Hernán Alvarado
En este país, todos lo sabemos, hay algunos que tienen canales, periódicos, cámaras, partidos, diputados y hasta presidentes y magistrados, que los representan, los cuidan y los defienden. Ellos son los que ponen y quitan, los que tienen, al alcance de una llamada, los créditos que necesitan, aunque éstos provienen del ahorro de todos. Para ellos la libertad de expresión, la democracia representativa, la libertad de empresa, tienen total sentido y contenido.
Pero hay otros muchos que, a pesar de ser la inmensa mayoría, no cuentan con esos recursos; a pesar de que sin ellos los primeros no podrían gozar de ninguno de sus privilegios ¿Cómo se pueden hacer oír estas personas si cuando protestan, cuando hacen huelga, cuando salen a la calle, ya hartos de tanto abuso, son desoídos y tratados como vagabundos y hasta como delincuentes, incluso por algunos de los mismos que ellos defienden o han elegido?
No puede haber paz, si no hay justicia. No puede haber democracia, sino hay participación. No puede haber participación si la protesta se disuelve a garrote limpio. No puede haber diálogo donde sólo se impone la verdad del más poderoso. No puede haber razón dónde lo que se defiende son privilegios y exenciones ¡Qué fácil es meter a la cárcel a los estudiantes universitarios, pero dejar libres y campantes a los más ricos que evaden y eluden impuestos!
Lo más sensato que he escuchado en los últimos días es la propuesta de la Conferencia episcopal. Esa es la luz al final de este túnel oscuro. El gobierno actual desperdició una oportunidad de oro, no más iniciando, porque en vez de una cuestionada comisión de notables, debió instalar la mesa de diálogo sobre justicia tributaria que todos los gobiernos, de todos los colores, han evadido a toda costa. La justicia tributaria duerme el sueño de los justos, en este país, por lo menos desde don Alfredo González Flores. Pero, nunca es tarde cuando la dicha es buena; ahora tiene, el señor Presidente, la oportunidad de comenzar a hacer bien las cosas.
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