El dulce encanto del dólar

Luis Paulino Vargas Solís

Economista

CICDE-UNED

Goza de gran popularidad la idea de que el tipo de cambio colón-dólar es lo que tiene que ser. Como el Pangloss de Voltaire: simplemente el mejor de los mundos posibles. Se lo escuché recientemente a un economista del Frente Amplio. Pero el coro de economistas que lo repite es multitudinario y con profundo arraigo en el imaginario popular.

Para algunos el asunto no tiene misterio: todo se reduce a las fuerzas milagrosas del libre mercado. Que oferta y demanda se ajusten y ¡bingo! tenemos un tipo de cambio de equilibrio. Como maná caído del cielo. Ese sería, en efecto, “el mejor de los mundos posibles”. Jorge Guardia es, con seguridad, el que con más asiduidad rinde tributo a esta deidad mítica.

Otros se ahorran florituras. Siguen la regla de “evítese la fatiga”, y optan por despachar el asunto con un lapidario: “el tipo de cambio es lo que es, no pregunte más”.

Para el Banco Central, la cuestión tiene su magia: un tipo de cambio bajo y estable es una bendición: abarata las importaciones y modera la psicología inflacionaria, lo que les permite satisfacer su fetiche de la baja inflación.

Comprendo que a nivel popular un tipo de cambio tan bajo como sea posible, goce de gran aceptación. Alimenta una ilusoria sensación de solvencia económica, aunque a la larga, sus efectos podrían ser los contrarios.

De cualquier manera, el tipo cambio colón-dólar es un asunto importante, entre otras cosas porque pagamos impuestos en colones, y la enorme mayoría ganamos nuestro salario en colones. Y mucho más puesto que somos una economía chiquitica, que depende mucho del comercio con el resto del mundo. Tener en cuenta esto da indicios de una cosa: no cualquier valor del tipo de cambio es conveniente.

Podría tener un valor que favorezca las exportaciones y encarezca las importaciones. Esto último, a su vez, favorecerá la producción para el mercado interno, al protegerla de la competencia externa.

O bien, puede desfavorecer las exportaciones y abaratar las importaciones. Esto último pondrá en problemas las actividades económicas que compiten con esas importaciones y producen para el mercado nacional. Esta es la situación que Costa Rica vive hoy, pero la cual, como tendencia general (con algunas oscilaciones), se ha mantenido vigente por un largo período de alrededor de 13 años.

Es algo que refleja el influjo, generalmente invisible pero siempre poderoso, que las fuerzas financieras que mueven el capitalismo global, han ejercido sobre nuestra pequeña economía. En parte, lo han transmitido los bancos –sobre todo privados– mediante la masiva colocación de crédito en dólares. En parte lo ha propiciado la propia situación del déficit fiscal, al intentar financiarlo con recursos provenientes del exterior. El contexto mundial, abundante en capitales y con bajísimas tasas de interés en los países ricos, lo ha propiciado. No descartemos, asimismo, que haya habido una contribución nada despreciable proveniente de capitales vinculados al narco. La consecuencia entonces es que el país ha sido receptor de importantes flujos financieros, que crean una abundancia relativa de divisas y tiende a hacer que el colón se aprecie respecto del dólar.

Pero un detalle aquí debe resaltarse: no es algo que surja de nuestra capacidad productiva. No es porque seamos una economía altamente eficiente, dotada de altos niveles de productividad, capaz así de generar superávits significativos en sus intercambios con el resto del mundo. Si fuera así, la cuestión se sostendría sobre bases sólidas y sostenibles. No ha sido el caso. Surge, más bien, de fuerzas de carácter puramente financiero y sin arraigo en lo productivo, lo que, al cabo, termina por dañar la producción misma y, tristemente, también el empleo.

Eso sí, olvídense de la fantasía calenturienta del tipo de cambio de equilibrio. No existe. Pero sí debe procurarse un tipo de cambio que refleje, de la mejor forma posible, nuestra capacidad y eficiencia productiva, relativamente a la de los países con los cuales comerciamos, de forma que ninguna actividad productiva reciba privilegios injustificados ni dañinas penalizaciones.

Hoy, eso simplemente no existe. El actual tipo de cambio colón-dólar no refleja nuestra realidad productiva. Es una fantasía alimentada por las fuerzas fantasmagóricas de las finanzas. Pero intentar corregir esa situación sería muy peligroso: por los altos niveles de endeudamiento en moneda extranjera por parte de familias y empresas cuyos ingresos son en colones; porque la deuda en dólares del propio gobierno va al alza, y porque, encima, ello podría generarle serios problemas a algunos bancos, sobre todo privados.

Debemos buscar otras vías para salir del atolladero en el que nos metieron, la principal de las cuales es la siguiente: es urgente llevar adelante una verdadera revolución de la productividad.

 

Enviado a SURCOS por el autor, publicado además en su blog: https://sonarconlospiesenlatierra.blogspot.com

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