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Etiqueta: conciencia política

Venezuela y la crisis de las elecciones del 2024

Carlos Delgado Rodríguez
2-8-2024

Carlos Delgado Rodríguez

El capitalismo mundial hoy está atravesado por profundas crisis: crisis ambiental, dificultades para convertir el dinero en capital, dificultades para convertir la fuerza de trabajo en mercancía, lo cual significa la creación de una población sobrante que ni siquiera puede ser explotada. Pero tal cosa no quiere decir que todo esto esté desembocando en procesos revolucionarios; no los hay de hecho. La derrota del campo popular (clases subalternas interesadas en la construcción de un nuevo orden que supere al capitalismo) desde hace décadas, ha sido acompañada por la disolución de las organizaciones políticas que se planteaban las transformaciones revolucionarias dentro del capitalismo; lo que aún queda está disperso y debilitado en cada país y en el campo internacional.

Lo que, si está sucediendo, ante nuestros ojos, como parte de la crisis del capitalismo sin procesos revolucionarios, es una reorganización del capitalismo mundial, que produce una gran fractura entre “oriente” y “occidente”. Estados Unidos al frente de occidente, como potencia hegemónica que no tiene ningún contrapeso en el G7, se enfrentan a dupla de China y Rusia más los BRICS (los BRICS son un grupo abigarrado que se articula para enfrentar la decadencia ya completamente palmaria del occidente hegemonizado por Estados Unidos, entre otras cosas). Esta lucha ha fracturado el capitalismo mundial, y se extiende por todas partes: Ucrania, Asia, África, Medio Oriente. El cuestionamiento al dominio imperial por potencias contra hegemónicas como Rusia y China se ha vuelto completamente explicito. La lucha es en el campo económico, militar, cultural y geopolítico.

China tiene un gran proyecto mundial para construir su propio entorno geoeconómico y se llama ruta de la Seda. Es la articulación de su propia área de influencia, que a su vez se acopla con otros procesos geoeconómicos en marcha promovidos en Asia Central, Medio oriente, Asia y África. Rusia acompaña este proceso y se vincula también directamente a la economía China. Este bloque se ha ido consolidando a partir del tenaz enfrentamiento de Rusia con Estados Unidos y la OTAN. China también ha sufrido el asedio del imperialismo en torno a Taiwán.

El imperio estadounidense no tiene nada que ofrecer, no hay ningún gran proyecto, no hay ninguna alternativa para articular el mundo capitalista en crisis, y menos aún su propia periferia. Gracias a esta debilidad de Estados Unidos, China ahora tiene una fuerte presencia en América Latina, incluso en países como Uruguay, Perú o Ecuador, gobernados por derechas que suelen ser incondicionales con los mandatos imperiales.

La estrategia imperial, como lo indican algunos analistas como Thierry Meyssan, es la estrategia del caos, que ha sido aplicada intensamente en lo que ellos denominan Medio Oriente. Tal cosa pasa por provocar un caos permanente que impida que los rivales y los países víctimas de estas acciones, puedan lograr alguna estabilidad. Siria, Irak, Afganistán son, entre otros, algunos ejemplos. Asimismo, Israel en Medio Oriente es el principal instrumento del imperio; los genocidas sionistas quieren hoy provocar una guerra total que involucre directamente a Estados Unidos contra Irán y cuyas consecuencias son imprevisibles.

Hoy el imperio no solo tiene al frente formidables adversarios (Rusia, China, Irán), sino que también profundas contradicciones internas. El estado profundo -esa estructura no visible y tampoco elegida “democráticamente”- es la que gobierna más allá de cualquier agenda partidaria. Ese estado profundo está exacerbando las contradicciones geopolíticas en aquellos lugares que considera relevantes para los intereses imperiales: Asia, África, América Latina. Mientras, por otra parte, ha reducido a Europa a una colonia sumida en un vasallaje total.

Venezuela

Desde que dio inicio el proceso bolivariano conducido inicialmente por Hugo Chávez, el imperialismo norteamericano intentó desestabilizar el proceso y sustituirlo por gobiernos vasallos como siempre lo ha hecho en América Latina. Se fue configurando también un discurso mediático contra Venezuela: Venezuela fue presentada como un modelo del mal, como una referencia de lo que no se debe hacer en ninguna parte. Esto el imperialismo siempre lo hace con sus enemigos. Esto ha llegado a un punto tal que no es necesario decir mucho contra Venezuela, lo único necesario es invocar su nombre, que se asocia con un modelo del mal. Chávez primero, Maduro después, son los jefes de ese modelo del mal que hay que extirpar. Las “masas”, la gente del común, no saben nada de Venezuela, pero no es necesario saber nada, puesto que es suficiente saber que Venezuela es un modelo del mal, con esto se obtiene un rechazo automático, que no está sujeto a ningún tipo de experiencia concreta, es un rechazo apriorístico que no está sujeto a ningún tipo de comprobación puesto que no es necesario hacerlo. Esa es la forma en que funcionan los procesos de modelación, manipulación y condicionamiento del pensamiento y la conducta, aplicados por los estrategas de la dominación.

Venezuela ha sido víctima de esto una y otra vez. Cuando hubo el golpe de estado en Honduras la gran prensa internacional no hizo mayor alboroto. No hubo un canciller gringo que le dijera a los golpistas que se tenían que ir. Los países aliados incondicionalmente de Estados Unidos guardaron silencio. Lo mismo ocurrió en Paraguay cuando echaron a Lugo. Igual pasó en Brasil con el golpe de estado que le dieron a la presidenta Vilma. Igual pasó con el golpe de estado en Perú. Esta ha sido la historia reciente.

El proceso bolivariano ha sido atacado de forma brutal por el imperio, de esto hay datos de sobra: el robo de Citgo, el robo de miles de millones de dólares que estaban en la banca de los Estados Unidos, los sabotajes, los bloqueos, el financiamiento de grupos de choque, normalmente procedentes del lumpen, que hacen un trabajo pagado. Las campañas interminables contra Venezuela. Trump lo expresó abiertamente: estuvimos a punto de derrotarlos y todo el petróleo hubiera sido nuestro.

En días atrás pude ver un video de Bukele refiriéndose a Nicolás Maduro. Decía que Maduro violaba los derechos humanos, que era un genocida, que era un dictador. Curiosamente, todo lo que dice Bukele de Maduro lo dicen sus adversarios políticos de él.

Los gobiernos bolivarianos han tratado de construir un proceso socialista en medio del asedio, y de una correlación de fuerzas francamente desfavorable. Como decía anteriormente, salvo Cuba y unos cuantos países más, las revoluciones no han sobrevivido luego de la década de 1990. Estamos en medio de una crisis capitalista sin revoluciones, y eso hay que tenerlo claro. Y no solo no hay revoluciones, sino que no existen las condiciones correspondientes para que estas sucedan, a pesar de lo terrible que es la vida para las mayorías sociales en el capitalismo actual. El factor subjetivo (el querer hacer una revolución), fundamental para cualquier revolución ha desaparecido. Hoy las grandes mayorías están sumidas en un sopor aletargante, tratando de resolver su insoportable vida cotidiana, y fascinadas con el consumo y el entretenimiento.

El proceso bolivariano asediado (y entender esto es fundamental) ha tenido una evolución cargada de contradicciones internas. Ha sido una lucha contra la parasitaria Oligarquías Venezolana, contra el imperialismo, contra sus propios errores, y contra un contexto internacional en el cual las revoluciones no existen, ni se toleran.

Hoy día este proceso mantiene una posición de tipo nacional, anti imperialista, y se pronuncia por la unidad latinoamericana. Internamente, se ha debatido en medio de una gran crisis económica que ha sido el resultado de errores propios, pero también de una política explicita de bloqueo y desestabilización impulsada sistemáticamente por Estados Unidos, apoyada por Europa y por varios países latinoamericanos, que han hecho lo imposible por tratar de derribar el gobierno bolivariano. Recuerdo cuando desde el lado de la frontera de Colombia el difunto presidente chileno y el presidente de Colombia, de aquel momento, le pedían al ejército de Venezuela que derrocara a Maduro, y al pueblo que se revelara. Ellos se fueron primero, cosas de la historia.

El Partido Socialista de Venezuela, al que pertenece Nicolás Maduro, es posiblemente el partido más grande de América Latina y uno de los más estructurados. Esto no dice necesariamente sobre su calidad, pero es sin lugar a dudas un instrumento poderoso, que la llamada oposición no tiene ni de lejos.

La oposición venezolana ha sido permanentemente un fiasco, y la corrupción y la ausencia de una visión estratégica de país la han acompañado siempre. Guaidó y María Corina, no han sido capaces de articular un discurso en el que se vislumbre alguna salida real y consistente para la crisis política inducida por el imperialismo norteamericano. Y resalto inducida: si, efectivamente, la crisis política de Venezuela no sería la misma ni a nivel local ni internacional sin la intervención de Estados Unidos, orquestando campaña mediática, tras campaña mediática contra Venezuela, manteniendo con millones de dólares a los políticos corruptos, serviles y apátridas como Guaidó o Machado, solo para citar a dos conocidos; financiando, como ahora mismo lo están haciendo, con millones de dólares, la desestabilización del gobierno Venezolano, sin tener de ninguna manera, una salida para el caos que están provocando. Esto es lo más terrible. La derrota, que tendría que pasar por una intervención militar de Estados Unidos, del gobierno venezolano, abriría un largo proceso de convulsiones sociales y guerra interna, y la destrucción completa de la economía venezolana. Esto no es una exageración, simplemente es el curso de los hechos conocidos que resultan de la intervención de Estados Unidos en donde sea.

También, hay quienes dicen que este gobierno de Maduro es represivo, bonapartista, burgués. Esto no son más que etiquetas que no están acompañadas del análisis concreto de los acontecimientos. Igualmente, cuando se habla de las masas que acompañan a la oposición ¿de qué masas estamos hablando? De las que acompañaron a Hitler, a Mussolini, a Milei en Argentina, a Shakira en el concierto del Estadio Nacional. Las masas son precisamente un conglomerado de gente que no adscribe ningún proyecto político específico. Y cuando suscriben un proyecto revolucionario dejan de ser masas para ser pueblo político, organizado, clasista, que aspira a una gran transformación social. Hoy día ese pueblo está con Maduro, a pesar de sus errores y debilidades, no con Guaidó, ni con María Corina, ni con el abuelito. Estos últimos son acompañados por un pueblo social (masa) que no es poseedor de ninguna conciencia política, ni siquiera nacional. No están ni siquiera dispuestos a defender los recursos estratégicos de Venezuela (que son muchos), porque son esa masa inconsciente que vive atrapada en la terrible alienación de la vida diaria. Que esas masas le fueron arrebatadas al Chavismo, en parte, esto puede ser cierto, pero tal explicación no hace más plausible la existencia de la oposición venezolana.

Hoy nuevamente todos los gobiernos de derecha de América Latina, las grandes cadenas de prensa internacional se vuelcan contra Maduro. Los mismos que reprimen y reproducen acríticamente el capitalismo dependiente; los mismos que siempre han puesto nuestros recursos y fuerza de trabajo al servicio de las grandes transnacionales de Estados Unidos. Nadie se plantea realmente verificar si hubo fraude o no; eso no importa, es irrelevante, el imperio y sus lacayos vienen nuevamente con todo para intentar destruir el proceso bolivariano, y hacerse con las grandes riquezas de Venezuela, y eliminar un incómodo gobierno que expresa una posición anti imperialista en el contexto latinoamericano, siempre considerado por los gringos como su patio trasero donde deben mandar ellos.

Hace unos días atrás el canciller de Estados Unidos decía que ya bastaba de seguir tolerando lo que pasa en Venezuela, y que hay que defender la democracia. Lo dice el representante del gobierno que está sosteniendo y alimentado el genocidio en Gaza. Que hoy sigue apoyando incondicionalmente al genocida y pirómano de Netanyahu, que está dispuesto a incendiar todo Oriente Medio sin tener tampoco una salida posible. Hoy el imperio se comporta demencialmente, y esa demencia y esa irracionalidad brutal también se descargan contra Venezuela.

Yo sí estoy con Maduro, sin vacilaciones. No porque crea que ahí hay una revolución perfecta. Simplemente reconozco gradaciones, y Venezuela con todas sus limitaciones es un estado de corte nacional, que defiende sus recursos estratégicos y aboga por la unidad latinoamericana, imprescindible para poder construir un futuro propio. Y todo esto sucede en un mundo en el cual hay una profunda crisis capitalista, pero sin revoluciones.

La visión del poder debe ser un objetivo estratégico

Mainier Barboza

La visión del poder debe ser un objetivo estratégico en las organizaciones sociales. Para ello debe buscarse, -con la claridad política-, la conciencia y una sólida formación de la realidad.

En este sentido, la organización del pueblo y la sociedad, desde sus bases en las barriadas, poblaciones rurales, urbanas, urbano- marginales, marginales, es una meta del mediano plazo, considerando la realidad concreta, que es contundente como parámetro de la situación real en un contexto determinado.

Lis procesos electorales son un medio, pero lo decisivo está en el empoderamiento de la sociedad civil y las organizaciones sociales. Desde ahí pueden realizar cambios trascendentales, de manera que, en el determinado momento, esas organizaciones empoderadas y conscientes de su ubicación en el contexto definan en esos procesos su triunfo.

¿Ocaso o aurora?

Arnoldo Mora

Dos acontecimientos, de origen y naturaleza diferentes pero que la historia y, sobre todo, la política, los ha ligado íntimamente en los últimos meses, razón por la cual este año pasará a la historia signado por los mismos, como son el inesperado surgimiento de una pandemia cuya universalidad planetaria y cuyas consecuencias económicas y sociales marcarán los rumbos que habrá de tomar la política mundial en el futuro; y, por otro lado, la derrota electoral de Donald Trump, un presidente norteamericano que evoca la figura y el abominable legado de Adolfo Hitler.

Ambos eventos, insisto, marcarán el futuro inmediato que tomará la historia de la humanidad, dada la repercusión que tienen debido, no sólo a su extensión planetaria, sino también a la revolución tecnológica de los medios de comunicación colectiva, que están haciendo desaparecer las barreras del espacio y del tiempo, convirtiendo de hecho a la humanidad en una sociedad, cuyas decisiones inciden directamente en el destino y la sobrevivencia de la especie sapiens. Como un invitado de piedra, el coronavirus se convirtió en el epicentro de ese terremoto electoral, que sacudió a la que ha sido considerada la mayor potencia política y económica del mundo en las últimas décadas, aunque hoy, como lo muestra la espernible figura de su presidente, da muestras de una creciente e indetenible decadencia, tanto política como moral; la incapacidad de contener las secuelas letales de esa epidemia, se han convertido en un factor determinante de la derrota electoral de esa detestable figura; como reza el dicho popular: no hay bien que por mal no venga.

La incidencia de la pandemia en las elecciones norteamericanas se comprueba en el hecho de que al inicio de año el triunfo de Trump parecía indetenible, como lo mostraban las cifras del crecimiento económico y de la disminución del desempleo; paradójicamente, el histriónico terrorismo con que el presidente ninguneaba a sus contendientes y a su propio entorno que osaba mostrarse mínimamente crítico, era del agrado de un vasto sector de una sociedad acostumbrada a ver en la conquista del Oeste la premonición de lo que debería ser el sojuzgamiento de todo el planeta.

Hoy la humanidad parece respirar con cierto aire de alivio ante la derrota de ese abominable sujeto… Pero no nos hagamos ilusiones; las causas que lo llevaron al poder hace cuatro años continúan; su presencia en la Casa Blanca no fue un accidente fortuito, sino un efecto cuya causa estructural sigue intacta; un 30% de la población norteamericana nunca reconoció a Obama como SU presidente debido a su ascendencia africana, incluso cuestionaron la autenticidad de su nacionalidad; el Partido Republicano fue controlado por una fanática secta religiosa, el Tea Party, violando el legado de los padres fundadores, que se refleja en una Constitución que establece el carácter laico o aconfesional del Estado; hoy ese partido alberga una peligrosa falange de energúmenos inspirados en una ideología pseudoteológica denominada “Destino Manifiesto”; jamás aceptarán el resultado de las elecciones, como lo prueba la violencia fascistoide que han desatado desenfrenadamente en las calles; el propio Trump, en el momento en que escribo estas líneas, se ha negado a reconocer el triunfo de sus adversarios; lo mismo ha hecho su Partido; ambos dicen que recurrirán a los tribunales y, eventualmente, a la Corte Suprema de Justicia, donde cuentan con mayoría. Pero aun perdiendo ampliamente estas elecciones, que han sido las más concurridas de la historia de ese país, los republicanos han mejorado su presencia en la Cámara Baja (representantes) si bien siguen siendo minoría, y parece que contarán con mayoría en la Cámara Alta o Senado. Todo lo anterior confirma que las tendencias fascistoides de un significativo sector de la población siguen incidiendo, de manera ominosa, en la escena política de ese poderoso vecino. Esto tiene raíces históricas; Franklin D. Roosevelt, el mejor gobernante yanqui del siglo pasado, no pudo declarar la guerra al eje nazi-fascista sino hasta después del ataque japonés a Pearl Harbor (1941) debido a la obstinada obstrucción del Partido Republicano, en cuyas filas abundaban los simpatizantes del Tercer Reich; el más admirado y más poderoso empresario industrial, modelo y emblema del éxito de la tecnología norteamericana, como era Henry Ford, se declaraba simpatizante de los nazis; otro tanto hacía Charles Lindbergh verdadero mito del imaginario colectivo de su pueblo…Los ejemplos podrían multiplicarse.

Pero lo realmente preocupante es que las raíces ideológicas siguen vigentes, hoy acrecentadas debido al apoyo reiterado de la Administración Trump; los promotores de crear esta atmósfera de odio y terror que se ensañan especialmente contra las minorías, como son los latinos y los afrodescendientes, son hordas de rubios supremacistas y policías racistas. Como consecuencia de este ambiente intoxicado de extremismos, el país se ha dividido en bandos hostiles, como sólo se había visto en tiempos de la Guerra de Sesión (1861-1865); hoy los “States” ya no son tan “United”. Eso explica las palabras del presidente electo, Joe Biden, llamando a la concordia y la unidad nacional. Pero más allá de las buenas intenciones del presidente electo, están las realidades políticas. Ese país sólo podrá despertar de esa espantosa pesadilla con ribetes neofascistas si surge un nuevo sujeto político jugando un papel protagónico, conformado por sectores progresistas de clase media y esas mal llamadas “minorías” que ya no lo son tanto y que, incluso, podrían llegar ser la mayoría; las estadísticas lo prueban: 18% de la población son latinos y 14% a afrodescendientes, que se caracterizan por tener el mayor crecimiento demográfico; lo cual explica, pero no justifica ni mucho menos, la criminal furia de los grupos racistas y supremacistas.

En las masas oprimidas radica su propia liberación; pero para ello deben crecer en conciencia política y conformar una organización que forje un proyecto nacional genuinamente democrático…Todo lo cual está por verse. De ahí que sigue flotando en el ambiente la gran interrogante que dio título a estas líneas: ¿estamos ante el ocaso que presagia una noche tenebrosa, o son los primeros rayos luminosos de la aurora que anuncia la llegada de un día radiante, no sólo para ese país sino para la humanidad entera?