La Concepción De Dios Como Un Miserable Político

Macv Chavez

No me considero Ateo ni Creyente, pero podría decir que ando en un término medio, porque de ninguna forma puedo negar su existencia, porque no soy dueño de la verdad de esa existencia, todo lo que existe son meras teorías o meditaciones de un sinfín de personas que se han puesto a pensar en ese tema llamado Dios, aquel que me podría llamar según determinados creyentes: tibio, porque ando en ese término medio donde se duda de todo, de lo bueno y lo malo, incluso de lo bueno de un Dios, aquello que me trae esta madrugada a levantarme de la cama para ponerme a escribir como quien coge al sueño, soltando la idea que de un momento a otro me ronda la cabeza, luego de tantos miles de días de meditación y de análisis constante.

Hace un instante pensaba en las cosas de la vida diaria, en cómo es el sistema de vida en sí, algo que me lleva a contemplar una larga historia de dos poderes que han sabido someter nuestro ser biospicosocioespiritual de una forma tan sutil que la domesticaron de tal manera que no nos ponemos a pensar más allá de nuestras necesidades básicas de animales adiestrados, es decir, de comer, beber, pasarla bien en la vida y estar bien de salud, con un trabajo y estudios, según cómo nos pintan lo digno dentro del sistema de vida reinante, ese que quizás funcione tal cual porque finalmente el todopoderoso es un ser cruel, característica que sale del fruto de la contemplación del sistema y de la necesidad de Dios que ha llevado a crear tantas iglesias como partidos políticos en el mundo, donde de forma similar suelen usar el nombre de un Dios que todo lo ve, que todo lo sabe y demás cosas, aunque finalmente no hace nada, donde la bondad se pinta de inacción, de simple permisibilidad, porque es así cómo funciona el sistema: permitir, perdonar y olvidar, tal y cual lo hace un muerto, ya sea físicamente o mentalmente, de cualquier forma los dos están muertos, porque -como diría “Hannah Arendt” en la película de su nombre, haciendo mención a su libro- “el mal más grande del mundo puede ser cometido por cualquiera y que para hacerlo no es necesario tener ningún motivo o fuertes convicciones o corazones crueles o intenciones malévolas, basta simplemente con negarse a ser persona, y por eso a este fenómeno he querido llamarle la banalidad del mal”, porque dicho acto es una pérdida de la conciencia humana, porque se la mata matándose a uno mismo en vida, tal y como lo haría un dios muerto, puesto que se supone que Dios es inmortal, por ende, es un Dios vivo, un Dios con voz, con acción, con dignidad, con honor, y, por ende, al ser el todopoderoso, no podría permitir que se manche su nombre dejando que lo usen para lo que su ser está incapacitado, es decir, para timar, engañar, abusar, porque se supone que dicen que el dios de la religiones es un dios bueno, creador de todos, y que por ende, alguien que es bueno jamás desecharía tan miserablemente su obra, por contrario, buscaría mejorarlo de alguna forma, hasta lograr darle una utilidad favorable al ser y a los demás. (Y por favor, no confundamos bueno con obsesivo con su obra.)

Pero, ¿por qué digo que el dios de la religión o, finalmente, el Dios de todos es un miserable político? Es algo muy sencillo de contemplar, aunque para verlo se necesita tener los ojos libre, desnudo, porque aquí nos toparemos con la realidad de las religiones que son los mismos de los partidos políticos, porque es ahí dónde empezaremos a contemplar los discursos de la doble moral: de que un dios se preocupa por sus creaturas y que quiere salvarlos, es decir, quiere que se renuncie a las necesidades de esta vida para dedicarnos a una vida superior que ni tenemos ni puta idea de si existe, es decir, como cuando los partidos políticos dicen: vamos a eliminar la corrupción del gobierno, cuando ni siquiera tienen la más mínima idea de que si serán capaces de sacrificarse a sí mismos para que se elimine la corrupción del sistema o gobierno, debido a que son los partidos políticos los que operan como las grandes mafias de la historia: a punta de supervivencia, es decir, viviendo por encima de otros, explotando a los pobres; y lo mismo sucede con las iglesias, suelen vivir por encima de los otros, es decir, de los feligreses que caen como los cojudos votantes: en búsqueda de un salvador, sin siquiera caer en cuenta de que si buscamos ser mejores personas primero debemos comprender que la realidad nos incentiva a analizarla, contemplarla y actuar en ella, y no andar escapando de ella a través de la propia satisfacción del cuerpo y mente o -como te invita la religión- espíritu.

¿Y por qué digo que tanto los partidos políticos y las religiones viven escapando de la realidad? Por la sencilla razón de que la realidad nos conlleva a contemplar que tenemos vida, y que por ende la vida es el bien principal o primordial de todo ser, esa que si lo tradujéramos a un lenguaje divinizado podríamos decir depende de un Dios que todo lo ve y bla, bla, bla; por tanto, para defender la vida de alguien o su dignidad no necesitamos que esa persona porte la misma bandera de pensamiento que nosotros, como también la otra persona no necesita formar parte de nuestro mismo clan de ideas para que pueda gozar de los beneficios propios de la dignidad humana, esa que cuenta con ciertas necesidades básicas e indispensables para el desarrollo de sus cualidades y también de su existencia; es decir, si tan solo primara la grandeza o divinidad de un Dios real, podríamos decir que las personas que se encuentran en un círculo religioso no tendrían por qué andar discriminando a otros por no ser parte de su grupo, porque finalmente se supone que todos procedemos de un mismo Dios, porque somos todos parte de su creación, razón por la cual lo único que cambiaría es la ideología de la forma de vivir la espiritualidad de un Dios o enviado, tan igual como lo viven los partidos políticos cuando se crean, porque viven la ideología o manifestación de idea de un fundador, ese que se supone que persigue un fin socioespiritual, porque cada idea está fecundado en una necesidad social que persigue la trascendencia, es decir, ir más allá de uno, es decir, ir a todos, porque todos pertenecemos a una misma esencia, a un mismo principio, a un mismo origen: llamémoslo Dios, tan igual como en los partidos políticos: ideólogo, líder o fundador, quien suele guiar al pueblo, tan igual como lo hizo dios en el desierto a los judíos, tan igual como guio Hitler a los Nazis contra los judíos en Europa, como lo hizo un sinfín de personas y personajes a lo largo de la historia.

Entonces, con esto podemos contemplar de que los partidos políticos y los grupos religiosos siguen jugando bajo los mismos conceptos de control de las masas, para someter a los animales domésticos para que perdure un sistema de miseria, donde se busca la supervivencia de las “grandes mentes”, las que manipulan o moldean el sistema, dentro de la sobrevivencia de la masa, la gente, el pueblo, algo que en pleno siglo veintiuno no debería de existir, porque es un sistema tan salvaje como la cavernícola, solo que con maquillaje postmoderno, razón por la cual pienso y creo que deberíamos empezar a revolucionar las mentes de los niños y jóvenes con la anarquía del amor propio, no la anarquía social, porque sería la del caos, de la desgracia, esa que nos han pintando tantos miles de personajes, desde ideólogos hasta pendejos reproductores, solo para no caer en la cuenta del autocontrol y la autoconciencia, donde logramos encontrarnos a nosotros mismos dentro de una conciencia universal, del yo universal, capaz de verse igual y distinto a los demás. Y para lograr eso deberíamos dejar de ser borregos, y para dejar de ser borregos necesitamos despertar, no levantarnos de la cama como lo hice yo hace un instante, sino despertar, abrir los ojos del alma para mirar al otro como el yo universal que siempre será, aceptando que finalmente no somos de nosotros mismos, por más que debemos amarnos a nosotros antes que a los otros, porque el hombre es un ser biopsicosocioespiritual, es decir, es carne, mente, sociedad y espíritu, ese espíritu que nos lleva a perseguir las VERDADES UNIVERSALES, sí, con mayúscula, porque esas son innegables, irrefutables, como el comer y beber, que son necesarios e indispensables para vivir hasta poder existir, para no terminar existiendo como un dios que todo lo ve pero que nada hace, porque es tiempo de coger la responsabilidad del mundo sobre nuestras manos y en nuestra vida diaria, en nuestro accionar y pensar, reconciliándonos con nosotros mismos, rompiendo con la tradición absurda que decía de que no sepa tu mano derecha lo que hace la izquierda, porque finalmente ambas manos te conducen a un abrazo contigo mismo y también con el otro, con el hermano, el prójimo, el próximo, ese que no solo es aquel que está a tu lado, ese que vive ahora, sino aquel que viene mañana y que necesita que le dejemos urgentemente una mejor sociedad para que no venga después un dios de la religión o un político sabio en corrupción a detonar la destrucción del hombre por el hombre con una nueva guerra de super y sobrevivencia, como las guerras santas, las mundiales y las del desarrollo que todavía no dejan de enseñarnos de que el hombre es dueño de su propio destino, de su propia gloria como de su propia miseria,  es decir, de su propia desgracia, tal y como la historia se cansó de enseñarnos, porque simplemente no aprendemos que no somos dioses ni bestias salvajes sino personas, seres humanos con conciencia para saber distinguir entre el bien y lo mejor, cosa que nos ayudaría a darnos cuenta que debemos dejar de sobrevivir o supervivir entre el bien y el mal, para vivir entre el bien y lo mejor, logrando activar nuestras neuronas que nos liberarán de un dios que todo lo ve y que no hace nada, como de un político que todo lo dice pero que nunca hace.

 

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