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Etiqueta: nihilismo

Dios ha muerto. O, el nihilismo frente al genocidio en Gaza

Henry Mora Jiménez

Próximos a cumplir dos años de la partida del maestro Franz Hinkelammert, algunas de sus muchas enseñanzas nos pueden a ayudar a entender el aparente sin sentido de la perversidad sionista frente al pueblo palestino.

También me mueve a escribir esta breve reflexión la atrocidad que días atrás expresara un presidente centroamericano al referirse con sorna y cinismo al asesinato de niños en Gaza.

El eco de Nietzsche en Gaza

Nietzsche anunció que la creencia en Dios (y, por extensión, en los valores absolutos de la moral tradicional cristiana) había colapsado en la modernidad. Esto no era una celebración, sino un diagnóstico: al perder su fundamento trascendente, la sociedad occidental caería en el nihilismo (la negación de todo valor).

Para Hinkelammert, el capitalismo neoliberal ha consumado la «muerte de Dios» al reemplazar toda moral trascendente por la lógica del mercado. En lugar de liberar al ser humano (como esperaban algunos ilustrados), el vacío dejado por Dios fue ocupado por nuevos ídolos: el mercado totalizado, el dinero como valor supremo, la racionalidad instrumental que justifica la explotación, la nueva “libertad” como éxito individualista.

El «Dios ha muerto», la célebre sentencia nietzscheana, resuena hoy con macabra ironía ante el genocidio en Gaza. Mientras miles mueren bajo las bombas israelíes, la comunidad internacional muestra tal pasmosa incapacidad de reacción, que Franz Hinkelammert diagnosticaría como «nihilismo al desnudo» (nihilismo sin disfraz moral o político).

Para Nietzsche, la muerte de Dios implicaba la destrucción de los valores absolutos, inaugurando un mundo donde «no hay hechos, solo interpretaciones». Pero Hinkelammert —testigo del nazismo en su niñez y adolescencia— vio en esto la semilla de un nihilismo instrumentalizado por el poder.

El relativismo como arma ideológica (de la muerte) permite a las élites convertir la realidad en un campo de batalla narrativo. Gaza es un claro testigo: mientras Israel habla de «autodefensa», Palestina denuncia la limpieza étnica, y el mundo se limita a denunciar los ataques a mansalva más brutales, pero no actúa en correspondencia con esta quiebra moral.

Hinkelammert vinculó el nihilismo contemporáneo con el mito nazi de «la marcha de los nibelungos» —un elogio del “heroísmo del suicidio colectivo»—. Hoy, este mito se repite: las potencias sacrifican vidas palestinas en el altar de los intereses geopolíticos, un «daño colateral» lamentable -dicen- pero inevitable.

Hinkelammert también denunció que el neoliberalismo transformó el nihilismo en doctrina económica. Citando a Alvin Toffler, señaló que el sistema considera «caídos en batalla» a quienes no se adaptan a la «velocidad de la globalización». Gaza encarna esta lógica: más de 50 000 palestinos asesinados (cerca de 15 000 niñas y niños) son el costo de «modernizar» Oriente Medio según los intereses israelíes y occidentales (Trump: Gaza como un paraíso turístico una vez desplazados los palestinos).

La deshumanización como preludio de la barbarie

Frente al nihilismo, Hinkelammert propuso recuperar al sujeto concreto como centro de la ética. Cuando la deshumanización precede al genocidio (¡No son humanos! Roberto Benigni), como ha ocurrido en Gaza (y antes en Kosovo), el grito “Palestina libre” es ante todo un llamado imperioso a detener el exterminio. Pero ni esto es capaz de alcanzar la comunidad internacional, repitiéndose la lógica nazi que Hinkelammert vivió.

Frente a este exterminio, toda pretendida “neutralidad” es en realidad un apoyo al genocidio.

La obra de Hinkelammert nos recuerda que «Dios ha muerto» solo significa que los seres humanos debemos crear nuestra ética —una que no tolere crímenes en nombre de intereses o ideologías. Ante el genocidio, solo hay dos opciones: ser cómplice del nihilismo o alzar la voz junto al “grito del sujeto” palestino.

La sociedad del espectáculo, la caída de los dioses de su olimpo y el nihilismo

Daniel Lara

Esta semana fue triste para el alma nacional al conocer la infausta noticia sobre el proceder de su héroe Navas. Me atrevo a pensar que la recepción de la noticia por parte de las mayorías tuvo más relevancia que el intento de Chaves por terminar con la Contraloría General de la República gracias a su referéndum bonapartista. Intento a la vez de Zapote por distraer la atención ciudadana sobre algo más importante: “La Armonización eléctrica Nacional”, en otras palabras la privatización del modelo eléctrico. El ICE permitió a lo largo de su existencia la cobertura eléctrica a lo largo y ancho del territorio nacional no importando la lejanía o pobreza de los habitantes de esos lares remotos. Las hienas privadas del sector aplauden la iniciativa y el mismo Miguel Ángel Rodríguez nos recuerda su intento fallido en el Combo de principios de siglo. El expresidiario expresidente es tan chavista como Milei es sionista.

Se imaginan que se difundiera con el mismo encono mediático que las pompis de Maribel Guardia son de gel, o que Zelensky es un adicto a la cocaína, o bien que Mr. Biden está más chocho que mi abuela. De Milei ya sabemos que habla con su perro muerto y su hermana con un fenicio de hace 1800 años. O bien que las reglas que rigen el Mundo – como las reglas del portero al contratar mano de obra – no son más que las reglas de Washington y no las reglas consensuadas a lo interno del seno de la ONU. Una ONU ya desgastada, inocua y maniatada por el Consejo de Seguridad.

Cuando se supo que el galán del cine Rock Hudson murió de sida, en virtud de su desconocida homosexualidad, tropeles de admiradores quedaron estupefactos; de la misma manera como si hoy corriera la noticia de la pérdida de la voz de Bad Bunny.

En un célebre ensayo Varga Llosa desnuda la banalización de la vida social gracias al espectáculo promovido por los medios de comunicación -no por ingenuidad sino por un cálculo de gestar nuevos circos romanos para embelesar y embrutecer a las mayorías- creando figuras heroicas bonitas por fuera pero construidas con el mismo barro con que Dios parió a la humanidad. Circo, mucho circo y muchos payasos mediáticos en los cuales deben centrarse los ojos de millones de personas. Mejor circo que reflexión, mejor charada que protesta.

Patear una bola o proferir graznidos en un escenario valen más que el trabajo de un científico o el texto de un buen literato. La banalidad del mal de Arendt podría extenderse a la perfidia del embrutecimiento de todos los colectivos. El dios Mercado construye íconos públicos para acumular muchos millones a sus gestores, asimismo heroínas y héroes como Shakira o Messi también llenan de alguito sus bolsillos. Dinero, circo y control ideológico para perpetuar un mundo basado en las reglas de la ignominiosa desigualdad. Gracias a los medios de comunicación, estos nuevos dioses y diosas exponen su vida íntima para atrapar a millones de personas, generar dinero y distraer la atención sobre los graves problemas que afronta la humanidad. Son como el soylent verde de la vieja película «Cuando el destino nos alcance«; bálsamos de ilusiones de vidas envidiadas e inalcanzables para las grandes masas. Son los “santos” modernos reverenciados en los atriles de la TV, las redes sociales y los pasquines que aun circulan.

Hoy Keylor lo destruyen los mismos medios que lo crearon, tan descartable como el mundo de mercancías que llenan de inmundicia el triste pedazo de tierra que tenemos. También la desgracia del coterráneo eleva los ratings de la televisión y los periodiquillos. Suben, permanecen un rato y los defenestran con facilidad. Vendrán otros Keilor’s, otros Bad Bunny’s, Karol G’s y cuanto payaso a sueldo coadyuven al status quo.

No es tema baladí el caso de Keylor Navas cuya aureola alimenta a jóvenes y en el mar de las desgracias patrias corre la suerte de paliativo chovinista que nos pretende colocar en la cima de los mundos. Redonda la bola, redondo el mundo y perfecto el cálculo esférico con que se crean estos prometeos modernos.

Si en los políticos ya no se cree, sí las iglesias devinieron en negocio de charlatanes y a las figuras de la farándula deportiva les llueve feo. ¿Entonces en cuáles valores puede creer el pueblo? ¿Qué nos puede alimentar para seguir adelante a pesar de los pesares? Pero el nihilismo que provoca un mundo caído en desgracia no lo cura ni el Pepto Bismol, a la suerte sucedáneo mercantil de una Alka Seltzer en la cual nos decían que sí se podía creer.

Pastores y curas pedófilos, tesis plagiadas por ministros europeos, banqueros rateros, doctores Fauci engatusadores, redes sociales tomadas por las mentiras de troles y de una IA embrutecedora, guerras que generan gruesos dividendos a consorcios como Boeing -no importa si los muertos son ucranianos- y para colmos una farándula desmerecida por sus acciones. El portero de marras no es más que otra víctima del mundo de las apariencias, una mercancía que se transa en millones, un deporte prostituido en el mismo seno de la FIFA.

El nihilismo como efecto de un mundo de gofio nos roba la esperanza y sin esperanza no se puede construir futuro. Toca construir un mundo real, sin ídolos de barro, sin becerros de oro y pompa, solo un mundo de personas de carne y hueso con las neuronas necesarias para liberarse de tanto circo y proveer de más pan a los que no tienen fama. Personas más empáticas, más sensibles a las necesidades de los otros, que le den contenido real a la propuesta religiosa del “amor al prójimo”.