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Etiqueta: historia laboral

Doctor Mario E. Devandas B. ¡En recuerdo!

Adalberto Fonseca E.
Historiador

El jueves 25 de diciembre del presente, se cumplen 5 años del fallecimiento de Mario Devandas, hijo del pueblo, nacido en Calle Siles (San Pedro de Montes de Oca), el 02 de octubre de 1946, a la edad de 74 años.

Le recordamos por su aporte invaluable en pro de la clase trabajadora costarricense, a lo largo de cinco lustros, partiendo de la década de los 70s y años subsiguientes; su labor como diputado (1978)-1982), y desde la representación sindical ante la Junta Directivo de la CCSS (2014-2019).

Esta semblanza busca acercarse a los diferentes capítulos en lo socio político y económico, ligada al protagonismo e incidencia en diferentes periodos de la vida institucional costarricense.

La década de los setenta fue una etapa de alto significado para el movimiento sindical en el sector estatal, un “rompe aguas” en la irrupción de un sindicalismo de nuevo tipo “progresista y clasista”; en tanto el sindicalismo de viejo cuño, sobre todo aquel vinculado al reformismo social demócrata, también en mengua, tendría su propia agenda.

En referencia, la política costarricense se estremece ante el surgimiento de agrupaciones políticas de nuevo signo, cono el Partido Socialista Costarricense (PSC), del que Mario era dirigente, se suman además el Movimiento Revolucionario de los Trabajadores (MRP), el Frente Popular y la restauración del Partido Vanguardia Popular (PVP); en parte gracias a la derogatoria del artículo 98 constitucional, que prohibía la organización de grupos y partidos políticos, cuyo pensamiento y acciones atentaran contra la “democracia”.

En la medianía de la década surge la Federación Nacional de trabajadores del sector público -FENATRAP-, matizada por la influencia de los partidos políticos emergentes.

En la trama de nuestra historia social, también violenta y coercitiva, se da el apremio y la cárcel para Mario Devandas y Luis Fernando Alfaro, ambos dirigentes de la federación y de los trabajadores del Instituto Costarricense de Electricidad (ICE).

En el trasfondo, el país en su expresión social y económica, vivía el control político e ideológico de la “guerra fría” y el “macartismo”, con signos y símbolos dominantes: educación, información, control político, hegemonismo; con organizaciones ultraconservadoras e “intensas”: el Movimiento Costa Rica Libre, la unión empresarial UCCAEP, la Iglesia Católica; dominadas todas por el espíritu y tinte del perjuicio político y doctrinal.

No era en vano, la “Revolución Cubana” era para estos un mal síntoma, de ahí surge también como anatema, la Alianza para el Progreso, visión y estrategia de la “Usamericanos”, como los grandes mediatizadores de la lucha social en los países del traspatio.

En noviembre de 1980 se funda la Central Unitaria de Trabajadores (CUT), será su presidente Mario Devandas B. Para el año de 1986, el sindicalismo unitario confluye en la organización del Consejo Permanente de Trabajadores (CPT), instancia articulada, que sumó a todas las centrales sindicales, grupos cooperativos, productores y trabajadores independientes.

El CPT resume una visión y propuesta de desarrollo económico y social para el país, como lo fue el “Programa Económico Costarricense” (PEC1), proyecto liderado por Devandas, y un grupo de economistas de la Universidad Nacional, documento y articulación presentado al gobierno de la República y discutido por los trabajadores costarricenses en foros y mesas redondas de trabajo.

Mario Devandas para el año 1986, fue candidato a la Vicepresidencia de la República por el Partido Pueblo Unido, en las elecciones presidenciales de ese año.

En las luchas contra el “combo del ICE”, y los movimientos derivados de ese proceso, y de una intensa agenda de trabajo y esclarecimiento en jornadas a nivel nacional del Tratado de Libre Comercio (TLC), con los Estados Unidos de América.

En su momento fue asesor legislativo del diputado José Merino del Río.

Mario fue un sólido recurrente con su quehacer político, maestro e inductor de los grandes temas de afectación para el sector laboral y la sociedad costarricense en su conjunto.

Una figura mediática en la prensa nacional, una voz persistente frente a la visión de los defensores del “status quo”, sus tesis siempre a favor del trabajador costarricense.

Devandas asume su nombramiento como representante sindical ante la CCSS en junio del 2014, juramentado por el presidente Solís Rivera, luego de la negativa de la mandataria Chinchilla Miranda, de cumplir una decisión de los trabajadores años atrás.

El 25 de diciembre, Mario E. Devandas Brenes se cumplen 5 años de su fallecimiento. Una vida dedicada al bien común, la solidaridad y la entrega a sus principios e ideales durante medio siglo. 50 años que las y los trabajadores organizados han reconocido.

Mario E. Devandas Brenes, debería ser declarado “Benemérito de la Patria”, tarea que sin lugar a dudas emprenderá la clase trabajadora y sus organizaciones políticas y sociales, que conocieron en su entereza la figura de Devandas.

El reloj roto de la historia: crónica de una jornada en retroceso

Frank Ulloa Royo

Hay relojes que no marcan la hora, sino la vergüenza. Relojes que no avanzan, sino que giran hacia atrás, como si el tiempo fuera un capricho de los poderosos y no una conquista de los pueblos. En Costa Rica, ese reloj se rompió en 1920, cuando los trabajadores, tras huelgas y revueltas, lograron que el Estado reconociera su humanidad en forma de ley: ocho horas de trabajo, ni una más. Fue una victoria contra el agotamiento, contra la lógica colonial del cuerpo como recurso. El tiempo, por fin, era también territorio obrero.

Pero hoy, cien años después, los nuevos conquistadores—con corbata y logo corporativo—exigen doce horas de jornada. No con látigo, sino con decreto. No desde Sevilla, sino desde San José. El Estado nacional, que antes legislaba para proteger, ahora legisla para rendirse. Se invoca el desarrollo como antes se invocaba la evangelización. Se ofrece el cuerpo del trabajador como incentivo, como moneda de cambio. Y el reloj, ese viejo testigo de las luchas, empieza a girar hacia atrás, como si la historia fuera un error que conviene corregir.

El derecho laboral de Indias fue un campo de batalla entre la ley y la realidad, entre el discurso humanista y la práctica colonial. Las leyes proclamaban dignidad, pero legitimaban el despojo. Su legado es ambivalente: testimonio de una voluntad reformista y evidencia de su fracaso. Sin embargo, en medio de sus contradicciones, esta legislación dejó huellas profundas que aún resuenan en los sistemas jurídicos modernos.

Muchos de sus principios —aunque nacidos en contextos de dominación— anticiparon derechos que hoy consideramos fundamentales. La limitación de la jornada laboral, la protección de la maternidad, el reconocimiento del salario justo, la regulación de oficios peligrosos, la prohibición del trabajo infantil y la defensa de la salud en el trabajo fueron formulados como alternativas al trabajo forzoso y a la esclavitud. Estas propuestas, aunque incompletas y muchas veces incumplidas, constituyen los primeros esbozos de una ética laboral que buscaba humanizar la producción.

La legislación indiana, entonces, no puede ser leída únicamente como instrumento de control. También fue espacio de disputa, de reforma, de resistencia jurídica. En sus márgenes se gestaron debates sobre la humanidad del otro, sobre la legitimidad del poder, sobre el derecho al descanso, al cuerpo, al salario. Como señala Borrajo Dacruz (2003), “la historia del derecho del trabajo no comienza con la revolución industrial, sino con los primeros intentos de limitar el abuso en contextos coloniales”.

Lo irónico es que ni las Leyes de Indias, redactadas en pleno siglo XVI por una monarquía esclavista, se atrevieron a tanto. Felipe II, en su Instrucción de 1593, ordenaba que los obreros trabajaran ocho horas, repartidas para evitar el rigor del sol. ¡Felipe II, nada menos! El mismo que gobernaba sobre minas, encomiendas y amputaciones, reconocía que el cuerpo humano tenía límites. Hoy, en cambio, se pretende que el trabajador moderno—con más derechos, más ciencia, más Constitución—trabaje más que un indígena bajo el sol colonial. ¿Progreso? ¿Modernidad? No. Es el regreso al feudo, pero con Wi-Fi.

La ley que se propone no es una reforma: es una parodia. Una tragicomedia legislativa donde el Estado se disfraza de gestor, pero actúa como capataz. Se redactan protocolos, se celebran foros, se imprime el retroceso en papel membretado. Y mientras tanto, el reloj sigue girando hacia el abismo, marcando no las horas trabajadas, sino las horas perdidas. Perdidas en la historia, en la dignidad, en la memoria.

Porque legislar doce horas no es solo legislar tiempo: es legislar olvido. Es borrar la huelga de 1920, la Revolución del Sapoá, los sindicatos que entendieron que el cuerpo no es mercancía. Es decirle al trabajador: “Tu historia no importa. Tu cansancio no cuenta. Tu tiempo no es tuyo.”

Pero el reloj, aunque roto, recuerda. Y cada vuelta hacia atrás es también una señal de alarma. Porque hay memorias que no se archivan, cuerpos que no se rinden, y pueblos que saben que el tiempo no se negocia: se conquista.

Y mientras se redactan leyes para extender la jornada, se archivan las inspecciones, se recortan pensiones, se normaliza el despojo. El trabajador accidentado, incapacitado, descartado, se convierte en expediente. Se le quita el cuerpo, luego el trabajo, luego el nombre. Se le deja la espera. Se le deja la nada.

Hoy más que nunca, el movimiento de los que trabajan bajo una jornada debe levantar la voz y no permitir que las agujas del reloj retrocedan. No para pedir favores, sino para recordar conquistas. No para negociar retrocesos, sino para defender el tiempo como derecho. Porque si el reloj gira hacia atrás, que sea para recordar quiénes somos, de dónde venimos, y por qué luchamos.