles.

Partamos del principio de que la política hace la diferencia en la vida de la gente. Eso ha sido siempre así y en todos los países. Por ejemplo, en Finlandia la educación desde el preescolar hasta la secundaria es mayoritariamente pública, gratuita y financiada por el Estado. De sobra es conocido ese país por sus altos niveles de educación.

O, en el caso negativo, Perú tiene leyes que promueven la impunidad de crímenes de lesa humanidad cometidos por militares y terroristas durante sus conflictos armados internos, creando en ese país una continua crisis política. La política, en cuanto tiene que ver con toma de decisiones sobre la vida pública, nos afecta a todas las personas, nos involucremos o no en ella.

Salud mental como fenómeno social y político

La salud mental de una población no solo tiene que ver con ir a terapia, con tomar medicamentos o con hacer ejercicio. El asunto es más amplio y, si se quiere, más complicado que eso.

Diversos organismos internacionales, así como estudios científicos, revelan que existe lo que se llama “determinantes sociales de la salud mental”, entre los que están: la pobreza y la desigualdad social, el acceso a servicios de salud, los estilos de vida, el acceso a vivienda digna, la estabilidad laboral y lo que se conoce como “factores psicosociales”, que se relacionan con el tipo de relaciones interpersonales que se den en el contexto, los niveles de apoyo y cohesión social, entre otros.

Es decir, está comprobado que la salud mental de las personas no depende solo de los esfuerzos individuales de cada quien para mantenerse a flote a nivel mental y emocional, sino que existen aspectos más amplios y relacionados con las políticas públicas que se generen (o no) y que cumplen un papel decisivo.

El riesgo del odio como lógica política

Vuelvo al año difícil del inicio. Parece que no nos está yendo muy bien en cuanto a esos determinantes, especialmente, en lo que tiene que ver con el apoyo y la cohesión social.

Da la impresión de que hemos optado como sociedad por la política del odio y de la venganza (¿revanchismo político quizá?), porque, aunque nos parezca difícil de creer, el odio puede ser un proyecto político. A lo largo de la historia hemos visto como se han sostenido por muchos años regímenes políticos a punta de odio. El nazismo es un ejemplo emblemático.

El problema del odio como proyecto político es que no solo es un afecto o una emoción a nivel individual, sino que se generaliza y se convierte en un sentimiento social que termina, más tarde o más temprano, destruyendo todo el tejido social, a todo un país.

El odio es una especie de aire nocivo que impregna toda la vida social, donde todos perdemos, porque el “otro” ya no es visto como un adversario político que está en igualdad de condiciones, sino como un enemigo al que hay que destruir y eliminar.

Ese el principio del fin de la paz social, uno de nuestros sellos más preciados.

Apostar por la reconciliación para salvar el futuro

La Organización Mundial de la Salud sostiene que la fragmentación social debilita los lazos comunitarios y aísla a las personas. El clima cambiante y agitado de la polarización social produce estrés emocional y termina afectando hasta la vida económica de las sociedades.

Se sabe que es más difícil la paz que la guerra, la armonía que la bronca, pero es urgente que cambiemos el proyecto de venganza por el proyecto del futuro.

Necesitamos ofrecerle a nuestra niñez y juventud opciones potables no solo para su futuro, sino para su presente. Necesitamos recuperar nuestra calma, nuestra seguridad básica, nuestro equilibrio interno, capearnos las oleadas de “echar carbón” que intentan meternos, pues se sabe que cuando las personas están alteradas, pierden su capacidad de razonamiento, actuando de forma impulsiva. Nada positivo sale de eso.

“No hay pueblos condenados”, eso dice Diana Uribe, una destacada filósofa colombiana estudiosa de la historia de la humanidad. Apostemos, entonces, por la reconciliación, por la reparación del daño y por la esperanza. Vamos a necesitar muchas agallas, diálogo, humildad y compasión para eso.

Tal vez un buen inicio para atemperarnos sea respetar la veda electoral que inició el 16 de diciembre, según el Código Electoral, de manera que podamos tener una verdadera noche de paz y dejar el odio… porque llegó Navidad y porque el tiempo sigue y nos toca compartir un país al que la mayoría amamos y deseamos verlo prosperar.

Imagen: https://sociograma.net/cohesion/

El “paciente” está enfermo por el tratamiento

Juan Carlos Cruz, para SURCOS

En un texto reciente publicado en su perfil de Facebook, Carlos Francisco Echeverría analiza la elección y el ejercicio del poder de Rodrigo Chaves como expresión de un malestar social previo y profundo. Aunque Chaves ganó la presidencia con relativa facilidad, su victoria se apoyó más en el rechazo a un adversario desgastado que en propuestas propias. Ya en el gobierno, ha mantenido altos niveles de aprobación no por logros concretos, sino por convertir la presidencia en plataforma de una retórica de desprecio hacia la historia, las instituciones y la democracia costarricense.

Esa retórica conecta con una parte significativa de la sociedad frustrada por la creciente desigualdad y el deterioro de los servicios públicos. Según Echeverría, el “desprecio” funciona como válvula de escape para quienes se sienten abandonados por un sistema injusto. Costa Rica, sin embargo, ya era un “paciente” debilitado: el discurso presidencial no cura la enfermedad, sino que agrava el malestar y lo convierte en capital político, deteriorando el diálogo social.

El autor recurre a la metáfora de una enfermedad autoinmune para describir una sociedad que, obsesionada con sus errores y carencias, termina atacando también sus propios logros, virtudes e instituciones. Las próximas elecciones serán, en este sentido, una prueba de la salud cívica del país: podrían confirmar el avance de un clima autoritario y cínico, aunque también existe el antecedente de 2018, cuando el electorado reaccionó frente a una amenaza percibida a la convivencia democrática.

Echeverría subraya la urgencia de revisar a fondo el sistema que generó concentración de ingresos y deterioro de los servicios públicos. Sin correcciones estructurales serias, advierte, el país corre el riesgo de entrar en una fase terminal de demagogia y populismo autoritario, aunque todavía existe una ventana de oportunidad para evitarlo. Su tesis de fondo es clara: el chavismo es síntoma y acelerador de una crisis estructural, no su causa originaria. El verdadero dilema es si Costa Rica logrará corregir esa crisis antes de que el proceso autodestructivo se consolide.

Echeverría deja servida la mesa para una respuesta que no se quede en la superficie moral del “paciente enfermo”, sino que vaya al hueso estructural del problema. Lo que él describe como “sistema ineficiente e injusto” no es un accidente ni una desviación reciente: es el resultado de un viraje histórico profundo que Costa Rica emprendió desde finales de los años 80 y que hoy muestra sus consecuencias más crudas.

La invitación a “revisar a fondo el sistema que nos llevó hasta aquí” es indispensable, pero exige nombrar con claridad cuál fue ese sistema y cómo se instaló. Costa Rica no llegó a la actual concentración de la riqueza ni al deterioro de su Estado social por fatalidad ni por errores aislados: llegó por un proceso histórico de desmantelamiento progresivo del pacto social que había sostenido la movilidad social, la clase media amplia y las instituciones públicas fuertes.

Durante buena parte del siglo XX, el país combinó tres pilares que explicaban su excepcionalidad regional: un Estado social robusto, una estructura tributaria relativamente progresiva y un modelo de desarrollo orientado a la inclusión. Ese equilibrio comenzó a romperse con la crisis de la deuda en los años 80. Bajo presión de organismos financieros internacionales y élites económicas locales, Costa Rica adoptó un modelo neoliberal de apertura, desregulación y privatización parcial que tuvo tres efectos decisivos.

Primero, se debilitó la capacidad redistributiva del Estado. La estructura tributaria se volvió más regresiva: aumentó el peso de los impuestos indirectos, se multiplicaron exoneraciones a grandes capitales y zonas francas, y se redujo la carga sobre las rentas altas y el patrimonio. El resultado fue una transferencia silenciosa de riqueza hacia arriba.

Segundo, se fragmentó el mercado laboral. El empleo público dejó de ser motor de movilidad y el empleo privado se precarizó. La economía se dualizó: un sector moderno, exportador y altamente productivo, pero con poco encadenamiento, y un sector interno estancado, informal y mal remunerado. La desigualdad dejó de ser solo de ingresos: se volvió desigualdad de oportunidades, estabilidad y dignidad.

Tercero, se consolidó un modelo de crecimiento que no derrama. La inversión extranjera directa generó islas de prosperidad, pero no un desarrollo nacional integrado. El país creció, sí, pero creció para pocos. La clase media dejó de expandirse y comenzó a erosionarse. En síntesis, Costa Rica pasó de un modelo de movilidad social a uno de acumulación concentrada, donde el crecimiento económico dejó de traducirse en bienestar colectivo.

El deterioro de las instituciones del Estado social tampoco es producto de la incompetencia reciente, sino de un proceso de asfixia fiscal, política y simbólica que lleva décadas.

La asfixia fiscal ha sido deliberada: mientras se exigía al Estado hacer más, se le quitaban los recursos para hacerlo. La regla fiscal, las exoneraciones, la evasión y la elusión estructural han dejado a instituciones como la CCSS, el MEP o el IAFA sin capacidad de inversión, innovación o expansión. Un Estado sin recursos es un Estado condenado a fallar.

La privatización por desgaste siguió un patrón conocido: se deteriora el servicio público, la ciudadanía se frustra, se abre espacio para el discurso de “lo público no sirve” y así se legitima la privatización o la tercerización. Es un círculo vicioso que erosiona la legitimidad del Estado social.

A esto se suma la captura política y tecnocrática: las élites económicas lograron imponer una visión de país donde el Estado es visto como obstáculo y no como garante de derechos. Esa narrativa permeó medios, partidos y tecnocracias, produciendo un Estado administrado para no incomodar al poder económico.

Finalmente, el desgaste simbólico del pacto social ha sido profundo. La prédica presidencial actual —que desprecia instituciones, historia y democracia— no surge en el vacío. Es la fase aguda de un proceso largo de deslegitimación cultural del Estado social, que lo presenta como ineficiente, corrupto o anacrónico, mientras oculta los intereses que se benefician de su debilitamiento.

La conclusión es inevitable: el “paciente” no está enfermo por accidente, sino por tratamiento. Si Costa Rica parece hoy un paciente debilitado, es porque durante décadas se le aplicó un tratamiento que debilitó su sistema inmunológico (el Estado social), concentró la riqueza en pocas manos, precarizó a la mayoría y abrió la puerta a discursos autoritarios que se alimentan del malestar social.

Revisar el sistema implica revertir ese rumbo, no maquillarlo. Implica recuperar la capacidad redistributiva del Estado, reconstruir servicios públicos universales, democratizar la economía y devolverle a la ciudadanía la certeza de que el país puede ser nuevamente un espacio de movilidad, dignidad y esperanza.

Todavía estamos a tiempo. Pero solo si dejamos de tratar los síntomas y enfrentamos la enfermedad estructural.

Elecciones 2026: Las propuestas económicas también hablan de la vida cotidiana

Carlos Hernández Porras
Economía social y solidaria
carloscokomal.p@gmail.com

Cuando escucho las propuestas económicas de los partidos políticos, no puedo evitar pensar que no se trata solo de números, planes o discursos técnicos. Detrás de cada propuesta hay una forma concreta de ver la vida, el trabajo y a las personas. La economía, aunque a veces se presente como algo lejano, se vive todos los días: en el empleo que se consigue o no, en el salario que alcanza o no alcanza, en la seguridad de llegar a fin de mes.

Muchas de las propuestas actuales insisten en lo mismo de siempre: competitividad, atracción de inversión, infraestructura y seguridad como motores del desarrollo. Ese enfoque no es nuevo. Responde a un modelo que apuesta a que, si el país resulta atractivo para el capital, los beneficios eventualmente llegarán a todos. Sin embargo, desde la experiencia cotidiana, esa promesa no siempre se cumple.

He visto cómo la llamada competitividad beneficia sobre todo a ciertos sectores, mientras amplios territorios y comunidades siguen enfrentando precariedad, empleo informal y falta de oportunidades. Se habla mucho de crecimiento, pero poco de cómo se reparte ese crecimiento y de quiénes quedan fuera del camino.

Otro tema recurrente es la formalización laboral. Se plantea facilitar las condiciones para que las empresas se pongan al día, eliminando sanciones o flexibilizando requisitos. Aunque esto puede parecer razonable, deja intactas las causas profundas del problema: salarios insuficientes, inestabilidad laboral y un modelo económico que concentra la riqueza en pocas manos. Formalizar, sin cambiar esas condiciones, no mejora realmente la vida de las personas.

Algo similar ocurre con las pequeñas y medianas empresas. Se les ofrece acompañamiento para sobrevivir los primeros años, pero desde una lógica individual, como si cada quien tuviera que arreglárselas solo. En la práctica, muchas personas emprenden no por oportunidad, sino por necesidad, y enfrentan el mercado sin redes de apoyo reales ni solidaridad económica.

Desde mi vivencia, hace falta mirar la economía desde otro lugar. La economía solidaria propone algo distinto: cooperación en lugar de competencia extrema, redes comunitarias en lugar de aislamiento, y acuerdos sociales que pongan en el centro la dignidad del trabajo, el cuidado del ambiente y el bienestar colectivo. No es una idea abstracta; es algo que ya sucede en comunidades, cooperativas y organizaciones que resisten día a día.

Las propuestas económicas no son solo planes de gobierno. Son señales claras del tipo de país que se quiere construir. Por eso es importante preguntarnos si queremos seguir apostando por un modelo que deja a muchos atrás, o si estamos dispuestos a imaginar y construir una economía más humana, más justa y más cercana a la vida real de las personas.

De Infancia, colores y democracia

Glenm Gómez Álvarez
Sacerdote y periodista

Hubo un tiempo en Costa Rica en que, durante las elecciones, los niños nos sumábamos de lleno en el trajín electoral. Sabíamos que no íbamos a votar, pero participábamos con el mismo entusiasmo: algunos madrugábamos para ayudar como guías de mesa en la organización, otros andábamos con la respectiva camiseta bien puesta y la bandera al hombro. En aquel entonces, esos colores no activaban alertas ni ameritaban expediente alguno: eran juego, fiesta y —para sorpresa del presente— también identidad.

Las elecciones se vivían en la calle y en la casa. Íbamos con nuestros papás a los actos políticos, dábamos vueltas por el barrio luciendo el color y celebrábamos cuando en la esquina nos pitaba el carro si era del mismo bando. Aquello no era propaganda agresiva, sino un saludo: una seña rápida de pertenencia en una democracia que todavía se permitía disfrutarse. Y, por supuesto, no faltaba el amiguito “pancista” —así bautizábamos a la veleta del barrio—, el que siempre encontraba la camiseta correcta para cada momento. También eso se aprendía: que no todos jugaban con el mismo color hasta el final

En la familia se discutía. Cada quien defendía su color con entusiasmo, sin manuales de convivencia ni protocolos de protección. Nadie pensaba que esas peleas de sobremesa pudieran vulnerar derechos fundamentales. Ahí íbamos entendiendo, a punta de palabras y risas, que la democracia no es pensar igual, sino aprender a vivir con el desacuerdo.

Hoy, en cambio, la política se volvió sospechosa. El Patronato Nacional de la Infancia (PANI) abrió una investigación por la participación espontánea de la hija del candidato Álvaro Ramos en un acto público, acompañada por su papá y su mamá. Una chiquilla que habló con naturalidad pasó, de un momento a otro, a ser tratada como posible caso de riesgo institucional. No por abandono, no por violencia, sino por haber estado cerca de la política.

Conviene entonces ordenar el nuevo mapa mental. Si la política es peligrosa para los niños, habrá que revisar nuestras viejas costumbres democráticas: borrar las votaciones infantiles que se promueven como ejercicios cívicos, suspender las elecciones estudiantiles en escuelas y colegios, guardar las camisetas de colores, esconder banderas y papeletas de juguete. No vaya a ser que los chiquillos, sin saberlo, estén siendo inducidos en esa práctica dudosa llamada ciudadanía.

La democracia costarricense, al parecer, ya no se aprende en la esquina ni en la casa, sino en la distancia prudente y el silencio preventivo. Y así, bien protegidos de toda influencia, tal vez, algún día, los niños despierten a los 18 años con una vocación democrática pura, intacta y libre de toda contaminación. Mientras tanto, este país empieza a confundir cuidado con miedo y derechos con silencio.

Y cuando por fin los niños crezcan, quizá descubran que no se les privó de la política para protegerlos, sino de la democracia para administrarla mejor.

Encendamos alertas. ¡Qué no nos tomen desprevenidos!

Marielos Aguilar Hernández

A los costarricenses que dichosamente, no vivimos los oscuros días de la guerra civil de marzo y abril de 1948, nos puede resultar inconcebible que, en plena campaña electoral, la candidata del oficialismo Laura Fernández se atreva a anunciar la posibilidad de suspender las garantías individuales, con sus consecuentes medidas de represión contra la ciudadanía dada, según ella, la agudización del crimen organizado por el narcotráfico en nuestro país.

Pero no es tan difícil atar los cabos que explican semejante anuncio, el cual conlleva una amenaza mayor para las tradiciones de paz costarricense.

Ahora resulta claro que la estrecha amistad del presidente Rodrigo Chaves con su colega salvadoreño, el presidente Nayib Bukele, de claras tendencias fascistoides, y la firma de un reciente acuerdo en materia de seguridad nacional entre ambos, ha sido el antecedente inmediato que le está permitiendo a la candidata Laura Fernández fomentar, de manera descarnada, los peligros que hoy amenazan nuestra paz social. Ese acercamiento Chaves-Bukele ya le había encendido algunas alertas a la ciudadanía costarricense. Hoy, han comenzado a concretarse con el anuncio de una eventual suspensión de las garantías individuales en nuestro país.

Semejante anuncio se hace en un contexto de agudización de los conflictos entre el Poder Ejecutivo, por una parte, y los poderes Legislativo y Judicial, por la otra. Sumado a ello, aparecen las serias contradicciones que hoy enfrentan también al Tribunal Supremo de Elecciones con el presidente Rodrigo Chaves.

Lamentablemente, las fichas del actual tablero político nacional parecen acomodarse en el mismo sentido de la estrategia presidencial. Inicialmente, observamos una mano muy suave, por parte de este gobierno, con el crimen organizado por los barones del narcotráfico. Como consecuencia, se ha producido una expansión de las bandas del sicariato y de la venta de cocaína y otras sustancias, como nunca antes en la historia de nuestro país. De esta forma, las condiciones están dadas para anunciar el siguiente paso de la próxima presidencia: un incremento de las medidas represivas con el crimen organizado pero que, es de suponer, también conlleva una intencionalidad política, en el caso de que el oficialismo no logre concretar sus aspiraciones de triunfo en las elecciones próximas. Veámonos también en el espejo hondureño y en la directa intervención estadounidense en su reciente proceso electoral, el cual no termina de aclararse.

Todo esto se da en un momento internacional muy complejo. Haciendo nuestras las palabras de los líderes estudiantiles argentinos que sacaron adelante la gloriosa Reforma Universitaria de Córdoba en 1918, nos atrevemos a parafrasearlos: “Vivimos hoy una hora americana”.

Al comenzar a cerrarse la etapa de la mundialización, originada en la pasada década del ochenta, con la implosión del proyecto revolucionario de la antigua URSS, pareciera que se está fomentando un retorno, por parte de Estados Unidos, a la vieja Doctrina Monroe. La descarada intervención del presidente Donald Trump en el reciente proceso electoral en nuestra vecina Honduras, las amenazas de invasión militar en Venezuela y las confrontaciones con el gobierno colombiano de Gustavo Petro, son algunos de los ejemplos que nos hacen ver cómo los reflectores del poder imperial estadounidense vuelven a dirigirse, agresivamente, hacia nuestros países latinoamericanos.

Y Costa Rica no está exenta de semejantes amenazas. El interés del gobierno norteamericano de olfatear los movimientos legislativos que giran en torno a la posibilidad de quitarle la inmunidad al presidente Chaves, para que dé cuenta de su reiterada beligerancia política en el actual contexto electoral, no debe pasar desapercibido, todo lo contrario.

Hacemos un llamado a la conciencia ciudadana para estar atentos y atentas ante los eventos de la actual coyuntura nacional. ¡Qué no nos encuentren desprevenidos! La paz social es lo primero.

Defenderse del odio

Por Memo Acuña
Sociólogo y escritor costarricense

Quizá por estas latitudes nuestras hay noticias que pasan desapercibidas. Es que la ocupación y la preocupación por los destinos de un país como Costa Rica nos ha hecho pensar mucho en lo doméstico y restarnos la mirada periférica hacia el contexto internacional.

Este año, no debemos olvidarlo, asumió en su segunda magistratura el republicano Donald Trump. Recordemos que una de las promesas de campaña que a la larga le llevó al poder fue “acabar con el problema de la inmigración hasta volverla 0”.

Para ello, la campaña de persecución, detención y deportaciones masivas debía ser feroz. Y sí que lo ha sido. En la memoria, triste memoria, nos quedará como país haber contribuido a servir como destino de vuelos de deportados que fueron a parar a la zona sur del país en condiciones de hacinamiento y violencia institucional.

En lo que el teatro doméstico se alista para una de las contiendas más importantes de su historia democrática, en algunas ciudades de Estados Unidos se escenifican acciones de resistencia contra la maquinaria migratoria y represiva que Donald Trump ha ordenado lanzar contra los cuerpos de las personas migrantes y sus familias.

Recién la semana pasada un artículo publicado en el sitio digital Revista Crisis, detallaba las estrategias de autodefensa vecinales y comunitarias ensayadas en sitios como Chicago, una de las ciudades con mayor población latina en aquel país.

Las acciones consistían en talleres de formación, entrenamientos colectivos y herramientas de comunicación ingeniosas destinadas a luchar contra las detenciones masivas y las deportaciones.

El poder de la organización está allí, en la gente. Pienso en eso y es inevitable no pensar en la incapacidad que ha mostrado la oposición en Costa Rica para derrotar al oficialismo y su autoritarismo legitimado. Pienso en cierto ADN que se perdió y es necesario recuperar con sentido colectivo y liberador.

Si los migrantes en Estados Unidos están logrando resistir y combatir el odio, pienso que hay un resquicio de esperanza que proponga terminar con esta pesadilla política y dedicarnos de inmediato a reconstruir el proyecto de país que somos. Refundarnos. Salir del fondo.

“Cuando el enojo se vuelve excusa” – ¿Dictadura? ¿y de 70 años? Segunda parte

JoseSo (José Solano-Saborío)

Seguimos…

La historia ya nos contó esta película.

Muchas veces.

Demasiadas.

Siempre empieza igual, como decía en la primera parte: un pueblo cansado, con razón. Golpeado por abusos, corrupción, desigualdades reales. Aparece entonces un personaje que no propone reparar, sino arrasar. No invita a mejorar la casa: invita a prenderle fuego. Y lo hace gritando sus palabras mágicas: dictadura perfecta.

Así -hace no tanto- llegaron Mussolini, prometiendo orden frente al “caos” italiano.

Así llegó Hitler, jurando salvar a Alemania de enemigos internos (judíos y comunistas) y de una “democracia humillante”.

Así justificaron sus golpes Pinochet y Videla, diciendo que venían a “rescatar” la patria.

Así Trump, llamando fraude a todo lo que no podía controlar, convenciendo a millones de que la democracia era el problema y él la solución.

Ninguno llegó diciendo: “Vengo a ser dictador”.

Llegaron diciendo: “Vengo a liberarlos”.

Y cuando el pueblo se dio cuenta del trueque, ya no había Congreso que frenara, ni jueces que hablaran, ni prensa que denunciara. El poder ya estaba concentrado. Y la factura fue sangre, miedo y silencio.

Por eso preocupa —y mucho— ver cómo aquí, en Costa Rica, se intenta sembrar la idea de que todo lo que somos fue una mentira. Que nuestro orgullo patrio era un espejismo. Que el Estado Social de Derecho fue una farsa. Que la democracia era, en realidad, una “dictadura maquillada”.

¿En qué momento nos convencieron de eso?

Costa Rica no es perfecta. Nunca lo ha sido. Pero es una rareza luminosa en una región marcada por cuartelazos, caudillos y exilios. Aquí abolimos el ejército cuando otros se desangraban. Apostamos por la educación pública cuando otros apostaban por fusiles. Creamos instituciones para equilibrar poder cuando otros lo concentraban.

Por eso el mundo nos respeta.

Por eso aquí llegan estudiantes, organismos internacionales, mediadores de paz.

Por eso, cuando un costarricense habla de democracia, afuera escuchan.

¿De verdad vamos a creernos ahora que todo eso fue una mentira bien montada?

No.

Lo que pasa es otra cosa: hay goteras. Y claro que las hay. Pero cuando una casa tiene goteras, no se demuele. No se incendia. Se repara el techo. Se cambian las tejas. Se arregla lo que no sirve.

Si un perro tiene pulgas, no se mata al perro. Se baña. Se cura. Se cuida.

Pero el populismo autoritario no quiere reparar. Quiere destruir para reconstruir a su imagen… y quedarse con las llaves.

Y aquí viene la ironía más cínica:

Quienes hoy desprecian el “sistema”, quienes lo llaman corrupto y dictatorial, se educaron gracias a él. Estudiaron con becas pagadas por ese mismo Estado que hoy insultan. Escalaron gracias a las oportunidades de esa “dictadura” que, curiosamente, nunca los persiguió, nunca los encarceló, nunca los silenció.

Eso no es rebeldía.

Eso es hipocresía.

El peligro no está en criticar la democracia. Eso es sano. El peligro está en dejar que el enojo nos haga entregar todo el poder a un “salvador” que nos dice exactamente lo que queremos oír… mientras nos pide que dejemos de pensar, de cuestionar, de exigir controles.

Porque así empieza siempre.

Con aplausos.

Con insultos al pasado.

Con la promesa de que “ahora sí”.

Y termina con silencio.

Costa Rica no necesita nuevos profetas. Necesita ciudadanos despiertos. Que defiendan su herencia, que exijan cambios sin renunciar a los principios, que entiendan que la democracia no se entrega por despecho.

Que no nos vuelvan a engañar.

Porque una cosa es estar cansados…

Y otra muy distinta es regalar el futuro por un discurso bonito y un poder sin frenos.

Ahí sí, cuando ya no haya a quién reclamarle, cuando el poder esté concentrado y la voz apagada, entenderemos —demasiado tarde— que la casa no estaba perdida.

Solo necesitaba que la cuidáramos.

Ante el autoritarismo, apertura democrática

Margarita Bolaños Arquín

Enfrentar la pasión autoritaria que ha sembrado el chavismo con un supuesto apoyo del 63% al presidente y un 38% a la candidata oficialista continuista, requiere, según algunos analistas, de cambiar el discurso y la estrategia para sacar a las personas indecisas a votar en su contra. Pero ¿qué elementos del discurso democrático se deben cambiar, y cuál es la estrategia para sacar de la indecisión, el hartazgo y la indiferencia a una porción importante y diversa de la ciudadanía?

Estamos más acostumbrados a tomar en cuenta las opiniones de quienes tienen el megáfono que a escuchar los mensajes de las mayorías silenciosas. Y es que el silencio no necesariamente es indiferencia o ausencia de posición. Por eso las encuestas tienen su límite para interpretar las preocupaciones y los clamores de amplias y heterogéneas mayorías. ¡Y claro que sorprenden los números!

Sorprenden porque nunca hemos tenido tan variadas y creativas estrategias para defender la democracia, atacar al presidente y su estilo de gobierno autoritario. Desde el humor más fino, la poesía, la música hasta los más chabacanos comentarios. Una creatividad impresionante de formas y argumentos de variada naturaleza intelectual, cultural y legal.

¿Pero por qué no convencemos? Si ha habido un partido que ha dado una lucha incuestionable desde la Asamblea Legislativa en estos años por la defensa de la institucionalidad democrática, la ética en la función pública y ha hecho aportes sustanciales para mejorar las condiciones de vida de las poblaciones más vulnerables, es el FA. ¿Pero por qué no lidera la intención de voto?

Lo que parece más que evidente es el deterioro estratégicamente planificado del sistema de partidos políticos, armazón de la institucionalidad democrática. Tenemos 20 partidos y una candidata que se dice ganadora con un partido nuevo que no es el que los eligió, que reivindica la continuidad de escasos 4 años contra la presencia de un PLN sexagenario que no se le pueden negar sus aportes al desarrollo de este país.

Entonces, para frenar el continuismo autoritario se requiere en primer lugar de los votos necesarios en la primera ronda, independientemente de su pasado político. ¿Y cómo se logra? Pues creando los acuerdos básicos con quienes estén dispuestos a parar en seco esa tendencia autoritaria y retomar la senda democrática. Pero ese es el inicio de la gran reforma democrática que se deberá impulsar de inmediato.

Tenemos claridad de los desafíos que enfrentamos para promover un desarrollo económico y social que parta de generar bienestar para todas las personas, pero no lo podemos hacer con la visión política que produjo el desencanto democrático. Y lo primero es lo primero, sumar los votos y desde ya comprometernos con esos acuerdos que le den a la política y a la democracia capacidad de transformación colectiva y en paz.