Carlos Campos Rojas
Así me lo aclaró Juan Francisco “Panty” Montealegre, cuando hablábamos sobre la seria situación de violencia que afronta el país, producto de la tensión y la fractura social que desde hace rato vivimos, profundizada por nuestros últimos “gobiernos”, el coronavirus y ahora la crisis euroasiática.
Aclaremos las cosas: ha sido en las dos últimas administraciones “progres” donde todos los partidos, caminando de manita sudada, orquestaron con los sectores económicos y financieros más clasistas, la añorada regresión histórica, social y económica -acabando con derechos que gracias a décadas de lucha se habían conquistado-, jamás nadie pensó que sería tan inesperado, fácil y contundente: los alacranes siempre estuvieron en la espalda.
La irresponsable ausencia -abstraídas en su burbuja y sus intereses partidarios- de las ciencias sociales y de la academia, evadió analizar críticamente la situación acumulada en nuestro país, distanciándose del pueblo al que pertenecen, propagandizando una agenda eurocéntrica, superficial y de pose, muy alejada de lo que realmente nos venía pasando. Aplicando una persecución inquisidora, de etiquetamiento y de juicio sumario público a aquellos que no pensaran o se expresaran desde su discurso mediático y hegemónico. Nos llevaron a donde estamos: en una nueva versión de la colonialidad del poder. Así legitimaron el autoritarismo ante El Soberano; la representatividad ante la participación; la desesperanza ante la convicción; la corrupción y la impunidad ante la rendición de cuentas y la transparencia, excluyendo a la ciudadanía, haciendo más desigual nuestro país, jugando a que en la democracia el negocio es decir que todo cambia, para que todo siga igual o peor.
Los partidos políticos aprovecharon el silencio y la dispersión cómplice de los intereses gremiales y con sus estructuras mediáticas usurparon del poder que pertenece a El Soberano, validando una legalidad espuria, destrozando los pilares institucionales de nuestra República, criminalizando la función noble del servicio público, castrando al pueblo de su capacidad de incidencia, nos querían dóciles.
Este comportamiento cultural estableció la Tiranía de la Ventanilla, ahí la persona funcionaria se asume dueña del poder y la legalidad, del derecho de la vida de las personas, de la existencia económica de quienes desean montar sus empresas, de arruinar nuestras pensiones, establecer regímenes militares en las instituciones amparados por empresas privadas de seguridad, para hacer prevalecer sus caprichos desde la ventanilla que dominan, expulsando de la institución pública a quien se atreva a cuestionarlos, pues su impunidad no tolera que se les llame a cuentas por sus arbitrariedades inconstitucionales e irresponsables. Se asumen dueños de la agresión y la violencia para que la persona ciudadana se dimensione sumisa y desesperanzada.
Así es la Tiranía de la Ventanilla, por eso ha calado el desprecio a la función pública, a quienes la realizan y los partidos políticos que la legitimaron.
Hoy, ante los llamados sindicales a defender la institucionalidad que hizo a Costa Rica ser tan diferente, el rechazo ciudadano para acompañarlos es la respuesta. Argumentan que las instituciones emblemáticas se perderán y con ello el “estado social de derecho”, la respuesta es que hace ya mucho tiempo las perdimos en manos de la Tiranía de la Ventanilla; la academia se encargó de legitimar desde el sistema educativo, el exterminio de nuestras raíces históricas, el coraje y el sentido de patria.
Hay que reconocer que esa “gavilla de bandoleros” que se han considerado impunes e inmunes, sin importarles la fractura social, es muy pequeña. Son más las personas decentes de la función pública, que aspiran al cambio, pero igualmente han sido sometidas en un silencio cómplice por el miedo y el terror.
Las ciencias sociales se hacen las desentendidas para explicar por qué ganó Rodrigo Chaves, todos sus argumentos previos en campaña, demostraron el fiasco en que se han convertido, pero lo más lamentable es que todavía siguen sin poder explicar a qué se debe el respaldo popular que mantiene, muy a pesar de los esfuerzos de las encuestas. La respuesta es sencilla, él está contra la Tiranía de la Ventanilla y recoge el clamor popular de ese sentimiento de venganza.
Sin pretenderlo, hizo suya una frase ya gastada y excluyente de las universidades: ahora, él, es la “voz de los que no tienen voz”, hasta esa bandera les arrebató y quienes le adversan, por sus intereses, no se encuentran. Hoy, la “Señora de Purral “es la persona ciudadana, El Soberano, quien posee saberes y conocimientos, eso no es exclusivo de la academia. Tiene que tomar partido ante la orfandad política nacional, aunque se equivoque -lo ha hecho muchas veces-, ya que todavía no sabemos para dónde vamos.
¡¡¡Eso es lo que hay!!!, porque el norte se perdió hace rato.
Con humildad debemos sentarnos a dialogar, como ciudadanía, con responsabilidad constitucional, con amplia disposición a la participación, sin representatividades presumidas, con la reserva moral histórica que nos queda, para replantear Un Nuevo Pacto Social, enfrentar decididamente la corrupción y la impunidad, replanteando lo que “ahora es legítimo”, desde el poder y el deber que nos otorga Nuestra Constitución Política, porque el país urge replantearse y tenemos que hacerlo las personas ciudadanas responsables.