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Etiqueta: ancestralidad

Doctor: ¿Para qué?

Por Memo Acuña. Sociólogo y escritor costarricense.

Un reducido grupo de personas que me conocen, saben la posición que sostengo sobre los títulos académicos. Incluso este año, haber alcanzado el doctorado en Ciencias Sociales en la Universidad Nacional en Costa Rica, me ha permitido confirmar por mucho y de lejos lo que pienso acerca de tales pergaminos.

No se confundan, por favor, con esta introducción. Valoro el esfuerzo individual y familiar de quien se lanza a la aventura de formarse al más alto nivel. Yo mismo he sentido en mi cuerpo y mi alma haber transitado un camino que me llevó a la consecución de mis estudios de posgrado. Valoro en todo sentido mi esfuerzo.

Sin embargo, sigo pensando que un título no es determinante para definir quién soy. Otras cosas, varias, me identifican y me acercan más a mí.

Es posible que en el lugar donde trabajo (la Universidad Nacional) esto que acabo de plantear sea una paradoja, un sinsentido. Es que en el sistema de casta académica que nos rige, ese “honor” titular da cierta comodidad, posición, legitimidad, aspectos en los que por cierto siempre estaré en desacuerdo. Abrazo más el saber que da la ancestralidad, la verdad de la oralidad centenaria, el germen luz de la palabra, el trazo horizontal de las verdaderas comunidades sin apellidos.

Posiblemente habrá quien quiera conversar conmigo sobre este tema. Claro: un café espera. Más no la descalificación ni los intentos por minimizar los argumentos que expongo.

Así como desapruebo los altares a los ejercicios de poder mal construidos, también me distancio de, quiénes teniendo un alto título académico, rozan la inhumanidad y la indiferencia en su vida cotidiana. Lo he dicho ya: autoridades reconocidas en su auténtico valor, solo en las comunidades originarias.

Me he preguntado en estos meses posteriores a mi defensa doctoral por qué pienso y, sobre todo siento (que para mí en este mundo actual es más importante que cualquier cosa) estas ideas acerca de la academia.

Pienso que mi tesis doctoral, la que me definió en mi subjetividad, se escribió mucho antes que le diera forma a la que presenté en marzo anterior. Se empezó a tejer una mañana de 2019 en el Río Suchiate, fronterizo entre Guatemala y México, en la que junto con colegas de la poesía centroamericana hicimos el viaje entre un país y otro. Ver, oler, pero sobre todo sentir lo que sentí ese día me hizo, si me permiten el termino, una persona más sabia.

Entonces sabiduría y conocimiento, que pueden ser complementarios, me han acompañado como paradoja durante todos estos años. Pienso en que justamente han sido los años donde mayor producción literaria he alcanzado, sin dejar de lado la reflexión académica, que ha estado allí.

Porque en el mundo académico hay que producir, para legitimarse. Para ser. En mi caso, la legitimación ha venido de un espacio de reconocimiento más íntegro y honesto, desde mi punto de vista: me la han dado cientos de niños y niñas de escuelas en varios países de Latinoamérica a los que les he llevado mi poesía. Allí, en esos momentos de absoluta libertad, siento que ha valido la pena ser quien ahora, con los años, he decidido ser.

Mi tesis, mi propuesta con la que quisiera ser recordado siempre, fue el ensayo sobre las movilidades humanas centroamericanas escrito entre 2018 y 2019. Ahí se resume lo que soy, pienso y siento. Premio aparte (que tampoco fue y ha sido determinante para mí) ese texto es el más emotivo y por consiguiente verdadero que he escrito en mi vida.

Lo que ocurre, con total honestidad, es que me he percatado que mi proyecto profesional se ha inclinado más al sentir que al mostrar que sé.

“Otros hagan el gran poema”, dice el poeta mexicano José Emilio Pacheco. Lo aplico entonces para otra dimensiones del conocimiento.

Hace poco solicité corregir un acta de una defensa de tesis en la que cumplí labores de director: “corrija- dije- soy Doctor y no máster” …. La verdad es que tardé varios días percatándome de que había traicionado mi pensamiento, mi práctica política (porque si, la principal práctica política es la que inicia desde adentro) y mi postura. En realidad, para mí no es determinante si aparezco de una forma o de otra.

Es probable que a partir de ahora y permanentemente me enfrente a esta contradicción que soy ahora. Pero pregunto: ¿quién no tiene su propias preguntas, contradicciones e incertidumbres?

De nuevo, abrazo a aquellos que con mucho esfuerzo (como yo) alcanzaron sus más grandes logros académicos traducidos en un título del más alto nivel. En un gesto de total ternura y honestidad con mi subjetividad, me abrazo fuerte.

Sigo pensando que mi camino está en otras trincheras: el arte, el espacio para crear y transformar desde sus latitudes. Es desde ese lugar lleno de color y luz que elegí seguir accionando, percutiendo, apalabrando.

Pienso que nuestras universidades, nuestras comunidades, el país, el mundo, requieren urgentemente un “cambio de corriente” que ayude a mirar con otros ojos, pero sobre todo desde el corazón y desde el alma.

Para mí allí radica el verdadero proyecto de vida que en mi caso me hace pleno, vital, pero sobre todas las cosas, libre.

JUNTANZAS Y APALABRAMIENTOS

Por Memo Acuña (sociologo y escritor costarricense)

Es sábado de un setiembre que ya empieza a envejecer. Lluvioso, pero con calor en el alma que es lo que importa. Subimos a un autobús que nos llevará al Barrio Kennedy, un suburbio popular ubicado en la periferia de Bogotá. Como es habitual en los servicios de transporte de esta ciudad hermosa y compleja, los viajes suelen ir acompañados por una persona que hace de su arte, su vida, su ley motiv para sobrevivir.

Marina es una de esas personas, personajes de la informalidad bogotana que subisisten y responden ante la atrocidad del sistema. Es una mujer que amplifica su voz y con su voz nos hizo un regalo, uno de muchos ese día, al brindarnos su música para que sintiéramos, bailáramos, cantáramos. Ahí Ángeles azules adquirieron otra dimensión: poco importaban nuestros títulos, nuestra academia. Esa mañana, en ese autobús, fuimos voz colectiva con otras personas que también apalabraron desde la música, su razón cotidiana.

A un lado mío viajaba una joven mujer que amamantaba a su niño recién nacido. Y lo hacía al compás de la canción hecha vida por Marina. ¿Cómo recrear la vida, el principio, el origen, desde esa maternidad absoluta y vital? ¿Cómo hacerlo desde la alegría de coincidir? En estos tiempos de transición hacia nuevas formas de vincularnos, la música, el arte, deberīan ser enunciados como política pública, como decreto, como ley. Porque nos permiten la importancia del afecto, de la convivencia, amamantarnos de vitalidad.

Llegamos a Barrio Kennedy con ese sabor a canción en nuestros cuerpos. Nos dirigimos a la Casa comunitaria de la organización Juntanza Techotiva, autogestada por un grupo de mujeres jóvenes con una combatividad absoluta. Allí conversamos y conocimos sobre sus luchas, que son las luchas de todos y todas en una comunidad popular asentada en las cercanías de un humedal histórico en la Gran Bogotá. Entonces hablamos, apalabramos sobre medio ambiente, derechos humanos, autonomía colectiva. Aprendemos. Nos escuchamos. Las escuchamos.

Psicóloga social Rosita Suárez, en su homenaje en el marco del Encuentro Cuerpo, Patología Social y Política, realizado en Bogotá, Colombia, el 16 y 17 de setiembre.

En una Colombia esperanzada por el cambio, por la posibilidad, hemos venido unos días intensos a hablar de procesos comunitarios, de migración, de psicología política, de ancestralidad. Y hemos cerrado el encuentro conociendo esa combatividad de Diana y sus compañeras de lucha. Nos cuentan lo que hacen para empujar ese proceso desde el territorio, desde allí. Nos comparten que aún antes de que se conociera la designación de Francia como Vicepresidenta, la primera mujer en ese cargo, afrodecendiente, las había visitado y su encuentro quedó tatuado en una pared de la casa que sostienen a todo pulmón y militancia.

Decir esto en una Latinoamerica dolida, profunda, desigual, es decir esperanza. Para eso son las juntanzas, como la que nos convocó unos días desde la hermandad de Cátedra Libre Martín Baró. Entonces creemos que si, que si es posible otro mundo donde podemos juntarnos y celebrar la palabra que transforma, el lenguaje que recrea la vida, que nos la devuelve en rituales y abrazo colectivo.

Renuevo mi militancia en estas posibilidades de hacer. Desde aquí hago política, la que importa, la que transforma. La misma que hace apenas dos semanas nos juntó a un grupo de poetas del mundo en otro lugar histórico de nuestra región profunda, San Cristóbal de las Casas, para apalabrar en homenaje a las mujeres que buscan a sus familiares desaparecidos. Hoy, en esta juntanza, nos hemos reunido para abrazar la trayectoria de nuestra querida Rosita Suárez, Psicóloga Social colombiana de la cual seguimos aprendiendo que pensar bonito sea quizá la principal declaración universal para que este mundo en que vivimos siga valiendo la pena.