LA VILIPENDIADA «MADRE TIERRA»

Freddy Pacheco León

Si un mítico extraterrestre aterrizara en nuestro planeta y se dispusiera a indagar solo a su alrededor, regresaría a su planeta de origen sobresaltado. Si aterrizara en un archipiélago de pequeñas islas en el Pacífico Sur, tomaría nota de unos pobladores casi todos menores de 50 años, donde sus niños sufren frecuentemente de hambre, y donde la ausente tecnología los ubica en un período cercano al prehistórico. No maltratan a su Madre Tierra, pero ésta no les brinda el sustento debido. Pero pensemos que aterrizara más al norte, en una pequeña isla llamada Manhattan. Encontrarían una gran ciudad, con imponentes rascacielos donde, paradójicamente, la vida ciudadana se expresa en «millones de seres viviendo juntos en soledad» (Thoreau). En soledad pero con inmensas diferencias, donde la opulencia principalmente cerca de grandes avenidas, coexisten con la pobreza en barrios de negros e inmigrantes que se refugian entre sí. Por un lado grandes generadores de desechos, y por otro los que subsisten de esos mismos desechos, y así otras diferencias, de tal magnitud, que al extraterrestre le sería imposible ilustrar sus notas con algo cercano a un promedio. Se rendiría en el intento.

Y si aterrizara en otro continente, el de habitantes con ojos rasgados, el asunto vuelve a ser complicado. Para los habitantes de la China, la idea de la tal Madre Tierra no podría más que confundir a ese Principito de otra época. Mientras la gran masa se esfuerza por obtener el sustento familiar de la agricultura, sujetos a una organización comunitaria con autoridad vertical que impone reglas injustas, por otro lado, y cerca de ellos, todos los días se construyen fábricas desde donde se desprenden gases y fluidos tóxicos que les agobian. Contaminantes que la Madre Tierra siente como se acumulan y afectan su salud irreversiblemente. Ese extraterrestre, obviamente, pensará que están locos los que tratan así al único planeta que esas personas conocen. No lo logra entender.

En fin, ante las miles de posibilidades que tiene para conocer, de pronto se encuentra ante un país que conocemos muy bien. En ese lugar,  de relativamente pocos habitantes, se duele al percatarse que tienen un Estadio Nacional que se podría llenar unas 14 o 15 veces con personas que sufren de miseria extrema. Hombres y mujeres de todas las edades que se cobijan y alimentan de miseria, pero que muy cerca de ellos, viven personas que consumen en un día la energía que ellos tal vez consumen en un año. Allí desechos en cantidades crecientes no se tratan, mucho menos se reciclan, y las aguas negras ensucian la faz de esa Madre Tierra, solo recordada en fechas oficiales. Se percata que aunque escasos de industrias, los costarricenses emiten grandes cantidades de dióxido de carbono con potente efecto invernadero, desde una flota vehicular mayoritariamente añeja que envenena el aire, mientras demagógicamente se habla de autos eléctricos que «pronto» sustituirán a los que queman combustibles fósiles. Así,  el amigo extraterrestre se confunde más pues por ahí había encontrado que este país, con decenas de miles de hectáreas de monocultivos contaminantes, de manglares destruidos, de ríos contaminados y agua potable desperdiciada, se promociona como un «país verde». 

«¡Renuncio a esta misión!» comunica el extraterrestre a sus superiores. «A ésta que llaman Madre Tierra, sus hijos no la respetan, no la valoran, no la chinean. Más bien la están matando de a poquitos, y eso da coraje». «Parto angustiado y no quisiera volver a este planeta azul, tan bello desde el espacio, pero tan lleno de seres insensibles e hipócritas».