Alberto Salom Echeverría
Un día de estos discurría en mi vehículo muy contento manejando hacia la barbería a quitarme todo “el mechero”, incluida la barba desde luego, para que mi amigo el barbero tuviera algo que cortar.
Andaba alegre, como casi siempre. Esta vez, con mayor razón porque tengo una noviecita, una mujer buenísima; no piensa en muchas cosas como yo, aunque sí compartimos muchos valores de los buenos; el sentimiento de solidaridad hacia los demás, anexo a ello el desprendimiento respecto de lo material, la preocupación por la Naturaleza que la hemos enfermado los seres humanos merced a la producción letal de combustibles fósiles de efecto invernadero, la preocupación por un mundo más humano, etcétera.
El asunto de hoy radica en que, a medio camino entre mi casa y la barbería, recibí una llamada y desoyendo consejos de no hablar por teléfono cuando uno está al volante, disminuí la velocidad considerablemente y atendí la llamada. Era uno de esos telefonemas impertinentes de un anónimo que me dijo: “Aló, ¿hablo con don Alberto Charlon Echeverría? Me preguntó el interlocutor. Les cuento que yo ya me los conozco, los tengo bien pintados, desde que comienzan a hablar al inicio en un tono muy formal y, si se equivocan al pronunciar sobre todo mi primer apellido (lo que resulta frecuente, por lo polos que son), los descifro más rápido y fácilmente.
A mí me complace por mi carácter vacilarlos un rato (advierto que recomiendan no hacerlo), entonces le dije: “No señor, no soy esa persona, probablemente se equivocó de número”. El tipo de inmediato hizo una pausa y repitió mi nombre y apellidos despaciosamente. Esta vez los pronunció correctamente, aunque trastabilló un poco de nuevo en el patronímico Salom. Me sirvió para ver una vez más que lo tienen a uno bien estudiado, pues me sacó todo el “pedigrí”. Yo lo saludé cortésmente, pero hice unas inflexiones en la voz como dejando ver cierto hastío, o más bien una “agüevasón” para ser franco: “siiií, queeé se le ofrece.”
A partir de ese momento, el sujeto seguramente advirtió que algo no andaba muy bien en mi ánimo, porque se precipitó el hombrecillo, mostrando él también un cambio en su ánimo y cambió su tono “educadito” del inicio a otro más seco y directo, casi como de burócrata que quisiera concluir la tarea rápidamente. Pues sí, apretó el acelerador y “en un dos por tres” y me dijo que era de la muni de Coronado, y que una finquita que yo tengo ahí la habían pasado a cobro judicial; me agregó en un tono aún más imperativo que se me había comunicado a mi correo electrónico desde el 8 de enero. Me dijo mi correo y lo expresó correctamente. Yo obviamente no se lo corroboré. El tipo, siempre “a gas pegado”, repite una vez más mi nombre y apellidos, como esperando ahora que yo le corroborase lo que él iba puntualizando; supongo que quería llevarme hasta tocar el tema crucial para él de la tarjeta del banco, para obtener el número de esta, y así cumplimentar sus fechores designios.
A estas alturas del “partido” yo lo interrumpí, ya dando signos de impaciencia, porque me acercaba a la barbería y, la verdad, además, porque venía escuchando por “Spotify” a “Paquita la del barrio”, que cantaba la cancioncita más popular suya conocida como “Rata de dos patas” que, aunque nos mete una insultada de “madre” a los varones, me divierte mucho y, el tipo no me dejaba escucharla como yo hubiese deseado. La verdad, ya francamente ahíto lo interrumpí y le dije que personalmente me haría presente a la municipalidad, ya que yo por teléfono no estoy acostumbrado a resolver nada. Ahí fue donde “la mula botó a Genaro”, pues el estafador se desenmascara al sentirse derrotado en su propósito e inicia una sarta de insultos bien groseros que, principiaron con el adjetivo de “estúpido” rompiendo toda cordialidad conmigo, e inclusive salió a relucir el nombre de mi santa madrecita a quien la llenó de denuestos que, por supuesto ninguno le llegará jamás.
Desde luego, ahí yo mismo me encanfiné, por dicha venía medio oyendo a “Paquita la del Barrio” cantando “Rata de dos patas”, me quedó de maravillas porque me serví de su letra furibunda y le enderecé al individuo toda la retahíla de adjetivos degradantes que Paquita un día le espetó en esa canción, al hombre que la maltrató y que después se ha hecho extensiva contra todos los “machos misóginos. ¿Qué no le dije? Le lancé casi todo el repertorio: “rata de dos patas”, “animal rastrero”, “culebra ponzoñosa”, “sabandija relamida” recuerdo haberle dicho también y, le agregué que se iba a quemar en los infiernos (¿cuáles?), por sinvergüenza; todo lo anterior junto a un largo etcétera; con todo ello me puse a la altura de los improperios que a su vez me aderezaba mi adversario “el estafador”, en realidad estuvimos de tú a tú. Yo, considero que no desmerecí en nada, fue una “batalla” telefónica bien ceñida que, nunca debió ser.
Recomiendo a mis familiares, amigos lectores, no seguir jamás la ruta mía. Se debe en realidad cortar la comunicación lo más rápidamente posible. A mí es que me gusta la “jodedera”, pero en casos como este, sin duda uno se expone. Con todo mi amor para familiares y amigos.