A propósito del tope, perdimos los estribos
Álvaro Vega Sánchez
Sociólogo
Perder los estribos es un dicho de sabiduría popular que hace alusión al montador de caballo quien, por exceso de confianza o descuido, en una estampida de la bestia pierde los estribos al no tener bien puestos y afianzados los pies dentro de los mismos. Por lo general, al perder el estribo, el montador se cae del caballo. El golpe puede ser mortal dependiendo de la velocidad y la altura de la bestia; un caballo pura sangre, del que ostentan sus dueños, por lo general, reúne ambas condiciones.
Don Ernesto era un hacendado con porte de gamonal, y sí que lo era. De tez blanca, casi rojiza, de robusta caballera, de mirada altiva y palabra cortante. Su hacienda parecía no tener límites. Cuando salía de su hacienda montaba un caballo blanco que lucía unos aperos finos y sofisticados. La montura de color café con incrustaciones metálicas doradas, trabajadas artesanalmente, hacían resaltar las pecheras de color cobrizo, adornadas con medallones de cuero con muy finos trazos de talabartería. Luciendo una camisa blanca y un sombrero negro de lona, era motivo de admiración y hasta de envidia para los otros gamonales del pueblo. No daba muestras de simpatía alguna. Cero saludos para los transeúntes. Erguido, sobre los lomos de aquel animal pura sangre, no alcanzaba sino a auscultar con su mirada interior el fuego de la pasión de saberse dueño de tanta grandeza; una estela de narcisismo, casi enfermizo, le poseía y le conducía, inevitablemente, por los caminos de una arrogancia sin límites. Las calles se hacían pequeñas. Y el pueblo era insuficiente para dar cabida a tan distinguida presencia. Todo parecía opacarse cuando aquel hombre en su caballo aparecía en escena. Sin duda, había fuerza y vitalidad en aquella gallarda personalidad, que se incrementaba en cada paso que daba el caballo. Parecía como si ambos, el hombre y la bestia, se fusionaban para mostrar que la grandeza no es solo propiedad de los dioses y, mucho menos, de las diosas.
Tiempo después, don Ernesto, montando un modesto caballo, llegaba hasta el comisariato de uno de sus viejos empleados de la hacienda a pedirle que le vendiera la comida. Se acabó la hacienda, el ganado y los caballos pura sangre. Ahora, se limitaba a comprar algunos cerdos para llevarlos a vender a La Villa. Don Ernesto perdió los estribos, y el golpe, aunque no fue mortal sí lo condujo a vivir modesta y hasta precariamente.
Durante décadas, los costarricenses celebramos y hasta ostentamos de un país que lucía logros importantes en progreso social, paz y democracia que lo distinguía y diferenciaba de las naciones hermanas de Centroamérica, y hasta de algunas de las más avanzadas del continente. Era justo reconocer y destacar esos avances y logros, pero no sobreestimarlos y exhibirlos con ostentación y narcisismo. Sin embargo, algunos con porte de gamonal y otros haciendo barra desde la gradería, parecían rondar los límites del éxtasis, al celebrar con efusión y algarabía la excepcionalidad del país. Y para cerrar con broche de oro, más tarde los analistas internacionales nos asignaban los primeros lugares en el índice de los países más felice del mundo.
Hoy, la bestia desbocada, ofuscada y a rienda suelta no alcanza a encontrar la ruta. Los caballistas que se mostraban como maestros de la equitación, no han dado la talla. Han venido cayendo en picada, en cada intento. Algunas de sus acciones y políticas, especialmente las que han contribuido a profundizar la desigualdad y precariedad social, la polarización, la violencia y la inseguridad, han dado al traste con su liderazgo, así como con las instancias político-partidistas que los han llevado al poder. Es más que evidente este comportamiento creciente y acumulativo, con cada nuevo proyecto político la situación empeora. El país, al igual que don Ernesto, perdió los estribos.
Efectivamente, al perder los estribos, da tumbos y sin ruta continúa sufriendo males endémicos para los cuales solo se ensayan medicinas paliativas. Lo peor de todo, es que se continúa celebrando, y hasta con arrogancia, que somos un país pujante en lo económico, sin deparar en que se trata de un crecimiento económico concentrado y excluyente. Y como no hay peor ciego que el que no quiere ver, testarudamente marchamos hacia el precipicio, pensando que se va hacia la cima del mundo. Perdimos la ruta que nos marcaron los forjadores de la Gran Reforma Social de los años 1940 y de la Segunda República de los años 1950, ambas resultado de una convergencia entre movimiento popular por la justicia social y lideres políticos con visión de Estado Social de Derecho, desde diversos frentes ideológico-políticos. Además, con muy buena disposición para el diálogo y la concertación democrática.
Sí, las evidencias son abundantes de que perdimos los estribos, tanto en aspectos fundamentales como educación, salud, seguridad, derechos laborales, ambientales, ecológicos y culturales, como en una gestión democrática dialogal y participativa. Hay que abocarse con urgencia a recuperarlos, socar las riendas y volver a la ruta adecuada: la de la Costa Rica que supo apostar con sabiduría por educación y salud universales de calidad, derechos laborales para el trabajo digno y decente y una economía socialmente solidaria, equitativa y ambiental y ecológicamente sostenible.
Las propuestas para retomar los estribos y conducir al país por una ruta segura hacia la prosperidad social y económica en democracia tienen que superar el discurso político populista, que se ha dedicado a ofrecer paraísos y buscar chivos expiatorios, creando falsos enemigos del pueblo y propiciando la polarización y la violencia social.
Reiteramos en la necesidad de un acuerdo pluripartidista para encausar una próxima contienda electoral que sea ejemplo de la buena política, es decir, la que da prioridad al análisis y debate sobre las propuestas concretas, dejando de lado los ataques personales y las descalificaciones. De continuar con la politiquería barata del populismo no vamos a recuperar los estribos y la caída puede ser mortal.