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Etiqueta: Ignacio Arancibia

La Angostura de Puntarenas 1860: escaramuzas, magnicidio y memoria de Juan Rafael Mora Porras

Dr. Fernando Villalobos Chacón*

Introducción

Los sucesos de La Angostura de Puntarenas en 1860 constituyen un momento decisivo de la historia costarricense, donde la lealtad, la geografía y la traición marcaron el destino de la república. El regreso de Juan Rafael Mora Porras, acompañado de hombres como su cuñado José María Cañas Escamilla, su hermano José Joaquín Mora, e Ignacio Arancibia, conocido como “El Terneras”, buscaba restaurar la legitimidad rota por el golpe de 1859. La captura en La Angostura y el fusilamiento del 30 de septiembre de 1860 sellaron uno de los episodios más dolorosos de la historia nacional: un magnicidio de Estado contra el héroe de 1856.

José María Cañas Escamilla: el leal general

El general José María Cañas Escamilla, nacido en El Salvador en 1809, encarna la figura del extranjero que adoptó a Costa Rica como patria. Militar de talento, hombre culto y de visión modernizadora, había sido gobernador de Puntarenas, diplomático y uno de los estrategas clave en la guerra contra los filibusteros. Cañas no solo era el cuñado de Mora, sino también su más cercano colaborador político y militar.

Su decisión de acompañarlo en la expedición de 1860 refleja una fidelidad inquebrantable. Sabía que el retorno era arriesgado, pero entendía que el deber patriótico estaba por encima de su seguridad personal. Como apunta Vargas (2010), “Cañas asumió que el destino de Mora era también el suyo; la república debía defenderse aun si ello costaba la vida” (p. 142). Su fusilamiento en El Jobo, junto al de Mora, convirtió su figura en símbolo de lealtad absoluta y de integración centroamericana en la gesta costarricense.

Ignacio Arancibia, “El Terneras”: el audaz extranjero

Entre los hombres que acompañaron a Mora en 1860 destacó Ignacio Arancibia, apodado “El Terneras”. Chileno de origen, Arancibia había llegado a Centroamérica como aventurero militar y se convirtió en uno de los más firmes aliados de Mora. Cuñado de don Juanito y Jefe político de Esparza, había conocido a Mora en sus viajes de exportación de café a Valparaíso. Su figura resume la solidaridad internacional de aquella causa: un hombre que, no siendo costarricense, entregó su vida por la república. Fue fusilado al lado de Mora el 30 de setiembre de 1860.

La traición y la soledad estratégica de Mora

Los planes de Mora se frustraron debido a la traición de un soplón que alertó al gobierno ilegítimo de Montealegre. Las fuerzas leales que debían reunirse con Mora fueron detenidas y puestas en calabozo, mientras que el paso por la “Barranca hacia Puntarenas” fue cortado por tropas gubernamentales.

Esta maniobra aisló a Mora de sus aliados en el interior del país, dejándolo únicamente con el apoyo del último bastión fiel: los porteños. Comerciantes, estibadores y vecinos de Puntarenas se convirtieron en su sostén material y moral, aunque insuficiente para revertir la superioridad numérica y logística de las fuerzas oficiales. Esta soledad estratégica explica parte de la vulnerabilidad de los moristas en La Angostura y su posterior captura.

La Angostura: escaramuzas y captura

En el estrecho paso de La Angostura, Mora, Cañas, Arancibia y unos doscientos seguidores intentaron resistir al ejército de Montealegre. El terreno favorecía la defensa: mar a un lado, manglar al otro, y un único camino estrecho hacia el interior. Sin embargo, la superioridad numérica y logística de las fuerzas gubernamentales pronto inclinó la balanza.

Las escaramuzas fueron intensas: disparos, emboscadas improvisadas, cargas de bayoneta. La crónica literaria de Manuel Argüello Mora en Eliza del Mar subraya la valentía de los leales, y la obra de Dionisio Cabal recuerda la dignidad con que enfrentaron la captura. Finalmente, el grupo fue reducido: Mora, Cañas y Arancibia fueron apresados, con lo que se cerró la esperanza de restauración inmediata.

Camino al patíbulo: la dignidad en El Jobo

El 30 de septiembre de 1860, Mora, Cañas, José Joaquín Mora, Arancibia y otros compañeros fueron llevados al sitio de ejecución en El Jobo. La marcha se convirtió en un acto de dignidad republicana: los prisioneros avanzaron erguidos, sin claudicar. La memoria popular recogida por Cabal y la novelística de Argüello transmiten la intensidad de esos instantes: el héroe caminando hacia la muerte con serenidad y valentía.

“Mora caminaba erguido hacia su sentencia con la muerte, Arancibia trastabilla, Mora lo pone de pie con su brazo, a lo que Arancibia, ex jefe político de Esparza y cuñado de Mora, le dice: usted muere en su Patria, pero yo muero muy lejos de la mía”.

La frase revela la hondura humana del momento: Mora sostiene a su compañero extranjero, y Arancibia reconoce el sacrificio doble de morir en tierra ajena. Ese instante resume la dimensión universal del drama: el líder republicano muere por su patria, y el extranjero solidario, por una causa que adoptó como propia.

El consejo de guerra fue un mero formalismo. La sentencia estaba dictada desde antes: eliminar física y simbólicamente a Mora y sus leales. El fusilamiento constituyó un magnicidio de Estado, ejecutado no solo contra un expresidente, sino contra la memoria de la república soberana que él representaba.

Magnicidio de Estado y memoria

La ejecución constituyó un magnicidio de Estado, no solo contra Mora, sino contra su proyecto de república soberana. Gudmundson (1990) ha señalado que “la ejecución de Mora no solo fue un castigo personal, sino el intento de asesinar una visión de república cimentada en la soberanía” (p. 237).

El sacrificio de Mora, Cañas y Arancibia no pudo ser borrado por la narrativa oficial. La memoria popular porteña, la literatura de Eliza del Mar y las recreaciones culturales posteriores restituyeron su legado. En ellos no aparecen como caudillos vencidos, sino como mártires republicanos que enfrentaron la ingratitud de un régimen ilegítimo.

Hoy, la figura de Cañas simboliza la fidelidad sin fisuras y el compromiso de un centroamericano que entregó su vida por Costa Rica; mientras que Arancibia representa la audacia y el internacionalismo de la causa. Su memoria junto a Mora reafirma que la defensa de la soberanía no conoce fronteras.

Conclusión

Las escaramuzas de La Angostura y el fusilamiento en El Jobo fueron más que episodios bélicos: fueron un parteaguas en la historia política costarricense. La lealtad de Cañas, la audacia de Arancibia y la firmeza de Mora constituyen un legado ético que interpela a la república hasta hoy. El magnicidio de 1860 reveló la crudeza del poder oligárquico, pero también dejó sembrada la semilla de una memoria resistente, que en la literatura, la historia y la cultura popular ha reivindicado a los héroes caídos.

La traición, la soledad estratégica y la superioridad oligárquica marcan la tragedia de Mora en 1860. Sin embargo, la fidelidad de Cañas, la audacia de Arancibia y el coraje de Mora frente a la adversidad consolidan un legado ético y moral: la defensa de la soberanía y la dignidad de Costa Rica, incluso ante la traición y la muerte. La memoria histórica y literaria asegura que estos hombres no fueron vencidos, sino recordados como símbolos de lealtad y heroísmo republicano.

Referencias

  • Argüello Mora, M. (1899). Eliza del Mar. San José: Tipografía Nacional.
  • Cabal, D. (2006). La Cantata de 1856. San José: Editorial Costa Rica.
  • Gudmundson, L. (1990). Costa Rica antes del café: Sociedad y economía en la época colonial tardía. Editorial Universidad de Costa Rica.
  • Meléndez, C. (1975). Juan Rafael Mora y su tiempo. Editorial Costa Rica.
  • Molina, I. (2000). Costa Rica en el siglo XIX: Estado, nación y sociedad. Editorial Porvenir.
  • Vargas, H. (2010). El ocaso de un héroe: Mora Porras y la política costarricense del XIX. San José: EUNED.

*Historiador y especialista en la Campaña Nacional

Realicemos el Funeral de Estado que le debemos al Presidente y Benemérito de la Patria, Juan Rafael Mora Porras y las Honras fúnebre de Honor a los Generales Ignacio Arancibia y José María Cañas

Vladimir de la Cruz
Secretario de la Academia Morista Costarricense

Un día como hoy, 30 de setiembre, hace 164 años se escribió “la página más triste y sangriente de la historia de Costa Rica”, como lo expresara el gran historiador Rafael Obregón Loría, quien tuvo a su cargo, con motivo de la celebración del centenario de la derrota de los filibusteros norteamericanos en Costa Rica y en Centroamérica, el escribir el mejor libro y relato de aquella epopeya nacional y centroamericana, “La Campaña del Tránsito, 1856-1857” y ”Costa Rica y la guerra contra los filibusteros”, títulos con que se ha publicado su investigación histórica.

“La página más triste y sangriente de la historia de Costa Rica”, haciendo relación al crimen de Estado que se cometió aquel 30 de setiembre, de 1860, cuando se acabó con la vida del Prócer, del Benemérito de la Patria, del gran Capitán General, del Libertador de Costa Rica y Nicaragua, ante las amenazas de extender e imponer la esclavitud en nuestros países, como parte de las intenciones de William Walker, de apropiarse de los territorios centroamericanos, incorporarlos a la Unión Americana, acabar con la Independencia y Soberanía de nuestros países, y acabar con la Libertad convirtiéndonos en pueblos esclavos, de conformidad a los intereses sureños de los Estados Unidos.

Dos días después del fusilamiento de Juan Rafael Mora, el 2 de octubre, también acabaron con la vida del General José María Cañas Escamilla, por una orden del Consejo de Gobierno, habida cuenta que un Tribunal Militar, como falsamente se montó contra el Presidente Mora, no hubiera tomado una decisión de ese tipo, además de que se había tomado un acuerdo, con el Presidente Mora, de acabar con su vida, respetando la de sus compañeros, que habían venido con él desde El Salvador con el propósito de retomar el poder, que le había sido arrebato el 14 de agosto de 1859, por un golpe de Estado.

El tres veces Presidente de Costa Rica fue derrocado, de su tercer gobierno, por quien le sucedió a la presidencia, José María Montealegre, quien había estado casado con una hermana del Presidente Mora, por los militares, que se habían distinguido en la Campaña contra los filibusteros, el Mayor Máximo Blanco y el Coronel Lorenzo Salazar, a quienes Montealegre había ascendido a Generales, y quienes formaron parte del Tribunal Militar que acordó su ejecución.

El Presidente Mora había tomado la decisión de regresar al país de su exilio en El Salvador a retomar el poder arrebatado. El 17 de setiembre de 1860 llegó a Puntarenas. Traicionado, que fue, y por una falsa información que había recibido, fue derrotado en la llamada Batalla de la Angostura por fuerzas leales al gobierno de José María Montealegre Fernández. Terminó siendo capturado y sometido a un juicio militar sumario, condenándosele a la muerte. Su muerte, informó el Ministro de Relaciones Exteriores, Francisco María Iglesias Llorente, al Presidente José María Montealegre, “fue con dignidad y valor”.

En la negociación de su fusilamiento se había eximido de igual desenlace al General José María Cañas.

Junto al Presidente Mora fue fusilado el General Ignacio Arancibia, de origen chileno, distinguido militar que también había participado en la Guerra Nacional contra los filibusteros y acompañaba al Presidente Mora.

El acto traidor e infame del fusilamiento se llevó a cabo el 30 de setiembre de 1860, a las 3 de la tarde, en el sitio conocido como Los Jobos, en Puntarenas. Allí mismo, luego fusilaron el General Cañas.

El Consejo Militar, que actuó como Consejo de Guerra, y Consejo de Asesinos uniformados, que lo fusilaron tres horas después de su entrega, estuvo integrado por el General Máximo Blanco, el General Florentino Alfaro, el Coronel Pedro García, Francisco Montealegre Fernández, que era el Primer Designado a la Presidencia de la República y el Ministro de Relaciones Exteriores, Francisco María Iglesias.

El trato que le dieron a los cuerpos fusilados del Presidente y del General Arancibia fue de desprecio total. Los dejaron expuestos, a la intemperie, con el ánimo de que las aguas del estero se los llevaran, y los animales hicieran de las suyas.

Gracias a un grupo de entrañables amigos, y parientes, del Presidente, entre ellos los Cónsules de Gran Bretaña y de Francia, los señores Richard Farrer y Jean Jacques Bonnefil, junto con los yernos de Bonnefil, Santiago Constantine y Julio Rosat, y el Capitán Francisco Roger, se impidió que los cuerpos acabaran en el estero.

Una vez que recuperaron los cuerpos procedieron a enterrarlos en el cementerio del estero, en una fosa cavada por ellos mismos, donde depositaron también el cuerpo de General José María Cañas, y resguardada por los siguientes seis años.

El 20 de mayo de 1866 el Cónsul francés Jean Jacques Bonnefil, con cuatro personas, marineros, Carlos Leonara, Enrique Ligoneff, Francisco Hervé y Guillermo Noubée, exhumaron los cadáveres, los recogieron y mantuvieron durante un breve período de tiempo en la residencia del Cónsul, en Puntarenas, de donde los trasladaron después a San José, a la residencia del Cónsul, que estaba frente al Hospital San Juan de Dios.

En su casa se guardaron los restos de los Héroes hasta que el 13 de mayo de 1885 fueron depositados en el Cementerio General de la ciudad de San José, sin que se hubiera hecho nunca, a partir de esta fecha, ningún ceremonial oficial de Entierro de Estado, de Funeral de Estado, al Presidente de la República, Benemérito y Héroe de la Campaña Nacional de 1856 y 1857

La sociedad costarricense, el mundo político nacional, tiene una gran deuda histórica con el Benemérito de la Patria, con el Héroe y Libertador Nacional, con el gran conductor, gran estratega y táctico, de la Guerra Nacional contra los filibusteros norteamericanos, en 1856 -1857, el tres veces Presidente de la República, el Capitán General Juan Rafael Mora Porras. Es hora de saldar esa deuda.

Está pendiente desde aquel Asesinato de Estado es un gran acto nacional, que debe realizarse con un Gran Funeral de Estado, donde se cumpla, con el reconocimiento oficial, a la figura del Presidente Juan Rafael Mora Porras, y que se realice con toda la pompa, ceremonia y desfile que merezca, y donde resultado de este Funeral de Estado, se celebren las Honras Fúnebres Oficiales, y se reivindique, de esa manera, su memoria depositándolo oficialmente en su sepultura, en el Cementerio General, o en el Mausoleo, que con ese motivo se podría erigir de manera distinguida en el mismo Cementerio.

El Funeral de Estado comprende el acto, en este caso, el acto de exhumación, de exequias o del cortejo fúnebre que debe realizarse acompañando los restos, los actos oficiales que se realicen en su Memoria en la Asamblea Legislativa, bajo capilla ardiente, u otros sitios que se dispongan a este efecto, incluyendo un acto ceremonial religioso, católico, que también se le podría tributar, por razones de su credo y de la tradición de mediados del siglo XIX, y el de nuevo depósito de sus restos en el Cementerio General.

La exhumación de los restos del Presidente Juan Rafael Mora, a los efectos del Funeral de Estado, deben sacarse del Cementerio General en un acto absolutamente privado, y llevado al sitio donde se le rendirá el Funeral de Estado.

El Funeral de Estado es la ceremonia pública que en Honor de la figura política del Presidente Juan Rafael Mora Porras debe realizarse.

Un Funeral de Estado no es un funeral religioso. Con el Funeral de Estado se decretan por lo menos tres días de Duelo Nacional, con el Pabellón Nacional y la Bandera Nacional a media asta, en todos los edificios e instituciones de la administración pública, de las Escuelas y Colegios, en que se exhiban banderas en el exterior. A esas banderas no se les deben poner crespones o lazos negros

Las fuerzas de escolta que acompañen el féretro deben ir a pie, no a caballo, de manera que nadie esté por encima del féretro.

En el Funeral de Estado que se organice para el Presidente Juan Rafael Mora Porras se puede contemplar la realización de una Vela Pública, de uno a tres días, con Guardia de Honor, de la Fuerza Pública y de civiles que quieran participar de ella, donde los costarricenses, escolares, estudiantes, ciudadanos, sean invitados, a acompañar los restos del Héroe, antes del ceremonial oficial y de su entierro definitivo, resultado de este Funeral de Estado.

La Guardia de Honor, debe estar en absoluto silencio, durante unos minutos alrededor del féretro. Su silencio es para manifestar el respeto y el afecto hacia la persona a la que se le está rindiendo el Homenaje. La Guardia de Honor se hace por turnos de varias personas, dos, cuatro o seis.

La Vela Pública es para que el Pueblo de manera directa pueda despedirse del Presidente Juan Rafael Mora Porras, el Presidente más amado, más querido, más admirado de la Historia Patria.

Un Funeral de Estado, para el Presidente Juan Rafael Mora Porras, servirá no solo para reivindicar el acto de su muerte, sino para fortalecer su Memoria, el culto y el respeto al Héroe, para fortalecer la identidad nacional en lo que el Presidente Mora evoca y significa, para enriquecer la conciencia histórica, pero sobre todo para hacer Justicia Histórica con el Héroe Nacional, que no tuvo su Funeral de Estado, su Funeral Oficial, con el que estamos en deuda nacional, quien le aseguró la Soberanía y la Independencia nacional al País, a la Patria, al Pueblo costarricense y centroamericano.

Este Funeral de Estado no será de despedida, es de bienvenida y de inserción oficial a la Memoria Histórica nacional.

El féretro del Presidente debe cubrirse con el Pabellón Nacional, para indicar en este caso, además, que el Estado se hace responsable de lo que ocasionó su muerte.

El Funeral de Estado es el máximo respeto a su memoria, el que no se le tuvo en el acto vil de su fusilamiento.

De igual modo, para esta ocasión del Funeral de Estado, debe tenerse presente la obra musical el “Duelo de la Patria”, un Himno que evoca la tristeza, la pena y el dolor nacional, de todo el pueblo, del Maestro Rafael Chávez Torres, discípulo de Manuel María Gutiérrez, y sucesor de él en la Dirección de Bandas Militares, Himno que por primera vez se entonó en el Funeral del Presidente Tomás Guardia Gutiérrez, quien también se había distinguido en la Campaña Nacional, bajo las órdenes del General José María Cañas Escamilla.

El fusilamiento de los Héroes de 1856 y 1857, especialmente el del General Cañas, fue el acto que impulsó al Presidente Tomás Guardia Gutiérrez a abolir la pena de muerte en el país.