La era de las ostentaciones

Por Memo Acuña (Sociólogo y escritor costarricense)

La aguja del tren baja al sonido de una alarma estridente. En pie de fila se posicionan un pick up acondicionado en su parte trasera como verdadero mercado móvil. A su lado un flamante Hummer amarillo, reluciente, reverbera su motor con igual estridencia que la alarma del tren. Un poco más atrás, una mujer joven aborda una bicicleta motorizada de un “delivery”, como glamorosamente se le llama ahora a las personas flexibilizadas de las empresas de entrega que transitan por todo el país; se sostiene pie en tierra mientras revisa en su teléfono de plan prepago, la próxima entrega.

El tren de reciente factura hace su aparición y al pasar frente a mi casa se mueve rítmicamente de un lado al otro. Pienso en el daño estructural que tiene este paso a nivel de la línea férrea y que he visto ser “parchonado”, “arreglado” y vuelto a «parchonar» en los últimos 20 años. Cinco administraciones completas. Por ese paso amorfo y desnivelado, hemos visto desfilar cerca de un centenar de motociclistas por el suelo en época de lluvias y no menos cantidad de automóviles con sus llantas y sus sistemas de suspensión destruidos.

Luego pienso en el escándalo que tan candorosa y literariamente ha sido denominado como “cochinilla” para hablar de corrupción en el manejo público-privado de fondos para infraestructura vial y se me pasa.

Al levantarse la aguja, el Hummer comanda el convoy formado por la espera. La mujer del delivery logró esquivarla hace rato y su motor modificado hizo un ruido parecido a una chicharra. El vendedor de frutas y verduras del pickup mostró una salida digna, con cuidado de que los plátanos y las trenzas de cebolla amarradas a la estructura hechiza de su cajuela no fueran a dar al suelo.

Es esta una imagen permanente y recurrente en una Costa Rica cuyo idilio con la idea y la práctica de igualdad hace tiempo se esfumó. En su lugar, la diferencia, pero en particular la perfomance lacerante de la misma, se escenifica un día sí y otro también. El Hummer, el pick up y la bicicleta modificada y su conductora flexibilizada, dan cuenta de ello.

Por eso, es entendible la indignación de quienes ni siquiera pueden cuantificar en sus cabezas ni en sus vidas, la estratosférica suma que acaban de pagar dos acaudalados empresarios de la construcción como fianza para no permanecer privados de libertad. No alcanzan las calculadoras, dicen unos, da error al convertir de millones a colones, dicen otras. Es una vulgaridad, pareciera ser la palabra más empleada para definir el sentimiento que genera la actitud de los opulentos en tiempos de COVID.

Y esto es así porque la era de la ostentación nos alcanzó para quedarse, igual que la pandemia, igual que la modalidad virtual educativa. Igual que tantas otras cosas.

Esa frase, la de la era de la ostentación, se la debemos al querido y recordado científico social Carlos Sojo en su obra póstuma “Igualiticos: la construcción social de la desigualdad en Costa Rica” (FLACSO-PNUD,2010). En esta, una de sus últimas obras de análisis sobre la realidad costarricense, Sojo dedica unas interesantes líneas al tema de la manifestación de la opulencia por los sectores hegemónicos costarricenses.

Destaco tres ideas de su texto que me parecen importantes al tenor de los últimos acontecimientos detonantes de una práctica de corrupción anquilosada y naturalizada desde hace mucho tiempo.

La primera idea es la de la ruptura de un acuerdo político para contender las diferencias. Con esa normativa tácita y horizontal se configuraba una interrelación de iguales, una comunidad de semejantes, aunque no lo fuéramos. Ese acuerdo erupcionó no más entrando este nuevo siglo y lo que antes era común y natural, es decir, una especie de contrato social de aceptación de esa desigualdad, ahora está falseado. Hecho crisis.

La segunda idea, muy metafórica por cierto en estos tiempos, nos señala “la fuga de los pudientes hacia extremos insospechados» (pero conocidos hoy como la más absoluta legitmidad de los excesos) mediante la cual, dice Sojo, se sustenta esa opulencia desmedida. Esa banalidad in extremis del consumo que “fractura la vida social” (2010, 84).

El flanco local, la vía costarricense, es hacerlo aparecer como resultado de un emprendedurismo empresarial ascendente, la luz divina del éxito individual. En otros países de la región a esa acción se le conoce realmente como acumulación por despojo.

La tercera es una recuperación de una imagen. Nos sirve visualizar el Hummer esperando cruzar, o saltarse, la aguja del tren mientras comparte la espera (vaya paradoja) con el pickup vendedor de Plátanos y tomates y la flexibilizada y empobrecida “delivery”. Sojo la entiende como la demostración de la ostentación, es decir, la conducta de enseñarles a todos por la ventana mientras el aire golpea unos lentes para sol de dos mil dólares, la riqueza que me hace diferente a los demás, ahora si legitimada por la inexistencia de ese pacto de iguales.

El aumento exponencial de la riqueza material en el país se deriva, dijo el sociólogo, de la apertura comercial, la desregulación económica, la expansión del turismo, la bomba inmobiliaria (ya sonaba este tema desde entonces y hasta ahora) y del desordenado crecimiento de las capacidades de las élites profesionales. Todos los días es vista en la calle esta expresión.

Me gustaría sólo agregar una cuarta dimensión que Sojo no llegó a observar en su trabajo. Es la de una ostentación diferente. Es más del orden de lo sociopolítico y sociocultural.

Es aquella que expone la necesidad de presentarse, de demostrar cierto progresismo político que en lo cultural está basado en la consignación de algunos derechos que no son universales, una práctica social urbana de movilidad que también resulta excluyente, un modo de consumo que aunque parezca light, también es suntuario y reservado para personas con cierta capacidad de ingresos y un discurso de inclusión que no termina de asumir la totalidad de esa comunidad de diferentes. Es esta una ostentación permitida bajo el prisma de lo “alternativo” y «progresista», pero igual de lacerante que la señalada por Sojo años atrás.

En una experiencia de contingencia sanitaria, económica y cultural de la cual no sabemos aún como saldremos y si saldremos, transitamos hacia la profundización de un modelo de exclusión que toca en absoluto todas las fibras de la vida costarricense. Como he dicho en otros momentos, la refundación de un nuevo pacto social se impone y es necesaria. Urge.

 

Foto de portada: UCR.