Skip to main content

Etiqueta: siglo XX

Intimismo en los siglos XX y XXI

Alberto Salom Echeverría

(Segunda parte)

II. Contexto social y político del siglo XX. 2.Intimismo en la literatura de los siglos XX y XXI.

Hoy desarrollo la segunda parte del episodio que inicié la semana pasada. Incursionaremos juntos en el fabuloso y a la misma vez tormentoso siglo XX y, como corolario el desafiante siglo XXI. Desde luego, aunque el tiempo es un continuo, tal como lo vivimos nosotros, aclaro que no he querido sugerir que el siglo XXI sea una simple concatenación del anterior. No lo veo de esta manera. Entre ambas centurias, la pasada y la que estamos comenzando a recorrer, la tercera década, hay importantes rupturas en todos los órdenes de la vida: en lo social y económico, en lo político y hasta en lo cultural.

1. Contexto histórico social y político.

Todo parecía indicar, gracias al desarrollo científico-tecnológico que ya se venía produciendo a lo largo de la centuria anterior, que el nuevo siglo advenía plagado de progreso social y económico y que ello conduciría irrevocablemente a una convivencia más civilizada en el mundo. Quizás fruto de esa presunción se le llamó al siglo XX: “el siglo del vanguardismo”. Progreso tecnológico y científico, económico y social, sí se produjo y cada vez con mayor intensidad a lo largo de los cien años, pero, concentrado ese progreso impresionante en el mundo desarrollado.

Las brechas sociales, económicas y culturales que ya se habían abierto desde el siglo anterior al interior de las naciones europeas y, entre estas y el mundo subdesarrollado (sarcásticamente llamados “países en desarrollo”), creció exorbitantemente, valga decir como nunca, a lo largo del siglo XX y más todavía en las dos décadas que llevamos del siglo XXI.

En lugar de la paz preconizada por algunos teóricos de los primeros años de la centuria pasada, sobrevino la primera guerra mundial (1914-1919) y, en muy breve lapso la segunda guerra, más furibunda que la primera y arrojando un número de muertos mucho mayor, merced al auge del nazi fascismo en Europa, principalmente en Alemania e Italia y, aunado a ello, el portentoso desarrollo de la tecnología militar y la invención de armas de muy largo alcance y poder destructivo, hasta llegar a la fatídica producción de la “bomba atómica”; dos de cuyos artefactos, los Estados Unidos hicieron estallar en las ciudades de “Hiroshima” y “Nagasaki”, cuando ya la guerra expiraba y muchos estiman que tal acto de crueldad indecible que acarreó tantas muertes inocentes era por completo innecesario. “A las 8:14 era un día soleado, a las 8:15 era un infierno”, describe un documental del canal Discovery, autoría de Kathleen Sullivan, directora de Hibakusha Stories, una organización que recopila testimonios de sobrevivientes de las bombas. Se ha calculado que el número de muertos de la segunda guerra fue de 55 millones; algunos historiadores piensan que el dato está subestimado.

Por otra parte, el fenómeno del neocolonialismo en el mundo propiciado por las antiguas potencias coloniales se desenfrenaba como una tormenta por todo el orbe; esta vez, sin que quedara ningún rincón subdesarrollado de la tierra sin ser estremecido y hasta arrasado, de una u otra forma por las garras devastadoras del imperialismo capitalista. Las dos guerras mundiales fueron además, reflejo fiel de los enfrentamientos entre las potencias occidentales, acicateadas esta vez por una nueva forma de capital, el capital financiero o imperialista que, para reproducirse plenamente, requería imperiosa e incesantemente explotar nuevos mercados. De hecho, estas contradicciones brutales entre las potencias, incluido ahora por supuesto, Los Estados Unidos, fueron el verdadero trasfondo de ambas guerras mundiales del siglo XX: la lucha descarnada por repartirse los mercados en todos los continentes.

El principal corolario de la primera guerra lo fue sin duda, la “Revolución Socialista” acaecida en Rusia en octubre de 1917, de acuerdo con el viejo calendario o, “Revolución de noviembre” según el calendario antiguo. Quien quiera enterarse cómo fueron aquellos días, le invito a leer la obra del estadounidense John Reed, “Diez días que estremecieron el mundo”. Por más que la joven revolución se vio acorralada por las potencias occidentales para destruirla, no sucumbió. Surge así uno de los acontecimientos más significativos del siglo XX, que marcó durante muchos años a los movimientos populares en todo el mundo, y creó una alternativa frente al modo capitalista de producción. A su vez, como resultado de la segunda Guerra Mundial, tras la derrota del nazi-fascismo, se conformó el bloque de países socialistas, fuertemente influidos por la Unión Soviética. A partir de este momento, o sea después de la segunda posguerra, el mundo se polarizó en dos bloques contrapuestos, iniciándose un período muy desgastante para toda la humanidad que es conocido con el nombre de “Guerra fría”. Se creó una bipolaridad, que prácticamente no dio lugar a términos medios; excepción hecha de los llamados países no alineados, muchos de los cuales, sin embargo, estaban muy cerca o algunos pertenecían de facto a uno de los dos bloques en pugna. A partir de ese momento se inicia una desgastante y amenazante carrera armamentista que, llevó a la invención de las más sofisticadas y mortíferas armas convencionales y nucleares. Sin embargo, las guerras fueron crueles e inhumanas como siempre, localizadas, donde una diabólica geopolítica fue la dinámica que movía los hilos de esa trama entre las dos potencias del momento: Los Estados Unidos y La Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.

La bipolaridad terminó, cuando el “campo socialista europeo” en su conjunto, entró en una crisis sin remedio, a finales de la década de los ochenta, específicamente en 1989. Primero se produjeron movimientos de protesta en contra de los gobiernos establecidos, en Alemania, Hungría, Rumanía y Polonia. La Unión Soviética a cuya cabeza estaba el “reformista” Mijaíl Gorbachov decidió dejar que cada país se hiciera cargo de su destino, sin intervenir. Finalmente, la crisis estalló en la propia Unión Soviética, cuya integración colapsó por fin en diciembre de 1991, cuando se disolvieron las estructuras políticas federales y del gobierno central de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. De esta manera, repentina y sin que cundiera mayor violencia quedó disuelto el pacto entre las 15 Repúblicas que conformaban la URSS. Esta fue sustituida por la Comunidad de Estados Independientes (CEI). ¿La causa? El colapso de un modelo, el del “socialismo real”, que se había plagado, casi desde sus inicios, de autoritarismo y burocracia en la cúspide del poder. Más que saltos adelante para superar la explotación del capitalismo, sobrevinieron atropellados brincos que, nunca lograron promover el desarrollo de nuevas fuerzas productivas como se había supuesto que ocurriría. La carrera armamentista, en la que se vio irremediablemente atrapada, sobre todo la URSS, acicateada por la competencia con el capitalismo depredador, fue un constante freno ya que, obligó a consumir ingentes recursos en una economía de guerra. Por añadidura, lo que hubo desde la óptica del desarrollo, fue una industria ayuna de innovación como palanca constante, lo que afectó la renovación tecnológica. El modelo, pese a sus grandes conquistas en lo social, en la educación y la salud, terminó sucumbiendo en la competencia.

A finales del siglo XX, desde la desintegración de la URSS, el mundo vuelve a experimentar un cambio abrupto, de la bipolaridad se pasó a la unipolaridad de una potencia militar y económica de un poder incontrastable: Los Estados Unidos. Francis Fukuyama se atrevió a proclamar, con audacia, “el fin de la Historia y el último hombre” (“The End of History and the Last Man”). Fukuyama se imaginó “utópicamente” el fin de la lucha ideológica y a la vez el triunfo del liberalismo y de la democracia hija del liberalismo “dieciochesco” y, al mismo tiempo postuló el fin de la guerra fría. Pensó que el mundo discurriría sin guerras, ni revoluciones sangrientas, y que los seres humanos en adelante se abocarían exclusivamente a trabajar en un mundo idílico; un mundo de evolución constante, sin que el fin de los días pillara a los seres humanos en algún frente de guerra. Supuso un mundo estable y sin mayores sobresaltos.

Nada más lejos de la verdad. Aquellos vaticinios no fueron más que una nueva ideología, la del “pensamiento único” pregonando el “fin de las ideologías”. El mundo de fines del siglo XX y principios de esta centuria del XXI, devino integralmente desigual, tanto al interior de cada país como entre las naciones desarrolladas y las subdesarrolladas.

Desigualdad inconmensurable por todas partes, pobreza irredenta que envilece frente a riqueza opulenta; segmentación por todas partes, discriminación étnica, de género y violencia e intolerancia por doquier, aun en las naciones ricas de la tierra. Por añadidura, hemos heredado del industrialismo, de la producción a base de hidrocarburos contaminantes, el más descomunal de los desafíos que hemos enfrentado como humanidad, el del calentamiento global y el cambio climático que, de continuar su curso, por lo pronto desenfrenado, amenaza la vida toda sobre el Planeta, el único que habitamos.

2. La literatura intimista en los siglos XX y XXI.

El cientificismo, el racionalismo, portadores de un enaltecimiento del pensamiento, de la razón sobre el sentimiento y las emociones, cuyas raíces se hunden en los siglos XVI y muy especialmente en el XVII, son movimientos que, en la literatura, el arte y la ciencia cobraron nuevo ímpetu en los siglos XVIII y, sobre todo XIX. Poco después cobra vigencia en el siglo XX. El “hombre racional”, escrito así con género masculino, porque las condiciones materiales y sociales de la existencia discriminaron a la mujer, se empoderó en la medida en que se desarrolló la ciencia y la tecnología. Parecía que este “ser racional” opacaría por completo la expresión de los sentimientos y las emociones más íntimas, las cuales se creía habrían quedado relegadas al hogar y acaso a las conversaciones mundanas “pasajeras”. A mediados del siglo XIX, el movimiento literario del romanticismo mostraba señales de agotamiento, viéndose sobrepasado, ya que la cultura burguesa había impuestos sus pautas a la sociedad europea. Surge el realismo imponiéndose y aspirando a hacer sucumbir el romanticismo.

No fue así; no del todo. Primeramente, todavía en el siglo XIX, explica un autor: “…la Revolución Industrial había generado el proletariado urbano; el positivismo aparecía como la doctrina filosófica del progreso, los avances científicos y las transformaciones sociales; los escritores comenzaban a producir sus obras con una nueva estética: el Realismo. El realismo literario comenzó en Francia con las novelas de Gustave Flaubert. Surgió como reacción frente al romanticismo, suponiendo el fin de la actitud subjetiva y evasora de los románticos ante su entorno…” (Cfr. https://treseles.wordpress.com/2008/09/25/movimientos-literarios-del-siglo-xix-y-xx/).

Frente al romanticismo se fueron sucediendo una serie de movimientos artísticos y literarios, acompañados por los documentos científicos, que reaccionaron con fuerza frente al romanticismo subjetivista. Así, vino el realismo, el naturalismo, cuyos personajes inspirados en la mujer y el hombre común, pero dibujados en sus grandezas o en sus miserias, derivadas de su falta de oportunidad en la vida, tuvieron un destino frente al que, generalmente sucumbían; por lo que los relatos literarios acudían a estratagemas para sublimarlos y presentarlos como pícaros que con frecuencia empleaban el engaño como para evadirse de la realidad cruel y dolorosa.

En Sudamérica, el realismo y su variante naturalista son corrientes que profundizan el análisis de los problemas étnicos y sociales por medio de sus personajes; en la Argentina en particular, esto ocurre alrededor de 1880, en consonancia con las corrientes de inmigrantes europeas y el asentamiento del modelo agroexportador. (Cfr. Ibidem).

A lo largo del siglo XX se fueron sucediendo un sinfín de movimientos y tendencias culturales ora impregnadas de las ideas racionalistas, ora en reacción a ellas.

El romanticismo en cambio, desde sus orígenes fue, paradójicamente (contrario a lo que con frecuencia se supone), tanto en Europa como en Hispanoamérica, un movimiento artístico y literario que capturó a muchos intelectuales y artistas incluso en pleno siglo XX y hasta en el XXI, bajo la idea de que, “la razón no es suficiente para dar cuenta de la dura realidad”. Por eso, entre otras cosas se opuso a los principios de la Ilustración, ya que, como afirmó Kant: el único conocimiento seguro del hombre es el que procede de la ciencia, por ser el que asegura “la objetividad”. Para el racionalismo, lo que no fuera razón (los sentidos, los sentimientos, la imaginación) resultaba perturbador y fuente de error. Y es esa parte del ser humano antes despreciada y peligrosa la que reivindican los románticos. Los románticos restringen el poder de la razón al afirmar que el ser humano puede conocer muy poco y ese poco es irrelevante. Es por eso por lo que perdura el “intimismo” en la poesía, en lo novelesco, en la dramaturgia, en el arte y la estética en general y muy especialmente en la música.

Deseo terminar con una cita textual que, me ha parecido que sintetiza algunas de las características vitales del “Intimismo y el Romanticismo”. “El Romanticismo exalta, en fin, esa parte enorme de la realidad que queda fuera del conocimiento objetivo y es esencial para nosotros, antes no explorada y temida, podríamos decir vigilada, en la educación. En la Edad Media, niños y mujeres se consideraban inferiores por su relación con la naturaleza y su capacidad sentimental; su reivindicación surge en el s. XVIII, crece con el Romanticismo y perdura hasta hoy.

Si la razón se representa como la luz, al romántico le interesa la noche, con lo que implica de sueño e imaginación, y precisamente la noche se convierte cada vez más en territorio de lo artístico. El romántico adora, en esa misma línea, los elementos salvajes de la naturaleza (el circo o el zoo se crearon en el s. XVIII) y exalta su vertiente irreductible […] Dicho de otro modo, lo extravagante y fuera de norma es una obligación para el artista romántico (quizá también para el contemporáneo).” (Cfr. https://masdearte.com/especiales/el-romanticismo-por-que-la-primera-vanguardia-fue-sentimental/)

 

Compartido con SURCOS por el autor.

Unos recuerdos y algunas reflexiones al cabo de setenta años

Rogelio Cedeño Castro*

Dedicado con todo mi amor a mi esposa, Lilliana Chaves Hidalgo, compañera cabal en esta etapa de mi existencia

 

El tiempo de vida de un ser humano en nuestras sociedades contemporáneas ha sido analizado, de muchas maneras y con una frecuencia más que sorprendente, dado los innumerables cambios en los ritmos y formas de afrontar la existencia, por parte de las gentes, dentro de lo que han sido una serie de eventos acaecidos en el campo de la investigación científica y sus aplicaciones técnicas, pero también dentro de las formas y jerarquías que asume la organización social de los seres humanos, todo en ello visto en términos de algunas series de planos o escenarios que se desplazan desde la vida cotidiana, en sus más ínfimos detalles, hasta la complejidad de la vida familiar y el sentido que asume la familia con sus jerarquías, dentro de los términos de la vida social tan cambiante como la de nuestro tiempo. No deja de ser fascinante hablar en estos tiempos de una sucesión de grandes transformaciones que se han producido, a lo largo del último siglo transcurrido desde la primera mitad del siglo XX hasta nuestros días, cuando nos encontramos ya en la segunda década del siglo XXI, dada la gran cantidad de inventos mecánicos que dejaron de ser increíbles para el hombre de la calle, desde hace ya mucho tiempo y por la casi innumerable sucesión de estilos de vida a que dieron lugar, conforme fueron transcurriendo los años y las décadas que llegaron a totalizar un siglo, a partir del nacimiento de la aviación y de la radiodifusión, allá en los lejanos 1920 para el caso de esta última, por sólo mencionar dos componentes de ese tramado de invenciones técnicas, a las que los seres humanos se han venido adaptando, con el paso del tiempo y a pesar de su significado más perdurable, sobre todo en los ritmos y percepciones de la vida cotidiana, sin que por ello hallamos dejado de ser los integrantes de una singular especie planetaria, con todas sus virtudes y limitaciones de toda clase, especialmente aquellas que se refieren a nuestros instintos violentos y destructores y que nos han conducido por los turbios caminos de la guerra, además de los odios egoístas y xenófobos que nos impiden ser solidarios con nuestros semejantes, en innumerables oportunidades. De aquella vida breve, y llena de infinitas limitaciones a las que estaban acostumbrados los seres humanos, desde tiempos inmemoriales, hemos pasado a una más intensa y acelerada, aunque llena de muchas comodidades que jamás hubieran imaginado nuestros antepasados, sin que por ello hayamos podido todavía superar ese apego a la violencia y a la destrucción de aquellos que deberían haber sido nuestros pares o semejantes, unos fantasmas o equívocos conductuales que tanto inquietaron al sabio vienés Sigmund Freud(1858-1939), durante los años de la Primera Guerra Mundial y en los que precedieron a la segunda, cuando el mismo se vio perseguido y desterrado por la violencia y la intolerancia de los nazifascistas, quienes se encargaron de sembrar el odio y la muerte en los campos de la vieja Europa.

La llegada de mis 70 años como un mero dato personal, este martes 24 de mayo de 2016, me lleva a compartir algunas reflexiones con mis pacientes lectores como son las de los párrafos anteriores, pero también otras que son propias de nuestra historia personal(story). No es que ese considerable número de años vividos me haya tornado en alguien más sabio o inteligente, pero al menos me ha conducido, en ciertos momentos, a detenerme y observar un poco un entorno donde la banalidad del mal y la estupidez colectiva parecen ir de la mano, sin que por ello hallamos abandonado la expectativa de reflexionar, aunque sea durante algunos instantes, acerca del sentido de nuestra existencia y del mero vivir, yendo más allá del tema de la duración de la vida, para detenernos un poco sobre la calidad que debe o debería tener, aparte de lo que pueda significar en su sentido más profundo, de tal manera que vivamos de verdad y no nos consagremos a vegetar, como decía Óscar Wilde, para que la vida sea digna de ser vivida, sobre todo por el gran milagro que significa en sí misma.

Soy uno más de los de aquella generación, hoy conocida como la del Baby Boom, formada por gentes que nacimos durante los años inmediatamente posteriores a la Segunda Guerra Mundial, habiendo sido en mi caso el ahora lejano año de 1946, cuando me correspondió nacer en la ciudad capital de Costa Rica, de donde me llevaron a la imprecisa confluencia de fronteras agrícolas, ecológicas o territoriales entre los estados nación de Costa Rica y Panamá, cuya existencia parece insignificante al lado de los gigantescos bosques que habían allí o de los pueblos originarios, llegados a estas comarcas hace miles de años. Después regresé o me regresaron a la vida urbana de la ciudad capital y luchó mi madre, la enfermera Rosa Cedeño Castro(1926-2008), una mujer intelectual y valiente luchadora social que se adelantó a su tiempo, durante un período de varias décadas, para tratar de convertirme en un buen citoyen, algo así como un pacífico citadino adaptado y capaz de sobrevivir, en medio de las asechanzas de la selva urbana, cosa o propósito en la que jamás tuvo éxito, al no poder apagar o eliminar al rebelde y soñador algo montañés que siguió viviendo en mi interior, a pesar del paso del tiempo y el abandono de los vínculos con la vida rural. En lo que sí tuvo éxito, junto con mi madrina dentro de las tradiciones locales, la inolvidable Virginia Matamoros Córdoba, fallecida hace pocos años en la ciudad estadounidense de Buffalo, en el estado de Nueva York, próxima la frontera con el Canadá, fue en convertirme en un ávido lector de cuanto libro o revista llegara hasta mis manos, cosa que me sucede hasta la fecha.

En mis relaciones con las gentes y usos de la selva urbana en la que me fui metiendo, con el paso de los años, choqué con la institucionalidad escolar (en la aborrecida escuela, sobre mi calva infantil, vosotras moscas voraces me evocáis todas los cosas, decía el poeta español Antonio Machado, de grata memoria).Mis tempranas inquietudes políticas, no exentas de un mesianismo revolucionario del que no estaba enteramente consciente, me llevaron a defender en mis escritos a la naciente revolución cubana dentro de un medio que ya le era hostil, en un país de suyo conservador como el en que yo nací. De ese choque con el medio surgió mi expulsión del Liceo de Costa Rica, una vieja y apreciada institución educativa surgida de la época dorada del liberalismo decimonónico, pero que para los años sesenta del siglo XX hacia sus primeros intentos de jugar al macartismo anticomunista de la guerra fría, de los cuáles yo fui una de las primeras víctimas, quizás por alguna dosis de ingenuidad o falta de malicia en mi proceder. Hoy pienso que la institución falló, de manera lamentable conmigo y si me expulsaron por agitador comunista, yo pediría tachar la palabra y poner allí la de anarquista o libertario con las que me siento más cómodo, más cercano a mi espíritu y a la esencia de mi ser, mi rebeldía de siempre y mi gran amor por la libertad. Los que no fallaron nunca, por gracia de la diosa fortuna, fueron mis maestros, a muchos de los cuáles recuerdo con cariño, dada su gran humanidad y la calidad de su trabajo académico, entre ellos acuden a mi memoria los nombres de Asdrúbal Quesada fallecido recientemente, Ricardo Brenes Protti, Abdulio Cordero nuestro extraordinario profesor de castellano y literatura, un hombre inquieto con el que volví a encontrarme por los caminos de la vida, Rafael Ángel Llubere, un veterano de la guerra civil española, del bando republicano por supuesto, jamás de los fachas cabrones y nuestro querido amigo, Fabián Dobles Rodríguez(1918-1997) el más exquisito de nuestros novelistas y en aquella coyuntura nuestro profesor de inglés, aunque pudo haberlo sido de castellano, dado su excepcional conocimiento de nuestra amada lengua, además de la inglesa y la francesa. También él fue una víctima de la persecución maccartista de entonces. No puedo recordar los nombres de dos profesores de música, con quienes tengo una extraordinaria deuda, uno un poco ya mayor y el otro que se encontraba iniciando su carrera. A ellos les debo, en gran medida, mi inicio en el gusto por la música selecta del género clásico, fue allí donde oí hablar por primera vez de la forma sonata en las obras del maestro Ludwig Van Beethoven, pido excusas a quienes no mencioné y digo que también guardo un gran afecto hacia ellos. De este apartado, sólo puedo decir, parafraseando a los anarquistas españoles: paz a los hombres, guerra a las instituciones.

De mis años en Chile, al inicio de la década de los setenta, que forman ya parte de mi corazón, además de una memoria de los intensos tiempos de lucha por la justicia social revolucionaria que allí viví y de los largos años vividos con mi primera esposa tanto en aquel país como aquí, la escritora y filóloga Luz María de la Cruz Redon(1946-2008), nacida en Santiago de Chile, un recuerdo cariñoso y una flor para ella en memoria de todo lo vivido, además del inmenso amor hacia los dos hijos que me dejó: Ximena y Rolando, además de mi nieta Sofía, alegría e ilusión de mi vida en estos setenta años que cumplo.

De mi larga vida como profesor universitario y de mis pretensiones de sociólogo o sociólogo filósofo como me dice sonriente mi amigo, el teólogo y filósofo católico Miguel Picado Gatgens, con cuya amistad me honro, sólo quiero destacar mi gratitud hacia los innumerables compañeros que me ayudaron en ese tramo de mi vida laboral y académica, además de las sucesivas generaciones de estudiantes que sufrieron mis interminables discursos, hasta con paciencia además de gratitud, y en cuanto a la memoria lejana de mis primeros intentos de ser periodista radiofónico, hace ya más de cincuenta años, por ahora sólo quiero expresar un recuerdo afectuoso al periodista y escritor alajuelense Guillermo Villegas Hoffmeister (1932-2010), gran compañero y amigo inolvidable para el muchacho inexperto y hasta ingenuo que era yo, como también de la voz literaria que sigo buscando en mi interior y que estoy seguro que estaba allí, sólo había que dejarla salir.

* Sociólogo y escritor.

 

Enviado a SURCOS Digital por el autor.

Suscríbase a SURCOS Digital:

https://surcosdigital.com/suscribirse/