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Etiqueta: capitalismo

Metamorfosis del capital y retroceso civilizatorio

Por Isabel Rauber*

SURCOS presenta un resumen de este texto de Isabel Rauber e invita a descargar el documento desde el enlace al final de esta nota.

La doctora en Filosofía Isabel Rauber analiza en su trabajo «Metamorfosis del capital y retroceso civilizatorio» las transformaciones actuales del capitalismo y sus efectos en la sociedad global. La autora, quien dirige el Departamento de Estudios del Tercer Mundo (CIEPE), presenta una mirada crítica sobre los cambios en el metabolismo capitalista y sus consecuencias.

Transformación del capital

La investigadora explica que «el capital ha mutado transformándose a sí mismo en los procesos de aceleración e interconexión compleja de su ciclo reproductivo». Según Rauber, esta transformación va más allá de la extracción tradicional de plusvalía y se articula ahora con «el acceso, el control y el usufruto -a cualquier coste-, de los recursos naturales indispensables para la vida».

Contradicción vida-muerte

En el texto se plantea cómo la contradicción fundamental del capitalismo ha evolucionado. «La contradicción vida-muerte se colocó en el centro del quehacer político», señala la autora, explicando que este cambio exige una reorganización de posicionamientos, prácticas y propuestas políticas.

La especialista en movimientos sociales destaca que «lo primero y principal es defender la vida», y que esta defensa «no es tarea de pequeños grupos, ni de algunos partidos políticos, ni de grupos intelectuales; es una gesta que reclama la acción colectiva -interarticulada- de la humanidad».

Tecnoimperialismo y retroceso civilizatorio

Rauber desarrolla el concepto de «tecnoimperialismo», caracterizándolo como una nueva etapa donde la lógica del capital converge con «el abrumador desplome y derrumbe, por implosión, del sistema socialista mundial». La académica señala que las élites del poder promueven «la pulsión hacia el retroceso civilizatorio», tendencia que hoy se vuelve cada vez más evidente.

«La actual acumulación del capital se basa en la destrucción total del mundo», enfatiza la investigadora, quien argumenta que este proceso ocurre «sincrónicamente en el planeta y sin oponentes con manifiesta capacidad real de frenarlo».

Resignificación de la historia

La autora identifica como parte de esta estrategia una «regresiva revolución cultural» encaminada a resignificar la historia. Este proceso implica «distorsionar las conciencias» para implantar un «sentido común antiderechos».

«Se viven tiempos de ‘brutalismo político'», apunta Rauber, explicando que «el capitalismo central ya no pretende mostrarse como el adalid del ‘bienestar general’ sino, por el contrario, busca restringirlo a su mínima expresión o eliminarlo».

Fin del Estado de bienestar

La profesora de la Universidad Nacional de Lanús señala que estamos ante «el fin del tiempo de los ‘Estados de bienestar'», lo cual «implica el fin del Estado de derecho, el avasallamiento de los derechos individuales y también de las constituciones que los instauraban».

La investigadora explica cómo el mercado culpabiliza al Estado de bienestar por las crisis actuales, cuando en realidad «tales Estados han sido erigidos por el capitalismo occidental de posguerra como contrapeso al entonces emergente sistema socialista».

La batalla por el sentido común

Finalmente, Rauber concluye que «la batalla por la vida se centra hoy en el sentido común», convirtiéndose este en «el territorio primario en disputa y el eje central organizador de la disputa ideológica por la hegemonía».

La autora cierra su reflexión recordando que «el llamado sentido común está construido, ladrillo a ladrillo, por la ideología dominante en disputa hegemónica por el dominio de las mentes», sugiriendo que comprender esta dinámica es fundamental para imaginar alternativas.

* Dra. en Filosofía. Profesora de la Universidad Nacional de Lanús, Bs.As. Directora del Departamento de Estudios del Tercer Mundo (CIEPE). Estudiosa de los movimientos sociales y sus articulaciones. Educadora popular e Investigación Acción Participativa. Especialista en sistematización de experiencias populares en base a testimonios de sus protagonistas.

Descargar el texto completo.

China y la vigencia del marxismo en la nueva era: una reflexión a la luz de Lenin

Mauricio Ramírez

Mauricio Ramírez Núñez
Académico

En su análisis del imperialismo como fase superior del capitalismo, Lenin afirmaba con contundencia: “si el capitalismo hubiese podido desarrollar la agricultura…y elevar el nivel de vida de las masas…sin duda no hablaríamos de un excedente de capital. Pero si el capitalismo hubiese hecho esas cosas no sería capitalismo”. Esto lo argumentaba a inicios del siglo pasado, cuando a pesar de los avances técnicos y demás, las necesidades y calamidades soportadas por grandes mayorías en las sociedades industriales generaban contradicciones inaceptables. Con ello, Lenin señalaba la contradicción estructural del capitalismo: su incapacidad sistémica para colocar el bienestar de las masas por encima de la lógica de acumulación del capital.

A la luz de esta afirmación, resulta insostenible el argumento, común en ciertos sectores occidentales, de que el modelo chino actual representa simplemente una forma de “capitalismo de Estado”. El desarrollo alcanzado por China en las últimas décadas, confirmado recientemente por el Informe sobre Desarrollo Humano 2023/2024 del PNUD, muestra un avance que no puede explicarse bajo las lógicas capitalistas tradicionales. Con un Índice de Desarrollo Humano (IDH) que ha pasado de 0,499 en 1990 a 0,788 en 2022, y con más de 770 millones de personas sacadas de la pobreza, China es hoy el único país que ha escalado del grupo de desarrollo humano bajo al alto desde la creación de este indicador.

Este ascenso no responde a una expansión del capital para beneficio de una minoría, como el típico estilo neoliberal de occidente en el que directa o indirectamente convergieron los partidos políticos, tras el falaz “fin de la historia”. Por el contrario, ha estado impulsado por una estrategia de desarrollo centrada en el pueblo, dirigida por el Partido Comunista de China (PCCh). Las reformas estructurales, guiadas por el principio de “cruzar el río tocando las piedras”, propuesto por Deng Xiaoping, han permitido utilizar herramientas del mercado como medio y no como fin, siempre subordinadas al objetivo superior de mejorar la vida de las mayorías, o sea, del socialismo desde la perspectiva china.

Esto no es capitalismo, porque no responde a su lógica esencial. Como bien explicó Lenin, el capitalismo necesita mantener la pobreza (material y/o espiritual) de las masas como condición de su existencia. En cambio, en China, se han construido los sistemas de salud, educación y seguridad social más grandes del mundo, se ha expandido una clase media de más de 400 millones de personas, y se ha eliminado la pobreza absoluta. A diferencia del capitalismo salvaje, donde el excedente se reinvierte para generar más ganancias privadas y socializar las pérdidas, el excedente en China se ha dirigido a mejorar las condiciones de vida del pueblo y a promover el desarrollo de zonas históricamente marginadas. Estos son hechos irrefutables.

Además, este modelo no solo responde al marxismo-leninismo como doctrina política, sino que integra profundamente las tradiciones filosóficas chinas, como el confucianismo, el taoísmo y el legado civilizatorio de más de 5.000 años, que colocan el orden, la armonía social, el bienestar colectivo y el equilibrio con la naturaleza como objetivos fundamentales. Esta sinergia entre ideología y cultura dota al proyecto chino de una fuerza interna que le permite innovar sin desviarse de su rumbo socialista, algo realmente ejemplar tanto para las izquierdas como derechas occidentales.

El presidente Xi Jinping ha sido claro al afirmar que China no busca solo su propia revitalización, sino también el desarrollo común con otros pueblos del mundo, proponiendo la construcción de una comunidad de futuro compartido para la humanidad. Esta visión se aleja radicalmente del nacionalismo burgués o de la expansión capitalista, y se orienta hacia una lógica civilizatoria post-capitalista. Prueba de ello es su Iniciativa para la Civilización Global, una propuesta para promover una mejor comprensión y amistad entre pueblos.

Cuando se observan los logros en bienestar social, en reducción de desigualdades, en desarrollo tecnológico al servicio del pueblo y en liderazgo global solidario basado en el respeto mutuo y herramientas como la cooperación internacional, queda claro que el modelo chino de socialismo con peculiaridades propias no es una desviación del marxismo, sino una de sus expresiones más avanzadas, concretadas históricamente a través de una praxis política que ha sabido adaptar los principios fundamentales a las condiciones reales del país. Como lo anticipó Lenin, si el sistema mejora la vida de las masas de forma sostenida, entonces no es capitalismo.

UCR: Voz experta: A ochenta años del fin del Fascismo en Europa

El Fascismo es primero un fenómeno cultural para luego convertirse en fuerza política

Por: Dr. Jorge Barrientos Valverde, profesor e investigador en Historia Contemporánea en la Escuela de Estudios Generales, UCR.

Este 2025 marca como conmemoración histórica la derrota del fascismo en el mundo tras la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) a manos principalmente de las fuerzas aliadas encabezadas por la Unión Soviética para la liberación de Europa del Este y Berlín y los Estados Unidos con la liberación del frente occidental.

En el contexto de la crisis económica del 2008 y posteriormente la depresión social provocada por la pandemia COVID-19 en 2020, en pleno siglo XXI empezaron a surgir nuevas manifestaciones de movimientos de extrema derecha que ante las graves y cada vez más fuertes contradicciones del capitalismo mundial brindaban una narrativa alternativa de soluciones, con respuestas fáciles a problemas complejos de resolver, casi siempre a través de exaltar el patriotismo, el sentimiento de unidad nacional, el conservadurismo religioso, la crítica a las élites tradicionales, la necesidad de un gobierno autoritario de mano dura, y también los discursos de odio. Reivindicando incluso figuras como Benito Musolinni, Adolf Hitler o Francisco Franco.

Se manifiestan con propuestas que contienen altas dosis de homofobia, xenofobia, racismo, clasismo, misoginia y todo tipo de prejuicios anti comunistas (entiéndase como la lucha contra todo tipo de movimiento social de izquierdas y defensor de los derechos humanos, principalmente movimientos ambientalistas, por los derechos laborales, por la diversidad de pensamiento). Además de lo anterior, sostienen posiciones negacionistas en temas tan diversos como el holocausto, las muertes de las dictaduras, los derechos de las mujeres o el cambio climático.

Ante la gravedad del crecimiento de nuevas agrupaciones de extrema derecha en la actualidad, y tomando en cuenta que estos movimientos legitiman la discriminación y el uso de la violencia como forma de atacar a lo que ellos consideran un “otro no deseado”, se hace muy necesario desde el presente explicar los orígenes históricos de estos grupos radicales que simpatizan con el supremacismo blanco, la exaltación nacionalista y todo tipo de racismo y colonialismo que justifican la dominación y explotación de unos contra otros, cuestión que vemos claramente en el nuevo gobierno de Donald Trump y sus alianzas con Benjamin Netanyahu y Javier Milei.

Concepto y orígenes históricos del fascismo

El fascismo se refiere a una corriente político ideológica de extrema derecha, representante de los intereses de las élites capitalista más radicalizadas y anti democráticas, defensora de los privilegios de los sectores más poderosos de las naciones y apologista del pasado imperialista y monárquico que tuvieron en muchos momentos históricos ciertas naciones europeas. Hacia inicios del siglo XX, con el fin de llevar a cabo la consolidación de su proyecto político y económico se valió de la tradición militar, el nacionalismo exaltado, la idea de la unidad y supremacía de la nación y en algunos casos el ideario de la defensa de las buenas costumbres religiosas.

El movimiento fascista surge principalmente como una reacción a la revolución rusa de 1917, como un método de defensa de los intereses de las clases privilegiadas y poderosas a los movimientos insurgentes de corte anarquista y marxista que querían luchar por mayores niveles de justicia y equidad social. El fascismo defiende el desarrollo de un capitalismo corporativista, manejado por una élite militar, con una burguesía supeditada a las directrices del gobierno totalitario que legitima las divisiones sociales de clase y que fomenta la supremacía de las élites blancas frente a otros grupos étnicos. (Rodrigo Quesada, 2007).

Sin embargo, las raíces históricas de dicho movimiento pueden ubicarse mucho antes. En Francia desde finales del siglo XIX Charles Maurras desarrolló un proyecto ideológico ultra nacionalista, fuertemente anti semita y anti comunista, profundamente contrarevolucionario como respuesta a la Comuna de París de 1871 que amenazaba los intereses de los más poderosos, además defensor del régimen monárquico creía que el parlamentarismo era nocivo para la nación francesa. Para èl la democracia y el parlamento daban opción a radicales de izquierdas a que participaran de la política y pudiesen tomar decisiones para el país, en detrimento de los intereses de la aristocracia francesa.

Los choques inter imperialistas y las disputas coloniales generaron que también en otras naciones se desarrollaran manifestaciones de este tipo de proyecto ideológico. Esto fue provocando rivalidades y odios entre las naciones europeas, incluso desde los conflictos generados por la Conferencia de Berlín (1985) y los desacuerdos entre élites imperialistas respecto a cómo dividirse África y parte del Medio Oriente. Como es sabido, tales disputas y desacuerdos finalmente intentaron resolverse con la Primera Guerra Mundial, aunque con resultados no muy convincentes ni definitivos.

Es específicamente en Italia donde más se desarrolla ya bajo ese nombre el proyecto fascista. Luego de terminada la Primera Guerra Mundial, Italia queda como uno de los países más afectados de las consecuencias del conflicto y el tratado de Versalles. La situación socio económica en Europa es paupérrima y decadente, principalmente para las clases trabajadoras más explotadas, quienes incluso fueron la carne de cañón para ir al frente de los ejércitos en estas guerras, envenenados por un discurso patriotero de exaltación nacionalista y convencidos de la grandeza de sus naciones y el futuro próspero que sus respectivas burguesías prometían.

Esos sectores sociales, urgidos de respuestas frente a la crisis política y económica de 1919, fácilmente se dejaban seducir por discursos mesiánicos de salvación de la patria, de unidad y de nuevas luchas militares. Esa era una alternativa, la otra al frente, era el de la revolución socialista de inspiración marxista – anarquista.

Fue Gabriele D’annunzio, un poeta, político y militar italiano quien más influenció el desarrollo de muchas ideas que luego Benito Mussolini iba a poner en práctica, ideas que estaban plagadas de fanatismo nacionalista, odio por el socialismo marxista y aversión por los judíos. Proponían en cambio un sindicalismo nacional fascista en oposición al sindicalismo combativo de izquierdas, elemento que para Zeev Sternhell, es clave para comprender dos cosas: a. el fascismo es primero un fenómeno cultural para luego convertirse en fuerza política, b. la polarización ideológica entre izquierdas y derechas en el marco de la lucha de clases cada vez más grave es lo que genera que el fascismo tome tanta fuerza política. (Zeev Sternhell, 2002).

Así las cosas, el fascismo no es un accidente de la historia de Occidente, por el contrario es mas bien el resultado de la cultura política europea plagada de conflictividad social, violencia política y fanatismos culturales. La burguesía mundial desde 1945 ha insistido en narrar al fascismo como un fenómeno político ajeno a la izquierda y la derecha y lejana a los intereses de las élites capitalistas, una especie de absurdo irracional que dura veinticinco años producto de la maldad de la naturaleza humana que siempre ha estado allí y se desbordó en estas décadas.

Lejos de esto, el fascismo es una ideología de extrema derecha, proviene de la clase burguesa racista, colonialista e imperialista, y es una corriente de lucha político militar que pretende defender a las élites más poderosas de la amenaza revolucionaria socialista, marxista, anarquista e incluso del reformismo socialdemócrata.  

La herencia del siglo XIX marca profundamente el llamado corto siglo XX entre 1914 y 1991 (Eric Hobsbawm, 1994), principalmente por tres fenómenos principales que explican el desarrollo del fascismo:

  1. la nostalgia por el pasado imperial y colonial, incluyendo la defensa de la monarquía.
  2. el fanatismo nacionalista y patriota, circunscribiendo el tema religioso.
  3. la profunda lucha de clases, la polarización social entre burguesía y proletario y entre naciones poderosas y naciones subyugadas.

Características del fascismo

 Siguiendo los aportes de Enzo Traverso, Rodrigo Quesada y Ernest Mandel, algunas de sus características como corriente política son:

– Se asocia al nacionalismo exaltado inclusive legitimando el supremacismo blanco europeo.

– Utiliza el militarismo como instrumento clave para llevar a cabo sus proyectos políticos de dominación ideológica y control social.

– Practica el culto al líder supremo, quien es un hombre blanco autoritario, del alto rango militar, quien debe guiar a la nación hacia el progreso y defender a los sectores más aristocráticos del país bajo un capitalismo monopolista.

– Fomenta el racismo, la xenofobia, el anti comunismo, el anti semitismo, la homofobia, el eurocentrismo, el etnocentrismo, la islamofobia, el determinismo biológico y con ello el darwinismo social, una repulsión por el liberalismo político y el fanatismo religioso como modo de legitimar sus planes de dominio nacional.

– Desarrolla una fuerte afición por el pasado monárquico, imperialista y colonialista de muchas naciones europeas, de manera tal que legitima el sometimiento y saqueo de grandes cantidades de poblaciones a las que se considera atrasadas y subdesarrolladas.

Las dictaduras neofascistas

 A partir de 1947 con la entrada de la comunidad internacional en la dinámica de la Guerra Fría, Estados Unidos y la Unión Soviética se enfrentarían por el control político, ideológico y económico del mundo. La disputa sobre el Medio Oriente, en específico relativo al conflicto palestino – israelí demostraría el enfrentamiento entre estas super potencias. Con el apoyo explícito de los Estados Unidos, en América Latina se desarrollaron una gran cantidad de golpes de Estado y dictaduras militares sangrientas, en nombre de la democracia, la estabilidad de occidente, el mundo libre y las buenas costumbres cristianas, esto entre 1948 y 1991.

La mayor parte de los dictadores en América Latina aliados a los gobiernos norteamericanos se decían buenos cristianos y patriotas, incluso admiradores del estilo de gobierno de Musolinni o Franco. (Roitman, 2013). Estas dictaduras asesinaron miles de civiles siguiendo el llamado método Yakarta puesto en práctica primeramente en Indonesia en los años sesenta. (Vicent Bevins, 2021).  

Las nuevas extremas derechas

El planeta entero vive momentos de mucha tensión y preocupación derivados de la llegada al poder de líderes de extrema derecha en los gobiernos de Estados Unidos con Trump, la extrema derecha sionista en Israel que gobierna hace varios años en coalición con Benjamín Netanyahu, la Hungría de Victor Orban, en Argentina Milei y en Italia con Giorgia Meloni.

Dichas derechas radicales hoy en día tienen semejanzas y diferencias con las extremas derechas clásicas. Evaden reconocerse como movimientos fascistas o simpatizantes del fascismo europeo y más bien su batalla declarada va contra los inmigrantes empobrecidos, contra la diversidad sexual, contra los derechos de las mujeres, y contra todo movimiento de izquierdas, desde ambientalistas hasta defensores de derechos humanos.

Se aprovechan además de las iglesias neopentecostales con la teología de la prosperidad para plantear estos enfrentamientos como parte de una cruzada religiosa de cristianos buenos contra socialistas malos. Esa fue la experiencia brasileña con el caso de la llegada al poder de Jair Bolsonaro en una alianza entre magnates eclesiales, el ejército, grandes empresarios y el poder financiero.

Libros recomendados

Eric Hobsbawm. Historia del siglo XX: La era de los extremos.

Rodrigo Quesada. El siglo de los totalitarismos.

Enzo Traverso – Las nuevas caras de la derecha.

Enzo Traverso. La historia como campo de batalla.

Noam Chomsky – ¿Quién domina al mundo?

Kathleen Belew – Bring the war home.

Pablo Stefanoni – ¿La rebeldía se volvió de derecha?

Steven Forti – Extrema Derecha 2.0.

Zeev Sternhell – El nacimiento de la ideología fascista.  

Marco Roitman – Tiempos de oscuridad. Los golpes de Estado en América Latina.

Vincent Bevins – El método Yakarta. 

Doctor en Historia Jorge Barrientos Valverde.
Profesor e Investigador Asociado de Historia Contemporánea en la Escuela de Estudios Generales, UCR.

¿Quién ha fracasado?

Seidy Salas y Juan C. Cruz, comunicador@s

“La democracia está muriendo”. “No funciona más”. “Es un modelo que no ha logrado cumplir las promesas de bienestar que le hizo a la ciudadanía”. Estas son frases que se repiten en cientos de análisis y que cobran aún más sentido ante el auge de regímenes autoritarios que llegan al poder utilizando procedimientos democráticos. Pero ¿estamos ante un fracaso de la democracia o la responsabilidad es del sistema socioeconómico que la sustenta?

Para responder a esta pregunta, es importante considerar varios aspectos. La democracia occidental, es el resultado de una larga y cruenta lucha de la burguesía juntos con otros sectores sociales, contra el absolutismo y que tuvo un momento culminante con la Revolución Francesa. Desde entonces, los avances y los retrocesos democráticos han sido el resultado de distintas correlaciones de fuerza, en diferentes contextos espaciotemporales, asimismo, las nociones de “libertad”, “igualdad” y “justicia” derivadas de dicha revolución, no han sido productos acabados, sino conquistas por mantener y profundizar.

Lo mismo sucede con los pilares que sustentan la edificación democrática: el equilibrio entre los poderes ejecutivo, legislativo y judicial, para que ninguno prive sobre otro; el reconocimiento de los derechos individuales y colectivos de la ciudadanía y la posibilidad de que cualquier grupo de ciudadanos, reunido en un partido político, pueda aspirar a gobernar el Estado y que esta potestad de gobernar se someta a la voluntad popular, que podrá decidir periódicamente cuál grupo gobierna.

Mientras existió el campo socialista, los Estados del «mundo libre» se presentaron como los modelos de democracia frente a lo que calificaron como gobiernos totalitarios antidemocráticos. Estableciendo Estados de derecho y optando por modelos de bienestar social, buscaron garantizar el ejercicio de los derechos básicos a la mayoría de sus habitantes, mostrando el bienestar logrado como fruto de la democracia. Todo esto sobre un modelo económico que permitía lucrar y acumular riquezas, pero con mecanismos de redistribución más o menos eficientes.

En América Latina, en la segunda mitad del siglo XX, la mayoría de las democracias formales no lo eran en la práctica y las desigualdades socioeconómicas generaron tensiones que explotaron en graves conflictos armados, dictaduras y represión, especialmente en el cono sur y en Centroamérica. En los países tomados por la violencia, la democracia ni siquiera llegaba a hacer promesas.

Con la caída del socialismo, las potencias capitalistas iniciaron el proceso de desmantelar el marco jurídico del estado social de derecho, incluyendo compromisos con la salud y la educación públicas, así como con los derechos laborales conquistados a inicios del siglo XX. Se mantuvieron las libertades individuales, pero se erosionaron profundamente los derechos colectivos.

Esta nueva etapa del capitalismo mundial, caracterizada por «más mercado y menos estado», implicó la privatización de servicios públicos y medidas restrictivas de inversión social, profundizando las brechas sociales y la pobreza.

Para los países de América Latina que habían sufrido las dictaduras y los conflictos armados, el “retorno a la democracia” coincidió con la implantación de las medidas neoliberales[1], (con la excepción de Chile, donde el neoliberalismo floreció sobre la dictadura) y la construcción de la institucionalidad democrática tuvo que hacerse en el marco de los discursos de reducción del Estado. ¿Qué podría prometer la democracia en términos de bienestar e igualdad en ese marco de capitalismo salvaje?

No se puede dejar por fuera el fenómeno de la corrupción que crece y se multiplica entre las élites políticas en contubernio con sectores tanto empresariales como del crimen organizado, que minan desde dentro de los estados, la confianza ciudadana en la institucionalidad pública y en la política.

Ya entrado el Siglo XXI, la sindemia[2] generada por la pandemia del COVID 19, evidenció las profundas desigualdades sociales y desnudó las deudas de los estados con las personas más desfavorecidas, deudas forjadas desde la década de los 80 por el capitalismo neoliberal. La forma tan clara en cual las sociedades se dividieron entre las personas que tenían su supervivencia asegurada en medio del encierro y quienes sintieron que lo perdían todo, propició el resentimiento de estas personas hacia quienes conservaron sus empleos e ingresos. Esto llevó a importantes sectores de la población a reaccionar contra un sistema “que les abandonó” y a apoyar a figuras mesiánicas que prometen venganza contra las élites y libertad frente a los gobiernos.

Profundizando en los principales impactos socioeconómicos y políticos de la pandemia del COVID-19:

Socioeconómicos

  1. Desempleo: La pandemia provocó un aumento significativo del desempleo a escala mundial, con millones de personas perdiendo sus trabajos debido a la interrupción de actividades económicas. Las personas que generaban ingresos en el sector informal se vieron también entre la población más vulnerable.
  2. Recesión Económica: Muchas economías entraron en recesión en 2020, con una caída drástica en la producción económica y el cierre de numerosas empresas.
  3. Desigualdad: La pandemia amplificó las desigualdades existentes, afectando de manera desproporcionada a las personas y comunidades más vulnerables.
  4. Industria del Turismo y Servicios: Sectores como el turismo, la aviación y los servicios se vieron gravemente afectados, con pérdidas económicas significativas.
  5. Educación: El cierre masivo de escuelas y la transición a la educación en línea en sistemas que no estaban preparados para ello, generaron desigualdades en el aprendizaje y afectaron el desarrollo educativo de millones de estudiantes.

Políticos

  1. Gobernanza y Respuesta: Las respuestas gubernamentales variaron significativamente, con medidas de confinamiento de diversos grados y restricciones que generaron controversia y protestas. En muchos casos, las restricciones sanitarias sirvieron de laboratorio para el autoritarismo.
  2. Políticas de Estímulo: Muchos países implementaron programas de estímulo económico para mitigar los efectos de la crisis, aunque por lo general fueron insuficientes.
  3. Desconfianza en las Instituciones: La pandemia aumentó la desconfianza en las instituciones gubernamentales y sanitarias, en parte debido a la propagación de desinformación y teorías de conspiración.
  4. Políticas de Salud Pública: Hubo un enfoque renovado en las políticas de salud pública y la importancia de la preparación para futuras pandemias. Pero también se evidenció la falta de soberanía de los sistemas nacionales y la dependencia de la industria farmacéutica globalizada.

Culturales

  1. Como ya se mencionó, la pandemia hizo evidente la convivencia de personas privilegiadas y desprotegidas, fomentando la fragmentación social. En muchos casos, las personas que estaban seguras en sus casas, con sus despensas llenas, recriminaban fuertemente contra quienes rompían el encierro para buscar ingresos.
  2. El sentido de libertad: La imposición del encierro con la consiguiente limitación a la libertar de tránsito y reunión se vivió en muchos sectores, especialmente entre las juventudes, como un abuso del Estado. Las personas de jóvenes de los sectores privilegiados, pero también en las clases populares, burlaron este sistema organizando fiestas clandestinas y rechazado las restricciones.
  3. El auge de las teorías de conspiración y el sentimiento anti-ciencia: Sobre bases reales que exponían el sentido de lucro de la gran industria farmacéutica, se crearon fuertes teorías antivacunas que impulsaron corrientes totalmente anti-ciencia. A la vez, la noción de que existen élites globales súper poderosas que buscan controlar las mentes y voluntades de las mayorías, se expandieron. La facilidad con que la información falsa y la desinformación se mueven en las redes sociales, ampliamente accesibles para todas las personas, contribuyó a este fenómeno.
  4. El gran agotamiento: En la post pandemia, se generó un estado emocional -y físico- caracterizado por un enorme cansancio que se expresa en todas las esferas de la vida social. Hay una disminución del activismo presencial, un rechazo generalizado a la información que genere preocupaciones, y un aumento en la búsqueda de “información” de fácil consumo que genere gratificaciones inmediatas.

Estas consecuencias profundas y variadas en diferentes aspectos de la vida global, aunadas al deterioro generalizado de las condiciones de vida de grandes sectores de la población, ayudan a responder la pregunta que da origen a esta reflexión.

La pandemia de COVID-19 ha tenido efectos profundos en la economía y la sociedad. Ha amplificado las desigualdades existentes, aumentado el desempleo y generado una crisis económica global. Las medidas de confinamiento y distanciamiento social han afectado a diferentes grupos de manera desigual, exacerbando las tensiones sociales y económicas. Por su parte, el neoliberalismo, con su énfasis en la desregulación, la privatización y la reducción del gasto público, ha contribuido a aumentar la desigualdad económica y social. Las políticas neoliberales han debilitado las redes de seguridad social y han dejado a muchas personas más vulnerables a las crisis económicas. En este contexto, las propuestas formales de la democracia no tienen mucho que ofrecer y los mecanismos que ofrece se muestran obsoletos o insuficientes.

Quienes sí parecen estar ofreciendo respuestas a esta crisis, o al menos narrativas que son bien recibidas, son los movimientos de extrema derecha. La ultraderecha viene ganando terreno en varios países, aprovechando el descontento social y económico generado por la pandemia y las políticas neoliberales. Estos movimientos suelen prometer soluciones rápidas y simples a problemas complejos, lo que les atrae a muchos votantes desilusionados.

La pandemia de COVID-19 y las políticas neoliberales han creado un contexto de inestabilidad y descontento, que ha sido aprovechado por los movimientos de ultraderecha para ganar apoyo. La combinación de crisis económica, aumento de la desigualdad y la percepción de que las instituciones tradicionales no están respondiendo adecuadamente ha llevado a muchos a buscar alternativas más radicales.

Entonces, el retroceso en los procesos de democratización expresado en la desconfianza o desprecio hacia el Estado y capitalizado por la ultraderecha en auge, el influyente tecno-feudalismo y la poderosa narco burguesía, más que una falla democrática, obedece a la naturaleza del sistema económico capitalista, al que nunca le interesó el bienestar de las mayorías. Ha sido sobre esa base en la que surgieron y se desarrollaron las democracias. Si seguimos culpando a la democracia por su fracaso, estaremos dejando impune al capitalismo, que seguirá rampante su curso hacia el control total de las sociedades. Sin justicia social y económica, no hay democratización que perdure.

Imágenes: 1- https://www.anred.org, 2- OXFAM

[1] El neoliberalismo surgió en la década de los 80, impulsado por los gobiernos de Estados Unidos y Reino Unido, liderados por Ronald Reagan y Margaret Thatcher, promoviendo la reducción del papel del estado en la economía, la desregulación de los mercados y la privatización de empresas públicas. Estas políticas se basaban en la creencia de que los mercados libres y competitivos eran la mejor manera de generar crecimiento económico y prosperidad. Sin embargo, llevaron a un aumento de la desigualdad y la pobreza, ya que los beneficios del crecimiento económico no se distribuyeron equitativamente.

En América Latina, el neoliberalismo se implementó a través de programas de ajuste estructural promovidos por el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial, que exigían a los países reducir el gasto público, privatizar empresas estatales y abrir sus economías al comercio internacional. Estas medidas provocaron mayores niveles de pobreza y desigualdad.

El neoliberalismo promovió políticas de austeridad, que implicaban recortes en el gasto social y la reducción de los servicios públicos. Esto llevó a un debilitamiento de las redes de seguridad social y a un aumento de la precariedad laboral. La globalización y la liberalización del comercio favorecieron la expansión del neoliberalismo, permitiendo a las empresas multinacionales operar en múltiples países y aprovechar las diferencias en costos laborales y regulaciones ambientales.

[2] Sindemia es un término acuñado por primera vez en la década de 1990 por el antropólogo estadounidense Merrill Singer y proviene de la unión de los conceptos de sinergia y pandemia. Se considera sindemia cuando dos o más enfermedades interactúan de forma tal que causan un daño mayor que la mera suma de estas dos enfermedades.

La indiferencia social

Juan Huaylupo Alcázar

La indiferencia aparece como la incomunicación entre actores implicados socialmente, lo cual puede ser interpretado como una relativa ruptura creada artificialmente por actores que crean barreras que no son arbitrarias. El carecer del apego a alguien o situación particular, no es característico del ser social, que valora, actúa y es consecuente en sus relaciones cotidianas. Imaginar una indiferencia a todo, es la negación a la propia existencia humana, como individuo, ciudadano y ser social, sin duda sería una extrema patología, una muerte en vida, un sujeto convertido en objeto, sin capacidad de valorar ni reflexionar.

La indiferencia es originada externamente, creada por determinaciones culturales, grupales o ideológicas, que se encubre en una aparente indiferencia. Esto es, revela la separación, la diferenciación del pensamiento, condición social, etc., no es sobre lo desconocido o ignorado, sino sobre lo conocido y despreciado. Es la evidencia de la toma de posición sobre aspectos que se asumen no tener interés porque lo comprometen como sujeto social, sin ser desconocimiento de lo existente.

La abstención intencional al establecimiento de determinadas relaciones o estar inmersos en situaciones indeseadas, son valoraciones separatistas, excluyentes o antagónicas aprehendidas en contextos particulares que ubican a las personas con afinidades e identidades grupales, estamentales o clasistas en la heterogeneidad social.

La indiferencia posee una implícita relación de poder entre los actores, pues es excluyente la decisión de ignorar, desoír o despreciar el pensamiento y acciones de los otros, pero también expresa la imposibilidad de desaparecer lo que perturba o disgusta. Esto es, la indiferencia no es arbitraria, representa una posición e intencionalidad específica entre los sujetos en interacción no armoniosa que trasciende la actuación de los actores, para comprometer al contexto societal.

La sociedad capitalista ha configurado un espacio individualista de competitividad y explotación asociado con procesos de corrupción y violencia con formas jurídicas desiguales e inequitativas. Asimismo, ha conformado mafias asociadas con el sistema financiero y el poder estatal para los sistemáticos despojos de la riqueza social, así como las democracias se convierten en dictaduras de propietarios y delincuentes. Procesos que han creado medios insolidarios y de desconfianza que liquidan las formas culturales éticas de solidaridad y cooperación colectiva. La desigualdad inherente del sistema, es la impronta de las diferencias sociales, racistas y segregacionistas que promueven separaciones intolerantes e indiferentes en un sistema que lo incentiva, como función reproductora de poder y dominio. Esto es, el contexto contemporáneo es el ámbito propicio donde se inscribe la indiferencia, como una forma aparente de ignorancia y temor social ante la inseguridad delincuencial, legal, económica y estatal.

Alejarse o aparentar indiferencia ciudadana es una alternativa para no ser visto como adversario o enemigo por poderes o posiciones intolerantes y violentas que no aceptan discrepancias, visiones alternativas ni plurales.

La indiferencia y cinismo del poder clasista no ignora la condición de los subalternos, por el contrario, son causantes de su situación. La intolerancia política crea indiferencia y miedo ante la impotencia e imposibilidad de desafiar o liquidar a los otros.

En la unilateral y desigual violencia totalitaria, o del monopolio represivo del Estado, como del control y dominio privado del aparato estatal, no solo son transgresiones del Estado Social de derecho, también liquida todo vestigio de democracia y organicidad social y política. El miedo y el totalitarismo convierte a las víctimas en cómplices e incluso en victimarios contra su pueblo. Esas viejas prácticas terroristas son comunes en los delincuentes para anular, aislar y asesinar testigos, así como, en la represión privada contra trabajadores que temen el despido, la desaparición o ser víctimas del sicariato, o la represión estatal que intencionalmente aprisiona y asesina inocentes para amedrentar a opositores y poblaciones indefensas. Procesos que no están aislados, se relacionan y complementan en la crítica cotidianidad en más espacios latinoamericanos.

En ese contexto, tan peculiar en el presente, la indiferencia social es aparente, el no importar sobre lo que acontece, es una máscara que oculta lo que se conoce, no se cree o teme. La indiferencia está determinada por la desigualdad, la diferenciación y el distanciamiento social, como también por la acción de poderes autocráticos que inciden y promueven el aislamiento de las personas y grupos. El totalitarismo crea indiferencia de la cual se nutre, además de encubrir su despotismo, ante una aparente aceptación, sin oposición.

“La indiferencia es apatía, es parasitismo, es cobardía, no es vida. Por eso odio a los indiferentes.
La indiferencia es el peso muerto de la historia. Es la bola de plomo para el innovador, es la materia inerte en la que a menudo se ahogan los entusiasmos más brillantes, es el pantano que rodea a la vieja ciudad y la defiende mejor que la muralla más sólida, mejor que las corazas de sus guerreros, que se traga a los asaltantes en su remolino de lodo, y los diezma y los amilana, y en ocasiones los hace desistir de cualquier empresa heroica.
La indiferencia opera con fuerza en la historia. Opera pasivamente, pero opera. Es la fatalidad, aquello con lo que no se puede contar, lo que altera los programas, lo que trastorna los planes mejor elaborados, es la materia bruta que se rebela contra la inteligencia y la estrangula.” (Gramsci, 2017: 19).[1]

La inacción de los indiferentes forma parte del contingente social que permite la continuidad del poder y del mantenimiento del statuo quo, pero en el sistema son otros muchos los actores subalternos que lo sostienen y alimentan. Un sistema totalizante como el capitalista ha creado una inmensa red de procesos de subordinación formal y real del trabajo que genera riqueza que es privatizada, así como en las desiguales relaciones mercantiles que contribuyen a la reproducción de la polaridad e iniquidad social, procesos en cual están insertas gran parte de las naciones occidentales.

De este modo, las afirmaciones expresadas mucho antes de David Ricardo, que son los trabajadores la fuente de la riqueza y poder, se confirman por doquier. Así, en las labores productivas, la riqueza empresarial es creada por quienes desprecian, odian y explotan; o de los trabajadores privados y del Estado que son compelidos a envilecer los servicios públicos y financieros que violentan derechos sociales; o de magistrados que interpretan leyes en beneficio propio y dictaminan resoluciones contra la letra y espíritu de la Constitución y validan leyes indignas; o los profesionales en salud pública que violentan el juramento hipocrático y se coluden corruptamente cuando atentan contra la salud y vida ciudadana; o los militares, como en el Perú, que ciegos y obedientes, violentan su propia constitución y existencia, asesinando a quienes defienden los intereses y derechos sociales y nacionales.

Las necesidades de subsistencia de los subalternos, son los medios para que los propietarios del capital y el Estado, manipulen el trabajo y los trabajadores para crear colaboradores y cómplices, así como indiferentes, aun cuando son los subalternos del mundo quienes sostienen el sistema imperante.

La indiferencia y cinismo del poder clasista no ignora la situación y condición de los explotados, por el contrario, son sus intencionados causantes. La pobreza es el medio para someter y dividir salarialmente a las poblaciones trabajadoras, así como la indiferencia estatal es protagonista de la creciente desigualdad social al liquidar las políticas públicas y privatizar los servicios públicos y recursos nacionales. La práctica estatal totalitaria obstruye y niega a los trabajadores el pensamiento y la actuación propia y original, para ser obligados a asumir como propia la del poder. La indiferencia creada por el poder despoja a las personas de lo propio, de su identidad social para subordinar totalmente del sujeto colectivo.

La indiferencia social del poder es un absurdo, imaginar que los gobernados son ajenos del gobierno, es una concepción totalitaria y de ignorancia extrema de un poder que se cree omnipotente, capaz de dominar y explotar eternamente. La ilusa e impotente autosuficiencia totalitaria, cree poseer las capacidades para sacrificar eternamente derechos sociales y nacionales para beneficio propio, clasista y de cómplices. En la historia de la humanidad ningún poder totalitario ha poseído tales capacidades ni han perdurado. Los anhelos democráticos de los pueblos liquidan los sistemas autoritarios.

[1] Palabras duras, pero están descontextualizadas, el breve escrito de Gramsci fue elaborado en febrero de 1917, hace más de un siglo, tiempo y situación muy distinta al presente, citado para la reflexión ante la creciente indiferencia en el presente globalizado. (Odio a los indiferentes. Editorial Planeta).

¿Marxismo cultural o neoliberalismo disfrazado?

Mauricio Ramírez Núñez
Académico

Mauricio Ramírez Núñez

En las últimas décadas, los movimientos por los derechos sexuales y de género han logrado avances significativos dentro de las sociedades occidentales. La visibilidad de las comunidades LGBTQ+, la reivindicación de los derechos de las personas trans y el debate sobre la diversidad de identidades han ocupado un lugar central en la esfera pública, impulsando cambios legales y sociales en algunos países. Sin embargo, más allá de estos hechos, surge una pregunta incómoda: ¿en qué medida estas luchas han sido absorbidas o parte del sistema dominante, convirtiéndose en herramientas funcionales para su perpetuación? Más aún, ¿cómo se relacionan con una estrategia geopolítica e ideológica (imperial) de largo alcance contra el mundo no occidental diseñada desde los centros de poder occidentales?

La llamada revolución sexual y de género no surgió de manera espontánea ni fuera del marco de las dinámicas de poder globales de su época. Por el contrario, su desarrollo ha sido impulsado y vendido como un paso más hacia el progreso, la libertad individual y la igualdad real. Eso sí, una “revolución” centrada exclusivamente en el individuo y su identidad, que no altera la estructura real del poder y deja de lado los aspectos colectivos que podrían haber desafiado al sistema capitalista.

Este enfoque individualista, entiéndase, de raíz estrictamente liberal, responde a una lógica promovida por los aparatos de inteligencia de los centros de poder occidentales, particularmente durante la Guerra Fría, como parte de una estrategia geopolítica más amplia. Al ensalzar la libertad individual —entendida como la capacidad de expresión personal, identidad y consumo—, se construyó un discurso que contrastaba directamente con los ideales colectivos y materialistas del comunismo soviético.

La lucha por los derechos individuales, especialmente en temas de género y sexualidad, se convirtió así en una herramienta ideológica para demostrar la supuesta superioridad moral de las libertades del “mundo libre” frente a los modelos comunistas. El mensaje era claro: en las democracias capitalistas, las personas tienen libertad para ser quienes quieran ser, mientras que en los regímenes socialistas esta diversidad estaría reprimida. Esto permitió desviar el foco de atención de las jóvenes generaciones sobre las desigualdades económicas y sociales que también existían (y existen) en las democracias liberales para evitar que se convirtieran en fervientes militantes socialistas y guerrilleros. En aquel momento el ejemplo de Fidel Castro y el Che Guevara era algo que no podían permitir que se propagara en las juventudes disidentes, especialmente en los Estados Unidos y algunos países de Europa.

El capitalismo, con su extraordinaria capacidad de absorción, transformó estas luchas en oportunidades económicas y narrativas funcionales al sistema. Posteriormente las demandas de las comunidades LGBTQ+ por reconocimiento y derechos fueron rápidamente integradas en el mercado global. Desde las campañas publicitarias en el Mes del Orgullo hasta la creación de productos y servicios para estas comunidades. La diversidad se convirtió en un nicho rentable que genera millones al patriarcado, así como a muchos hombres heterosexuales blancos, que, desde los ojos de estas comunidades, son algo así como el mismo diablo.

Sin embargo, esta “integración” no cuestionó ni alteró las bases del sistema, ya que de marxista tiene poco. Como resultado, las conquistas en materia de derechos sexuales y de género no han afectado las desigualdades estructurales. Un pobre que es trans sigue siendo pobre; su identidad puede ser reconocida, pero su posición económica permanece inalterada. En este sentido, la inclusión se convierte en una forma de control simbólico o lo que el filósofo Byung Chul Han llama psicopolítica (control mental): se otorgan derechos parciales que no alteran el statu quo, mientras las jerarquías económicas y sociales permanecen intactas.

La promoción de esta revolución individualista de corte neoliberal, frecuentemente catalogada como «de izquierdas» o incluso como «marxismo cultural» por parte de la extrema derecha, simplemente por no alinearse con valores conservadores o tradicionales, debe entenderse como una extensión posmoderna de la estrategia de Occidente para debilitar el comunismo durante el siglo XX. Esta narrativa, sin embargo, ignora un aspecto fundamental: tanto el liberalismo como el comunismo son ideologías nacidas de la modernidad, profundamente materialistas y con poca o ninguna conexión con lo espiritual.

Mientras el comunismo niega cualquier posibilidad de una realidad más allá de las relaciones de producción y el conflicto de clases, el liberalismo eleva al individuo y a su razón autónoma (voluntad) al nivel de un dogma casi sagrado. Es precisamente esta exaltación del individuo en el liberalismo lo que, paradójicamente, genera confusión en los críticos que asocian las luchas por derechos individuales o la diversidad con un supuesto «marxismo cultural». En realidad, estas luchas son, más bien, una evolución lógica del liberalismo posmoderno que, en su afán de hegemonía, se apropió de ciertas demandas para acomodarlas al marco del capitalismo.

Por lo tanto, la extrema derecha no solo malinterpreta el origen de estas luchas al identificarlas erróneamente con el marxismo, sino que también pierde de vista que el individualismo que critica como «progresista» es, en esencia, un producto de la misma tradición liberal que dice defender. Esto pone en evidencia una contradicción profunda: su rechazo no es contra el individualismo per se, sino contra ciertas expresiones de este que desafían su visión conservadora del mundo, sin comprender que estas formas de individualismo también forman parte de la lógica del sistema que buscan preservar.

En los países del bloque socialista, donde la agenda colectiva y las metas del Estado se imponían sobre los derechos individuales, la diversidad sexual y de género fue históricamente tratada de forma represiva. Este enfoque, basado en la homogeneización de las identidades como parte del proyecto revolucionario, se convirtió en un punto débil que Occidente no tardó en explotar. Esta narrativa no solo reforzó al capitalismo como modelo económico, vinculándolo con conceptos de libertad personal, sino que también sirvió como una estrategia geopolítica para debilitar la influencia del comunismo en los movimientos sociales y culturales, especialmente en el hemisferio occidental. Una vez caída la Cortina de Hierro en el este, la bandera de la diversidad se convirtió en una herramienta ideológica para terminar de minar la cohesión del socialismo, asociándolo con represión en contraposición a la «libertad» ofrecida por el sistema capitalista tras el “fin de la historia”.

El resultado de esta estrategia es evidente en el presente. Hoy, muchos partidos de izquierda en Occidente, que históricamente enarbolaban la hoz y el martillo como símbolo de lucha por los derechos de los trabajadores y la transformación estructural, han desplazado esa agenda en favor de las luchas por la diversidad sexual y de género. Esto plantea una pregunta fundamental: ¿se han hecho neoliberales estos partidos sin darse cuenta?

La realidad es más compleja. En muchos casos, las luchas por la diversidad se han integrado de forma acrítica al sistema capitalista, promoviendo una agenda identitaria que no cuestiona las bases estructurales del modelo económico. En lugar de representar una amenaza al statu quo, estas luchas han sido neutralizadas, convirtiéndose en herramientas funcionales a un sistema que utiliza el discurso de la inclusión como una forma de legitimarse, mientras perpetúa las dinámicas de explotación y desigualdad.

Así, la izquierda y la social democracia occidental enfrentan un dilema: ¿pueden volver a conectar las grandes mayorías excluidas con una agenda revolucionaria integral que cuestione al capitalismo y promueva transformaciones colectivas profundas? ¿O se limitarán a enarbolar banderas simbólicas que no desafían las estructuras económicas y políticas que perpetúan las desigualdades? La respuesta a estas preguntas definirá su relevancia y su capacidad para liderar un verdadero cambio sistémico, al menos en esta parte del mundo.

Es fundamental reconocer que una revolución centrada únicamente en el individuo y promovida desde los centros de poder occidentales (financiero y tecnológico), no puede transformar las estructuras que perpetúan la desigualdad. Que las izquierdas hoy reduzcan sus luchas prácticamente a esto, no quiere decir que sean realmente izquierdas, defensoras del progresismo o garantes únicos de la justicia social.

Una verdadera agenda revolucionaria y social democrática hoy debe empezar por no negar el Estado nación o menospreciar la soberanía, la tradición propia de cada pueblo y sus valores tradicionales. Debe reforzar las luchas colectivas en favor de una educación y salud públicas de calidad, empleos y salarios competitivos y dignos para todas las personas, así como garantizar oportunidades para que cada ciudadano pueda salir adelante. También es esencial priorizar la seguridad, la protección del ambiente, la seguridad alimentaria y la construcción de un mercado con rostro humano, entender el justo equilibrio que se requiere entre estado y mercado, uno que no sea dejado en manos de especuladores ni de manipuladores de la verdad que financian campañas e imponen agendas ajenas a nuestras costumbres, dirigidas exclusivamente al beneficio de unas minorías.

En una verdadera democracia, las minorías se reconocen, se respetan y se protegen, pero nunca se puede perder de vista que el objetivo supremo no puede ser jamás el beneficio exclusivo de minorías económicas o de otro tipo. El objetivo tiene que ser el país en su conjunto, trabajando un proyecto de nación que priorice el bienestar colectivo y las necesidades de las grandes mayorías, sin sacrificar nuestra identidad, tradiciones ni los derechos fundamentales de todas las personas.

Trascender la globalización capitalista neoliberal

Luis Britto García

“Religión sin poesía” llamaba Roberto Hernández Montoya al neoliberalismo. Culto en verdad peligroso, que exige la inmolación de trabajadores, países, de la humanidad entera. Los Diez Mandamientos de esta superstición están sintetizados en “El Consenso de Washington”, redactado por John Williamson en 1989. Quien lo aplica, aunque se disfrace de revolucionario, neoliberal se queda; quien lo combate es revolucionario, aunque lo tilden de trasnochado. 

En dos frentes se libra la batalla contra el Decálogo neoliberal (que transcribimos entre comillas y en negritas): en el frente interno, y en el externo internacional.

En el frente interno nacional:

  1. Disciplina en la política fiscal, enfocándose en evitar grandes déficits fiscales en relación con el producto interno bruto;

-Pero el capitalismo enfrenta periódicamente crisis cada vez más graves, que hasta ahora sólo han sido paliadas mediante políticas fiscales de incremento del gasto público de dos categorías: a) Incremento del gasto público según la idea keynesiana del “multiplicador de la inversión”: erogaciones estatales que reactiven la producción, creen empleo y posibiliten el consumo, y b) guerras que disparen la producción de armamentos, empleen trabajadores en ésta, recluten desempleados como soldados y garanticen una demanda permanente destruyendo armamentos y vidas. Todos los países desarrollados admiten políticas de déficit fiscal: la Deuda Pública Global supera actualmente el 333% del Producto Interno Bruto anual del mundo.

2.“Redirección del gasto público en subsidios.

-Los subsidios públicos son indispensables en áreas como fomento de la producción interna, investigación científica, protección de la naturaleza,  cultura. Limitarlos sólo para los fines que juzgue legítimos el capital transnacional es el camino de la ruina.

3.-Reforma tributaria, ampliando la base tributaria y la adopción de  tipos impositivos marginales moderados”

-En el capitalismo neoliberal la “ampliación de la base tributaria” operó siempre incrementando el número de personas de limitados recursos que debían tributar, y cargándolos de pesados tributos directos, como el Impuesto al Valor Agregado. Mientras tanto, los grandes capitales evaden la carga tributaria mediante “Tratados contra la Doble Tributación”, Paraísos Fiscales, donación simulada de los fondos a “Fundaciones sin fines de lucro” exentas de impuestos, y sobre todo, con la complicidad de los legisladores, sancionando una progresiva rebaja de las tasas tributarias al gran capital que ha llevado a los multimillonarios a pagar porcentajes menores que los de los simples trabajadores.

4.-Tasas de interés determinadas por el mercado y positivas (pero moderadas) en términos reales”

“El mercado” no existe cuando el número de oferentes (los bancos) es limitado: la tasa del interés sólo medirá su voracidad. Lo que el Consenso de Washington exige es que ninguna medida pública de protección interfiera con ésta.

5.-“Tipos de cambio  competitivos

-“Competitivas” llama el neoliberalismo a tasas abiertamente desfavorables a la moneda nacional, de modo que las inversiones extranjeras se realicen con montos mínimos de divisas foráneas. Los Estados Nacionales tienen el deber y el derecho de defender el valor de sus monedas; y no devaluarlas para defender los intereses de capitales foráneos o la estabilidad de las divisas de éstos.

6.-“Liberalización  del comercio: liberación de las importaciones, eliminación de las restricciones cuantitativas (licencias, etc.), aranceles bajos y uniformes”

-Todas las naciones que hoy son potencias económicas –Inglaterra, Estados Unidos, Alemania- llegaron a serlo aplicando estrictas medidas de protección de la producción y el comercio internos, tales como prohibir ciertas importaciones, cargarles aranceles altos o someterlas a licencias dictadas por la conveniencia nacional. Los países emergentes deben aplicar el mismo tipo de medidas proteccionistas a sus economías.

7.-“Liberalización de las barreras a la inversión extranjera directa  (IED)”

-Todas las naciones que hoy son desarrolladas lo lograron aplicando estrictos controles a las inversiones extranjeras con el fin de estimular, proteger, favorecer y fortalecer la producción nacional. La finalidad del ALCA era impedírselo a los países latinoamericanos y caribeños.

8.-“Privatización de las empresas estatales

-Las empresas estatales son instrumentos fundamentales de la construcción del socialismo, de la prestación de servicios básicos indispensables de interés social y de la explotación de recursos naturales en condiciones que posibiliten la aplicación de los beneficios al bienestar general. Privatizarlas es sustituir esos objetivos por el del lucro privado, generalmente extranjero. Las políticas de privatización en los países en vías de desarrollo no han sido más que enormes subastas en baratillo de las empresas públicas, las cuales al convertirse en negocios privados equilibran sus finanzas cesanteando empleados; exigiéndole a los que conservan cumplir con sus tareas y las de los despedidos, y elevando exponencialmente sus precios y tarifas, a costas del consumidor y sin la menor consideración hacia el interés social.

9.-“Desregulación: abolición de regulaciones que impidan acceso al mercado o restrinjan la competencia”

-La “desregulación” globalizadora impide cualquier  restricción de la operación del capital, aunque sea necesaria por razones de seguridad, protección al medio ambiente y al consumidor, o supervisión de entidades financieras. Lo comprueban las sucesivas catástrofes de seguridad, ambientales y humanas y sobre todo de quiebras masivas de entidades financieras, que no ocurrirían si en verdad se las supervisara prudencialmente.

10 .- “Seguridad jurídica para los  derechos de propiedad

-La “seguridad jurídica” globalizadora y neoliberal significa que el capital transnacional exige que todas las controversias sobre sus inversiones sean resueltas de acuerdo con sus propias leyes y por sus propios tribunales, distintos de los de los países donde invierten. También requiere que los gobiernos nacionales no tengan derecho a cambiarles las leyes tributarias, ni a la expropiación por causa de utilidad pública y social. Ello asimismo requiere la  “inaplicación” de leyes y tribunales locales, incluso en el caso de litigios relativos al interés público nacional, los cuales según los globalizadores deberían ser decididos por  juntas arbitrales o tribunales foráneos como el Centro Internacional de Arreglo de Diferencias sobre las Inversiones (CIADI), en abierta violación de la inmunidad de jurisdicción y la soberanía de la República.

En el plano internacional, cabe contrarrestar irreductiblemente el intento de imponer estos dogmas contrabandeándolos como normas internas o a través de Tratados, como ocurrió con el tristemente célebre ALCA, o los Infames Tratados contra la Doble Tributación, o los de Libre Comercio. Para ello es indispensable crear organismos revolucionarios, como el ALBA-TCP, y coordinar políticas con organizaciones internacionales multipolares, como los BRICS. Evitando, desde luego, que los grandes capitales privados de algunos de los países integrantes de este último bloque o de otros grupos emergentes impongan políticas tan abusivas como las del Consenso de Washington, o peores que ellas.

El fascismo que podría venir

Luis Britto García

Durante su intervención en el Congreso Mundial Antifascista, Delcy Rodríguez señaló que recientemente en América han aparecido 17 y en Europa 21 movimientos fascistas o protofascistas. Nada extraño: el fascismo surge de las crisis capitalistas, y las agrava.

Con Franz von Neumann, pensamos que el fascismo es el capital actuando en la más absoluta complicidad con el Estado. Recordemos la denuncia de Foxham según la cual sólo un 1% de la población posee casi el 50% de la propiedad global, y sólo un 10% acapara más del 80% de toda la propiedad del planeta. Las crisis económicas de 2008 y de 2019, esta última camouflada por las extremas medidas contra la pandemia, aceleraron exponencialmente esta hiperconcentración.

El fascismo no es más que uno de los disfraces del capital ante las situaciones socioeconómicas difíciles que podrían posibilitan la Revolución. Mientras ésta no triunfe, seguirá el capital reconcentrándose, hasta que una docena de megaempresas acaparen la casi totalidad de la propiedad mundial.

Hoy en día vemos una cuasi acumulación titánica del poder económico privado tanto entre los bloques del mundo unipolar como en los del multipolar: el Mercosur, el BRICS, el ASEAN, los No Alineados. En la medida en que el capitalismo avance en la tarea de eliminar a sus adversarios, bajo las más diversas máscaras y disfraces tendremos un cada vez más unitario bloque fascista de hiperconcentración política y económica golpeando con todas las tácticas y estrategias imaginables a la humanidad.

El fascismo es o intenta ser imperialista. Desde los comienzos de la Época Moderna este monstruo ha sobrevivido mediante el control planetario de los recursos naturales y humanos que posibilitan el modo de producción industrial. Pero el informe sobre los Límites del Desarrollo del Club de Roma ya en 1972 advirtió que los recursos naturales son limitados, y que no es posible una expansión industrial y demográfica infinitas en un planeta con recursos finitos.

En el último siglo la rebatiña se concentra sobre la energía fósil. Según la Agencia Internacional de Energía, British Petroleum, la OPEP y otros organismos competentes en la materia, las reservas de hidrocarburos al ritmo de consumo actual podrían durar sólo cuatro o cinco décadas más. El combustible fósil suple más del 80% del consumo energético global: su control es la clave del dominio planetario durante el venidero medio siglo.

Históricamente, los movimientos fascistas o protofascistas han adoptado una ideología elitista, racista y xenófoba: la propia clase, “raza”, nación, religión o cultura han sido elegidas por Dios, la selección natural o la competencia económica para dominar, explotar y exterminar a las restantes. La misma ciencia que permitió el desarrollo industrial avanzado proporciona ahora los medios para fabricar elites objetivamente superiores.

Así, las técnicas de edición de genes facultan a quienes puedan costearlas para predeterminar el grado de salud, longevidad, inmunidad contra infecciones y quizá hasta la inteligencia potencial de sus descendencias. A la oligarquía del capital o de la formación académica se podría superponer una oligarquía eugenésica que, como las anteriores, utilizaría sus capacidades para explotar y exterminar a quienes no formen parte de ella.

Pues al igual que el esclavismo, el feudalismo y el capitalismo, el fascismo se alimenta del saqueo de la naturaleza y de la fuerza de trabajo. O quizá los sobrepasa. Esclavo es quien no obtiene excedente económico, porque su remuneración se limita al mínimo que garantiza la subsistencia. La negación del excedente lleva consigo todas los demás.

El capitalismo y el fascismo avanzan un paso más, al empujar a la fuerza de trabajo por debajo del límite de la subsistencia. Ejemplo de ello, los campos de trabajo forzado en los cuales Albert Speer internó a tres millones de trabajadores para prolongar el esfuerzo armamentista del Tercer Reich, los regidos por otros imperialistas en su fase colonialista.

Quizá es esclava la inmensa mayoría de la humanidad cuyos salarios no igualan o apenas cubren el costo de la canasta básica. Con mayor razón, la condenada a tal situación por deudas contraídas, no por ellos ni sus padres, sino por sus Estados, deudas que en conjunto suman actualmente el 333% del Producto Interno Global Anual.

Por debajo de la subsistencia o del hambre no hay derechos culturales, sociales ni políticos. Ni los deseos ni la opinión ni el voto del pobre son considerados legítimos por los poseedores, quienes sólo tienen para los explotados un destino: el exterminio.

Pues se estima que la Inteligencia Artificial está por desplazar más del 40% de los puestos de trabajo humanos. Ello convierte a una considerable masa, asimismo privada de propiedad, en inútil para la acumulación de dividendos, objetivo final del capitalismo y del fascismo.

Bajo la lógica contable, unos 4.000.000.000 de personas resultarían sobrantes en el reparto de la energía, los alimentos y los recursos naturales bajo la dictadura del interés capitalista. Situación para la cual siempre Capitalismo y Fascismo tienen pronta una Solución Final.

Imposible parecería que se perpetrara semejante cúmulo de horrores. Sin embargo, tanto el capitalismo como su etapa superior, el fascismo, llevan tiempo ejecutándolos, bajo los más diversos disfraces: colonialismo “civilizador”, inversiones “modernizadoras”, privatizaciones “productivas”, entrega de recursos naturales a transnacionales “desarrollistas”, sistemas fiscales que exoneran de impuestos al capital y los gravan sobre el trabajador, abolición de todas las conquistas laborales, sociales y sindicales por regímenes “especiales”.

Todo se ha hecho, se hace y se hará en nombre de los más nobles y atractivos pretextos: libertad, progreso, democracia. El sistema comunicacional capitalista y fascista presenta sistemáticamente cada cosa como su contrario: monopolio como prosperidad, egoísmo como solidaridad, desprotección como oportunidad, miseria como abundancia, saqueo como progreso. Mecanismos de espionaje cibernético detectan, incrementan y anulan la disidencia. La falsificación mediática de la realidad presentaría como redención el exterminio.

El fascismo que describo podría venir, pero sólo si lo consentimos. No más de una décima parte de la humanidad mueve su espantable maquinaria. Los párrafos anteriores no describen una pesadilla, sino un alerta. Arrancar la máscara al fascismo es arrebatarle su fuerza.

“El psicópata” con poder

Martín Rodríguez E.

Desde hace varios años, sobre todo desde 1986, luego de que varios sujetos llegaran al cargo de máximo poder en Costa Rica, todos de derecha y hasta ultraderecha neoliberal, utilizando para ello la desesperanza de un pueblo sometido a las políticas de empobrecimiento y corrupción que, desde el FMI, el BM, la OCDE (más recientemente) han impulsado.

Luego de décadas de gobiernos que han aniquilado miles de microempresas, despojado a campesinos de sus tierras y productores nacionales que han tenido que cerrar, que han sido desposeídos de sus negocios, sea por el ingreso de transnacionales, por la aprobación del TLC y por falta de políticas de apoyo.

Entonces, me pregunté, ¿Qué tipo de enfermedad mental sufren estos tipos liberales?, aparte claro, de que son los verdugos de un sistema capitalista que todo lo destruye. Pues bien, me he dado a la tarea de leer y releer, escuchar y ver, además de consultar a profesionales de la salud mental sobre los diferentes tipos de sintomatología psicológica. Me interesó el caso del PSICÓPATA, y me di cuenta de varias cosas muy interesantes. Veamos.

Un psicópata no es un enfermo mental, es decir, un sicópata, no es un sicótico, no es un esquizofrénico, no es un maníaco depresivo o no padece de trastorno bipolar, ni siquiera es un neurótico, o sea, no es una persona hipersensible que desarrolle fobias o temores.

Pero, además, dicen los profesionales que, “no es una persona que tenga una gran inestabilidad   frente a los problemas y no es una persona que tenga o sufra de trastornos compulsivos.”

Entonces, ¿Qué es un psicópata?, dicen los profesionales que el psicópata es una “configuración especial de la personalidad”, es un modo que se caracteriza por dos notas dominantes, una, desde el punto de vista de las relaciones, o de lo que son las relaciones interpersonales, una persona que se siente superior a los demás, que se siente legitimado para tomar ventaja, aunque sea ilegítima, sobre los otros y que tiene una gran capacidad para mentir y manipular.

Es decir, una persona que en el ámbito interpersonal es un narcisista, se cree con derecho “de ser el dueño del pastel, él tiene todo el pastel y decide darle migajas a los demás, según su propia conveniencia”. Además, se cree muy bueno engañando y manipulando para que le den lo que él quiere, esa es uno de los rasgos de personalidad del psicópata.

El segundo rasgo en un sicópata es en el ámbito afectivo, quizás, la más conocida del psicópata. Es una persona con emociones superficiales, suelen ser personas que tienen “una capacidad de resonancia emocional muy limitada que se manifiesta sobre todo en una incapacidad muy grande para ponerse en el lugar de la otra persona desde el punto de vista emocional”, mientras cualquier persona empática se siente triste porque se siente afectada por lo que le ocurre a otra persona, igual si se siente feliz por la felicidad de otra persona, el psicópata no tiene esa capacidad de empatía profunda, aunque sí tiene una capacidad cognitiva con la que entiende y comprende, entre otras cosas, cuáles son tus ideas, tus actitudes o tus creencias, y esto le sirve al psicópata para manipular, “porque de esa manera puede saber dónde va tu pensamiento, cómo vas a reaccionar”.

Su nivel de emociones es de un nivel muy bajo y debido a esa profunda incapacidad son personas que no han desarrollado principios morales tal y como los entendemos, tiene unos principios que son suyos, por así decirlo, narcisistas, no tiene conciencia o arrepentimiento, no se disculpa por lo que está haciendo porque para sentir culpa quiere decir que tiene la capacidad para reprocharse a sí mismo que ha violentado reglas que son importantes. Tienen una gran resistencia al caos, e incluso lo crean, mantienen la cabeza fría, e incluso disfrutan de las situaciones más estresantes y caóticas, porque en realidad las consecuencias les da igual y tienen una oportunidad de quedar bien ante los demás.

En pocas palabras, le importa un carajo lo que digan los demás, para el psicópata los demás no existen, solo importa él y todos los demás, o son sus enemigos, o son piezas útiles para conseguir sus propósitos, se cree superior a los demás, está preparado para explotar a los otros, “no hay ser humano más preparado para dañar al otro porque es la persona que sabe los mecanismos para hacerlo y además no le importan los resultados, por eso, es el ser humano más peligroso que existe y cuanto más poder tiene, más peligroso es.”

El psicópata es una persona que suele tener un buen control, si hablamos del psicópata en su más alta expresión, el psicópata pone “el punto de mira en sus objetivos”, no es una persona que esté castigada, victimizada o acosada por pensamientos obsesivos que le hagan que su vida esté muy limitada,  por el contrario, el psicópata es muy expansivo, no todo extrovertido es psicópata pero estos suelen ser muy extrovertidos en su capacidad para fascinar,  por eso las personas dicen, “pero qué persona más genial, qué divertido”, y esas personas piensan instintivamente, “me va a ir bien con él”, pero claro, ahí está el anzuelo. El psicópata trabaja como una araña que va tejiendo la red, para que los demás caigan.

Esa es la personalidad del psicópata, así trabaja y funciona, pero… hay más que eso.

Se trata de un sistema social, el capitalismo. Este sistema, y lo vemos todos los días de la vida, manipula, miente y engaña, también corrompe y asesina si es necesario. El sistema capitalista solo tiene un objetivo, la riqueza a cualquier costo, pero la riqueza no para todos los seres humanos, solo para muy pocos, y en el camino las migajas van a dar en las manos de psicópatas que se sienten dioses porque reciben poder. Así, gobernantes corruptos, sádicos y asesinos se vuelven multimillonarios y defienden el sistema que les da esa riqueza, aunque tengan que destruir personas y el planeta en el camino.

Por eso el capitalismo no acepta, de ninguna manera, a gobiernos y pueblos que no hacen lo que ellos digan, y estos se convierten en objetivo de su rabia. Lo viven gobiernos y pueblos como Venezuela, Cuba, Nicaragua, Palestina, y todo aquel que ose oponerse a sus designios.

¿Por qué dictadores como Somoza, Videla, Banzer, Pinochet, Stroessner, y muchos otros, contaron con el respaldo de EEUU pese a sus crímenes?, porque le servía al capitalismo, a sus intereses.

La democracia, la libertad, la paz, la solidaridad, son palabras huecas para el sistema capitalista. Por eso psicópatas en el poder que buscan destruirlo todo, privatizarlo todo, y convertirlo en el negocio de pocos, son tan bien apoyados por el capitalismo internacional, por EEUU, aunque la salud y la educación, por ejemplo, no sea para todos por igual y solo para aquellos que puedan pagar. La esclavitud, las drogas, el hambre, la miseria, la muerte, el odio, la xenofobia, el fascismo, el terrorismo, son propios del capitalismo, son sus armas más letales, y los psicópatas en el poder las utilizan.

Un dato: Estudios han demostrado que muchos psicópatas en posiciones de poder proyectan una imagen de carisma, coraje y seguridad en si mismos, pero, en realidad, detrás, solo hay manipulación, temeridad e imprudencia. Habría que preguntarse, ¿Queremos que personas con estos rasgos tomen decisiones por nosotros?

Le invitamos a ver el programa 5 Minutos o Menos sobre este tema.

Venezuela y la crisis de las elecciones del 2024

Carlos Delgado Rodríguez
2-8-2024

Carlos Delgado Rodríguez

El capitalismo mundial hoy está atravesado por profundas crisis: crisis ambiental, dificultades para convertir el dinero en capital, dificultades para convertir la fuerza de trabajo en mercancía, lo cual significa la creación de una población sobrante que ni siquiera puede ser explotada. Pero tal cosa no quiere decir que todo esto esté desembocando en procesos revolucionarios; no los hay de hecho. La derrota del campo popular (clases subalternas interesadas en la construcción de un nuevo orden que supere al capitalismo) desde hace décadas, ha sido acompañada por la disolución de las organizaciones políticas que se planteaban las transformaciones revolucionarias dentro del capitalismo; lo que aún queda está disperso y debilitado en cada país y en el campo internacional.

Lo que, si está sucediendo, ante nuestros ojos, como parte de la crisis del capitalismo sin procesos revolucionarios, es una reorganización del capitalismo mundial, que produce una gran fractura entre “oriente” y “occidente”. Estados Unidos al frente de occidente, como potencia hegemónica que no tiene ningún contrapeso en el G7, se enfrentan a dupla de China y Rusia más los BRICS (los BRICS son un grupo abigarrado que se articula para enfrentar la decadencia ya completamente palmaria del occidente hegemonizado por Estados Unidos, entre otras cosas). Esta lucha ha fracturado el capitalismo mundial, y se extiende por todas partes: Ucrania, Asia, África, Medio Oriente. El cuestionamiento al dominio imperial por potencias contra hegemónicas como Rusia y China se ha vuelto completamente explicito. La lucha es en el campo económico, militar, cultural y geopolítico.

China tiene un gran proyecto mundial para construir su propio entorno geoeconómico y se llama ruta de la Seda. Es la articulación de su propia área de influencia, que a su vez se acopla con otros procesos geoeconómicos en marcha promovidos en Asia Central, Medio oriente, Asia y África. Rusia acompaña este proceso y se vincula también directamente a la economía China. Este bloque se ha ido consolidando a partir del tenaz enfrentamiento de Rusia con Estados Unidos y la OTAN. China también ha sufrido el asedio del imperialismo en torno a Taiwán.

El imperio estadounidense no tiene nada que ofrecer, no hay ningún gran proyecto, no hay ninguna alternativa para articular el mundo capitalista en crisis, y menos aún su propia periferia. Gracias a esta debilidad de Estados Unidos, China ahora tiene una fuerte presencia en América Latina, incluso en países como Uruguay, Perú o Ecuador, gobernados por derechas que suelen ser incondicionales con los mandatos imperiales.

La estrategia imperial, como lo indican algunos analistas como Thierry Meyssan, es la estrategia del caos, que ha sido aplicada intensamente en lo que ellos denominan Medio Oriente. Tal cosa pasa por provocar un caos permanente que impida que los rivales y los países víctimas de estas acciones, puedan lograr alguna estabilidad. Siria, Irak, Afganistán son, entre otros, algunos ejemplos. Asimismo, Israel en Medio Oriente es el principal instrumento del imperio; los genocidas sionistas quieren hoy provocar una guerra total que involucre directamente a Estados Unidos contra Irán y cuyas consecuencias son imprevisibles.

Hoy el imperio no solo tiene al frente formidables adversarios (Rusia, China, Irán), sino que también profundas contradicciones internas. El estado profundo -esa estructura no visible y tampoco elegida “democráticamente”- es la que gobierna más allá de cualquier agenda partidaria. Ese estado profundo está exacerbando las contradicciones geopolíticas en aquellos lugares que considera relevantes para los intereses imperiales: Asia, África, América Latina. Mientras, por otra parte, ha reducido a Europa a una colonia sumida en un vasallaje total.

Venezuela

Desde que dio inicio el proceso bolivariano conducido inicialmente por Hugo Chávez, el imperialismo norteamericano intentó desestabilizar el proceso y sustituirlo por gobiernos vasallos como siempre lo ha hecho en América Latina. Se fue configurando también un discurso mediático contra Venezuela: Venezuela fue presentada como un modelo del mal, como una referencia de lo que no se debe hacer en ninguna parte. Esto el imperialismo siempre lo hace con sus enemigos. Esto ha llegado a un punto tal que no es necesario decir mucho contra Venezuela, lo único necesario es invocar su nombre, que se asocia con un modelo del mal. Chávez primero, Maduro después, son los jefes de ese modelo del mal que hay que extirpar. Las “masas”, la gente del común, no saben nada de Venezuela, pero no es necesario saber nada, puesto que es suficiente saber que Venezuela es un modelo del mal, con esto se obtiene un rechazo automático, que no está sujeto a ningún tipo de experiencia concreta, es un rechazo apriorístico que no está sujeto a ningún tipo de comprobación puesto que no es necesario hacerlo. Esa es la forma en que funcionan los procesos de modelación, manipulación y condicionamiento del pensamiento y la conducta, aplicados por los estrategas de la dominación.

Venezuela ha sido víctima de esto una y otra vez. Cuando hubo el golpe de estado en Honduras la gran prensa internacional no hizo mayor alboroto. No hubo un canciller gringo que le dijera a los golpistas que se tenían que ir. Los países aliados incondicionalmente de Estados Unidos guardaron silencio. Lo mismo ocurrió en Paraguay cuando echaron a Lugo. Igual pasó en Brasil con el golpe de estado que le dieron a la presidenta Vilma. Igual pasó con el golpe de estado en Perú. Esta ha sido la historia reciente.

El proceso bolivariano ha sido atacado de forma brutal por el imperio, de esto hay datos de sobra: el robo de Citgo, el robo de miles de millones de dólares que estaban en la banca de los Estados Unidos, los sabotajes, los bloqueos, el financiamiento de grupos de choque, normalmente procedentes del lumpen, que hacen un trabajo pagado. Las campañas interminables contra Venezuela. Trump lo expresó abiertamente: estuvimos a punto de derrotarlos y todo el petróleo hubiera sido nuestro.

En días atrás pude ver un video de Bukele refiriéndose a Nicolás Maduro. Decía que Maduro violaba los derechos humanos, que era un genocida, que era un dictador. Curiosamente, todo lo que dice Bukele de Maduro lo dicen sus adversarios políticos de él.

Los gobiernos bolivarianos han tratado de construir un proceso socialista en medio del asedio, y de una correlación de fuerzas francamente desfavorable. Como decía anteriormente, salvo Cuba y unos cuantos países más, las revoluciones no han sobrevivido luego de la década de 1990. Estamos en medio de una crisis capitalista sin revoluciones, y eso hay que tenerlo claro. Y no solo no hay revoluciones, sino que no existen las condiciones correspondientes para que estas sucedan, a pesar de lo terrible que es la vida para las mayorías sociales en el capitalismo actual. El factor subjetivo (el querer hacer una revolución), fundamental para cualquier revolución ha desaparecido. Hoy las grandes mayorías están sumidas en un sopor aletargante, tratando de resolver su insoportable vida cotidiana, y fascinadas con el consumo y el entretenimiento.

El proceso bolivariano asediado (y entender esto es fundamental) ha tenido una evolución cargada de contradicciones internas. Ha sido una lucha contra la parasitaria Oligarquías Venezolana, contra el imperialismo, contra sus propios errores, y contra un contexto internacional en el cual las revoluciones no existen, ni se toleran.

Hoy día este proceso mantiene una posición de tipo nacional, anti imperialista, y se pronuncia por la unidad latinoamericana. Internamente, se ha debatido en medio de una gran crisis económica que ha sido el resultado de errores propios, pero también de una política explicita de bloqueo y desestabilización impulsada sistemáticamente por Estados Unidos, apoyada por Europa y por varios países latinoamericanos, que han hecho lo imposible por tratar de derribar el gobierno bolivariano. Recuerdo cuando desde el lado de la frontera de Colombia el difunto presidente chileno y el presidente de Colombia, de aquel momento, le pedían al ejército de Venezuela que derrocara a Maduro, y al pueblo que se revelara. Ellos se fueron primero, cosas de la historia.

El Partido Socialista de Venezuela, al que pertenece Nicolás Maduro, es posiblemente el partido más grande de América Latina y uno de los más estructurados. Esto no dice necesariamente sobre su calidad, pero es sin lugar a dudas un instrumento poderoso, que la llamada oposición no tiene ni de lejos.

La oposición venezolana ha sido permanentemente un fiasco, y la corrupción y la ausencia de una visión estratégica de país la han acompañado siempre. Guaidó y María Corina, no han sido capaces de articular un discurso en el que se vislumbre alguna salida real y consistente para la crisis política inducida por el imperialismo norteamericano. Y resalto inducida: si, efectivamente, la crisis política de Venezuela no sería la misma ni a nivel local ni internacional sin la intervención de Estados Unidos, orquestando campaña mediática, tras campaña mediática contra Venezuela, manteniendo con millones de dólares a los políticos corruptos, serviles y apátridas como Guaidó o Machado, solo para citar a dos conocidos; financiando, como ahora mismo lo están haciendo, con millones de dólares, la desestabilización del gobierno Venezolano, sin tener de ninguna manera, una salida para el caos que están provocando. Esto es lo más terrible. La derrota, que tendría que pasar por una intervención militar de Estados Unidos, del gobierno venezolano, abriría un largo proceso de convulsiones sociales y guerra interna, y la destrucción completa de la economía venezolana. Esto no es una exageración, simplemente es el curso de los hechos conocidos que resultan de la intervención de Estados Unidos en donde sea.

También, hay quienes dicen que este gobierno de Maduro es represivo, bonapartista, burgués. Esto no son más que etiquetas que no están acompañadas del análisis concreto de los acontecimientos. Igualmente, cuando se habla de las masas que acompañan a la oposición ¿de qué masas estamos hablando? De las que acompañaron a Hitler, a Mussolini, a Milei en Argentina, a Shakira en el concierto del Estadio Nacional. Las masas son precisamente un conglomerado de gente que no adscribe ningún proyecto político específico. Y cuando suscriben un proyecto revolucionario dejan de ser masas para ser pueblo político, organizado, clasista, que aspira a una gran transformación social. Hoy día ese pueblo está con Maduro, a pesar de sus errores y debilidades, no con Guaidó, ni con María Corina, ni con el abuelito. Estos últimos son acompañados por un pueblo social (masa) que no es poseedor de ninguna conciencia política, ni siquiera nacional. No están ni siquiera dispuestos a defender los recursos estratégicos de Venezuela (que son muchos), porque son esa masa inconsciente que vive atrapada en la terrible alienación de la vida diaria. Que esas masas le fueron arrebatadas al Chavismo, en parte, esto puede ser cierto, pero tal explicación no hace más plausible la existencia de la oposición venezolana.

Hoy nuevamente todos los gobiernos de derecha de América Latina, las grandes cadenas de prensa internacional se vuelcan contra Maduro. Los mismos que reprimen y reproducen acríticamente el capitalismo dependiente; los mismos que siempre han puesto nuestros recursos y fuerza de trabajo al servicio de las grandes transnacionales de Estados Unidos. Nadie se plantea realmente verificar si hubo fraude o no; eso no importa, es irrelevante, el imperio y sus lacayos vienen nuevamente con todo para intentar destruir el proceso bolivariano, y hacerse con las grandes riquezas de Venezuela, y eliminar un incómodo gobierno que expresa una posición anti imperialista en el contexto latinoamericano, siempre considerado por los gringos como su patio trasero donde deben mandar ellos.

Hace unos días atrás el canciller de Estados Unidos decía que ya bastaba de seguir tolerando lo que pasa en Venezuela, y que hay que defender la democracia. Lo dice el representante del gobierno que está sosteniendo y alimentado el genocidio en Gaza. Que hoy sigue apoyando incondicionalmente al genocida y pirómano de Netanyahu, que está dispuesto a incendiar todo Oriente Medio sin tener tampoco una salida posible. Hoy el imperio se comporta demencialmente, y esa demencia y esa irracionalidad brutal también se descargan contra Venezuela.

Yo sí estoy con Maduro, sin vacilaciones. No porque crea que ahí hay una revolución perfecta. Simplemente reconozco gradaciones, y Venezuela con todas sus limitaciones es un estado de corte nacional, que defiende sus recursos estratégicos y aboga por la unidad latinoamericana, imprescindible para poder construir un futuro propio. Y todo esto sucede en un mundo en el cual hay una profunda crisis capitalista, pero sin revoluciones.