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Etiqueta: globalización capitalista

El Capital y la democracia

Gabe Abrahams

La acumulación capitalista llevada a cabo por el Capital y sus holdings en la globalización del siglo XXI está vinculada al movimiento internacional de capitales.

La facilidad con que los capitales pueden moverse de un país a otro resulta proporcional al aumento de las inversiones, los beneficios y la acumulación capitalista.

En medio de la globalización, el Capital, junto a sus holdings, necesitan sistemas políticos que les permitan llevar a cabo el citado movimiento internacional de capitales para alcanzar su objetivo final, es decir la acumulación capitalista. En definitiva, necesitan sistemas políticos que no establezcan ningún tipo de limitación legal a sus movimientos internacionales de capitales.

El sistema político que mejor se adapta a esas necesidades capitalistas es la democracia occidental, es decir la democracia representativa. Permite el movimiento de capitales a nivel internacional sin apenas restricciones legales y favorece la acumulación capitalista.

Cuando esa forma de democracia no es capaz de garantizar el movimiento o flujo de capitales debido a que una opción política de izquierdas lo limita o elimina, el Capital apoya formaciones políticas de derechas, intentando asegurar con el cambio político que la situación legal que le beneficia no cambia.

En la Europa de principios del siglo XXI, las formaciones políticas de derechas que nutren una parte de los parlamentos y gobiernos son conservadoras, liberales o populistas y comparten en su programa el neoliberalismo económico, lo cual protege el estatus del Capital. El Capital las necesita.

Esta situación descrita no es nueva. Hunde sus raíces en el inicio del siglo XX, aunque en esas fechas el Capital optaba por defender su estatus utilizando regímenes de derechas dictatoriales.

En la primera mitad del siglo XX, el Capital se posicionó en países como Italia, Alemania o España a favor de sistemas políticos fascistas como mal menor ante el avance del socialismo. La economía mixta del fascismo permitía mantener al Capital su estatus en una parte importante de la economía de sus Estados, esencialmente en las áreas no nacionalizadas, y proteger su movilidad, inversiones, acumulación capitalista, etc. Ante la entonces reciente Revolución Rusa y unas democracias occidentales que podían seguir el mismo camino que Rusia, el Capital necesitó al fascismo como un mal menor.

El historiador belga Jacques R. Pauwels, autor del libro Grandes Negocios con Hitler editado en 2021, sobre la Alemania nazi y su relación con el Capital explica que “una buena cantidad de los principales hombres de negocios norteamericanos eran admiradores de Hitler en un comienzo y lo ayudaron, económicamente y de otras maneras, para que llegara al poder. Puedo citar los ejemplos de Henry Ford, el conocido fabricante de automóviles, y de Walter C. Teagle, director general de la Standard Oil de Nueva Jersey, ahora conocida como Exxon. Al igual que sus socios alemanes, se dieron cuenta de que Hitler sería bueno para los negocios… Ford ya le había enviado dinero a Hitler en 1922, más de diez años antes de que llegara al poder en Alemania. Casualmente, los fondos recogidos en los Estados Unidos para apoyar a Hitler eran gestionados a través de un banco de Nueva York, el Union Banking Corporation, cuyo director era Prescott Bush, padre de George Bush Sr. y abuelo de George W. Bush”.

En la segunda mitad del siglo XX, se produjo una situación similar de avance del socialismo en algunos países de América. Y el Capital se posicionó a favor de dictaduras militares de derechas también como mal menor. La economía mixta del fascismo dio paso en esas dictaduras militares al neoliberalismo económico.

Un ejemplo histórico sobre el apoyo del Capital a dictaduras militares de derechas neoliberales lo encontramos en Chile. Salvador Allende fue el político socialista que ocupó la presidencia de Chile desde el 3 de noviembre de 1970 hasta el 11 de septiembre de 1973, día en el que falleció durante el Golpe de Estado llevado a cabo por el general Augusto Pinochet. El gobierno de Allende intentó establecer el socialismo, con proyectos como la estatización de áreas de la economía o la reforma agraria. El Capital y su alumno aventajado, Estados Unidos, no dudaron en declararle la guerra a Allende desde el inicio de su mandato y en apoyar a los militares chilenos golpistas, para lograr un cambio de sistema político que protegiese el estatus capitalista.

Tras el golpe de Estado llevado a cabo contra Salvador Allende por los militares chilenos, la dictadura establecida por Pinochet protegió los intereses del Capital hasta tal extremo que se convirtió en una pionera del neoliberalismo económico de los llamados Chicago Boys, un grupo de economistas seguidores del economista neoliberal Milton Friedman. Friedman, profesor de la Universidad de Chicago, fue uno de los fundadores de la Escuela de Economía de Chicago, defensora radical del libre mercado. Miembro del Partido Republicano, asesoró a los presidentes Richard Nixon, Ronald Reagan y George W. Bush, y también a la primera ministra británica Margaret Thatcher. Su defensa del Capital y del neoliberalismo económico le condujo a recibir el Premio Nobel de Economía de 1976.

El Capital ha apostado en los dos últimos siglos por la democracia occidental o representativa, aunque no ha tenido excesivos escrúpulos en apoyar a regímenes fascistas o dictaduras militares cuando los ha necesitado para defender su estatus.

En cualquier caso, a pesar del apoyo del Capital a la democracia representativa o al fascismo y las dictaduras militares en situaciones históricas de mayor riesgo para sus intereses, sería un error pensar que el Capital ha tenido o tiene una ideología. El Capital solo busca proteger su movilidad y sus negocios, es decir la acumulación capitalista. Cualquier sistema o formación política que le garantice la acumulación, ha sido o será apoyada por él. Cualquier sistema o formación que no le garantice la acumulación, ha sido o será combatido por él. Y esto es, simplemente, porque el Capital desconoce la ética.

Acumulación capitalista, del imperio español a la globalización

Gabe Abrahams

Las rutas comerciales eran caminos para transportar diversos tipos de mercancías. Un ejemplo de ruta comercial fue la Ruta de la Seda, nacida en el siglo I ANE. Unía Oriente con Occidente, Asia con Europa. Tal y como su nombre indica, el material transportado en esa ruta era la seda, aunque también se incluía el transporte de metales y piedras preciosas, telas de lana o de lino, ámbar, marfil, especias, coral, entre otros productos.

La ruta comercial América-España fue muy posterior a la Ruta de la Seda. Tomó forma después de la llegada de Cristóbal Colón a América y tuvo como principal actividad trasladar a España grandes cantidades de oro, plata y piedras preciosas. Centrada en los puertos de Cádiz, La Habana, Veracruz, Cartagena y Porto Bello, la ruta comercial América-España, ruta en buena parte nutrida con las riquezas de América, supuso una de las primeras grandes acumulaciones de capital en pocas manos y un momento cumbre de la época mercantilista de la economía.

Tras la llegada de Cristóbal Colón a América, además de la ruta comercial América-España, se potenciaron las rutas esclavistas, rutas y prácticas que durante la Edad Media se habían casi eliminado en el mundo cristiano, aunque pervivían en el musulmán.

Las rutas esclavistas optaron por el comercio de esclavos africanos, sufriendo un incremento de la actividad hacia el siglo XVII. Negreros españoles, portugueses, británicos, franceses… nutrieron entonces de esclavos africanos los mercados de Europa y América y se enriquecieron a costa del comercio esclavista.

Desde la captura en África, los esclavos negros se convertían en una vulgar mercancía que enriquecía a los negreros.

Según el historiador británico Eric Hobsbawm, la cifra de esclavos africanos transportados a América sería de un millón en el siglo XVI, tres millones en el XVII y siete millones en el siglo siguiente. Esas cifras dan una idea del beneficio y de la acumulación capitalista que generó el comercio de esclavos africanos.

En las rutas comerciales como la España-América y en las rutas esclavistas, se encuentran las dos primeras grandes acumulaciones de capital. Los dos primeros grandes casos de una enorme acumulación capitalista.

La etapa basada en las rutas comerciales y esclavistas, un auténtico amanecer del capitalismo, duró hasta comienzos del siglo XIX, cuando por vía de la Revolución Industrial pasó a dominar la escena económica el capitalismo industrial.

Extendido por Gran Bretaña, Francia o Alemania, entre otros países, esa forma de capitalismo pudo desarrollarse gracias a la mejora tecnológica y a la explotación de los obreros. Las condiciones de trabajo inhumanas que caracterizaron el capitalismo industrial provocaron el surgimiento de numerosos críticos del capitalismo.

Poco a poco, tal como se adentró el siglo XX, el capitalismo industrial incrementó, además, la tendencia hacia la concentración, pasando de los clanes familiares a los holdings, y buscó aún con más fuerza la rentabilidad y la acumulación capitalista.

El paradigma de la situación descrita fue Estados Unidos, país que se convirtió durante el siglo XX en el gran gendarme del Capital. Los presidentes de los Estados Unidos gobernaron a caballo de los citados holdings, adaptando tanto sus políticas nacionales como internacionales a los intereses de los mismos.

Avram Noam Chomsky, reconocido lingüista y activista estadounidense, en una entrevista de 2020 concedida a Amy Goodman de Democracy News!, comentó acertadamente al respecto: “Estados Unidos está dirigido por el sector empresarial para sus propios beneficios… El país, básicamente, durante mucho tiempo, ha sido un estado de partido único: el partido empresarial”.

Los primeros años del siglo XXI trajeron la globalización, con la cual el Capital y sus holdings se extendieron e impusieron a nivel global, pudiendo aumentar aún más la acumulación capitalista alcanzada en el siglo anterior.

La globalización permitió al Capital y los holdings reducir gastos a base de deslocalizar empresas y pagar míseros sueldos a los obreros o trabajadores y mejorar beneficios por ese menor gasto y por ampliar los mercados.

Según reconoció el periodista Will Hutton, en sus conversaciones con el sociólogo Anthony Giddens (En el límite: la vida en el capitalismo global. Tusquets Editores, 2001), “el capitalismo global se está volviendo más duro y feroz. En un mundo globalizado se considera correcto y adecuado que los ganadores amasen una enorme fortuna, mientras que los perdedores viven en la miseria. Puesto que el sistema económico mundial está basado en los beneficios, la desigualdad es algo normal, natural y deseable. El 70% de la actividad económica mundial es mera especulación y en los búnkeres donde se amasan enormes fortunas no se produce nada”.

Nada excepto riqueza para los privilegiados, cabría añadir.

La acumulación capitalista ha estado presente a lo largo de los últimos siglos en las rutas comerciales y esclavistas, en el capitalismo industrial, en los holdings, en la globalización… Su presencia ha sido continua en la historia del capitalismo, porque la esencia de éste está ligada a la misma. Sin acumulación capitalista, no hay capitalismo. Es más, se podría afirmar que sin acumulación el capitalismo no tiene razón de ser.

Los salarios y el agro: claves contra la crisis pandémica

Juan Huaylupo Alcázar[1]

Son muchas las voces en el mundo que prevén la necesidad de modificar las prácticas que los poderes han impuesto a las sociedades, no se trata de un asunto moral ni de justicia social, se trata de la supervivencia de la humanidad.

El capitalismo desde sus inicios hizo propio “las fuerzas y capacidades de las masas”, no para la transformación de las sociedades en aras de la construcción del bienestar y el progreso individual y colectivo, sino para seguir usándolas en guerras, invasiones y ocupaciones contra pueblos y también como objetos, como “mulas de carga” para labores en beneficio de quienes aún detentan el poder de disponer de sus trabajos y vidas.

Las sociedades se han transformado precisamente con la creatividad, imaginación y trabajo colectivo en las ciencias y las técnicas, se modernizaron los modos de elevación de la productividad del trabajo. Todos sin excepción, nos hemos visto involucrados en una gigantesca maquinaria de interdependencia nacional y mundial. La globalización capitalista masificó como nunca las labores de los individuos y sociedades. El gobierno del capital se estableció como un imperio en la historia, con armas y muertes, con tiranías y leyes, como en el pasado, pero también se crearon nuevas formas en ese imperio. Así, se prolongó la esperanza de vida, en muchos casos en no todas las sociedades, se vive en mejores condiciones y se trabaja con técnicas que elevan la efectividad, eficiencia y productividad, se creó la ilusión que somos gestores de nuestros propios gobiernos, que somos iguales ante la ley, el progreso y el bienestar. Pero, no se transformó el destino del trabajo de las masas, perdura la explotación de las capacidades intelectuales, la socialidad y las fuerzas físicas de las personas para seguir trabajando y haciendo más ricos a los ricos.

Asimismo, el capitalismo hizo de las capacidades de las masas, el medio no solo para seguir enriqueciéndose con la explotación del trabajo, pero a diferencia de otros tiempos, creó también nuevas y múltiples formas para apropiarse de los recursos, riquezas y salarios de las personas y las sociedades del mundo. En el esclavismo, el amo era el dueño del trabajo y vidas de esclavos, con el capitalismo esta relación se moderniza y transforma: el mejoramiento de la calidad de vida de los trabajadores, su salud, su desarrollo intelectual y perfeccionamiento de su creatividad, habilidad y capacidades e incluso las formas de hacer sus labores, depende de los propios trabajadores. Los dueños del trabajo en las jornadas labores están eximidos de esas obligaciones y supuestamente deben ser suplidas por los Estados, que social, política y económicamente son incapaces o impedidos de realizarla. Esto es, la vida del trabajador depende cada vez del salario, pero no solo para su vida, también para los ingresos fiscales del Estado y para los empresarios que nos venden lo que necesitamos, lo inútil, lo deficiente o lo que afecta a la salud. El esclavismo se modernizaba con el capitalismo, sin desaparecer.

El salario se ha convertido no solo el medio de vida para los trabajadores, sino también en un recurso que tienen los gobiernos para obtener nuevos y mayores apropiaciones ilegales del ingreso por el trabajo realizado. Así, en Costa Rica y muchos otros países, permanentemente se confiscan salarios, se suprimen complementos salariales y se privatizan pensiones con leyes y decretos. Los legisladores, serviles e ignorantes, se arrogan ser dictaminadores y sancionadores los montos de los salarios, como si estos fueran ilegales o autodefinidos por quienes los reciben y denigran la función pública de legislar, irrespetando derechos y leyes incluida la propia ley de leyes: la Constitución de la República.

Pero, el salario acumulado a través de los fondos de capitalización laboral y de pensiones complementarias, son usados para dinamizar e incentivar al sector financiero nacional y también para ser apropiado por las bolsas de valores que sus administradores privados determinan, con la venia estatal y sin injerencia de los trabajadores propietarios de esos dineros.

Las funciones que debe cumplir el salario que son propias, privadas e inalienables, se transformaron en recursos apropiables por los empresarios a través de precios especulativos de los negocios de bienes y servicios y de préstamos usureros, así como del Estado para paliar sus déficits y gastos corrientes, o las inversiones de las instituciones de servicio público, con la asesoría e imposiciones de los privatizadores del bienestar: las Cámaras de Empresarios y el Fondo Monetario Internacional.

Los salarios son la versión moderna de los “boletos de café”, “fichas” o “tokens”, que eran monedas privadas usadas para pagar el trabajo en las haciendas y que al cambiarse no alcanzaban a pagar los adelantos en especie recibidos, de este modo, esas monedas eran garantía para una eterna esclavitud y el empobrecimiento absoluto para aquellos trabajadores. Hoy, los salarios no garantizan poder adquirir lo necesario y pagar las deudas que compensan artificialmente la insuficiente capacidad adquisitiva de los salarios. Los empresarios pagan salarios cada más próximos a los africanizados, los agiotistas privados y bancarios se apropian de parte de los salarios, así como los trabajadores que han reducido los salarios o han sido despedidos, están siendo sentenciados a ser víctimas del hambre, la enfermedad y la muerte. Los problemas de la pandemia se agudizan a partir de una estructura social y estatal que expone a sus peligros a muchos y protege a pocos.

Los que se dicen ser empresarios y los otros que se creen periodistas, repiten oligofrénicamente que solo eliminando las restricciones por la pandemia se resolverá la crisis. Abrir negocios sin compradores, es absurdo, como infame y cruel es agudizar la difusión del virus, la enfermedad y los fallecimientos. Imponer los intereses privados como necesidades de todos, evidencia que un poder privado no solo subordina lo público, también lo hace sobre la inteligencia. Paradójicamente las decisiones privadas agudizan la crisis y amenazan con el exterminio de los negocios, la sociedad y la propia humanidad. El poder en su inconsistencia política y económica condena sociedades y personas, suicidándose.

Sin embargo, la inteligencia, esfuerzo y compromiso existentes en algunos, en todos los sectores sociales, son quienes hacen ingentes esfuerzos por paliar el hambre de los más vulnerables de la sociedad. No obstante, es insuficiente, como también lo fue, el regalar alimentos, dinero y el pago con sobreprecios a mercancías, por el Estado norteamericano, para proteger a consumidores y productores en momentos previos a la gran crisis mundial de 1929. La superación de aquella crisis se resolvió con el New Deal, como revelaron estudios, entre ellos el Myrdal Keynes en 1936, que básicamente proporcionaba trabajos, en apariencia inútiles, a los miles de desplazados, desocupados, despedidos y subocupados, fueron los salarios o, mejor dicho, los consumos de los trabajadores y los incrementos de las compras del gobierno, los que permitieron la reactivación económica. Este referente histórico exitoso muestra que no fue de modo alguno, despidiendo, confiscando y pauperizando salarios, destruyendo la institucionalidad pública ni contrayendo el gasto estatal como se solventó la crisis, en ese entonces. Sin embargo, es totalmente lo contrario a lo que proponen y hacen el gobierno, los legisladores y los empresarios de Costa Rica. La reedición contemporánea de las políticas de shock aplicadas en la década del ochenta y noventa del siglo pasado, mostraron ser contraproducentes y iatrogénicas para los espacios sociales latinoamericanos. Es un crimen social aprovecharse de la pandemia para aplicar tales medidas de dramáticas consecuencias contra todos.

El gobierno ya hace ajustes para reducir el gasto en 335,000 millones de colones para complacer las miopes visiones de los que se creen dueños del país y de los entes financieros internacionales que no abandonan sus afanes de colonialidad del poder, a pesar del fracaso económico de sus propuestas y acciones, así como de las nefastas consecuencias sociales en nuestra América. Dicha contracción del gasto afectará al Fondo Especial para la Educación Superior (FEES) que financia a las universidades públicas del país, en 65,000 millones de colones, así como liquidará gran parte de la institucionalidad pública. No cabe la menor duda, que la crisis pandémica está sirviendo de pretexto para continuar con la destrucción del Estado Social de Derecho, para liquidar los logros y conquistas alcanzadas en la historia nacional, así como, eliminar el pensamiento crítico y la práctica consecuente del pueblo que nutre nuestras universidades. Mientras que los ricos, los propietarios del capital, gozan de la inmunidad e impunidad para sus prácticas ilegales contra el erario público, contra el trabajo, privatizan la función pública y exigen incentivos, subsidios y exoneraciones. Las consecuencias de la crisis pandémica no solo son sanitarias, es también la consecuencia de las intolerables prácticas políticas y económicas de los poderes prevalecientes, de los que no pierden la oportunidad para atentar contra lo público, los derechos, la libertad y la democracia.

Los propietarios del capital nacional están muy alejados de la lucidez del empresario norteamericano Henry Ford, que aumentó de modo significativo los salarios, para permitir el aumento de la capacidad adquisitiva de sus trabajadores, que no quebraron a la empresa, sino que permitió su auge y la adquisición de los autos Ford. Pero remontémonos a ejemplos más cercanos en tiempo y espacio: aquí, en nuestro país podemos observar que, al incrementarse los precios internacionales del café, se mejoró la calidad de vida de los agricultores al adquirir las mercancías que necesitan, como también permitió el progreso de los comerciantes y mercaderes con quienes intercambian en sus espacios sociales.

La agricultura costarricense ha sido el ámbito donde surgió el capital en la circulación mercantil, para luego ser la fuente de la diversificación del capital productivo, así como fueron las relaciones y confrontaciones sociales en el agro, donde se gestaron y conquistaron derechos laborales y se crearon las bases sociales por la libertad e igualdad ciudadana. El agro fue importante en la modernidad de la historia nacional, como es importante en la actual pandemia, pues permite garantizar la seguridad y soberanía alimentaria nacional, ofrece mayor cabida laboral y crea esperanzas en un espacio rural igualitario, ante la desigualdad y el desprecio a los trabajadores y los prejuicios contra la vida rural existente en el espacio social urbano.

No es ninguna locura hacer del agro un emporio laboral, sostenibilidad alimentaria y fuente para reducir la desigualdad de las relaciones sociales, así como, el rescate y fortalecimiento cultural de las raíces sociales solidarias de nuestra historia. Es seguro que será imposible efectuar este reencuentro con el espacio rural con las finanzas privadas, tampoco será lograble con el liberalismo gubernamental, pero podrá ser una realidad con la labor colectiva, solidaria y transformadora de mujeres y hombres, que no han perdido ni reniegan de sus orígenes rurales y compromisos sociales, pero también podrá alcanzarse con las riquezas socialmente inútiles para el bien común, de propietarios identificados con el bienestar y el desarrollo nacional, riquezas que eventualmente podrían disminuir o desaparecer entre la pandemia y la voracidad competitiva y financiera urbana.

[1] Catedrático en Administración Pública. Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Costa Rica