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Etiqueta: confiabilidad de la información

De los equívocos, falsas percepciones y medias verdades

COLUMNA LIBERTARIOS Y LIBERTICIDAS (18)

Tercera época

Rogelio Cedeño Castro, sociólogo y escritor costarricense

Una parte considerable de lo que nosotros asumimos y aceptamos como un conjunto de verdades, al parecer incontrastables, no pasa de ser algo más que una colección de “verdades-mentiras” a medias, de equívocas percepciones nuestras interiorizadas o de terceros que persisten en el error, sin dejar por fuera las mentiras strictu sensu no necesariamente intencionales que terminamos aceptando, hace ya mucho tiempo sin razón aparente alguna. Lo peor de todo, es que muy poca gente se detiene siquiera por un instante a reflexionar sobre tan delicado asunto: una actitud que puede poner en riesgo nuestras vidas e integridad.

La invasión masiva de las tecnologías digitales ha empobrecido el ámbito cognitivo de los habitantes de la “aldea global” en que nos hemos convertido, esa entidad que anticipó el filósofo canadiense Marshall McLuhan, quien le dio ese calificativo durante la primera mitad del siglo anterior, aunque no es sino ahora cuando se la encuentra instalada y desplegada en todos sus alcances, dentro del escenario histórico del siglo XXI que avanza aceleradamente, y en cuya tercera década nos internamos, casi sin darnos cuenta. El desplazamiento de la lectura a profundidad (propia de los libros y publicaciones periódicas impresas) por las lecturas apresuradas y superficiales, tanto como de la asunción, casi como un artículo de fe, de todo o casi todo lo dicho, a partir o al lado de las imágenes filmadas transmitidas por los incontables medios electrónicos, algo que ha terminado por traernos problemas adicionales a los ya planteados líneas atrás, pues se ha venido intensificando, de muchas maneras, el tema de la confiabilidad de la información que recibimos y los serios problemas que nos plantea la elaboración de conocimiento, a partir de esos materiales informativos que literalmente nos asedian y que se introducen en nuestros hogares. Nuestra proclividad al error, o a la falsa percepción de determinados acontecimientos o hechos históricos u otros, se encargan de hacer lo suyo, lo que puede llevarnos a sumirnos en el error durante décadas o a lo largo de una existencia entera.

Los temas históricos y muchos otros, son tratados con suma ligereza e imprecisión en los medios masivos de (in)comunicación social, un hecho social que da lugar a que se conviertan en un componente esencial de ese universo o conjunto de verdades que no lo son tanto, sobre todo en la medida en que podamos investigar y tener acceso a una batería más amplia de fuentes de información.

El culto a la destructividad, como una especie de deidad sanguinaria a la que somos tan proclives los seres humanos, nos lleva a situar a las guerras y a los eventos bélicos de toda clase como un elemento central de nuestra vida social, como algo digno de admiración que recibe el más alto número de menciones en los medios masivos, pero a pesar de toda esta exaltación de la muerte violenta y de la destrucción en gran escala, también tendemos a confundir y a tergiversar las motivaciones de los protagonistas de un conflicto armado, asumiendo los relatos y narraciones folletinescas de primera mano, como si en realidad fueran la expresión de la verdad histórica, o siquiera un intento de aproximarse a ella. Podemos pasar una vida entera creyendo y repitiendo un relato falso de un hecho determinado, para encontrarnos con la sorpresa de que no ocurrió de la manera que habíamos pensado, ni tampoco las motivaciones de los protagonistas eran las que se repitieron hasta la saciedad durante décadas e incluso centurias.

El tema de las materias primas fue el que precipitó al Japón en la Segunda Guerra Mundial, al cerrarle los estadounidenses el acceso a las fuentes de hidrocarburos, verdadero talón de Aquiles del Imperio del Sol Naciente. La crisis noruega que desencadenó la invasión alemana de ese país, durante el mes de abril de 1940, tuvo como detonante una expedición francoinglesa para ocupar el puerto de Trondheim, en el norte de Noruega, esencial para el abastecimiento de hierro destinado a la industria alemana y supuso una fuerte confrontación entre ambos bandos, la que se saldó con la ocupación de ese país por la fuerzas de la Wehrmacht. Como un ejemplo de las percepciones erróneas que solemos asumir, recuerdo que en mi caso siempre pensé que el bombardeo germano del puerto holandés de Rotterdam, ejecutado en mayo de 1940, había supuesto un empleo a fondo de la aviación alemana (la Luftwaffe), cuando en realidad lo sucedido fue que “Cinco días después del inicio de la ofensiva, el 15 (de mayo de 1940), el ejército holandés capituló. La Luftwaffe recibió la noticia con veinte minutos de retraso y, aunque intentó detener el bombardeo sobre Rotterdam del kampfgeschwader 54-56° Grupo de Bombardeo- una de las formaciones no recibió la orden y descargó sus bombas sobre la ciudad, destruyéndola casi por completo. La táctica aérea de aniquilamiento de objetivos civiles, que los alemanes habían practicado por primera vez en la localidad de Gernika, durante la Guerra Civil Española, daba sus frutos” (Canales y Del Rey LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL página 95). Nos preguntamos entonces ¿qué habría pasado si ese bombardeo no hubiese sido el resultado de un error, de una orden no recibida a tiempo?

Para justificar sus crímenes el colonialismo europeo asentó en las conciencias de nuestros ancestros, para el caso de nuestra área continental, y en el de las sucesivas generaciones que nos antecedieron una serie de ideas-fuerza, las que resultaron ser a lo sumo unas versiones interesadas de una serie de acontecimientos históricos, mal conocidos e incluso ignorados. Fue así como muchos terminaron haciendo suya la idea de una presunta superioridad cultural de los invasores europeos en relación con las civilizaciones autóctonas de esta parte del mundo, cosa que ha sido desmentida con abundantes datos y nuevos enfoques acerca del tema. Los trabajos recientes de historiadores contemporáneos, como es el caso del mexicano Pedro Salmerón Sanginés, quien en su obra más reciente LA BATALLA POR TENOCHTITLÁN (Fondo de Cultura Económica México 2021), destaca el hecho de que “La “conquista de México” se nos presenta como una de las más grandes hazañas militares de la historia, puesto que 400 individuos y su esforzado capitán sojuzgaron a un poderoso y floreciente imperio. Se nos presenta como el triunfo de la modernidad sobre el atraso, pues fueron las armas, la ciencia y la cultura política modernas las que permitieron esta asombrosa victoria. Se nos presenta como un momento clave en la primera modernización del capitalismo. También se nos presenta como un brutal genocidio. Como la destrucción de una alta cultura por el mero afán de lucro y dominio, En fin, se nos presenta como el traumático origen de la nación mexicana y de nuestro ser mestizo, pletórico de insuficiencias, accidental… ¿Es cierto todo eso? En realidad, casi ninguna de esas afirmaciones se sustenta en los hechos políticos, militares, sociales y epidemiológicos ocurridos en una parte de lo que hoy es México de 1519 a 1521. De hecho, hasta el término “conquista de México” es discutible. Este libro tratará de explicarlo” (Contraportada opus cit). Este autor nos demuestra que hubo batallas que nunca ocurrieron o resultaron ser inverosímiles, Hernán Cortés jamás quemó las naves y la “noche triste” sólo lo fue para este aventurero español y para sus aliados. Es hora de descolonizar nuestro pensamiento.

La rapidez con la que pueblos originarios de este continente aprendieron las formas europeas de hacer la guerra, llegando a derrotar a los llamados conquistadores en numerosas batallas, es aplicable también para los actuales territorios de Perú, Argentina y Chile. La rebelión de Manco Inca, a partir de 1536, es una demostración de ese rápido aprendizaje que se puso de manifiesto durante el largo asedio impuesto por este inca a la vieja capital imperial, que estaba entonces en manos de los hermanos Pizarro, cuando sus soldados pusieron trampas a los caballos y aprendieron a usar las espadas y armaduras, esa lucha fue continuada por los otros incas de Vilcabamba hasta la década de 1570, por lo que al igual que en México, esa fue una “conquista” jamás concluida. Por su parte, los mapuches -esas maravillosas gentes de la tierra- derrotaron sucesivamente a los españoles en 1553 y en 1598, haciendo ya uso del caballo y de otras tácticas europeas de guerra, llegando a obligar a las autoridades españolas a reconocer la soberanía de su estado o Wallmapu, en el actual sur argentino y chileno, durante más de 250 años. Los que desconocieron esa soberanía fueron los estados nacionales de Chile y Argentina, surgidos después de la separación de España, quienes en la década de 1880 los despojaron de sus tierras ancestrales, esas extensiones por las que siguen luchando en este tiempo histórico. Ni vieron a los europeos como “dioses”, o rápidamente descubrieron el engaño descartando algunas falsas percepciones iniciales a propósito de Viracocha o Quetzalcóatl, ni se hicieron fantasías sobre la naturaleza del caballo, ni tampoco con el arcabuz y las armas de hierro, hicieron un aprendizaje en un tiempo récord y emprendieron el largo camino en defensa de su libertad y de la naturaleza de este continente, al que llamaron Abyaya.

La terca pérdida de contacto con la realidad

COLUMNA LIBERTARIOS Y LIBERTICIDAS (9).
Tercera época.

Rogelio Cedeño Castro, sociólogo y escritor costarricense

Si bien es cierto que resulta imposible el poder captar en todo su significado y extensión eso que, con mucha frecuencia, llamamos simplemente “la realidad”, lo más deseable es tratar de acercarnos a todo aquello que sea más cercano, a lo que efectivamente acontece o ha ocurrido en distintos momentos o trances del devenir histórico, tratando de entenderlo, para poder actuar y reaccionar con alguna efectividad frente a determinados eventos, que podrían resultar fatales o negativos para nuestra existencia, tanto como especie como en tanto individuos.

En medio del fragor de esta hipermodernidad o posmodernidad desbocada en la que vivimos, traída a cuento con suma frecuencia por innumerables autores(Marc Augé LOS “NO LUGARES” Una antropología de la sobremodernidad Gedisa editorial Barcelona 1996), como un período histórico en el que los seres humanos parecen haber decidido prescindir del uso de la razón, del análisis de la información, y de una indispensable dosis de honestidad, en la difícil tarea de hacer afirmaciones sobre numerosas, y complejas situaciones a las que nos vemos enfrentados, aunque podría resultar que simplemente todo esto responde a “otra racionalidad” o a otras percepciones del entorno, ligadas a una aceleración de la historia y del achicamiento del planeta (Marc Augé), ambos en cuanto vendrían a ser el resultado o las consecuencias más visibles de la revolución tecnológica en el campo de las comunicaciones, tanto en lo referente a la velocidad de nuestro desplazamiento por el planeta, en naves y todo tipo de transporte terrestre, aéreo o marítimo más veloces, como en la velocidad creciente impresa a la noticia por las redes sociales, por lo que se ha implantado un aquí y un ahora que ya no reconocen las fronteras de los estados nacionales.

La ligereza y falta de seriedad con las que alguna gente se atreve a hacer afirmaciones, sin fundamento alguno sobre toda clase de temas, resulta ser algo abrumador y tedioso para quienes intentamos atenernos a los datos, y a la elaboración sistemática de pensamiento sobre ellos, algo que las páginas de los diarios, la radiodifusión, las televisoras y las redes sociales nos muestran, de manera cotidiana, en cientos e innumerables casos.

Es así como se olvida, con suma frecuencia, que resulta esencial la confiabilidad de la información disponible, tanto en lo que se refiere a los datos estadísticos como en cuanto al sustento de lo que suele llamarse “juicios de valor”, emitidos desde la subjetividad más profunda. ¿será por eso que tanta gente se deja decir sus ocurrencias pura y simplemente importándoles, muy poco o nada, si lo que dicen está conectado con la realidad?

Es por todo lo anterior, que como una consecuencia visible de este diálogo (más bien monólogo) que hemos venido sosteniendo en voz alta, resulta ser un ejercicio vano tratar de entender a qué se refieren algunas gentes cuando emplean ciertos términos para descalificar a otros, tanto en el orden de lo político como en el de lo social, quienes en realidad lo único que hacen es exteriorizar sus obsesiones y prejuicios.

Es así como el término “comunista” y la doctrina (o doctrinas políticas) que lo originó, el “comunismo” no pasan de ser fantasmagorías enraizadas en las mentes de quienes lo ven como la encarnación de todos los males posibles, endilgándoselo a sus adversarios o rivales políticos o sociales, todo con el propósito de sacarlos de la escena política por ser una amenaza, no sabemos si real o ficticia, tal y como sucede en el Perú del bicentenario, un lugar donde el mentado “comunismo” no aparece por ninguna parte, a pesar de su invocación constante, por parte de una ultraderecha que extravió su contacto con la realidad, después de haber perdido las elecciones frente una izquierda provinciana (a la que en vano trataron de satanizar), mucho más moderada que la que ellos ven el espejo imaginario como la encarnación de un “marxismo-leninismo”, y una “dictadura del proletariado” que nunca fueron realidad, ni siquiera en los países así llamados “comunistas”, razón por la que todo este affaire no pasa de ser un juego retórico, o a lo sumo la fabricación de un esperpéntico juego de los que nos hablaban en sus novelas, tanto el español Ramón del Valle Inclán, como el estadounidense Sherwood Anderson autor, entre otras obras de una célebre novela que tituló “WINSBURG OHIO”, por no mencionar el mítico condado de Yoknapatawpha en el Mississipi de William Faulkner, el que sólo existió en el universo de las complejas y bien tramadas novelas de este otro autor norteamericano.

El problema, a medida que avanzamos en esta vía. es que también, a manera de lo que sucede con un inmenso espejo o en una sala llena de espejos, quienes afirman ser “comunistas”, o hacen profesión de fe del comunismo como si fuera la encarnación del “reino de Dios sobre la tierra”, no importa si lo hacen desde una perspectiva secular (El filibustero del sur de los Estados Unidos que nos invadió entre 1854 y 1857, el famoso William Walker pensaba que estaba llamado a implantar el reino de Dios en la América Central nos dice el escritor costarricense Óscar Núñez Olivas en su novela “LA GUERRA PROMETIDA”, Editorial Alfaguara, varias ediciones, el que consistía en implantar o reimplantar la esclavitud en nuestro istmo, para que fuera un calco o una extensión del Sur de los Estados Unidos de aquella época), resultan incapaces de explicarnos con certeza a que se están refiriendo cuando usan, con gran ligereza los términos “comunismo” e incluso “socialismo”. Han pasado más de tres décadas desde la disolución de la llamada Unión Soviética, un hecho con el que se habría puesto fin a la llamada “guerra fría” que libraron durante casi medio siglo dos bloques encabezados por los Estados Unidos y la mencionada potencia, a la cabeza del bloque “comunista”, aunque resulta evidente que mucha gente ni siquiera se enteró de lo sucedido.

La izquierda de estas latitudes más confusa que radical, incluso aquella conformada por quienes se autodenominan orgullosamente “comunistas”, ha sido incapaz de explicarnos ¿qué fue lo que ocurrió en la Europa Central, llamada entonces “oriental” y en la Unión Soviética, la que cayó como un castillo de naipes? Nos quedaron debiendo una explicación que tuviera alguna lógica o el despliegue de una dialéctica elemental en el análisis, algo que no fuera una simple pelea entre los “buenos” y los “malos”, es por todo esto que no puedo dejar de pensar que sólo el filósofo y escritor tico chileno, Helio Gallardo, publicó en aquel entonces un fascinante libro que tituló “CRISIS DEL SOCIALISMO HISTÓRICO Ideologías y desafíos”, editado por el Departamento Ecuménico de Investigaciones DEI, y fechado en San José de Costa Rica, en 1991, en cuyas páginas convendría volvernos a adentrar…de ahí en adelante, hacia los dos lados o bandos interesados, el tema parece que nos conduce a adentramos en el terreno de las fantasmagorías o en el corazón de una nueva Torre de Babel la que, como su homónima bíblica, nos impide construir algo que siquiera tenga la apariencia de sólido.