Improvisación en la Cancillería

Por Marlín Oscar Ávila

Los costarricenses debemos preguntarnos, hacia dónde queremos dirigir nuestras relaciones internacionales. Si no tenemos esta definición será inevitable que cualquier fuerza internacional la defina por nosotros. El mundo actual se está moviendo a velocidad luz, comparado a veinte años atrás, cuando el panorama cambiaba a menos que la velocidad del sonido.

Para nadie debe ser extraño que tengamos rencillas con los hermanos nicaragüenses, eso es histórico en nuestra familia centroamericana. Lo que no es tan común es tener riñas con hermanos que viven muy al sur de nuestro territorio. Y, si nos descuidamos nos van a endosar enemistades con otros países, incluso africanos y asiáticos, dependiendo a quién declaran enemigos en Washington, más aún si el nuevo posible enemigo tiene abundancia de riquezas. No se nos ocurre que se van a violentar nuestras relaciones diplomáticas con Haití, Nueva Guinea o Santa Lucía o la también empobrecida Honduras.

Con el pleito gratuito que ahora se tiene con el gobierno de Venezuela, para nadie con «cinco dedos de frente», como decían nuestros abuelos, es algo originado por nuestras relaciones históricas con esa nación. Desde que aprendimos a respetar la soberanía ajena, nuestra nación ha mantenido relaciones fluidas con todos los países del orbe mundial. Incluso, nos acomodamos de tal manera que llegamos a ser vistos con una cultura abierta hacia otras muchas culturas, muy diferentes en su desarrollo socio político y económico, hasta en sus marcos ideológicos. Desde luego, eso nos llevó a tener un mejor panorama de nuestro propio desarrollo.

Sin embargo, esto ha venido distorsionándose velozmente con las influencias del nuevo gobierno en Washington. Siempre hemos tenido la influencia de los gobiernos estadounidenses, pero los anteriores nos vieron como una sociedad importante en los manejos culturales y de nuestra política enmarcada en la «democracia occidental», por lo cual, había que cuidar de no alterar los caminos trazados por nuestro pueblo. Sabían que «una buena proporción de ticos pensamos como gringos».

Como bien sabemos, el actual gobierno de Donald Trump, no tiene ningún tipo de consideración para sociedades como la nuestra. Para él el mundo se divide en dos: los que le siguen sus mandatos y ocurrencias xenofóbicas, para llegar a construir el tercer imperio neofascista, acumular riquezas y, los que no le siguen. Así que obliga a cualquier nación a que se defina sí se une a sus ambiciones imperiales y se somete a sus dictados o se convierte en su enemigo. Para este ignorante e inculto comerciante de las mayores riquezas del mundo, solamente logra diferenciar que existe la relación con un príncipe heredero en Arabia Saudita, a quien trata como si fuese un demócrata, respetuoso de los derechos humanos, haciendo caso omiso de sus crímenes cotidianos y, a un gobernante en un país inmensamente rico en minerales, como Venezuela, que no obedece sus mandatos, por lo tanto hay que destruirlo.

Coloquemos el perfil de nuestro presidente Carlos Alvarado al lado del de Donald Trump. La calidad humana del nuestro, supera con creses al estadounidense. No obstante, el de Washington está definiendo nuestras políticas actualmente. A ese neo nazi que no elegimos.

Veamos alguna de las trampas a que nos podremos meter sin tener definida nuestra política exterior.

Oficialmente «hemos aceptado» al tal Guido como gobernante de Venezuela. Nombrado «Presidente encargado» seleccionado por Donald Trump. Consecuentemente, «hemos» dado 60 días a la misión diplomática del gobierno elegido democráticamente, para desalojar su embajada en Los Yoses, San José. Ese plazo seguramente vino de Washington, donde se ha cronometrado la toma de poder en Caracas. Nuestros gobernantes no saben si eso será así. No tenemos el expertís militar en producir golpes de estado, menos en el extranjero.

Pero el riesgo es, si no le resultan bien los cálculos y la masacre programada por el Pentágono, ¿adónde quedaremos los ticos? La vergüenza internacional que se nos viene.

Ahora resulta que el gobierno del vecino Nicaragua «tiene los días contados» por decisión de «la santa inquisición» del Pentágono. ¿Será que también nuestro presidente (no nosotros, la ciudadanía) va a verse obligado a romper relaciones con nuestros hermanos nicaragüenses?

Pareciera que nuestro gobierno no solamente improvisa, sino que solamente obedece. Nuestro nuevo Canciller tampoco nos impresiona. Pareciera estar esperando que Washington le dicte las pautas a seguir, como se las pudo haber dictado en el CIDH.

Así que estamos muy mal en nuestra política exterior, desde el comienzo del «gobierno de la unidad» con posible graves consecuencias para nuestro pueblo costarricense.

Nuestro gobierno debe saber diferenciar el tratar asuntos internos con los externos. Estos últimos son muy delicados, al grado que pueden afectar nuestro futuro como nación.

 

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