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Etiqueta: Juan Huaylupo

El Estado en la política y lo político

Juan Huaylupo

Reflexionar sobre la política y lo político es importante para conocer la situación por la que atraviesan las sociedades que inciden sobre la calidad de vida ciudadana y su futuro cercano, no obstante, constituye una tarea que semeja a navegar contra corriente por haberse construido significaciones conceptuales superficiales y arbitrarias que son útiles y funcionales al quehacer estatal y sus protagonistas. La exploración de dos conceptos que tienen una aparente semejanza, sobre una realidad compleja y cambiante que se redefinen permanentemente su significación, es una labor que será parcial y relativa que solo pretende ser una fundada y breve aproximación interpretativa.

La política tiene una común concepción en el espacio mediático, en la cotidianidad conversacional, como en el académico y estatal que están asociadas regularmente con el quehacer de diputados, gobernantes y de aquellos que detentan un poder determinado que decide, aprueba e impone sus disposiciones, desde el aparato estatal o comunitario, dirigidas hacia los ámbitos sociales de sus poderes, independientemente de su planificación o actuación autocrática.

Desde ese punto de vista, creer que la política es una hechura de quienes se les otorga la espuria capacidad para imponer obediencia a la ciudadanía violentando, sus derechos y liquidando la institucionalidad en el ámbito de su función pública, es una arbitraria concepción que niega y falsifica la política en las sociedades. La política no es la actuación de los políticos en la sociedad. Esa concepción dominante no solo está alejada de los intereses ciudadanos y del desarrollo nacional, también ignora la significación analítica sobre el poder, la representación y legitimidad social, así como desconoce el rol del Estado en la diversidad social y las raíces históricas y culturales de cada sociedad.

La política representa un poder, pero no todo poder es política. La política es una facultad ciudadana que emana de la igualdad de derechos que fundamenta la constitución unitaria y plural de la sociedad civil, de lo no estatal, que define, delimita y supedita la función estatal (sociedad política). En una sociedad y Estado de derecho, nunca será política ni democracia, lo que se pretende y hacen aquellos que usurpan, arbitraria y autocráticamente el poder contra el soberano: el pueblo. Esa significación y práctica usada por el Estado y sus funcionarios institucionales sobre la política, omite la participación, las necesidades y anhelos ciudadanos, es la asociación de la política con el ejercicio autocrático del poder que se arroga la representación de una colectividad que desconoce y niega. Las políticas de Estado no son creaciones desde ese poder, son mandatos ciudadanos que deben ser ejecutados estatalmente con su institucionalidad pública.

La demagogia de los pseudos representantes de la ciudadanía, afirman por doquier ser democráticos y hacer política pública, cuando favorecen y protegen a empresarios en su explotación cotidiana, la corrupción en las funciones públicas y al amparar a las mafias que saquean las arcas estatales, así como se enriquecen desfalcando los recursos existentes y pretendiendo perennizarse en el poder. Evidentemente, ello es una actuación privada que niega la política y lo público, para ser la manifestación dictatorial de encomenderos del poder de una clase sobre la pluralidad social.

La expresión y significación de la política procede etimológicamente de la palabra griega polis, que representa la unidad social de una comunidad administrada bajo la supeditación del pensamiento, decisión y actuación colectiva por el bien común. Se podría afirmar que la expresión polis, fue pionera de lo que hoy se denomina sociedad civil y de lo público, de lo común a todos, pero también sintetiza el papel dependiente de la administración de las decisiones comunes, atributo por lo cual las poleis son conocidas como ciudades-Estado. La política es una práctica estatal dependiente, nunca autónoma, de los requerimientos ciudadanos que garantizan un orden particular de la representación social, diversa y múltiple, en el marco de las relaciones de poder construidas histórica e institucionalmente. Las políticas no son medios para legalizar dictadores ni los parlamentos son instrumentos para erigirlos.

Imaginar que los Estados son monarquías que poseen todo el poder en la sociedad, es indudablemente una regresión cognoscitiva digna de ignorantes, que creen haber viajado al pasado para imitar L´État c´moi de Luis XIV, en la Francia absolutista de 1655. En la actualidad no son pocos quienes electos o designados con leyes indignas, o impuestos violentamente, se creen emperadores en nuestras sociedades y el mundo. Suponen que los gobernados solo son objetos y no sujetos del poder, una aberración que contraviene lo público, la democracia y el conocimiento. La autarquía estatal es la visión utópica de los dictadores.

La transgresión estatal contra el bienestar de los protagonistas de la sociedad civil son violaciones a la propia constitución moderna del Estado. La pretensión de reeditar caducas regresiones oligárquicas y colonialistas nos condenan a eternas guerras por territorios, riquezas, dominación cultural, ideológica o religiosa, que la historia ha conocido y que desaparecerán liquidadas por sus contradictorias obsolescencias. Las manijas de la historia son implacables contra los ignorantes que caricaturizan el pasado en el presente. No obstante, no es posible omitir la posibilidad, en la actual modernidad tecnocrática, el convertir las sociedades en inventados objetos técnicos que sustituyan las relaciones sociales y la humanidad.

La desinformación mediática de los poderes en Latinoamérica y particularmente el costarricense ha creado un círculo perverso que falsifica la realidad y pretende deslegitimar toda ilusión, esperanza e identidad social, a la vez que otorga protagonismo a anodinos personajes, que sin principios tienen en los medios la razón de su existencia en los poderes del Estado. La alianza de las publicaciones privadas con autócratas gubernamentales y empresariales ha concentrado y centralizado las especulaciones y las falsas noticias contra las expresiones del sentir y demandas ciudadanas, como un intento de erradicar toda crítica a su quehacer y práctica, así como para imponer determinadas interpretaciones. La manipulación monopólica de la información muestra la utilidad de lo inútil, al construir un mundo ficticio donde, inmune e impunemente, se actúa contra la ciudadanía, su organicidad y la reconstrucción social del Estado.

Lo político. La afirmación de Aristóteles “El hombre es un animal político”, a la que también Julien Freund (1968) hace referencia, entre otros, está circunscrito a la diversidad de intereses, pensamientos y compromisos existentes entre de los individuos propietarios y libres, o del antagonismo existente en un contexto heterogéneo, desigual y conflictivo. Así, lo político es el espacio identitario e igualitario de las contradicciones de clase que se manifiestan entre individuos en la dinámica interactiva constructiva-deconstructiva entre los actores de cada sociedad.

Asimismo, el vivir en una sociedad heterogénea permite reconocer e identificarse con lo que se valora entre lo igualitario o lo desigual, de lo deseado o despreciado, de lo justo o injusto, que permite diferenciarse de los otros, que crea separaciones, disensos o conflictos, así como el reconocimiento del compañero y amigo del adversario o enemigo, sin que ello implique el dirimir el destino de las polis, que determina y particulariza la conformación de grupos de interés y jerarquías en las relaciones sociales, a la vez que consolida lo político y su dinamismo, que construye la política.

El interés común de la política tiene su correspondencia con lo político o, dicho de otro modo, de la interacción entre distintos grupos de interés que deberán negociar y descifrar lo común en la heterogeneidad social, para compartir una vida y un devenir propio, ante la absurda posibilidad de aniquilar a los otros y su propia existencia. Los enfrentamientos contemporáneos en el ámbito político, en muchos casos, no están protagonizados por diferenciaciones sociales formales y legales, sino por relaciones delincuenciales, como manifestaciones dramáticas de poderes ilegales que monopolizan los sucesos, que acallan la diversidad social en la construcción de políticas por el bien común. Este fenómeno relativamente nuevo en nuestros países se impone con la radicalidad de la inmunidad e impunidad de la burocracia policial y judicial estatal, en colusión con el mundo financiero y los poderes imperiales.

Así, en el ámbito costarricense y geoestratégico, se ha erradicado la política al privilegiar a la clase del sistema, contra los subalternos, así como se liquida lo político al ignorar estatalmente a los distintos y desiguales intereses que interactúan en una mutua y desigual existencia social. La ceguera del omnipotente solo ve el triunfo de sus imposiciones coyunturales, pero no imagina su destrucción estructural ante la liquidación de su contraparte existencial.

En este contexto de equilibrio catastrófico de profunda diferenciación e inequidad social, el ente estatal que es el mediador y regulador de la inequidad y desigualdad de la sociedad tiene la obligada responsabilidad de establecer o imponer el interés general con las políticas públicas o políticas de Estado, en el ámbito del poder de la institucionalidad pública. Sin embargo, las orientaciones y acciones neoliberales desde segunda mitad del siglo pasado al presente han evidenciado la agudización de los desequilibrios, la pobreza y los antagonismos sociales, a la vez que muestra fehacientemente su fracaso político global y la eliminación del papel protagónico estatal en la sociedad.

En la actualidad el camino global ha sido trasado e iniciado con la guerra fascista, como una opción elegida por el imperio para establecer un único poder, o como un impotente recurso suicida contra las sociedades y la humanidad.

El futbol ¿deporte, economía o política?

Juan Huaylupo

El futbol es el deporte de multitudes al que se irán agregando otros por su creciente aceptación, su origen popular se desconoce, no ha sido explorado o se ha ocultado, pero no fue gestado por un solo pueblo, aunque si fue formalizado oficialmente por los ingleses en 1848 y desde entonces, regulado por las organizaciones que se centralizan en la Federación Internacional de Futbol Asociación (FIFA), sin perder su carácter popular por su histórica práctica y raigambre que aun nutren, con extraordinarios jugadores, al futbol profesional.

En el pasado y también en el presente, el futbol solo se requiere del entusiasmo para divertirse y fraternizar, sea con una pelota de trapo, un recipiente u otros objetos, es suficiente para iniciar un juego en la pobreza de sus espacios sociales y donde incluso se intercambian jugadores para una mejor equidad deportiva.

No obstante, cabe reconocer que el futbol se transformó con su oficialización, porque se privatizó una tradición y práctica popular, a la vez que se despojaba formalmente de la creatividad e imaginación de jugadores y seguidores, para convertirse en una actividad regulada por una potencia que imponía regulaciones y condiciones al futbol, como también lo hacía en su quehacer colonialista y militar al mundo. Así, también el futbol se convertía en un símbolo del poder imperial, una relación peculiar donde se articula lo popular con el poder político, sin ser una integración armoniosa, pero tampoco conflictiva. La regulación en el futbol se transformaba en una forma condicionadora de multitudes que en el presente se ha extendido a escala nunca imaginada, para formar parte de la geopolítica global.

Recordemos la Alemania de 1936, en ocasión de los Juegos Olímpicos, el fascismo hitleriano manipuló los deportes y alteraba particularmente los resultados futbolísticos para falsamente mostrar una superioridad que enmascaraba asesinatos y represión a judíos, gitanos y a todos quienes no fueran blancos. Asimismo, Argentina en 1978, con el régimen de terror de la Junta Militar de Videla, en complicidad con la FIFA, celebró el mundial de futbol que terminaba con el triunfo de argentino como medio para ocultar, despreciar o minimizar los miles de opositores, de familias asesinadas y secuestradas, así como se apoderaban de los hijos de las madres en gestación que hacían desaparecer por atribuirles delitos contra la Seguridad del Estado. Fue en ese mundial que se evidenció la injerencia económica internacional en el futbol al cambiar la pelota oficial para ser sustituida por la “Adidas Tango”, mostrando transparentemente su globalización financiera.

El deporte futbolero abriga violencia al simular y promover enfrentamientos entre naciones y colectividades locales, como expresión o creación de rivalidades reales o simbólicas entre colectividades. Así, el desenlace bélico en 1969 entre Honduras y El Salvador fue un partido de futbol. La violencia en el deporte futbolero no está libre de tensiones territoriales, políticas, segregacionistas o migratorias entre sociedades.

En la reciente Copa América donde nuevamente triunfa el equipo argentino, coincidentemente o no, el extremismo liberal de Milei magnificaba el triunfo futbolístico contra Colombia, mientras liquidaba las políticas públicas, eliminaba ministerios, despedía a miles de funcionarios públicos, así como devaluaba la moneda, entre otras medidas, a la vez que criticaba la posición anticonservadora del gobierno colombiano de Petro.

Los permanentes eventos futbolísticos inundan, diaria y mediáticamente, con entrevistas, declaraciones y estadísticas del futbol que atentan contra la inteligencia, pero que mantienen prisioneros y nutren las interminables discusiones cotidianas en la población, mientras que oculta y falsea información del genocidio en Medio Oriente, la guerra en Europa y los preparativos de la OTAN para una tercera confrontación mundial.

La supeditación del futbol a la política no es una novedad, como tampoco lo es la educación. Todos o gran parte de los Estados intervienen en el deporte futbolístico y en la educación, porque consideran necesario controlar, subordinar y disciplinar a las masas.

Al parecer existen en el futbol y en otros ámbitos, aunque desconociendo que son seguidores de Helvetius (1715-1771) quien afirmaba que los individuos buscan el placer y rehúyen el dolor como algo constitutivo. El placer del triunfo o la dicha de ganar, o causar dolor a los otros, contrincantes, competidores o adversarios, está arraigado en el futbol y en cotidianidad imperante, lo cual es una práctica totalitaria del cual nos habla Maquiavelo (1469-1527), pues la separación entre las masas subalternas tranquiliza y perenniza al poder antipopular.

La competición en el futbol y otras actividades, no son para fraternizar, sino para lograr una eterna confrontación que divide y aísla, pero que resulta extraordinaria para dinamizar la economía, la corrupción y los negocios, así como el enriquecimiento de organizadores, directivos y jugadores. Por ello, los países se disputan por ser sedes de algún evento deportivo, dado que son muchos millones de euros o dólares que los que también están en juego.

De este modo, los amantes del futbol están cercados, tanto por el placer de un deporte y la frustración, sentimientos encontrados que en un contexto individualista y mercantil, contribuyen a la perdida de libertad y obnubila conciencias, pensamientos y alternativas solidarias, Voltaire (1694-1778) afirmaba “¡Ay de nosotros si las masas empiezan a razonar!”.

Los movimientos sociales rurales en el Perú: constructores de la política, la ciudadanía y la democracia

Juan Huaylupo[1]

La política en el lenguaje cotidiano, tanto mediático como social, está asociado generalmente con las determinaciones gubernamentales, de las declaraciones de parlamentarios y de magistrados judiciales o de quienes se les otorga tener influencia caciquil en el Estado. Nunca la política, desde el poder oligárquico, ha tenido una significación vinculada con una facultad ciudadana en la valoración, fiscalización, actuación y devenir estatal.

Esto es, se asume que la política es una facultad del poder estatal prevaleciente, como en tiempos previos a la Revolución Americana y de la Revolución Francesa, o de la constitución moderna del Estado, la ciudadanía, el derecho y la política, para tener la significación de los autócratas en Estados atrasados o absolutos, caracterizados por la frase “el Estado soy yo” atribuida a Luis XIV en la Francia de 1655. 

En la historia del Estado peruano o las dictaduras del pasado y presente, no hemos conocido la conquista social de un Estado distinto al oligárquico, de terratenientes y empresarios, razón por la cual la significación del discurso del poder no ha cambiado, como no se ha modificado el ejercicio autocrático del poder estatal peruano.

El Estado Moderno, Nacional, Benefactor o del Estado Social de Derecho, como quiera ser denominado, solo ha sido una ilusión fantasmagórica, que se creía podía ser sustituido por el plagio de alguna normatividad jurídica, que sin conocimiento, participación, legitimidad social ni haber modificado las condiciones que viabilizaban el poder oligárquico, como el actual, solo han sido palabras vacías que sirven como adorno a discursos del poder y las demandas jurídicas.  Luego, los derechos formalmente concebidos como igualitarios, fueron de facto sustituidos por derechos desiguales y privativos, para la continuidad de la discriminación, la imposición racial y de clase, en correspondencia con el despótico poder oligárquico. El poder del ayer y hoy posee una Constitución y leyes y que los amparan, contra una inmensa mayoría a quienes se le niega incluso del derecho a la vida, como se privatiza el desarrollo y en bienestar, en favor de los pocos que parasitan de nuestro trabajo y los recursos y riquezas nacionales.

La política no es la administración del poder, tampoco es la voluntad decisoria gubernamental de lo que se hace en la sociedad, porque el Estado no es autónomo ni absoluto, pues la problemática nacional, las necesidades, perspectivas y anhelos ciudadanos son obligaciones que deben ser atendidas por las políticas y la institucionalidad gubernamental. La política es una hechura ciudadana de la ejecución gubernamental. Creer que la política es la acción autónoma del Estado sobre la sociedad, es una falsedad, como tampoco es la actuación gubernamental en razón de los intereses privados de gobernantes y de los grupos empresariales, que son evidencias tangibles de la negación de la política, por ser acciones ajenas, extrañas y antagónicas con los requerimientos ciudadanas y nacionales.

La política no es el ejercicio autocrático del poder, es la expresión y decisión ciudadana en el ejercicio del poder estatal. Los gobernados son parte constitutiva de los gobiernos, son carne y sangre de la legitimidad social y de la gobernabilidad estatal. Las dictaduras carecen de políticas, se sustentan en la violencia ante la crítica, oposición o con protestas y movilizaciones populares. Toda política gubernamental es publica, de lo que es común a todos, nunca privada de gobernantes ni de empresarios globales.

La emergencia identitaria de las poblaciones rurales, históricamente excluidas, muestran una extraordinaria madurez, que trasciende las demandas reivindicativas, para exigir y conquistar los derechos conculcados, así como poseen la capacidad y legitimidad social para construir un Estado dependiente de la participación decisoria para el bien común ciudadano y el progreso nacional.

Los gobernantes del pasado y del presente, aun creen ser los únicos determinadores del quehacer sobre la sociedad, independientemente de las necesidades y anhelos colectivos y comunes de la heterogeneidad social. Los derechos ciudadanos plasmados en la normatividad nacional y las suscritas internacionalmente por el Perú, han sido violentados unas y otras veces, sin un poder ni ente jurídico que los haga cumplir nacional ni internacionalmente. Un derecho sin poder es vacío.

Los derechos sociales en la historia peruana han sido negados o suspendidos con una regularidad extraordinaria, como lo muestra transparentemente la actual tirana, como por los gobiernos que hemos conocido indistintamente de sus posiciones partidarias, ideológicas, demagógicas o delincuenciales.

Hoy, la usurpadora de la presidencia gubernamental, asume con una natural ignorancia, que nuestras poblaciones rurales y sus movimientos sociales, carecen de todo derecho político al criticar, actuar y valorar la actuación estatal, cuando precisamente en nuestro país, son quienes han efectuado variados intentos por revolucionar las estructuras de explotación y dominación colonial-oligárquico, para construir una sociedad democrática y libre para el presente y futuro de todos los peruanos. Asimismo, la fantoche, en su estupidez supina, habla de paz haciendo la guerra y pregona democracia asesinando, cuando en paz y en democracia, la violencia y el terror son imposibles. Sin democracia, no existe ciudadanía.

La policía ni los militares tienen derecho alguno para reprimir y asesinar a la población y menos aún, cuando son justas y necesarias las demandas ciudadanas. La represión de policías y militares contra el pueblo, que nutren sus propias fuerzas, son convertidos en máquinas, que sin pensamiento ni decisión, asesinan vidas e ilusiones colectivas y nacionales. La posesión y uso de las armas de los órganos especializados ni la usurpación estatal, son patrimonios privados que permitan y determinen genocidios. La decisión y el ejercicio de la violencia no les pertenecen, es una facultad requerida por la ciudadanía, ante el riesgo dictatorial, el debilitamiento o liquidación de derechos, o la desaparición y muerte, física o jurídica, de la ciudadanía. El ejercicio de la violencia sin derecho, es ciego y sanguinario, como ha conocido y vivido en nuestra América Latina en diversos momentos, hoy reconocidos como experiencias insensatas y condenados sus autores por crímenes de lesa humanidad. El Perú no puede ni debe repetir la regresividad de la violencia dictatorial de autócratas y militares contra el pueblo.

Es inmoral e inhumano propiciar e incentivar el asesinato de nuestros hermanos que luchan contra los tiranos y codiciosos negociantes globales que pretenden condenarnos a la esclavitud, miseria y muerte. Las movilizaciones y luchas populares crean vidas en libertad y democracia para todos.


[1] Profesor e investigador Catedrático pensionado. Facultad de Ciencias Económicas. Universidad de Costa Rica.

La democracia: el derecho ciudadano y humano negado por el fascismo en el Perú

Juan Huaylupo

Juan Huaylupo*

Las movilizaciones populares han conquistado democracia con su voluntad y acción colectiva en todas las sociedades del mundo. Los procesos democráticos nunca han sido dadivas de poderes opresivos, han sido el resultado de prolongadas luchas contra quienes han impuesto sus beneficios e intereses privados, sobre el presente y el futuro de las inmensas mayorías nacionales. La democracia y sus formas adoptadas en cada espacio social, no están restringidas a individuos o grupos privilegiados, son derechos alcanzados por muchos para todos, sin distinción alguna porque somos iguales y humanos. Quien se pretenda ser superior a otro ser humano, es simplemente un ignorante imbécil.  

Las formas democráticas de pueblos y sociedades logradas por las colectividades son muchas, como múltiples son los oprobios, maltratos y violaciones contra las personas, por ser mujeres, jóvenes, pobres, niños, indígenas, ancianos, migrantes, trabajadores, discapacitados, por el color de piel, o por pensar diferente, así como con las agresiones de exterminio genocida contra pueblos creadores de civilización y hacedores de historias nacionales. Vivimos en una sociedad y sistema contradictorio que desprecia, esclaviza y destruye a quienes despojan, explotan y enriquecen a los que se creen dueños de vidas y pueblos.  

Estas y otras son las características de la actual situación y condición de vida en nuestra tierra peruana. Un sistema inequitativo, desigual, contradictorio, dominados por tiránicos y miserables gobiernos, quienes coludidos con empresarios globales y delincuentes financieros son protegidos por leyes indignas y procesos corruptos, así como amparados por la prensa servil y por las jerarquizadas y ciegas fuerzas represivas del poder imperante.

Por ello, las luchas democráticas son trascendentes para todos. Los privilegiados y serviles del poder condenan las movilizaciones patrióticas de nuestros luchadores sociales, que no solo sacrifican trabajos y familias, también son víctimas de asesinatos inmunes e impunes. Esos héroes populares construyen democracia para todos, incluso para quienes los denigran y asesinan.

Pero, las reivindicaciones democráticas no son electorales, ni los actos técnicos e instrumentales de la votación crean democracia, como tampoco puede serlo, la designación de las personas que decidirán por nosotros, sin consulta ni transparencia. Asimismo, las elecciones no son las formas más idóneas de representar las necesidades y aspiraciones democráticas de una colectividad ciudadana, como es falso, que la cantidad de electores, en la votación individualizada, sea garantía para la democracia. Ninguna magnitud puede representarla. La aritmética electoral no tiene relación alguna con la democracia, menos aún en contextos complejos y contradictorios. La democracia no posee determinaciones cuantitativas, como tampoco elección alguna, posee la capacidad de calificar políticamente un proceso que trasciende el acto electoral.

En el presente abundan procesos electorales que no son democráticos, como también se conocen prácticas democráticas sin elecciones, dado que lo democrático, no son las elecciones, son las acciones que respetan y amparan los derechos alcanzados y la conquista de nuevos y mayores derechos en sociedades inequitativas, contradictorias y clasistas.

El acto instrumental electoral, no sustituye ni representa la acción de los actores orgánicos de la sociedad, que son quienes crean y modelan democracia. Por supuesto, tampoco podrá ser democrática una designación ni acción alguna que se encuentre pautada por leyes, reglamentos o procedimientos estandarizados, sin tiempo ni espacio, como en la actualidad se recurre en las viejas y nuevas tiranías, como la peruana.

Contemporáneamente son muchas sociedades que han adoptado las elecciones por ser portadoras de experiencias, de apariencia democrática, del pasado ateniense donde solo votaban los que eran libres en un universo de esclavitud. Hoy la vigencia electoral se reproduce por ser funcional a la reproducción de las tendencias dominantes en las sociedades y de los poderes preexistentes, por ello siempre están pautadas jurídicamente, en el Perú de 1827, solo podían votar los hombres mayores de 25 años, alfabetos, dueños de actividades independientes, contribuyentes del Estado e inscritos en el Registro Civil. Esto es, no podían votar quienes eran dependientes, analfabetos, mujeres, indígenas, etc. Electoralmente cada sociedad ha condicionado y reproducido diferencialmente sus prejuicios y estructuras clasistas.

Ninguna elección ni sufragio universal, ha sido un albur político, social o económico para las sociedades, por ser un medio por el cual se conoce, condiciona y controla, las orientaciones sociales, políticas y económicas del Estado, a través de los partidos políticos, candidatos y resultados electorales.  El miedo, el chantaje, el fraude y la corrupción han acompañado los actos electorales de las dictaduras en las sociedades latinoamericanas.

La importancia y trascendencia de la democracia no puede ser ocultada por la demagogia ni por su transfiguración por parte de los poderes despóticos, por ello los tiranos se dicen democráticos, encubiertos con elecciones, reformas constitucionales y procesos jurídicos administrativos, que legalizan su ilegitimidad, como lo hace la espuria presidenta en el Perú, como lo hizo Fujimori, Pinochet e incluso Adolfo Hitler (Discurso a trabajadores Rheinnetall-Borsingwerke. Berlín, 10 de diciembre de 1940).

No obstante, la organicidad y la acción ciudadana crean democracia, destruyendo tiranías, como lo hacen miles de peruanos y pueblos movilizados en el Perú contra corruptos y sanguinarios gobernantes y sus corifeos sirvientes.

La significación de la democracia y la paz para la ciudadanía y sus pueblos, es el espacio del respeto y amparo de la igualdad jurídica, que posibilita la organicidad y las demandas reivindicativas para crear nuevos y mayores derechos en la construcción de la igualdad y el progreso social.

La paz y el silencio sepulcral es la esencia del totalitarismo, pero nunca para la democracia, que es vida, cambio y luchas por bien común. Imaginar que la divergencia social es nociva, porque subvierte el orden y el poder, es la transparente manifestación de la opresión política existente en el Perú, espacio donde se promueve el odio que justifica toda la represión y asesinato de personas que luchan, no por beneficios personales ni locales, sino por el interés nacional y la democracia para todos.  

El totalitarismo niega la igualdad y el bien común, por el miedo a los otros que explota y asesina cotidianamente. Las medidas represivas para conservar el orden y la paz sepulcral, son auténticas declaraciones de guerra, no solo contra el pensamiento crítico, grupos o personas, también contra la democracia, la historia y cultura de los pueblos.

 

 *Profesor Catedrático pensionado de la Facultad de Ciencias Económicas. Universidad de Costa Rica.

Democracia ¿en el Perú?

Juan Huaylupo

Han sido miles de páginas y cientos de libros escritos en torno de la democracia y es posible que sean infinitas las reflexiones particulares que se harán sobre este fenómeno social, histórico y anhelo ciudadano, dado que no es posible agotar las singulares conquistas y particulares significaciones que tiene la democracia en cada ámbito social. La democracia expresa el dinamismo de realidades inéditas, que no son semejantes a otras, así como tampoco es estática en cada espacio social, ni es similar para los distintos grupos de interés, segmentos o clases sociales. La democracia es particular, no privada, aun cuando frecuentemente es medida y comparada de manera estandarizada o por los ciegos poderes autocráticos del Perú.

Las referencias a la democracia y los enfrentamientos por alcanzarla cubren gran parte del pasado y el presente  de los pueblos del mundo. Las luchas contra la desigualdad, la exclusión, la explotación y contra toda forma de esclavismo, sumisión y colonialidad del poder, ha sido la historia común de muchas colectividades del universo social. Tal vez, se podría reescribir el pasado y el presente, a través del recuerdo y recuento de las múltiples formas adoptadas por conquistar la libertad, la igualdad y la solidaridad de la ciudadanía y sus pueblos. Sin duda, no sería una historia de vencedores, dominadores ni explotadores, sería la de quienes se les ha negado derechos, cultura y pensamiento propio y sobre todo, al esclavizarlos, excluirlos y reprimirlos estatal por pensar y actuar sobre el  presente y futuro colectivo y nacional. La usurpadora del poder en el Perú, como algunos diputados, han expresado sin mediación alguna, que los manifestantes carecen de derechos de definir la política y el devenir nacional, cuando son precisamente los dictados de la ciudadanía y de los pueblos quienes definen la actuación del Estado que tiene la obligación obedecer. El Estado que transgrede los deberes con su sociedad y violenta sus derechos solo es una tiranía fascista. El poder totalitario, nunca admite errores, es absoluto, como inmunes e impunes son los asesinos de los manifestantes y de los explotadores privilegiados, con el apoyo de las fuerzas brutas que indebidamente e ilegítimamente lo amparan.

Rescatar el pasado en el pragmatismo contemporáneo, donde solo importa el presente y el economicismo rampante, es la visión cínica, que oculta las luchas y logros democráticos de nuestros pueblos peruanos.

El desarrollo nacional en el Perú, es presentado por los autócratas y los empresarios globales, como la aspiración de todos, no obstante es solo una invención ideológica privada, excluyente y exclusiva, que beneficia a propietarios del dinero global, a los delincuentes financieros y sus sirvientes de la institucionalidad estatal. Ellos han creado leyes indignas e incluso la Constitución de la República, a la medida de sus intereses contra la ciudadanía y la nación.

La política, expresión del poder de la colectividad de todas las organizaciones de la heterogeneidad social, se ha privatizado contra toda razón y conocimiento científico. En el Perú el poder cambio discursiva y judicialmente, para convertir el despotismo tiránico del Estado por democracia; el clamor popular democrático por terrorismo; lo privado por lo público; el diálogo social por represión y asesinatos; la paz por guerra total; la igualdad por racismo; el pensamiento y la solidaridad social por complicidad terrorista; las luchas sociales por la situación y el progreso nacional por comunismo radical; los intelectuales y pensadores independientes por instigadores de la violencia y por lo tanto, todos espiados, perseguidos, detenidos, secuestrados y próximos a ser desaparecidos.

Sin embargo, los ignorantes poderes tiránicos han creído en todos los tiempos que los subalternos pueden ser controlados y dominados fácilmente con represión, miedo y muerte, por ello las revoluciones siempre han sido inesperadas e inexplicables derrotas para quienes detentan el poder y la explotación absoluta.

El Perú es el experimento radical de la privatización de lo nacional en América Latina, están privándonos de ser actores colectivos de la construcción del presente y futuro nacional, de aspirar la igualdad social, jurídica y democrática. El poder autocrático en el Perú imagina que la historia, solo sirve para llenar libros y para charlas de café, lo cual es una muestra fehaciente que la estupidez, no tiene límites para los que se consideran dueños de nuestro Perú profundo.

Ignorantes gobernantes, la historia no es pasado, es presente, ilumina y da sentido a nuestra cotidianidad, así lo demuestran los pueblos que expresan con su presencia la histórica peruanidad de pensamiento y acción contra esta perversa y asesina tiranía, que no gobierna, nos asesina y pretende hacerlo con nuestra historia.

 

Enviado a SURCOS por el autor.