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¿Reactivar la economía endeudando a la gente?

Luis Paulino Vargas Solís,

Economista, investigador, catedrático universitario

CICDE-UNED

La deuda es el combustible principal que mueve la economía de Costa Rica, como enseguida mostraré.

– El crecimiento del crédito tiende a exceder ampliamente del crecimiento de la economía, al punto que la proporción entre los saldos totales de crédito y el Producto Interno Bruto (PIB: medición monetaria de la producción nacional) saltan del 36% en 1998 al 68% en 2018.

– Durante ese período, el crecimiento del crédito es en su totalidad resultado de las colocaciones en el sector privado, cuando el peso relativo del crédito al sector público disminuye de forma pronunciada, no obstante la crónica crisis fiscal que se instala a partir de 2009.

– Ese crédito destinado al sector privado se concentra en forma creciente en consumo y vivienda, por lo tanto es endeudamiento de las personas y los hogares, y no tanto de las empresas.

– Una proporción creciente es crédito en dólares, del cual alrededor de dos terceras partes está en manos de personas, familias o empresas cuyos ingresos son en colones, lo que genera un “riesgo cambiario” ante la posibilidad de una devaluación.

– Este crédito en moneda extranjera lo originan principalmente bancos privados, cuyas colocaciones exceden en más del doble las de los bancos públicos.

Datos de la Superintendencia General de Entidades Financieras (SUGEF) dados a conocer recientemente a la prensa (ver aquí), ilustran otros aspectos interesantes: entre 2011 y 2018, la deuda de consumo que en promedio tienen los hogares, pasó de 4,4 millones a 8,5 millones de colones. Como proporción del ingreso promedio de los hogares, la relación salta de 5,2 veces en 2011 a 8,4 veces en 2018. En promedio los hogares han de dedicar casi un tercio de su ingreso total a cumplir con las obligaciones de la deuda.

Por otra parte, los datos referentes al poder adquisitivo real de los ingresos de la población, claramente se ha estancado en sus niveles de 2010, esto es, durante cerca de 9 años no ha habido ningún avance en la capacidad adquisitiva de la población. Tómese en cuenta que, además, eso ha tenido lugar en un contexto de crónicos y sumamente graves problemas del empleo, los cuales empezaron a manifestarse en 2009, sin haber registrado ninguna mejoría –más bien tienden a deteriorarse– al cabo de tan largo período.

Cabe por lo tanto concluir que la fuente principal que ha alimentado el crecimiento del consumo de los hogares durante los últimos diez años ha sido la deuda. Recordemos, además, que este ha sido un período marcado por un crecimiento económico sumamente mediocre, muy inferior a los estándares históricos de largo plazo del cuarto de siglo que concluye en 2008. Y, sin embargo, ese gris desempeño de la economía ha tenido en el consumo privado su sostén principal. Vale decir: es el crecimiento de esos gastos de consumo por parte de personas y familias, lo que ha sostenido el debilitado dinamismo que la economía ha tenido a lo largo del último decenio. Lo cual nos lleva de vuelta a lo que decíamos al inicio de este párrafo: ha sido la deuda creciente de personas y familias lo que, en último término, ha proporcionado el alimento de mala calidad que, de manera principal, sostiene el pobre dinamismo de la economía.

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No obstante lo anterior, resulta muy significativo observar que el crecimiento del consumo de los hogares en los últimos diez años, es claramente inferior al que esa misma variable registraba en el decenio de los noventa del siglo pasado, e incluso en los primeros años de este siglo. La diferencia es que en ese entonces la gente lograba incrementar su consumo a un ritmo más acelerado, con mucho menos utilización de crédito y, en consecuencia, con muy inferiores niveles de deuda. Y eso era posible porque había empleo en mayor abundancia y los salarios tenían alguna mejora, modesta pero sostenida, a lo largo del tiempo.

En los últimos diez años esas condiciones desaparecieron: escasea el empleo, hasta límites que para mucha gente resultan desesperantes, y el poder adquisitivo de los ingreso se frenó, siendo que hay sectores amplios que más bien experimentan un retroceso. La deuda deviene entonces una fuga al vacío: sostener el consumo con base en créditos es una salida transitoria; en algún momento se traspasa un límite a partir del cual se hace ineludible tener que “socarse la faja”.

Y precisamente eso es lo que estamos observando. Hacia 2015-2016 hubo un respiro, gracias a la abrupta reducción de los precios de los combustibles, lo que liberó recursos del bolsillo de la gente para incrementar sus gastos de consumo. Pero una vez esa situación se revirtió, el peso de las deudas acumuladas se hizo sentir. Se entró así en una fase de deflación por deuda, al punto que el ritmo de crecimiento del consumo se ha reducido a un tercio de lo registrado en 2015.

Es en ese contexto que escuchamos las propuestas oficiales (gobierno y Banco Central), respaldadas por la banca comercial, la prensa y los/las economistas de la ortodoxia dominante, apelando a una política de reducción de las tasas de interés y flexibilización de requisitos para la concesión de créditos. El objetivo es obvio: que las personas y familias tomen nuevos créditos y relancen sus gastos de consumo. Ese es el artificio al que se quiere recurrir para reactivar el dinamismo económico.

El éxito de esta propuesta es dudoso, precisamente porque los niveles de deuda de los hogares siguen siendo muy elevados. Pero incluso si en lo inmediato se diera algún resultado apreciable, su sostenibilidad futura estaría pegada con saliva: dadas las condiciones económicas de fondo (con un sistema económico de muy baja productividad), el poco tiempo los grilletes de la deuda volverían a frenar el consumo.

 

Publicado en el blog: https://sonarconlospiesenlatierra.blogspot.com de Luis Paulino Vargas Solís.

Enviado a SURCOS por el autor.

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