El mito de la movilidad

Por Guillermo Acuña González
Escritor y Sociólogo
Costa Rica

Cientos de imágenes que atraviesan los territorios virtuales, muestran a la gente convencida de su encierro. Le cantan a su encierro. Le leen, leemos textos, conmovidos, sensibles, amorosos. Jugamos, planeamos, vivimos una extraña libertad entre cuatro paredes. El encierro nos ha devuelto, si, a la más originaria de las condiciones humanas: la de vernos a nosotros mismos.

Mientras nos miramos, ahí, afuera, en este preciso instante, la movilidad humana es sometida a prueba. Ante la inminencia de la pandemia global, los Estados, al decir de la colega mexicana Leticia Calderón Chelius, prefirieron una respuesta del medioevo: atrincherarse, cerrar sus puertas con picaportes, nadie entra, nadie sale. A esta hora, mientras se resuelven impuestos solidarios, despidos y acomodos para la empresariedad regional, cientos de migrantes centroamericanos continúan siendo deportados por las políticas desquiciantes y alucinantes de la administración en Estados Unidos.

Si bien para efectos de salud pública esta acción de los estados ha significado una respuesta homogénea, legitimada por los discursos de verdad sobre la actuación de prevención y mitigación del contagio, en las movilidades humanas seguimos observando procesos que comprometen los derechos humanos de las personas que se desplazan.

El cierre irrestricto de las fronteras implica, de golpe, la posibilidad de que las personas busquen cruzar por puntos ciegos, ahí donde los Estados no alcanzan a vigilarlos. Entonces, el remedio, ya lo han dicho colegas con quienes comparto espacio de intercambio a nivel latinoamericano, puede convertirse al corto plazo en una acción propulsora de más casos, más contagios, más muertes. La información proveniente de la frontera entre Colombia y Venezuela, así como la paradoja de la inversión de las trayectorias en la línea divisoria entre México y Estados Unidos (ahora son los mexicanos los que pancartas en mano exigen el cierre de fronteras ante la posibilidad de la portabilidad de casos en los cuerpos de quienes viven en territorio fronterizo del lado estadounidense) confirman lo que esta crisis humanitaria mundial ha supuesto para la comprensión del fenómeno migratorio en todas sus dimensiones. Se ha falseado, de pronto, el sistema epistemológico y conceptual con el que veníamos operando para abordar dichos procesos.

Desde el giro de la movilidad, que es un abordaje conceptual en construcción permanente, los desplazamientos humanos deberían verse como un proceso de normalidad, más cuando se cruzan las fronteras. Como los preceptos de los Estados modernos han puesto su atención en el músculo inquebrantable de las fronteras, cuando una persona las traspasa de las formas que sean, esos Estados entran en crisis, se aferran a su resguardo, se blindan, disparan a matar para que nadie entre (como se leyó en estos días en redes sociales por usuarios costarricenses que a toda costa desean que esta coyuntura termine por demostrar que la blancura y excepcionalidad ticas deben ser resguardadas de esos otros cuerpos, los cuerpos de los migrantes pobres que provienen del otro lado del río).

Mucho antes que la crisis sanitaria y humanitaria global fuera declarada, las narrativas de la gestión migratoria ya habían adelantado el lenguaje que ahora se antoja novedoso en el campo de la salud pública. Ya las movilidades centroamericanas de finales del 2018 habían sido “confinadas” en puentes, estaciones migratorias, centros de detención. Ya la distancia social había sido utilizada de forma criminal por el gobierno de Estados Unidos al separar familias enteras y darles trato de reos y delincuentes a niños y niñas centroamericanos que apenas podían balbucear su nombre. Ya antes, mucho antes que esta crisis nos dijera que hay cuerpos que si importan y cuerpos que no, muchas personas migrantes centroamericanas habían sido apedreadas cuando pasaban por comunidades de tránsito, fumigados sus cuerpos para prevenir males contagiables, golpeados y discriminados por sus identidades sexuales diferenciadas.

Estas horas, que nos toman a muchos con nuestra movilidad restringida por las indicaciones de las autoridades de la salud pública a nivel global, deberían servirnos para que el tema de las movilidades humanas, eso que los estados llaman migraciones, nos atraviesen nuestros cuerpos y nuestras percepciones. Estar con el derecho del desplazamiento comprometido es lo que cientos de personas centroamericanas han experimentado ya por décadas en su tránsito por México y en su ingreso a Estados Unidos. Pongámonos en sus pieles. Ellos han sido confinados, separados, reducidos, por las prácticas de resguardo y los enfoques de seguridad de los estados y las percepciones que los criminalizan, los encasillan, los cuestionan. Hoy el mito de la movilidad se derrumba. Hoy su cuerpo, el cuerpo del que lee estas líneas, es un cuerpo sospechoso, portador, posiblemente enfermo. Para ese cuerpo, los límites a su movilidad son una orden. Pensemos en esto y pongamos en perspectiva los desafíos para la comprensión de las movilidades humanas en la región centroamericana.

Imagen: http://historico.cpalsj.org/honduras-migracion-y-exclusion-social/