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Etiqueta: guerra fría

El mundo tal como es (III-final)

Gilberto Lopes

San José, 5 de diciembre del 2024

Componer el mundo por la fuerza

La Guerra Fría nos dejó lecciones útiles para la interpretación de los conflictos internacionales. El de entonces y el de ahora tienen una característica común: tratan, ambos, del fin de una época, marcada por una confrontación de las grandes potencias.

El final de la Guerra Fría estuvo marcado por la reafirmación de la potencia dominante, los Estados Unidos, que había salido fortalecido de la II Guerra Mundial. Fue la reafirmación del mundo capitalista cuyos recursos superaban en mucho las capacidades del mundo soviético cuyas debilidades económicas decidieron su derrota.

Es una historia que está contada de forma convincente en un libro al que ya he hecho referencia otras veces: The triumph of broken promises, de Fritz Bartel. Fue el último gran triunfo del capitalismo y de su potencia más desarrollada: los Estados Unidos. Con su triunfo en la Guerra Fría se transformó en la única gran potencia mundial.

El texto de Bartel nos sugiere una clave de este proceso: la política de la FED, de aumentar las tasas de interés hasta niveles inimaginables entonces, permitió inundar Estados Unidos de recursos. Fue un factor decisivo para derrotar un mundo soviético no solo cada vez más endeudado, sino expuesto a la debilidad de un orden económico sustentado en la energía barata que les suministraba la Unión Soviética. Pero ese éxito fue también la clave del descenso, expresado hoy en una deuda imparable, que consume cada vez más recursos de una potencia en declive: 3.000 millones de dólares diarios en intereses.

Entre el final de la Guerra Fría y el escenario internacional actual lo que ha ocurrido es que la potencia ganadora había llegado a la cúspide de su poder. Desde ahí, y desde entonces, ha venido bajando por el otro lado de la ladera.

Fueron las condiciones internas de cada país la clave para el desenlace de la Guerra Fría. Y no se corre gran riesgo en afirmar que lo serán también en el desenlace de la confrontación actual (a menos que lleguemos a una inimaginable guerra nuclear).

Como dijo Rush Doshi, director de la Iniciativa sobre Estrategia China en el Council on Foreign Relations y subdirector para los asuntos de China y Taiwán en el Consejo de Seguridad Nacional durante la administración Biden, algunas de las cuestiones más urgentes para la definición de la política hacia China son de orden doméstico, base de la fortaleza norteamericana. “Pero los fundamentos de esa fortaleza se han atrofiado, especialmente desde el fin de la Guerra Fría”, agregó, en un artículo publicado en la revista Foreign Affairs, el 29 de noviembre.

Naturalmente, la Unión Soviética no era una gran potencia capitalista, ni tenía condiciones de enfrentar con éxito a los Estados Unidos. Su capacidad militar fue fundamental para la derrota alemana en la II Guerra Mundial y esto ayudó a enturbiar la naturaleza del conflicto entre las grandes potencias durante la Guerra Fría, a hacer pensar que eran dos potencias con capacidades parecidas. El resultado mostró que no lo eran.

Pero el énfasis en la capacidad militar nubla también la visión de quienes sugieren que Washington puede replicar lo ocurrido entonces para enfrentar los desafíos actuales. No ven el escenario interno, ni la importancia de la capacidad económica en el desenlace de la Guerra Fría. Piensan que con la amenaza militar (peace through strength) pueden repetir la hazaña que atribuyen a las agresivas políticas del entonces presidente Ronald Reagan. Una ilusión que recorre también el patético balance de Josep Borrell, de sus cinco años a cargo de la política exterior y de seguridad de la Unión Europea, para quien le queda todavía mucho trabajo por hacer “para hablar eficazmente el lenguaje del poder”.

“Si Europa no logra unirse en este momento de cambios tormentosos, no tendrá una segunda oportunidad”, dice el líder de los verdes alemanes y exministro de relaciones exteriores (1998-2005), Joschka Fisher. Su única opción, agregó, es “transformarse en un poder militar capaz de proteger sus intereses y garantizar la paz y el orden en el escenario mundial. La alternativa es la fragmentación, la impotencia y la irrelevancia”.

El peligro es, naturalmente, que lo intenten. Toda apuesta a un triunfo militar en el escenario actual peca de ingenuidad o mala fe, pues todos sabemos que una guerra, con las capacidades nucleares modernas, significará una derrota para todos.

Hoy el escenario de la confrontación es distinto al de la Guerra Fría en un aspecto fundamental. Se trata de la decadencia de la que ha sido la cabeza del orden capitalista mundial y el resurgimiento de antiguas potencias, una historia que tiene en el académico y diplomático singapurense, Kishore Mahbubani, uno de sus principales estudiosos, entre otros, en su libro “El nuevo hemisferio asiático”.

Entre las potencias que resurgen, evidentemente la más importante es China. Pero cuando una potencia como Estados Unidos ha extendido su influencia por todo el mundo de una forma no conocida anteriormente, con su economía capitalista (de creciente concentración de la propiedad privada) y con la ideología liberal que la ha sustentado (fundamento de prácticamente todas las dictaduras, especialmente en América Latina), su decadencia no puede ocurrir sin confrontaciones diversas, en los más variados escenarios en los que ha estado presente.

En particular, en Asia, sede de la potencia que surge, y en Europa, la retaguardia de la verdadera guerra –entre EEUU-China–, donde los intereses de Washington están intermediados por sus aliados en una confrontación con Rusia.

En todo caso el más poderoso, Alemania, ya no está en condiciones de amenazar a ninguna otra potencia, como ha hecho en dos guerras mundiales. Con costo le ha alcanzado por exprimir los recursos de una Europa que ve su influencia en el mundo cada vez más reducida.

Doshi resume los diferentes escenarios de las tensiones en Asia, donde la fortaleza de Estados Unidos deriva de una amplia red de alianzas. Para detener la agresión en el estrecho de Taiwán, o en el mar del Sur de China, Trump deberá sostener las que ya ha construido Biden: Aukus, orientada a proveer a Australia de submarinos de capacidades nucleares; Quad, conformada por Estados Unidos, Australia, India y Japón; y otras iniciativas, de la que participan, entre otros, Corea del Sur, Filipinas y Papúa Nueva Guinea.

Distintos son los escenarios en África y América Latina. En África, la dominación fue colonial, ejercida de manera brutal por las potencias europeas. En América Latina, la dominación norteamericana fue prácticamente total, vinculada a las clases dominantes de los países de la región. De modo que las luchas políticas en esos dos continentes, en esta fase de transición, están condicionadas por las características de la dominación a que han estado sometidas.

Arreglar la casa

La idea se repite de forma reiterada en los análisis de los más variados analistas norteamericanos. Ya citamos a Doshi, cuando afirma que son el arreglo de cuestiones domésticas lo más urgente para la definición de la política hacia China.

También lo trata Robert C. O’Brien, exasesor de Seguridad Nacional (2019-2021), en el primer gobierno de Trump, en un artículo sobre su política exterior, sobre la de “paz basada en la fortaleza”.

En los años 90’s del siglo pasado (o sea, al terminar la Guerra Fría), el mundo parecía alistarse para el segundo siglo norteamericano. Pero las cosas no se han desarrollado así. Las expectativas surgidas entonces contrastan con la realidad de hoy, dice O’Brian: “China se transformó en un formidable adversario militar y económico”. Con Estados Unidos atrapado en “un pantano de debilidades y fracasos”, O’Brian apuesta por una restauración de las capacidades norteamericanas, que le permita seguir siendo “el mejor lugar del mundo para invertir, innovar y hacer negocios”.

Nos recuerda que Trump inició una política de desacoplamiento de la economía norteamericana de la china, elevando los aranceles sobre aproximadamente la mitad de las exportaciones chinas a Estados Unidos. Ahora –afirma– “es el momento de presionar aún más, con un arancel del 60% sobre los productos chinos”.

Por otro lado, propone renovar el arsenal norteamericano. Se lamenta de que la marina tiene hoy menos de 300 barcos, comparados con los 592 que tenía durante la administración Reagan; que el proyecto de desarrollar misiles hipersónicos fue desfinanciado durante la administración Obama.

Pero estos cambios fundamentales deben tomar en cuenta los niveles de la deuda, y la necesidad de reducir el déficit fiscal. “¿Puede Estados Unidos resurgir con una nación dividida, donde las encuestas indican que una amplia mayoría de ciudadanos cree que el país va por el camino equivocado?”, se pregunta.

No hay una respuesta para esta pregunta. Hay muchas. Para el diario francés Le Monde, el camino que Trump deberá recorrer en este segunda mandato es radicalmente distinto al que el país ha recorrido desde el fin de la II Guerra Mundial. “Es el fin de la era norteamericana, la de una superpotencia comprometida con el mundo, ansiosa de mostrase a sí misma como un modelo democrático”.

A Le Monde le preocupa, como es natural, el destino de Europa en ese nuevo mundo. Presiente en fin de la era norteamericana, de una superpotencia comprometida con el mundo. Es una forma de ver las cosas. Pero no es la única. Quizás no es solo Estados Unidos el que ha cambiado sino, principalmente, el mundo. Un cambio que obliga también a Washington cambiar. Lo obliga a buscar nuevas formas de adaptarse.

Las propuestas hechas por Trump son, de cierta forma, un intento original, como explica Branko Milanovic en su artículo “The ideology of Donald J. Trump”. Para Trump –dice Milanovic– Estados Unidos es una nación rica y poderosa, pero no una “nación indispensable”, como le gustaba decir a la exSecretaria de Estado, Madelaine Albright. Es una visión distinta, pero sus propuestas no despiertan certezas, sino renovadas inquietudes.

FIN

El nacimiento de un nuevo mundo: La Guerra Fría no ha terminado, ni lo hará de forma pacífica

Gilberto Lopes, en San José
3 de octubre de 2024

Un triunfo completo

El canciller Helmut Kohl y sus aliados en el gobierno de George W. Bush habían logrado todo lo que querían: una unificación rápida y pacífica de Alemania, la promesa de la retirada de las fuerzas armadas soviéticas y la incorporación de la Alemania unificada a la OTAN. Su victoria parecía completa. El balance global del poder se inclinaba pacíficamente a favor de Occidente. Eran los años 90’s del siglo pasado.

El asesor de Seguridad Nacional de Bush, Brent Scowcroft, escribió al presidente a principios de año. Le advertía que el cambio se transformaría en nada si Washington no encontraba la manera de perpetuar su poder en el continente.1

Estados Unidos no quería desaprovechar la situación. Mientras el proceso de unificación de Alemania se aceleraba, también se intensificaban los esfuerzos norteamericanos para asegurar su posición en Europa y su papel en la OTAN.

La Guerra Fría está terminando –dijo Scowcroft– y, cuando termine, “la OTAN y la posición de Estados Unidos en Europa deben seguir siendo el instrumento vital para la paz y estabilidad que heredamos de nuestros predecesores”.

Fue entonces cuando el Secretario de Estado, James Baker, le aseguró a Gorbachov que la OTAN ya no sería una amenaza militar para la Unión Soviética, que se transformaría en una organización de carácter político, mucho más que militar. Gorbachov le respondió que la ampliación de la OTAN hacia el este seguía siendo inaceptable.

Dependientes en lo económico, ocupados militarmente desde el final de la II Guerra Mundial, los países de Europa del este, enfrentados en los años 80’s a las dificultades de la URSS para seguirles suministrando el petróleo subsidiado con el que financiaban sus importaciones, incapaces de pagar sus cuentas, fueron cayendo en manos de los organismos financieros internacionales. Luego, liberados de la ocupación soviética, disuelto el Pacto de Varsovia, se incorporaron paulatinamente en las estructuras del viejo enemigo, la OTAN.

Cuenta por cobrar

No ocurrió lo mismo con Rusia. Kohl había dejado claro que cualquier movida en dirección a la unificación alemana podía ocurrir conjuntamente con esfuerzos para superar la división de Europa, para construir algo así como lo sugerido por Gorbachov cuando habló de una “casa común europea”.

Kohl le dijo a Bush que dada la situación financiera de la URSS, el tema de la incorporación de Alemania a la OTAN era un asunto de “efectivo”. Que Alemania Federal asumiera los compromisos de la RDA con Moscú, pero ahora pagados con marcos. O sea, de cuánto Alemania estaba dispuesta a aportar para que las tropas soviéticas se retirasen y Moscú aceptara su incorporación a la OTAN.

Scowcroft sugirió que pagar 20 mil millones de dólares para asegurar el final de la Guerra Fría en los términos de Washington era un buen negocio.

Pero en Washington, acostumbrados a imponer drásticas reformas económicas a los países endeudados (incluyendo los de Europa del este) la idea no los convencía del todo. Exigían reformas económicas también en la URSS, a las que Gorbachov se resistía. Un proyecto que incluía la privatización de las principales empresas estatales rusas, con la progresiva expansión de los principios neoliberales a todo el mundo. Una cuenta que (por lo menos hasta ahora), no han podido terminar de cobrar, pese a los avances hechos en los corruptos años de gobierno de Boris Yeltsin (1991 y 1999).

País de inmensos recursos, poderoso ganador de la II Guerra Mundial, Rusia pudo resistir a la ofensiva de un Occidente que, al final, tampoco se sintió atraído por la “casa común” sugerida por Gorbachov.

Lo cierto es que la naturaleza política del conflicto desarrollado después de la II Guerra Mundial, del Occidente capitalista frente al socialismo soviético, ocultó su dimensión geopolítica, que emergió con más claridad una vez resuelto lo primero.

Después de un período de transición caótico, disuelta la Unión Soviética, Rusia fue recuperando un lugar en el mundo. En vez de la “casa común europea”, la opción de Occidente (de Estados Unidos y la OTAN) fue la de tratar de cercarla, de avanzar las fronteras de la OTAN hacía el este, sin oír ninguna de las muchas advertencias de que eso era inaceptable para Rusia. Los resultados están a la vista y se desarrollan ante nuestros ojos. Sin que Occidente oiga las advertencias de Moscú sobre las dramáticas consecuencias del intento de derrotar militarmente una potencia nuclear.

Otras circunstancias

Un Gorbachov debilitado había dicho, en otras circunstancias, que el avance de la OTAN hacia el este era inaceptable para la URSS. 35 años después la situación es otra y las consecuencias de los errores de cálculo de Occidente están a la vista.

La Alemania victoriosa de hace tan solo 35 años contrasta con su situación hoy, como evidencia el análisis económico del grupo financiero QNB.

Ejemplo de alta productividad, la economía alemana fue el motor de la europea después de la II Guerra Mundial y de la unificación del país. Fue cuando Kohl impuso a Gorbachov las condiciones para la retirada soviética de Alemania.

Hoy, la economía alemana es señalada como la “enferma de Europa”. Las previsiones son de que crezca un 0,9% anual para el período 2022-2026, muy inferior al ya débil crecimiento de 2% de antes de la pandemia de Covid. Desde su pico, en 2017, la producción industrial ha acumulado una caída de 16%. Unos resultados decepcionantes para una economía que, además de las tendencias negativas del sector industrial, enfrenta importantes obstáculos derivados de las infraestructuras inadecuadas y la pérdida de competitividad, como destaca el informe de QNB.

Por su parte, el triunfo en Washington en la Guerra Fría se cimentó en la política financiera adoptada por el presidente de la Reserva Federal, Paul Volcker, durante la administración Reagan. Una política de choque que quebró miles de empresas. Pero los altos intereses inundaron Estados Unidos de nuevos capitales, base de un endeudamiento que es hoy un cáncer que hace metástasis.

El último acto de la Guerra Fría, que entonces se pensó haberse desarrollado en 1990, en realidad se desarrolla ante nuestros ojos. Los dos principales ganadores de entonces –Estados Unidos y Alemania– son hoy dos gigantes con pies de barro, que enfrentan un mundo muy distinto al que derrotaron hace 35 años.

Aunque Moscú no ha confirmado esa noticias, el 1 de octubre el diario alemán Die Zeit anunciaba que el canciller Olaf Scholz quería hablar por teléfono con el presidente ruso antes de la cumbre del G-20, prevista para mediados de noviembre en Brasil, interesado en apoyar una iniciativa diplomática para poner fin a la guerra.

Quizás nada ilustre más claramente el cambio de escenario que la naturaleza de las conversaciones entre Helmut Kohl y Gorbachov en 1990 –cuando los regímenes del este europeo se desmoronaban y la misma Unión Soviética se deshacía–, y la de las eventuales conversaciones actuales, entre Scholz y Putin.

La línea roja

Las dos partes tienen objetivos distintos en este conflicto: Rusia trata de garantizar un entorno seguro, que estima amenazado por una incorporación de Ucrania a la OTAN. No está peleando a miles de kilómetros de su territorio, sino en su frontera.

Esto me parece un elemento esencial para analizar la situación. Especialmente cuando los sectores más agresivos de Occidente afirman que un triunfo en Ucrania solo sería el inicio de nuevas conquistas. Una expectativa imposible de sustentar en el escenario actual, ya sea el político o el militar.

La única “línea roja” entre Occidente –específicamente entre Washington y Moscú– es algo que obligue a una de las partes a escalar drásticamente el conflicto, estimó Sergey Poletaev, un analista especializado en política exterior rusa, en un artículo publicado la página rusa RT el pasado 30 de septiembre.

Para la subsecretaria de Defensa para Asuntos de Seguridad Internacional de los Estados Unidos, Celeste Wallander, un triunfo de Rusia en Ucrania pondría en duda la posición global de Estados Unidos.

Para la exprimera ministra de Estonia, Kaja Kallas –representante de las posiciones antirusas más extremas y que sustituirá al español Josep Borrel como encargada de la política exterior de la Comisión Europea–, “los ucranianos no luchan solo por su libertad y su integridad territorial. Luchan por la libertad de Europa. Si los rusos triunfan vendrán por más, porque nada los detendrá”.

Para el exprimer ministro británico, Boris Johson, que tuvo un papel decisivo en rechazar cualquier acuerdo de paz antes de que estallara la guerra, “Occidente obtiene grandes beneficios de la guerra de Ucrania”. “Kiev está luchando por nuestros intereses, a un costo relativamente pequeño”, agregó. Un costo que supera ya los 200 mil millones de dólares, que economías como la británica, o la francesa, o la misma norteamericana, profundamente endeudadas, solo pueden sufragar al costo de profundizar esos desequilibrios.

Como dijo el exSecretario de Estado de la administración Trump, Mike Pompeo, la expectativa es que, si logran derrotar a Moscú, Estados Unidos debería convencer a los rusos de unírseles para enfrentar juntos a China.

No parece una expectativa realista. El presidente ruso anunció, en septiembre, su nueva doctrina sobre el uso de armas nucleares. “Nos reservamos el derecho a utilizar armas nucleares en caso de agresión contra Rusia y Bielorrusia. Las armas nucleares pueden utilizarse si un enemigo supone una amenaza crítica para la soberanía de cualquiera de los dos Estados, aun mediante el uso de armas convencionales”.

Mientras Occidente sueña con incorporar, finalmente, Rusia a su mundo y completar así una obra que parecía terminada con el fin de la Guerra Fría, eso resulta hoy una aspiración que luce del todo imposible.

Sin embargo, considerando las capacidades militares en juego, no se puede descartar que el resultado termine siendo –ahora sí– una solución definitiva…

Corresponde al resto del mundo hacer los esfuerzos necesarios para evitar esa locura.

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NOTA

1 Detalles de estas historias están contadas en el notable libro de Fritz Bartel, The triunph of broken promises. Harvard University Press, 2022.

¿Está el gobierno impulsando la reconstitución de un Ejército necesario para el clima, que anunció, de inseguridad democrática?

Vladimir de la Cruz

La institución del Ejército de Costa Rica duró hasta el 1 de diciembre de 1948, cuando la Junta de Gobierno, Fundadora de la Segunda República, presidida por José Figueres Ferrer, decidió abolirlo, eliminarlo de nuestra institucionalidad.

Cuando esa decisión se llevó al seno de la Asamblea Nacional Constituyente de 1949, se aprobó esa abolición como una norma constitucional, que ha hecho que todas las generaciones de niños, de jóvenes, desde 1948 no se vean sometidos a ninguna obligación militar por parte del Estado, o a llamados del gobierno con ese fin de enlistamiento militar, de apuntarse en una lista con obligación de formar parte de la estructura militar, por un período generalmente breve, para recibir a la fuerza un entrenamiento y conocimientos militares básicos.

El no tener ejército nos obliga a no participar en conflictos bélicos, ni ser socios de acciones militares de países. Así quedó confirmado por la Sala Constitucional de la República, cuando el gobierno de Abel Pacheco de la Espriella, 2002-2006, decidió poner su firma en las operaciones militares, que Estados Unidos realizó en Irak, como parte de una “aparente” coalición internacional en ese conflicto, que era exclusivo de los Estados Unidos.

En el gobierno de Luis Alberto Monge Álvarez, 1982-1986, fortaleciendo esa decisión de 1948, se declaró a Costa Rica como una Democracia desarmada y neutra ante problemas y conflictos militares.

Al calor de la Guerra Fría, y del anticomunismo que se desató en el continente ante la Revolución Cubana, los Estados Unidos impulsaron en Centroamérica el Consejo de Defensa Centroamericano, CONDECA, en la década de 1960, que reunía a todos los ejércitos de Centroamérica, incorporándose Costa Rica como parte observadora del mismo, haciéndose representar oficialmente en las reuniones del CONDECA por el que fuera Embajador de Costa Rica en Guatemala, donde estaba la sede de esta organización militar, desde 1961 hasta 1979.

Con los cambios operados en el escenario internacional desde 1990 cambiaron también las políticas regionales de seguridad, por el llamado Tratado Marco de Seguridad Democrática, impulsándose especialmente la Declaración Trinacional de El Salvador, Guatemala y Honduras, en la conformación de lo que también se ha impulsado en esos tres países, reconocidos como El Triángulo Norte de Centroamérica.

El no tener Ejército no eliminó una fuerza policial para salvaguardar las necesidades de seguridad de la población. Desde 1948 se impulsó una Fuerza Pública para mantener el orden. Durante años se entrenó como una fuerza militar, especialmente su oficialidad que era enviada a las academias militares de Estados Unidos en el Canal de Panamá, así como a Alemania, Israel, Corea del Sur, Chile y otros países.

Los grados con los que se organizaba eran de tipo militar, que le fueron eliminados en el gobierno de Oscar Arias Sánchez, 1986-1990, por grados de carácter civil. En el gobierno de Rafael Ángel Calderón Fournier, 1990-1994, le fueron restituidos los grados militares a la Fuerza Pública. De nuevo, posteriormente se los volvieron a eliminar.

En el segundo gobierno de Oscar Arias Sánchez, 2006-2010, se impulsaron políticas, bajo la modalidad de tratados internacionales contra el militarismo, la producción y compra de armas a nivel mundial, en la ONU.

Centroamérica, como resultado de las guerras internas desde la década de 1980 ha sido un escenario de gran tráfico de armas, de compra y venta de armas de guerra. Tráfico ilegal del que Costa Rica no ha escapado. En nuestro territorio se mueven armas con conocimiento oficial y poco control.

La venta de armas es autorizada en Costa Rica. Especialmente de armas que no son de guerra; pero, se están vendiendo armas de guerra. Los grupos asociados al comercio y tráfico de drogas y estupefacientes, las organizaciones criminales que operan en todo el territorio nacional, a vista y paciencia de las autoridades nacionales, están bien armadas con este tipo de armamento militar. Constantemente, esto se evidencia en las noticias que se publican de sus enfrentamientos, en disputas por el control de los territorios de distribución de drogas y de exportación de la cocaína a Europa, así como por el cuido de sus bodegas, consideradas de las más importantes y grandes de la región, comparadas con algunos países suramericanos, por sus dimensiones.

La reorganización que se ha venido haciendo en la Seguridad Pública nacional contribuye al fortalecimiento de estos grupos, de sus negocios de drogas como del manejo de armas que poseen.

La venta de armas de guerra que se hace en el país, por la cual se puede adquirir armamento de guerra, de combate, armas modernas de distintos calibres y calidades ofensivas, las que se pueden traer, como parte de estas ventas, constituye un grave peligro para la seguridad nacional, para la seguridad de las personas y para la seguridad del mismo sistema democrático que tenemos.

La existencia de las policías privadas en el país, en número superior a la Fuerza Pública, hace más peligroso ese arsenal de armas existentes en el país, por la dimensión de pequeños “ejércitos privados” que pueden constituirse de esa manera, algunos de los cuales pueden ser útiles incluso a políticos del actual gobierno como de fuera del gobierno y la institucionalidad.

La existencia de centenares de pistas aéreas “clandestinas” que operan en el país, unas reconocidas y otras no oficialmente, facilitan ese comercio de armas, como de drogas. A veces, la prensa da cuenta de aeronaves abandonadas en algunas de esas pistas.

Desde el punto de vista de la seguridad social cada vez más son atendidos, en las emergencias hospitalarias de la Caja Costarricense del Seguro social, y en hospitales y clínicas privadas, ciudadanos heridos con armas de guerra. Solo el año pasado la atención de estos ciudadanos llegó casi a los 1500, un promedio de cuatro diarios. Por armas de fuego en los nueve meses que llevamos del 2024 han sido atendidas 821 personas. Y del período 2019 al 2024 han sido atendidas 5.652 personas, a un promedio diario, en estos cinco años, de casi 3.3 personas diarias. De acuerdo con el OIJ, los muertos con armas de fuego, de manera dolosa, este año suman 640 personas.

Las armas de guerra que se están empleando, entre otras son AR-15, M 16, AK47. La AR-15 es traída de Estados Unidos, traficada por las organizaciones criminales que la pagan con drogas. De acuerdo con los datos criminológicos del país estamos en la cuarta ola del narcotráfico, con una violencia homicida que tiene un 60% de vinculación con el crimen organizado.

Esta situación obliga a que se deban tomar decisiones más fuertes en el control del comercio lícito de armas. Ese control pasa inexorablemente por prohibir de manera definitiva la traída de cualquier tipo de armas de guerra, y de penalizar severamente a quien las posea.

El ambiente de inseguridad nacional es muy peligroso para la estabilidad democrática del país. Facilita incluso que desde el gobierno se pueda provocar un clima y una situación que conduzca a un estado de excepción, un estado de sitio, a un autogolpe de estado, a una prolongación fáctica del gobierno aduciendo esta situación de inseguridad y de inestabilidad.

El gobierno constantemente contribuye a ella atacando la institucionalidad pública, los poderes del Estado, los organismos e instituciones de control político y administrativo, provocando la pérdida de la fe en los Poderes Legislativo y Judicial, cuestionando, criticando y debilitando los actores críticos de la sociedad costarricense, a los partidos políticos, a los dirigentes políticos nacionales, a los gestores de opinión y a los analistas políticos.

Recientemente, con las detenciones para efectos de investigación judicial, que se ha hecho de directores de la Caja Costarricense del Seguro Social, el gobierno, en pleno, con sus ministros y su fracción de diputados, todos de traje negro, como si asistieran al funeral anunciado de la democracia nacional, en boca del presidente jaguar, que curiosamente no rugió como suele hacerlo, advirtió de que se está a punto de perder la democracia y que de parte del gobierno se requieren, en posibilidad, acciones más fuertes, insinuando justamente el autogolpe de estado, el estado de excepción, las limitaciones de las libertades y derechos ciudadanos. Amenazó incluso de que podría no haber elecciones en el 2026.

Estos últimos días, particularmente de noche, han puesto a funcionar helicópteros, sin insignias del gobierno, pero tampoco intervenidos por las autoridades de seguridad pública, en caso de que fueran privados, a volar bajo, muy bajo, sin luces, casi a nivel de techos en determinadas comunidades, en Montes de Oca, en Escazú, en Santa Ana, dando vueltas a todo ruido de motores, llamando la atención y provocando preocupación de los ciudadanos en sus casas, como si fueran operativos policiales o de seguridad, en persecución o de acciones policiales en desarrollo.

Ante la protesta, preocupación y consulta de ciudadanos se ha dicho que han sido “acciones de entrenamiento para condiciones del mal clima”. ¿Cuándo, en Costa Rica, se han hecho ese tipo operaciones y maniobras policiales, que parecen más de ejército en condiciones de represión y de golpes de estado, aduciendo prácticas de entrenamiento? ¿Ni siquiera las hacen de día? ¿Por qué asustan y preocupan a la población con esos desplantes? ¿O, es que están preparando a la gente para el ambiente de zozobra, de inquietud o de amenaza, y de represión o de autogolpe institucional de estado, que se quiere imponer por la forma autoritaria de ejercer el Gobierno de la República? ¿Quién dio la orden de esos “ejercicios” nocturnos de los helicópteros, que no parecían ser del gobierno, todos negros, sin identificación alguna? ¿Tendrá el presidente un grupo altamente especializado en este tipo de operativos, como el que tiene a su servicio de manera directa, para su seguridad presidencial, que parece más para su seguridad personal, que solo a él le reporta?

¿A cuál “mal clima” se han referido las autoridades que han justificado esos vuelos rasantes de helicópteros, justamente la noche de la detención de los directores de la Caja Costarricense del Seguro Social? ¿Al clima político que están viviendo quienes están siendo sometidos a investigación judicial en el Gobierno? ¿O eran vuelos de apoyo moral para los detenidos esa noche?

Justamente, ese día y esa noche fatídica para el gobierno, como lo reconoció el jaguar principal, también coincidieron acciones amenazantes de tipo terrorista contra el Ministerio Público, la Fiscalía General de la República y contra el Presidente de la Asamblea Legislativa. ¿Está el gobierno impulsando la reconstitución de un Ejército?

Los desplantes militaristas de los vuelos rasantes y los desplantes militaristas de las caravanas presidenciales matutinas hacia Zapote apuntan en muy mala dirección política nacional.

 

Compartido con SURCOS por el autor.

El fin de la Guerra Fría y la decadencia de Occidente (IV-IV)

Gilberto Lopes
San José, 6 mayo de 2024

Ir a Parte I de esta serie

Ir a Parte II de esta serie

Ir a Parte III de esta serie

III – Las relaciones con la OTAN

  1. La unificación alemana y las ambiciones de Washington
  2. La perestroika y los ajustes económicos en la URSS
  3. Las negociaciones sobre la OTAN
  4. Las exigencias de la URSS
  5. ¿Promesas rotas? Un nuevo orden mundial

La unificación alemana y las ambiciones de Washington

En la República Democrática Alemana (RDA), la situación económica y política seguía deteriorándose. En los dos últimos meses de 1985, el precio del petróleo, en los mercados internacionales, se había desplomado. El petróleo refinado era su principal producto de exportación. Lo producía la RDA a partir del crudo que le suministraba la URSS, a precios subsidiados. En 1985 exportó 2,5 mil millones de Volutamarks (VM), cifra que bajó a mil millones en 1986 y a 900 millones, el año siguiente.

La austeridad parecía la única manera de evitar la insolvencia del Estado. Si el país quería mantener abierto el flujo de capitales debía duplicar sus exportaciones, mientras la importaciones se mantenían constantes. Para eso tendrían que aplicar reformas económicas, incluyendo el aumento de precios, la eliminación de subsidios, el cierre de empresas y el desempleo. El secretario general del partido y presidente de la RDA, Erick Honecker, se resistía, sin embargo, a reducir las prestaciones del sistema social alemán.

La deuda con Occidente había crecido de dos mil millones de VM, en 1970, a 49 mil millones en 1989, lo que dejaba el país completamente dependiente del capital occidental. 65% de los gastos eran financiados por créditos. En 1990, solo para mantener la deuda estable, habría que reducir el consumo entre un 25% y un 30% y lograr un superávit comercial de dos mil millones de VM.

La RDA solo podría sobrevivir con los préstamos de su rival, la RFA, a menos que lograra apoyo de la URSS. El 1 de noviembre de 1989, Egon Krenz, que había sustituido a Erich Honecker al frente del Estado y del partido en octubre, viaja a Moscú para reunirse con Gorbachov. Dicen que el líder soviético se mostró sorprendido por la gravedad de la situación económica de la RDA, pero reiteró que no podían suministrarle nada más allá de lo contemplado en el plan quinquenal 86-90.

El 4 de noviembre, cerca de medio millón de personas se reunió en la Alexander Platz, en Berlín, exigiendo reformas. Era la víspera de la caída del muro. Alexander Schalk, director de la Sección de Coordinación Comercial de la RDA, viaja a Bonn para reunirse con el ministro federal de Asuntos Especiales, Rudolf Seiters, y Wolfgang Schauble, ministro del Interior. Informado del resultado de la reunión, el canciller Kohl decidió poner condiciones a Krenz: exigía una fecha para elecciones, con participación política de la oposición, a cambio de apoyo financiero. Los recursos de la RFA solo fluirán si la RDA creaba condiciones de mercado para la economía y la abría a la actividad privada.

En diciembre, un mes después de la caída del muro, Krenz es sustituido por el secretario del partido en Dresden, Hans Modrow. Kohl llega a Dresden el 19 de diciembre para reunirse con Modrow: vuelve a plantear que una ley asegurando elecciones libres y un marco legal para proteger las inversiones extranjeras en la RDA eran requisitos indispensables para la ayuda. Modrow adelanta las elecciones, previstas inicialmente para mayo, para el 18 de marzo de 1990, y pide a los alemanes occidentales un nuevo préstamo, de 15 mil millones de DM.

Las elecciones le dan el triunfo a la opositora “Alianza por Alemania”, con 48% de los votos, y el líder de la Unión Demócrata Cristiana (CDU) de Alemania del este, Lothar de Maizière, se transforma en el nuevo primer ministro.

El 6 de febrero Kohl había anunciado su intención de iniciar inmediatamente negociaciones para unificar la moneda de las dos Alemanias. El proceso de unificación se acelera, pero una Alemania unida era vista con desconfianza, tanto por la primera ministra británica, Margaret Thatcher, como al presidente francés, François Mitterand. Al norteamericano George Bush, sin embargo, no le parecía preocupar. Al contrario, Estados Unidos trata de consolidarla. Alemania era el soporte de su presencia en Europa, por lo que incorporarla unificada a la OTAN era de vital importancia para Washington.

La perestroika y los ajustes económicos en la URSS

La economía de la URSS estaba también en caída libre. En la primera mitad de 1987 Gorbachov había transformado la perestroika en una campaña de reforma radical. Se trataba de cambiar la coerción administrativa del Estado por la coerción económica del mercado. La idea era que las ganancias privadas (de las empresas públicas), las quiebras, la desigualdad salarial y la movilidad laboral, pasaran a ser parte de las reglas económicas.

Hay quienes estiman que aquí empezó el abandono del socialismo, una idea que no comparto. Sobre eso quisiera señalar que, desde mi perspectiva, el aspecto clave –la propiedad– seguía siendo del Estado.

Pero los dirigentes soviéticos no habían podido, en cuatro años, detener el deterioro de su economía. La reforma del sistema de precios, esencial para la perestroika, se reveló políticamente imposible. La liberalización de precios y el desempleo no ocurrieron realmente hasta la llegada de Boris Yeltsin al poder, en Rusia, en 1992.

Gorbachov se preguntaba cuál sería la salida: ¿el aumento de precios? Sus vastos recursos naturales le habían permitido evitar la dependencia del capital occidental. Pero el colapso de los precios del petróleo en 1985-86 y las reformas económicas de los primeros años de la perestroika habían deteriorado la balanza de pagos.

En abril de 1990, el presidente del banco de comercio exterior ruso, Yuri Moskovskii, advierte a Gorbachov de la dificultad de obtener nuevos recursos frescos, ante una creciente actitud negativa de los prestamistas extranjeros. El problema no era tanto el monto de la deuda, como su ritmo de crecimiento: había pasado de 16 mil millones de dólares, en 1985, a 40 mil millones, en 1989.

La experiencia de diversos países, en los años 80’s (como México, Brasil y otros latinoamericanos, así como Polonia y Yugoslavia), mostraba que posponer el pago de la deuda tenía consecuencias económicas y políticas adversas. Pero renegociar la deuda no estaba en los planes de los soviéticos, pues los dejaría en manos del FMI.

Las negociaciones sobre la OTAN

El 14 de mayo de 1990 los líderes soviéticos se reúnen con enviados de la RFA, para discutir su situación económica. El gobierno alemán afirma que el apoyo financiero solo vendrá si es parte de un paquete que incluya una solución para el “problema alemán”: la unificación del país, su incorporación a la OTAN y la retirada de las tropas soviéticas.

Cuando el Secretario de Estado James Baker llegó a Moscú, a mediados de mayo, le dice a Gorbachov que la OTAN ya no sería una amenaza para la URSS porque se transformaría, de una organización militar, en una de carácter político, que no se ampliaría a Alemania del este. Le presenta una lista de nueve reformas en este sentido. En la medida en que el Pacto de Varsovia se deshace, los países que lo integraban, incluida la URSS, son invitados a enviar una representación diplomática a la sede de la OTAN, en Bruselas.

Estados Unidos analizaba la posibilidad de otorgar los 20 mil millones de dólares que pedía la URSS para que sus tropas abandonaran Europa central y permitiera a Alemania incorporarse a la OTAN. Pero la oferta de Baker no era la única sobre el tema en Washington. Bent Scrowcroft, Consejero de Seguridad Nacional de George Bush, le escribe un memorándum, el 29 de mayo. Le asegura que la asistencia económica es una forma directa y expedita de asegurar la victoria de Occidente en la Guerra Fría, que se trata de una opción estratégica lograr la unificación de Alemania en la OTAN y la retirada de los militares soviéticos de Europa del este. Si Gorbachov está dispuesto a aceptar estos términos, la asistencia financiera podía definir el armisticio de la Guerra Fría a nuestro favor, afirma. Desde su punto de vista, los cambios que estaban ocurriendo serían irrelevantes, si Estados Unidos no lograba perpetuar su propio poder en el continente.

Las exigencias de la URSS

La unión monetaria alemana estaba prevista para el 1 de junio, lo que significaba que el costo de mantener las tropas soviéticas en Alemania se dispararía. Habría que pagarlo ahora en marcos alemanes y no en la devaluada moneda de la RDA. De los seis millones de toneladas de petróleo que le costaba, pasaría a 17 millones, si nada cambiaba. Eso era mucho más de lo que la URSS suministraba a toda la RDA.

Quedaba pendiente la reacción de Rusia. Dónde se ubicaría esa Alemania: ¿en la OTAN?, ¿en el Pacto de Varsovia?, ¿sería neutral? Para Gorbachov era clave mantener Alemania fuera de la OTAN. La URSS todavía mantenía 380 mil soldados en Alemania. La Guerra Fría no podía terminar sin resolver esta cuestión. Nadie debía esperar que la Alemania unificada ingresara a la OTAN, dijo Gorbachov. La presencia de nuestras fuerzas no lo permitiría. Nosotros podemos retirarla, si Estados Unidos hace los mismo.

El Kremlin exigió que la RFA asumiera los compromisos de la RDA con la URSS. Era una demanda compatible con la estrategia de Kohl, que estaba dispuesto a resolver estos problemas con los recursos financieros alemanes. Cuando Gorbachov se reunió con el canciller alemán, el 15 de julio, este le pidió un plan para el retiro de las tropas soviéticas del país y el acuerdo para la incorporación de Alemania a la OTAN. Le dice que si la URSS le garantizaba a Alemania su completa soberanía, estaba dispuesto a financiar la retirada de las tropas y firmar un amplio tratado de cooperación. Si decidían aceptar la unidad de Alemania, los alemanes les ayudarían a mantener su economía a flote.

A finales de agosto se sentaron a negociar esa ayuda. Los soviéticos pidieron 20 mil millones de marcos y Kohl ofreció ocho. Luego subió a doce su oferta y, finalmente, a quince. Gorbachov aceptó la incorporación de Alemania a la OTAN, pero exigió que no se extendiera a Alemania oriental mientras las tropas rusas estuvieran allí, lo que podría durar aun de tres o cuatro años, de acuerdo con los derechos de ocupación derivados de la II Guerra Mundial.

El 12 de septiembre, las potencia ocupantes de Alemania firmaron en Moscú el acuerdo de renuncia de esos derechos. El 3 de octubre de 1990, Kohl celebró, en la Puerta de Brandemburgo, la absorción de la RDA por la RFA. Un mes después, en el aniversario de la caída del muro de Berlín, Gorbachov y Kohl firmaban un acuerdo para la retirada de las tropas soviéticas de Alemania, en tres años.

¿Promesas rotas? Un nuevo orden mundial

El debate sobre el cumplimiento de los compromisos asumidos por Estados Unidos y Alemania con la Unión Soviética en las negociaciones de 1990 sobre la ampliación de la OTAN hacia el este ha ganado renovada actualidad gracias al conflicto de Ucrania.

En noviembre de 1990, uno año después de la caída del muro de Berlín, los países miembros de la Conferencia sobre Seguridad y Cooperación en Europa (CSCE) firman la “Carta de París para una nueva Europa”. “Europa está liberándose de la herencia del pasado”. “La era de la confrontación y de la división de Europa ha terminado”, afirman en el primer párrafo del documento. 34 años después es evidente que nada de esto era cierto.

¿Hubo o no garantías occidentales de que la OTAN no se ampliaría hacia el Este, a cambio del acuerdo soviético a la reunificación alemana?, se preguntó la académica norteamericana Mary Elise Sarotte, en un artículo publicado en 2019, al cumplirse 30 años de la caída del muro de Berlín. En realidad, se trataba de la actualización de un artículo que la misma autora había publicado, en 2014, en la revista Foreign Affairs.

No es posible pretender resolver aquí esa cuestión, pero el trabajo de Sarotte está actualizado, con referencias a archivos oficiales recientemente desclasificados. Su trabajo, que me parece minucioso en el análisis de esas referencias, puede ser visto aquí: https://www.politicaexterior.com/articulo/rusia-la-otan-promesas-rotas/

¿A qué conclusiones llega? “Las pruebas demuestran que, contrariamente a lo que se cree en Washington, la cuestión del futuro de la OTAN –no solo en la RDA, sino en toda Europa oriental– surgió en febrero de 1990, poco después de la caída del Muro”.

“Altos cargos estadounidenses, en estrecha colaboración con los líderes de la RFA, insinuaron a Moscú, durante las negociaciones llevadas a cabo ese mes, que la Alianza no podría expandirse, ni siquiera a la mitad oriental de una Alemania, aún por reunificarse”.

Las pruebas documentales –dice Sarotte– muestran que “Estados Unidos, con la ayuda de la RFA, se apresuró a presionar a Gorbachov para obtener su acuerdo a la reunificación, pero sin extender por escrito algún tipo de promesa sobre los planes futuros de la Alianza”. En pocas palabras –agrega– sobre este tema “nunca se produjo un acuerdo formal, como alega Rusia”.

Parece evidente que no existe un acuerdo formal, escrito. Pero también parece evidente que el tema fue tratado y las promesas, hechas por unos, luego fueron revisadas por otros altos funcionarios norteamericanos.

Sarotte agrega que, según documentación conservada en el ministerio de Asuntos Exteriores de la RFA, Hans Dietrich Genscher, entonces ministro de esta cartera, hizo saber a su colega británico, Douglas Hurd, el 6 de febrero de 1990, que “Gorbachov quería eliminar la posibilidad de una futura expansión de la OTAN a la RDA y al resto de Europa oriental. Genscher propuso que la Alianza declarase públicamente que la organización no tenía ‘intención de expandir su territorio hacia el Este. Tal declaración ha de ser de carácter general y no referirse únicamente a Alemania oriental’”.

El debate sigue siempre en este tono. Ante la inexistencia de un compromiso escrito, hay quienes afirman que no hay compromiso alguno, como Mark Kramer, director del proyecto de Estudios de la Guerra Fría, de la Universidad de Harvard, que polemiza con Sarotte. Mientras otros –incluyendo a los rusos– reiteran las diferentes instancias en que fue tratado el tema y las promesas hechas, de no ampliar la OTAN hacia el este.

Como sabemos, para Rusia, la promesa fue incumplida. Putin hizo referencia al caso en su importante discurso en la Conferencia de Seguridad de Múnich, en 2007. “¿Qué pasó con las garantías que nuestros socios occidentales nos hicieron tras la disolución del Pacto de Varsovia?”, se preguntó.

Lo cierto es que la OTAN no cesó de ampliarse hacia el este, hasta llegar a las fronteras rusas, generando una realidad política muy distinta a la que habían vislumbrado los países europeos en 1990, en su “Carta de París”.

Un nuevo muro se fue corriendo más de mil km hacia el este, hasta que Rusia decidió abrirle un boquete, en febrero del 2022, cuando sus tropas cruzaron la frontera de Ucrania. Moscú declaró inaceptable su incorporación a la OTAN, generando una nueva realidad política en Europa, con repercusiones mundiales, cuyo resultado pondrá fin al orden creado al final de la II Guerra Mundial, sin que sepamos aun cómo será el que lo podrá sustituir.

FIN

El fin de la Guerra Fría y la decadencia de Occidente (III-IV)

Gilberto Lopes
San José, 6 mayo de 2024

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II – El fracaso del Comecon

  1. Un nuevo escenario de la economía mundial
  2. La economía del mundo socialista se derrumba
  3. El cambio de escenario de la Guerra Fría
  4. El “éxito” del capitalismo democrático o la decadencia de Occidente

Un nuevo escenario de la economía mundial

El capitalismo prevaleció en la Guerra Fría porque fue capaz de imponer la “disciplina económica”, la política de ajuste, tanto en Inglaterra como en Estados Unidos. El comunismo colapsó porque no lo pudo hacer en Europa del este. Esta es la conclusión de Fritz Bartel, en su notable libro sobre el fin de la Guerra Fría y el surgimiento del neoliberalismo, la íntima relación entre el capitalismo financiero global en los 70’s y la frágil estabilidad del socialismo.

Su libro es la historia de ese momento de ajuste en los años 70’s y 80’s del siglo pasado, que produjo cambios fundamentales en el escenario mundial.

En las primeras décadas de la Guerra Fría –en los años 50’s y 60’s– la economía en gran parte del mundo experimentó un período de alto crecimiento. Entre 1950 y 1973 el PIB per cápita había crecido a un promedio anual de 4,1% en Europa Occidental, 2,5% en los Estados Unidos y 3,8% en Europa del este.

A mediados de los años 70’s ese crecimiento económico se ralentizó. El sistema de Bretton Woods establecía valores fijos para el cambio de divisas de los países occidentales y regulaba el flujo de capitales de corto plazo. En 1971 Nixon eliminó la tasa fija de convertibilidad del dólar en oro, dejando flotar el tipo de cambio para enfrentar la creciente competitividad de la industria europea y de Japón y el decreciente papel relativo de Estados Unidos en la economía internacional.

En 1973 los precios del petróleo se cuadruplicaron, luego de la guerra de Yom Kipur. La Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEC) tenía un superávit en cuenta corriente de 60 mil millones de dólares y, a partir de 1974, la rápida expansión del Euromarket hizo viable planes que solo un año antes parecían imposibles.

Un nuevo escenario, conformado por el cambio en los mercados energético y financiero, y las políticas de ajuste económico, empezaron a combinarse de tal forma que terminaron por definir el resultado de la Guerra Fría.

El aumento del precio del petróleo hizo imposible mantener el mismo esquema de subsidios con que la URSS abastecía a sus aliados. El petróleo que esos países recibían era vendido a Occidente a precios de mercado, transformándose en la principal fuente de moneda dura para los socios del mercado común socialista (Comecon).

El modelo entró en crisis, y los países del Europa del este solo pudieron enfrentarlo gracias al explosivo aumento de mercado de capitales, que los seguía financiando. Los créditos en eurocurrency al mundo comunista aumentaron 36% en 1976, a 3,2 mil millones de dólares, y parecían no tener fin. El costo de endeudarse en dólares era prácticamente cero.

La economía del mundo socialista se derrumba

Enfrentada a su propia crisis, la URSS terminó por variar su política de subsidios. La URSS abastecía a Polonia con 13 millones de toneladas de petróleo a 90 rublos por tonelada. El precio internacional era de 170 rublos. Algo parecido ocurría con los demás países del bloque. El Kremlin suministraba ¾ del petróleo a Europa del este. En 1975 decidió ajustar los precios de su petróleo según una fórmula basada en el precio promedio de los últimos cinco años. La economía soviética no estaba ya en condiciones de seguir subsidiando de forma tan generosa a sus aliados.

Era una decisión que valía miles de millones de dólares. Para los países de Europa Oriental, representaba una carga extraordinariamente pesada –más de un aumento anual del PIB en el caso de la RDA– y los dejaba ante un escenario de eventual quiebra, imposibilitados de hacer frente a sus compromisos financieros.

Al mismo tiempo, la industria energética soviética había entrado en crisis. Sus aliados pretendían aumentar su demanda de energía un 47% hacia 1990, muy por encima del aumento de la producción, que se estimaba en apenas 23%.

Las únicas fuentes de financiamiento de los países de Europa del este pasaron a ser la banca occidental y los organismos financieros internacionales (o la República Federal Alemana, de la que dependía especialmente la RDA), que operaban con una creciente condicionalidad, exigiendo severos ajustes fiscales y la privatización de las empresas públicas.

Entre 1970 y 1976 los miembros del Comecon, con excepción de la URSS, habían acumulado un déficit comercial con Occidente de 26 mil millones de dólares. De 1971 a 1975, la deuda del bloque socialista con Occidente pasó de 764 millones a 7,4 mil millones de dólares. Solo la deuda de la RDA con el mercado financiero occidental, al final de 1974, era de cerca de 3,5 mil millones de dólares y las proyecciones de su crecimiento ya indicaban que el proceso se había tornado inviable.

En marzo de 1977 los responsables económicos de la RDA advirtieron a Erick Honecker, Secretario General del partido, que, por primera vez, estaban enfrentando severas dificultades de pago. Las divisas obtenidas por las exportaciones no eran suficientes para cubrir las necesidades de importaciones. Si la RDA tuviera que comprar en Occidente el petróleo que le suministraba la URSS, entre 1974 y 1976 habría tenido que desembolsar otros 4,5 mil millones de Valutamarks (VM, la moneda de cuentas de la RDA).

Congelado el suministro de petróleo para el quinquenio 81-85 al nivel de 1980, representaba 19,5 millones de toneladas de petróleo menos que la prevista inicialmente en los planes quinquenales. Cerca de 3,2 mil millones de dólares tendrían que ser importados de Occidente. Se necesitaría nuevos préstamos, cuando ya la confianza de la banca occidental en la economía de los países socialista empezaba a debilitarse.

A fines de diciembre de 1979 la URSS invade Afganistán. El presidente de Estados Unidos, Jimmy Carter, responde decretando un embargo sobre el grano soviético y proponiendo a los bancos norteamericanos revisar sus políticas de crédito al mundo socialista.

Con la inestabilidad, los bancos extranjeros comenzaron a sacar sus depósitos a corto plazo de los bancos estatales de Europa del este a un ritmo alarmante. En el segundo trimestre de 1982, los asesores económicos de Alemania oriental advertían que si no obtenían nuevos créditos iban a tener que declarar la insolvencia.

Estamos bajo ataque, dijo el banquero húngaro János Fekete a Euromoney en 1982. No se trataba de una amenaza militar, sino de que las instituciones financieras de todo el mundo estaban retirando sus recursos del bloque comunista. Las puertas del Euromarket se cerraron para el Comecon. Para la primavera del 82 los bancos extranjeros habían retirado 1,1 mil millones de dólares de Hungría, dejándoles apenas 374 millones para hacer sus pagos.

En 1981 el gobierno polaco había tratado de imponer el racionamiento. Los precios se dispararon, los salarios cayeron y muchos polacos fueron asignados a “nuevos trabajos”. Para enfrentar las protestas, el presidente Wojciech Jaruzelsky decretó, en diciembre, la ley marcial, con graves consecuencias políticas para un gobierno ya debilitado.

El cambio en el escenario de la Guerra Fría

En septiembre de 1983, en Inglaterra, Margaret Thatcher anuncia su plan de cerrar 75 minas de carbón y reducir la fuerza de trabajo de 202 mil mineros a 138 mil. La idea era romper la espina dorsal de la fuerza sindical inglesa, para imponer la política de ajuste en el país.

Ante la propuesta, el poderoso sindicato National Union of Mineworkers (NUM) declara la huelga. Pero, después de tres meses, las encuestas mostraban que 71% del país veía con simpatía el cierre de las minas deficitarias. 51% de la población prefería el triunfo del gobierno. Solo un 21% apoyaba a los trabajadores.

El 3 de marzo del 85, luego de más de un año de huelga, ya sin recursos, los mineros comenzaron a retornar al trabajo, sin haber logrado concesión alguna del gobierno. Cinco años después, 170 minas, más de la mitad de las existentes, estaban cerradas y 79 mil mineros habían perdido su trabajo.

Las mismas fuerzas conservadoras que apoyaban las reformas en Inglaterra, apoyaban la oposición en Polonia. Mientras el líder minero, Arthur Scargill, no logró conformar una base popular de apoyo a su huelga, en Polonia el sindicato Solidaridad tenía diez millones de personas apoyándolos en sus protestas contra el gobierno. El gobierno socialista no tenía los mismos recursos para imponer una política de austeridad como los tenía el gobierno conservador inglés, un aspecto que, en mi opinión, Bartel no destaca.

Bartel afirma que, al contrario de lo que algunos piensan, la crisis del mundo socialista no surgió con la perestroika, en los años 80’s, sino con la crisis del petróleo de 1973 y su creciente endeudamiento.

La gran demanda de capitales por Estados Unidos, consecuencia de sus déficits presupuestarios y de los altos intereses pagados, gracias a las políticas de ajuste del presidente de la Reserva Federal, contribuyó a desviar hacia la economía norteamericana los préstamos que antes se invertían en Europa del este. Sumado a la reducción del suministro de energía soviética subsidiada, llevó las economías del este europeo a una inevitable renegociación de sus préstamos con la banca occidental.

Hungría gestionó un acuerdo con el FMI en diciembre de 1982, que le significó 700 millones de dólares de préstamos del Banco Mundial. Pero, para crear un superávit fiscal y comenzar a pagar sus deudas tuvo que aplicar medidas drásticas: aumento de precios, recorte de subsidios, cierre de empresas, reducción del déficit fiscal y devaluación de su moneda, el florín.

Polonia se había unido al FMI en el verano de 1986. La medida no les gustaba a los soviéticos, pero no podían evitarla. La deuda polaca era de 30 mil millones de dólares.

Alemania oriental no quiso hacer un acuerdo con el FMI. Prefirió negociar con la RFA condiciones para la apertura de la frontera a cambio de nuevos recursos. Le prestaron dos mil millones de marcos, entre 1983 y 1984, “que hicieron la RDA dependiente del marco alemán como un adicto lo era de la heroína”.

Rescates que significaron un dramático cambio en el balance de poder, en el escenario de la Guerra Fría.

El “éxito” del capitalismo democrático o la decadencia de Occidente

Para Bartel, el capitalismo democrático prevaleció porque fue capaz de imponer los ajustes económicos a sus ciudadanos, logrando apoyo para un discurso que insistía en lo indispensable de esas reformas. El comunismo colapsó porque no lo logró. Era el triunfo del “There is no alternative” de Margaret Thatcher.

La perestroika, el proceso de reformas impulsado por Mikail Gorbachov en la URSS en los años 80’s, es vista como la versión socialista de la “economía de la oferta”. Buscaba cambiar la política de pleno empleo, de precios y de subsidios.

Para Bartel, el intento fracasó porque los líderes soviéticos no lograron imponer las dolorosas reformas económicas, entre otras razones, porque carecían de la tradición ideológica liberal, que priorizaba lo individual. En su opinión, la crisis polaca y la inglesa mostraron que el “capitalismo democrático” produce un Estado más fuerte y legítimo que el “socialismo autoritario”.

Pero el análisis de su propio texto nos permite destacar la diferente situación económica de los dos mundos como el factor clave para estos resultados: el de un socialismo debilitado, cada vez más dependiente de los recursos de Occidente, frente a un capitalismo “fortalecido” por las políticas de Thatcher y Reagan, cuyas reformas iban en la misma dirección de los intereses del capital.

En la reunión anual del FMI en 1986, Janos Fekete afirmaba que, desde la crisis de la deuda de los años 80’s, el flujo de capitales se había dirigido en una dirección equivocada: de los países pobres a los ricos, de los en desarrollo a los desarrollados.

En la primera mitad de los años 80’s la combinación de las políticas de ajuste promovidas por Volcker; los crecientes gastos militares (resultado de la carrera armamentista en que estaban comprometidas las dos superpotencias); la caída de los precios internacionales de petróleo y de la producción en la URSS, crearon dos bloques políticos con muy diferentes capacidades materiales y económicas.

Si entre 1972 y 1982, 147 mil millones de dólares habían entrado a los países en desarrollo, la tendencia se revirtió. Entre 1983 y 1987, 85 mil millones fueron transferidos a los países desarrollados. Severos ajustes debilitaron la posibilidad de crecimiento futuro, mientras el superávit logrado mediante grandes sacrificios se destinaba al pago de intereses.

Reagan pudo resolver el problema del creciente déficit norteamericano con el ingreso masivo de capitales extranjeros, tras el aumento de las tasas de interés decretado por Volcker. Enfrentado a sus propios problemas, el gobierno soviético tenía que preocuparse por las condiciones de vida de su población. Para Gorbachov, la alternativa para hacer frente a sus dificultades económicas era desechar el sistema de precios subsidiados de intercambio con el Comecon y fijarlo en monedas duras, a precio de mercado.

Gorbachov empezó a sugerir que cada país resolviera sus propios problemas. No se podía seguir con la política de subsidios como hasta entonces, ni iban a volver los días de la intervención militar en los países en crisis, como había ocurrido en Hungría, en 1956, o en Checoeslovaquia, en 1968. Fue un cambio fundamental, de enormes consecuencias para la época, que sentó las bases de las nuevas relaciones de Rusia con sus antiguos aliados.

Pero, en la reforma económica, que ponía sobre sus propios pies la economía rusa, está un factor clave para explicar la Rusia de hoy. Lo que entonces era su debilidad, sentó las bases para la fortaleza que muestra hoy frente a las draconianas sanciones de Occidente en el escenario de la guerra de Ucrania. Al sustituir el sistema de subsidios, que desangraba su economía, por un intercambio al valor de mercado, sentó las bases para su propio desarrollo, sustentado en sus recursos naturales.

En los cambios de hace ya cerca de 50 años, que alimentaron el vuelo corto de los que soñaban con el “fin de la historia”, se escondían los fundamentos de una historia muy distinta, donde se sembraban las raíces de la decadencia de Occidente.

FIN

El fin de la Guerra Fría y la decadencia de Occidente (II-IV)

Gilberto Lopes
San José, 6 mayo de 2024

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I – La decadencia de Occidente

  1. Quebrando a los sindicatos
  2. Los implacables intereses del capital
  3. El fin del poder popular
  4. El fin de la historia

En su trabajo, Fritz Bartel incursiona en un cuidadoso y original análisis sobre el Fin de la Guerra Fría y el surgimiento de las políticas neoliberales, a fines de los años 80’s y principios de los 90’s del siglo pasado.

El libro nos deja una propuesta de interpretación de estos eventos que no es el tema de este artículo. No es sobre el pasado que pretendo hablar, sino del mundo vencedor de la Guerra Fría, proceso en el que quedaron sembradas las raíces de su decadencia. A eso me refiero cuando hablo de “Fin de la Guerra Fría y la decadencia de Occidente”. Tema sobre el que, como veremos, el libro de Bartel nos da un sólido sustento de datos, aunque su análisis no va orientado en esa dirección.

Quebrando a los sindicatos

Uno de los detonantes del proceso que determinó el resultado de esa guerra fue el cambio de política económica cuando, en agosto de 1979, Jimmy Carter reemplazó a William Miller por Paul A. Volcker al frente de la Reserva Federal. El escenario económico en los Estados Unidos era mediocre: la tasa de paro era de 7,5%; la inflación, de 13,3%; y el déficit fiscal, de 59 mil millones de dólares, era el segundo más alto de la historia, solo inferior a los 66 mil millones de Gerald Ford, en 1976.

Para Volcker, el gran desafío era controlar la inflación. Su política monetarista significó un aumento de las tasas de interés a cifras hoy inimaginables, de casi 18%. Hay quienes estiman que esta medida le costó al reelección a Carter; pero también quienes opinan que fue la base para la recuperación económica de Estados Unidos.

Ciertamente, Carter perdió las elecciones en noviembre de 1980, pero Volcker siguió en el cargo cuando Ronald Reagan asumió la presidencia, en enero del año siguiente. Volcker le ayudaría a imponer un cambio de mentalidad en el país: acabar con la preocupación por el pleno empleo (que había caracterizado las políticas económicas después de la II Guerra Mundial), e imponer la idea de que el gobierno no era la solución, sino el problema.

Era la misma visión y propuesta que John Hoskyns había hecho a Margaret Thatcher: imponer un ajuste que, como el de Volcker, supuso la quiebra de miles de empresas y un enorme desempleo. Un modelo de la llamada “economía de la oferta”, que apuesta por la desregulación de la economía como herramienta para su reactivación, sin importar los enormes costos sociales del período de ajuste.

Pero no solo eso. Como su colega Margaret Thatcher que, enfrentada al desafío de eliminar la influencia de los sindicatos en la política, desató la guerra contra los poderosos sindicatos mineros británicos, Reagan despidió a miles de controladores aéreos, cambiando el carácter de las relaciones laborales en el país. Una medida que, indirectamente, contribuyó a cambiar la “psicología inflacionaria” que se atribuía a la lucha de los trabajadores por mejores salarios. La política económica estaría orientada, a partir de entonces, a atender los intereses de los grandes capitales.

Inglaterra y Estados Unidos estaban profundamente endeudados. Y se siguieron endeudando. Tenían el apoyo de grandes recursos financieros de los sectores beneficiados con sus reformas. Contaban con recursos suficientes para imponer sus políticas en Inglaterra y en Estados Unidos y, al final, en gran parte del mundo.

Pero la inmensa cantidad de recursos –lo señala el propio Bartel– no era producto de nuevas iniciativas económicas de los capitalistas norteamericanos, estimulados por la “economía de la oferta”, sino consecuencia de un capitalismo globalizado, alimentado por la libre circulación de capitales alrededor del mundo.

Los países socialistas, enfrentados a la escasez de recursos y al aumento del precio del petróleo, no tenían el apoyo del capital financiero mundial, y eso selló su suerte en la Guerra Fría.

Como muestra Bartel –ese me parece uno de los logros más sólidos de su trabajo–, la creciente dificultad de acceso a los préstamos empezó a corroer las condiciones en las que se habían desarrollado las economías de los países del Europa del Este, cada vez más endeudados con la banca occidental.

Las mismas fuerzas del mercado de capitales que debilitaron la posición del bloque socialista contribuyeron a restablecer, sobre todo, la posición de Estados Unidos en el sistema internacional.

Para eso fueron fundamentales tanto la permanencia del dólar como moneda de reserva mundial, como la posibilidad de convivir con un creciente déficit fiscal, resultado de la confianza que las políticas de Volcker daban a los tenedores de capital: sus inversiones les daban grandes rendimientos en los Estados Unidos.

Los dos factores resultan clave para la revisión del estado actual de la economía y la política norteamericana. Por un lado, el dólar no ha cesado de debilitarse, resultado de un imparable déficit fiscal. En abril de este año. el FMI ha hecho dos advertencias sobre los riesgos que ejerce sobre la economía norteamericana y mundial, elevando las tasas de interés y aumentando la inestabilidad financiera. Esto, sumado a las tensiones políticas, hace que se multipliquen las iniciativas para abandonar el dólar como moneda de intercambio entre los países del “sur global” y, en particular, en el comercio entre Rusia y China.

En las características de este proceso está la clave para a comprensión de los cambios de vemos hoy. Al contrario de lo que, con frecuencia, se piensa, estaban ya insertas ahí las condiciones para la decadencia de un modelo que entonces aparecía como triunfante.

Los implacables intereses del capital

Como señala Bartel, la decisión de imponer el ajuste económico a la población norteamericana mostró a los tenedores de capital que los líderes políticos estaban decididos a “proteger los intereses del capital sobre los intereses del trabajo”.

La política de reducción de impuestos de Reagan y Volcker tuvo enormes consecuencias para diversos grupos, “principalmente los trabajadores norteamericanos y los de los países del Sur Global”. Aunque aumentó la desigualdad, relanzó la “prosperidad” norteamericana y proyectó sus intereses y sus políticas en el resto del mundo. Fue el inicio de período neoliberal.

El neoliberalismo no se impuso por ofrecer una “relativamente atractiva visión ideológica”. Se impuso porque tenía los recursos financieros y políticos para eso. Como Hoskyns dejó claro, puso el Estado al servicio del capital. Al servicio de los pocos ricos, como dice Bartel.

Para el “mundo comunista”, los resultados fueron distintos. Con el redireccionamiento de los capitales hacia Estados Unidos, no llegó a perder del todo, ni de forma permanente, el acceso al mercado global de capitales, a principios de los años 80’s. Pero –nos recuerda Bartel–, nunca más tuvo el apoyo incondicional de los tenedores de esos capitales, que los habían financiado de forma generosa a fines de los años 70’s, gracias a la enorme abundancia de dólares, resultado del aumento del precio del petróleo a partir de 1973.

Los países socialistas eventualmente fueron perdiendo el acceso a los mercado de capital. Los gobiernos occidentales, las instituciones financieras internacionales y los capitales globales, actuando en conjunto a veces, de forma independiente otras, se encontraron con todo el poder en las manos para decidir la suerte de sus adversarios y fueron dejando sin alternativas a los gobiernos de Europa del este. Había recursos disponibles, estaban dispuestos a hacer nuevos préstamos, pero a cambio de concesiones políticas y diplomáticas.

Lo que, para Estados Unidos, fue un enorme estímulo para su economía, para el campo socialista fue una carga imposible de llevar. Desde mi punto de vista, fue la razón fundamental de su triunfo en la Guerra Fría, resultado de una realidad heredada del mundo de posguerra.

El fin del poder popular

Para Bartel, los pueblos de las naciones de Europa del este jugaron un papel esencial en la caída de los regímenes que los gobernaban. La caída del comunismo y el surgimiento de democracias electorales representaron una nueva era, de soberanía popular y de autodeterminación.

Es su interpretación, pero su mismo relato nos muestra otra cosa: la importancia del cerco financiero, que fue dejando sin alternativas a esos gobiernos y generando la desesperación de sus ciudadanos. Siguiendo el mismo guion de su libro, queda claro que los directores de esa película no eran los pueblos de esas naciones, sino los capitales capaces de desarrollar el guion.

Siempre sensible a los diversos ángulos de los problemas, Bartel no deja de percibirlo cuando dice que, al caer el régimen socialista de Polonia, los polacos sintieron que, finalmente, tenían a “su” gobierno manejando el país. Pero –agrega– era un gobierno que servía a dos señores: al pueblo y al mercado, al capital y al trabajo. Como sabemos, no es posible servir igualmente a esos dos señores, y el trabajo no estaba en condiciones de imponer condición alguna, salvo aceptar las que imponía el capital.

En todo caso, hay un aspecto que no se puede dejar de considerar aquí. Los gobiernos de los países de Europa del este eran resultado de la II Guerra Mundial y fueron impuestos por los intereses políticos de la Unión Soviética, sustentados en su enorme esfuerzo militar, base de la derrota del nazismo. Pero, como lo mostró la historia, ese poder militar no tenía, en ese período, ni un poder político, ni un poder económico, capaz de consolidar su triunfo militar.

Mientras estuvo asociado el poder de Occidente para derrotar el nazismo, pudo desempeñar un papel fundamental en la guerra. Pero, concluida la guerra, lo aislaron. Se consolidó el mundo occidental detrás del capital y los intereses de Washington. En el este europeo se debilitó, primero, la estructura política interna de la Unión Soviética, con las desviaciones del estalinismo. Después, su estructura económica, dependiente el poder de Occidente, muy superior en ese entonces a la del mundo socialista.

Así fue como la historia condicionó los resultados. Cuando desaparecieron las condiciones económicas en las que se sostenía el mundo del mercado socialista, ni lo político, ni lo militar, fueron suficientes para mantener la coalición, ni el orden en que se sustentaban.

En todo caso, no puedo acompañar a Bartel –por los mismos argumentos expuestos en su libro– en su conclusión de que el final de la Guerra Fría fue el momento en el que el poder popular alcanzó su mayor expresión. Me parece todo lo contrario: fue el fin del poder popular, el momento de triunfo del poder del capital.

Nuevamente, Bartel lo intuye cuando dice que, en el momento en que la relación entre los ciudadanos y el Estado está cada vez más intermediada por los préstamos de capital, cuando las deudas soberanas de los Estados alcanzan cifras estratosféricas, no debe sorprender que se transforme en una relación entre prestatarios y prestamistas, ni que el Estado deba renunciar a su papel de proteger los intereses del trabajo, para defender los intereses del capital. La referencia que hace el mismo Bartel a la caída del gobierno socialista en Polonia lo deja en evidencia.

El fin de la historia

Cuando se derrumbó el mundo político del este europeo, la euforia de Occidente les hizo soñar con el “fin de la historia” y del socialismo, incluyendo a los países donde aún sobrevivía: China, Cuba, Vietnam, Corea del Norte. Pero –y aquí está la clave de la explicación– en esos países los regímenes políticos no fueron consecuencia de la imposición de las tropas soviéticas, como resultado de la II Guerra Mundial, sino de revoluciones políticas nacionales, que Occidente no pudo derrotar.

El caso de Cuba es particularmente patético para América Latina. Sometida a un bloqueo que tiene ya más de 60 años, la isla ha pagado un precio exorbitante por un cerco ilegal, al que urge poner fin.

Al contrario de lo ocurrido en los demás países de América Latina, donde todo intento reformista fue derrocado por grupos civiles conservadores, apoyados por los militares y por Washington, en Cuba no lo han podido hacer, pese a las dramáticas condiciones de vida impuesta a su pueblo.

Es evidente que la historia no ha terminado y que su desarrollo es muy distinto al que soñaban los ganadores de aquella guerra fría.

FIN

El fin de la Guerra Fría y la decadencia de Occidente (I-IV)

Gilberto Lopes

San José, 6 mayo de 2024

INTRODUCCIÓN

Quizás David Miliband, Secretario de Estado del Reino Unido entre 2007 y 2010, lo describió con particular sensibilidad: la brecha entre Occidente y el resto del mundo es resultado de la rabia provocada por la forma como manejaron el proceso de globalización desde el final de la Guerra Fría. Lo escribió en un artículo publicado en la revista Foreign Affairs, en la edición de mayo/junio del año pasado.

Sobre el fin de la Guerra Fría y el surgimiento del neoliberalismo escribió Fritz Bartel (*), profesor de Asuntos Internacionales en la Universidad de Texas, un notable libro, basado en cuidadosa investigación y un original marco interpretativo, que acude a los cambios económicos ocurridos en los años 70’s y 80’s del siglo pasado para explicar ambos fenómenos.

A dos aspectos hace referencia especial: a la abundancia de capital disponible en el mundo, consecuencia del extraordinario aumento de precio del petróleo después de la guerra de Yom Kippur, en octubre de 1973, y el cambio en la política económica de Estados Unidos, cuando Jimmy Carter puso al frente de la Reserva Federal a Paul Volcker, poco antes de las elecciones de 1980, con la misión de combatir la inflación. Su restrictiva política monetaria elevó los intereses a cifras inimaginables, provocando la más grave depresión de posguerra y el desempleo de millones de personas. Pero creó las condiciones para que el capital se sintiera atraído por los altos rendimientos pagados por Estados Unidos y paulatinamente abandonara las economías del este europeo.

Su libro se dedica a mostrar, con particular detalle, como ambas medidas crearon las condiciones para que la crisis hiciera inviable la supervivencia de las economías del mundo socialista europeo, mientras creaban las condiciones para imponer en todo el mundo las drásticas exigencias de reformas neoliberales, de recortes de gastos y privatizaciones. Paulatinamente, los Estados occidentales fueron abandonando su compromiso de proteger los intereses de los trabajadores para proteger los del capital.

Al concluir su libro nos señala que el neoliberalismo –la ideología gobernante del capital– se impuso al final del siglo XX porque la dependencia de los Estados-naciones del capital financiero para satisfacer sus compromisos sociales no paró de crecer.

Bartel analiza por qué Estados Unidos e Inglaterra –Reagan y Thatcher– pudieron imponer sus políticas conservadoras, pudieron proteger los intereses del capital sobre los intereses del trabajo, mientras en los países socialistas todo intento de reformar la economía, manteniendo el régimen político, fracasaron. Bartel atribuye a las características del capitalismo democrático (superiores a las del socialismo estatal) los mayores méritos en este “éxito”.

Desde mi punto de vista, su propio libro aporta razones distintas. Nos muestra la enorme disparidad de recursos entre el capitalismo occidental y el socialismo del este europeo. Más que los sistemas políticos, fueron el apoyo del capital, los inmensos recursos puestos a disposición de Washington y Londres, el secreto de ese triunfo.

El mundo de posguerra, organizado según el poder militar desarrollado por cada potencia durante la guerra, dividió Europa en dos grandes bloques, que parecían igualmente poderosos. Pero ocultó la debilidad de la economía de Europa del este, que el libro de Bartel desnuda.

Otra visión sobre el desenlace de la Guerra Fría

Si para Bartel el orden político imperante en cada bloque fue decisivo para el desenlace de la Guerra Fría, la lectura cuidadosa de su libro me llevó, como ya lo señalé, a otra conclusión: a la enorme diferencia de poder económico, como explicación fundamental para ese desenlace.

Trabajo mi texto con las cifras –sobre todo las económicas– que da Bartel en su libro, aunque revisé en otras fuentes algunos datos y relatos sobre acontecimientos que me parecían indispensables. Naturalmente, la responsabilidad de estas decisiones son solo mías.

Pero quería, sobre todo, hacer énfasis en esa visión distinta sobre los factores que incidieron sobre el resultado de la Guerra Fría. No se trata de ninguna pretensión intelectual. Mi interés es más bien político, porque de la diferente interpretación derivan también análisis muy distintos de los desafíos políticos actuales.

Las condiciones económicas que condujeron al desenlace de la Guerra Fría en los años 80’s son hoy radicalmente distintas. Y si eso fue lo fundamental (y no los órdenes políticos que Bartel definía como “capitalismo democrático” y “socialismo estatal”), el análisis del actual orden internacional, las perspectivas de futuro, lo son también.

Nos permiten entender que en el triunfo de Occidente, en aquellos años de Guerra Fría, residía ya el germen de su decadencia, sobre todo en una política de endeudamiento sin fin, que ha hecho de Estados Unidos el mayor deudor mundial.

Por otro lado, el haber dejado la imposible carga de sostener con sus subvenciones a los países de Europa del Este creó las condiciones para la recuperación de la economía rusa. Mientras Estados Unidos gestionaba la globalización en los términos denunciados por Miliband, librando guerras permanentes en todo el mundo, China organizaba, bajo nuevas formas, su economía y su orden político, que se han revelado particularmente exitosos.

Ese es el mundo de hoy, el que pretendo analizar discutiendo la armazón que Bartel nos ofrece en su notable libro.

FIN


(*) The triumph of broken promises

The end of Cold War and the raise of neoliberalism

Fritz Bartel

Harvard University Press, 2022

El fin de la Guerra Fría o el origen del mundo actual

Gilberto Lopes
San José, 26 de abril del 2024

(I)

De la Casa Común a la nueva Cortina de Hierro

Es diciembre del 2014 y, hace un año, las protestas de Maidán impusieron un cambio de gobierno en Ucrania. El expresidente de la Unión Soviética (URSS), Mijail Gorbachov, entonces de 83 años, conversaba con Pilar Bonet, que había sido corresponsal del diario español El País en Moscú durante 34 años.

“Construir la casa común europea es más urgente que nunca”, le dice Gorbachov. “Hay que crear un sistema de seguridad que incluya a Estados Unidos, Canadá, Rusia y a los países europeos”, afirma vehemente, a la vista de las turbulencias por las que atraviesa la relación de Rusia con Occidente. En marzo de ese 2014, la población de Crimea y de la ciudad de Sebastopol había aprobado su adhesión a Rusia, en un referendo.

Gorbachov apoya la política de Putin en Crimea. “¡Se ha vertido tanta sangre rusa, se ha luchado tantos siglos por Crimea, por la salida [de Rusia] a los mares!”, exclama. “Para mí lo principal es que la gente quería regresar a Rusia” (el resultado del referendo fue abrumadoramente favorable a la idea). “Crimea es rusa y era una herida abierta que ahora se ha cerrado. En lo que se refiere a Crimea, en Occidente, deben dormir tranquilos”, dice Gorbachov a Bonet.

Ve como un “signo negativo” el aplazamiento del Diálogo de San Petersburgo, un foro bilateral ruso-alemán que reunía, cada año, a políticos, intelectuales y representantes de la sociedad civil de los dos países. “Si se suprimieran ahora las sanciones, se llegaría a acuerdos sobre muchas cosas con Rusia. Pero sin ultimátum, porque no se puede tratar así, sin contemplaciones, a Rusia”.

Gorbachov está de acuerdo con Putin cuando este afirma que, tras la Guerra Fría, los países occidentales se comportaron como “nuevos ricos”. “Comenzaron a limpiarse las botas en Rusia, como si fuera un felpudo. Elogiaban a Yeltsin, mientras el país estaba postrado”. “No es tarde para dar un viraje, todos juntos, aunque no se puede esperar nada de Ucrania, que está dispuesta a todo para que la admitan en la OTAN y en la Unión Europea”.

La Casa Común europea

Ya ha corrido mucho agua bajo el puente desde la unificación alemana, su incorporación a la OTAN y la disolución de la Unión Soviética. Casi 35 años.

Cuando todo eso aún no había ocurrido (pero era ya inminente e inevitable), en julio de 1989, Gorbachov habló en la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa, en Estrasburgo. Propuso impulsar la construcción de la Casa Común europea. Ofreció negociar con la OTAN el retiro de los misiles nucleares de corto alcance. El desarme debe ser, según el líder del Kremlin, el pilar de la construcción de esa casa común.

Tres años después, en abril de 1992, ya disuelta la Unión Soviética, Gorbochov habla en un coloquio en la Sorbona. El tema es ¿Adónde va el Este?, organizado por Libération, El País, La Repubblica y otros medios de comunicación europeos. Propone la creación de un Consejo de Seguridad para Europa. Dice compartir la visión del general De Gaulle, “quien concebía a Europa como el espacio entre el Atlántico y los Urales”, la frontera natural entre Europa y Asia, unos 1.700 km al este de Moscú. Un enorme escenario europeo.

Solo un mes antes de su conversación con Bonet, Gorbachov había participado en las celebraciones de los 25 años de la caída del muro de Berlín, ocurrida el 9 de noviembre de 1989.

Gorbachov advierte contra la tentación de promover una nueva Guerra Fría. Reclama un diálogo con Moscú. El presidente del Parlamento Europeo, el socialdemócrata alemán Martin Schulz, también habla. Reconoce que, “nos guste o no, Rusia es una potencia clave, un miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU. Estamos comprometidos con la integridad territorial de Ucrania, pero hay que mantener todos los canales de comunicación abiertos con Rusia”.

Estados Unidos nunca permitirá una verdadera Europa unida

Gaspar Méndez, economista, profesor de Geografía e Historia, escribe en el Diario de León, el 15 de julio del 2022. Las tropas rusas habían cruzado la frontera ucraniana el 24 de febrero.

Cita al coronel de la reserva del ejército español, Pedro Baños, escritor especializado en geoestrategia, defensa, seguridad, y al reconocido periodista norteamericano, Robert Kaplan, colaborador asiduo de algunos de los medios más importantes de Estados Unidos.

Si analizamos la cuestión desde el punto de vista de los intereses geopolíticos, “Estados Unidos nunca permitirá una verdadera Europa unida, como tampoco puede permitir que la UE se una con Rusia, pues eso significaría un enorme perjuicio geopolítico y económico”.

Según el guion norteamericano, el arquitecto de la construcción europea debía ser la OTAN y a Gorbachov le preocupaba la ampliación de la alianza, ante la inminente unificación de Alemania. Como sabemos, fue este el guion que se impuso.

El profesor Méndez agrega que cobran renovado valor las palabras de Gorbachov cuando recordaba que “nuestro pueblo vincula la OTAN con la Guerra Fría, como una organización hostil a la Unión Soviética, como una fuerza que acelera la carrera armamentista y aumenta el peligro de guerra. Nunca aceptaremos confiarle el papel rector en la edificación de la nueva Europa”.

¿Un mundo unido detrás de Ucrania?

Hace un año, en abril del año pasado, David Miliband, Secretario de Estado del Reino Unido entre 2007 y 2010, publicó en Foreign Affairs unas reflexiones sobre “The World beyond Ukraine”. Discute afirmaciones del presidente de Ucrania, para quien la guerra había unido el mundo detrás de su país.

La realidad no es esa, dice Miliband. Unos 40 países, que representan cerca de la mitad de la población mundial, se han abstenido regularmente de votar las condenas a la invasión rusa. Dos tercios de la población mundial vive en países que son oficialmente neutrales o apoyan a Rusia, incluyendo algunas democracias notables, como India, Brasil, Indonesia o África del Sur. “Síntoma de un síndrome mayor: enojo, al percibir los dobles estándares de Occidente, y frustración por el fracaso de los esfuerzos por reformar el sistema internacional”. En especial, la reforma del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.

El distanciamiento entre Occidente y el resto del mundo, dice Miliband, “es producto de una profunda frustración –ira, en verdad– por la forma como Occidente manejó la globalización desde el fin de la Guerra Fría”.

El artículo merece particular atención, por las muchas aristas que toca, por la posición particularmente importante que ocupó su autor, por el punto de vista muy distinto al del gobierno conservador inglés actual, que sueña con transformar la economía británica en una economía de guerra.

La “Cortina de Hierro” avanza hacia el este

Semanas antes de la invasión de Ucrania, Mary Sarotte, académica norteamericana de la universidad John Hopkins, publicó su libro “Not One Inch”. Es sobre las conversaciones de 1989, cuando Gorbachov negociaba con el canciller alemán, Helmut Kohl, y el presidente y el Secretario de Estado norteamericanos, George Bush y James Baker, la retirada de las tropas rusas de Europa central y la incorporación de Alemania a la OTAN. “Ni una pulgada” hacia el este, había sido la propuesta discutida en esas conversaciones, que Sarotte documenta.

Al comentar el libro, Carlos Tello, ensayista mexicano, escribía en la revista Milenio: “Ya entonces el avance hacia el este era imparable. Los más firmes defensores de la expansión eran, de hecho, los líderes y, en general, los pueblos del centro y del este de Europa. Vaclav Havel, tras pedir que las tropas norteamericanas y rusas salieran del centro de Europa, cambió de opinión, le expresó a Bill Clinton el deseo de la República Checa de ser parte de la OTAN. El polaco Lech Walesa también, temeroso del resurgimiento de Rusia”.

La nueva “Cortina de Hierro” comenzaba su avance hacia el este. En el congreso de Estados Unidos, al aprobarse el sábado, 20 de abril, la nueva ayuda a Ucrania, por poco más de 60 mil millones de dólares, el representante Gerry Connolly, proclamó: –¡La frontera ucraniano-rusa es nuestra frontera!

Difícil no imaginar ese avance hacia el este como otro movimiento de la Operación Barbarroja, el asalto a Moscú que las tropas alemanas iniciaron el 22 de junio de 1941, con las consecuencias que conocemos.

***   ***   ***

(II)

Lo que está en juego en esta guerra

Occidente, guiado por Estados Unidos, puede provocar una guerra potencialmente catastrófica entre dos potencias nucleares gracias a su postura abiertamente hostil hacia Rusia y a sus esfuerzos por poner fin a los acuerdos sobre control de armas existentes, dijo el ministro de Relaciones Exteriores de Rusia, Sergei Lavrov, a fines de abril. Las tres mayores potencias nucleares, Estados Unidos, Inglaterra y Francia –agregó–, “están entre los principales sostenedores del régimen criminal de Kiev y son los principales organizadores de las provocaciones contra Rusia”.

Un punto de visa distinto es el del primer ministro británico, el conservador Rishi Sunak, para quien “defender Ucrania contra las brutales ambiciones de Rusia es vital para la seguridad de Inglaterra y de toda Europa”. “Si Putin tiene éxito en su guerra de agresión, no se detendrá en la frontera polaca”, dijo Sunhak, sumándose a quienes aseguran que Moscú estaría empeñado en una guerra de conquista en Europa.

Lo cierto es que prácticamente todos los análisis militares del conflicto con Ucrania indican que Rusia no está en disposición siquiera de controlar toda Ucrania. Mucho menos de llevar la guerra al territorio de la OTAN, desatando un conflicto nuclear.

El costo de perder Ucrania

El Institute for the Study of War (ISW), una institución creada en 2007, en Washington, con el objetivo de contribuir a mejorar la capacidad de Estados Unidos para ejecutar operaciones militares, responder a nuevas amenazas y lograr sus objetivos estratégicos, promovió dos estudios sobre “El alto costo de perder Ucrania”, publicados en diciembre del año pasado.

“Estados Unidos tienen mucho más en juego en la guerra de Rusia en Ucrania de lo que la gente se imagina”. La conquista de Ucrania por Rusia –dice el trabajo, firmado por Frederick W. Kagan, Kateryna Stepanenko, Mitchell Belcher, Noel Mikkelsen y Thomas Bergeron– “podría traer el ejército ruso, golpeado pero triunfante, hasta la frontera de la OTAN, desde el mar Negro hasta el Océano Ártico”.

Contribuir a la defensa ucraniana con apoyo militar “es mucho mejor y más barato para los Estados Unidos que permitir su derrota”, aseguran. “Hemos sostenido con fuerza que los valores norteamericanos están de acuerdo con los intereses norteamericanos en Ucrania”.

Llama la atención esa referencia a los riesgos de traer el ejército ruso a la frontera de la OTAN. Una de las razones fundamentales por la que los rusos explican su intervención en Ucrania es precisamente por el avance de la OTAN hacia sus fronteras desde el fin de la Guerra Fría, pese a los acuerdos para evitarlo, sobre los que Gorbachov conversó con Alemania y Estados Unidos, cuando se unificó Alemania.

Los más de 200 mil millones de dólares, invertidos solo por Estados Unidos en esa guerra, no dejan duda sobre lo que está en juego. A estos recursos hay que sumar los de las naciones europeas, principalmente Alemania e Inglaterra. Como dijo el Alto Representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, Josep Borrell, “ustedes defienden nuestra propia seguridad en las fronteras orientales de Europa”.

El 23 de abril pasado, Sunak anunció, en Varsovia, la mayor ayuda militar de su país a Ucrania. Un paquete valorado en 620 millones de dólares, que incluiría más de 400 vehículos, 60 botes y un número no determinado de misiles de largo alcance Storm Shadow, con los que los británicos pretenden contribuir a seguir debilitando la flota rusa en Sebastopol y a atacar Crimea.

Como destaca un entusiasmado guerrerista en las páginas del diario español El País, corresponsal de “asuntos globales”, “Europa arde con la guerra de Ucrania y ante una Rusia agresiva muchos aumentan el gasto en Defensa”. Estamos muy lejos de los tiempos de una periodista como Pilar Bonet.

Crear un mundo “horrible”

Nataliya Bogayova, en su trabajo para el ISW sobre “The Military Threat and Beyond”, asegura que, si Rusia vence en Ucrania, quedará claro para los adversarios de Estados Unidos que se le puede influenciar, hacerlo abandonar sus intereses en una lucha que, en su opinión, se podría ganar. Una victoria rusa –dice el estudio– podría estimular a otros a desafiarlo, a hacer creer a sus adversarios que pueden quebrar su voluntad de defender sus intereses estratégicos. A crear un mundo “horrible”, basado en las atrocidades cometidas por los rusos en la guerra.

Ya no se trata de la amenaza rusa de invadir Europa, sino del riesgo de que una Rusia victoriosa se muestre determinada a debilitar las posiciones de Estados Unidos. Apoyar a Ucrania no solo evitará la desaparición de una nación independiente, “sino que asestaría un golpe asimétrico a la alianza rusa y a la coalición antinorteamericana”.

En sus conclusiones, Bogayova afirma que una victoria rusa en Ucrania “puede crear un mundo fundamentalmente opuesto a los intereses y valores de los Estados Unidos”.

Uno de los problemas con esta argumentación es que ha sido Estados Unidos el que ha llevado la guerra a todo el mundo, el que se ha mantenido en guerra por décadas, cuyas atrocidades cometidas en Vietnam, o Irak, en los campos de tortura en ese país y en Cuba, han dejado imágenes imposibles de borrar.

De selvas y jardines

Para el presidente de Bielorrusia, Alexander Lukashenko, el más cercano aliado de Moscú, Ucrania es un escenario militar donde se decide, en parte, el nuevo orden mundial. Hablando ante la Asamblea del Pueblo, el parlamento de su país, el pasado 24 de abril, Lukashenko afirmó que es la última confrontación entre el este y el oeste y aunque ninguna de las partes se ha mostrado más fuerte, el actual orden mundial no saldrá indemne de este conflicto.

Dos años después de la invasión rusa a Ucrania, Borrell, hablaba ante la Rada ucraniana: –El estado natural de las cosas sigue siendo la lucha entre grandes potencias. En el mundo actual, la geopolítica está resurgiendo y Rusia no ha olvidado su propia ilusión imperial. “La UE ya no está ahí para hacer la paz entre nosotros, sino para hacer frente a los desafíos de nuestras fronteras”.

Tenemos que apoyar a Ucrania “cueste lo que cueste”, hacer lo que sea necesario para que Ucrania gane, dijo Borrell. Quienes afirman que hay que apaciguar a Putin se equivocan. “En lugar de buscar el apaciguamiento, deberíamos recordar las lecciones que hemos aprendido desde 2022, evitando repetir errores y redoblando nuestros esfuerzos en los ámbitos en los que hemos logrado éxitos”.

Es cierto que la UE no es la OTAN. Pero la OTAN se ha convertido en el brazo armado de la UE, encabezada por Estados Unidos. Y en el escenario de guerra, es también su principal instrumento de política exterior. Ya antes de la guerra, la diplomacia había estado prácticamente excluida de la mesa, si consideramos que inclusive los Acuerdos de Minsk, teóricamente negociados para poner fin al conflicto, en 2014 y 2015, no eran más que un recurso para ganar tiempo y armar a Ucrania, como reconocieron la Canciller alemana, Angela Merkel y el presidente francés, François Hollande, quienes debían servir de garantes de las negociaciones entre Rusia y Ucrania.

***   ***   ***

(III)

Llevando la guerra a todas partes

Como dice Borrell, en lugar de buscar el apaciguamiento hay que prepararse para la guerra: “necesitamos urgentemente reactivar la industria europea de defensa. La capacidad de producción de nuestra industria ya ha aumentado un 40% desde el comienzo de la guerra. A finales de año alcanzaremos una capacidad de producción de 1,4 millones de municiones. Habremos entregado a Ucrania más de un millón de proyectiles para finales de año”.

En septiembre del año pasado, el Secretario General de la OTAN, Jens Stoltemberg, fue invitado por el Council on Foreign Relations (CFR) para hablar en la Russell C. Leffingwell Lecture, en Washington.

Stoltemberg reiteró que el apoyo a Ucrania “es algo que hacemos porque es de interés para nuestra seguridad”. Consultado sobre el interés de la OTAN de abrir una oficina de contacto en Japón, explicó que la seguridad no es regional, sino global. Desde su punto de vista, un triunfo de Rusia en Ucrania estimularía el uso de la fuerza por parte de Beijing. Para eso están reforzando sus alianzas con Japón, Corea del Sur, Australia y Nueva Zelanda.

En el espacio de preguntas, Lucy Komisar, una periodista independiente basada en Nueva York se refirió al memo desclasificado de un encuentro entre el entonces Secretario de Estado, James Baker, y el presidente de la Unión Soviética, Mijail Gorbachov, en el que se prometía no avanzar la OTAN “ni una pulgada” hacia el este. Y cuando esto empezó a pasar –agregó la periodista– George Kennan, uno de los más brillantes diplomáticos norteamericanos, artífice de la visión de Washington sobre la Guerra Fría, predijo el desastre que la ampliación provocaría. Lo que se ha hecho una realidad, agregó Komisar, quién le preguntó a Stoltemberg si estaba satisfecho con los resultados.

–No estoy satisfecho, dijo Stoltemberg. Pero es culpa de Rusia, que decidió invadir otro país. “E, independientemente de lo que Ud. piense sobre la ampliación de la OTAN, eso no le da derecho a invadir otro país”.

Stoltemberg defiende el derecho de cada nación a decidir si se incorpora o no a la OTAN, sin que Moscú tenga derecho de veto sobre esa decisión. Stoltemberg es Secretario General de la OTAN y su papel no es decidir lo que hará cada país, sino lo que la OTAN debe hacer, según los compromisos históricos asumidos y el escenario político en que se desenvuelve. Pero Stoltemberg no es Kennan, el diplomático norteamericano que vislumbró el escenario de la Guerra Fría y supo ver el de la post Guerra Fría, muy distinto a la confrontación a la que la han llevado Washington y sus aliados europeos, a los que Stoltemberg sirve y en cuya guerra apuesta.

En la última década, la OTAN ha implementado el mayor refuerzo de la defensa colectiva en una generación, asegura. “Hemos fortalecido nuestra presencia militar en Europa del este e incrementado los gastos en defensa. Con la incorporación de Finlandia –y Suecia– la OTAN se hace mayor y más fuerte”.

Y concluye: –Espero que la OTAN confirme nuestro apoyo inquebrantable a Ucrania, continúe fortaleciendo nuestra propia defensa e incrementando nuestra cooperación con nuestros socios europeos e indo-pacíficos para defender el orden global basado en reglas”. Un sistema que “está siendo desafiado como nunca antes”.

La OTAN se prepara para la guerra. ¿Qué guerra?

Putin se ha preguntado quién define esas reglas, desafiando el sistema directamente, dijo Borrell, en su conferencia en la Academia Diplomática Europea, en Brujas, el 13 de octubre de 2022. En su opinión, Europa es un jardín, donde “todo funciona”. ¡Cuiden el jardín, sean buenos jardineros! “Gran parte del resto del mundo es una selva y la selva invade el jardín. Los jardineros deberían cuidarlo”, agregó, refiriéndose a los alumnos de la Academia.

¿Defender un orden global basado en reglas? Sí, pero ¿cuáles? ¿Las del jardín de Borrell?

Para el presidente Lukashenko, el orden mundial no saldrá indemne del conflicto actual. Cuando las tropas rusas cruzaron la frontera de Ucrania, ese orden se hizo pedazos. Su reconstrucción dependerá del resultado de esa guerra. Pero ya no será el orden heredado de la Guerra Fría. Ese orden saltó por los aires.

Por ahora, Occidente apuesta por la guerra. Aprobados los 60,8 mil millones de dólares para Ucrania por el congreso de los Estados Unidos, Biden anunció que las armas comenzarán a fluir pocas horas después. Son parte del paquete aprobado por el congreso, que se sumarán a los ATACMS, misiles de largo alcance, ya suministrados en secreto a Ucrania, con el objetivo especial de atacar Crimea.

“Los líderes europeos no están discutiendo sobre el riesgo de una nueva guerra en el continente. Se están preparando para ella”, es el título del artículo publicado por Bloomberg, el pasado 24 de abril.

Sunak habla de poner la industria de defensa inglesa en “pie de guerra”. Donald Tusk, primer ministro polaco, dice que Europa vive una situación de “preguerra”. La presidente de la Comisión Europea, la alemana Ursula von del Leyen, pone como ejemplo el “modelo finlandés” de defensa civil. El nuevo presidente de Finlandia, Alexander Stubb, de derecha, se dice dispuesto a acoger en su territorio armas atómicas norteamericanas. Finlandia necesita la disuasión nuclear. Es la mejor forma de garantizar su seguridad, estima. El ministro de Relaciones Exteriores polaco, Radoslaw Sikorski, dice en su parlamento que Rusia debe temer a la OTAN, que podrían derrotarlos en el campo de batalla.

La OTAN hace una demostración de fuerza a la sombra de la guerra de Rusia, dice el NYT. Cerca de 90 mil soldados entrenan entre Lituania y Polonia, en la frontera de enclave ruso de Kaliningrado, para una guerra entre las grandes potencias.

Según el ministro de Defensa ruso, Serguéi Shoigú, la OTAN ya tiene cerca de las fronteras rusas hasta 33 mil efectivos, unos 300 tanques y más de 800 otros vehículos blindados.

¿Qué debe hacer el mundo?

¿Con qué guerra estarán soñando Sikorski y sus socios de la OTAN?

Europa se prepara para otra guerra y el resto del mundo ¿qué debe hacer? ¿Dejarles las manos libres para que jueguen con la suerte del mundo? ¿Para que nos lleven a la Tercera Guerra Mundial?

¿Qué guerra será esa? ¿Para defender los intereses de quiénes? Una Europa cada vez más conservadora, habla de guerra como si entre la segunda (que llevaron a cabo también contra Rusia) y una eventual tercera, no se hubiese poblado el mundo de armas nucleares.

La irresponsabilidad de los “jardineros” de Borrell parece no tener límites. Pero el mundo de hoy no es ya el de la II Guerra Mundial. De modo que los intentos por terminar lo que los alemanes no pudieron hacer hace más de 80 años tiene un solo destino, si el resto del mundo no logra amarrarles la manos.

Como recordó el asesor para asuntos internacionales del gobierno brasileño, el excanciller Celso Amorim, un sistema de seguridad basado en alianzas militares nos llevó a la guerra, en el pasado. Hablando en una reunión del Consejo de Seguridad ruso, el pasado 24 de abril, Amorim dijo que, en el mundo actual, la paz exige un orden robusto y legítimo, y no un orden basado en reglas, como su fundamento.

Dado lo que el conflicto representa para Occidente y para Rusia, es poco probable una victoria militar total de nadie. La única solución negociada posible es una que no deje evidentes vencedores ni vencidos. Es la construcción de la Casa Común que dio inicio a este debate sobre seguridad europea, al final de la Guerra Fría. Que la élite occidental prefirió desechar y que no podrá ser construida con los conservadores que gobiernan actualmente Europa. Un escenario en el que Rusia no sea el enemigo a abatir, ni Occidente el ejecutor de la Operación Barbarroja, en que se ha transformado. O sea, una realidad más acorde con el nuevo orden mundial y menos con los sueños del “fin de la historia” sobre la que se pretendió construir el escenario de la posguerra fría.

Logrado este acomodo, podrá entonces el mundo enfrentar el verdadero desafío sobre el que se construirá el nuevo orden internacional. Un orden en el que se tendrá que reconocer la decadencia de Occidente, el papel de China, el del sur global y el de una Europa ya no sometida a una derecha extrema, como la actual, ni a una OTAN, instrumento de la política de seguridad de Estados Unidos y de sus élites más conservadores.

La otra alternativa…

La Matrioshka Fecunda

Mauricio Ramírez Núñez
Académico

El presidente del Partido Liberación Nacional ha expresado su repudio hacia el presidente ruso, Vladimir Putin, en un artículo que parece estar impulsado más por la emoción que por un análisis objetivo. Sin embargo, es importante señalar que el artículo carece de fundamentos sólidos en cuanto a su crítica hacia Putin y su administración.

En vez de presentar argumentos razonados, el artículo parece estar impulsado por sentimientos negativos hacia Putin, lo cual resta credibilidad a las opiniones expresadas. Además, parece evidente una falta de comprensión de los complejos asuntos geopolíticos que rodean a Rusia, particularmente en relación con el conflicto en Ucrania y la posición de la OTAN y Estados Unidos. Hubiese sido más constructivo que el presidente del Partido Liberación Nacional ofreciera argumentos fundamentados y análisis profundos sobre la situación en Rusia y sus relaciones internacionales. Esto permitiría un debate más enriquecedor y productivo sobre estos temas importantes.

En su reciente comparación entre Rusia y países como Nicaragua o Venezuela, el señor parece hacer una asociación superficial que solo encuentra sentido en un contexto arraigado en mentalidades de la Guerra Fría. Sin embargo, es importante considerar varios aspectos que invalidan esta comparación. Es importante desmitificar la idea de que Rusia y su presidente, Vladimir Putin, representan una continuidad con la era comunista. Primero, es un error asumir que Rusia es una continuación de la Unión Soviética. Putin y su partido, Rusia Unida, se identifican más con una ideología de centro-derecha, en contraste con el pasado comunista del país. De hecho, si buscamos equivalencias en el espectro político costarricense, podríamos comparar a Rusia Unida con partidos de derecha como el PUSC, históricamente conservador.

En segundo lugar, Rusia posee una historia rica y compleja que abarca más de 800 años, lo que la distingue profundamente en términos de cultura, tradición y pensamiento político respecto al enfoque occidental e imaginario al cual el señor hace referencia. Este contexto histórico único de Rusia no se puede subestimar al evaluar sus políticas y acciones actuales. Por otro lado, es crucial reconocer el papel de Rusia como una potencia mundial que está forjando un camino alternativo en el escenario internacional junto con China. Este camino desafía el tradicional orden unipolar basado en la hegemonía estadounidense y europea, que es el verdadero tema de fondo de esta triste guerra en suelo ucraniano, lo que añade una capa adicional de complejidad a cualquier comparación simplista con países latinoamericanos y sus coyunturas internas.

En tercer lugar, es importante examinar los indicadores de desarrollo y calidad de vida al evaluar la posición de Rusia en relación con países como Nicaragua y Venezuela. En términos del PIB, Rusia, con una economía de mercado y abierta, supera significativamente a ambos países, con cifras que reflejan una economía mucho más robusta, abierta al mundo y diversificada. Por ejemplo, el PIB ruso en 2022, según datos del Banco Mundial, fue de $2,240 billones, mientras en Nicaragua y Venezuela, los valores son considerablemente menores; $15,7 y $482,4 billones, respectivamente.

Es evidente que, al comparar estos aspectos económicos, sociales y políticos, se revela la inadecuación de equiparar a Rusia con Nicaragua o Venezuela. Tal comparación no solo carece de fundamento en términos históricos y culturales, sino que también pasa por alto las diferencias significativas en términos de desarrollo y posicionamiento geopolítico de estos países. Es fundamental reconocer las diferencias contextuales, así como los matices inherentes a los procesos electorales en Rusia, Nicaragua y Venezuela. Si bien es cierto que existen críticas y preocupaciones legítimas sobre la transparencia y la democracia en todos estos países, es necesario abordar cada caso con un análisis detallado y contextualizado.

Mi reciente participación en febrero pasado en el Congreso Mundial de la Multipolaridad en Rusia, donde tuve la oportunidad de interactuar con una amplia gama de colegas de más de 130 países, me permitió obtener una visión más profunda de la situación política en ese país. Durante este evento, y los intercambios que pude tener personalmente con costarricenses que viven allá, así como con ciudadanos rusos, quedó patente que una mayoría significativa del pueblo ruso respalda al presidente Putin y su gestión.

Ahora bien, es importante tener en cuenta también que mi experiencia personal, aunque reveladora, representa sólo una perspectiva limitada y no puede extrapolarse para representar la totalidad de la opinión pública en Rusia, pero sí demuestra contundentemente, que las cosas no son como las pintan los medios occidentales, en guerra contra ese país.

El contraste entre el sistema político y electoral de Rusia con los de Nicaragua y Venezuela revela importantes diferencias que no pueden ser pasadas por alto. Mientras que en Rusia persisten críticas respecto a la falta de pluralismo político y competencia real en las elecciones, es esencial reconocer que aún existe la participación de múltiples partidos políticos y candidatos en el proceso electoral.

Es importante destacar que, en Rusia, a pesar de la influencia del gobierno sobre instituciones clave como la Duma, aún se mantienen ciertos mecanismos institucionales que permiten cierto grado de independencia y capacidad de deliberación. En contraste, en Nicaragua y Venezuela, los poderes legislativos han sido subordinados al ejecutivo, lo que ha socavado el equilibrio de poderes y la separación de poderes, elementos esenciales para el funcionamiento efectivo de la democracia.

El segundo argumento esgrimido y totalmente carente de fundamento real, es el de, y cito textualmente: “Lo peor de todo fueron unas elecciones en medio de una guerra invasora genocida contra Ucrania. Putin llamó a las urnas usando la guerra es un acto de cobardía porque cada muerto del enemigo se paga con votos inducidos por el odio. Fueron urnas manchadas de sangre”. El argumento presentado simplifica una vez más una situación compleja por lo cual es importante considerar varios puntos para refutar esta afirmación:

1- La convocatoria de elecciones durante un conflicto no es necesariamente un acto de cobardía por parte de un líder político. Las elecciones pueden ser vistas como un intento de mantener la estabilidad interna y la legitimidad del gobierno en medio de circunstancias adversas. Además, las elecciones son un derecho fundamental de los ciudadanos y su celebración no debería ser obstaculizada por la presencia de conflictos. A diferencia de lo que dice Occidente, Rusia es un país civilizado y su gente es culta. En última instancia, si realmente existiera un rechazo generalizado del pueblo ruso hacia la guerra y el presidente Putin, como algunos afirman sin presentar pruebas, esto habría quedado patente a través del abstencionismo y la apatía en las elecciones. Sin embargo, lo que vimos fue todo lo contrario: la participación activa en las elecciones mostró que no se pudo ocultar ninguna supuesta «mentira del Kremlin». La realidad es que la alta participación electoral refleja un respaldo significativo al sistema político y liderazgo actual en Rusia.

2- Es importante evitar asumir que todos los votantes rusos fueron influenciados por el «odio hacia Ucrania». Más bien a Ucrania lo ven como a Bielorrusia, un pueblo hermano. Las motivaciones para participar en unas elecciones son diversas y no se pueden generalizar. Muchos ciudadanos pueden haber tomado decisiones electorales basadas en consideraciones internas y domésticas, sin necesariamente estar directamente influenciados por el conflicto con Ucrania. Además, es crucial reconocer el impacto positivo del liderazgo del presidente Putin en Rusia posterior a la década de la humillación que vivió ese país en los años noventa. Este cambio ha generado un sentimiento de gratitud entre la mayoría de los ciudadanos rusos, lo que puede haber influido en su respaldo al liderazgo actual. Es evidente que el desconocimiento de esta transformación interna puede llevar a una interpretación incompleta de la dinámica política en Rusia.

3- Criticar las elecciones en Rusia y calificar las urnas de estar «manchadas de sangre» debido al conflicto con Ucrania es una simplificación subjetiva y poco fundamentada. Es válido señalar que sería deseable haber visto posturas críticas similares durante elecciones anteriores en Estados Unidos, especialmente durante períodos en los que el país estuvo involucrado en invasiones ilegales en Oriente Medio. Este tipo de posturas habrían reflejado un compromiso más consistente con los principios de justicia, democracia y responsabilidad internacional.

Además, catalogar a Putin como genocida es una afirmación que carece de respaldo sustancial, especialmente considerando que ni siquiera la ONU ha hecho tal declaración. En contraste, recientemente la relatora especial de la ONU en Israel, Francesca Albanese, durante la sesión ante el Consejo de Derechos Humanos de la ONU, dijo que considera que hay motivos razonables para creer que se ha alcanzado el umbral que indica la comisión del delito de genocidio contra los palestinos como grupo en Gaza, situación frente a la cual este señor y su partido guardan silencio.

Por último, es crucial destacar que calificar las elecciones en Rusia como el derrumbe de la civilización es una afirmación absurda y paradójica. Rusia se destaca hoy en día como uno de los principales defensores de la verdadera civilización cristiana en Occidente, en contraposición a la ideología liberal atea occidental tanto de izquierda como de derecha. Mientras que en Occidente se promueven valores que desprecian la tradición y la fe, Rusia aboga por la preservación de las raíces cristianas, el orden, la familia y la moralidad.

La ideología rusa actual se basa en principios que valoran la estabilidad social, la cohesión familiar y el respeto por la tradición, en oposición al materialismo desenfrenado y el consumismo que caracterizan a la sociedad occidental. Además, mientras Occidente tiende hacia el nihilismo y la deshumanización, Rusia se esfuerza por promover una visión más equilibrada y humanista de la civilización.

Antes de terminar, y no sin dejar de lado el tema del lamentable conflicto en Ucrania, es menester considerar que responsabilizar exclusivamente a Rusia por la guerra en Ucrania es ignorar por completo la complejidad de la historia reciente y la implicación directa de países occidentales desde el golpe de estado de 2014 en Kiev. Es importante abordar abiertamente los intereses geopolíticos de Estados Unidos en la región, que claramente apuntan a contener a Rusia como un actor global de peso.

Además, no se puede pasar por alto el hecho de que la CIA ha estado operando en Ucrania durante más de una década, con el objetivo de socavar a Rusia, lo cual fue titular del prestigioso medio estadounidense, The New York Times, el pasado 28 de febrero. Pero parece que esto no refleja, ante los ojos de algunos, una amenaza para la seguridad nacional de Rusia. De igual manera, es crucial reconocer la presencia de laboratorios de experimentación biológica occidentales en las regiones ucranianas fronterizas con Rusia, lo cual añade una capa adicional de complejidad al conflicto.

Sumado a esto, es fundamental considerar el interés de convertir a Ucrania en un miembro de la OTAN para legitimar la instalación de misiles en las fronteras rusas apuntando hacia Moscú. Para comprender mejor esta situación, podemos plantear una analogía: ¿Cómo reaccionaría Estados Unidos si México se uniera a una alianza militar con Rusia y China, y decidiera establecer bases militares en la frontera con Texas? Esta perspectiva nos permite entender la sensibilidad de Rusia ante la posibilidad de una expansión de la OTAN hacia sus fronteras, similar a la situación que provocó la crisis de los misiles en Cuba en 1962, en este caso para los Estados Unidos.

La idea de que Putin y su ministro de defensa decidieron invadir Ucrania por mera voluntad es una simplificación absurda y refleja la decadencia del pensamiento occidental en su máxima expresión. Es necesario un análisis más profundo y equilibrado que considere todos los factores en juego, incluidos los intereses geopolíticos y las acciones de todas las partes involucradas, antes de tomar una postura al respecto.

Es importante no caer en el juego de la guerra psicológica ni en las campañas de rusofobia occidentales. Por estas y muchas otras razones yo no cuestiono el viaje de las diputadas a Moscú, sino que lo reconozco como un acto de valentía, pensamiento independiente y buena fe en el marco de una coyuntura geopolítica histórica y compleja. El hecho de comprender las razones detrás de las acciones de Rusia y reconocer la guerra mediática lanzada por Occidente no implica necesariamente un respaldo ciego a todas las acciones de Rusia o su presidente. Tampoco equivale a apoyar a dictadores, como erróneamente afirman algunos. Más bien, implica tener una comprensión más profunda de la complejidad del mundo y un intento de superar el pensamiento simplista de «buenos y malos» que a menudo prevalece en el pensamiento occidental.

Hay que tener cuidado con el fundamentalismo democrático, al igual que cualquier extremo ideológico, representa un riesgo significativo para la misma democracia. Si las cosas fueran de buenos y malos, entendidas desde una visión puramente idealizada de la democracia, países como Costa Rica, que no tienen ejército ni enemigos en el mundo, se vería obligada a aislarse del mundo, paradójicamente, como Corea del Norte, porque todas las naciones, independientemente de su sistema político, tienen sus propios intereses y participan en juegos geopolíticos en los cuales podemos o no estar de acuerdo, y donde no todos son democráticos.

Reconocer estas complejidades significa entender que hay más oportunidades de promover la paz a través del diálogo y la negociación que mediante sanciones unilaterales o la suposición de superioridades morales. La búsqueda de soluciones pacíficas requiere un compromiso con la comprensión mutua y el respeto por las perspectivas divergentes, en lugar de caer en la trampa de la demonización, la confrontación y la cultura de la cancelación que dañan y enferman a la democracia real en nuestras latitudes.

China propone La Iniciativa para la Civilización Global

Mauricio Ramírez Núñez
Académico

El pasado mes de marzo de 2023 se llevaron a cabo en China los Diálogos de Alto Nivel del Partido Comunista Chino (PCCh) con partidos políticos de todo el mundo. Esta actividad reunió líderes de partidos de todas partes, preocupados por los retos globales, la transición del sistema internacional y el futuro de la humanidad. En la actividad participó el presidente Xi Jinping, quien el día 15 de marzo presentó La Iniciativa para la Civilización Global, una potente propuesta al mundo que termina por complementar a la Iniciativa de Desarrollo Global y la Iniciativa para Seguridad Global dadas a conocer con anterioridad.

Durante su discurso el presidente Xi expresó la urgencia de unir las manos en el camino hacia la modernización y la necesidad de buscar nuevos modelos de desarrollo para la humanidad que trasciendan los viejos paradigmas que han mostrado no ser el camino adecuado para el bienestar de todos los pueblos. Además, mencionó los graves desafíos y crisis entrelazadas a las cuales se debe buscar y dar respuesta colectiva, dejando de lado los egoísmos y prejuicios ideológicos propios de siglos pasados. Los tres retos mencionados por el líder chino fueron; las brechas de desarrollo que se están ampliando en todo el mundo, o sea, hay más desigualdad y mala distribución de la riqueza, se sigue deteriorando con rapidez el entorno ecológico y la salud del planeta, y sigue persistiendo una mentalidad de Guerra Fría que, en lugar de ayudar a trabajar en la solución de estos problemas comunes, divide y crea desconfianza entre las naciones.

Frente a esto, cinco propuestas que hace el presidente Xi:

  • poner al pueblo en primer lugar y asegurarse de que la modernización y el desarrollo esté centrado en la gente;
  • adherirse al principio de independencia (soberanía) y explorar caminos diversificados hacia la modernización, siempre pensando en una civilización ecológica;
  • defender los principios fundamentales (valores comunes de la humanidad) y abrir nuevos caminos, para garantizar la continuidad del proceso de modernización;
  • es imperativo ayudar a otros a tener éxito, al buscar el éxito propio y asegurarse de que todos puedan disfrutar de los resultados de la modernización;
  • seguir adelante y garantizar un liderazgo firme sobre la modernización.

La modernización o el desarrollo debe cimentar sus raíces en las condiciones nacionales de cada país, por lo tanto, los modelos de desarrollo no se exportan ni se importan, no se imponen a la fuerza por presiones diplomáticas o préstamos con condiciones leoninas. Cada país debe explorar su propio camino hacia la modernización, aunque desde luego, se debe construir tomando la experiencia de otros países, así como buenas prácticas. Es un proceso que lleva la impronta de la historia y la cultura tradicional de cada pueblo, y también contiene elementos modernos para el beneficio compartido de toda la comunidad. El compromiso de China es no seguir el viejo camino de la colonización y el saqueo, ni el camino torcido que tomaron algunos países para buscar la hegemonía una vez que se fortalecieron.

La construcción de una gran comunidad global de desarrollo desde el punto de vista chino difiere totalmente del occidental, pues no busca imponer modelos ni ideologías, mucho menos sistemas políticos, al contrario, reconoce la pluralidad del mundo y a partir de ella busca consolidar un jardín para la prosperidad de todas las civilizaciones. Estamos hablando de una visión de la globalización radicalmente opuesta a la occidental, y mucho más sensata. Nos encontramos entonces ante una visión alternativa de esta, que toma lo mejor del viejo modelo y lo mejora de una manera dialéctica y con una visión real de inclusión, respeto y búsqueda de la prosperidad común. China ha tomado el liderazgo para redefinir la globalización desde una perspectiva realmente inclusiva, respetuosa de la soberanía de los estados, con apertura para los beneficios mutuos y las ganancias compartidas.

Todos estos esfuerzos exigen la superación de la mentalidad de Guerra Fría tradicionales que aún se mantienen en algunos países occidentales, de ahí que el presidente Xi planteara con contundencia que la práctica de avivar la división y el enfrentamiento en nombre de la democracia es en sí misma una violación del espíritu de la democracia. No recibirá ningún apoyo, y lo que trae es solo un daño interminable. Por ello, el intercambio y la cooperación entre las distintas civilizaciones que forman el mundo contemporáneo es importante, porque es el camino para una coexistencia más armoniosa y pacífica, donde la singularidad de cada civilización es lo que aporta la riqueza y la diversidad propias de la humanidad.

La Iniciativa de la Civilización Global presenta por el presidente Xi y en consonancia con una perspectiva de multipolaridad civilizatoria, como hace algunos años vienen hablando académicos rusos desde la Cuarta Teoría Política, propone lo siguiente:

  • apoyar conjuntamente por el respeto a la diversidad de civilizaciones en el mundo. A los países les incumbe defender los principios de igualdad, aprendizaje mutuo, diálogo e inclusión entre civilizaciones, donde el respeto mutuo permita superar enfrentamientos innecesarios y sentimientos de superioridad.
  • abogar en común por los valores comunes de la humanidad. La paz, el desarrollo, la equidad, la justicia, la democracia y la libertad son aspiraciones comunes de todos los pueblos. Los países deberían tener la mente abierta para apreciar las percepciones de valores de diferentes civilizaciones y abstenerse de imponer sus propios valores o modelos a los demás y de avivar la confrontación ideológica.
  • defender codo con codo por la importancia de la herencia y la innovación de las civilizaciones. Los países necesitan aprovechar al máximo la relevancia de sus historias y culturas en los tiempos actuales, e impulsar la transformación creativa y el desarrollo innovador de sus excelentes culturas tradicionales.
  • Es menester abogar mancomunadamente para fortalecer los intercambios y la cooperación cultural entre pueblos y a nivel internacional. Los países deberían explorar la construcción de una red global para el diálogo y la cooperación entre civilizaciones, enriquecer los contenidos de los intercambios y ampliar las vías de cooperación para promover el entendimiento mutuo y la amistad entre los pueblos de todos los países y promover conjuntamente el progreso de las civilizaciones humanas.

De esta manera, las puertas están abiertas para todas las naciones que deseen sumarse a los esfuerzos compartidos del liderazgo chino de cara a una nueva era de carácter multipolar en un mundo donde la tarea más ardua es la paz y las oportunidades para todos los países y la lucha contra el colapso eco-social. Los tiempos donde se discriminaba por ideologías deben dejarse de lado para abrir paso a una visión compartida del futuro que facilite enfrentar de manera colectiva los desafíos comunes de toda la humanidad. América Latina y el Caribe tienen una gran oportunidad, en la misma medida que el resto de las naciones del sur global, en optar por unos lazos de cooperación, entendimiento e intercambio para crear sus propios procesos de modernización y desarrollo. En otras palabras, de volver a construir nuestra propia historia, con dignidad y en el marco de una nueva era basada en un entorno internacional de verdadera pluralidad e intereses comunes.