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Etiqueta: conservadores

Los neofascistas siguen en guerra sucia

Marlin Óscar Ávila

Seguir creyendo que, por haber estudiado filosofía marxista, dar discursos a favor de la distribución equitativa de los bienes y servicios públicos, es suficiente para que el pueblo lo o la elija en cargos de funciones del Estado, está un poco alejado de la realidad actual.

Ahora, hay corrientes conservadoras que saben hablar muy bien en favor de los intereses comunes incluso, manejan algunas categorías del marxismo, cuando están en campaña política. Sus retóricas son bastante similares a un improvisado izquierdista, al grado de, atraer la atención del pueblo trabajador.

Hay tales engaños al grado que ahora, ingenuos militantes de grupos de izquierda, presentan a personas infiltradas de las filas conservadoras, como grandes cuadros políticos con un pedigrí maravilloso, lo cual la militancia común cree a ciegas, sin comprobar la verdad de lo expuesto.

A dónde está la diferencia entre estos discursantes con admirable retórica, es en los hechos de su pasado personal.

Las experiencias de expresidentes como Lula Da Silva y Rafael Correa han sido insuficiente para que las sociedades de trabajadores aprendan a elegir a sus líderes. Seguimos creyendo en recomendaciones erradas cuyas consecuencias son de gravedad política.

Sabemos de personalidades que se cristalizaron en directivas de grupos progresistas, sin que nadie se haya atrevido a cuestionar su pasado, confirmando su verdadera identidad.

Estamos tan ansiosos de crecer numéricamente, que encontramos una mezcla sorprendente de gente adentro de las filas militantes de lo que solemos denominar de «la izquierda». Tampoco se practican procesos de formación político ideológicos, que orienten un real compromiso con las mayorías de trabajadores.

Las consecuencias de esto vienen cuando se distribuyen los cargos y responsabilidades institucionales, si se ganan cuotas de poder dentro del servicio público. Dos años después se verifica los perfiles de esos personajes, quienes poco o nada se distinguen de los corruptos, cínicos y delincuentes que estuvieron en el poder el cual se derrotó y destituyó por esos mismos defectos. Sin embargo, es tarde para corregir.

Recientemente escuché a un gran líder de un país centroamericano, ungir con «la rama de laurel», a un personaje que no se le ve ese compromiso con el pueblo trabajador, excepto gozar de fáciles y cómodas condiciones y buenos ingresos. No sorprendería que de ganar esa instancia partidaria las próximas elecciones, esos beneficios personales se triplicaran, no así sus aportes y compromisos objetivos con la masa obrera ni campesina.

El atrevimiento de algunos líderes nacionales llega a definir «a dedo» quién representa a la clase obrera, la clase campesina y, hasta a los pueblos originarios.

Nuestra cultura política ha sido predominantemente liberal. No dejamos de ser eso: liberales culturalmente. No importan lo incendiarios que sean los discursos antimperialistas. En el fondo, queremos la vida fácil, libre de trabas y controles del Estado y menos del pueblo. Al llegar a tener poder, no importa si poco o bastante, creemos merecer obtener los mayores beneficios personales, pues para eso luchamos realmente, para eso tragamos gases y nos toletearon. Además, nos adjudicamos el sacrificio de nuestros mártires, aunque cuando estuvieron luchando en vida, no fuéramos muy solidarios con esos mártires.

Esta reflexión va después de ver lo ocurrido en El Salvador, ver lo que acontece en Bolivia y Ecuador ahora mismo. Y así seguirá en todo el continente.

Pareciera que es necesario ser más exigentes, autocríticos y saber con qué criterios seleccionar nuestros líderes y lideresas.

Inmediatamente nos relajamos un poco, la ultraderecha trata de introducir sus «minas», sus intrigas y venenos adentro del sistema, que pensamos es de nuestro entero control. Los neofascistas no descansan, tienen muchos recursos técnicos y económicos. Además, no tienen ningún escrúpulo en hacer cualquier daño. Compran a cualquier precio la dignidad de personas de su interés. El que su principal líder visible, Donald Trump, haya perdido las elecciones políticas en su propio hogar, no significa que estén derrotados internamente.

Sabemos que la ultraderecha no está derrotada internacionalmente. Se reacomodan y aprovechan cualquier coyuntura para avanzar. Están en el Grupo de Lima, como en el Pentágono, en las iglesias como en cualquier partido político que se deja penetrar.

En esta guerra no hay respiro, se gana o se pierde. Si se pierde, los costos son trascendentes, si se gana, se salvan vidas.

El fenómeno Trump

ALAI AMLATINA, 09/06/2016.- EEUU es un país con 300 millones de habitantes, con la economía más grande del mundo, moviliza las fuerzas armadas más poderosas sobre la tierra y tiene la ‘máquina’ propagandística-cultural más rica en la historia de la humanidad. Para manejar este enorme poderío ha tejido a lo largo de décadas, más de dos siglos, un aparato político capaz de enfrentar retos y movilizar millones de personas. El sofisticado engranaje es la llamada democracia.

El núcleo central de este complejo sistema lo controla un conjunto de instituciones e individuos que en EEUU es identificado como el “establishment”. Son los guardianes del orden establecido y son los responsables de mantener la hegemonía sobre los diferentes sectores del país de tal manera que los cambios no perjudiquen los intereses creados. Cada cuatro años convocan elecciones para elegir líderes políticos, incluyendo al presidente de EEUU.

El proceso es supervisado por el establishment para garantizar que no se produzcan sorpresas y no sean elegidos candidatos que se salgan de las normas aceptadas.

Entre las normas, la más importante es garantizar la reproducción del sistema que protege los resortes económicos de propiedad y represión (violencia). Para lograr este fin, el establishment cuenta con dos partidos políticos: uno más conservador (Republicano) y el otro más liberal (Demócrata).

En la campaña electoral de 2016 salió a relucir dentro del Partido Republicano una masa electoral que respaldó al candidato menos comprometido con el orden tradicional: Donald J. Trump. Su mensaje se dirige a una población electoral de hombres ‘blancos’ frustrados sin empleo, sin vivienda propia y sin seguridad social. Esa masa sorprendió a los ‘expertos’ y arrasó en las primarias. Le dio a Trump los delegados que lo van a coronar candidato Republicano.

Los ‘conservadores’ que planteaban políticas de austeridad fiscal, así como servicios de salud y educación privados fueron desplazados por Trump. El candidato multimillonario de Nueva York no le hizo caso a los postulados del segmento conservador del Partido Republicano. Incluso, durante las primarias, fue ambiguo en muchos puntos sacrosantos para las iglesias evangélicas (aliadas estratégicas del Partido Republicano). En cambio, Trump arremetió contra los migrantes mexicanos, los afronorteamericanos, las mujeres y los musulmanes. Prometió acabar con los tratados de libre comercio, destruir militarmente al ‘Estado Islámico’ y “rescatar nuevamente la grandeza de EEUU”.

Trump parece entender que las capas medias norteamericanas que constituían la base de los partidos políticos de EEUU, durante la segunda mitad del siglo XX, en la práctica han desaparecido. Logró conectar con el votante medio norteamericano que quiere rescatar un imaginario del pasado que pareciera mejor. Este sector del electorado cree que los migrantes, las mujeres y los musulmanes son sus enemigos.

El mensaje de Trump logró despertar este sector de la derecha política que no tenía un abanderado. Rechazan, igual que Trump, a los empresarios que exportaron sus empleos a otros países. Durante las primarias Trump desplazó el centro tradicional de la derecha norteamericana a posiciones más radicales. La estrategia de Trump será, a partir de junio, atraer a los jóvenes frustrados del Partido Demócrata que apoyan al senador Bernie Sanders. Cree que éstos no apoyarán a la candidata demócrata Hilary Clinton, que consideran demasiada comprometida con el status quo.

Si Trump gana las elecciones, cuenta con el apoyo estratégico de un relativamente pequeño pero poderoso sector del establishment que ha sido marginado del poder desde los tiempos de Nixon. Se trata de los antiguos capitanes de la industria norteamericana desplazados por el sector financiero ‘globalizado’. En política exterior, Trump es ‘alumno’ de Henry Kissinger quien promueve un acercamiento a Rusia, contrario a la posición prevaleciente en los círculos dominantes de EEUU.

Trump quiere convertir a Rusia en un aliado “subordinado” igual que las otras antiguas potencias europeas. Incluso, visualiza a la OTAN moviendo sus tropas del centro de Europa hasta las fronteras de China. Es la política de ‘contención’ tan acariciada por Kissinger en sus buenos tiempos.

Ideológicamente, Trump es un populista de derecha, que movilizará a los norteamericanos contra los partidos políticos como una táctica para las elecciones, pero no creará un movimiento político capaz de retar el establishment. En este sentido, Trump no tiene una agenda política fascista, aunque su discurso lo aparenta.

Si llega a la Presidencia, Trump dice que sus proyectos serán pagados por trabajadores extranjeros. Sin embargo, serán los trabajadores norteamericanos que llevarán la mayor parte de la carga (incremento de impuestos y pérdida de más empleos) para financiar sus proyectos de expansión y ‘grandeza’ que promete en sus arengas.

Panamá, 9 de junio de 2016.

*Marco A. Gandásegui, hijo, profesor de Sociología de la Universidad de Panamá e investigador asociado del Centro de Estudios Latinoamericanos Justo Arosemena (CELA)

www.marcoagandasegui14.blogspot.com

 

*Imagen tomada de Wikipedia.

Fuente original http://www.alainet.org/es/articulo/178016

Enviado a SURCOS Digital por Graciela Blanco.

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