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Etiqueta: Campaña Nacional de 1856-1857

¿La Trinidad, o Punta Nicolás Aguilar?

Vista aérea de la punta de La Trinidad, donde se libró la batalla en la que sobresalió Nicolás Aguilar Murillo. Foto: Elvin Hernández.

Publicado originalmente en la revista digital europea MEER

Luko Hilje (luko@ice.co.cr)

Hasta hace unos 14 años, no había tenido la oportunidad de conocer La Trinidad, bello paraje silvestre donde el río Sarapiquí vierte sus aguas en el majestuoso San Juan. Además, fue ahí donde se libró una batalla clave durante la Campaña Nacional de 1856-1857 contra el ejército filibustero que, conducido por William Walker, pretendía implantar la esclavitud y anexar a EE. UU. los cinco países centroamericanos. Lo hice en diciembre de 2010, gracias a una invitación de la Municipalidad de Sarapiquí para conmemorar dicha efeméride.

1. Desembocadura del río Sarapiquí en el San Juan, con la punta de La Trinidad a la izquierda y Punta Alvarado a la derecha. Foto: Luko Hilje.

En cuanto a este topónimo, pensé que obedecía al triángulo formado por las respectivas esquinas de las dos riberas del río Sarapiquí, más la punta que, en territorio nicaragüense, se denominaba Punta Hipp o Punto Hipp en el siglo XIX, debido a que ahí tenía una fonda el joven alemán Wilhelm Hipp —naturalizado estadounidense—, quien además vendía leña para abastecer los pequeños vapores que recorrían el río. En mi artículo En la boca del Sarapiquí (Nuestro País, 28-XII-2011), señalo que “visto en una imagen de satélite, poco antes de desvanecerse en el San Juan [el Sarapiquí] traza un semicírculo casi perfecto. Del lado opuesto, en territorio de Nicaragua, el contorno de esa otra ribera se parece al perfil de un simio, cuya nariz se ubica exactamente frente a la boca del Sarapiquí”. Sin embargo, tiempo después me enteré de que, en realidad, con dicho topónimo se honra al general nicaragüense José Trinidad Muñoz Fernández (1790-1855), y por un motivo más bien fortuito.

3. La punta de La Trinidad, vista desde Punta Alvarado. Foto: Luko Hilje.

No obstante, antes de referirme a eso, es pertinente una digresión para indicar que ello tuvo relación directa con el puerto de San Juan del Norte, donde el río San Juan desemboca en el mar Caribe. Como lo explica la recordada historiadora Clotilde Obregón Quesada en su libro El río San Juan en la lucha de las potencias (1821-1860), el citado puerto era parte del vasto reino selvático de la Mosquitia, habitado por los indios misquitos, pero su rey permitió que en 1845 la Gran Bretaña lo declarara como un protectorado de esta nación.

Ahora bien, según narrara el célebre historiador Rafael Obregón Loría en su libro Costa Rica y la guerra contra los filibusteros, en octubre de 1847 las autoridades misquitas comunicaron al gobierno nicaragüense que, por estar en su territorio, tomarían el puerto de San Juan del Norte, de gran auge comercial pocos años después. Esto provocó la airada reacción de dicho gobierno, que decidió enviar un batallón de 500 hombres, encabezados por el mencionado general Muñoz. Puesto que, antes de desplazarse hacia San Juan del Norte, acampó con su tropa en la desembocadura del río Sarapiquí, este sitio “desde entonces tomó el nombre de La Trinidad”, en palabras del académico Obregón.

Este historiador relata otros detalles de ese conflicto, para señalar que Muñoz se pudo apoderar de San Juan del Norte, donde reinstaló a las autoridades locales y regresó a Granada, tras dejar un contingente en La Trinidad. No obstante, apenas un mes después, los ingleses no solo retomaron el puerto, sino que incursionaron río adentro en lanchas artilladas con cañones, y derrotaron a la tropa acantonada en La Trinidad. Hecho esto, continuaron aguas arriba y se apoderaron de las fortificaciones del Castillo Viejo y el fuerte de San Carlos. Al final de cuentas, Nicaragua tuvo que ceder San Juan del Norte a las autoridades misquitas, que incluso lo bautizarían con el nombre Greytown, en honor de Sir Charles Edward Grey, gobernador de Jamaica.

En síntesis, no hubo un solo hecho heroico o siquiera destacable de parte de Muñoz y su batallón, que amerite y justifique que la desembocadura del río Sarapiquí se haya denominado La Trinidad por nada menos que 175 años.

Sin embargo, apenas un decenio después, el lunes 22 de diciembre de 1856, sí ocurriría un acontecimiento significativo, que cambiaría de manera determinante el curso de las acciones bélicas contra Walker, a favor de los ejércitos centroamericanos, que ya se habían aliado para combatir a las huestes filibusteras en territorio nicaragüense.

De manera muy resumida, los filibusteros tenían en sus manos el estratégico punto de La Trinidad. Por tanto, para desalojarlos hubo que atacarlos por sus espaldas, para lo cual las tropas costarricenses debieron ingresar por el territorio de San Carlos y después navegar por el río homónimo y por el San Juan, hasta La Trinidad. Fueron muchas las vicisitudes y adversidades ocurridas, sobre todo porque no se tenía experiencia alguna en confrontaciones navales ni fluviales.

Para enfrentar a Walker en el río San Juan, se enviaron dos batallones. El de vanguardia, de 200 hombres, partió de la capital el 3 de diciembre, al mando del sargento mayor Máximo Blanco Rodríguez, mientras que el de retaguardia, de 500 hombres, lo hizo el día 15, conducido por el general José Joaquín Mora Porras. Es pertinente indicar que este segundo batallón arribó a Muelle de San Carlos —que era el punto de partida para las acciones en el San Juan— el 22 de diciembre, es decir, el mismo día de la batalla en La Trinidad. Por tanto, Mora y su gente ignoraban por completo lo que ya estaba ocurriendo ese día decenas de kilómetros aguas abajo, en la ribera derecha del San Juan.

Es oportuno destacar que la víspera del combate debieron pernoctar cerca del estero del Colpachí, hacinados en sus rústicas embarcaciones. Además de estar empapados y entumecidos por la incesante lluvia, nuestros combatientes debieron soportar hambre, al igual que las inclementes picaduras de zancudos, que los acosaban por miles. Aun así, tan deseosos estaban de luchar que, apenas clareó, desembarcaron y penetraron en la montaña para hacer una fogata que les permitiera secar los fusiles y la muy mojada pólvora que llevaban. Hecho esto —que no fue muy exitoso, como se verá pronto—, cerca de las diez de la mañana avanzaron por tierra hacia La Trinidad, con bastante dificultad, pues en esos casi dos kilómetros el terreno era muy anegado y de vegetación difícil.

Detectada la posición de los filibusteros, que estaban distraídos alrededor de una gran mesa, cerca de la hora del almuerzo Blanco dio la orden de atacar. Fue así cómo, organizados en cuatro columnas, 30 combatientes irrumpieron a trote en el campamento enemigo, a la vez que disparaban sus fusiles. Sin embargo, apenas cinco de las húmedas armas funcionaron y, ya alertados de lo que ocurría, de inmediato los filibusteros se desplazaron a las dos trincheras que tenían, para resguardarse y contraatacar. Para entonces, una ya había sido tomada por los nuestros y cuando desde la otra un enemigo se preparaba para disparar metralla con un cañón emplazado ahí, de súbito corrió hacia esta trinchera el cabo Nicolás Aguilar Murillo, le clavó en el pecho la bayoneta de su fusil y lanzó al filibustero a un lado.

Aparte de la importancia específica de tan audaz y hasta temerario acto, que evitó muertes en las filas costarricenses, esto insufló coraje y osadía a sus compañeros. A falta de pólvora, y duchos ellos en el uso de la bayoneta, sus muy filosas cuchillas causaron numerosas muertes en el bando enemigo. Además, aterrorizados por lo que veían, muchos filibusteros se lanzaron al San Juan, cuyas corrientes los arrastraron hasta hundirlos y ahogarlos. Al final de cuentas, en apenas 40 minutos de combate murieron 60 filibusteros, en tanto que dos fueron capturados —entre ellos el comandante Frank Thompson—, y seis lograron llegar con vida después a San Juan del Norte. En nuestras filas hubo apenas dos heridos.

Como era urgente continuar con el ataque sorpresivo, esa misma tarde Blanco y una tropa abordaron varias de las embarcaciones rústicas para dirigirse a San Juan del Norte, donde, al amanecer, capturarían con astucia y facilidad varios de los vapores utilizados por Walker. Y, ya con una fuerza naval en manos propias, se empezaría a tomar posiciones clave en el río San Juan, como el Castillo Viejo y el fuerte de San Carlos. Es por eso que, como lo hemos sostenido varios de quienes hemos estudiado en detalle lo ocurrido en el San Juan en esos tiempos, la derrota en La Trinidad representó el principio del fin de las aspiraciones colonialistas de Walker.

2. El héroe nacional Nicolás Aguilar Murillo. Foto: Museo Histórico Cultural Juan Santamaría.

Ahora bien, para retornar al combate en La Trinidad, el valiente cabo Nicolás Aguilar, quien era oriundo de Barva, Heredia, contaba con apenas 22 años de edad cuando ejecutó tan meritoria acción. Ello justificaba que se le premiara con 500 pesos —en una época en que un ministro ganaba 160 pesos al mes—, para así honrar una promesa del oficial Joaquín Fernández Oreamuno, pero esto no se cumplió sino hasta 1886. Asimismo, en 1892, cuando frisaba los 64 años, ya sin poder trabajar y en estado de pobreza, se le otorgó el grado de coronel, se le condecoró y se le asignó una pensión de 60 pesos mensuales, que pudo disfrutar por apenas seis años. Todo ello está sustentado de manera prolija en el documento Nicolás Aguilar Murillo, un barveño héroe nacional, compilado en años recientes por el microbiólogo barveño Miguel Rodríguez Ruiz, para fundamentar que se le concediera dicho título. Hoy, y desde diciembre de 2013, ostenta la condición de héroe nacional, junto a Juan Santamaría, Juan Rafael Mora Porras y Francisca (Pancha) Carrasco Jiménez.

A este lauro, de sobra justo, consideramos que debiera sumarse otro: la denominación, con su nombre, de la esquina izquierda de la desembocadura del río Sarapiquí, en el sitio exacto donde tuvo lugar la batalla de La Trinidad. Podría llamarse Punta Nicolás Aguilar Murillo, Punta Nicolás Aguilar o Punta Aguilar, al igual que, por ejemplo, hasta hace poco en el país hubo cantones con nombres como Valverde Vega y Alfaro Ruiz, y que en el actual cantón de Pérez Zeledón haya un distrito llamado Daniel Flores. Al respecto, cabe acotar que a la esquina derecha de esa boca se le ha llamado Punta Alvarado de manera informal, pero merecida, pues el botero cartaginés Francisco Alvarado Mora, residente ahí por largo tiempo, fue un personaje muy importante en las batallas del río San Juan, aunque en los anales históricos se le haya ignorado, más bien por desconocimiento; lo fue como diestro guía en la construcción de botes y balsas, hábil capitán de vapores y valeroso combatiente.

Propongo, entonces, que la Municipalidad de Sarapiquí realice las gestiones pertinentes ante la Comisión Nacional de Nomenclatura, para designar de manera oficial ambas puntas de tan emblemática desembocadura con los nombres de estos dos grandes patriotas, que no dudaron en defender a Costa Rica cuando hubo que hacerlo. Sin embargo, bautizar por bautizar no tiene mayor sentido, si no se educa a la sociedad, y en particular a los niños y jóvenes, acerca del significado de su aporte.

Una manera de hacerlo es promover visitas a los sitios donde ocurrieron batallas significativas, para entender en el propio lugar de los hechos cómo y por qué sucedieron. Aún más, ya desde hace varios años la muy dinámica y eficiente Municipalidad de Sarapiquí ha planteado la posibilidad de establecer eco-museos en varios puntos, en los que se articulen tan importantes sucesos de la guerra libertaria contra Walker con otros aspectos históricos de la zona, así como con aquellos asociados con la gran riqueza biológica de esta región del país, donde el bosque tropical muy húmedo alcanza su mayor esplendor.

En tal sentido, debería promoverse el turismo histórico a Sarapiquí, que tiene en La Trinidad y Sardinal dos de los tres hitos clave de la Campaña Nacional en el territorio nacional —junto con Santa Rosa, en Guanacaste—, y que hoy son parte de la Ruta de los Héroes de 1856-1857. Por fortuna, se cuenta con un eficiente servicio de botes, que permiten hacer ese recorrido en pocas horas. Para un residente del Valle Central, se puede llegar a Puerto Viejo en un par de horas y, tras un viaje apacible y seguro hasta La Trinidad, regresar a sus hogares antes de que anochezca. La recompensa será más que gratificante: disfrutar de las bellezas escénicas del río, de su flora y su fauna, así como impregnarse de historia patria y amor por nuestro terruño.

Asimismo, es pertinente destacar que hoy ese recorrido también se puede hacer por tierra —algo inimaginable hasta hace poco tiempo—, gracias a los empeños de varias personas y entidades. Al respecto, es de resaltar el aporte del amigo Mauricio Ortiz Ortiz, quien, con gran generosidad y patriotismo, de su propio peculio financió una amplia exploración arqueológica de La Trinidad. Liderada por la especialista Maureen Sánchez Pereira, esto permitió desenterrar más de un millar de objetos, tanto de uso cotidiano como bélico; los resultados aparecen en el artículo Arqueología en el sitio La Trinidad: un campo de batalla del siglo XIX (revista Yulök, 2021), en tanto que la colección está depositada en el Museo Histórico Cultural Juan Santamaría. Ingeniero de formación, así como empresario en el ramo de los fletes y las mudanzas internacionales, Mauricio es hijo del recordado médico Juan Guillermo Ortiz Guier —benemérito de la Patria—, y ha sido un muy activo miembro del grupo cívico La Tertulia del 56 y de la Academia Morista Costarricense.

En fin, dejo planteada aquí la iniciativa para que emerjan los topónimos propuestos, con la ventaja de que no habría necesidad de eliminar el nombre de La Trinidad que, aunque insustancial y carente de sentido para los costarricenses, ya tiene un fuerte arraigo en la geografía, la cartografía y la historia nacionales.

5. Monumento de la batalla de La Trinidad, en Punta Alvarado. Foto: Elvin Hernández.

Homenaje a héroes de 1856 – charla y publicaciones

SURCOS comparte la siguiente invitación del investigador y escritor Luko Hilje.

“En esta semana, cuando se conmemora un año más del vil fusilamiento de nuestros héroes don Juan Rafael Mora y el general José María Cañas, daré una charla en Puntarenas y otra virtual, como una retribución a la inmensa deuda que le tenemos pendiente como costarricenses. En ellas me referiré ampliamente a la abnegada, humanitaria y encomiable labor del médico alemán Karl Hoffmann durante la Campaña Nacional.

Asimismo, puesto que el próximo 7 de diciembre Hoffmann hubiera cumplido 200 años de edad, estamos organizando otras actividades, de las cuales pronto les informaré. Una de ellas será la publicación (para diciembre) de mi nuevo libro Karl Hoffmann, médico y héroe en la Campaña Nacional.

Además, les informo que, como parte de la celebración de su natalicio, también ha aparecido recientemente mi artículo Karl Hoffmann, primer estudioso integral de la biodiversidad costarricense, publicado en la Revista de Ciencias Ambientales, de la UNA. Si desearan leerlo, nada más deben hacer doble clic en el siguiente enlace y, una vez ahí, hacer lo mismo en el cuadrito que dice PDF (debajo de la carátula de la revista).

https://www.revistas.una.ac.cr/index.php/ambientales/article/view/19119

En el emblemático Sardinal, entre mentiras y verdades

Entorno donde ocurrió la batalla, delimitado por la boca del río Sardinal (a la izquierda) y una loma (a la derecha).

La truculenta versión filibustera de William Walker

13 ABRIL 2022, 

LUKO HILJE

Cuando uno revisa los mapas y documentos de mediados del siglo XIX, se percata de que en la región de Sarapiquí había apenas seis puntos geográficos de cierta importancia para los viajeros que transitaban por estos lares: La Trinidad, Muelle, Rancho Quemado, La Virgen, Cariblanco y San Miguel; es decir, no existían Puerto Viejo ni Chilamate, hoy insoslayables en la ruta asfaltada que comunica el río Sarapiquí con el Valle Central. Tampoco existía Sardinal, donde esta mañana nos congregamos, en esta loma en la ribera izquierda del río Sarapiquí. Y lo hacemos porque deseamos conmemorar un hecho relevante de la Campaña Nacional de 1856-1857 contra las fuerzas filibusteras del esclavista William Walker.

En efecto, llegado casi un año antes a Nicaragua, para marzo de 1856 y con hábiles artimañas Walker ya había despojado a su coterráneo, el magnate Cornelius Vanderbilt, de la Compañía Accesoria del Tránsito. Con ello disponía por completo de los vapores que navegaban por el río San Juan y, además, tenía en su poder los cuatro sitios estratégicos de la llamada vía del Tránsito: el puerto caribeño de San Juan del Norte, La Trinidad, el Castillo Viejo y el fuerte de San Carlos, a la entrada del lago de Nicaragua. Como parte de su estrategia, había establecido una guarnición militar en La Trinidad, en la desembocadura del río Sarapiquí, la cual estaba al mando del capitán John M. Baldwin.

Pero, ¿qué es lo que conmemoramos en este sitio, si uno nunca celebra una derrota, y menos de parte de los filibusteros invasores?

Ignorante yo de ese documento, un amigo me alertó de la existencia de un artículo periodístico acerca de la batalla de Sardinal, publicado el 21 de junio de 1856 en el periódico o revista Frank Leslie᾽s Illustrated Newspaper. De autor anónimo, ahí dice que Baldwin y su contingente temían ser atacados por el ejército costarricense en cualquier momento, por lo que el 8 y 9 de abril decidieron remontar las aguas del río Sarapiquí, mientras que un grupo avanzaba por su ribera izquierda abriendo una picada o trocha, tan extensa, que para el día 9 llevaban unos 26 kilómetros de recorrido. En la mañana del 10 de abril observaron una columna de humo, proveniente de alguna fogata en la montaña, y se percataron de que ahí acampaban los combatientes costarricenses, por lo que se decidió atacarlos de inmediato.

El autor abunda en los detalles del combate, y narra que, tal fue la eficacia del ataque, que en poco menos de una hora mermó el fuego de los costarricenses, mientras que nuestro batallón «comenzó a retirarse en escuadras y dispersarse entre el charral». Según él, murieron 30 o 40 de los nuestros, en tanto que en el bando filibustero solamente resultó herido el teniente John B. Green y muerto el teniente William Rakestraw. En conclusión, una resonante e impecable victoria filibustera, que:

…debe ser considerada como sin paralelo en los anales de la guerra, y debe reflejar un dorado y perdurable honor sobre el Capitán John M. Baldwin, que la condujo, así como también sobre el Teniente Primero J. B. Green y los hombres que tuvieron la fortuna de involucrarse en ella.

En congruencia con este relato, cuando Walker escribió el libro La guerra en Nicaragua —publicado a inicios de 1860—, anotó que:

…una columna de 250 costarricenses fue enviada al río Sarapiquí para cortar las comunicaciones de Walker por el río San Juan. El capitán Baldwin, oficial acucioso e inteligente, se hallaba en la punta de Hipp [La Trinidad] cuando supo que el enemigo estaba abriendo un camino para salir al río. No esperó su llegada, sino que se fue aguas arriba del Sarapiquí y atacó vigorosamente a los costarricenses que venían abriendo el camino y los rechazó, causándoles muchas bajas y poniéndolos en sumo desorden. En cuanto a él, tuvo un muerto, el teniente Rakestraw, y dos heridos. El enemigo dejó más de veinte muertos en el campo. Este combate del Sarapiquí fue el 10 de abril y los costarricenses en derrota no pararon en su fuga hasta San José.

Entonces, de nuevo, ¿qué es lo que estamos conmemorando hoy aquí, en Sardinal, si fuimos víctimas de una apabullante y humillante derrota? ¿Saben qué? ¡¡¡Estamos celebrando la victoria de nuestros valientes compatriotas, y también el triunfo de la verdad histórica!!!

Financiado con solvencia por algunos poderosos esclavistas sureños, prepotente y altanero, Walker tenía que demostrar que batalla tras batalla conseguía victorias, para así garantizarse el continuo financiamiento de su misión racista y esclavizadora. No debía mostrar ningún signo de debilidad. Por ello, con su hábil pluma —pues era periodista y abogado—, una y otra vez manoseó y retorció a su conveniencia los importantes y determinantes hechos bélicos de Sardinal, Santa Rosa, Rivas y el río San Juan.

De hecho, Walker nunca estuvo en Sardinal, y pareciera que su informante tampoco, pues acota que el campamento de nuestros combatientes estaba en la ribera derecha del río, lo cual es totalmente absurdo; además, en su ignorancia, denomina Moro a Muelle. También indica que nuestro batallón estaba conformado por 200 o 300 hombres —Walker lo calcula en 250 individuos—, lo cual también es falso. Y, finalmente, ambos alteran las cifras de muertos y heridos de ambos bandos, como se verá pronto.

Para desmentirlos, basta con ir al Archivo Nacional y revisar los partes y boletines de guerra, los periódicos de la época y otros documentos alusivos a Sardinal y Sarapiquí, así como consultar libros escritos por historiadores reputados, como Costa Rica y la guerra contra los filibusteros, de don Rafael Obregón Loría y Los soldados de la Campaña Nacional de 1856-1857, del amigo Raúl Arias Sánchez. También se cuenta con dos minuciosas y contundentes listas, intituladas Libro 1° de los que murieron en la Campaña de 1856 y Libro 2° de los que murieron en la segunda Campaña, elaboradas por el cura Francisco Calvo, principal capellán de nuestro ejército.

En realidad, por disposición del presidente Juan Rafael Mora Porras y sus asesores, nuestra tropa estaba conformada por un centenar de hombres. Y esto es así porque no interesaba que fuera un contingente grande, pues la idea no era ir a enfrentarse de manera frontal con los filibusteros, sino tan solo estar vigilantes de que —mientras el grueso de nuestro ejército avanzaba por Guanacaste, rumbo a Nicaragua— no penetraran en el territorio nacional; de hecho, ese día nuestras tropas ya estaban acantonadas en Rivas, donde al día siguiente ocurriría la célebre batalla del 11 de abril. Nuestro batallón estuvo integrado por dos destacamentos de 25 hombres cada uno, que ya estaban establecidos en Muelle y Cariblanco, pues custodiaban nuestra frontera para evitar el contrabando; sus jefes eran los capitanes Pedro Porras Bolandi y Francisco González Brenes, respectivamente. A ellos se sumarían unos 50 alajuelenses, pues eran los que conocían mejor esa zona, e iban comandados por el general Florentino Alfaro Zamora y el teniente coronel Rafael Orozco Rojas.

Los tres grupos de combatientes nuestros confluyeron en Muelle, que se ubicaba a unos 45 kilómetros de La Trinidad, donde estaba la guarnición filibustera. Pero había que actuar con sigilo, por lo que no era conveniente construir botes o balsas para llegar allá, de modo que sus jefes optaron por abrir una picada a lo largo de la ribera izquierda del río Sarapiquí. Laboriosos y tenaces, habían completado unos 20 kilómetros, cuando llegaron a un pequeño estero en la desembocadura del río Sardinal, el cual hoy ya no existe, como consecuencia de la inexorable erosión provocada por el caudaloso río Sarapiquí a lo largo del tiempo.

Fatigados, ahí se alimentaban y descansaban ellos de sus extenuantes faenas, cuando cerca de las ocho de la mañana del 10 de abril fueron sorprendidos por algunos filibusteros, «parte por tierra y parte en cuatro embarcaciones grandes y dos pequeñas, que contaba en todo con una fuerza de más de cien hombres», según un parte del oficial Orozco, quien debió relevar al general Alfaro, seriamente herido en la parte superior del brazo derecho, durante la batalla que sobrevendría. Al parecer, los filibusteros que se aproximaban por tierra habían desembarcado poco antes para, como complemento de los que venían en los navíos, atacar a fuego cruzado a los costarricenses, pues es muy poco probable que la picada de los nuestros coincidiera exactamente con la que supuestamente venían abriendo sus enemigos.

La estrategia de fuego cruzado fracasó, gracias a las valiosas y determinantes acciones de nuestros combatientes. En cuanto a la batalla, es cierto que duró menos de una hora, pero el saldo fue muy diferente del relatado por Walker y su informante.

En efecto, en nuestras filas no murieron los 30 o 40 hombres que ellos consignan, sino apenas tres: Salvador Alvarado, Salvador Sibaja y Joaquín Solís, desaparecidos los dos últimos. A ellos se sumaron tan solo siete heridos: Manuel Arias, Manuel María Rojas, Manuel Cabezas, Manuel Morera, Joaquín Arley, Desiderio Quesada y el general Alfaro; todos eran alajuelenses, excepto Cabezas y Arley, de San José y Cartago, respectivamente. Por su parte, según nuestro periódico Boletín Oficial, en las filas filibusteras se constató que cuatro individuos murieron en tierra y muchos otros en el agua, incluyendo unos 25 que estaban en una piragua que se hundió.

Pero, al margen de la exactitud de estas cifras de uno y otro bando, lo más importante es que los filibusteros no pudieron abatir a nuestra tropa y debieron recular hacia La Trinidad, mientras nuestros combatientes se desplazaron hacia Muelle, para que el médico Lucas Alvarado Quesada auxiliara a los heridos. En las semanas subsiguientes nuestras fuerzas permanecieron en Cariblanco, vigilantes ante cualquier contraofensiva filibustera, que nunca ocurriría. Por tanto, no es cierto que los costarricenses huyeran hasta San José, como lo expresara Walker con fines claramente publicitarios. Eso sí lo habían hecho 250 cobardes filibusteros tres semanas antes, rumbo a la frontera de Nicaragua, cuando nuestras tropas los habían derrotado en la hacienda Santa Rosa, en Guanacaste.

Expulsados de Santa Rosa el 20 de marzo anterior, con la batalla de Sardinal se les sacó del territorio nacional por segunda vez. Y ocho meses después, el 22 de diciembre, se les desalojaría por tercera vez, en la memorable batalla de La Trinidad —en la desembocadura de este hermoso río—, la cual marcaría el principio del fin de Walker, hasta su rendición en Rivas, el 1 de mayo de 1857.

Eso, todo eso es lo que celebramos hoy aquí, 166 años después de aquella batalla, pues todos los inenarrables esfuerzos, sacrificios y luchas de nuestros combatientes convergerían en la derrota del filibusterismo, con lo cual desapareció la amenaza de la esclavitud, se afianzó entre nosotros la libertad, y se salvaguardó la soberanía nacional para siempre.

Por eso, al evocarlos hoy desde este sitio tan emblemático, con el corazón vibrante de emoción, una vez más les decimos: ¡Muchas gracias! ¡¡¡Infinitas gracias!!!

 

Fuente: https://wsimag.com/es/cultura/69218-en-el-emblematico-sardinal-entre-mentiras-y-verdades

Enviado a SURCOS por el autor.