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Etiqueta: resistencia cultural

El merengue típico como expresión de la resistencia cultural de un pueblo

Por Memo Acuña

Esta vez mi observación es completamente participante. Estoy, vivo, siento en mi cuerpo el sonido penetrante de un acordeón que acompaña el ritmo de un merengue típico. Es eso. Por eso es típico. Porque el acordeón lo vuelve así junto con la tambora, el güiro, el bajo y la conga.

Noe Zayas, poeta y gestor cultural dominicano me explica incluso la relación entre este ritmo y el ballenato colombiano. Entonces pienso en el alto valor cultural y social de los bailes en los cuerpos de sus pueblos.

En una columna anterior hablábamos de la resistencia cultural que representa el swing criollo para el costarricense.

Ahora me tocó observar y sentir en la piel esa historia. El merengue inscribe su origen en la segunda mitad del siglo XIX.

Pero el merengue criollo o “Apambichao” surge durante la ocupación estadounidense en la isla entre 1916 y 1924. Otra vez Noe me señala que en ese periodo el merengue se usaba como instrumento de denuncia y elevar la voz de los excluidos.

Pienso que sentir y luchar entonces son la misma cosa. Aún resuena el acordeón en mi pecho. Con ese sonido y la cadencia de las gentes dominicanas me quedo, me recargo.

Crónica – Resistir en las palabras

Por Memo Acuña. Sociólogo y escritor costarricense.

“Me tengo que ir, no sé exactamente si podré volver o si te podré tener conmigo de nuevo en algún momento, sé que no puedo explicarte de manera directa lo que está pasando y lo que vendrá a continuación, me gustaría poder quedarme o llevarte conmigo, no creo resistir, pero trataré de hacerlo para volver a verte, y de ahí nunca volver a separarnos nunca más”.

Al leer de nuevo este texto, creo firmemente en el poder transformador de la palabra. Habíamos empezado nuestro taller Pedagogía del yo migrante, con un poema del poeta chapaneco Balam Rodrigo, llamado oración del migrante. Con ojos cerrados y el oído atento, las personas participantes en ese dispositivo entraron por la piel, el sentido, a un tema que en Honduras tiene tremendas implicaciones subjetivas, familiares y sociales. El texto con que inicio esta crónica, de hecho, responde a una indicación directa como parte de una actividad incluida, sobre despedirse al tener que salir de forma forzada de un contexto de origen.

Mucha gente en Honduras lo hace, lo hacen cientos de personas todos los días.

El taller, que justamente empecé como ejercicio de escritura creativa en la ciudad de Comayagua en noviembre de 2018, dos semanas después que cientos de hondureños y hondureñas integraran los primeros colectivos que iniciaron una nueva etapa en las movilidades humanas centroamericanas, fue impartido en una nueva versión como posibilidad de vincular la poesía con los contextos sociales, nuestras realidades regionales.

A eso fui, fuimos a Honduras, a apalabrar y sacarlo todo afuera en el marco del Festival internacional de Literatura TeguSIcanta, realizado entre el 18 y el 22 de junio en Tegucigalpa. Como parte de este evento, me encuentro en el Instituto Técnico Luis Bogrand con la poeta dominicana Nathalie García, el cantautor guatemalteco Ramsés Girón y la pintora, dibujante y escritora hondureña Karen Romero. Cuando leo en estos contextos (escuelas y colegios) me gusta contar la historia de mi padre a través del libro “Al Fondo del Corazón” (Metáfora Editores, Guatemala, 2017).

Jugador de fútbol en Costa Rica durante los años 50 y 60, su momento histórico lo lleva invariablemente a relacionarse con el mítico guardameta soviético Lev Yashin quien junto con su selección pasó por San José rumbo al mundial de Chile de 1962. El 22 de mayo de 1962 mi padre, llamado en la jerga futbolística como “Tierra Acuña”, vio adelantado al guardameta y al defensa central y le colocó el balón a un costado. Mi padre cuenta que observó el balón entrar lentamente y luego lo que pasó después fue un salto al vacío. El viejo Estadio Nacional estalló en júbilo y su anotación quedó registrada en los libros contables de la memoria deportiva del país. De eso hice poesía, sigo haciendo poesía. Como esta:

XVII

Parte
un lienzo
blanco.

Orfebre,
Sabe dónde
poner la gubia
y su sudor.

Canta música de oído
y también goles.

Esa mañana en el Instituto leo ese y algunos textos. Al segundo o tercero me quiebro (me suele pasar cuando repaso ese libro) y de inmediato Nathalie, Karen (llamada cariñosamente Nicky) y Ramsés me sostienen, me abrazan, me acompañan. El valor de la poesía va más allá de nuestros libros (“los libros se venden, la poesía no”, dice nuestro querido Otoniel Guevara) e incluso las lecturas que nos colocan de cara a distintas audiencias. La poesía, que no es un acto deliberado sino todo lo contrario, es esto que ellos tres hicieron conmigo esa mañana: construir afectos que se vuelven pieles y abrazos permanentes, incluso a pesar del tiempo.

Llegar a Café Paradiso es devolverme 10 años en el tiempo. Esa noche hace diez años las queridas Venus y Karen, gestoras en aquel momento del proyecto editorial y cultural Ixchel, programaron una hermosa presentación de mi libro Amares y entre el público estaba el querido poeta Rigoberto Paredes y Anarela Vélez, Fabricio Estrada y tantos otros amigos y amigas en la poesía que en ese entonces resistían en una Honduras posterior al golpe de Estado del 2009. Ahora vuelvo “al Paradiso” con la fe intacta por mi palabra. Lee Arístides, lee Soledad, lee Armida, leo. Y me refugio en esa lectura en uno de los lugares más emblemáticos para la resistencia cultural de Centroamérica. Siempre les agradeceré a Venus y Karen su gesto de llevarme de la mano a conocer este lugar y quedar para siempre como parte de su historia.

Las palabras y lo que ellas dicen. Junto con Arístides Vega de Cuba, el poeta hondureño Edilberto Borjas y la querida Consuelo Tomás, de Panamá, llegamos a sentir el abrazo de los estudiantes del Centro Educativo República de Honduras. Bajo la organización amorosa de la querida Perla Rivera, poeta y educadora hondureña, esa tarde fuimos testigos de lo grande que es la palabra y lo que dice cuando uno o más niños y niñas se reúnen en su nombre. La verdad solo existe al interior de la poesía como territorio liberado. Vuelvo a leer el gol de mi padre y recuerdo cuánto arte puso Eduardo Galeano en el fútbol, tratando de disputárselo al valor comercial y de negocio adquirido en los últimos tiempos. Esta vez no me quiebro. Leo y me empodero como acto ritual y necesario de sacarlo todo afuera.

No puedo irme de esta crónica sin atestiguar la pulsión que produjo en mí los dos días de estancia en el Municipio de Cantarranas, ubicado a una hora de Tegucigalpa. Es que un Festival como al que asistimos no podría terminar en mejor lugar que este, donde todo es poesía: sus paredes, sus calles, su sentido.

Me quedo con la imagen que aún conservo: Marta (Argentina), Genoveva (República Dominicana) y yo fuimos comisionados para varias lecturas en la comunidad durante esos días. Aguardamos por los demás poetas para el cierre, al pie del Bulevar donde se levantan varias esculturas. De pronto divisamos a lo lejos un hermoso enjambre en caravana de niños y jóvenes en zancos, con colores, banderas de varios de nuestros países. Conforme se acercan empiezo a latir y darme cuenta de que el Festival va terminando. Luego la caminata, luego la música donde los poetas fuimos uno con el pueblo. Luego la sopa, luego la lluvia, el bosque, el silencio feliz.

La resistencia a través de la poesía es quizá uno de los principales actos políticos en una región como la nuestra. Se disputa al dolor, a la violencia, a la desigualdad, a la pobreza, a la fragmentación social, territorial y cultural. A todo ello se hace frente con “la palabra amor colgada del fusil” como dice el poeta venezolano Rafael Cadenas. Durante esos días de junte y abrazo, giró entre nosotros una broma sobre la poesía secreta, a propósito de un episodio migratorio vivido por la querida poeta colombiana Yirama Castaño. Lo paradójico de esto es que si hubo algo público, ancho y amplio durante aquellos días fue la palabra y su maravilloso don de crear, transformar y decir.

Regreso lentamente a una cotidianidad que me mira de otra forma. Otros colores, otras narrativas. Pero con nuevos abrazos, nueva música, nuevas pieles en mi vida. Luego de este festival seguramente varias cosas adquirirán significados distintos, para seguir creciendo en mi trabajo literario, que es el que en estos momentos me da el alimento para el alma que requiero.

Por eso, la necesaria resistencia viene de adentro y luego se convierte en lienzo para tejer con todos y todas una posibilidad de construirnos y recrearnos.

Hacia eso vamos.

Realidad indígena de Guatuso: Resistencia cultural y derechos humanos

En el artículo titulado “Realidad indígena de Guatuso: Resistencia cultural y derechos humanos”, del académico Trino Barrantes Araya, se ofrecen algunos rasgos que sirven para enriquecer el debate acerca del proceso de occidentalización que viven hoy los malekus. 

Aunque históricamente los pueblos originarios de América han resistido por más de 500 años, la sistemática violación a sus derechos humanos se convierte en una norma del mundo occidental. Por eso, parte del objetivo de esta investigación es conocer en términos concretos cuáles son esos derechos fundamentales que enfrentan los palenques del Sol, Margarita y Tonjibe. Por eso, un primer paso de esta gran tarea es conocerla más a fondo, involucrarnos en el «ser» -problema ontológico-, hacer, pensar, sentir y hablar de nuestro pueblo. Por esta razón, se aborda un primer nivel teórico-metodológico y se toma como referente empírico a los «indios» Malekus, ya que constituyen una de las etnias más afectadas por la occidentalización de su cultura.

El autor señala los factores, muchas veces xenófobos, con los que la cultura occidental señala a los pueblos originarios. Por ejemplo, llamarles ignorantes, vagos, primitivos, salvajes, mientras que lo español y lo europeo, suponía educación, civilización y desarrollo, con el fin de entender la realidad que viven esta población aún en la actualidad.

Se le invita a leer el análisis completo en el siguiente PDF:

 

Imagen ilustrativa.