Ahorros que se pagan con tragedias

Luis Paulino Vargas Solís
Economista / Investigador CICDE-UNED

Innumerables veces he tratado de explicar, por qué el abordaje del problema fiscal desde una propuesta de austeridad y recorte, es un grave error. Ello genera deudas incomparablemente mayores que las deudas que se trataba de saldar. Y, pasados los años, las facturas nos llegan, con intereses muchísimo más altos.

Yo sé que eso desafía el “sentido común doméstico” -o sea: la idea de que las finanzas públicas deberían manejarse como las finanzas hogareñas- como también comprendo que siempre se preguntará: ¿y de dónde saldrá el dinero? La primera objeción es simplemente errónea, y la segunda tiene respuestas viables, la cuales, sin embargo, ha sido deliberadamente ignoradas.

Discúlpenme si omito referirme de momento a esas cuestiones. Lo que aquí quiero resaltar es otra cosa: las dolorosísimas tragedias que, como en avalancha, se nos vinieron entre viernes y sábado (y que ya se habían anunciado en numerosos episodios previos), son, seguramente, el resultado de diversos factores adversos, pero, en particular, son manifestación de una cosa: los “ahorros” hechos en el pasado -bajo la guía del “sentido común doméstico”- los estamos pagando ahora, a un precio muchísimo más alto.

Invariablemente son hogares pobres o de bajos ingresos, los que han resultado afectados. Ahí se ponen de manifiesto no solo las limitaciones impuestas a las políticas de atención a la pobreza, pero, sobre todo, y mucho más importante, la renuncia a políticas de desarrollo que garanticen empleos de calidad para toda la población.

Se visibilizan, también, las grandes falencias en materia de planificación urbana y uso de los suelos, las insuficiencias en materia de políticas de vivienda y urbanismo, pero, asimismo, las fatales omisiones en cuanto a inversión pública que garantice que las cuencas hidrográficas, no solo se mantengan limpias y llenas de vida, sino que asimismo dejen de representar un peligro para la población.

La tragedia de ayer en Cambronero es dolorosísimo testimonio de lo que ha significado “ahorrar” en infraestructura vial. Tan terrible acontecimiento jamás debió darse. Y si se ha dado, es porque por años de años se dejó de invertir lo necesario para darle cuido y mantenimiento a la carretera. Pero, por favor, tengamos presente: una desgracia similar puede darse en cualquier momento en muchas otras carreteras, inclusive la 27, que está en menos de una transnacional que, literalmente, nos saca la sangre todos los días (es inconcebible que, en medio de tanto dolor, la concesionaria se negase a abrir los peajes).

Los “ahorros” del pasado nos resultan hoy infinitamente más caros. Los “ahorros” que hoy, tercamente, se insiste en hacer, pasarán onerísimas facturas al cabo de unos años.