La riqueza del país no solo se mide con el PIB

Salvatore Coppola Finegan.

Historiador y Lingüista.

 

Como país debemos de empezar a discutir la instauración de alternativas más variadas para medir el progreso, complementarias a la herrumbrada, muy limitada medición del PIB. Implementar un cambio casi que imperceptible -unas cuantas preguntas subjetivas sobre el bienestar en algún estudio estadístico como el Censo Nacional de Población- representaría un avance significativo en la realidad nacional.

Sería significativo para la política pública. Al complementar la gran cantidad de datos objetivos que proveen estudios estadísticos de este tipo, los tomadores de decisiones podrán identificar y analizar asociaciones entre el bienestar subjetivo de los ciudadanos y sus experiencias, y factores objetivos como actividad económica, educación, salud, identidad, lugar de residencia e ingresos, entre muchos otros. De este análisis surgirá información del impacto real de las condiciones sociales, económicas, culturales y físicas, con la cual se podrá trabajar para formar prioridades de política pública. Al no contar con estas medidas, el gobierno depende desproporcionalmente de las opiniones subjetivas de una marcada minoría: sus ministros y técnicos nombrados muchas veces políticamente. Ellos suponen que ya saben lo que le importa a la gente, en un marco estrictamente económico, y a los votantes no nos queda más que esperar que sea así; a pesar de que el país haya acordado cambiar esto en varios encuentros de las Naciones Unidas, como el Rio+20 por ejemplo.

Sería significativo para la democracia. A través del tiempo, podremos todos evaluar la efectividad de las políticas de gobierno en términos que realmente importan a la gente: es decir, el impacto de las mismas en nuestras experiencias personales. En teoría la finalidad de las políticas de cada administración es mejorar la calidad de vida; sin embargo, a falta de indicadores de bienestar, resulta difícil evaluarlas en estos términos. Medir el bienestar facilitará esta evaluación no solo para el gobierno, sino también para los partidos de oposición y los ciudadanos en general al dotarnos con una herramienta poderosa para justificar nuestras exigencias.

Lograr este avance nos ayudará a cambiar de opinión sobre lo que constituye realmente el progreso social, dejando atrás la discusión puramente económica, hacia algo más integral y humano: con el ser humano como medida principal, no el dólar. Una discusión sobre lo que realmente importa a la gente no sirve solo para crear políticas individuales o proyectos de ley sino que sirve para enmarcar el debate político en general. Si el crecimiento económico no fuera el fin de todo nuestro quehacer, nos resultaría más fácil ocuparnos del cambio climático y otros retos ambientales. Por consiguiente, enmarcar el debate en estos términos es crucial no solo para el bienestar del país durante los próximos cuatro años, sino también para el bienestar del planeta que dejaremos a nuestros nietos. ¿Cuál candidato presidencial marcará la pauta en este sentido, proponiendo algo verdaderamente digno del siglo 21?

 

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