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Etiqueta: Gilberto Lopes

El mundo tal como es (III-final)

Gilberto Lopes

San José, 5 de diciembre del 2024

Componer el mundo por la fuerza

La Guerra Fría nos dejó lecciones útiles para la interpretación de los conflictos internacionales. El de entonces y el de ahora tienen una característica común: tratan, ambos, del fin de una época, marcada por una confrontación de las grandes potencias.

El final de la Guerra Fría estuvo marcado por la reafirmación de la potencia dominante, los Estados Unidos, que había salido fortalecido de la II Guerra Mundial. Fue la reafirmación del mundo capitalista cuyos recursos superaban en mucho las capacidades del mundo soviético cuyas debilidades económicas decidieron su derrota.

Es una historia que está contada de forma convincente en un libro al que ya he hecho referencia otras veces: The triumph of broken promises, de Fritz Bartel. Fue el último gran triunfo del capitalismo y de su potencia más desarrollada: los Estados Unidos. Con su triunfo en la Guerra Fría se transformó en la única gran potencia mundial.

El texto de Bartel nos sugiere una clave de este proceso: la política de la FED, de aumentar las tasas de interés hasta niveles inimaginables entonces, permitió inundar Estados Unidos de recursos. Fue un factor decisivo para derrotar un mundo soviético no solo cada vez más endeudado, sino expuesto a la debilidad de un orden económico sustentado en la energía barata que les suministraba la Unión Soviética. Pero ese éxito fue también la clave del descenso, expresado hoy en una deuda imparable, que consume cada vez más recursos de una potencia en declive: 3.000 millones de dólares diarios en intereses.

Entre el final de la Guerra Fría y el escenario internacional actual lo que ha ocurrido es que la potencia ganadora había llegado a la cúspide de su poder. Desde ahí, y desde entonces, ha venido bajando por el otro lado de la ladera.

Fueron las condiciones internas de cada país la clave para el desenlace de la Guerra Fría. Y no se corre gran riesgo en afirmar que lo serán también en el desenlace de la confrontación actual (a menos que lleguemos a una inimaginable guerra nuclear).

Como dijo Rush Doshi, director de la Iniciativa sobre Estrategia China en el Council on Foreign Relations y subdirector para los asuntos de China y Taiwán en el Consejo de Seguridad Nacional durante la administración Biden, algunas de las cuestiones más urgentes para la definición de la política hacia China son de orden doméstico, base de la fortaleza norteamericana. “Pero los fundamentos de esa fortaleza se han atrofiado, especialmente desde el fin de la Guerra Fría”, agregó, en un artículo publicado en la revista Foreign Affairs, el 29 de noviembre.

Naturalmente, la Unión Soviética no era una gran potencia capitalista, ni tenía condiciones de enfrentar con éxito a los Estados Unidos. Su capacidad militar fue fundamental para la derrota alemana en la II Guerra Mundial y esto ayudó a enturbiar la naturaleza del conflicto entre las grandes potencias durante la Guerra Fría, a hacer pensar que eran dos potencias con capacidades parecidas. El resultado mostró que no lo eran.

Pero el énfasis en la capacidad militar nubla también la visión de quienes sugieren que Washington puede replicar lo ocurrido entonces para enfrentar los desafíos actuales. No ven el escenario interno, ni la importancia de la capacidad económica en el desenlace de la Guerra Fría. Piensan que con la amenaza militar (peace through strength) pueden repetir la hazaña que atribuyen a las agresivas políticas del entonces presidente Ronald Reagan. Una ilusión que recorre también el patético balance de Josep Borrell, de sus cinco años a cargo de la política exterior y de seguridad de la Unión Europea, para quien le queda todavía mucho trabajo por hacer “para hablar eficazmente el lenguaje del poder”.

“Si Europa no logra unirse en este momento de cambios tormentosos, no tendrá una segunda oportunidad”, dice el líder de los verdes alemanes y exministro de relaciones exteriores (1998-2005), Joschka Fisher. Su única opción, agregó, es “transformarse en un poder militar capaz de proteger sus intereses y garantizar la paz y el orden en el escenario mundial. La alternativa es la fragmentación, la impotencia y la irrelevancia”.

El peligro es, naturalmente, que lo intenten. Toda apuesta a un triunfo militar en el escenario actual peca de ingenuidad o mala fe, pues todos sabemos que una guerra, con las capacidades nucleares modernas, significará una derrota para todos.

Hoy el escenario de la confrontación es distinto al de la Guerra Fría en un aspecto fundamental. Se trata de la decadencia de la que ha sido la cabeza del orden capitalista mundial y el resurgimiento de antiguas potencias, una historia que tiene en el académico y diplomático singapurense, Kishore Mahbubani, uno de sus principales estudiosos, entre otros, en su libro “El nuevo hemisferio asiático”.

Entre las potencias que resurgen, evidentemente la más importante es China. Pero cuando una potencia como Estados Unidos ha extendido su influencia por todo el mundo de una forma no conocida anteriormente, con su economía capitalista (de creciente concentración de la propiedad privada) y con la ideología liberal que la ha sustentado (fundamento de prácticamente todas las dictaduras, especialmente en América Latina), su decadencia no puede ocurrir sin confrontaciones diversas, en los más variados escenarios en los que ha estado presente.

En particular, en Asia, sede de la potencia que surge, y en Europa, la retaguardia de la verdadera guerra –entre EEUU-China–, donde los intereses de Washington están intermediados por sus aliados en una confrontación con Rusia.

En todo caso el más poderoso, Alemania, ya no está en condiciones de amenazar a ninguna otra potencia, como ha hecho en dos guerras mundiales. Con costo le ha alcanzado por exprimir los recursos de una Europa que ve su influencia en el mundo cada vez más reducida.

Doshi resume los diferentes escenarios de las tensiones en Asia, donde la fortaleza de Estados Unidos deriva de una amplia red de alianzas. Para detener la agresión en el estrecho de Taiwán, o en el mar del Sur de China, Trump deberá sostener las que ya ha construido Biden: Aukus, orientada a proveer a Australia de submarinos de capacidades nucleares; Quad, conformada por Estados Unidos, Australia, India y Japón; y otras iniciativas, de la que participan, entre otros, Corea del Sur, Filipinas y Papúa Nueva Guinea.

Distintos son los escenarios en África y América Latina. En África, la dominación fue colonial, ejercida de manera brutal por las potencias europeas. En América Latina, la dominación norteamericana fue prácticamente total, vinculada a las clases dominantes de los países de la región. De modo que las luchas políticas en esos dos continentes, en esta fase de transición, están condicionadas por las características de la dominación a que han estado sometidas.

Arreglar la casa

La idea se repite de forma reiterada en los análisis de los más variados analistas norteamericanos. Ya citamos a Doshi, cuando afirma que son el arreglo de cuestiones domésticas lo más urgente para la definición de la política hacia China.

También lo trata Robert C. O’Brien, exasesor de Seguridad Nacional (2019-2021), en el primer gobierno de Trump, en un artículo sobre su política exterior, sobre la de “paz basada en la fortaleza”.

En los años 90’s del siglo pasado (o sea, al terminar la Guerra Fría), el mundo parecía alistarse para el segundo siglo norteamericano. Pero las cosas no se han desarrollado así. Las expectativas surgidas entonces contrastan con la realidad de hoy, dice O’Brian: “China se transformó en un formidable adversario militar y económico”. Con Estados Unidos atrapado en “un pantano de debilidades y fracasos”, O’Brian apuesta por una restauración de las capacidades norteamericanas, que le permita seguir siendo “el mejor lugar del mundo para invertir, innovar y hacer negocios”.

Nos recuerda que Trump inició una política de desacoplamiento de la economía norteamericana de la china, elevando los aranceles sobre aproximadamente la mitad de las exportaciones chinas a Estados Unidos. Ahora –afirma– “es el momento de presionar aún más, con un arancel del 60% sobre los productos chinos”.

Por otro lado, propone renovar el arsenal norteamericano. Se lamenta de que la marina tiene hoy menos de 300 barcos, comparados con los 592 que tenía durante la administración Reagan; que el proyecto de desarrollar misiles hipersónicos fue desfinanciado durante la administración Obama.

Pero estos cambios fundamentales deben tomar en cuenta los niveles de la deuda, y la necesidad de reducir el déficit fiscal. “¿Puede Estados Unidos resurgir con una nación dividida, donde las encuestas indican que una amplia mayoría de ciudadanos cree que el país va por el camino equivocado?”, se pregunta.

No hay una respuesta para esta pregunta. Hay muchas. Para el diario francés Le Monde, el camino que Trump deberá recorrer en este segunda mandato es radicalmente distinto al que el país ha recorrido desde el fin de la II Guerra Mundial. “Es el fin de la era norteamericana, la de una superpotencia comprometida con el mundo, ansiosa de mostrase a sí misma como un modelo democrático”.

A Le Monde le preocupa, como es natural, el destino de Europa en ese nuevo mundo. Presiente en fin de la era norteamericana, de una superpotencia comprometida con el mundo. Es una forma de ver las cosas. Pero no es la única. Quizás no es solo Estados Unidos el que ha cambiado sino, principalmente, el mundo. Un cambio que obliga también a Washington cambiar. Lo obliga a buscar nuevas formas de adaptarse.

Las propuestas hechas por Trump son, de cierta forma, un intento original, como explica Branko Milanovic en su artículo “The ideology of Donald J. Trump”. Para Trump –dice Milanovic– Estados Unidos es una nación rica y poderosa, pero no una “nación indispensable”, como le gustaba decir a la exSecretaria de Estado, Madelaine Albright. Es una visión distinta, pero sus propuestas no despiertan certezas, sino renovadas inquietudes.

FIN

Alcanzar la lejana orilla del tiempo

 

  • Dos libros de Rodrigo Soto

Gilberto Lopes

San José, diciembre de 2024

La vida y la muerte. Contemplada desde esta esquina (la de la muerte) “la vida lucía investida de una belleza deslumbrante”. Los suyos no estaban lejos, y mientras se adormecía “supo que se las habían arreglado para alcanzar aquella lejana orilla del tiempo”.

No se si fue porque lo leí de último. Era natural que así fuera, porque es el último de los cinco capítulos con los que Rodrigo Soto navega el río que lo habita (Silvia Castro, en su presentación del libro, sugiere “que el pronombre reflexivo corresponde a la ciudad”: “El río que me habita”. Puede ser). Pero yo quisiera sugerir que ni el río Grande es un río, ni Ciudad Real un lugar. Son solo los escenarios de un libro de relatos en los que la vida transcurre como un río y la ciudad soy “yo” (el que relata). ¿Por qué no?

Como se trata de literatura, importa cómo se cuenta. Me parece que es en este último relato donde Rodrigo se juega más. En el manejo de los tiempos: el de la conquista y el de la construcción del ferrocarril. Pero también el de los personajes: los humanos y los otros, el duwak.

Nunca le dijeron que el mundo de los muertos sería así. Siempre supo que “erraría por el bosque un tiempo y luego se recogería en la tierra para no regresar jamás”. Pero perturbaron su reposo. Buscaban oro, mientras construían el ferrocarril. Removieron sus huesos, que se deshicieron como arena, dice el duwak.

Me parece un relato ambicioso. Va a los orígenes, pero no lo cuenta como historia, sino desde la sensibilidad de los humanos y del duwak. Del poblado indígena quedaba apenas el armazón humeante de algunos ranchos. Lejos ardía la pila de cadáveres.

Serrano había matado a su padre, “hosco como un animal”. Y a su madre, “seca como un cuero”. Naturalmente, en Ciudad Real. Cuando sale de prisión, busca trabajo en la construcción del túnel, en el cerro Burío. Cuando Aurora le dijo que sería papá, se alejó del campamento, caminando sin rumbo. Le dijo que no podría ser papá de ese niño. Después, días después, cuando otro hijo de Aurora (que no era suyo), le pregunta si cuando nazca su hermano, también le podrá decir papá, un remolino de imágenes lo enfrenta al acertijo de su existencia. –Puede, hijo, puede… –responde.

El acertijo de la existencia

¿Qué es lo que hace que vivir merezca la pena? Aunque la pregunta se plantea en apenas un relato (el segundo) tengo la sensación de que todo el libro se dedica a hurgar en la respuesta, en los personajes que, al fluir por el río, cruzan la ciudad.

Recuerdos, leyendas, viejas historias, encrucijadas, pequeños afluyentes que desembocan en el río Grande y que Rodrigo Soto nos va contando en esta hermosa edición de “El río que me habita”, publicado en España por la editorial Huso en 2017 (en el índice, en las páginas de las historias locales I y II, hay un error: les falta el 1 delante de 44 y del 59).

La vida misma no es algo que uno pide, nos advierte. Y se deja llevar por el caudal del río Grande y sus afluyente. Lo hace con ayuda de la memoria, con la tergiversación de los hechos (es literatura, no historia), tratando de esconder así la vida. Lo leí un domingo, de una sentada. En la noche, después de semanas nubladas, había una luna clara.

El encanto de las tierras lejanas

Me fue distinto con “Prácticas de tiro” (con la envidiable portada de “Perro Azul”). Es libro más reciente. Publicado este año, recoge una treintena de relatos breves.

Pienso que no es difícil encontrar el hilo que lo une con “El río que me habita”. Se trata de una búsqueda de tierras lejanas, de lugares donde rehacer la vida, de hacerla valer la pena. La idea comenzó a tomar forma en “Confines”. La lógica más elemental sugería que más allá de los linderos de la ciudad debía existir algo, ese “otro lugar”.

Ya antes, en “Hambre”, se intuía el tema. Los hambrientos venían en pos de una gracia, pero cuando su número se multiplicó, el ánimo de la gente cambió.

Es como el duwark, que cuando vio su tierra invadida y su paz perturbada, se propuso perturbar al extranjero. Evocó a los espíritus que traían enfermedad y muerte. Pero prefería volver a su condición de duwark. Consideró con espanto el hecho de que habría que morir de nuevo.

Me recuerda el que se despertó en el “Purgatorio”. Cuando volvió en sí, no había nada. Sin embargo, poco a poco los contornos de su mundo comenzaron a emerger. Y, con ellos, los recuerdos amenazantes. “Entonces, el terror de convertirme en lo que fui bastó para expulsarme otra vez hacia la nada aquella donde me encontraba”. ¿Volver a ser un duwark?

Puede ser, aunque ese es personaje de la otra historia. Pero a veces parecen que son solo una. Aquí también crepitan los ranchos, cuando vienen los bárbaros. Anoche recibieron la noticias de que, al fin, se acercaban y salieron a emboscarlos en el vado del río grande. ¿El río Grande? ¿El de Ciudad Real? El rostro de los bárbaros asoman en el palenque y mientras se acercan, blandiendo sus espadas, resuenan voces extrañas “sobre el crepitar de los ranchos ardientes”.

Lo cierto es que leí primero “Prácticas de tiro”. Fue una lectura más espaciada que la de “El río que me habita”. Pero, terminada ambas, me resultó inevitable la sensación de navegar por un caudal que me parecía conocido.

Hay temas que se repiten, como las violaciones, aunque los escenarios son distintos. La de Cecilia, cuando manejaba en los caminos aislados hacia Puerto Humo. En “Mentiras” la historia es más elaborada. Se repite en “Resonancias magnéticas”.

La vida y la muerte, la búsqueda del sentido de la vida. Como cuando me enteré de la muerte de Martín. Murió joven, en un accidente de carro. Lo había perdido de vista. Éramos amigos de infancia. Aunque detesto los funerales, soy de los primeros en llegar a la funeraria. Me siento en una silla apartada, mientras espero que llegue algún conocido. De repente, los arreglos florales me devuelven una imagen: mi vida, tan pequeña, tan mezquina, tan mía…

Las guerras, los conflictos políticos, las batallas inútiles, como las libradas contra el tiempo; los amores perdidos (y recuperados). Aquí los cuenta Rodrigo con oficio, como navegando en el río Grande, de Puerto Humo a Puerto Escondido, todos simple puertos donde ancla en el viaje de la vida…

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El río que me habita

Rodrigo Soto

Ediciones Huso, Madrid, 2017

Prácticas de tiro

Rodrigo Soto

Ediciones Perro Azul, San José, 2024

El mundo tal como es (II-III)

Gilberto Lopes

San José, 3 de diciembre del 2024

El genocidio como política

“El genocidio como supresión colonial” es el título del sobrecogedor informe de Francesca Albanese, relatora especial de las Naciones Unidas sobre la situación de los derechos humanos en los territorios palestinos ocupados. Fue presentado a la Asamblea General el pasado 28 de octubre.

Al día siguiente se volvía a hablar de genocidio en la Asamblea General, que inició su debate sobre el impacto del bloqueo que Estados Unidos mantiene desde hace más de seis décadas contra Cuba. Era la 32ª vez que se votaba sobre el tema.

Para el ministro de Relaciones Exteriores de Cuba, Bruno Rodríguez, el bloqueo económico, financiero y comercial de Estados Unidos contra su país califica como otro genocidio.

Estados conoce perfectamente que viola la Carta de las Naciones Unidas y el derecho internacional con esas medidas que, según el gobierno cubano, representó pérdidas por 5.056,8 millones de dólares, solo entre marzo de 2023 y febrero de 2024.

La destrucción del enemigo

George Kennan (1904-2005), notable diplomático norteamericano, fue un escritor prolífico. En “Around the Cragged Hill”, un libro sobre su visión personal de la filosofía y la política trata de diversos aspectos del mundo en que le tocó vivir. Entre ellos la relación entre la política exterior y los militares.

Ahí discute la idea de destrucción total del enemigo, objetivo de la guerra para los militares. La destrucción por sí misma, afirma Kennan, no está de acuerdo con esa idea. Piensa que el objetivo de la guerra debe ser otro. No se trata de provocar la máxima destrucción del enemigo, sino de cambiar sus políticas, su forma de pensar.

Si ese es el objetivo, no se trata de provocar el máximo daño, sino el mínimo. “Todos vivimos en el mismo mundo; y si el objetivo de la guerra no es el genocidio (¿y quién, el Occidente, puede concebir que ese sea el objetivo?, se pregunta), entonces el propósito de cualquier conflicto militar es no tanto destruir militarmente el enemigo, sino cambiar su actitud”.

Occidente después de Kennan (o la miseria humana como política)

Kennan fue el artífice de la política de contención de la Unión Soviética, en un famoso artículo –The Sources of Soviet Conducts– publicado en julio de 1947, con el seudónimo de “X”.

Fue ciertamente su mayor éxito como diplomático. Tuvo mucho menos suerte después, cuando empezó a revisar sus puntos de vista con respecto a la URSS, a la OTAN, a Ucrania o a la relación de los países bálticos con Rusia. Se lamenta, en su libro, del poco caso que le hicieron, pese a los muchos reconocimientos que recibió.

“Occidente” no está dispuesto a oír las recomendaciones de Kennan. Su visión sobre “Occidente” y el genocidio luce hoy ingenua.

“El genocidio debe considerarse un componente esencial y decisivo del objetivo de Israel de colonizar completamente la tierra palestina expulsando el mayor número posible de palestinos” … ”dentro de un proceso de expansión territorial y depuración étnica que ha durado décadas y cuyo objetivo ha sido aniquilar la presencia palestina en Palestina”, afirma Albanese en su informe sobre la situación en Gaza.

No se puede leer el informe (por lo menos yo no puedo) sin una mezcla de sensaciones que terminan por resumirse en una profunda indignación contra los niveles de miseria humana que ha alcanzado el gobierno de Israel y que el informe de Albanese expone con lucidez y coraje.

“…la conducta general de Israel tras el 7 de octubre ha provocado graves daños psicológicos a todos los palestinos, tanto a las víctimas directas como a los que son testigos desde el exilio.

“El objetivo general es humillar y degradar a los palestinos en su conjunto.

“Se desnuda a prisioneros y se los tortura cruelmente en masa; los cuerpos de adultos y niños se amontonan y descomponen en la calle; los supervivientes se ven obligados a comer alimentos para animales y hierba y a beber agua de mar, o incluso aguas residuales; se ha mutilado a miles de personas, incluidos niños pequeños que se quedaron sin extremidades incluso antes de aprender a gatear; se destruyen hogares y se viola la vida íntima; y no queda absolutamente nada a lo que regresar”.

No se trata de política reciente, sino de una sistemática. “La inquietante frecuencia y crueldad de las matanzas de personas, cuya condición de civiles es conocida, son representativas de la naturaleza sistemática de una intención de destruir. A Hind Rajab, de seis años, lo mataron de 355 disparos después de pasar horas pidiendo ayuda; Muhammed Bhar, que tenía síndrome de Down, murió como consecuencia de un ataque con perros; Atta Ibrahim Al-Muqaid, un anciano sordo, fue ejecutado en su casa, de lo que luego se jactaron en los medios sociales su asesino y otros soldados; varios bebés prematuros fueron abandonados deliberadamente en la unidad de cuidados intensivos del hospital Al -Nasr, donde sufrieron una muerte lenta y sus restos se descompusieron…”

Historias difíciles de imaginar. Estamos lejos del sueño de Kennan, o de una guerra de legítima defensa, de una lucha antiterrorista con la que el gobierno israelita pretende justificar el genocidio. “Está bien establecido que Israel no puede invocar la legítima defensa contra la población que está bajo su ocupación. La potencia ocupante debe proteger, no atacar, al pueblo ocupado”, dice el informe.

El ejército israelí ha transformado Gaza en un lugar inhabitable para el ser humano. “Cuando la polvareda se asiente en Gaza, se conocerá el verdadero alcance del horror vivido por los palestinos”, dice Albanese. Me parece justo que entonces algún otro general obligue a los ciudadanos de Israel a ver la destrucción causada por su ejército en Palestina. Como hace unos 60 años otro general obligó a una población alemana a ver la que su ejército había causado a los judíos.

Cada vez más a la derecha

Nadie puede decir que no sabía lo que está pasando. Y que ya se anunciaba después de los resultados de las elecciones del 1 de noviembre de 2022 y la conformación del nuevo gobierno israelí, el más extremista encabezado por Benjamin Netanyahu, acusado de genocidio por la Corte Penal Internacional.

Un informe de Naciones Unidas, publicado el 20 de septiembre pasado, denunciaba lo que calificó de un “éxodo sin paralelo en años recientes” en Cisjordania, donde los colonos israelíes expulsaban de sus tierras, con violencia, a los palestinos. En un editorial del 5 de octubre, el diario Haaretz denunciaba que en Cisjordania “el gobierno de Netanyahu estaba violando la ley”.

El objetivo de la ampliación de los asentamientos, considerados ilegales por la ley internacional y por la misma ley israelí, es parte de una política prioritaria para el actual gobierno, orientada a la ocupación permanente de Cisjordania, o a su anexión.

Aliado a los ultraortodoxos y al nacionalismo religioso, dos hombres representan con particular saña la orientación extremista del nuevo gobierno.

Residente en Givat Haavot, colonia enclavada en el corazón de Hebrón, Itamar Ben Gvir, ministro de Seguridad Nacional, “es un activista impenitente que multiplica las provocaciones pavoneándose por los barrios árabes de Jerusalén este y apareciendo junto a las milicias de autodefensa judías”, afirma Alain Dieckhoff, director de investigación del Centro Nacional para la Investigación Científica (CNRS), la institución de investigación científica más importante de Francia.

El otro es Bezalel Smotrich, líder del Partido Sionista Religioso. “Su vida está totalmente identificada con la colonización judía”, dice Dieckhoff. Nombrado ministro de Hacienda, con competencias específicas en la administración civil de Cisjordania, se ha encargado de promover la expansión de los asentamientos judíos en tierras palestina.

Estados parias

Conocidos los resultados de las últimas elecciones, el presidente norteamericano, Joe Biden, llamó a Netanyahu, para decirle que su compromiso con Israel era “incuestionable”. –¡Felicitaciones amigo!, le dijo.

Como ya lo señalamos, al día siguiente de la presentación del informe de Albanese sobre Palestina, la Asamblea General analizó las consecuencias del bloqueo norteamericano a Cuba.

Para la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) la política de sanciones de Estados Unidos obstaculiza el desarrollo cubano y perjudica el bienestar de su población. La CELAC rechazó la aplicación de leyes y medidas contrarias al derecho internacional adoptadas por Washington, como la ley Helms-Burton, incluidos sus efectos extraterritoriales, así como a la creciente persecución de las transacciones financieras internacionales de Cuba.

El representante permanente de la delegación mexicana ante la ONU, Héctor Vasconcelos y el ministro de Relaciones Exteriores de Brasil, Mauro Vieira, se expresaron contra el embargo. Vieira pidió a Estados Unidos sacar a Cuba de la lista de países patrocinadores del terrorismo y fomentar un diálogo constructivo, basado en el respeto mutuo y la no injerencia.

El ministro de Relaciones Exteriores de Cuba, Bruno Rodríguez, calificó de genocidio ese bloqueo económico. Del 18 al 23 de octubre Cuba sufrió un apagón que afectó todo el país. Los hospitales funcionaron en condiciones de emergencia, las escuelas y universidades suspendieron sus clases, la economía se detuvo.

La causa primaria de la falla del sistema eléctrico nacional fue la carencia de combustible que afectó la generación, asociada al estado precario de las plantas. «Ambas consecuencias directas de las medidas extremas de guerra económica aplicadas por el Gobierno estadounidense desde 2019», específicamente diseñadas para impedir los suministros de combustibles y de partes y piezas para sus plantas”, agregó el canciller cubano.

La Corte Penal Internacional reconoció como genocidio la política de tierra arrasada que Israel ha impuesto en Gaza. Crimen que, de acuerdo con el canciller cubano, comete también Estados Unidos con su política de bloqueo a su país. El 30 de octubre la Asamblea General condenó esa violación de la Carta de Naciones Unidas por Estados Unidos, por 187 votos a dos. Nada de eso será acatado por el actual gobierno norteamericano, ni por el que lo sustituirá a partir de enero próximo. Tampoco cesará el genocidio en Gaza, ni la ocupación de Cisjordania, ni habrá respeto por la ley internacional.

No es extraño entonces que los dos países –Estados Unidos e Israel– hayan votado juntos –y solos– contra la condena al bloqueo norteamericano, con desprecio por la voluntad unánime del mundo.

FIN

El mundo tal como es (I-III)

Gilberto Lopes

San José, 1 de diciembre del 2024

Las guerras y las deudas

Con la deuda mundial acercándose a los cien billones (trillion en inglés) de dólares, el Fondo Monetario Internacional (FMI) recomienda a los gobiernos reducir el déficit y prever nuevas reservas para hacer frente a la crisis que seguramente vendrá, probablemente más pronto de lo que nos imaginamos, advirtió el mes pasado su directora, Kristalina Georgieva.

Las cifras dieron pie a diversas reflexiones. David Dodwell, director ejecutivo del Hong Kong-APEC Trade Policy Study Group, destacó que, en Washington, ven con preocupación como, por primera vez, el servicio de la deuda superará el presupuesto militar: 870 mil millones de dólares, frente a 822 mil millones. Con una deuda de más de 36 billones de dólares, solo en intereses Estados Unidos paga alrededor de 3.000 millones diarios.

Impresionantes también son los datos sobre las consecuencias económicas de la guerra israelí en Gaza: los daños en infraestructura son estimados por organismos financieros internacionales en 18,5 mil millones de dólares. Limpiar 37 millones de toneladas de escombros puede tomar 14 años (o más), mientras que restaurar la economía tomará siete décadas.

En medio de la tragedia humana, de los cerca más de 40 mil muertos, mujeres y niños la mayoría, la economía de Gaza se hundirá un 14% este año, comparado con el año pasado. En todo el territorio palestino ocupado la economía se desplomará un 35%.

La otra guerra, en Ucrania, ha hecho que los gastos militares del país aumenten hasta representar 37% del Producto Interno Bruto (PIB) y un 58% de los gastos del gobierno. En Rusia esos gastos representan casi 6% y 16% respectivamente.

Con las tensiones aumentando en prácticamente todo el mundo, los gastos de la OTAN alcanzaron, el año pasado, 1,34 billones de dólares, de los cuales más de dos tercios corresponden a Estados Unidos. Representaron 55% de los gastos militares mundiales, de acuerdo con el Instituto Internacional de Estocolmo de investigaciones sobre la Paz (SIPRI).

El desorden del mundo

Para ilustrar ese mundo quizás nos sirva la idea de Richard Haass, expresidente del Council on Foreign Relations –un prestigioso think thank norteamericano sobre política internacional–, expuesta en su libro “A World in Disarray”, publicado en 2017, que podemos traducir como “Un mundo desordenado”.

Haass –que, entre otros cargos, fue director del equipo de planificación política del Secretario de Estado Colin Powell, durante la primera administración de George W. Bush– analiza el deterioro de las relaciones entre Estados Unidos y la entonces Unión Soviética, al final de la Guerra Fría. Las cosas se complicaron desde el principio, afirma. Con los rusos derrotados en Afganistán –sus tropas abandonaron el país en febrero de 1989–, Estados Unidos contribuyó a “aumentar los problemas y a humillar” el país, dice Haass. Más importante todavía –agrega– fue la decisión de ampliar la OTAN en los años 90’s, bajo la administración Clinton. Una política que resultó ser “una de las más consistentes y controvertidas de la posguerra fría”.

Las consecuencias de esa decisión han sido analizadas desde los más diversos puntos de vista. Si la OTAN debe subsistir como un pacto militar y Estados Unidos seguir siendo un miembro activo –dijo el notable diplomático norteamericano George Kennan, fallecido en 2005– “yo esperaría que pudiéramos encontrar una manera de no darle el aspecto de una alianza orientada contra ningún país específico, sino más bien como expresión de un interés más duradero en la seguridad y la prosperidad de todos los países europeos de lo que es ahora”.

No ha ocurrido así. La OTAN se expandió hacia el este en diversas olas, de carácter cada vez más ofensivo, dirigidas contra Rusia, hasta que ese avance amenazó con llegar a sus fronteras con Ucrania.

Un mundo unipolar

El presidente ruso, Vladimir Putin, expresó reiteradamente su punto de vista sobre las consecuencias de esa decisión, que hoy son bien conocidas. Su discurso en la Conferencia de Seguridad de Múnich, en 2007, es citado con frecuencia. Entonces el presidente ruso era invitado a esa conferencia. Hoy ya no lo es. Pero volver a ese discurso debería ayudarnos a encontrar una salida al laberinto en que estamos metidos.

Lo que está ocurriendo hoy –dijo entonces Putin– es el intento de introducir el concepto de un mundo unipolar. ¿Con que resultados? Con el abuso de la fuerza militar en las relaciones internacionales, con el desprecio por los principios básicos de la ley internacional, con un Estado -Estados Unidos– saltándose las fronteras nacionales, tratando de imponer un modelo económico, político, cultural. Esto es extremadamente peligroso. El resultado es que nadie se siente seguro, advirtió Putin.

La expansión de la OTAN hacia el este no tomó en cuenta la sugerencia de Kennan, que fue embajador en Rusia en 1952 (donde fue declarado “non grato” por Stalin). Tampoco los líderes políticos de Occidente, en Washington o en Europa, han oído las advertencias rusas sobre los límites de esos avances, ni considerado sus preocupaciones de seguridad. Concluida la Guerra Fría, no fue Moscú quien avanzó hacia el oeste, sino Occidente quien llevó sus tropas hasta las fronteras rusas. ¿Con qué fin?

Olga Khvostunova, del Programa Eurasia del Foreign Policy Research Institute, por ejemplo, se refirió a esas “líneas rojas” establecidas por el Kremlin, cuya violación supondría represalias masivas, incluyendo un ataque nuclear. Las miraba en menos. Khvostunova estimó –en un artículo publicado en septiembre pasado en Foreign Policy– que, a medida en que avanzaba la guerra, diversas “líneas rojas” se cruzaron “sin repercusiones significativas”.

Desde su perspectiva, parece que ni la invasión de Ucrania, en febrero del 2022, ni el uso del nuevo misil balístico hipersónico contra un complejo industrial en la ciudad de Dnepropetrovsk, luego de la utilización por Ucrania de los misiles occidentales para atacar territorio ruso, deben ser vistos como una respuesta a los nuevos avances de Occidente en el escenario de la guerra.

Los analistas del Institute for the Study of War (ISW) -una institución alineada con los intereses de Occidente– estiman que Putin trata de inflar artificialmente las expectativas sobre sus capacidades militares, destacando las características de su nuevo misil. Estiman que esa arma no es más que una adaptación del misil Kedr, que Rusia ha venido desarrollando desde 2018-2019 y no representa un recurso militar novedoso.

La balcanización de Europa

No es la opinión de líderes como el primer ministro polaco, Donald Tusk, una de las voces más agresivas contra Rusia en Europa, para quien “la amenaza de un conflicto global es realmente seria y real”. O para el canciller alemán, que habla de una “terrible escalada”.

Un artículo del diario español El País, del 22 de noviembre pasado –“La OTAN convoca una reunión urgente con las autoridades de Kiev tras el lanzamiento de un misil ruso de nueva generación”–, explica los acontecimientos como una escalada rusa.

Los rusos tienen una visión distinta. Afirman que los misiles estadounidenses, ingleses y franceses, que Ucrania comenzó a utilizar para atacar su territorio, no pueden ser usados sin la participación de personal militar occidental. “Los propios ucranianos no pueden hacer esto”, dijo el portavoz oficial del Kremlin, Dimitri Peskov. El uso del novedoso misil de alcance intermedio “no es una escalada, sino una respuesta a la escalada provocada por Occidente”, afirmó.

El 1 de diciembre Europa giró un poco más a la derecha, en opinión de la periodista Ella Joyner, de la agencia alemana DW. Ese día asumió una nueva Comisión Europea, encabezada nuevamente por la demócrata cristiana alemana Ursula von der Leyen, con la exprimera ministra estoniana, Kaja Kallas, a cargo de la política exterior y el exprimer ministro lituano, Andrius Kubilius, a cargo de defensa, ambos particularmente agresivos contra Rusia.

En su presentación ante el parlamento europeo –que también giró aún más a la derecha en las últimas elecciones– Kallas reiteró la importancia de la victoria de Ucrania y pidió sanciones contra China –que ve como un “rival sistémico”–, por su apoyo a Rusia. “China debe pagar por sus relaciones con Rusia”, afirmó.

Con poco menos de 1,4 millones de habitantes, cerca de 20% de la población de Estonia está en riego de pobreza, según estadísticas oficiales. El Producto Interno Bruto (PIB) cayó un 3% el año pasado. El país se ha mantenido en recesión en 2004 y las previsiones son de un débil crecimiento en los próximos años, como resultado de diversos factores, incluyendo la pérdida permanente de insumos baratos procedentes de Rusia.

En otra cartera clave de la nueva Comisión Europea, la de Defensa, creada expresamente para esta ocasión, el lituano Andrius Kubilius se caracteriza también por su posición particularmente agresiva frente a Rusia, que califica como un Estado patrocinador del terrorismo. Es partidario de incautar los cientos de miles de millones de dólares rusos congelados en Europa, una medida polémica, que otros países europeos ven con más cautela.

En una muestra del clima antirruso que prevalece en los países bálticos, a mediados de noviembre la estatal Radio y Televisión de Lituania (LRT) despidió al periodista Aigis Ramanauskas. Ramanauskas había sugerido matar a quienes ven películas rusas o escuchan música rusa en el país. En su opinión, era indispensable alejar a los niños de esas personas. Ante las reacciones provocadas, se explicó: «Esto es lo que quiero decir a nuestros rusoparlantes: –No, queridos conciudadanos, no insté a que los mataran. No se trataba de ustedes, aunque está claro que odio sinceramente lo que conocemos como ‘mundo ruso'».

Con la política exterior europea en manos de representantes del este europeo; con Inglaterra en franca decadencia, fuera de la Unión Europea; con Francia y Alemania sumergidos en una crisis política y económica, una inevitable tercermundización de Europa, con una derecha extrema controlando el parlamento y la Comisión, con una visión cada vez más provinciana de la política exterior, Europa es, nuevamente, una renovada amenaza para el mundo.

FIN

El nacimiento de un nuevo mundo: La Guerra Fría no ha terminado, ni lo hará de forma pacífica

Gilberto Lopes, en San José
3 de octubre de 2024

Un triunfo completo

El canciller Helmut Kohl y sus aliados en el gobierno de George W. Bush habían logrado todo lo que querían: una unificación rápida y pacífica de Alemania, la promesa de la retirada de las fuerzas armadas soviéticas y la incorporación de la Alemania unificada a la OTAN. Su victoria parecía completa. El balance global del poder se inclinaba pacíficamente a favor de Occidente. Eran los años 90’s del siglo pasado.

El asesor de Seguridad Nacional de Bush, Brent Scowcroft, escribió al presidente a principios de año. Le advertía que el cambio se transformaría en nada si Washington no encontraba la manera de perpetuar su poder en el continente.1

Estados Unidos no quería desaprovechar la situación. Mientras el proceso de unificación de Alemania se aceleraba, también se intensificaban los esfuerzos norteamericanos para asegurar su posición en Europa y su papel en la OTAN.

La Guerra Fría está terminando –dijo Scowcroft– y, cuando termine, “la OTAN y la posición de Estados Unidos en Europa deben seguir siendo el instrumento vital para la paz y estabilidad que heredamos de nuestros predecesores”.

Fue entonces cuando el Secretario de Estado, James Baker, le aseguró a Gorbachov que la OTAN ya no sería una amenaza militar para la Unión Soviética, que se transformaría en una organización de carácter político, mucho más que militar. Gorbachov le respondió que la ampliación de la OTAN hacia el este seguía siendo inaceptable.

Dependientes en lo económico, ocupados militarmente desde el final de la II Guerra Mundial, los países de Europa del este, enfrentados en los años 80’s a las dificultades de la URSS para seguirles suministrando el petróleo subsidiado con el que financiaban sus importaciones, incapaces de pagar sus cuentas, fueron cayendo en manos de los organismos financieros internacionales. Luego, liberados de la ocupación soviética, disuelto el Pacto de Varsovia, se incorporaron paulatinamente en las estructuras del viejo enemigo, la OTAN.

Cuenta por cobrar

No ocurrió lo mismo con Rusia. Kohl había dejado claro que cualquier movida en dirección a la unificación alemana podía ocurrir conjuntamente con esfuerzos para superar la división de Europa, para construir algo así como lo sugerido por Gorbachov cuando habló de una “casa común europea”.

Kohl le dijo a Bush que dada la situación financiera de la URSS, el tema de la incorporación de Alemania a la OTAN era un asunto de “efectivo”. Que Alemania Federal asumiera los compromisos de la RDA con Moscú, pero ahora pagados con marcos. O sea, de cuánto Alemania estaba dispuesta a aportar para que las tropas soviéticas se retirasen y Moscú aceptara su incorporación a la OTAN.

Scowcroft sugirió que pagar 20 mil millones de dólares para asegurar el final de la Guerra Fría en los términos de Washington era un buen negocio.

Pero en Washington, acostumbrados a imponer drásticas reformas económicas a los países endeudados (incluyendo los de Europa del este) la idea no los convencía del todo. Exigían reformas económicas también en la URSS, a las que Gorbachov se resistía. Un proyecto que incluía la privatización de las principales empresas estatales rusas, con la progresiva expansión de los principios neoliberales a todo el mundo. Una cuenta que (por lo menos hasta ahora), no han podido terminar de cobrar, pese a los avances hechos en los corruptos años de gobierno de Boris Yeltsin (1991 y 1999).

País de inmensos recursos, poderoso ganador de la II Guerra Mundial, Rusia pudo resistir a la ofensiva de un Occidente que, al final, tampoco se sintió atraído por la “casa común” sugerida por Gorbachov.

Lo cierto es que la naturaleza política del conflicto desarrollado después de la II Guerra Mundial, del Occidente capitalista frente al socialismo soviético, ocultó su dimensión geopolítica, que emergió con más claridad una vez resuelto lo primero.

Después de un período de transición caótico, disuelta la Unión Soviética, Rusia fue recuperando un lugar en el mundo. En vez de la “casa común europea”, la opción de Occidente (de Estados Unidos y la OTAN) fue la de tratar de cercarla, de avanzar las fronteras de la OTAN hacía el este, sin oír ninguna de las muchas advertencias de que eso era inaceptable para Rusia. Los resultados están a la vista y se desarrollan ante nuestros ojos. Sin que Occidente oiga las advertencias de Moscú sobre las dramáticas consecuencias del intento de derrotar militarmente una potencia nuclear.

Otras circunstancias

Un Gorbachov debilitado había dicho, en otras circunstancias, que el avance de la OTAN hacia el este era inaceptable para la URSS. 35 años después la situación es otra y las consecuencias de los errores de cálculo de Occidente están a la vista.

La Alemania victoriosa de hace tan solo 35 años contrasta con su situación hoy, como evidencia el análisis económico del grupo financiero QNB.

Ejemplo de alta productividad, la economía alemana fue el motor de la europea después de la II Guerra Mundial y de la unificación del país. Fue cuando Kohl impuso a Gorbachov las condiciones para la retirada soviética de Alemania.

Hoy, la economía alemana es señalada como la “enferma de Europa”. Las previsiones son de que crezca un 0,9% anual para el período 2022-2026, muy inferior al ya débil crecimiento de 2% de antes de la pandemia de Covid. Desde su pico, en 2017, la producción industrial ha acumulado una caída de 16%. Unos resultados decepcionantes para una economía que, además de las tendencias negativas del sector industrial, enfrenta importantes obstáculos derivados de las infraestructuras inadecuadas y la pérdida de competitividad, como destaca el informe de QNB.

Por su parte, el triunfo en Washington en la Guerra Fría se cimentó en la política financiera adoptada por el presidente de la Reserva Federal, Paul Volcker, durante la administración Reagan. Una política de choque que quebró miles de empresas. Pero los altos intereses inundaron Estados Unidos de nuevos capitales, base de un endeudamiento que es hoy un cáncer que hace metástasis.

El último acto de la Guerra Fría, que entonces se pensó haberse desarrollado en 1990, en realidad se desarrolla ante nuestros ojos. Los dos principales ganadores de entonces –Estados Unidos y Alemania– son hoy dos gigantes con pies de barro, que enfrentan un mundo muy distinto al que derrotaron hace 35 años.

Aunque Moscú no ha confirmado esa noticias, el 1 de octubre el diario alemán Die Zeit anunciaba que el canciller Olaf Scholz quería hablar por teléfono con el presidente ruso antes de la cumbre del G-20, prevista para mediados de noviembre en Brasil, interesado en apoyar una iniciativa diplomática para poner fin a la guerra.

Quizás nada ilustre más claramente el cambio de escenario que la naturaleza de las conversaciones entre Helmut Kohl y Gorbachov en 1990 –cuando los regímenes del este europeo se desmoronaban y la misma Unión Soviética se deshacía–, y la de las eventuales conversaciones actuales, entre Scholz y Putin.

La línea roja

Las dos partes tienen objetivos distintos en este conflicto: Rusia trata de garantizar un entorno seguro, que estima amenazado por una incorporación de Ucrania a la OTAN. No está peleando a miles de kilómetros de su territorio, sino en su frontera.

Esto me parece un elemento esencial para analizar la situación. Especialmente cuando los sectores más agresivos de Occidente afirman que un triunfo en Ucrania solo sería el inicio de nuevas conquistas. Una expectativa imposible de sustentar en el escenario actual, ya sea el político o el militar.

La única “línea roja” entre Occidente –específicamente entre Washington y Moscú– es algo que obligue a una de las partes a escalar drásticamente el conflicto, estimó Sergey Poletaev, un analista especializado en política exterior rusa, en un artículo publicado la página rusa RT el pasado 30 de septiembre.

Para la subsecretaria de Defensa para Asuntos de Seguridad Internacional de los Estados Unidos, Celeste Wallander, un triunfo de Rusia en Ucrania pondría en duda la posición global de Estados Unidos.

Para la exprimera ministra de Estonia, Kaja Kallas –representante de las posiciones antirusas más extremas y que sustituirá al español Josep Borrel como encargada de la política exterior de la Comisión Europea–, “los ucranianos no luchan solo por su libertad y su integridad territorial. Luchan por la libertad de Europa. Si los rusos triunfan vendrán por más, porque nada los detendrá”.

Para el exprimer ministro británico, Boris Johson, que tuvo un papel decisivo en rechazar cualquier acuerdo de paz antes de que estallara la guerra, “Occidente obtiene grandes beneficios de la guerra de Ucrania”. “Kiev está luchando por nuestros intereses, a un costo relativamente pequeño”, agregó. Un costo que supera ya los 200 mil millones de dólares, que economías como la británica, o la francesa, o la misma norteamericana, profundamente endeudadas, solo pueden sufragar al costo de profundizar esos desequilibrios.

Como dijo el exSecretario de Estado de la administración Trump, Mike Pompeo, la expectativa es que, si logran derrotar a Moscú, Estados Unidos debería convencer a los rusos de unírseles para enfrentar juntos a China.

No parece una expectativa realista. El presidente ruso anunció, en septiembre, su nueva doctrina sobre el uso de armas nucleares. “Nos reservamos el derecho a utilizar armas nucleares en caso de agresión contra Rusia y Bielorrusia. Las armas nucleares pueden utilizarse si un enemigo supone una amenaza crítica para la soberanía de cualquiera de los dos Estados, aun mediante el uso de armas convencionales”.

Mientras Occidente sueña con incorporar, finalmente, Rusia a su mundo y completar así una obra que parecía terminada con el fin de la Guerra Fría, eso resulta hoy una aspiración que luce del todo imposible.

Sin embargo, considerando las capacidades militares en juego, no se puede descartar que el resultado termine siendo –ahora sí– una solución definitiva…

Corresponde al resto del mundo hacer los esfuerzos necesarios para evitar esa locura.

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NOTA

1 Detalles de estas historias están contadas en el notable libro de Fritz Bartel, The triunph of broken promises. Harvard University Press, 2022.

La interferencia desmedida de Washington enrarece el aire político en América Latina

Gilberto Lopes
San José, 11 agosto de 2024

Las expectativas eran enormes. Parecía que, ahora sí, la oposición venezolana, organizada alrededor de María Corina Machado, representaba una verdadera amenaza para el presidente Nicolás Maduro.

La oposición pensaba que su ventaja en las elecciones del pasado 28 de julio era tan grande que Maduro no podría falsificar los resultados, sobre todo frente a la Casa Blanca, que acompañaba de cerca el proceso y con quienes la oposición negociaba la eventual renovación de las sanciones económicas que desde hace más de una década se han venido aplicando al país, y la presión internacional, caso no se confirmase su triunfo.

Para los corresponsales del diario español El País en Bogotá y Caracas, Maduro llegaba a los comicios muy desgastado por la crisis económica. El diario mexicano La Jornada, en un editorial el día siguiente de las elecciones, se refería a esas sanciones de Washington a Venezuela. Pero lo hacía en un tono distinto. Le pedía a la oposición alinearse con los intereses nacionales para “exigir a Washington el levantamiento inmediato e incondicional del bloqueo comercial y financiero” que, en su opinión, era “la principal causa de las carencias que padece la población”. Una de cuyas consecuencias es la migración forzosa de unos siete millones de venezolanos, que inundan países vecinos, en busca de mejores condiciones de vida.

“Ninguna medida gubernamental resolverá las dificultades que padecen millones de venezolanos mientras el imperialismo estadounidense impida a Caracas la obtención de divisas y la adquisición de todo tipo de bienes, incluidos alimentos y medicinas”, decía el editorial de La Jornada.

Una semana después de las elecciones, cuando ya Estados Unidos había reconocido el triunfo del opositor Edmundo González, Manuel Domingos Neto, ex-presidente de la Asociación Brasileña de Estudios de Defensa (ABED), Roberto Amaral, ex-ministro de Ciencia y Tecnologíay el exdiputado y expresidente del PT, José Genoino, recordaban el escenario de la disputa: “un país que ostenta la mayor reserva de petróleo del mundo, que se proyecta sobre el Atlántico y el Pacífico, y es la puerta de entrada a la amazonia”.

Arrogancia desmesurada

Atribuyéndose poderes de la junta electoral, el Secretario de Estado Blinken declaraba “concluida las elecciones en Venezuela y proclamó electo a Edmundo González”. Para los tres políticos brasileños, esa “arrogancia desmesurada” termina alertando a los latinoamericanos contra la “profesión de fe democrática de los candidatos a dueños del mundo”. Están hablando, naturalmente, de los Estados Unidos.

Washington ha sido actor principal del escenario político venezolano, un país al que ha impuesto las más variadas sanciones económicas. Los efectos devastadores de esas sanciones han sido objeto de diversos estudios, entre ellos el de Mark Weisbrot, codirector del Center for Economic and Policy Research, y Jeffrey Sachs, director del Center for Sustainable Development de la Universidad de Columbia, publicado en mayo de 2019. (El estudio puede ser visto aquí:https://cepr.net/images/stories/reports/venezuela-sanctions-2019-04.pdf)

El estudio analiza algunos de los impactos más importantes de las sanciones económicas impuestas a Venezuela por el gobierno de los Estados Unidos, desde agosto de 2017 hasta 2019. Las sanciones ­–dicen Weisbrot y Sachs– “redujeron la ingesta calórica de la población, aumentaron las enfermedades y la mortalidad (tanto para adultos como para menores) y desplazaron a millones de venezolanos, que huyeron del país como producto de la depresión económica y la hiperinflación”. Estas sanciones “han infligido daños muy graves a la vida y la salud humanas, incluidas más de 40 mil muertes entre 2017 y 2018”, agregan.

En enero del 2019 Washington y sus aliados habían reconocido al opositor Juan Guaidó como presidente de Venezuela y renovaron las sanciones al país, adueñándose de recursos petroleros venezolanos en el exterior y del oro depositado en el Banco de Inglaterra.

Sanciones que han sido habituales en las políticas de Estados Unidos hacia Venezuela en las tres últimas administraciones norteamericanas. Las primeras, impuestas por Barack Obama, recrudecieron bajo el gobierno de Trump, que impuso restricciones a las operaciones comerciales entre empresas y ciudadanos norteamericanos y el gobierno de Venezuela. En 2019 se suspendió la compra de petróleo, ampliando las sanciones a instituciones de terceros países que proporcionaran apoyo financiero a Venezuela.

Sometido a esas presiones, renovadas en el gobierno de Biden, la economía de Venezuela sigue enfrentando severas restricciones. Biden, que había cancelado algunas de esas sanciones, los renovó en vísperas de las elecciones. A partir del 31 de mayo todas las empresas extranjeras debían cesar sus operaciones de producción y exportación de petróleo y gas venezolano. Para hacer negocios con la petrolera estatal Petróleos de Venezuela (PDVSA) debían solicitar al Tesoro norteamericano autorizaciones individuales, que son evaluadas caso por caso.

¿Cómo celebrar elecciones libres bajo sanciones?

¿Se puede celebrar elecciones libres en estas condiciones? Como lo explicaba a sus estudiantes Madeleine Albright, Secretaria de Estado norteamericana durante el segundo gobierno Clinton (1997-2001) en su libro sobre el fascismo, el objetivo principal de la política exterior era convencer a otros países a que hagan lo que quieres que hagan. Para eso –agregó– disponemos de diversos recursos, desde una solicitud educada hasta enviar a los marines. El envío de marines se ha hecho inviable, como lo reconoció esta semana la general Laura Richardson, jefe del Comando Sur de los Estados Unidos. Pero las sanciones nunca fueron más populares en Washington y en las Naciones Unidas, dijo la revista Foreign Policy, en una serie de artículos sobre el tema, que publicó en diciembre de 2021. Transformadas en un “garrote diplomático y económico vital para hacer entrar en razón a los gobiernos recalcitrantes”, Estados Unidos ha redoblado su apuesta, multiplicando el uso de las sanciones como arma política.En 2012 el congreso había aprobado el Magnitsky Act, para sancionar a quienes Washington considerara violador de los derechos humanos o corrupto. Cuatro años después extendió a todo el mundo los alcances de la ley, aprobando el Global Magnitsky Act. El objetivo de la ley –dicen los comentaristas en Foreign Policy– no era cambiar el comportamiento de los sancionados, sino desmantelar la red financiera que los sustenta. Naturalmente, la definición de los enemigos responde a los criterios políticos de Washington.El caso de Cuba es el ejemplo más antiguo y más dramático de los efectos de esas medidas. No quiere decir que el gobierno no cometa errores, pero su margen de maniobra es prácticamente nulo, dada la gravedad de las sanciones, impuestas hace más de 60 años y que hoy cuentan con la oposición prácticamente unánime de la Asamblea General de Naciones Unidas. Sin que Estados Unidos haya hecho nunca ningún caso de esas votaciones. No son parte de las reglas de su mundo.Sometidos a sanciones devastadoras, esa vida política se torna imposible en el “patio trasero” de los Estados Unidos, apoyada por los representantes locales de esos intereses. Todo intento de derribar las cercas del patio ha sido enfrentado con la gama de armas descritas por Albright.

¿Cuál es el resultado de esa política? Con otras características, esa política se repite en Venezuela, con los efectos descritos por Weisbrot y Sachs. Salvo que se gobierne alineado a los intereses de Washington, la intervención norteamericana, ejercida por el gobierno o por sus ONGs, desequilibra el escenario, inclina la balanza hacia determinado sector de la sociedad, haciendo imposible que el peso de cada uno se refleje libremente en los resultados electorales.

Vean la situación de Nicaragua. Vayamos a las elecciones de 1990. Yo estuve allá. Fue impuesta tras una guerra organizada y financiada por Washington que hizo imposible cualquier esfuerzo por administrar el país que, en medio del conflicto, no tenía posibilidad alguna de garantizar a sus ciudadanos ni la vida. Menos la perspectiva de un desarrollo económico y social. ¡Nada! La guerra lo consumía todo. Como si fuera poco, con la amenaza de que, ante un eventual triunfo sandinista, Washington continuaría promoviendo esa guerra.

En ese escenario se celebraron las elecciones. ¿Se podía celebrar así una elección libre? ¿Podían los nicaragüenses expresar libremente su voluntad?

Ganó la oposición, pero la vida política del país no pudo volver a un cauce “normal”, donde los diferentes puntos de vista se expresan en igualdad de condiciones. Se sucedieron los gobiernos apoyados por Washington: Violeta Chamorro, Bolaños, Alemán; el pacto aberrante Ortega-Alemán, mientras el sistema político se desdibujaba, hasta llegar a los extremos de hoy.

El intento de una “revolución de colores”, en abril del 2018, enfrentada con las armas por el gobierno, extrajo todo oxígeno de la burbuja política, donde hoy nada sobrevive. No hay vida en el escenario político de Nicaragua.

En enero del 2018, contratistas de la USAID presentaron el informe final de un proyecto quinquenal (de abril del 2013 a febrero 2018) de “Capacitación para la Defensa de la Sociedad Civil”. Entre los objetivos del proyecto estaba “el desarrollo de las capacidades de USAID/Nicaragua para que las organizaciones clave/objetivo, muchas de las cuales reciben apoyo a través de otras actividades de democracia y gobernabilidad financiadas por la USAID, puedan alcanzar mejor los objetivos del programa acordados mutuamente”. Pretendían también “mejorar la capacidad de las organizaciones de la sociedad civil y de los individuos para coordinarse cada vez más y trabajar en red entre sí, con el sector privado y con los medios de comunicación, para promover la concienciación, la defensa y el activismo”, iniciativas que “llegaron directamente a más de 3.599 nicaragüenses”. (El informe puede ser visto aquí: https://chemonics.com/wp-content/uploads/2018/10/FinalReport.pdf)

¿No aprendemos nada de todas estas experiencias?

¿Es posible explicar estos escenarios sin la intervención de Washington? Es fácil imaginar los efectos que proyectos de esta naturaleza tienen en un pequeño y pobre país como Nicaragua y cómo afectan su desarrollo político. Y difícil imaginar que el intento de una “rebelión de colores”, en abril, no tenga relación alguna con estos proyectos. ¿Qué oxígeno puede haber para alimentar la vida en la burbuja política sometida a esos instrumentos? ¿Qué espacio deja para el desarrollo libre de la política nacional? Es el instrumento con el que se extrae todo oxígeno de esa burbuja política en los países latinoamericanos cuando fuerzas transformadoras, no alineadas con los intereses de Washington, aspiran a dirigir los destinos de una nación.

América Latina produce más de un tercio del litio mundial, cuenta con importantes yacimientos de cobalto, manganeso, níquel, tierras raras y otros minerales, recordaba en un artículo sobre las “grandes oportunidades en Latinoamérica”, Shannon K. O’Neil, vicepresidente de Estudios y Senior Fellow para Estudios Latinoamericanos del Council on Foreign Relations. En Venezuela están en juego enormes recursos petroleros y mineros. La disputa electoral se da, además, en el escenario de un gran reacomodo de los poderes mundiales.

“Si hay algo de cierto en la idea en que la geopolítica se está convirtiendo en una competición entre autoritarismo y democracia, América Latina se sitúa claramente del lado de Estados Unidos y Occidente. A pesar de la pobreza, la desigualdad, la violencia y el debilitamiento del Estado de derecho, hay más personas que eligen vivir bajo un gobierno democrático que en las sociedades europeas y norteamericanas”, agregó O’Neil.

De modo que el mismo lunes, menos de 24 horas de cerradas las urnas, el secretario de Estado, Antony Blinken, manifestó desde Tokio, donde se encontraba, “serias preocupaciones” por los resultados anunciados en Venezuela.

El presidente chileno, Gabriel Boric, estimó, por su parte, que los resultados publicados por la autoridad electoral venezolana “son difíciles de creer”. El caso del presidente chileno es particularmente llamativo. Su política exterior coincide con frecuencia, como en el caso de Venezuela, con la de los representantes de los gobiernos de una derecha históricamente responsable de las mayores violaciones de los derechos humanos en la región. Lo hace, naturalmente, en nombre de la defensa irrestricta de los derechos humanos.

El expresidente de Costa Rica, Oscar Arias, hizo un llamado a un golpe de Estado. Lo puso en Facebook el mismo domingo, 28 de julio: –Señor ministro de Defensa de Venezuela Vladimir Padrino, como ciudadano de un país democrático lo exhorto, respetuosamente, apelando a su patriotismo, a que defienda la voluntad popular del pueblo venezolano expresada el día de hoy en las urnas.

¿Y cuál era esa voluntad? ¿Cómo lo sabía Oscar Arias? No lo sabía. Ni importaba. Como agregó en esa misma nota, el resultado debía reflejar “lo expresado por las diferentes encuestas tomadas a los electores después de emitir su voto. Un resultado diferente solo tiene un nombre: fraude electoral”.

Pero la oposición no presentó prueba alguna de ese fraude. Eran las encuestas que manejaba, como lo decía Machado, el lunes después de las elecciones: “A lo largo del día, con los conteos rápidos, fuimos monitoreando cómo iba la participación, hora a hora”. “Cuatro conteos rápidos, autónomos e independientes, dieron los mismos resultados de las encuestas”. Eso era todo.

¿Se imaginan un golpe militar en Venezuela? ¿Alguien piensa que sería muy distinto al de Chile, en 1973? ¿Una traición de los militares, como la de Pinochet, a la institucionalidad y a sus juramentos? ¿María Corina Machado y Edmundo González gobernando Venezuela? ¿Es falsa toda la historia que vincula a González, entonces diplomático venezolano en El Salvador, con algunos de los crímenes más cueles en los años de la guerra en aquel país?

El mundo en el que Arias sueña con un golpe, ¿es el mismo de 1973, cuando Pinochet derrocó a Allende, con el apoyo de Hayek, Friedman o Kissinger? ¿O el mundo con el que soñaba Albright?

La derecha liberal puede ser extrema, cuando hace falta. O democrática, cuando les es suficiente. Por ahora, está en pleno desarrollo el proceso electoral en Venezuela, que debe culminar con un peritaje y resultados definitivos, que el Tribunal Supremo de Justicia deberá divulgar.

Pero hace falta que América Latina pueda disfrutar de una vida política sin la interferencia desmedida de Washington, que enrarece el aire político de la región.

FIN

La larga marcha de la OTAN hacia el este

Gilberto Lopes
San José, 23 julio 2024

“La expansión de la OTAN sería un error fatal”, decía el contralmirante de la marina de los Estados Unidos, Eugene James Carroll Jr., en un artículo publicado en el Los Angeles Times, el 7 de julio de 1997.

Convertido en un defensor del desarme nuclear después de su retiro, el contralmirante intervino en el debate sobre la ampliación de la OTAN hacia el este, que la entonces Secretaria de Estado de la administración Clinton (1993-2001), Madeleine Albright, defendía con entusiasmo.

Mi visión de una nueva y mejor OTAN puede resumirse en una frase, diría la Secretaria: “queremos una Alianza reforzada por nuevos miembros; capaz de defenderse colectivamente; comprometida a hacer frente a una amplia gama de amenazas contra nuestros intereses y valores compartidos”.

“Sé que hay quienes sugieren que hablar de intereses comunes euroatlánticos, más allá de la defensa colectiva, desvirtúa, de alguna forma, la intención original del Tratado del Atlántico Norte. Ya lo he dicho antes y lo repetiré: ¡Eso son tonterías!”.

Nacida en Praga, Albright falleció en marzo del 2022, habiendo publicado varios libros. En uno, sobre el fascismo –Fascism, a warning-, publicado en 2018, vuelve a poner en evidencia ese gusto por el resumen, la capacidad de definir sus objetivos en una frase.

Para mí –diría Albright en su libro–, “un fascista es alguien que se identifica plenamente con toda la nación o con un grupo en cuyo nombre dice hablar. Es desconsiderado con los derechos de los demás y capaz de usar todos los medios necesarios, incluyendo la violencia, para lograr sus objetivos”.

Más adelante, en el mismo libro, se refiere a los objetivos de la política exterior, cuya cartera le tocó dirigir entre 1997-2001, durante la administración Clinton. “Les digo a mis estudiantes que el objetivo fundamental de la política exterior es muy sencillo: convencer a los demás países a hacer lo que queremos que hagan. Para eso tenemos diversos instrumentos a nuestra disposición, desde una demanda educada hasta enviar a los marines”.

Entusiasmada con la perspectiva de incorporar a la OTAN a los tres primeros países de Europa del este –la República Checa, Hungría y Polonia– Albright se referiría, en un discurso pronunciado en Bruselas el 8 de diciembre de 1998, a la importancia de que esos nuevos miembros se unieran a la discusión, que entonces se disponían a realizar, sobre “las iniciativas esenciales para preparar a la Alianza para el siglo XXI”. Era la primera ampliación de la OTAN hacia el este, después de la Guerra Fría. En 2004 se incorporarían otros seis países más.

Aunque las estimaciones varían, el Pentágono calculaba entonces que la ampliación de la OTAN podría costar de 27 a 35 mil millones de dólares en los siguientes diez años, de los cuales Washington debía asumir unos 200 millones anuales. Una cifra ridícula (aun actualizando ese monto al valor del dólar de hoy) si comparada con los más de 175 mil millones ya asignados a Ucrania desde 2022. Sin contar con valores similares otorgados por los países europeos que, sumados, superan ampliamente los 223,7 mil millones de dólares que se destinaron el año pasado a la Asistencia Oficial al Desarrollo.

No era una amenaza

Para Clinton y su Secretaria de Estado la expansión de la OTAN hacia el este no representaba una amenaza para Rusia.

Era la víspera de la cumbre de Washington, de abril de 1999, en la que la organización celebraría sus 50 años, en medio de la operación militar en Kosovo (una polémica operación realizada sin la autorización del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas), y donde discutiría su nuevo concepto estratégico y la adopción del plan de membresía para los nuevos socios, antiguos aliados de la Unión Soviética y miembros del Pacto de Varsovia.

En Rusia, Boris Yeltsin concluía su período al frente del gobierno (que había empezado en 1991), luego de una caótica reforma política y económica, una privatización de empresas públicas que despertó los apetitos de Occidente, interesado en los enormes recursos del país. El 31 de diciembre de 1999 entregó el poder al primer ministro Vladimir Putin, que asumió la presidencia de forma interina antes de ser elegido para el cargo, tres meses después. En su década de gobierno, el PIB ruso se redujo casi a la mitad.

La OTAN tenía todavía esperanza de que pudieran convencer a Rusia “a hacer lo que queremos que hagan”. Albright habló largamente sobre las implicaciones de las propuestas de ampliación de la OTAN en Rusia (su intervención puede ser vista aquí: https://1997-2001.state.gov/statements/970423.html).

En su testimonio ante el Comité de los Servicios Armados del Senado, el 23 de abril de 1997, les recordó a los senadores que ella era una diplomática y que “el mejor amigo de una diplomática es una fuerza militar efectiva y una creíble posibilidad de utilizarla”.

Déjenme explicar el objetivo fundamental de nuestra política, diría a los senadores: “es construir, por la primera vez, una comunidad transatlántica pacífica, democrática y no dividida”. Lo que, en su opinión, les daría mayor seguridad de que no serían llamados, otra vez, a pelear en suelo europeo.

Ya entonces enfatizaba la importancia de fortalecer la cooperación con Ucrania, de promover una reforma militar en ese país y mejorar la interoperabilidad con la OTAN.

“La OTAN es el ancla de nuestro compromiso con Europa”. “Es prometiendo pelear, si fuera necesario, que haremos menos necesario pelear”. Un argumento que no toma en cuenta que, en estos días, esa pelea sería con armas nucleares (pensaban entonces que podían ganarla). No tomó en cuenta tampoco, como veremos, las muchas advertencias de que los resultados de esa ampliación podrían ser contrarios a los que Albright prometía.

Insistió en que no se debía evitar esas medidas solo por la oposición rusa. “Los peores elementos de Rusia podían sentirse fortalecidos, convencidos de que Europa podía ser dividida en nuevas esferas de influencia y que esa confrontación con Occidente valía la pena”. Desde su punto de vista, no podían esperar que Rusia se definiera a favor de la democracia y de los mercados para construir “una Europa unida y libre”. Ni pretendía hacer que Rusia aceptara la ampliación de la OTAN hacía el este.

Un error de proporciones históricas

Albrigth habló en el senado el 23 de abril de 1997. Dos meses después, le 26 de junio, un grupo de 50 destacados políticos y académicos norteamericanos manifestó un punto de vista distinto, en una carta abierta al presidente Bill Clinton.

El contralmirante Carroll Jr recordó, en su artículo, lo que dijo el General Dwight D. Eisenhower, primer Comandante Supremo Aliado de la OTAN, poco después de asumir el cargo, en febrero de 1951: «si dentro de diez años no han regresado a Estados Unidos todas las tropas norteamericanas estacionadas en Europa con fines de defensa nacional, entonces todo este proyecto habrá fracasado».

El contralmirante se pregunta qué pensaría Eisenhower de los planes para ampliar la OTAN y la permanencia de Estados Unidos en Europa. Cita una iniciativa de Susan Eisenhower, nieta del general y experta en temas de seguridad, que “reunió a un impresionante grupo de 50 líderes militares, políticos y académicos” (entre ellos Paul Nitze, Sam Nunn y Robert McNamara) para firmar una carta abierta al Presidente Clinton, en la que califican el plan de ampliación de la OTAN como «un error político de proporciones históricas». (La carta puede ser vista aquí: https://www.armscontrol.org/act/1997-06/arms-control-today/opposition-nato-expansion

En Rusia –dice la carta–, “la expansión fortalecerá la oposición no democrática, reducirá el número de quienes favorecen las reformas y la cooperación con Occidente y llevará a los rusos a cuestionar todos los acuerdos posteriores a la Guerra Fría”.

En Europa –agregan– la expansión fijará una nueva línea entre los que están “adentro” y los que quedan “afuera”, fomentará la inestabilidad y disminuirá la sensación de seguridad de los que no están incluidos y terminará por involucrar los Estados Unidos en la seguridad de países con serios problemas fronterizos y de minorías nacionales.

Los firmantes de la carta proponían otras cosas. Entre ellas la cooperación entre la OTAN y Rusia, tanto en lo político como en lo económico y lo militar. Naturalmente, no fueron oídos.

Farah Stockman, miembro del Consejo Editorial del New York Times, publicó, el pasado 7 de julio, un artículo en el que sugería a la OTAN algunos cambios. Se refería a un creciente malestar que percibía en Europa, donde diversos países comenzaban a sentirse incómodos con la dependencia de la organización de los recursos e intereses de Washington. Cita el caso de los presidentes de Finlandia y de Francia, que pedían una OTAN “más europea” y se preguntaba por qué esa dependencia persistía.

Una razón era estructural, histórica. La OTAN fue creada cuando Europa emergía de una guerra devastadora, que creó enormes hostilidades entre países europeos. “Alguien tenía que juntar los gatos”, afirma Stockman.

Pero hay otras razones. Cita los beneficios del complejo industrial-militar norteamericano que, en el período 2022-23, suministró 63% del equipamiento militar de los países de la Unión Europea. Esa dependencia va acompañada de una importante dependencia política, a la que Washington no pretende renunciar.

Un diplomático notable

El contralmirante Carroll Jr. recuerda otro notable personaje de la diplomacia norteamericana, George Kennan, embajador en la Unión Soviética durante unos pocos meses en 1952, durante el gobierno de Stalin, y en la Yugoslavia de Tito, durante la administración Kennedy, además de otros cargos en el Departamento de Estado y de una destacada carrera académica.

Para Kennan ampliar la OTAN sería también “el error más funesto de la política estadounidense en la época de la post Guerra Fría. Se puede esperar que tal decisión… impulse la política exterior rusa en direcciones que, decididamente, no serán de nuestro agrado».

Un diario de casi 700 páginas, publicado por Frank Costigliola en 2014, registró, año tras año, desde 1916 hasta 2004, los más diversos comentarios de este personaje extraordinario –que nació en febrero de 1904 y murió a los 101 años, en marzo de 2005–, sobre la política norteamericana, las relaciones internacionales, las relaciones familiares y sus estados de ánimo.

Figura clave en la política de contención de la Unión Soviética al inicio de la Guerra Fría, en la concepción y puesta en práctica del Plan Marshall para la reconstrucción de Europa, después de la II Guerra Mundial, asesor informal de Kissinger cuando este fue nombrado Secretario de Estado en la administración Nixon, interlocutor de los más variados líderes internacionales de su época, el diario de Kennan me parece una lectura fascinante.

Esta tarde –diría, en junio de 1960– me senté con Willy Brandt y su esposa noruega y otros en un restaurant en Berlín. Conversamos largamente… El mes siguiente, en julio, invitado por el presidente Tito, de Yugoslavia, pasan una hora conversando. Estaba interesado en Cuba, dice Kennan. Pocos años después, el presidente Kennedy le ofrece la embajada de Estados Unidos en Belgrado, que asumiría también por un corto período.

Son famosos, en la historia diplomática, el “Long Telegram” enviado por Kennan desde Moscú al Secretario de Estado, en febrero de 1946, y el artículo “The Sources of Soviet Conduct”, publicado en la revista Foreign Affairs en julio de 1947, firmado por “X”.

En ellos analizaba la conducta soviética, sus raíces y su importancia en la escenario internacional, y sugería una línea de contención que dio origen a la Guerra Fría.

La luna de miel se acabó

Pero eso no fue todo. Alejado del Departamento de Estado, con frecuencia ignoradas sus posteriores recomendaciones, que evolucionaron hacia posiciones algo distintas a las iniciales, algunas de esas ideas están recogidas en su diario.

“Cuando yo hablaba en 1947, por ejemplo, contra las políticas pro soviéticas de los años de la guerra, había grandes aplausos y todo estaba bien. Cuando decía que debíamos permanecer fuertes frente al poder soviético, todos estaban de acuerdo”, dice Kennan.

Pero, de repente, –agrega– la luna de miel se acabó. “Cuando me atreví a sugerir que quizás estructurar nuestra fuerza alrededor de la bomba de hidrógeno no era la mejor idea, solo hubo desconcierto. Cuando manifesté escepticismo sobre la intención de los rusos de atacarnos, y sugerí que pensáramos en nuestra fuerza militar no tanto para la disuasión de un ataque ruso como elemento central de nuestra política, sino más bien como un elemento discreto, para una política orientada a un arreglo pacífico, hubo una gran y duradera incredulidad”.

Tenía entonces Kennan 56 años. Estábamos en 1960. La administración Eisenhower no le había ofrecido ningún puesto diplomático. Kennedy ya estaba en campaña y Kennan regresa de Berlín y Belgrado para preparar una carta de ocho páginas, con su visión de la política exterior norteamericana, para hacérsela llegar. Habla de las relaciones con la URSS y con la OTAN.

Cuando sugerí –dice en el diario– “que algunas cosas que los rusos hacían eran una reacción a lo que nosotros estábamos haciendo, la gente pensaba que yo estaba loco. Y cuando, finalmente, sugerí que podríamos estar interesados en negociar un acuerdo entre las grandes potencias para una retirada conjunta, tanto de Europa como del Lejano Oriente, hubo una indignación general”.

Ya Kennan no era optimista sobre el rumbo de la política exterior norteamericana. “En ningún momento en los últimos diez años la política exterior de los Estados Unidos se pareció a lo que yo pensaba que debía ser y en ningún momento estuvo basada en una interpretación sobre la naturaleza del poder soviético similar a la mía”, afirma.

“Ahora estamos embarcados en caminos que me parecen equivocados, que nos llevarán a malos resultados y hemos avanzado tanto por esos caminos que estoy obligado a reconocer que mis antiguos puntos de vista han perdido completamente su relevancia”.

Estimaba ser ya muy tarde para hablar de sacar a los rusos de Europa del este, un tema particularmente sensible en esos años de la Guerra Fría. “Ellos están allí para quedarse y no veo mayor hipocresía de políticos occidentales que la piadosa afirmación de que querían otra cosa”.

Habló también de las negociaciones de desarme. “La carrera de armas nucleares, a cuya promoción nuestra política parece haber estado dedicada con singular intensidad en los últimos quince años, ahora avanza con tal ímpetu que no hay la menor posibilidad de detenerla; y aquellos que alguna vez temieron que se pusieran obstáculos de cualquier tipo en el camino de la proliferación de armas nucleares en manos de X números de gobiernos, ahora pueden quedarse tranquilos. No habrá tales obstáculos, el que quiera podrá obtenerla”.

En 1975, el primer ministro polaco, Adam Rapacki, había propuesto crear una zona libre de armas nucleares en Europa central, que sintonizaba bien con la propuesta de retirada conjunta que proponía Kennan. Pero –agrega– “el esfuerzo de los polacos para promover una discusión sobre la prohibición de armas atómicas en Europa central ha sido exitosamente rechazado”.

Hoy Polonia, junto con los países bálticos, son algunas de las naciones más comprometidos en el apoyo a Ucrania, habiendo sugerido, entre otras cosas, la posibilidad de derribar misiles rusos sobre el territorio ucraniano.

Kennan se lamentaba, en sus memorias, de que había insistido, todos estos años, “en que, si actuamos como si pensáramos que la guerra es inevitable, podemos contribuir a que lo sea. Si tratamos a los líderes soviéticos como si no tuvieran más intención que la de declararnos la guerra, eventualmente eso podría transformarse en realidad. Si actuamos como si el peligro militar fuese lo más importante, podríamos terminar haciéndolo verdadero”.

El incidente de un avión espía U-2, que Estados Unidos había enviado para asegurarse de que la URSS no estaba preparando ningún ataque sorpresa en su contra (y que los soviéticos derribaron, sobre su territorio, el 1 de mayo de 1960), era resultado de la visión de los gobiernos occidentales, que daban prioridad al punto de vista militar en sus relaciones con la Unión Soviética. Y, naturalmente, actuaban en consecuencia. Una política que Kennan consideraba totalmente innecesaria, equivocada.

Con ironía, concluía que era “más fácil identificar la personalidad soviética con la bien conocida de Hitler, cuyas intenciones eran tan ambiciosas y agresivas que solo podíamos esperar que intentara lo peor, en vez de tratar de entender lo que un tipo como Kenann tiene que decir sobre Rusia”.

Hoy la portavoz del bloque militar, Farah Dakhlallah, exhibe como fortaleza el hecho de que la OTAN tenga más de 500 mil soldados en estado de alerta máxima, ante lo que estima una amenaza de conflicto directo con Rusia. ¿Cómo entiende la OTAN ese “conflicto directo” contra Rusia? ¿Tiene algún sentido una política orientada, no a evitarlo, sino a librar una guerra como esa?

Como dijo el contralmirante Carroll Jr., la expansión de la OTAN hacia el este es un intento de prolongar las divisiones de la Guerra Fría y reforzar la alianza frente a la expectativa de que Rusia trate de imponer su hegemonía en Europa Oriental. Algo que, en todo caso, parece fuera de toda posibilidad política o militar en el escenario actual y que Moscú ha rechazado reiteradamente.

El contralmirante concluye que podía parecer seguro entonces (en 1997) tratar a Rusia como un enemigo, cuando no podía impedir la expansión de la OTAN. Pero –advirtió– existía el peligro, a más largo plazo, de que “una coalición antioccidental de línea dura” se fortaleciera en Moscú, provocando reacciones contra la OTAN en el futuro.

Una realidad que ha terminado por explotar, atravesándose en esa larga marcha de la OTAN hacia el este, un movimiento sobre el que –según Albright– Rusia no tenía derecho de veto.

FIN

El laberinto político europeo: ¿Dónde está la salida? ¿A la derecha, a la extrema derecha, a la izquierda…?

Gilberto Lopes

San José, 22 de junio de 2024

I.

Empecemos por el principio: por el Tratado de Roma, que creó al Comunidad Económica Europea, en 1957, inspirado en las ideas de uno de sus arquitectos, Jean Monnet. Un personaje polémico, como veremos, novelesco, procedente del mundo financiero, dice el profesor José A. Estévez Araújo, catedrático de Filosofía del Derecho de la Universidad de Barcelona, comentando el libro del historiador británico Perry Anderson, “El Nuevo Viejo Mundo”, un estudio histórico sobre el origen, evolución y perspectivas de la Unión Europea. Este atildado hombrecillo de Charente –Monnet– “fue un aventurero internacional de primer orden, que hizo malabarismos financieros y políticos a través de una serie de espectaculares apuestas”, dice Estévez.

Existía entonces –afirma– un consenso en torno a políticas keynesianas de pleno empleo, una mayor preocupación por lo social. Era la época de la Guerra Fría. Monnet debía su poder y su influencia al apoyo de Estados Unido, interesado, en esa época, en una Europa occidental fuerte, que pudiera hacer frente a la Unión Soviética.

Para Perry Anderson, sin embargo, el escenario era algo distinto. Para él, Monnet estaba “notablemente libre de las fijaciones de Guerra Fría”. “Deseaba una Europa unida que sirviese de equilibrio entre Estados Unidos y Rusia”.

II.

En todo caso, las políticas keynesianas de la época de la Guerra Fría dieron paso a otras, sobre todo a partir de la firma de la llamada “Acta Única”, en 1986. Un documento que implantó, a nivel europeo, las políticas de desregulación de los mercados, que años antes Margaret Thatcher había aplicado en Inglaterra.

En 1986 ya se derrumbaba el mundo socialista del este europeo, incapaz de hacer frente a sus deudas con la banca occidental. El flujo de petrodólares, que alimentaba la economía de los países de Europa del este, se había cortado, desatando una crisis que desembocaría, en pocos años, en el derrumbe de su sistema y en el fin de la Guerra Fría.

El colapso de los acuerdos de Bretton Woods, con la desvinculación del valor del dólar norteamericano del oro, en 1973, obligó a la Comunidad Europea a buscar mecanismos que aseguraran una cierta estabilidad para el valor de sus monedas. En 1979 había entrado en vigor el Sistema Monetario Europeo. En 1988, el Consejo Europeo decidió promover los estudios para la creación de una moneda única: el euro.

Se iba armando el labirinto en el que se encuentra atrapado el occidente europeo. La creación de la moneda única contemplaba la independencia de los bancos centrales de los gobiernos. Se pretendía evitar que pudieran financiar el déficit público, modificar los tipos de cambio o las tasas de interés.

El fin del flujo de capitales baratos, que les suministraba la banca del norte, puso las economías de los países endeudados del sur europeo en manos del mercado financiero. Pero, sobre todo, de los organismos financieros internacionales, que condicionaban los nuevos préstamos al ajuste estructural y a las políticas neoliberales privatizadoras. En vigor desde noviembre de 1993, el Tratado de Maastricht les impedía recuperar competitividad mediante la devaluación.

Grecia fue el ejemplo más dramático cuando, en 2009, después de una década de endeudamiento especulativo, quedó en evidencia que no podría hacer frente a sus compromisos financieros, sobre todo con los bancos alemanes y franceses.

Tal como habían hecho con los países de Europa del este, ahora correspondía imponer draconianos programas de austeridad en la periferia del sur y garantizar a los bancos la recuperación de los préstamos comprometidos. Con Wolfgang Schäuble –ministro de Finanzas del gobierno Merkel– a la cabeza, y un bloque de países más pequeños –entre ellos Holanda, cuyo primer ministro, Mark Rutte, ahora aspira a la Secretaría General de la OTAN–, impusieron a Grecia un programa que redujo el país a una condición de dependencia que recuerda la bancarrota austríaca en 1922, que dio alas al fascismo.

III.

La unificación alemana, en 1990, y el derrumbe del socialismo en el este europeo tuvieron grandes repercusiones en la economía europea. Como nos recuerda el profesor Estévez, la reunificación alemana creó una masa de trabajadores cualificados sin empleo, consecuencia del desmantelamiento de las industrias de Alemania del este. Entre 1998 y 2006, durante siete años consecutivos, los salarios reales disminuyeron en Alemania.

El euro empezó a circular en 2002, estableciendo criterios de convergencia impuestos por Alemania y algunos aliados del norte europeo a los países de la eurozona. Eran normas que limitaban la deuda pública, el déficit fiscal y la inflación, pero no regulaba la política fiscal, ni promovía una política de convergencia real entre los países, ni la creación de una deuda pública europea.

La ampliación hacia el Este (sería más exacto llamarla “colonización”, dice Estévez) hizo posible desplazar plantas productivas hacia esos países, que tenían una mano de obra cualificada y un nivel salarial mucho más bajo que el alemán.

La moneda única, la baja de los salarios y la contención de la inflación por debajo de la media europea hace que, para los países periféricos, resultara muy difícil ser competitivos frente a los productos alemanes.

De esta manera, la economía alemana, en lugar de actuar de “locomotora” de la economía europea, se transformó en su “vagón de carga”

Cuando la recuperación llegó, en 2006, Alemania era el principal exportador de la Unión Europea y pudo, a partir de ese momento, ejercer su dominio en el seno de Europa.

IV.

La OTAN empezaba a hacer agua. Sus objetivos, como los había definido, en 1949, su primer Secretario General, el general inglés (de origen hindú), Lord Hastings Ismay, eran mantener los rusos afuera, los Estados Unidos adentro y los alemanes abajo. Ismay no dice “soviéticos”, dice “rusos afuera”; ni “nazis abajo”, sino “alemanes abajo”.

No lo lograron. Evitar el surgimiento de una potencia europea que desafiara sus intereses era preocupación esencial de la política exterior británica a mediados del siglo pasado. Esa potencia era, naturalmente, Alemania. Si esa aspiración podría tener sentido después de la II Guerra Mundial, 75 años después ya no era realista.

Del proceso de integración europeo –del cual los ingleses acabaron retirándose– lo que emergió fue una Europa a la medida alemana (*). Sus vínculos con Rusia, particularmente gracias al suministro de energía barata, terminaba por descomponer los objetivos enunciados por Lord Ismay. De las tres propuestas, quedaba solo una vigente: la de “Estados Unidos adentro” (y aun esa, como sabemos, enfrenta nuevas amenazas en un eventual gobierno Trump).

No era eso, precisamente, lo que pretendía la OTAN. Para evitar que se creara una dependencia permanente de la economía alemana del estratégico suministro de energía rusa, fuerzas especiales, nunca debidamente identificadas, hicieron volar los gaseoductos Nord Stream I y II, en el mar Báltico. Todo parecía encarrilarse nuevamente… Todos seguían atrapados en el labirinto.

Anderson habla de “la ansiedad de la clase política francesa por no separarse de los diseños alemanes dentro de la Unión” que recuerda “la desesperada adhesión británica al papel de aide de camp de Estados Unidos”. Dos regímenes –el alemán y el francés– que intentaban “meter al resto de Europa en el redil de sus planes de estabilización”, pero que ya entonces (2012) no parecían muy duraderos, como, efectivamente, no lo fueron (especialmente el francés, cuando Sarkozy perdió las elecciones para el socialista François Hollande. Merkel duró un poco más, hasta 2021).

Pero –diría Anderson, con agudeza– otra cosa es si la vuelta de la socialdemocracia al poder en París y Berlín iba a afectar mucho el desarrollo de la crisis. O ayudarlos a salir del labirinto…

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Sobre el papel de Alemania en la crisis del euro y el desequilibrio en la eurozona abunda la bibliografía. Sugiero algunas lecturas:

Quinn Slobodian – We All Live in Germany’s World. Foreign Policy | March 26, 2021.

Juan Torres López – Europa no funciona y Alemania juega con fuego

Diario Público – 27 marzo, 2021

Adam Tooze – Germany’s Unsustainable Growth: Austerity Now, Stagnation Later – Foreign Affairs, Vol. 91, No. 5 (SEPTEMBER/OCTOBER 2012) , pp. 23-30

Wolfgang Streeck – “El imperio europeo se hunde”. Entrevista hecha por Miguel Mora, director de CTXT. Publicada por CTXT el 13 marzo 2019

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V.

La idea de la OTAN era mantener a “los rusos afuera”. Pero, en noviembre de 1990, apenas unificada Alemania, Europa firmaba con Rusia la “Carta de París”, cuyas primeras palabras aseguraban que Europa estaba “liberándose de la herencia del pasado”. “La era de la confrontación y de la división de Europa ha terminado”. 34 años después, es evidente que nada de esto era cierto.

Pero no fue Rusia quien llevó sus tropas a las fronteras polacas, ni alemanas, ni finlandesas ni a las de los países bálticos.

Fue Estados Unidos quien llevó sus armas y soldados a 15 mil km de distancia, hasta las fronteras rusas. Fueron los países europeos quienes corrieron hacia el este, más de 1.500 Km, una cortina de hierro que pretendían extender desde el mar de Barents, en la frontera con Noruega, hasta el mar Negro, en la frontera con Ucrania.

¿No era una provocación el avance de la OTAN hacia las fronteras rusas? ¿Tienen razón quienes niegan que la invasión de Ucrania por las tropas rusas fue respuesta a esa provocación? ¿Qué hizo Estados Unidos cuando la Unión Soviética pretendió instalar armas nucleares en Cuba? ¿No fue eso respuesta a una provocación?

En 2007 Putin se refirió al escenario mundial, en un importante discurso en la Conferencia de Seguridad de Múnich (el discurso puede ser visto aquí: http://en.kremlin.ru/events/president/transcripts/copy/24034). Habló de los riesgos de un mundo unipolar, de su preocupación por el desmantelamiento de la red de tratados con los que se pretendía evitar la proliferación de armas nucleares, por la intención de Estados Unidos de desplegar un sistema de defensa antimisiles en Europa. Criticó la decisión de Europa de no ratificar el tratado de fuerzas armadas convencionales y advirtió que la decisión de la OTAN de expandir sus fuerzas hacia el este no tenía nada que ver con su modernización, o con garantizar la seguridad de Europa. Por el contrario –afirmó– “representa una seria provocación que reduce el nivel de confianza mutua”. Occidente no respondió a ninguna de esas inquietudes.

No hace falta ser partidario de Moscú para entender lo que estaba en juego y que, 15 años después, estalló en la frontera ucraniana y nos ha llevado a la crisis actual.

Los rusos veían acercarse de nuevo las tropas a sus fronteras… (en los años 40, la invasión alemana les había costado millones de muertos). ¿Con qué objetivos se acercaban esas nuevas tropas? La única explicación posible es la defensa de sus intereses políticos y económicos, del cuidadoso labirinto construido en los últimos 75 años.

Como se puede leer en la página del Royal United Services Institute (RUSI), “el más antiguo think tank sobre seguridad y defensa del Reino Unido” (como ellos mismos se presentan), la confrontación entre Rusia y Occidente no es solamente sobre la seguridad de Ucrania; es sobre todo el entramado estratégico construido después de la Guerra Fría, sobre los intentos de Rusia de dividir el continente en nuevas esferas de influencia, “algo que los europeos han pasado tres décadas tratando de evitar”.

Una arquitectura sobre la base de los mismos intereses que dieron origen a la guerra, en 1939. ¿O representaba el ministro Schäuble algún otro interés, cuando aplastó a los griegos, con el apoyo de sus colegas europeos, en defensa, principalmente, de los bancos alemanes (y franceses)?

VI.

Quisiera sugerir que no hay más derecha en Europa (ni extrema, ni de centro) que esa derecha liberal, “extrema” cuando hace falta (recordemos Pinochet), “democrática”, cuando les es suficiente, hoy organizada para la guerra contra Rusia, como nos recuerda el Royal United Services Institute (RUSI).

Quisiera sugerir que hoy la definición más precisa de esa derecha es la que empuja la cortina de hierro hacia las fronteras rusas, la que trata de evitar que nadie escape del labirinto, proceso que ha conducido a una inevitable confrontación, de carácter mundial.

Si es así, no hay nada a la derecha de la presidente de la Comisión Europea, la alemana Ursula von der Leyen (socialcristiana como Schäuble); ni del polaco Donald Tusk; ni de la ministra de Relaciones Exteriores alemana, la “verde” Annalena Baerbock; ni de Biden, ni de Sunak. Ni de los “Populares”, la mayor formación política del parlamento europeo. Son –todos– representación de una derecha siempre dispuesta a lo extremo.

Me parece que posiciones islamófobas, anti inmigrantes, contrarias a los proyectos LGBTI, antiabortos, etc, no definen ni derecha ni izquierda. En esos grupos los hay de ambos bandos, aunque que sean más de uno que de otro.

Como ya lo dije una vez, si el mundo civilizado no amarra las manos a esos salvajes (que ya condujeron el mundo a dos grandes guerras), nos llevarán a una tercera, de la que hablan como si desde entonces esa guerra pudiera ser cualquier otra cosa que una guerra nuclear.

En cuanto a la izquierda, perdido el rumbo, atrapada en el labirinto, no ha encontrado una salida. Ha perdido la capacidad “de representar el descontento con el capitalismo”, decía el sociólogo Wolfgang Streeck, autor del libro “Como terminará el capitalismo”.

Como una parte de esa “izquierda” ha renunciado a esta tarea ha perdido la confianza de la gente y ha terminado reducida a cuotas marginales del electorado. Eso deja un gran espacio a la derecha. Así que votan a Le Pen, o a Macron, que recorta el gasto social porque hace lo que le pide Alemania”.

En Francia, convocada a elecciones anticipadas, celebra un programa de unidad para enfrentar a la “extrema derecha”. Bajo el título de “Promover la diplomacia francesa al servicio de la paz”, nos propone una guerra contra Rusia en términos aún más feroces que los logrados por la misma Ucrania en su reciente reunión en Suiza. Se propone “hacer fracasar la guerra de agresión de Vladimir Putin y velar por que rinda cuentas de sus crímenes ante la justicia internacional».

Ni una palabra sobre una solución política, sobre atender la reiterada preocupación rusa sobre su seguridad, amenazada por el avance de la OTAN; a la que hacen referencia, por ejemplo, los gobiernos de Brasil y de China. “Lo que más desestabilizó Europa fue la expansión de la OTAN”, dijo el asesor del presidente Lula, Celso Amorim, en agosto del año pasado. Más recientemente, en mayo, presentó, junto al responsable de la política exterior china, Wang Yi, una propuesta de seis puntos para la negociación de un acuerdo de paz entre Rusia y Ucrania.

Nada de eso le interesa al nuevo “Frente Popular” francés, que se propone “defender sin fisuras la soberanía y la libertad del pueblo ucraniano y la integridad de sus fronteras, entregando las armas necesarias…”

¡La guerra! Tema que, como hemos sugerido, hace hoy la diferencia entre una derecha que recuerda a la misma que nos ha llevado ya a dos guerras mundiales, y el mundo civilizado, que trata de encontrar la manera de amarrar las manos a estos salvajes.

FIN

Si el mundo civilizado no los detiene, estos salvajes nos llevarán a la tercera guerra mundial

Gilberto Lopes
San José, 25 de mayo de 2024

Las ofertas son las más variadas, todas orientadas a la derrota de Rusia, incluyendo la desintegración de su Estado. La Federación Rusa está integrada por muchas naciones, que podrían conformar estados separados luego de la derrota de Rusia, opinó la primera ministra de Estonia, Kaja Kallas, en un debate en la capital del país, Tallin, el 18 de mayo pasado. Es una de las voces más agresivas en el escenario de este conflicto, junto con sus colegas de los demás países bálticos, Letonia y Lituania. Imponen el tono de un debate en el que se siente cómodo, entre otros, el primer ministro polaco, Donald Tusk.

Hay que detenerse un minuto para revisar el escenario de la guerra y pensar en lo que esta propuesta significa. Estamos en un momento en el que Rusia mantiene la iniciativa y avanza en todos los frentes, mientras Occidente redobla su apoyo militar a Ucrania, discute escenarios que podrían implicar su participación directa en el conflicto y se alista para apropiarse de los recursos rusos congelados en Europa y Estados Unidos, para financiar a Ucrania.

  • No pierden la esperanza de derrotar a Rusia. Es la “Teoría de la victoria”, que defienden, en un artículo publicado en mayo en la revista Foreign Affairs, Andriy P. Zagorodnyuk, ministro de Defensa de Ucrania (2019–2020), y Eliot A. Cohen, consejero del Departamento de Estado entre 2007 y 2009, catedrático en Estrategia en el Center for Strategic and International Studies (CSIS), una institución con sede en Washington “que busca ideas prácticas para enfrentar los grandes desafíos mundiales”.
  • “Occidente necesita explicitar que su objetivo es una decisiva victoria de Ucrania y la derrota de Rusia”, reclaman los autores, para quienes el compromiso de apoyar a Ucrania “todo el tiempo necesario” es una propuesta que carece de un sentido más preciso.
  • “Con el apoyo y el enfoque adecuados, Kiev todavía puede ganar”, aseguran. “Amenazar a Rusia en Crimea e infligir graves daños a su economía y sociedad será, ciertamente, difícil”. “Pero es una estrategia más realista que la alternativa de negociar un acuerdo con Putin”. “Ucrania y Occidente deben vencer o enfrentar devastadoras consecuencias”, afirman.
  • Sus colegas del CSIS, Benjamin Jensen y Elizabeth Hofmann, sugieren cinco problemas estratégicos, que deben resolverse para que Ucrania alcance el triunfo, incluyendo su mayor incorporación al orden económico y de seguridad occidental.
  • Zagorodnyuk y Cohen apoyan los mismos objetivos contenidos en la propuesta de paz de Ucrania que será discutida nuevamente, el mes que viene, en Suiza. Moscú, que no va a participar de esa discusión (lo mismo que otros países, como China y Brasil), la considera desvinculada de la realidad y la rechaza de plano.

La idea de ambos (y de los líderes políticos que tratan de convencer a los ciudadanos europeos de esas consecuencias) es que, si Moscú triunfa, no se detendrá en su ambición. Algo que Moscú rechaza también de plano. Es difícil vislumbrar un objetivo para esas conquistas, que no tienen sentido político, económico, ni militar, y que solo se podrían llevar adelante a riesgo de provocar una guerra nuclear.

Pero ese es el tono del artículo de Zagorodnyuk y Cohen. Desde sus puntos de vista, la solución del conflicto debe ser la derrota militar de Rusia. Para ellos, los recursos, los fondos y la tecnología favorecen abrumadoramente a Occidente. Si son canalizados en cantidad suficiente, Ucrania podrá ganar.

Descartan la posibilidad de una respuesta nuclear de Rusia, caso tenga éxito el triunfo de Occidente. Pero, ¿se podría descartar sin más esa posible respuesta nuclear, si el conflicto escalara, con la participación directa de la OTAN, como sugieren cada vez con más insistencia, tanto el presidente ucraniano, Volodimir Zelensky, como otros líderes europeos, desde el presidente de Francia hasta los gobernantes de Polonia o de los países bálticos?

Me parece evidente que no se puede responder afirmativamente a esa pregunta sin correr un enorme riesgo de llevar el mundo a una guerra nuclear. ¿Se seguirá negando toda atención a las advertencias rusas sobre los desafíos a su seguridad, incluyendo los primeros ejercicios nucleares tácticos realizados el pasado 21 de mayo?

Aunque, como veremos más adelante, no faltan quienes estiman que tanto en el conflicto en Ucrania, como en Taiwán, con China, Estados Unidos debe inspirarse en las políticas de los años de la Guerra Fría, especialmente cuando rechazaron las presiones soviéticas en Berlín, entonces ocupado por las cuatro potencias ganadoras de la II Guerra Mundial.

¿Ganar la guerra a una potencia nuclear?

Para el ministro de Defensa británico, Grant Shapps, la única manera de terminar el conflicto es infligiendo una derrota militar a Rusia. Shapps usa el mismo argumento de que, si Putin triunfa, no se detendrá en Ucrania. La victoria de Rusia es “inimaginable e inaceptable”. Simplemente “no permitiremos que eso ocurra”. “Es del todo impensable que Putin pueda ganar esta guerra”, dijo, el pasado 13 de mayo, en una conferencia en la Royal Navy.

Para el primer ministro, el conservador Rishi Sunak, “defender Ucrania es vital para nuestra seguridad y la de toda Europa”.

Si eso es lo que está en juego, estamos frente a una escalada que no se detendrá hasta esa eventual victoria. Inglaterra es, probablemente, el país más directamente involucrado en operaciones militares en Ucrania, con apoyo logístico y de inteligencia. Ha multiplicado su ayuda a tres mil millones de libras por año, el mayor paquete de ayuda militar jamás otorgado por el país. Aun así, es una cifra muy inferior a los 60 mil millones de dólares recientemente aprobados por Estados Unidos.

En el verano del año pasado, cuando todas las expectativas de Occidente estaban depositadas en una gran ofensiva ucraniana, el presidente de Francia, Emmanuel Macron, dijo que se asegurarían de que Rusia no saliera victoriosa de esta guerra. Reunido en París con sus colegas alemán y polaco, Olaf Scholz y Andrzej Duda, en junio del 2023, afirmó que esperaban el mayor éxito posible de esa ofensiva “para luego poder iniciar una fase de negociación en buenas condiciones».

Como sabemos, nada de eso ocurrió y la ofensiva ucraniana fue un gran fracaso. Casi un año después, en mayo de este año, con Rusia habiendo asumido la iniciativa en el campo de batalla, el presidente francés amenazó con enviar tropas a Ucrania. “Si Rusia gana en Ucrania, no habrá seguridad en Europa”, afirmó.

¿No habrá seguridad en Europa? ¿Por qué no se negoció con Rusia sobre esa seguridad cuando Putin lo propuso, hace ya varios años, incluyendo su discurso en la Conferencia de Seguridad de Múnich en 2007?

“Si Rusia logra sus objetivos políticos en Ucrania por medios militares, Europa ya no será la misma que era antes de la guerra”, estiman, por su parte, Liana Fix, miembro residente del German Marshall Fund, en Washington, y Michael Kimmage, miembro visitante del mismo Fondo. No solo Estados Unidos habrá perdido su primacía en Europa, como la idea de que la OTAN (el “brazo armado” que ha garantizado esa supremacía) habrá perdido su credibilidad.

En enero pasado, Anders Fogh Rasmussen, exsecretario General de la OTAN y ex primer ministro danés, y Andriy Yermak, jefe de la oficina de la presidencia de Ucrania afirmaron, en un artículo en Foreign Affairs, que la victoria de Ucrania era “el único camino verdadero para la paz”. Para ellos, “Ucrania pertenece al corazón de Europa”. Mientras Putin esté al frente del Estado ruso, “Rusia será una amenaza no solo para Ucrania, sino para la seguridad de toda Europa”. Para evitarlo, Rusia debe ser derrotada en el campo de batalla.

La idea se repite, una y otra vez, en los think tanks conservadores, norteamericanos y europeos. Esta guerra –dice, por ejemplo, un informe preparado por la Rand Corporation, publicado en enero del año pasado– “es el mayor conflicto entre Estados en décadas y su evolución tendrá las mayores consecuencias para los Estados Unidos”.

El Informe sobre Seguridad que la Conferencia de Múnich publica anualmente destacó, este año, la insatisfacción de parte de la comunidad internacional (de “poderosas autocracias” y del “Sur global”) con la desigual distribución de los beneficios del actual orden internacional.

El informe de este año afirma que la guerra de Rusia contra Ucrania es solo el “ataque más atrevido” a ese “orden basado en reglas” que Occidente y su líder, Estados Unidos, impusieron al mundo al final de la Guerra Fría. Preservar este orden es el interés fundamental de Washington y sus aliados europeos.

Rusia, esta vez, no fue invitada a Múnich. La guerra en Ucrania es el centro de las 100 páginas del informe. Eso explica los miles de millones de dólares invertidos en Ucrania, que no guardan relación alguna con ninguna otra inversión en la solución de los grandes problemas de la humanidad.

¿Tienen razón Rasmussen y Yermak? Ellos creen que todos los países civilizados apoyan sus propuestas. Pero yo quisiera sugerir otra cosa: que no son parte más que de esa Europa que nos debe ya dos guerras mundiales y que, si no les amarramos las manos, nos llevarán a una tercera…

Las aspiraciones del “mundo civilizado”

Las opiniones citadas reflejan lo que está en juego para el “mundo civilizado”, el de Rasmussen y Yermak, o el de Zagorodnyuk y Cohen, el mismo que nos ha llevado a las dos guerra mundiales anteriores.

Queda claro lo que está en juego, las razones de una escalada, hasta ahora imparable, de Occidente en esta guerra, y los riesgos que esto representa para el verdadero mundo “civilizado”, que busca un acuerdo negociado para evitar una posible tercera guerra mundial.

Macron causó desconcierto y debate en Europa cuando sugirió, en febrero pasado, la posibilidad de enviar tropas de la OTAN a Ucrania. Era su política de “ambigüedad estratégica”, que dejaba abierta las puertas para una confrontación directa de Moscú con la OTAN. Ni Estados Unidos, ni Inglaterra, apoyaron la idea… todavía. Habrá que ver qué ocurre si la situación en el terreno sigue empeorando para Ucrania.

Pero en Europa –tanto sus gobiernos como su prensa– solo se habla de guerra. La ministra de Relaciones Exteriores de Alemania, Annalena Baerbock, una antigua “pacifista”, miembro del Partido de los Verdes, una de las voces más agresivas en el gobierno alemán, pidió a Occidente el suministro urgente de más armas a Ucrania, en una visita a Kiev el 21 de mayo pasado.

Los preparativos para una guerra con Moscú se multiplican. El primer ministro polaco, Donald Tusk, anunció la construcción de una línea de defensa en sus fronteras con Bielorusia y Rusia. Hablando en una conmemoración militar en Cracovia, el 19 de mayo, anunció que Polonia invertiría 2,3 mil millones de euros en la creación de fortificaciones y barreras, así como en la adecuación del terreno y de la vegetación para esos objetivos, a lo largo de 400 km de frontera. Obras que, en su opinión, harían “impenetrables” las fronteras polacas, en caso de guerra.

¿En qué guerra estará pensando Tusk? El mes pasado, el presidente Andrzej Duda sugirió que el país estaría feliz de alojar armas nucleares de la OTAN (o sea, norteamericanas).

En enero pasado, la vecina Estonia anunció su intención de construir unos 600 bunkers a lo largo de su frontera con Rusia, proyecto al que se sumarían Letonia y Lituania, para conformar la “línea de defensa báltica”.

El presidente de Finlandia –país que, junto con Suecia, son las dos más nuevas incorporaciones a la OTAN– Alexander Stubb, expresó su entusiasmo con la disuasión nuclear, asegurando que las armas de destrucción masiva son “una garantía para la paz”.

Como dijo Zelensky al New York Times, Occidente debería participar en la guerra derribando misiles rusos, dando a Ucrania más armas, y autorizando su uso para atacar directamente el territorio ruso.

En su opinión, no es un problema involucrar los países de la OTAN en la guerra. Idea similar a la de la exsubsecretaria de Estado para Asuntos Políticos de Estados Unidos, Victoria Nuland, para quien llegó a la hora de ayudar a Ucrania a atacar objetivos militares en territorio ruso. «Creo que es hora de dar más ayuda a los ucranianos para atacar estas bases dentro de Rusia», afirmó.

La única posibilidad para que Rusia retorne eventualmente a la “sociedad de naciones civilizadas” es mediante una derrota que ponga fin a las ambiciones imperiales de Putin, estiman Zagorodnyuk y Cohen en el artículo ya citado.

¿Cómo en la Guerra Fría?

“Taiwán es el nuevo Berlin”, dice Dmitri Alperovitch, presidente de Silverado Policy Accelerator, una organización dedicada a promover la prosperidad y el liderazgo norteamericano en el siglo XXI. Definido como un “visionario”, empresario de mucho éxito, exasesor del Departamento de Defensa y de Seguridad Interna, Alperovitch piensa que Estados Unidos debe inspirarse en las políticas adoptadas en los años 60’s para enfrentar los desafíos presentados entonces por la Unión Soviética en el Berlín ocupado por las potencias triunfantes den la II Guerra Mundial.

¿Qué políticas fueron esas? Las de defender los “intereses estratégicos norteamericanos, aun a un costo inimaginable”. O sea, de una guerra nuclear. Para Alperovitch, se trata de convencer a Rusia –y, sobre todo, a China– de esa misma disposición hoy.

Me parece que la propuesta de Alperovitch carece, sin embargo, de un elemento fundamental. La posición estratégica de las potencias involucradas en este conflicto, el escenario político, es hoy muy distinto al de los años 60, cuando Estados Unidos no tenía rival. La pretensión de encarar estos problemas con el criterio de la Guerra Fría ha sido denunciada por China, y puede llevar a errores de consecuencias dramáticas, considerando el papel de cada actor en el mundo de hoy, incluyendo el de Estados Unidos, pero también los de China y Rusia. Taiwán no es, de modo alguno, un “nuevo Berlín”.

El mundo civilizado

“Ha llegado el momento de que los aliados se planteen si deben levantar algunas de las restricciones que han impuesto al uso de las armas que han donado a Ucrania», dijo el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, en entrevista a The Economist.

Es un paso más en la escalada de la OTAN para hacer frente a los avances del Ejército ruso. Pero Stoltenberg insiste en que “no serán parte del conflicto» en Ucrania. La realidad es que la OTAN lleva el peso del conflicto. Sin sus recursos, sus armas, sus servicios de inteligencia, sin su entrenamiento de las tropas ucranianas, esa guerra no podría seguir. Este es un nuevo paso, sin que, ante un inminente triunfo ruso, se pueda descartar ningún otro, dado lo que, para Occidente, está en juego en esta guerra. No se trata solo de las armas. Pese a las muchas advertencias en contra, parece acordado ya el uso de los dineros rusos congelados en Bruselas y Washington, para financiar a Ucrania.

Occidente apuesta por la solución militar y el mundo se ve enfrentado, nuevamente, al riesgo de que Europa nos lleve a una tercera guerra mundial. Lo harán, si no les amarramos las manos.

¿Cómo hacerlo? Intentando. Hay que conformar una alianza del mundo civilizado que vaya cerrando los espacios políticos a quienes han impuesto al mundo las guerras más devastadoras del último siglo. Las dos orientadas a derrotar a Rusia.

En ese esfuerzo del mundo civilizado, el encuentro entre Wang Yi, el principal representante diplomático chino, y Celso Amorín, asesor especial del presidente brasileño Lula, es la iniciativa más reciente. Reunidos en Beijing, el jueves 23 de mayo, emitieron una declaración de “Entendimiento común entre China y Brasil para una solución política a la crisis de Ucrania”.

El documento, de seis puntos, reafirma que el diálogo y la negociación entre las dos partes son la “única solución viable” para la crisis. Como alternativa a la cita de Occidente para respaldar la propuesta ucraniana, el mes próximo en Suiza, sin la presencia rusa, invitan al mundo civilizado –a la “comunidad internacional”, según los términos del documento– a apoyar esa propuesta, un intento por amarrar las manos a quienes amenazan con llevarnos a otra guerra mundial.

FIN

El fin de la Guerra Fría y la decadencia de Occidente (IV-IV)

Gilberto Lopes
San José, 6 mayo de 2024

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III – Las relaciones con la OTAN

  1. La unificación alemana y las ambiciones de Washington
  2. La perestroika y los ajustes económicos en la URSS
  3. Las negociaciones sobre la OTAN
  4. Las exigencias de la URSS
  5. ¿Promesas rotas? Un nuevo orden mundial

La unificación alemana y las ambiciones de Washington

En la República Democrática Alemana (RDA), la situación económica y política seguía deteriorándose. En los dos últimos meses de 1985, el precio del petróleo, en los mercados internacionales, se había desplomado. El petróleo refinado era su principal producto de exportación. Lo producía la RDA a partir del crudo que le suministraba la URSS, a precios subsidiados. En 1985 exportó 2,5 mil millones de Volutamarks (VM), cifra que bajó a mil millones en 1986 y a 900 millones, el año siguiente.

La austeridad parecía la única manera de evitar la insolvencia del Estado. Si el país quería mantener abierto el flujo de capitales debía duplicar sus exportaciones, mientras la importaciones se mantenían constantes. Para eso tendrían que aplicar reformas económicas, incluyendo el aumento de precios, la eliminación de subsidios, el cierre de empresas y el desempleo. El secretario general del partido y presidente de la RDA, Erick Honecker, se resistía, sin embargo, a reducir las prestaciones del sistema social alemán.

La deuda con Occidente había crecido de dos mil millones de VM, en 1970, a 49 mil millones en 1989, lo que dejaba el país completamente dependiente del capital occidental. 65% de los gastos eran financiados por créditos. En 1990, solo para mantener la deuda estable, habría que reducir el consumo entre un 25% y un 30% y lograr un superávit comercial de dos mil millones de VM.

La RDA solo podría sobrevivir con los préstamos de su rival, la RFA, a menos que lograra apoyo de la URSS. El 1 de noviembre de 1989, Egon Krenz, que había sustituido a Erich Honecker al frente del Estado y del partido en octubre, viaja a Moscú para reunirse con Gorbachov. Dicen que el líder soviético se mostró sorprendido por la gravedad de la situación económica de la RDA, pero reiteró que no podían suministrarle nada más allá de lo contemplado en el plan quinquenal 86-90.

El 4 de noviembre, cerca de medio millón de personas se reunió en la Alexander Platz, en Berlín, exigiendo reformas. Era la víspera de la caída del muro. Alexander Schalk, director de la Sección de Coordinación Comercial de la RDA, viaja a Bonn para reunirse con el ministro federal de Asuntos Especiales, Rudolf Seiters, y Wolfgang Schauble, ministro del Interior. Informado del resultado de la reunión, el canciller Kohl decidió poner condiciones a Krenz: exigía una fecha para elecciones, con participación política de la oposición, a cambio de apoyo financiero. Los recursos de la RFA solo fluirán si la RDA creaba condiciones de mercado para la economía y la abría a la actividad privada.

En diciembre, un mes después de la caída del muro, Krenz es sustituido por el secretario del partido en Dresden, Hans Modrow. Kohl llega a Dresden el 19 de diciembre para reunirse con Modrow: vuelve a plantear que una ley asegurando elecciones libres y un marco legal para proteger las inversiones extranjeras en la RDA eran requisitos indispensables para la ayuda. Modrow adelanta las elecciones, previstas inicialmente para mayo, para el 18 de marzo de 1990, y pide a los alemanes occidentales un nuevo préstamo, de 15 mil millones de DM.

Las elecciones le dan el triunfo a la opositora “Alianza por Alemania”, con 48% de los votos, y el líder de la Unión Demócrata Cristiana (CDU) de Alemania del este, Lothar de Maizière, se transforma en el nuevo primer ministro.

El 6 de febrero Kohl había anunciado su intención de iniciar inmediatamente negociaciones para unificar la moneda de las dos Alemanias. El proceso de unificación se acelera, pero una Alemania unida era vista con desconfianza, tanto por la primera ministra británica, Margaret Thatcher, como al presidente francés, François Mitterand. Al norteamericano George Bush, sin embargo, no le parecía preocupar. Al contrario, Estados Unidos trata de consolidarla. Alemania era el soporte de su presencia en Europa, por lo que incorporarla unificada a la OTAN era de vital importancia para Washington.

La perestroika y los ajustes económicos en la URSS

La economía de la URSS estaba también en caída libre. En la primera mitad de 1987 Gorbachov había transformado la perestroika en una campaña de reforma radical. Se trataba de cambiar la coerción administrativa del Estado por la coerción económica del mercado. La idea era que las ganancias privadas (de las empresas públicas), las quiebras, la desigualdad salarial y la movilidad laboral, pasaran a ser parte de las reglas económicas.

Hay quienes estiman que aquí empezó el abandono del socialismo, una idea que no comparto. Sobre eso quisiera señalar que, desde mi perspectiva, el aspecto clave –la propiedad– seguía siendo del Estado.

Pero los dirigentes soviéticos no habían podido, en cuatro años, detener el deterioro de su economía. La reforma del sistema de precios, esencial para la perestroika, se reveló políticamente imposible. La liberalización de precios y el desempleo no ocurrieron realmente hasta la llegada de Boris Yeltsin al poder, en Rusia, en 1992.

Gorbachov se preguntaba cuál sería la salida: ¿el aumento de precios? Sus vastos recursos naturales le habían permitido evitar la dependencia del capital occidental. Pero el colapso de los precios del petróleo en 1985-86 y las reformas económicas de los primeros años de la perestroika habían deteriorado la balanza de pagos.

En abril de 1990, el presidente del banco de comercio exterior ruso, Yuri Moskovskii, advierte a Gorbachov de la dificultad de obtener nuevos recursos frescos, ante una creciente actitud negativa de los prestamistas extranjeros. El problema no era tanto el monto de la deuda, como su ritmo de crecimiento: había pasado de 16 mil millones de dólares, en 1985, a 40 mil millones, en 1989.

La experiencia de diversos países, en los años 80’s (como México, Brasil y otros latinoamericanos, así como Polonia y Yugoslavia), mostraba que posponer el pago de la deuda tenía consecuencias económicas y políticas adversas. Pero renegociar la deuda no estaba en los planes de los soviéticos, pues los dejaría en manos del FMI.

Las negociaciones sobre la OTAN

El 14 de mayo de 1990 los líderes soviéticos se reúnen con enviados de la RFA, para discutir su situación económica. El gobierno alemán afirma que el apoyo financiero solo vendrá si es parte de un paquete que incluya una solución para el “problema alemán”: la unificación del país, su incorporación a la OTAN y la retirada de las tropas soviéticas.

Cuando el Secretario de Estado James Baker llegó a Moscú, a mediados de mayo, le dice a Gorbachov que la OTAN ya no sería una amenaza para la URSS porque se transformaría, de una organización militar, en una de carácter político, que no se ampliaría a Alemania del este. Le presenta una lista de nueve reformas en este sentido. En la medida en que el Pacto de Varsovia se deshace, los países que lo integraban, incluida la URSS, son invitados a enviar una representación diplomática a la sede de la OTAN, en Bruselas.

Estados Unidos analizaba la posibilidad de otorgar los 20 mil millones de dólares que pedía la URSS para que sus tropas abandonaran Europa central y permitiera a Alemania incorporarse a la OTAN. Pero la oferta de Baker no era la única sobre el tema en Washington. Bent Scrowcroft, Consejero de Seguridad Nacional de George Bush, le escribe un memorándum, el 29 de mayo. Le asegura que la asistencia económica es una forma directa y expedita de asegurar la victoria de Occidente en la Guerra Fría, que se trata de una opción estratégica lograr la unificación de Alemania en la OTAN y la retirada de los militares soviéticos de Europa del este. Si Gorbachov está dispuesto a aceptar estos términos, la asistencia financiera podía definir el armisticio de la Guerra Fría a nuestro favor, afirma. Desde su punto de vista, los cambios que estaban ocurriendo serían irrelevantes, si Estados Unidos no lograba perpetuar su propio poder en el continente.

Las exigencias de la URSS

La unión monetaria alemana estaba prevista para el 1 de junio, lo que significaba que el costo de mantener las tropas soviéticas en Alemania se dispararía. Habría que pagarlo ahora en marcos alemanes y no en la devaluada moneda de la RDA. De los seis millones de toneladas de petróleo que le costaba, pasaría a 17 millones, si nada cambiaba. Eso era mucho más de lo que la URSS suministraba a toda la RDA.

Quedaba pendiente la reacción de Rusia. Dónde se ubicaría esa Alemania: ¿en la OTAN?, ¿en el Pacto de Varsovia?, ¿sería neutral? Para Gorbachov era clave mantener Alemania fuera de la OTAN. La URSS todavía mantenía 380 mil soldados en Alemania. La Guerra Fría no podía terminar sin resolver esta cuestión. Nadie debía esperar que la Alemania unificada ingresara a la OTAN, dijo Gorbachov. La presencia de nuestras fuerzas no lo permitiría. Nosotros podemos retirarla, si Estados Unidos hace los mismo.

El Kremlin exigió que la RFA asumiera los compromisos de la RDA con la URSS. Era una demanda compatible con la estrategia de Kohl, que estaba dispuesto a resolver estos problemas con los recursos financieros alemanes. Cuando Gorbachov se reunió con el canciller alemán, el 15 de julio, este le pidió un plan para el retiro de las tropas soviéticas del país y el acuerdo para la incorporación de Alemania a la OTAN. Le dice que si la URSS le garantizaba a Alemania su completa soberanía, estaba dispuesto a financiar la retirada de las tropas y firmar un amplio tratado de cooperación. Si decidían aceptar la unidad de Alemania, los alemanes les ayudarían a mantener su economía a flote.

A finales de agosto se sentaron a negociar esa ayuda. Los soviéticos pidieron 20 mil millones de marcos y Kohl ofreció ocho. Luego subió a doce su oferta y, finalmente, a quince. Gorbachov aceptó la incorporación de Alemania a la OTAN, pero exigió que no se extendiera a Alemania oriental mientras las tropas rusas estuvieran allí, lo que podría durar aun de tres o cuatro años, de acuerdo con los derechos de ocupación derivados de la II Guerra Mundial.

El 12 de septiembre, las potencia ocupantes de Alemania firmaron en Moscú el acuerdo de renuncia de esos derechos. El 3 de octubre de 1990, Kohl celebró, en la Puerta de Brandemburgo, la absorción de la RDA por la RFA. Un mes después, en el aniversario de la caída del muro de Berlín, Gorbachov y Kohl firmaban un acuerdo para la retirada de las tropas soviéticas de Alemania, en tres años.

¿Promesas rotas? Un nuevo orden mundial

El debate sobre el cumplimiento de los compromisos asumidos por Estados Unidos y Alemania con la Unión Soviética en las negociaciones de 1990 sobre la ampliación de la OTAN hacia el este ha ganado renovada actualidad gracias al conflicto de Ucrania.

En noviembre de 1990, uno año después de la caída del muro de Berlín, los países miembros de la Conferencia sobre Seguridad y Cooperación en Europa (CSCE) firman la “Carta de París para una nueva Europa”. “Europa está liberándose de la herencia del pasado”. “La era de la confrontación y de la división de Europa ha terminado”, afirman en el primer párrafo del documento. 34 años después es evidente que nada de esto era cierto.

¿Hubo o no garantías occidentales de que la OTAN no se ampliaría hacia el Este, a cambio del acuerdo soviético a la reunificación alemana?, se preguntó la académica norteamericana Mary Elise Sarotte, en un artículo publicado en 2019, al cumplirse 30 años de la caída del muro de Berlín. En realidad, se trataba de la actualización de un artículo que la misma autora había publicado, en 2014, en la revista Foreign Affairs.

No es posible pretender resolver aquí esa cuestión, pero el trabajo de Sarotte está actualizado, con referencias a archivos oficiales recientemente desclasificados. Su trabajo, que me parece minucioso en el análisis de esas referencias, puede ser visto aquí: https://www.politicaexterior.com/articulo/rusia-la-otan-promesas-rotas/

¿A qué conclusiones llega? “Las pruebas demuestran que, contrariamente a lo que se cree en Washington, la cuestión del futuro de la OTAN –no solo en la RDA, sino en toda Europa oriental– surgió en febrero de 1990, poco después de la caída del Muro”.

“Altos cargos estadounidenses, en estrecha colaboración con los líderes de la RFA, insinuaron a Moscú, durante las negociaciones llevadas a cabo ese mes, que la Alianza no podría expandirse, ni siquiera a la mitad oriental de una Alemania, aún por reunificarse”.

Las pruebas documentales –dice Sarotte– muestran que “Estados Unidos, con la ayuda de la RFA, se apresuró a presionar a Gorbachov para obtener su acuerdo a la reunificación, pero sin extender por escrito algún tipo de promesa sobre los planes futuros de la Alianza”. En pocas palabras –agrega– sobre este tema “nunca se produjo un acuerdo formal, como alega Rusia”.

Parece evidente que no existe un acuerdo formal, escrito. Pero también parece evidente que el tema fue tratado y las promesas, hechas por unos, luego fueron revisadas por otros altos funcionarios norteamericanos.

Sarotte agrega que, según documentación conservada en el ministerio de Asuntos Exteriores de la RFA, Hans Dietrich Genscher, entonces ministro de esta cartera, hizo saber a su colega británico, Douglas Hurd, el 6 de febrero de 1990, que “Gorbachov quería eliminar la posibilidad de una futura expansión de la OTAN a la RDA y al resto de Europa oriental. Genscher propuso que la Alianza declarase públicamente que la organización no tenía ‘intención de expandir su territorio hacia el Este. Tal declaración ha de ser de carácter general y no referirse únicamente a Alemania oriental’”.

El debate sigue siempre en este tono. Ante la inexistencia de un compromiso escrito, hay quienes afirman que no hay compromiso alguno, como Mark Kramer, director del proyecto de Estudios de la Guerra Fría, de la Universidad de Harvard, que polemiza con Sarotte. Mientras otros –incluyendo a los rusos– reiteran las diferentes instancias en que fue tratado el tema y las promesas hechas, de no ampliar la OTAN hacia el este.

Como sabemos, para Rusia, la promesa fue incumplida. Putin hizo referencia al caso en su importante discurso en la Conferencia de Seguridad de Múnich, en 2007. “¿Qué pasó con las garantías que nuestros socios occidentales nos hicieron tras la disolución del Pacto de Varsovia?”, se preguntó.

Lo cierto es que la OTAN no cesó de ampliarse hacia el este, hasta llegar a las fronteras rusas, generando una realidad política muy distinta a la que habían vislumbrado los países europeos en 1990, en su “Carta de París”.

Un nuevo muro se fue corriendo más de mil km hacia el este, hasta que Rusia decidió abrirle un boquete, en febrero del 2022, cuando sus tropas cruzaron la frontera de Ucrania. Moscú declaró inaceptable su incorporación a la OTAN, generando una nueva realidad política en Europa, con repercusiones mundiales, cuyo resultado pondrá fin al orden creado al final de la II Guerra Mundial, sin que sepamos aun cómo será el que lo podrá sustituir.

FIN