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Etiqueta: grandes corporaciones

Reflexión acerca del sistema electoral para la presidencia de los Estados Unidos de América

Sergio Mora Castro

El aparato electoral para definir la presidencia, en los Estados Unidos tiene aspectos discutibles que ponen en duda severa su autenticidad democrática. Al contrario de lo que uno pudiese esperar de una democracia genuina, el presidente de este país no resulta elegido por medio del voto de la mayoría, sino a través del denominado “Colegio Electoral”. El sistema está diseñado, de tal manera, que los votantes no eligen directamente al presidente (i.e. “voto popular”), sino que delegan su decisión a un grupo de representantes, pertenecientes al partido que obtiene la mayoría de los votos en cada estado. De esta manera, los votos a favor de un partido minoritario quedan prácticamente eliminados, como por ejemplo en el caso de los votantes republicanos en California o los demócratas en Texas, o peor aún, los partidos menores, los cuales nunca podrán competir contra los grandes tradicionales. Es un sistema bipartidista, prácticamente autocrático.

El origen de este sistema proviene de los primeros años de ese país, cuando las realidades sociales eran diferentes y apenas trataban de diferenciarse de las estructuras monárquicas europeas. En el contexto actual, su validez es, como mínimo, cuestionable. Aunque Estados Unidos ha seguido la línea de un sistema electoral abierto, los “padres fundadores” establecieron el Colegio Electoral con el propósito de evitar la degradación de toda democracia: el populismo. Al quitarle el poder de decisión final al pueblo, esperaban que la elección del presidente no quedara sometida a los avatares coyunturales del humor popular o el de los candidatos “descontrolados”. Con elecciones de segundo grado esperaban favorecer la elección de candidatos moderados, lo cual funcionó más o menos bien hasta el inicio del siglo XXI, cuando los programas de gobierno de los demócratas y republicanos apenas se diferenciaban, salvo por las políticas fiscal y social.

Pero resulta desconcertante que, pese a sus defectos antidemocráticos evidentes, no se encuentre en la agenda política un proceso de debate para su modernización, y quienes lo han intentado plantear han sido rápidamente silenciados por sus propios partidos.

Pero además de ser cuestionable su valor democrático, el Colegio Electoral se encuentra sometido, en realidad, al poder proveniente de las grandes corporaciones empresariales y financieras que operan detrás de las cortinas … y a veces, no tan atrás. Estas organizaciones hacen donaciones multimillonarias a los candidatos de ambos partidos, moldean sus agendas y condicionan sus políticas. En las elecciones de 2020, las donaciones alcanzaron alrededor de US$ 15 mil millones y se cree que esta cifra ha sido superada con creces en 2024. Sin embargo, esta cantidad de dinero, tan exorbitante, no parece generar inquietud, por lo que el tema no recibe la atención crítica que merece. Estos recursos, en lugar de emplearse para el bien común o fomentar un debate político racional, más bien financian estrategias de desprestigio entre los candidatos.

Las campañas no se centran en propuestas concretas, sino en el descrédito del oponente y como resultado, los votantes quedan atrapados en una realidad frustrante y se ven obligados a elegir, en el mejor de los casos, por “la vía menos mala”. Se recurre a las promesas banales (empleo, crecimiento económico, salud pública, etc.), pero también a la radicalidad, a mundos fantasiosos paralelos y sobre todo, a la desinformación. El proceso electoral termina pareciéndose al campeonato de beisbol, en donde los electores simplemente apoyan fanáticamente a un candidato, cual hinchas de su equipo favorito. Lo triste de esto no es solo que los candidatos dicen cualquier cosa, sino que los rebaños de seguidores les creen ciegamente y sin pedir explicaciones, ni cuentas, al final de sus mandatos (Atención, que este fenómeno es, cuando menos, semejante a lo que pasa en nuestros propios países, con elecciones de voto popular).

Ahora bien, en realidad es necesario reconocer que lo importante no siempre es el presidente, pues a pesar de todo puede solamente ser una figura casi simbólica. Ya se agotaron los Regan, Kennedy, Roosevelt, Obama y Clinton, quienes dejaron una impronta indeleble en sus administraciones, gústenos o no sus orientaciones. Ahora, son mucho más importantes el gabinete y los orientadores del proceso de toma de decisiones del gobierno, pues el mundo se ha complicado excesivamente…

Al final, este sistema electoral no solo reduce la representatividad de los ciudadanos, sino que cuestiona el mismo ideal de democracia al que se adscribe, no parece elegir al mejor candidato, ni siquiera siendo el mayoritario y, en última instancia, tan solo legitima una estructura de poder rígida y manipulada. Sin embargo, también cabe preguntarse si este sería el momento oportuno para cambiar el sistema, pues a todas luces la sociedad estadounidense parece haber perdido el sentido común y se encuentra desorientada en muchos campos, además del político.

Para concluir, agrego que pareciera que para América Latina ninguno de los dos candidatos cambiará en mucho la situación ni la relación recíproca. Pero debe tomarse en cuenta que sí es importante que la economía de EEUU mejore su situación, pues es la que empuja, hacia adelante, nuestras propias economías y evita las tentaciones de los cantos de sirenas de las otras potencias que quieren aprovechar la ocasión para introducirse, precisamente por vía de los gobiernos menos democráticos de la región. No hay vuelta atrás, parece ser que entramos en una nueva etapa global, post-EUA y post-democracia y tendremos que aprender a atravesar tormentas nuevas, menos conocidas, y no menos peligrosas.