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Etiqueta: confinamiento

Costa Rica no es Uruguay

Abelardo Morales Gamboa
Universidad Nacional / FLACSO Costa Rica

Las comparaciones son odiosas, se dice, pero en el caso del Covid pueden resultar inclusive burdas: Costa Rica está más cerca de la tendencia de contagio de otros países con un crecimiento aún mayor y con los cuales comparte algunas características, que de Uruguay, a pesar de que hay quienes quieren imponerlo como modelo. Si, Uruguay es el único país de América Latina al que le ha ido bien en la contención de la pandemia, pero hay que conocer bien cuáles son las razones estructurales y coyunturales. La extensión territorial del país suramericano es 4,3 veces mayor que la de Costa Rica; mientras tanto la cantidad de sus habitantes equivale a dos tercios de los habitantes de Costa Rica.

Con 20 habitantes por km2 en Uruguay versus 98 en Costa Rica, sin lugar a dudas tanto la geografía como la demografía establecen una singular diferencia entre ambas realidades y entre los posibles determinantes de la suerte de uno y otro país en el manejo de la epidemia.

Pese a que Uruguay comparte extensas fronteras con Brasil y Argentina, países en los que el brote de la pandemia estaba en fases verdaderamente alarmantes; en ninguna de ambas fronteras había grandes empresas agrícolas con los regímenes de explotación laboral y hacinamiento de trabajadores como los que provocaron los primeros disparos de la nueva fase de contagios en Costa Rica; ni tampoco en las zonas metropolitanas de Uruguay existe la concentración de población en condiciones de hacinamiento. San José, la capital de Costa Rica, dista mucho de tener las condiciones urbanas y la disposición espacial de Montevideo.

Hubo diferencias y similitudes en el desarrollo de la estrategia en la primera fase entre ambos países. Contrario a lo que se repite, el Gobierno de Uruguay que asumió el mando al puro inicio de la pandemia, si decretó cierres de fronteras, confinamiento obligatorio, distanciamiento físico, suspensión de lecciones, espectáculos públicos, desde el primer momento. En Costa Rica esas decisiones, debido a presiones políticas y económicas, se demoraron casi un mes desde que llegaron los primeros extranjeros contagiados. Un gobierno de derecha, presidido por Luis Lacalle en Uruguay, recién electo, pese a un ajustado resultado ante su rival de izquierda el Frente Amplio, gozaba de un margen de aceptabilidad política para nada comparable con la del Gobierno de Carlos Alvarado, en Costa Rica que enfrentaba desde inicios de año un fuerte cuestionamiento y escándalos políticos. Eso también establece las correspondientes diferencias en la coyuntura política de ambos escenarios.

Así como el sistema educativo, el sistema de salud en Uruguay son mucho más sólidos y fuertes que en Costa Rica, pese a que este segundo país también cuenta con ventajas frente a sus más inmediatos vecinos. El sistema de salud de ese país es considerado como uno de los mejores del mundo y en Uruguay la educación es pública, gratuita y laica; aunque hay un sistema privado, la población en su totalidad tiene derecho a ella de forma gratuita desde el nivel preescolar hasta el universitario. Los sistemas públicos en Costa Rica siguen siendo fuertes, pero desde hace décadas experimentan el merodeo de la voracidad de los negocios; amenazas de las que tampoco está exento el Uruguay.

En otras palabras, un aparato público y eficiente ha sido clave en el llamado éxito uruguayo frente a la pandemia; pero también una población que ha tenido acceso a la educación, que ha vivido represión, confinamiento, estados de sitio, y dispuesta a adoptar los hábitos de la disciplina sanitaria, fueron fundamentales en el acatamiento de protocolos de salud.

En vez de mirar objetivamente hacia Uruguay, las cúpulas del empresariado costarricense, cada vez más parecidas culturalmente al resto de los centroamericanos, miran a El Salvador como su ejemplo y los desvaríos de su presidente.

Costa Rica no es Uruguay, pero está todavía en la posibilidad de regresar al momento de un mejor manejo de la epidemia; eso sí, si se toman las medidas políticas que quizás tendrán que ser más severas pese a que la población no esté acostumbrada a ellas, y si las fuerzas que ejercen ese poder de facto en este gobierno deponen sus intereses egoístas y aceptan que se han equivocado con sus ciegas presiones.

Al resto de los habitantes nos toca adoptar seriamente la disciplina y asumir la responsabilidad cívica y solidaria que corresponde, para que aquello del país del pura vida, no se quede en un mero recuerdo nostálgico. Es tarde, pero estamos a tiempo de que el tren se devuelva para recoger lo que dejamos olvidado en alguna estación.

Foto: UCR

Crónica: narrativas del encierro

El puente mi cama.
 Mi cara la fotografía.
El paredón pared que colapsa.
Suena en las manos la paliza larda.
 Todo se puede decir para no decir este método síncope del miedo.
Silvia Piranesi

Mónica González Suárez

Confinamiento sinónimo de desigualdades. Este momento no ha acrecentado las desigualdades, tampoco ha posibilitado que sean más visibles o tal vez sí, para quienes no tenían tiempo de reparar en ellas, darse cuenta que existen. El encierro producto de las políticas estatales que enfrentamos hoy, ha sido un impacto sobre la cotidianidad, pero no necesariamente por el aislamiento, sino, por el control. Las vivencias de los últimos días podrían llevarnos a re-pensar y re-sentir las dinámicas de encierro que socialmente hemos divulgado, afirmado, legitimado y promovido para lograr “mantener” o “reestablecer” el orden.

“Yo siempre he estado en cuarentena”, es la respuesta de una mujer de 51 años, trabajadora doméstica, residente de una zona rural. A quiénes afecta realmente la cuarentena, o más bien, para quiénes es posible llamarle así. Los controles que se ejercen desde modelos heteropatriarcales, coloniales, xenófobos y racistas no son nuevos para quienes hemos vivido ya el confinamiento, por ser mujeres, negras, trans, bisexuales, lesbianas, locxs, etc. Confinarse pareciera ser una práctica que nos ha sido impuesta a cuerpxs subalternxs, así como ha sido una elección de disfrute y privilegio para otros.

Entonces, el momento presente amplía el encierro a otras poblaciones, ahí es donde empieza la crisis, cuando se extiende a sectores que sí importan lo suficiente para exteriorizar la alerta. Ahora bien, las políticas a las que nos afrontamos no son novedad, por el contrario, refuerzan y actualizan los métodos de control sobre nuestrxs cuerpxs (registro histórico). COVID-19 es un afianzar las medidas que desde hace años vienen construyéndose y reforzándose, no solo por los estados, sino, por una interiorización tecno-política recubierta de violencias y feminicidios.

Asumir el asilamiento ha sido para mí vivir en continuo las opresiones, así como profundizar en muchas otras que habían estado presentes de forma tal que podía manejarlas en lo espontáneo y observarlas como episódicas. Ahora, la diferencia es que se han vuelto en lo temido: c o t i d i a n i d a d. Entonces existir hoy para mí, supone hacer visibles las heridas de la desigualdad y no, por haberlas inscrito como parte de una rutina, normalizarlas. Es momento de continuar denunciado la repartición inequitativa de la vida y señalar la mecanización de las violencias, que hace años, y no desde la pandemia, nos matan.

En momentos de crisis global urge un diálogo inclusivo

En estos momentos de crisis global sanitaria urge un diálogo inclusivo para construir las respuestas en colaboración con la Administración Pública

Carlos Hernández Porras*

La primera preocupación de las organizaciones sociales a las que representamos está siendo atender de la mejor manera posible a las personas que más lo necesitan. Encontramos en ellas ejemplos de responsabilidad y solidaridad, pero también mucha incertidumbre, necesidad y urgencia de respuestas de las autoridades. Nos preocupa el presente y el futuro, y es por ello por lo que instamos a la Administración Pública a lo siguiente:

  • Emplazamos a que se reconozca nuestra existencia y a que se incluya en el dialogo a otras representaciones. Hemos recibido documentos acabados de parte de las autoridades e instituciones, pero no como producto del consenso con nuestras representaciones.
  • Redes de la Economía Social Solidaria llama a la democratización de ese diálogo con base en los valores mismos de la Economía Social Solidaria como es la inclusión social.
  • El propósito debe ser encontrar las mejores soluciones tanto para las situaciones concretas de emergencia, como para las consecuencias sociales y económicas que vendrán y que generan una enorme preocupación e incertidumbre añadida.

Reiteramos nuestra voluntad de cooperación, poniéndonos a disposición para todo aquello en lo que consideren las instituciones que podemos ser de utilidad en este momento crítico para toda la población, y especialmente para la población más vulnerable.

Por lo que llamamos a actuar con sensatez, responsabilidad y voluntad de diálogo inclusivo de parte de las autoridades del sector. Esto debe ser de manera inmediata pues la gravedad de esta crisis representa un alto costo social. Este clamor no es único de nuestro país, sino que en otras latitudes se hace igual reclamo, para ello puede verse este enlace.

El confinamiento, si bien evita la propagación del Covid-19, peligrosamente complica la frágil y delicada situación económica de las organizaciones de la economía solidaria, de las micro y pequeñas empresas. Urge encontrar solución armónica entre ambos propósitos: evitar el contagio y no dejar morir la economía social solidaria.

*COKOMAL S.C / Comisión Dinamizadora – Red Economía Social Solidaria /RedESS
Tel. 8950-9945 Facebook
cokomal.org/

El mito de la movilidad

Por Guillermo Acuña González
Escritor y Sociólogo
Costa Rica

Cientos de imágenes que atraviesan los territorios virtuales, muestran a la gente convencida de su encierro. Le cantan a su encierro. Le leen, leemos textos, conmovidos, sensibles, amorosos. Jugamos, planeamos, vivimos una extraña libertad entre cuatro paredes. El encierro nos ha devuelto, si, a la más originaria de las condiciones humanas: la de vernos a nosotros mismos.

Mientras nos miramos, ahí, afuera, en este preciso instante, la movilidad humana es sometida a prueba. Ante la inminencia de la pandemia global, los Estados, al decir de la colega mexicana Leticia Calderón Chelius, prefirieron una respuesta del medioevo: atrincherarse, cerrar sus puertas con picaportes, nadie entra, nadie sale. A esta hora, mientras se resuelven impuestos solidarios, despidos y acomodos para la empresariedad regional, cientos de migrantes centroamericanos continúan siendo deportados por las políticas desquiciantes y alucinantes de la administración en Estados Unidos.

Si bien para efectos de salud pública esta acción de los estados ha significado una respuesta homogénea, legitimada por los discursos de verdad sobre la actuación de prevención y mitigación del contagio, en las movilidades humanas seguimos observando procesos que comprometen los derechos humanos de las personas que se desplazan.

El cierre irrestricto de las fronteras implica, de golpe, la posibilidad de que las personas busquen cruzar por puntos ciegos, ahí donde los Estados no alcanzan a vigilarlos. Entonces, el remedio, ya lo han dicho colegas con quienes comparto espacio de intercambio a nivel latinoamericano, puede convertirse al corto plazo en una acción propulsora de más casos, más contagios, más muertes. La información proveniente de la frontera entre Colombia y Venezuela, así como la paradoja de la inversión de las trayectorias en la línea divisoria entre México y Estados Unidos (ahora son los mexicanos los que pancartas en mano exigen el cierre de fronteras ante la posibilidad de la portabilidad de casos en los cuerpos de quienes viven en territorio fronterizo del lado estadounidense) confirman lo que esta crisis humanitaria mundial ha supuesto para la comprensión del fenómeno migratorio en todas sus dimensiones. Se ha falseado, de pronto, el sistema epistemológico y conceptual con el que veníamos operando para abordar dichos procesos.

Desde el giro de la movilidad, que es un abordaje conceptual en construcción permanente, los desplazamientos humanos deberían verse como un proceso de normalidad, más cuando se cruzan las fronteras. Como los preceptos de los Estados modernos han puesto su atención en el músculo inquebrantable de las fronteras, cuando una persona las traspasa de las formas que sean, esos Estados entran en crisis, se aferran a su resguardo, se blindan, disparan a matar para que nadie entre (como se leyó en estos días en redes sociales por usuarios costarricenses que a toda costa desean que esta coyuntura termine por demostrar que la blancura y excepcionalidad ticas deben ser resguardadas de esos otros cuerpos, los cuerpos de los migrantes pobres que provienen del otro lado del río).

Mucho antes que la crisis sanitaria y humanitaria global fuera declarada, las narrativas de la gestión migratoria ya habían adelantado el lenguaje que ahora se antoja novedoso en el campo de la salud pública. Ya las movilidades centroamericanas de finales del 2018 habían sido “confinadas” en puentes, estaciones migratorias, centros de detención. Ya la distancia social había sido utilizada de forma criminal por el gobierno de Estados Unidos al separar familias enteras y darles trato de reos y delincuentes a niños y niñas centroamericanos que apenas podían balbucear su nombre. Ya antes, mucho antes que esta crisis nos dijera que hay cuerpos que si importan y cuerpos que no, muchas personas migrantes centroamericanas habían sido apedreadas cuando pasaban por comunidades de tránsito, fumigados sus cuerpos para prevenir males contagiables, golpeados y discriminados por sus identidades sexuales diferenciadas.

Estas horas, que nos toman a muchos con nuestra movilidad restringida por las indicaciones de las autoridades de la salud pública a nivel global, deberían servirnos para que el tema de las movilidades humanas, eso que los estados llaman migraciones, nos atraviesen nuestros cuerpos y nuestras percepciones. Estar con el derecho del desplazamiento comprometido es lo que cientos de personas centroamericanas han experimentado ya por décadas en su tránsito por México y en su ingreso a Estados Unidos. Pongámonos en sus pieles. Ellos han sido confinados, separados, reducidos, por las prácticas de resguardo y los enfoques de seguridad de los estados y las percepciones que los criminalizan, los encasillan, los cuestionan. Hoy el mito de la movilidad se derrumba. Hoy su cuerpo, el cuerpo del que lee estas líneas, es un cuerpo sospechoso, portador, posiblemente enfermo. Para ese cuerpo, los límites a su movilidad son una orden. Pensemos en esto y pongamos en perspectiva los desafíos para la comprensión de las movilidades humanas en la región centroamericana.

Imagen: http://historico.cpalsj.org/honduras-migracion-y-exclusion-social/