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Etiqueta: José Solano-Saborío

¿Juego de tronos o democracia? El turbio escenario de las asambleas partidarias rumbo a 2026

JoseSo (José Solano-Saborío)

Análisis de los procesos internos en los partidos costarricenses ante las elecciones nacionales

Oficialismo: Lealtad de culto y designaciones arbitrarias

El Partido Pueblo Soberano (PPSO) y los grupos afines al presidente Rodrigo Chaves operan bajo una lógica de lealtad inquebrantable al líder, priorizando la fidelidad sobre la capacidad técnica o ética. Según reportes, figuras cercanas al Ejecutivo—ministros, exfuncionarios e incluso personas con deudas con la CCSS o causas judiciales abiertas—son impuestas como candidatos a diputaciones sin procesos democráticos internos . Ejemplos claros son la inclusión de nombres como José Miguel Villalobos (abogado defensor de acusados por corrupción, crímenes violentos y narcotráfico) o Anna Katharina Müller (con todo y su imaginaria “Ruta de la Educación”), Marta Esquivel (caso Barrenador del CCSS), o hasta el ‘tiktoker’ Robert Jr. en las listas de elegibles, cuyos antecedentes generan cuestionamientos públicos.

La fallida coalición de partidos chavistas (PPSO, MOTIVA, AQUÍ CR MANDA, entre otros) evidencia fisuras por la pugna de intereses y la falta de cohesión programática. La designación “a dedo” ha provocado amparos electorales y rebeliones internas, como los observados en Alajuela y Heredia, donde bases partidarias rechazaron las imposiciones.

Oposición de los tradicionales: Autocrítica limitada y repetición de errores

Partidos como el PLN y el PUSC enfrentan una crisis de identidad y lectura social. En el PLN, la pugna entre el candidato Álvaro Ramos y los caciques históricos (Antonio Álvarez Desanti, Johnny Araya, Roberto Thompson) revela una lucha generacional fratricida. Ramos se distancia de las viejas figuras, pero la dirigencia tradicional mantiene control sobre maquinarias territoriales, frenando su capacidad de renovación . Es de reconocer, eso sí, su proceso abierto y público y que en la lista de candidatos, tanto a la Presidencia del Poder Ejecutivo como a diputados del Legislativo, no repite ningún nombre reciclado ni ex funcionarios públicos; habrá, eso sí, que ver si le alcanza para obviar su marca política desgastada, en el imaginario colectivo.

El PUSC, aunque logró definir candidatos a diputaciones, carece de una propuesta diferenciadora y sigue anclado en narrativas neoliberales que no conectan con el descontento popular. Ambos partidos insisten en estrategias desgastadas, como alianzas tardías o discursos abstractos, sin abordar problemas urgentes: inseguridad, empleo y crisis fiscal.

Partidos emergentes: Disrupción sin impacto

Agrupaciones como Justicia Social Costarricense o el Centro Democrático y Social (CDS), los últimos en entrar al ruedo electoral, aún mantienen un perfil bajo. Sus apuestas por figuras como la exmagistrada Ana Virginia Calzada —aunque estratégicamente sólida por atacar la preocupación por nuestro sistema judicial— no logran aún, a pesar de ser los últimos en aparecer, penetrar en el imaginario colectivo, por falta de estructura territorial o recursos.

Unidos Podemos y Nueva Generación repiten fórmulas de campañas pasadas: críticas al sistema sin propuestas concretas. Su influencia se limita a nichos específicos, sin capacidad de escalar a nivel nacional.

¿La excepción?: La Coalición Agenda Ciudadana (PAC-ADN)

La alianza entre Acción Ciudadana y Agenda Democrática Nacional es la única coalición formal. Claudia Dobles—arquitecta y ex primera dama—encabeza una campaña con mensaje técnico y carácter fuerte, aunque arrastra el lastre de la impopularidad de su esposo, Carlos Alvarado.

La combinación de experiencia (Omar Jiménez, José Manuel Núñez) y frescura programática (énfasis en infraestructura y transparencia) podría resonar en electores moderados. Sin embargo, deberá superar la percepción de que el PAC representa el establishment fallido de gobiernos anteriores.

El electorado indeciso: ¿Populismo o democracia?

El 57% de los votantes se declara indeciso (según última medición del CIEP), un reflejo de la desconfianza generalizada hacia la clase política. En elecciones recientes, la decisión se tomó en las últimas semanas, basada en la percepción de autenticidad y capacidad de gestión .

Hoy, el dilema es entre un populismo autoritario (encarnado por el chavismo) y la opción democrática (representada por coaliciones como PAC-ADN o figuras opositoras). La memoria histórica de Costa Rica —con su tradición de Estado social de derecho— jugará un papel clave, pero no garantiza lealtades, por el hartazgo de un pueblo harto de un sistema que deja sectores rezagados y consolida élites económicas de pocos, susceptible a ser, nuevamente, manipulado.

Conclusión: Democracia en crisis, pero viva

Las asambleas partidarias de 2026 revelan un sistema político fragmentado y en transición. Mientras el oficialismo apuesta al personalismo y la oposición repite guiones fallidos, la coalición PAC-ADN emerge como un experimento.

La ciudadanía, aunque desencantada, tendrá la última palabra. Su voto no solo definirá gobernantes, sino el futuro del pluralismo solidario histórico de nuestro pueblo costarricense.

Educación o cárceles: ¿Qué futuro estamos construyendo?

JoséSo (José Solano-Saborío)

En Costa Rica, el rumbo que está tomando el Estado en materia de inversión pública parece cada vez más desconectado de las verdaderas necesidades de la población. Mientras se destinan recursos millonarios a la construcción de una “Mega Cárcel”, se recortan fondos en áreas clave como la educación pública, la policía judicial, la Fiscalía y el Poder Judicial. Es decir, se debilita tanto la prevención como la atención del delito, y se abandona la inversión social que podría evitar que muchas personas lleguen a delinquir en primer lugar.

La educación pública no es un lujo, es una herramienta esencial para el desarrollo humano. Es el puente que conecta a las personas con oportunidades reales, especialmente a quienes viven en condiciones de vulnerabilidad. Cuando se le quitan recursos, se cierran puertas. Y cuando esas puertas se cierran, el hambre, la desesperanza y la falta de opciones empujan a muchos hacia caminos que terminan en conflicto con la ley.

A esto se suma el abandono de la Caja Costarricense del Seguro Social (CCSS), con una deuda estatal que no se reconoce ni se paga. Esto deteriora aún más el acceso a salud, otro pilar fundamental para el bienestar y la productividad. Si a eso le agregamos una política económica que favorece la importación y golpea a los productores nacionales, lo que se genera es un cóctel perfecto para el desempleo, la informalidad y la pérdida de empleos dignos.

Sin una educación pública fuerte, sin salud accesible, sin seguridad alimentaria ni apoyo a la economía interna, Costa Rica deja de ser atractiva para la inversión responsable. Y lo que es peor: se convierte en terreno fértil para el crimen organizado, que ofrece una “salida” a quienes el Estado ha dejado atrás.

Invertir en cárceles sin invertir en educación es como tratar de apagar un incendio construyendo más hospitales, pero sin apagar el fuego. Las cárceles no darán abasto si seguimos condenando a nuestros jóvenes a un futuro sin oportunidades. La educación no solo previene el delito, también construye ciudadanía, fortalece la democracia y abre caminos hacia una sociedad más justa.

Hoy más que nunca, necesitamos que la educación sea el eje de todas las decisiones públicas. Porque si seguimos apostando por el castigo en lugar de la prevención, estaremos construyendo cárceles para los hijos de nuestras propias decisiones. Y eso, más que una política de seguridad es una tragedia anunciada.

Costa Rica y la crisis de sus partidos políticos: entre taxis, vicios y personalismos

JoséSo (José Solano-Saborío)

La democracia costarricense atraviesa una crisis silenciosa pero profunda: la del sistema de partidos. Lo que durante décadas fue el pilar de nuestra institucionalidad —estructuras partidarias sólidas, con ideología, cuadros formados y programas claros— hoy se ve sustituido por dos fenómenos preocupantes:

Primero, la proliferación de “partidos taxi”: vehículos creados para llevar a una persona al poder y luego desaparecer.

Segundo, la degradación de los partidos tradicionales, que han perdido su vocación programática y se han convertido en maquinarias electorales sin renovación real.

Viejos políticos, nuevos taxis

En los últimos tres procesos electorales, Costa Rica ha visto cómo candidatos sin el respaldo de las estructuras históricas han llegado a la presidencia: Luis Guillermo Solís (2014), Carlos Alvarado (2018) y Rodrigo Chaves (2022). Ninguno era favorito en las encuestas iniciales, y todos capitalizaron el desgaste del PLN, PUSC y PAC.

Este fenómeno ha abierto la puerta a figuras que, en lugar de fortalecer partidos, los usan como plataformas desechables. El Partido Progreso Social Democrático, que llevó a Chaves al poder, es un ejemplo citado por analistas como un “partido taxi”.

Los vicios que no mueren

El PLN, el más longevo de los tradicionales, arrastra décadas de cuestionamientos éticos y escándalos internos. El PPSO, el más novel y señalado como vehículo del oficialismo afín al chavismo, ya acumula denuncias por prácticas poco transparentes, vínculos con operadores digitales pagados desde Casa Presidencial y designaciones cuestionadas.

Paradójicamente, ambos extremos —el histórico y el emergente— comparten males similares: imposiciones internas que sus críticos califican de antidemocráticas, y el respaldo a proyectos de ley que han generado rechazo social, como las Jornadas 4×3, percibidas por sindicatos como un retroceso en derechos laborales. A esto se suma la inacción o el bloqueo de reformas clave en seguridad pública, como los allanamientos 24/7 o la incautación expedita de capitales ilícitos. Y, como cereza del pastel, en los últimos días, diputados del gobierno y del PLN entierran proyecto de ley para regular ‘lobby’ y ‘puertas giratorias’ a pesar de que la OCDE llamó la atención a Costa Rica por la falta de regulación del ‘lobby’; grupo de eventos y similitudes entre dos partidos, se supone, antagónicos que levantan suspicacias hasta del más inocente ciudadano.

El espejismo del liderazgo individual

La política costarricense se ha deslizado hacia el personalismo. La narrativa gira en torno a la figura del líder, no a la solidez de su equipo o la coherencia de su plan de gobierno. Esto ha tenido consecuencias visibles:

– Administraciones que llegan con un círculo reducido de confianza, sin cuadros técnicos suficientes para ejecutar políticas públicas.

– Falencias en áreas críticas como seguridad, infraestructura y educación, que se repiten gobierno tras gobierno.

– La “paradoja de la popularidad”: presidentes con altos índices de aprobación, pero con resultados pobres en los problemas estructurales del país.

Recuperar la política como proyecto colectivo

El artículo 98 de la Constitución Política establece que los partidos son instrumentos esenciales para la participación ciudadana. Sin embargo, si estos se reducen a cascarones vacíos o a taxis electorales, la democracia pierde su capacidad de articular intereses y garantizar gobernabilidad.

Costa Rica necesita partidos que vuelvan a formar cuadros, que construyan programas a largo plazo y que prioricen el trabajo en equipo sobre el culto a la personalidad. La historia reciente demuestra que, sin equipos sólidos, incluso los líderes más carismáticos terminan atrapados en la inercia de un Estado que no cambia.

El espejismo de la pertenencia: el populismo conquista cerebros y devora democracias

JoséSo
José Solano-Saborío

En un mundo hiperconectado pero emocionalmente fracturado, una paradoja define nuestra era: nunca hubo tanta información al alcance, y nunca fueron tan vulnerables las sociedades al engaño. Personas de todas las clases sociales —especialmente aquellas de estratos medios y bajos golpeados por la desigualdad— caen en la seductora telaraña de teorías conspirativas, discursos de odio y líderes populistas que les hablan «como uno más de nosotros«, prometiendo soluciones simples a problemas complejos: “acabamos con la corrupción dominante y todo Se resuelve solo”. Este fenómeno, global en su alcance pero local en sus manifestaciones, no es un error cognitivo inocente. Es el síntoma de una crisis democrática que aprovecha el miedo y la desesperanza para vaciar de sentido la política.

El mecanismo del engaño: identidad sobre razón

El éxito de los demagogos no reside en la veracidad de sus afirmaciones, sino en su capacidad para apelar a la identidad tribal. Estudios en psicología social —como los de Daniel Kahneman y Jonathan Haidt— revelan que bajo estrés económico o incertidumbre, los seres humanos priorizan la pertenencia grupal sobre el análisis crítico. Un político que grita «¡Ellos te roban!» o «¡Yo soy como vos, soy uno de ustedes que está igual de harto!» activa un atajo emocional: ofrece certidumbre identitaria en medio del caos. Así, el votante promedio perdona —o incluso celebra— las contradicciones flagrantes. En Europa, partidos como el Rassemblement National francés o Alternativa para Alemania han convertido a migrantes y élites en chivos expiatorios, mientras promueven agendas económicas neoliberales que profundizan la precariedad de sus propias bases. El Brexit fue el paradigma: comunidades empobrecidas del norte de Inglaterra votaron por una fantasía de soberanía, ignorando que sus empleos dependían del mercado único europeo.

América Latina: el caldo de cultivo de la ira útil

En nuestra región, este modelo encuentra terreno fértil. La historia de desigualdades estructurales, combinada con la desilusión tras ciclos de gobiernos tradicionales fallidos que solo hicieron lo que el FMI y otras instituciones financieras les indicaron como un manual, alimenta la demanda de «outsiders» que hablen sin filtros. Jair Bolsonaro en Brasil o Nayib Bukele en El Salvador ejemplifican la fórmula: retórica violenta («balas contra el crimen«), demonización de minorías (LGTBIQ+, indígenas) y ataques a la prensa («fake news» o “prensa canalla”), todo envuelto en un discurso de «hombre del pueblo«. La paradoja es cruel: sus políticas —recortes al gasto social, flexibilización laboral, privatizaciones— perjudican precisamente a quienes los aplauden emocionados. En Argentina, sectores populares apoyan figuras como Javier Milei, cuyo ultraliberalismo promete «quemar el banco central» mientras desarma redes de protección social. La pregunta obvia —¿por qué un desempleado celebra la reducción de pensiones? — tiene respuesta en la neuropolítica: el cerebro procesa el resentimiento antes que el interés económico.

Costa Rica: el sueño de la excepcionalidad agrietado

Costa Rica no es inmune. Aquí, el mito de la «Suiza centroamericana» choca con una realidad de pobreza creciente (el 25% en 2025) y desconfianza institucional. Políticos oportunistas han aprendido a empaquetar el odio con acento tico:

  • Contra el empleo público: Se sataniza a funcionarios como «privilegiados«, ocultando que muchos son enfermeras, maestros o técnicos municipales de salarios modestos. Mientras, se aplauden recortes al IMAS o al INA, pilares de movilidad social.

  • Contra migrantes: Se difunden bulos en WhatsApp sobre «invasores» nicaragüenses que «colapsan servicios», ignorando que su trabajo sostiene agricultura y construcción.

  • Populismo digital: Figuras como el presidente Rodrigo Chaves dominan el algoritmo con frases simples («¡Hay que poner orden!») y ataques a medios, mientras su gobierno recorta presupuestos para vivienda o ambiente. El resultado es un electorado que vota contra sus intereses: clases medias empobrecidas exigen menos impuestos a grandes capitales, y trabajadores informales apoyan reformas que debilitan sindicatos.

La Trampa Final: El Circulo Vicioso del Odio

Este fenómeno se retroalimenta. Las redes sociales —diseñadas para maximizar engagement mediante la indignación— amplifican mentiras que confirman sesgos. El ciudadano, atrincherado en su burbuja, desconfía de expertos («¡Son parte del sistema!») y normaliza la violencia retórica. En Costa Rica, esto se traduce en amenazas a periodistas como Ernesto Rivera, despedido del Sinart por investigar corrupción, o en marchas donde se pide «mano dura» mientras se defienden8 recortes policiales. La democracia se reduce a un espectáculo de gritos, donde el proyecto colectivo muere por mil heridas de egos individualistas.

Reflexión final: Las sociedades que intercambian hechos por consuelos identitarios no están ejerciendo «libertad«. Están cavando su propia fosa. Cuando el odio al diferente, el desprecio al conocimiento y la fe en salvadores autoritarios reemplazan el debate informado, el patrón es claro: no es una teoría conspirativa que élites manipulen a las masas. Son las masas, engañadas por su propia necesidad de pertenencia, las que eligen a sus verdugos. Y en ese camino, como bien advirtió Bertolt Brecht, llega un punto donde la estupidez se vuelve crimen contra uno mismo.

Un pueblo que cree en espejismos vota por espejismos. Y al despertar, solo encuentra el desierto que ayudó a crear.

#DemocraciaEnRiesgo #PopulismoTóxico #CostaRicaDespierta

Empresas encuestadoras en Costa Rica: ¿fallan o aciertan?

José Solano-Saborío
JoseSo

Sobre la precisión y los tropiezos de las encuestas electorales recientes

Imaginemos el escenario: elecciones generales, la ciudadanía tensa y los medios pendientes de cada número que arrojan las famosas encuestas. En Costa Rica, estos procesos suelen ser acompañados por titulares llamativos, debates acalorados y cuidado, si no, sesgos evidentes. Sin embargo, en los últimos procesos electorales, muchas personas han notado que los resultados finales han estado distantes de las proyecciones que ofrecieron empresas encuestadoras como Opol y otras del sector. ¿Qué está pasando con las encuestas? ¿Por qué parecen fallar más de lo que aciertan? ¿Hay alguna que realmente haya logrado una mejor lectura de la realidad política costarricense?

La confianza en las encuestas: ¿en picada?

Las encuestas electorales han sido, por décadas, el termómetro de la opinión pública. Se han usado para anticipar tendencias, medir la intención de voto y hasta para definir estrategias de campaña. Pero lo que antes era tomado como palabra casi santa, hoy se mira con recelo. Es que, en los últimos dos comicios generales, los resultados oficiales dejaron en evidencia la imprecisión de muchos sondeos.

Opol, por ejemplo, ha sido una de las empresas más visibles, pero también de las más criticadas. Sus proyecciones han estado notablemente alejadas de lo que la ciudadanía finalmente decidió en las urnas. También hay fotos, videos y testimonios de la cercanía del propietario de la firma encuestadora a ciertos candidatos y partidos.

¿Fallaron los métodos? ¿Se equivocaron las muestras? ¿O la realidad costarricense simplemente es demasiado compleja para ser capturada por un par de preguntas bien estructuradas?

¿Por qué las encuestas fallan?

Existen varias razones por las cuales las empresas encuestadoras pueden errar. Para empezar, el desafío de obtener una muestra verdaderamente representativa es cada vez mayor. La fragmentación política, la baja identificación partidaria y el aumento de personas indecisas dificultan la labor de quienes buscan anticipar el resultado con precisión matemática.

A esto hay que sumarle el fenómeno del «voto oculto» y el famoso «voto útil», que muchas veces se manifiestan en los últimos días o incluso el mismo día de la elección, cuando las encuestas ya han quedado desactualizadas. Además, la desconfianza en las empresas encuestadoras ha llevado a que algunas personas opten por no responder sinceramente, o simplemente se nieguen a participar.

En el caso de Opol, a pesar de su constante presencia mediática, sus metodologías han sido cuestionadas, principalmente por la falta de claridad sobre cómo seleccionan a las personas encuestadas y el tamaño real de sus muestras que se sabe son proporcionales solamente a la densidad porcentual acorde al padrón, pero se desconoce si tienen considerados, en su método de muestra presencial, factores claves e indispensables, como género, clase social, educación o la edad, son también proporcionales a la realidad del electorado, en dichas muestras. Varias voces han señalado que sus predicciones no solo han sido poco precisas, sino que incluso han generado ruido y confusión en la opinión pública.

¿Hay encuestadoras que sí han acertado?

No todo es pesimismo. En medio del mar de imprecisiones, existen empresas que, sin llegar a la perfección, han demostrado una mejor capacidad de lectura estadística y proyecciones más cercanas al resultado final. Entre ellas destacan CID-Gallup y el Centro de Investigación y Estudios Políticos (CIEP) de la Universidad de Costa Rica.

CID-Gallup ha logrado, en varios procesos, identificar tendencias clave y acercarse más a los resultados oficiales, aunque tampoco está libre de críticas. Por su parte, el CIEP, con su enfoque académico y mayor transparencia metodológica, se ha ganado el respeto de quienes buscan datos confiables y análisis imparciales. Sus boletines han sido, en más de una ocasión, referencia obligada para entender cómo va cambiando la intención de voto y cuáles son los factores que inciden en la decisión de la ciudadanía.

¿Cómo mejorar la precisión de las encuestas?

La receta de la precisión pasa por varios ingredientes: muestras más robustas y representativas, transparencia en la metodología, adaptación constante al dinamismo político y, sobre todo, honestidad en el análisis. Las empresas encuestadoras deben asumir el reto de innovar, incorporar nuevas tecnologías y abrir espacios para la auditoría de sus procesos.

Quizás sea hora de que las encuestas se presenten no como oráculos, sino como herramientas de análisis que ofrecen una fotografía parcial y sujeta a cambios. Si la ciudadanía y los medios entienden esto, se podrá reducir la frustración y la paranoia que generan los desaciertos estadísticos.

Finalmente, entre la incertidumbre y el aprendizaje

Costa Rica vive procesos electorales cada vez más complejos, y los errores de las empresas encuestadoras son parte de ese aprendizaje colectivo. Opol y otras firmas deben revisar y mejorar sus métodos si quieren recuperar la confianza de la sociedad. Mientras tanto, es recomendable que las personas tomen los datos con cautela, consulten fuentes diversas y mantengan el ojo crítico ante cada cifra publicada.

En la próxima elección, tal vez la pregunta no sea quién irá ganando según la última encuesta, sino quién logra comprender mejor el pulso profundo y cambiante de la ciudadanía costarricense. Porque, al final, la verdadera medición se hace en las urnas, no en los gráficos de las encuestadoras.

Frente al abismo neofascista: la izquierda progresista tica debe reconocer el mal mayor

Por JoseSo
José Solano-Saborío
Analista Político

La situación que vive Costa Rica hoy puede ser la más crítica desde la fundación de la Segunda República en 1948. Entonces, José María Figueres Ferrer apostó por reconstruir instituciones tras la guerra civil. Hoy, nos encontramos al borde del colapso del Estado Social de Derecho y la democracia centenaria, amenazada por discursos autoritarios que desprecian conquistas sociales y derechos humanos.

La encrucijada de hace cuatro años

En las elecciones pasadas, una parte del centro y el progresismo optó por no respaldar a Figueres Olsen por sus cuestionamientos éticos. Temieron la vuelta del bipartidismo, sin medir que la alternativa era un discurso populista, autocrático y ultraconservador. Aquella decisión, más que un gesto de principios significó dejarle campo libre al político neoconservador, populista y autocrático, envalentonado por su exitosa manipulación de un pueblo agotado y desesperado, cuyo discurso maniqueo y violento ya tiene claros tintes neofascistas y ya, hoy, pone en jaque la estabilidad democrática.

El peligro real: de Federico Tinoco a un nuevo autoritarismo

Negociar con sectores políticos moderados y democráticos, por imperfectos que sean, no implica renunciar a la ética, sino reconocer límites infranqueables: aquí no caben proyectos que desprecien los derechos sociales y civiles. No podemos permitir el surgimiento de un “Federico Tinoco” moderno—más astuto y manipulador—que prometa orden a costa de instituciones y libertades.

Lecciones de la región

Tenemos muchos ejemplos cercanos a nuestra realidad latinoamericana, para tener el espejo que nos permita vernos reflejados.

En el Chile de 1973 el golpe contra Allende abrió dos décadas de represión y retrocesos sociales.

En la Argentina de Videla la erosión progresiva de la democracia terminó en el brutal autoritarismo militar, dejando heridas que no terminan de cicatrizar y hoy Milei ataca con todo a su frágil democracia post Videla.

En Nicaragua un traidor de Sandino, disfrazado de socialista, tiene a Nicaragua sumida en el caos desde 2007, donde la sombra de Somoza se aprovechó del discurso “revolucionario”, para volver al control absoluto del poder.

Estos ejemplos demuestran que el mal mayor no siempre irrumpe de golpe, sino por erosión lenta de contrapesos y libertades.

Reconocer al verdadero enemigo

Antonio Gramsci nos recordó que la hegemonía se conquista también por consentimiento pasivo: hoy, la indiferencia ante ataques a la justicia social y la libertad de prensa nos hace cómplices. Herbert Marcuse advirtió que la sociedad “unidimensional” pierde la capacidad crítica frente a mensajes de “seguridad” y “orden”. Noam Chomsky nos insta a identificar siempre quién controla la narrativa y con qué fines.

Voces progresistas y nacionales como guía

José Mujica nos enseñó que la democracia no es un logro garantizado, sino una tarea cotidiana de resistencia. En Costa Rica, Rodrigo Facio defendió la Constitución ante amenazas golpistas; Manuel Mora Valverde luchó por los derechos laborales que Chaves hoy amenaza con sus jornadas de 48 horas 4×3; y José María Figueres Ferrer construyó este modelo de Estado Social de Derecho. Su legado nos invita hoy a cerrar filas.

¡Llamado a la Acción! Oigamos a nuestra conciencia

Oposición progresista, socialdemócrata y de izquierda democrática: urgimos a mirar de frente la magnitud de la amenaza y a reencontrarnos en el terreno de la defensa de la democracia y la justicia social. Identifiquemos al verdadero enemigo: no son los matices ideológicos internos, sino el autoritarismo que se abalanza sobre nuestras instituciones. Si no actuamos unidos y con urgencia, corremos el riesgo de perderlo todo. Ahora más que nunca, valga el optimismo de la voluntad de Gramsci: solo juntos podremos resistir y reconstruir la esperanza en Costa Rica y tiene que ser antes que sea demasiado tarde.

La democracia no se defiende ni construye con insultos ni mentiras

Por JoseSo

José Solano-Saborío
Analista

En Costa Rica, la democracia no nació por accidente. Se forjó con luchas sociales, debates intensos y una vocación institucional que ha resistido golpes, crisis y tentaciones autoritarias. Por eso, resulta alarmante que desde la silla presidencial se lancen ataques sistemáticos contra pilares fundamentales del Estado Social de Derecho: la prensa independiente, los órganos de control, el Poder Judicial, y cualquier voz crítica que se atreva a disentir.

Rodrigo Chaves Robles, presidente en ejercicio, ha convertido el discurso público en un campo de batalla moral, donde solo existen “patriotas” y “defensores de corruptos”. Esta narrativa binaria, simplista y profundamente peligrosa, no es nueva. Es parte de una estrategia bien conocida en el repertorio de líderes neoconservadores y populistas autoritarios que, desde diferentes trincheras ideológicas, buscan erosionar la institucionalidad democrática para consolidar poder personal.

El método es casi calcado: desacreditar a los medios de comunicación que no se alinean con el relato oficial, sembrar sospechas sobre jueces, fiscales y contralores, y presentar cualquier forma de oposición como enemiga del pueblo. Lo hemos visto en figuras como Jair Bolsonaro en Brasil, Nayib Bukele en El Salvador, y también en autócratas que se autodenominan de izquierda, como Daniel Ortega en Nicaragua, quien ha destruido sistemáticamente las libertades civiles bajo el disfraz de una revolución popular.

Chaves no ha llegado a esos extremos, pero el guion es inquietantemente familiar. Su estilo confrontativo, su desprecio por el diálogo institucional y su afán por dividir a la ciudadanía entre “los buenos” y “los malos” no son simples rasgos de personalidad: son herramientas políticas. Y como toda herramienta, tienen un propósito. En este caso, debilitar los contrapesos democráticos para gobernar sin rendir cuentas.

La prensa libre no es enemiga del pueblo. Es su aliada más incómoda. Su función no es aplaudir al poder, sino vigilarlo. Y cuando desde el Ejecutivo se promueve la idea de que los periodistas son parte de una conspiración corrupta, se está sembrando el terreno para la censura, la autocensura y el miedo. Lo mismo ocurre cuando se descalifica a jueces o diputados por ejercer su rol fiscalizador: se erosiona la confianza en el sistema, se promueve el caos, y se abre la puerta al autoritarismo.

El Gobierno destaca un superávit primario de 0,2 % del PIB y la reducción de la deuda al 55,9 % del PIB. Asimismo, presume un crecimiento económico de 4,3 % y una inflación general de 0,8 %. Sin embargo, estos logros conviven con un empeoramiento de la distribución del ingreso. El coeficiente de Gini subió a 45,8 en 2024, y la brecha alcanza 0,49 entre los países de la OCDE, lo que sitúa a Costa Rica como la segunda nación más desigual del organismo, solo por detrás de Sudáfrica. Esta desigualdad creciente socava el poder adquisitivo de los sectores más vulnerables (trabajadores informales, hogares rurales y mujeres jefas de familia) y deja al margen el supuesto bienestar que sugieren esos indicadores macroeconómicos.

Por otro lado, la inseguridad se intensifica. En 2024 se registraron 880 homicidios, frente a 905 en 2023, y más de 200 asesinatos en los primeros meses de 2025, la mayoría vinculados a ajustes de cuentas del narcotráfico, según datos del OIJ. En lugar de reforzar la vigilancia en las costas, el Gobierno trasladó la Academia Naval de Guardacostas de Quepos a Pococí y cerró el puesto en Bahía Drake. Además, reasignó a la Policía de Control de Drogas de aeropuertos y fronteras a funciones investigativas, dejando esos espacios en manos de unidades sin la especialización necesaria. Estas decisiones crean nuevos corredores para el crimen organizado y multiplican los puntos ciegos en la persecución criminal.

Costa Rica no es inmune. Nuestra historia democrática es sólida, pero no indestructible. La polarización y decadencia moral que hoy vivimos tampoco es espontánea.

El Flautista de Hamelin y el político populista que vino de Indonesia: una fábula moderna

Por JoseSo (José Solano-Saborío)
Ciudadano y libre pensador

En 1284, la ciudad de Hamelin enfrentó una plaga de ratas. Un misterioso flautista prometió liberar a los habitantes del problema a cambio de una recompensa. Los aldeanos aceptaron, pero cuando el flautista cumplió, quién lo contrató, el alcalde, se negó a pagarle su recompensa. Entonces, el músico usó su melodía para llevarse algo mucho más valioso: los niños del pueblo.

Esta leyenda alemana, con sus múltiples interpretaciones, resulta inquietantemente actual en la Costa Rica del 2025, cuando se compara con el discurso del político populista qué nos llegó del Lejano Oriente. Ambos, el flautista y el demagogo son figuras seductoras que prometen soluciones fáciles a problemas complejos. Con palabras dulces y promesas grandilocuentes, logran que la gente los siga, cegada por la esperanza de un cambio inmediato.

El flautista ofrecía liberar a Hamelin de las ratas sin esfuerzo; el político populista promete a Costa Rica acabar con la corrupción, la pobreza o la inseguridad con solo votar por él. Ambos apelan a las emociones, no a la razón. Y, como en el cuento, cuando la realidad no coincide con la fantasía vendida, el pueblo termina pagando un precio mucho más alto.

Los habitantes de Hamelin, al final de esa leyenda, aprendieron demasiado tarde que las soluciones mágicas no existen. Hoy, en medio de crisis políticas y sociales, asesinatos por crimen organizado y pequeños agricultores arruinados, la lección sigue vigente: quien sigue ciegamente al encantador de turno, sin cuestionar sus métodos o sus intenciones, puede terminar perdiendo más de lo que imaginaba. La verdadera salvación no está en la melodía seductora, sino en la participación crítica y en la memoria histórica.

Después de todo, la diferencia entre el flautista y el político populista es solo una: el primero se llevó a los niños; el segundo, el futuro de todo un país.