De la robótica y de las oleadas de deshumanización creciente
Rogelio Cedeño Castro (*)
Hace ya doscientos años que aquella joven inglesa, cuyo nombre fue Mary Shelley(1797-1851), escribió su novela “Frankenstein o El moderno Prometeo”, una expresión literaria de un alto contenido poético, con la que ponía en duda de alguna manera, aquella visión mecanicista y deshumanizada de una civilización, prevaleciente ya en aquel entonces y basada en la creación de un ser humano robotizado que estaba destinado a la producción de ganancias ad infinitum para el capital, como un fin en sí mismo, privando de toda relevancia a cualquier otra dimensión o alcance de la condición humana, a pesar de elaborada construcción discursiva con la que se ha pretendido disfrazar ese hecho esencial, cada día más difícil de ocultar: el despliegue de toda una maquinaria de destrucción y de muerte al servicio de los amos del poder y la riqueza, cuyas fuerzas nos ha conducido ya al borde del abismo, de cuya presencia ya tenemos numerosas evidencias amenazantes, sin que las grandes mayorías se hayan percatado de ello, pues sucede que todo está diseñado para que las cosas no sucedan de otra manera. Es como si nos hubiéramos sentado a esperar el final, eso sí sin tener el coraje y la determinación que tuvieron los músicos del Titanic en la cubierta del inmenso barco de pasajeros, al seguir ejecutando sus melodías cuando ya la nave se estaba hundiendo, y los pasajeros de primera clase corrían para salvar sus vidas, mientras que muchos de la segunda y tercera morirían irremisiblemente, debido a que se les habían cerrado los accesos a la cubierta.
Con una fuerte dosis de cinismo y estupidez, como si estos dos términos al parecer antinómicos marcharan más bien al unísono, se habla en los medios de comunicación social de la robótica y de cómo ésta terminará por afectar el empleo, olvidando que esto hará prescindibles a los seres humanos, tal y como recientemente se informaba en el semanario “El Financiero”, que se publica en la capital de Costa Rica, al señalar que en los próximos años la introducción de la robotización en el mundo laboral costarricense terminará por afectar a la mitad de los trabajadores que hoy la conforman, no faltando algún imbécil que diga que no se puede detener la marcha del “ progreso”, pero evitando ofrecer cualquier respuesta digamos que “humana” al dilema planteado. Como si todo esto fuera poco, aparece una información en las redes sociales, en la que los emisores parecen alegrarse de que, la mayoría de los trabajadores de una planta industrial que el presidente estadounidense Donald Trump había “salvado”, obligando a sus propietarios a permanecer en el país, serán reemplazados por robots y por lo tanto perderán sus empleos, sus medios de vida y de existencia, aunque esto ya no será consecuencia del outsourcing o deslocalización de las plantas industriales, sino de la robótica. Lo terrible es que los informantes lo hacían en tono casi de burla y de hostilidad hacia el presidente Trump, sin mostrar ningún interés o preocupación por la suerte que puedan correr los trabajadores, para esas gentes el ser humano es apenas un apéndice de la gran maquinaria de hacer dinero ¿qué otra cosa podríamos pensar, de semejante despropósito?. Dos siglos antes los trabajadores ingleses, al ver que las máquinas los privaban de sus empleos, habían reaccionado de manera violenta destruyéndolas, dando origen al movimiento de los llamados ludditas, los que fueron ferozmente reprimidos por las autoridades gubernamentales, hoy nadie piensa en resistirse a la acción de las máquinas y a lo sumo miran con extrañeza, que a veces se traduce en admiración, los llamados procesos de robotización o mecanización, con la tendencia al uso de los cajeros automáticos en vez de los humanos, o de la compra y venta de boletos para los teatros y los cines, a través de las computadoras.
En Costa Rica, el doctor Francisco Antonio Pacheco, quien ocupó la cartera de educación hace unas décadas y ha tenido una larga carrera política y académica, hablaba de la necesidad de ajustar los programas de educación a un mundo en que los robots terminarían por reemplazar a los trabajadores, si bien como filósofo no mostró ninguna preocupación especial por hecho en sí mismo, aunque se pronuncia por mitigarlo, su artículo publicado en el diario La Nación de San José Costa Rica, del domingo 30 de abril de 2017, en la página 19 A, lo tituló EDUCACIÓN EN ÉPOCA DE ROBOTS, en el texto afirma que “La inteligencia artificial está a punto de generar un cataclismo en el panorama laboral, y esto exige cambios urgentes en el sistema educativo. Aquí seguimos preocupados por los choferes de Uber, cuando en realidad deberíamos preocuparnos por la desaparición, ya en curso, de todos los choferes”.
Para Pacheco una gran transformación se encuentra ya en vías de ejecución, de una manera tal que: “La comunicación en las redes lo penetra todo. Muchas de las decisiones van quedando progresivamente a cargo de las máquinas, es decir, de la inteligencia artificial, pues son más exactas y cualitativamente superiores a las que tomamos los seres humanos” afirmación esta última que no comparto, en modo alguno, no sólo por sus serias implicaciones de orden antropológico y axiológico, en lo que se refiere a los tan cacareados valores pero no los de la bolsa de Londres, Hong Kong o Wall Street, sino a los de orden ético o simplemente humano. Para el exministro y expresidente de la Asamblea Legislativa de Costa Rica “No sólo se trata de la cantidad de datos y de la velocidad de procesamiento, las ideas mismas son contrastadas y combinadas vertiginosamente para ofrecernos en minutos conclusiones a las que el cerebro humano no podría llegar en siglos…Las fábricas están quedando a cargo de los aparatos inteligentes (luego, los imbéciles o no inteligentes somos nosotros) y, de pronto, se ven desoladas, pues casi nadie circula por ellas. Su funcionamiento, su diseño mismo y el control de su eficacia van dejando de lado la participación directa de los seres humanos” esto estaría ocurriendo hasta en procesos mucho más simples, haciendo aparecer el fantasma de la desocupación masiva (¡además de la que ya tenemos! Pacheco dixit) a la que habría hacerle frente cambiando o mejorando las propuestas educativas para la generación presente, la que está en vísperas de incorporarse al mercado laboral, algo que me atrevo a afirmar que resulta ser una política educativa que está muy lejos de permitirnos enfrentar, de manera radical, las consecuencias de un fenómeno con esas características tan deshumanizantes, por lo que el tema vuelve a ser político, y seguirá dependiendo tanto de la concepción de ser humano, como de la de humanidad que sigamos manejando.
Resulta innegable que estos fenómenos, con diferentes escalas e implicaciones han estado siempre presentes, a lo largo de los dos siglos transcurridos desde que Mary Shelley publicó su moderno Prometeo o Frankenstein, en muchos casos la tecnología actúa como si el genio de la lámpara de los cuentos de Aladino se hubiera escapado de ella, volviéndose en contra de sus presuntos amos: los propios seres humanos.
Volver a la interminable, por esencial, discusión de las tesis sobre si es la economía la que debe estar al servicio de los seres humanos, y no estos últimos al de aquella, resulta ser un punto inevitable de partida dentro de un debate que debe abarcar también a todos los elementos relativos al proceso de la producción de bienes y servicios, sobre todo visto en términos estructurales y ateniéndonos a su naturaleza cambiante. Ya la mecanización de la agricultura en todas las fases del proceso productivo, ocurrida en las grandes llanuras de los EEUU y el Canadá, a partir de los 1930 y 40, con el nacimiento de la llamada agricultura farmer, donde una finca con sesenta peones comenzaba a ser manejada por dos o tres, como consecuencia de la mecanización de todo el proceso, había provocado un fuerte impacto en los órdenes de lo social, lo económico y lo humano. Esas economías nacionales y muchas otras del mundo laboral de las potencias económicas de aquella época, desplazaron esa mano de obra hacia el sector industrial y el de servicios, pues no se hablaba entonces de tecnologías inteligentes, lo que dicho como se acostumbra a hacerlo, en esta época, tanto en el medio empresarial como en el gigantesco aparato mediático de control social, cada vez más centrado en las imágenes en detrimento de la reflexión escrita y el pensamiento abstracto, los que aceleradamente pierden importancia dentro de la gran mayoría de la población, significa que entre nosotros y las máquinas hay una cualidad esencial que nos separa: ellas son poseedoras de inteligencia y nosotros carecemos de ese atributo, algo que resulta muy discutible, desde luego.
Desde los primeros tiempos de la Revolución Industrial Inglesa, la primera de ellas en la historia de humanidad, se prescindió del ser humano en beneficio de las máquinas y sus propietarios, de tal manera que se dejó morir de hambre a los tejedores domésticos, mientras que la producción fabril en serie se iba adueñando del mercado y de los medios de vida de esas gentes, a quienes se sacrificó y punto. No hay duda de que estamos ante uno de los desafíos más grandes de la llamada civilización contemporánea, con su ridícula, además de pretenciosa, y deshumanizante religión secular del progreso, la que ha sido hábilmente mezclada con los viejos discursos teológicos del cristianismo y de las otras religiones monoteístas. ¿podrá, alguna vez, la humanidad mirarse en el espejo y podremos mirarnos todos como seres humanos de verdad y no como meros engranajes de una gran maquinaria de destrucción, tal y como nos decía el escritor argentino Ernesto Sábato, allá en los primeros años de la década de los 1950?
(*)Sociólogo y catedrático de la Universidad Nacional de Costa Rica (UNA).
Enviado a SURCOS por el autor.
Suscríbase a SURCOS Digital: