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Etiqueta: Claudio Gutiérrez C

Claudio Gutiérrez, académico integral

Por Arnoldo Mora

La reciente partida de mi apreciado colega en la Escuela de Filosofía y exrector de la UCR, Dr. Claudio Gutiérrez Carranza, ha conmovido a la opinión pública nacional más allá del ámbito universitario, hasta el punto de que, en un gesto que la enaltece, la Asamblea Legislativa, símbolo por excelencia de la institucionalidad democrática, le rindió como homenaje un minuto de silencio. Ahora  merece que rompamos ese silencio para hablar de su memoria y su  legado a la cultura y a las ciencias de Costa Rica.

 Claudio Gutiérrez fue, como lo destaco encabezando estas líneas, un académico integral en el sentido que Rodrigo Facio, el otro gran intelectual que dejó huella  indeleble en la historia nacional,  le daba a esa expresión, tanto político como cultural. Decir que Claudio Gutiérrez fue un académico INTEGRAL, equivale a decir que realizó de forma magistral estas dimensiones del quehacer universitario. Fue un maestro y tutor de varias generaciones que hoy se destacan  en el ámbito científico, con lo que cumplió la función de la docencia de manera sobresaliente. Fue un investigado e innovador  en las tecnologías de la comunicación  más avanzadas, todo fundamentado en un basamento  filosófico de primera línea, como sus profundos, novedosos y numerosos ensayos y libros lo prueban. Finalmente, se proyectó a la comunidad  nacional siendo el principal protagonista  de una etapa  nueva en la ciencia y la tecnología de punta en el país, como fue el haber introducido las computadoras (la famosa “Mathilde”)  y la inteligencia artificial y el postgrado en estudios de la mente. En todos los ámbitos dejó una huella indeleble, hasta el  punto de que, en mi más reciente libro (LA FILOSOFÍA COSTARRICENSE EN LA SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XX, EUNED; San José, 2018) digo que, con la generación de filósofos de la segunda mitad del siglo pasado encabezada por Claudio Gutiérrez, Costa  Rica llega a su madurez intelectual.

 Claudio perteneció a la primera generación de filósofos producto de la Reforma de 1957 liderada por Rodrigo Facio,  pero llevada a cabo por filósofos humanistas  de origen español, de la talla de Constantino Láscaris y Teodoro Olarte, y de  Roberto Saumels en el campo de la filosofía de la ciencia, en donde luego va a sobresalir Claudio Gutiérrez. La Universidad de Costa Rica ha experimentado otros saltos cualitativos en sus más de 80 años de brillante historia, destacándose las reformas de 1957 y de 1973. Pero estas reformas no sólo lo fueron solamente en los aspectos administrativos y cuantitativos;  lo fueron, ante todo, cualitativas, lo cual implica  que fueron inspiradas en un paradigma conceptual de profunda raigambre epistemológica; lo que equivale a reconocer  que en cada salto  emerge una concepción nueva de universidad, tanto en el ámbito cultural y político como  pedagógico y epistemológico. En la creación de la Universidad en 1940 prevaleció el concepto de universidad “napoleónica”, pues tenía como misión esencial  la trasmisión de un saber “canónico”,  es decir, ya consagrado como “científico” en su metodología y  debidamente comprobado en sus destrezas y resultados en el  ámbito práctico- utilitario de la  tecnología, todo forjado, dado nuestro atraso, allende nuestras fronteras. Pero, gracias al proyecto político de modernización  de la sociedad nacional, surge como protagonista,  al lado de un Estado Nacional fuerte y centralizado, una clase media que constituye el tejido político-social básico de una clase media nacional que organiza políticamente a la sociedad civil; en la reforma de 1977,  Rodrigo Facio, que fue el ideólogo de la socialdemocracia “a la tica” y el  proyecto país imperante durante la segunda mitad de siglo, logra llevar a cabo una reforma que impulsa las profesiones ligadas a las ciencias económicas y sociales; los historiadores también inician un proceso de transformación de la historiografía a la historia concebida como ciencia social. Todo lo cual respondía a la necesidad de desarrollar un Estado Nacional moderno; se trataba de dar al país una ”burocracia eficiente”,  para emplear la terminología de M. Weber. Pero la nación  se compone  de tres estratos: el Estado centralizado,  la sociedad civil y, en medio como faja de trasmisión que comunica  las órdenes de arriba hacia abajo y los deseos y voluntades de abajo hacia arriba y para que el juego democrático funcione, se requiere del intermedio comunicador por excelencia: un conjunto de instituciones legales y políticas. En 1968 se da un gran salto como es la emergencia como sujeto histórico de la juventud universitaria, gracias al llamado “Mayo del 68”, especie de revolución cultural que cambia la ética de inspiración calvinista predominante en las sociedades industrializadas del Occidente cristiano. Esto repercute en la periferia llamada “Tercer Mundo”, que se hace presente con el estallido  de revoluciones como fuerzas políticas que escriben la historia con sus propias manos. Al país llega esta ola de cambio con los acontecimientos de Abril de 1970, en la lucha contra los contratos de Alcoa. Una nueva generación surge con el babyboom nacida después de la Guerra Civil de1948; para estos jóvenes ya no se trata de convertirse en burócratas eficientes, sino de ser ciudadanos  de pleno derecho. Claudio  Gutiérrez estuvo en el epicentro de estas trasformaciones que se reflejaron en las reformas de 1957 y 1973, primero como joven secretario de y luego como vicerrector.  En este último caso,  Eugenio  Rodríguez había renunciado como Rector porque no aceptaba las reforma de 1973 y Claudio, en su condición de vicerrector de docencia, lo sucedió. Claudio fue el motor del surgimiento de esta nueva etapa histórica de la universidad, etapa que culmina con la Rectoría de Luis Garita a finales de siglo, con la creación de La Ciudad de la Investigación y del FEES; todo para dar énfasis a la investigación de alto nivel; ya no se trataba sólo de trasmitir el saber científico sino de crearlo. En estos procesos,  se da una continuidad, pues Garita fue vicerrector de Claudio.  

A guisa de conclusión, deseo poner énfasis  que esta apretada síntesis constituye algo más que un sentido homenaje a uno de nuestros más destacados intelectuales de cambio de siglo, sino  que no hay cambios cualitativos en la historia de los pueblos, si no vienen precedidas de una honda reflexión filosófica. Recordemos la historia de la educación formal en Costa Rica. La reforma de 1886,  fue impulsada por Mauro Fernández bajo la inspiración  del filósofo inglés Herbert Spencer; la organización de la segunda enseñanza forjada por Valeriano Fernández Ferraz se inspiró en el filósofo alemán Krause; el plan de reforma de la II República, promovido por Emma Gambo, se inspiró en el filósofo norteamericano John Dewey.  Por su parte, Claudio,  doctorado en filosofía de las ciencias en la Universidad de Chicago, inspiró su pensamiento en el estructural-funcionalismo de Talcon Parsons y Merton; por lo que parte de una visión epistemológica que enfatiza el rigor formal y metodológico en todas las ciencias, pero siempre partiendo de que la revolución en las tecnologías de la comunicación es la mayor del momento actual. Finalmente, y como una manera de honrar el legado de tan  destacado maestro, propongo  que la UCR dedique alguna institución o edificio en su nombre y que, a tenor de las normas legales, la Asamblea Legislativa lo declare BENEMÉRITO DE LA CULTURA NACIONAL. Porque Claudio Gutiérrez fue un paradigma de lo que debe ser un ACADÉMICO INTEGRAL.  

La inteligencia natural de Claudio Gutiérrez C.

Carlos Morales Castro.

Carlos Morales Castro

De nada le gustaba tanto hablar, como de la inteligencia, pero jamás de la suya; aunque quienes se movían por el predio académico de la rivière gauche (quebrada Los Negritos), sabían perfectamente que, la de él, figuraba entre las más selectas de toda la región… Nadie lo discutía.

En ese tiempo no se hablaba de inteligencias varias, como ahora. Había una sola, y equivalía a capacidad mental, a sindéresis, a lógica, a sabiduría.

Pero de las inteligencias, le importaba sobre todo la AI, que por aquellos años no tenía ni siquiera nombre en español. Solo los que hablaban inglés sabían que era Inteligencia Artificial (IA), algo exótico, esotérico, rarísimo. Tanto, que a Costa Rica fue él mismo quien la importó; la presentó en sociedad, la instaló en la UCR, y empezó todas las investigaciones que llevaron más tarde al desarrollo de la Escuela de Informática, y a la actual Maestría de Ciencias Cognitivas.

Fue el primero en poseer un e-mail aquí, pues se lo habían asignado en la propia universidad gringa donde se concibió el artilugio, y en San José –con arroba o sin arroba– nadie entendía lo que eso significaba. No había Internet, por supuesto, y la Arpanet  (que inventaron los militares para guerrear), servía a algunas universidades, pero solo allá, donde se inventaban las guerras. Aquí seguíamos a pura pluma de fuente, cartas en papel bond y teléfono de disco. Eran los años 60.

Él fue trayendo todo aquel saber epistemológico al país, y persuadió a muchos filósofos para su implante o propagación. Estos académicos (los filósofos y los matemáticos), eran los más adecuados para ahondar en la inteligencia lógica, y extender ese mundo cibernético desaforado que hoy nos envuelve a todos; sin que hablemos del Metaverso.

La Intranet, que es la pionera de Internet, empezó en el campus de la UCR y, en parte, debido a su influjo de precursor.

A principios de los años 70, me buscó en La Nación para que entrevistase al mayor experto que había en Europa sobre IA. Lo había invitado para que viniera, desde Londres, a conferenciar en el Centro de Informática. Yo no sabía lo que era la IA. ¡Y no había Internet para averiguarlo!. Él pensó que, como yo había estudiado periodismo científico,  debería saberlo, pero no; y nada que le dije. Me la jugué. La entrevista se publicó en La Nación, y así nos hicimos amigos con distancias.

Era un liberal progresista, firmante redactor del Manifiesto de Patio de Agua; y con los votos de la izquierda llegó a Rector de la UCR en 1974, tras haber ayudado a Rodrigo Facio en la Reforma del 57, y ahora emergía como el capitán de una nueva: el Tercer Congreso Universitario, donde se lució y acuñó el eslogan “La universidad es la conciencia lúcida de la patria”… Que luego descubrí venía de Plutarco, pero no era de Rodrigo Facio, como mucha gente pensaba.

Traía de sus ancestros: don Agustín y don Ezequiel Gutiérrez –fundadores de la patria–, el poder de concebir grandes obras, y compartía neuronas con su primo hermano, el novelista Joaquín Gutiérrez, a quien –no en vano– le decían el “Pipa”, desde chiquillo.

Por eso don Claudio era ideal para crear cosas. Nunca me dijo si era martiano, pero sabía muy bien que “el mejor decir es el hacer”, y ergo, era más callado que parlanchín. Poseía un silencio elegante, de escuchador atento con saco  y corbata. Pero algunas veces tomaba café en mangas de camisa en La Guevara, y almorzaba una pizza capricciosa en Il pomodoro.

Conversábamos pocas veces, pero un día, ya siendo Rector, me pidió una cita formal. Con secretarias y todo. Era 1976, y no tenía donde recibirlo, pues yo era un simple reportero del diario La República. Sonrojado, le informé al director del periódico, don Rodrigo Madrigal Nieto, quien, pleno de amabilidad y admiración, por aquel Rector tan conspicuo, y sin saber lo que se gestaba, me dijo:

–“No se preocupe, muchacho, yo le doy mi oficina, y hasta cafecito le ponemos”.

Lo que se gestaba era que Claudio Gutiérrez Carranza me quería nombrar director del Semanario Universidad y, tras algunos tropiezos financieros, me sacó de aquel generoso despacho.

Por dicha que Madrigal Nieto no sabía la intención del Rector, porque su gentil aporte sirvió para reforzar una amistad muy productiva, de años, con aquella inteligencia natural, privilegiada, pero siempre bajo el control ecuánime del pensador Russelliano más destacado de los 70.

Manteníamos algunas complicidades creativas y bastantes contradicciones, pero compartíamos café cada semana. Le gustaba el debate, la dialéctica. Mas yo nunca crucé la raya de que él era mi jefe. Ni tampoco él lo hizo para compartir la intimidad de mi bohemia. Eso sí, se mostró muy feliz cuando su hijo, Xavier, fue mi alumno; y con su compañera de vida: Marlene, degustamos algunos ratos de vinos y canapés en los frecuentes cocteles del mundillo artístico o diplomático.

Amante del cine, el teatro y la belleza femenina, algunas veces hablamos de ellas, pero siempre con el respeto, admiración y recato, del circunspecto caballero cartaginés que fue en todo momento.

Los 70 fueron años de fulgor: resplandecía el teatro en Costa Rica, Nicaragua se libraba de Somoza y don Claudio  empezaba las tareas reformadoras que le encomendó el III Congreso Universitario.

Rasgo de su dignidad científica, lo fue el rechazo de una condecoración legendaria que le ofrecía, con insistencia, un prestigioso gobierno de las Europas:

–“¿A cuenta de qué me van a colgar una medalla por el simple hecho de ocupar este cargo? Si apenas estoy cumpliendo con mi deber”, –me dijo, cuando no hallaba como esquivar el compromiso.

Finalmente le explicó, al terco diplomático, que ya le había dicho a otra embajada que él no recibía medallas, y que si ahora abría el portillo, le iban a llenar el pecho de abalorios que quizás no merecía. Que muchas gracias, pero que no podía faltar a su palabra.

Era pulcro, nítido. Inspiraba admiración y respeto. Ni un café recibía de gratis. Digno líder para una gran institución. Eran otros tiempos.

En las tareas universitarias que nos juntaron, emprendimos más de cien cosas: desde la gran exposición con Hugo Díaz, hasta la sacudida de la Escuela de Arquitectura, pasando por el fortalecimiento y cambio del periódico Universidad, cuyo actual edificio lo seleccionó él, la traída de un teletipo francés, la limpieza de la Radio, la salida de Cotico, la reforma del sistema de becas, y algunos escarceos contra el diario de Llorente, que no quedaba en Llorente.

Todo muy estimulante y placentero para mí.

Pero también le ocasioné ciertos dolores de cabeza: como el de la marihuana en el Semanario o las caricaturas contra Monge. Pero nada como cuando me exigió que le pidiera disculpas públicas a un columnista, a quien tuve que azotar por necio e inquisidor. Le respondí que no, que no lo haría, porque “no pide perdón quien no está arrepentido”.

Él tenía encima a La Nación, a la ANFE, y a toda la prensa derechista reclamando mi cabeza, pero no les tuvo miedo. Me había prometido el despido, pero se decidió por una carta de reprimenda, que los diarios publicaron, y todo el mundo quedó contento. Yo el que más.

Seguimos de amigos.

Nada tenía que ver yo con sus áreas de sabiduría, y me aventajaba en dos décadas y tres o cuatro doctorados, pero me honró con su amistad franca, y mucho aprendí de él. Quizás hasta algunos comportamientos los heredé de aquellas tardes de café, en el viejo edificio de tablones que hoy ocupa el Confucio, un instituto de divulgación de la sabiduría china. ¡Linda relación!.

En todos aquellos años, nunca fue mi profesor de tiza y pizarrón, pero me iluminó bastantes inteligencias: de las viejas y de las nuevas, y quizás por aquello de las  distancias mutuas, ahora descubro que nunca le di las gracias.

Sirvan estas letras para hacerlo, y para enviarle mi cálido abrazo a esa familia alegre, fuerte y numerosa que también su natural inteligencia, le permitió mantener armónica hasta sus 92 años de servir al país.

¡Que sean muchos más!…

Porque la muerte siempre depende de nuestra memoria, y leer sus libros, disponibles en la web, será la mejor forma de cumplir ese objetivo.


1.Relato completo en  …Y no los dejen respirar (EDUCA 1995). Únicamente en bibliotecas.

2.Relato completo en  …Y no los dejen respirar (EDUCA 1995). Únicamente en bibliotecas.

3.Relato completo en  Los hechizados del siglo XXI (Prisma 2006). Disponible en Amazon.com

 

Texto compartido con SURCOS por Rogelio Cedeño Castro.