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Etiqueta: cultura dominante

Los monos domesticados

Un grupo de científicos colocó cinco monos en una jaula. En el centro de la jaula colocaron una escalera y en el último peldaño un racimo de bananos. Cuando un mono trataba de subir la escalara para agarrar los bananos, los científicos lanzaban un chorro de agua fría sobre los monos que se quedaban en el suelo.

Pasó el tiempo… cuando un mono trataba de subir la escalera, los otros lo agarraban a palos.

Con el tiempo, ningún mono subía la escalera, a pesar de la tentación de los bananos. Entonces, los científicos sustituyeron a uno de los monos. La primera cosa que hizo el nuevo mono fue subir la escalera, pero fue rápidamente bajado por los otros, quienes le pegaron. Después de algunas palizas, el nuevo integrante del grupo ya no subió más la escalera.

Un segundo mono fue sustituido y ocurrió lo mismo. El primer mono sustituto participó con entusiasmo de la paliza que le dieron al novato. Un tercer mono fue cambiado y se repitió el hecho. El cuarto y, finalmente, junto al último de los monos fueron sustituidos.

Los científicos se quedaron, entonces, con un grupo de cinco monos que, aún cuando nunca recibieron un baño de agua fría, continuaban golpeando a aquel que intentase llegar a los bananos.

Si hubiera sido posible preguntar a alguno de los monos por qué le pegaban a quien intentaba subir la escalera, de seguro la respuesta sería: “No sé, aquí las cosas siempre se han hecho así”.

Esta respuesta suena muy familiar y de seguro usted la ha escuchado alguna vez. A veces nos comportamos de una manera por costumbre, porque “así se ha hecho siempre”, sin ponernos a pensar por qué actuamos de esa manera. Hay que reconocer que lo ocurrido a los monos nos pasa a menudo en la vida real.

Ocurre en los diversos trabajos: una educadora trata de innovar, de buscar nuevo material, de hacer las cosas de una manera distinta y recibe el baño de agua fría de las compañeras más veteranas: “no se mate, para qué hace eso, nadie se lo va a reconocer”. Y luego cuando pasan los años, aquella maestra, le está aplicando la misma receta a otra compañera que tiene su misma actitud entusiasta, y como a ella no la dejaron, ella tampoco deja.

Ocurre también en la política: los precandidatos tratan de presentar nuevos proyectos, nuevas ideas, nuevos estudios y de inmediato aparecen los otros dándole una paliza, para que no surja, para que no pueda alcanzar el triunfo. Entonces no le queda de otra que acomodarse y hacer la política como siempre se ha hecho y al igual que los monos, aprenderá a apalear a los que lleguen con nuevas ideas.

Vivimos en una sociedad donde el innovador, el creativo, el pensante, el esforzado, el que quiere subir la escalera en busca del triunfo personal y comunitario, es frenado por sus mismos amigos, por su misma familia, por sus mismos jefes. Así generación tras generación vamos heredando una sociedad frustrada, pesimista, deprimida. Una generación incapaz de hacer proyectos nuevos por el temor o por el miedo.

La sociedad del espectáculo, la caída de los dioses de su olimpo y el nihilismo

Daniel Lara

Esta semana fue triste para el alma nacional al conocer la infausta noticia sobre el proceder de su héroe Navas. Me atrevo a pensar que la recepción de la noticia por parte de las mayorías tuvo más relevancia que el intento de Chaves por terminar con la Contraloría General de la República gracias a su referéndum bonapartista. Intento a la vez de Zapote por distraer la atención ciudadana sobre algo más importante: “La Armonización eléctrica Nacional”, en otras palabras la privatización del modelo eléctrico. El ICE permitió a lo largo de su existencia la cobertura eléctrica a lo largo y ancho del territorio nacional no importando la lejanía o pobreza de los habitantes de esos lares remotos. Las hienas privadas del sector aplauden la iniciativa y el mismo Miguel Ángel Rodríguez nos recuerda su intento fallido en el Combo de principios de siglo. El expresidiario expresidente es tan chavista como Milei es sionista.

Se imaginan que se difundiera con el mismo encono mediático que las pompis de Maribel Guardia son de gel, o que Zelensky es un adicto a la cocaína, o bien que Mr. Biden está más chocho que mi abuela. De Milei ya sabemos que habla con su perro muerto y su hermana con un fenicio de hace 1800 años. O bien que las reglas que rigen el Mundo – como las reglas del portero al contratar mano de obra – no son más que las reglas de Washington y no las reglas consensuadas a lo interno del seno de la ONU. Una ONU ya desgastada, inocua y maniatada por el Consejo de Seguridad.

Cuando se supo que el galán del cine Rock Hudson murió de sida, en virtud de su desconocida homosexualidad, tropeles de admiradores quedaron estupefactos; de la misma manera como si hoy corriera la noticia de la pérdida de la voz de Bad Bunny.

En un célebre ensayo Varga Llosa desnuda la banalización de la vida social gracias al espectáculo promovido por los medios de comunicación -no por ingenuidad sino por un cálculo de gestar nuevos circos romanos para embelesar y embrutecer a las mayorías- creando figuras heroicas bonitas por fuera pero construidas con el mismo barro con que Dios parió a la humanidad. Circo, mucho circo y muchos payasos mediáticos en los cuales deben centrarse los ojos de millones de personas. Mejor circo que reflexión, mejor charada que protesta.

Patear una bola o proferir graznidos en un escenario valen más que el trabajo de un científico o el texto de un buen literato. La banalidad del mal de Arendt podría extenderse a la perfidia del embrutecimiento de todos los colectivos. El dios Mercado construye íconos públicos para acumular muchos millones a sus gestores, asimismo heroínas y héroes como Shakira o Messi también llenan de alguito sus bolsillos. Dinero, circo y control ideológico para perpetuar un mundo basado en las reglas de la ignominiosa desigualdad. Gracias a los medios de comunicación, estos nuevos dioses y diosas exponen su vida íntima para atrapar a millones de personas, generar dinero y distraer la atención sobre los graves problemas que afronta la humanidad. Son como el soylent verde de la vieja película «Cuando el destino nos alcance«; bálsamos de ilusiones de vidas envidiadas e inalcanzables para las grandes masas. Son los “santos” modernos reverenciados en los atriles de la TV, las redes sociales y los pasquines que aun circulan.

Hoy Keylor lo destruyen los mismos medios que lo crearon, tan descartable como el mundo de mercancías que llenan de inmundicia el triste pedazo de tierra que tenemos. También la desgracia del coterráneo eleva los ratings de la televisión y los periodiquillos. Suben, permanecen un rato y los defenestran con facilidad. Vendrán otros Keilor’s, otros Bad Bunny’s, Karol G’s y cuanto payaso a sueldo coadyuven al status quo.

No es tema baladí el caso de Keylor Navas cuya aureola alimenta a jóvenes y en el mar de las desgracias patrias corre la suerte de paliativo chovinista que nos pretende colocar en la cima de los mundos. Redonda la bola, redondo el mundo y perfecto el cálculo esférico con que se crean estos prometeos modernos.

Si en los políticos ya no se cree, sí las iglesias devinieron en negocio de charlatanes y a las figuras de la farándula deportiva les llueve feo. ¿Entonces en cuáles valores puede creer el pueblo? ¿Qué nos puede alimentar para seguir adelante a pesar de los pesares? Pero el nihilismo que provoca un mundo caído en desgracia no lo cura ni el Pepto Bismol, a la suerte sucedáneo mercantil de una Alka Seltzer en la cual nos decían que sí se podía creer.

Pastores y curas pedófilos, tesis plagiadas por ministros europeos, banqueros rateros, doctores Fauci engatusadores, redes sociales tomadas por las mentiras de troles y de una IA embrutecedora, guerras que generan gruesos dividendos a consorcios como Boeing -no importa si los muertos son ucranianos- y para colmos una farándula desmerecida por sus acciones. El portero de marras no es más que otra víctima del mundo de las apariencias, una mercancía que se transa en millones, un deporte prostituido en el mismo seno de la FIFA.

El nihilismo como efecto de un mundo de gofio nos roba la esperanza y sin esperanza no se puede construir futuro. Toca construir un mundo real, sin ídolos de barro, sin becerros de oro y pompa, solo un mundo de personas de carne y hueso con las neuronas necesarias para liberarse de tanto circo y proveer de más pan a los que no tienen fama. Personas más empáticas, más sensibles a las necesidades de los otros, que le den contenido real a la propuesta religiosa del “amor al prójimo”.