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Etiqueta: miedo social

El adoctrinamiento emocional del miedo

Abelardo Morales-Gamboa (*)

La fábrica social del miedo y sus usos políticos en tiempos de incertidumbre

Los discursos incendiarios, cargados de odio y promesas rotas, generan una fuerte conmoción política. Sin embargo, debajo del odio suele operar una emoción aún más poderosa: el miedo social, una sensación de amenaza que se produce colectivamente y que moldea nuestra forma de ver el mundo. El odio mezcla ira y rechazo, pero nace del miedo: de la percepción —real o construida— de que algo pone en riesgo nuestra seguridad o identidad.

El miedo no surge solo de narrativas catastrofistas; estas funcionan porque se apoyan en un sustrato social ya existente. El miedo se vive antes de contarse: nace de la desigualdad, de la exclusión, de la violencia cotidiana, de la pérdida de confianza en las instituciones y de la sensación de que el futuro se estrecha. Por eso, quienes buscan manipularlo no necesitan inventarlo: basta con leerlo, amplificarlo y dirigirlo políticamente.

Hoy las emociones ocupan un lugar central en la política, y el miedo es particularmente eficaz para moldear percepciones, orientar conductas y movilizar adhesiones. Como plantea Eva Illouz, vivimos en un “capitalismo emocional”, donde los afectos circulan como bienes. En este mercado, el miedo se convierte en un recurso político clave para generar obediencia, resentimiento o identificación con discursos autoritarios.

En Costa Rica, las últimas décadas han configurado un terreno fértil para este fenómeno: menos políticas redistributivas, más desigualdad, concentración del poder económico, debilitamiento institucional, encarecimiento de la vida, criminalidad creciente y precarización del empleo. Todo ello alimenta la ansiedad y el sentimiento de un país que pierde rumbo.

La teoría social muestra que estas emociones colectivas pueden ser fácilmente capturadas por narrativas políticas que ofrecen explicaciones simples a problemas complejos. Quienes las difunden identifican enemigos, señalan culpables y prometen orden y protección. No crean el miedo: lo organizan y manipulan, transformando malestares reales en herramientas de control político.

El mercado emocional y la economía del miedo

Illouz también explica que, en las sociedades neoliberales, las emociones se han vuelto tecnologías de gestión y en bienes de consumo. Las plataformas digitales intensifican esta dinámica al privilegiar contenidos que generan emociones intensas: miedo, indignación, resentimiento. El miedo produce atención; la atención genera tráfico; el tráfico, valor económico y político. Las campañas que recurren a mensajes disruptivos o alarmistas obtienen mayor visibilidad que las que apelan a la reflexión. Es más fácil manipular que educar.

Así, la manipulación del miedo no es un fenómeno aislado, sino parte de una estructura emocional que favorece la ansiedad y dificulta tomar decisiones responsables. El espacio público se satura de afectos primarios, los hechos se subordinan a percepciones de amenaza y la política se reduce a una disputa por el control emocional de la ciudadanía.

El miedo adquiere fuerza política cuando es alimentado por fracturas y abismos sociales profundos, por una crisis institucional y la pérdida de horizontes. Costa Rica enfrenta actualmente la erosión de un pacto social que garantizaba la movilidad ascendente, servicios públicos sólidos y una cultura institucional robusta.

1. Deterioro de la vida cotidiana: El costo de vida asfixiante, el endeudamiento masivo, la informalidad laboral y la pérdida de ingresos han golpeado fuertemente a amplios sectores. La inseguridad económica convierte a la población -en general- en presa fácil de discursos que prometen protección y control. Aún así, la manufactura del miedo ha logrado que la gente esté más angustiada por el aumento de la criminalidad que por las congojas económicas. Se le teme más a otro pobre que al rico que explota.

2. Fragmentación de las clases medias: Las clases medias ya no constituyen un bloque cohesionado. Se diluyen entre grupos que prosperan en la economía digital y globalizada, otros que permanecen estancados y otros que descienden hacia la vulnerabilidad. La competencia interna y la falta de horizontes compartidos generan tensiones identitarias y un malestar que se traduce fácilmente en miedo y resentimiento, tanto mutuos como hacia otros.

3. Abismos crecientes y concentración de la riqueza: Las brechas entre las clases medias, los trabajadores empobrecidos y los grupos más vulnerables se profundizan cada vez más.
Mientras estos últimos viven exclusión y pérdida de derechos, las élites concentran una proporción creciente de la riqueza gracias a sistemas fiscales regresivos. Así se difunde una percepción social desigual: para unos pocos el futuro se expande, pero para la mayoría se estrecha y oscurece. Este escenario vuelve a la población más susceptible a discursos que explotan el miedo y la incertidumbre. Quienes quedan fuera de los beneficios del modelo —los “arruinados”— se sienten especialmente expuestos. En este clima, la persona indigente, el habitante de calle o el extranjero pobre son fácilmente estigmatizados. Con frecuencia, incluso se les asimila injustamente a la figura del delincuente.

4. Estancamiento y pérdida de legitimidad institucional: La conflictividad entre poderes, los escándalos de corrupción, la lentitud burocrática y la desconexión entre autoridades y ciudadanía erosionan la confianza pública. Cuando las instituciones parecen fallar, el miedo encuentra terreno fértil. En ese vacío, surgen discursos salvacionistas y autoritarios que prometen soluciones rápidas, casi siempre punitivas y basadas en la fuerza. El mercado de las emociones ofrece un menú de salvadores mesiánicos.

La manufactura política del miedo

Cuando las condiciones sociales, el mercado emocional y la crisis institucional se mezclan, se crea el escenario para la manufactura política del miedo. Sus predicadores exacerban amenazas difusas —desconfianza institucional, crimen, migración, corrupción— y proponen identidades maniqueas: “honestos vs. corruptos”, “costarricenses de a pie vs. privilegiados”. El miedo social permite movilizar los odios hacia enemigos internos también fabricados. Estas narrativas simplifican la complejidad, prometen orden y desplazan la deliberación democrática hacia la reacción visceral: prometen la revancha.

El miedo reorganiza entonces el campo político, justifica la erosión de contrapesos institucionales y normaliza el conflicto como modo de gobernanza. En el contexto costarricense, estas dinámicas han sido instrumentalizadas para consolidar proyectos políticos basados en resentimientos, polarización y el adoctrinamiento emocional.

¿Hay salidas? Reconstruir confianza y acción colectiva

Si el miedo tiene raíces sociales reales, desmontar narrativas no basta. Es imprescindible transformar las condiciones que producen la inseguridad y la ansiedad. Para ello, se requieren reconstruir el país, en este caso con instituciones confiables, transparentes y eficientes; con organización comunitaria, vínculos de solidaridad, cultura asociativa y espacios de encuentro entre habitantes responsables. Son necesarias también nuevas y robustas políticas redistributivas para reducir la desigualdad y la precariedad mediante, entre otros, empleos dignos y servicios públicos fortalecidos.

También pueden resultar indispensables cambios educativos y culturales que contemplen como gestionar el mercado emocional digital, promover la alfabetización mediática y poner límites a la difusión de contenidos que alimentan el miedo. Como parte de ello, se requiere la elaboración de narrativas alternativas basadas en la cooperación, la corresponsabilidad y la imaginación democrática.

En conclusión, el miedo circula, se organiza y se manipula porque encuentra un terreno social fértil. Comprenderlo exige mirar más allá de los discursos siniestros y examinar las estructuras que lo producen. En Costa Rica, la convergencia entre deterioro social, abismos económicos, fragmentación de las clases medias y crisis institucional ha generado un clima emocional propicio para la manipulación política. Sin embargo, esta dinámica no es irreversible. Restaurar la confianza, reconstruir la solidaridad y recuperar la deliberación democrática son tareas urgentes para impedir que el miedo siga empujando al país hacia el abismo.

(*) Sociólogo, comunicador social y analista internacional.

La violencia en la dominación política

Juan Huaylupo Alcázar

En el presente son diversas las expresiones conceptuales que tratan de caracterizar la violencia en la dominación política, en el espacio nacional y global, las cuales se usan indistintamente de las formas que adoptan e independientemente de sus contextos, historia y modos como se ejecuta social o clasistamente en las sociedades. Si bien, los diferentes modos violencia, tienen aspectos en común, más allá del enfrentamiento, también debe agregarse que las diferentes formas de violencia no están restringidas a determinadas modalidades, varían según las circunstancias y los contendientes. Así, quienes interpretan la violencia por sus formas, no comparten similares conceptualizaciones ni caracterizaciones.

Reflexionar inicialmente sobre la violencia habría que afirmar que la violencia forma parte constitutiva de la existencia de los seres vivos, es una reacción ante el peligro contra su existencia, o por las condiciones que ponen en riesgo la situación y condición de vida generada por eventuales contendientes. Esto es, la violencia no tiene su origen en sí misma, es propiciada por factores externos, es una acción o reacción agresiva entre actores, donde la razón no constituye argumento para dialogar, diferir, persuadir, conceder o resolver el antagonismo entre los actores en disputa.

La violencia es el lenguaje de salvajes, donde la liquidación física o formal del adversario, es el medio para arrebatar o lograr lo deseado, independientemente de las posibles consecuencias propias y ajenas.

La violencia y sus formas están directamente relacionadas con el contexto donde transcurre y evoluciona, como también en relación con las capacidades organizacionales de las clases o grupos de interés enfrentados violentamente. De este modo, sofocar o erradicar las formas de violencia en la sociedad no son asuntos que se autodefinen, trascienden la belicosidad de los grupos antagonizados. De este modo, creer que existen grupos son intrínsicamente violentos, que deben ser erradicados o exterminados, es un absurdo argumento, que se emplean en medios racistas y genocidas, que se auto justifican, para configurar una violencia infinita entre grupos y pueblos. El exterminio de grupos étnicos, o la violencia social contra los pueblos son creaciones intencionales que ocultan propósitos irracionales e ilegítimos contra la humanidad.

En las formas del ejercicio indiscriminado de la violencia contra los subalternos y grupos que consideran inferiores o contra aquellos que se consideran transgresores del orden constituido, son actuaciones vinculadas con la naturaleza social del Estado, quien tiene el monopolio legitimo de la violencia y que posee todos los medios para regular, controlar e incluso promover, inmune e impunemente, la represión selectiva o generalizada en los contextos sociales del poder, el cual en muchos casos, ha sido una facultad usada para derrocar Estados que representaban el interés general de la sociedad, así como es aún, el medio para que poderes externos transgredan las facultades, derechos y liquiden gobiernos, como hoy son amenazados por la potencia militar, política y económica norteamericana.

El control de la disponibilidad, posesión y del uso de instrumentos de represión y muerte, en la actualidad son vitales y el último recurso para garantizar la dominación y el sometimiento de los pueblos, por ello están exclusivamente concentrados y centralizados en entes y personajes confiables y privilegiados para el mantenimiento absoluto del statuo quo.

No obstante, el Estado no es el único ni exclusivo poseedor de los instrumentos de represión y muerte, en una sociedad contradictoria en permanente antagonismo en las clases y entre clases sociales, en un contexto que no está al margen de la posesión y mercantilización de las armas ni de la actuación beligerante en el medio nacional o internacional. La violencia individualizada o colectiva, es una latente e impredecible posibilidad, con una regularidad que no tiene pausa, que se recrea y es promovida como inherente de la sociedad, para ser configurada como un enfrentamiento de todos contra todos, para que el poder quede incólume y tiranizado, convirtiendo a la violencia y sus actores en medios ideológicos y fácticos del miedo para la dominación. La violencia delincuencial internacional de los carteles de las drogas y otros, no están excluidos de esas tendencias, por el contrario, son parte del proceso porque nutren el mercado de los capitales que controlan las finanzas mundiales y contribuyen con el miedo social, al sacrificar y asesinar a miles de compradores, vendedores y competidores.

Los poderes del Estado como expresiones del poder de intereses de la clase global, en ámbitos de democracias aparentes, tienden en la actualidad a ser unificados, liquidando autonomías en su quehacer institucional para establecer corruptas y cínicas tiranías totalitarias que controlan caótica y delincuencialmente las sociedades, como ocurre en el Perú, El Salvador, Nicaragua, Venezuela, así como se intenta en Ecuador, Bolivia, Costa Rica, entre otros. En este escenario los funcionarios estatales se convierten en los ejércitos civiles del totalitarismo, con el resguardo militar y policial. Un relativo cambio en el protagonismo de las fuerzas del poder estatal que cumplen funciones similares de protección de la institucionalidad clasista, con creciente explotación, corrupción e inequidad en la desigualdad societal. De este modo el Estado se convierte en un ente administrativo privilegiado del poder y de los capitales mundiales, que con leyes, decretos y mayorías parlamentarias, gobiernan e enriquecen contra la ciudadanía, pueblos y naciones.