Skip to main content

Etiqueta: Esquipulas

La paz de Esquipulas, tres décadas después

Rogelio Cedeño Castro, sociólogo y escritor costarricense.

“Esa campaña –titulada “La izquierda latinoamericana de espaldas a la dictadura”- es organizada por medios digitales de la oposición nicaragüense…Una campaña de esa naturaleza podría ofrecer a la izquierda latinoamericana una alternativa al gobierno de Ortega. Pero se limita a argumentar que el gobierno de Ortega no es de “izquierda”. Sería lógico pensar que la izquierda está en la oposición. Pero no es así”. Gilberto Lopes LA IZQUIERDA Y LA SITUACIÓN EN NICARAGUA.

Al cabo de un poco más de las tres décadas, transcurridas desde la firma de los acuerdos de paz de Esquipulas (Guatemala, agosto de 1986), firmados en un período que va de 1988 a 1996, los que estaban destinados a ponerle fin a la guerra civil centroamericana de la segunda mitad del siglo XX, un evento histórico que pasó desapercibido para muchas gentes, incapaces de captar o ubicar el fenómeno en toda su intensidad y alcances. Lo pude constatar cuando publiqué mi libro LA DESMOVILIZACIÓN MILITAR EN AMÉRICA CENTRAL (Dice Libro Editores, San José Costa Rica 2008), por las reacciones de asombro que ese trabajo produjo entonces: sólo se hablaba de guerras locales, como si el istmo no estuviera estrechamente relacionado e incluso condicionado, por circunstancias históricas, políticas, económicas, geopolíticas y de subordinación a los poderes imperiales del mundo(Gran Bretaña y los Estados Unidos, siendo este último el hegemónico a lo largo de todo el siglo XX).

En los inicios de la tercera década de la nueva centuria, durante y después del cambio de siglo, resulta más evidente que nunca la constatación del fracaso de esos acuerdos en lo referente a alcanzar la construcción de una paz positiva, la que sólo era posible conseguir a partir de la superación de las causas profundas y endógenas que dieron lugar al conflicto bélico que ensangrentó, durante varias décadas y de diversas maneras, a la totalidad de los cinco países que conformaron la vieja República Federal de Centroamérica, entre 1824 y 1848, amenazando con proyectarse hacia otras naciones como Panamá. Colombia y México que intentaron mediar y encontrar soluciones al conflicto bélico.

La miseria creciente, el desempleo, la destrucción del tejido social, el acaparamiento de la riqueza en pocas manos, la eliminación de las conquistas de la clase trabajadora, la destrucción del agro, entre otros factores a considerar, constituyen la mejor demostración del fracaso de los acuerdos de paz, muchos de cuyos componentes han sido deliberadamente omitidos u olvidados a conveniencia, por quienes conforman los poderes fácticos.

Es por eso, que la agudización del conflicto sociopolítico, por otras vías no armadas, o delincuenciales (maras o pandillas), en el intervalo transcurrido desde la firma de esos acuerdos, convertidos en un mero cese del fuego, no dieron lugar nunca a su superación, e implicaron serios problemas de legitimidad para las élites regionales, los que han llevado a las llamadas “democracias” del istmo a verdaderos callejones sin salida, al convertirse en países donde la convivencia pacífica y la solución de conflictos se torna imposible, al no poder encararlos sin acudir a la violencia simbólica e incluso física por parte de las clases dominantes y detentadores del poder real, la que conduce a la exclusión de los otros diferentes (percibidos como amenazantes o inferiores) en los órdenes de lo político, lo social, lo étnico y lo cultural.

Los casos de Nicaragua y El Salvador son particularmente dramáticos por los altos grados de confrontación que se dan entre las élites del poder, mientras las mayorías populares siguen siendo las espectadoras de una crisis que puede culminar en un nuevo conflicto bélico, con una intervención militar de la superpotencia estadounidense, la que ha invertido muchos millones de dólares para desestabilizar al actual gobierno nicaragüense.

Al respecto el sociólogo costarricense, Allen Cordero Ulate, manifestó lo siguiente en una publicación mexicana: Esta entrevista trata sobre mi participación en tanto coordinador costarricense de la Brigada Simón Bolívar. Fuimos dos coordinadores Franklin Sancho (q.e.p.d.) y yo. La BSB fue una iniciativa latinoamericana para luchar contra la dictadura somocista. Los integrantes de la brigada pensábamos, hace ya 44 años, que era posible iniciar una reconstrucción socialista en Nicaragua, por pensar eso fuimos echados de Nicaragua. Hoy en día por pensar cosas más inocuas las personas son expulsadas y hasta asesinadas en Nicaragua. Con nuestra temprana expulsión de ese hermano país ya se anunciaba lo que más tarde ocurrió claramente; el retroceso social y político de Nicaragua. Agradezco al POS -México el interesarse por esta historia. Una historia que puede verse utópica, ilusa, aventurera, lo que sea, pero prefiero tener este currículo utópico que haber sido parte del “realismo político” que en la Nicaragua de hoy en día se traduciría en ser parte de la dictadura orteguista o bien ser parte de alguna variante de restauración democrática”(Como enrolamos a más de 2 mil personas para participar armadas en la revolución nicaragüense Diálogo con Allen Cordero Ulate sobre la Brigada Simón Bolívar México marzo de 2023) dentro de lo que constituye un planteamiento muy revelador, acerca de la precariedad y vacilaciones de naciente “revolución sandinista”, el que sólo comparto parcialmente.

Por otra parte, la deriva delincuencial fruto de la no superación de la guerra civil centroamericana del siglo pasado, en el caso salvadoreño, ha conducido a ese país a una deriva autoritaria que ha podido, por el momento, contener la violencia acudiendo al estado de excepción, el que no podrá sostenerse en el mediano y en el largo plazo: el presidente Nayib Bukele ha optado por convertir a ese pequeño país en una inmensa cárcel, algo así como una nueva versión del Gulag del período estalinista en la antigua Unión Soviética, o del stalag de la Alemania Nazi, que fueron campos de concentración basados en la esclavitud y el trabajo forzado.

Todo esto, aunque no quedan excluidos del agravamiento de esos problemas de legitimación de las viejas élites los restantes países centroamericanos, especialmente Guatemala (un caso que habría que analizar por separado), e incluso Costa Rica que se viene deslizando hacia una profunda crisis, acelerada a medida en que se ha venido desmantelando el estado de bienestar social (impulsado durante las décadas de los cincuenta, sesenta y setenta por el entonces socialdemócrata PLN, encabezado por José Figueres Ferrer) que la caracterizó durante la segunda mitad del siglo anterior, como bien indica el escritor y periodista Gilberto Lopes: “Es cierto, sin embargo, que desde principios de los años 80, cuando en el mundo se abría paso el modelo neoliberal y trataban de convencernos de que no había alternativa, un gobierno que se reivindicaba con la misma línea de Figueres dio comienzo a una proceso de privatizaciones que, con recursos de la AID, apunto, en primer lugar a la banca nacionalizada. En los 40 años siguientes ese mismo partido (el socialdemócrata Liberación Nacional) consolidó el camino neoliberal, incluyendo una campaña para la aprobación del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos basada en una estrategia conocida como el “Memorando del miedo”. Hoy, el país también siente que ha perdido su rumbo, que un cierto orden, sustentado por un Estado preocupado por la vida de sus ciudadanos, ha ido, poco a poco, a mordiscos, siendo desarmado.” (Lopes op.cit).

La presencia perturbadora, cínica y prepotente de los Estados Unidos en la política centroamericana continúa gravitando sobre el destino de la región, las invasiones y ocupaciones militares de la infantería de marina de esa superpotencia se iniciaron en 1912, en el caso de Nicaragua, dando al traste con la democracia guatemalteca (la revolución democrática de 1944-1954), al invadir el país y forzar la renuncia del presidente Jacobo Árbenz Guzmán, dando inicio a otro ciclo de sangrientas y genocidas dictaduras militares que dieron origen a la ya mencionada “Guerra civil Centroamericana de la segunda mitad del siglo XX”.

La “izquierda centroamericana”, o buena parte de ella, no logra entender el alcance y el significado de los planes desestabilizadores financiados generosamente por las ONG estadounidenses (Gilberto Lopes op. Cit), las que han privado a las distintas fuerzas políticas nicaragüenses de otras opciones que no sean las de una confrontación absoluta, descarnada y cruel. Es por esta razón que la llamada izquierda light se ha quedado sin una política propia frente al intervencionismo estadounidense, sumándose al coro de una oposición que de izquierda no tiene nada, además de ser omisa en cuanto a son sus reales intenciones, en caso de que lograran sustituir al actual gobierno de Nicaragua. La paz en el istmo centroamericano se encuentra hoy más amenazada que nunca, no perdamos de vista el curso de los acontecimientos.

Esquipulas o la paz regional que nunca se construyó

Rogelio Cedeño Castro (*)

La frase tantas, veces repetida por Óscar Arias Sánchez, de que durante el conflicto armado centroamericano de los años setenta y ochenta del siglo anterior, los centroamericanos ponían los muertos y las superpotencias ponían las armas, no es más que un lugar común o verdad a medias cuyos alcances convendría examinar, con especial cuidado y atención. Aquel no fue simplemente un conflicto más de la no tan fría guerra que libraron la URSS y los EUA, a lo largo de varias décadas; más bien, cabe destacar que las causas de ese conflicto fueron endógenas y será, desde ese ángulo que intentaremos reflexionar sobre lo ocurrido, durante el cuarto de siglo transcurrido desde que empezaron a ponerse en ejecución los acuerdos de Esquipulas.

El mero hecho del cese del fuego, con el que se pretende muchas veces poner fin a un largo y cruento conflicto bélico, dentro de una determinada área continental, no puede ser confundido con la construcción de una paz positiva y duradera, basada en la superación de las causas profundas que le dieron origen, a partir de acuerdos cuya materialización debe conducir a profundas transformaciones sociales, políticas y económicas dentro de las sociedades y naciones donde han tenido lugar los enfrentamientos armados. Ese y no otro es el caso de la escalada de los enfrentamientos armados que tuvo lugar en el istmo centroamericano, a lo largo de varias décadas, como consecuencia de los graves problemas de legitimidad del poder de las elites regionales, originados en la crisis profunda de las formas tradicionales de la dominación, la que se puso de manifiesto a partir de las crecientes demandas de participación democrática efectiva y de una redistribución de la riqueza, el conocimiento y el poder, las que fueron cobrando presencia e intensidad crecientes, a lo largo de las primeras décadas del siglo XX, en la conciencia y en el actuar de las grandes mayorías centroamericanas.

Debido lo anterior, puede afirmarse que los acuerdos de paz de Esquipulas, Guatemala firmados hace veinticinco años, en el mes de agosto de 1987, no trajeron la paz a la región centroamericana, puesto que de lo que se trató de la ejecución del plan maestro de una contrarrevolución blanda (ver nuestro libro La desmovilización militar en América Central. Dice Libro Editores San José Costa Rica 2008), ejecutado a contrapelo de la fórmula reaganiana de intervención militar directa de la armada estadounidense en todo el istmo, todo un plan político a partir de cuya paulatina materialización quedaron a salvo los intereses de las oligarquías centroamericanas, a pesar de algunos cambios cosméticos en las formas políticas de la dominación. De esta manera, se pasó de la era de las dictaduras militares y las formas más groseras de la dominación tradicional a unas democracias de baja intensidad, a las que calificamos de esa manera, empleando una especie de paráfrasis de las guerras de baja intensidad (Low intensity conflct) promovidas por el Pentágono Estadounidense, durante la década de los ochenta y noventa. Es decir, democracias formales, con periódicas consultas electorales, pero con la condición de que, a partir de sus resultados numéricos, no se vieran afectados los intereses de las viejas élites regionales, las que salieron fortalecidas y parcialmente relegitimadas, al ponerse fin a los enfrentamientos armados en el transcurso de la década de los 1990.

El incumplimiento constante y reiterado de los acuerdos de paz en materia de derechos humanos, en su dimensión política, para no hablar de los de carácter económico y social que tienen sumida a la región en la violencia y la miseria más degradantes y extendidas, fueron una parte esencial de esa gran mentira que buscaba no sólo mantener intacto del statu quo regional, sino que a acentuar las políticas neoliberales en beneficio de ciertos intereses locales y con preferencia, en beneficio de algunas empresas transnacionales, lanzadas al saqueo de los recursos naturales. La impunidad para los criminales de guerra, en su mayoría integrantes de las fuerzas armadas de cada país y de algunos cuerpos paramilitares fue la nota dominante, a lo largo de las más de dos décadas transcurridas desde el inicio de la materialización del llamado plan de paz regional, habiendo sido llevados a juicio sólo unos pocos de los responsables. El reciente golpe empresarial-militar en Honduras, del mes junio de 2009, ejecutado en uno de los países más violentos del mundo, lugar que disputaba con El Salvador, no ha sido otra cosa que una exacerbación de las mismas políticas sociales y económicas, impulsadas por quienes consideran que ellos ganaron -por así decirlo- el conflicto armado, fue el inicio de una grave sucesión de eventos, caracterizados por su secuela de asesinatos sistemáticos de dirigentes populares, periodistas y funcionarios del derrocado gobierno del presidente Manuel Zelaya , todo ello dentro de la misma visión totalitaria de las derechas regionales y de la administración estadounidense de los Obama-Clinton, en su afán de recuperar el control de su patio trasero que se ha visto reducido, en cierta medida, en algunos países situados el sur del continente.

La otra cara de esta contrarrevolución blanda, hábilmente impulsada y ejecutada por la figura más relevante del régimen de la dictadura en democracia, a quien por estos días de conmemoración de los Acuerdos de Esquipulas, Guatemala, del mes de agosto de 1987, se ha pretendido canonizar por parte de algunos de sus más notables corifeos, ha sido la ejecución de los planes del Consenso de Washington con su acelerada destrucción regional del Estado de Bienestar Social o Welfare State. Todo ello con el propósito de hacer retornar a las mayorías centroamericanas, obreras y campesinas, por no decir incluso a muchos sectores empresariales, a las condiciones de vida de por lo menos un siglo hacia atrás, en vísperas de lo conoce ahora como la Primera Guerra Mundial (1914-1918), sin organizaciones sindicales, seguridad social, prestaciones, pago de riesgos del trabajo y otras conquistas sociales no menos importantes por las que hubo que luchar hasta con pérdida de vidas, de manera heroica y tenaz, a lo largo de las primeras décadas del siglo anterior.

El plan de paz de Óscar Arias Sánchez, para el caso de Costa Rica, una nación que tuvo participación indirecta en el conflicto armado fue apenas una fachada para la intensificación de las políticas neoliberales, con estrategias de mediano y largo plazo para acabar con instituciones como la Caja Costarricense del Seguro Social (CCSS) y el Instituto Costarricense de Electricidad (ICE). Durante ese período se bajó el aporte del estado a la caja del seguro social del 3.25 al 0.25 y se comenzó a pagar esa mermada aportación en bonos, de baja denominación y redimibles hasta por períodos de quince años (Ver el libro de Luis Alberto Jaén Martínez El gran asalto del PLUSC al seguro social San José Costa Rica 2011), de ahí en adelante la estrategia de la contrarrevolución blanda, caracterizada por el saqueo de los fondos públicos y su mala administración, se basó en la negativa a comprar equipos médicos para favorecer la contratación de servicios con las clínicas privadas (católica y bíblica que empezaron a crecer de manera monstruosa, como un buen negocio para los integrantes de las elites del poder en Costa Rica), las compras irregulares y fraudulentas (préstamo español y finlandés, a comienzos de la primera década del nuevo siglo) y un deterioro generalizado de los servicios públicos de salud, dentro de lo que constituye otra forma de la guerra contra el enemigo interno , dicho de otro modo la población o los habitantes del propio país. La destrucción sistemática del ICE, a partir de proyectos como el Combo Energético del ICE del año 2000 o la reciente apertura en el campo de las telecomunicaciones, ejecutada a partir de la mal llamada agenda de implementación del Tratado de Libre comercio con los Estados Unidos (TLC-CAEU-RD), también fueron parte de estas estrategias de la contrarrevolución blanda, dentro de su rostro social y económico, el que convendría analizar y estudiar con detenimiento.

Tal y como habíamos señalado en nuestro libro La desmovilización militar en América Central, al que habíamos hecho mención supra, las presuntas políticas de paz llevadas a cabo en el istmo marcharon a contrapelo de lo que había indicado el economista inglés John Maynard Keynes , integrante de la delegación de Inglaterra en la conferencia de paz de Versalles de 1919-1920, en relación con la reconstrucción del tejido social europeo después del primer conflicto bélico, a escala mundial, cosa que no de no hacerse (tal y como ocurrió) llevaría a otro conflagración armada, al condenar a Alemania y Austria al pago de indemnizaciones de guerra a los vencedores. Las políticas económicas y sociales de shock, en el mejor estilo del neoliberal /neoconservador Consenso de Washington, no fueron otra cosa que la continuación de la guerra por otros medios, sólo que, en contra de los vencidos, en este caso las grandes mayorías empobrecidas que habitan en el istmo centroamericano, lo que ha traído una exacerbación de otras expresiones de la violencia en la región, articuladas en las maras y toda clase de organizaciones del crimen organizado. En síntesis, el engaño de una paz que nunca fue otra cosa que un espectáculo para la platea de incautos, en ciertos casos o de interesados cortesanos, en otros.

(*) Catedrático de la UNA.

Parque de la Paz, Panabaj, Santiago Atitlán, Guatemala.

Derechos Humanos y Soberanía

Por

Arnoldo Mora

Arnoldo Mora
Arnoldo Mora

 

Marginándome deliberadamente del tema del momento, cual es el anuncio del Presidente de dar un informe de los 100 días que ha pasado en Zapote, me referiré hoy a la desgarradora situación que vive nuestra región en torno a un tema que concierne al respeto de los derechos humanos y humanitarios y a las normas fundamentales que rigen el derecho internacional, como razón de ser del ejercicio ética y jurídicamente legítimo del poder político. Si echamos una mirada a lo que está pasando sobre estos aspectos, constatamos con estupor que hoy se sigue masacrando a la población más indefensa como hace ya más de 30 años en que se firmaron los acuerdos de Esquipulas. Con estos, se pensó que la paz había llegado a nuestra región, ensangrentada entonces con el último conflicto militar de la Guerra Fría. Por desgracia no ha sido así. Y como muestra, veamos casos concretos. Hoy Honduras y Guatemala son los países más violentos del mundo sin haber un estado de guerra declarado. Esos países son, no por casualidad,  los más pobres del Continente después de Haití. Por eso miles y miles de niños y adolescentes de uno y otro sexo son enviados, a la buena de Dios, a cruzar la frontera Sur de Los Estados Unidos. Pero solo encuentran abandono y muerte cayendo frecuentemente en manos de bandas dedicadas al tráfico de personas, armas o drogas, o simplemente se les deporta como delincuentes lejos de sus familias. El Imperio cierra sus fronteras, levanta muros, mientras el gobernador de Texas solo atina a militarizar la región. Porque la causa de esa desgarradora situación está en las políticas impuestas por gobiernos supuestamente “democráticos”.

¿Qué hacer frente a esa desoladora situación? Lo peor es no hacer nada. Por eso propongo que, por la mediación de Naciones Unidas se organice una especie de Plan Marshall en que se impulse la economía regional y se proponga una reforma agraria que pare el éxodo rural, origen de la migración forzada de trabajadores. Los tratados de libre comercio, firmados tan profusamente, deben ser repensados en función de las necesidades de nuestros empobrecidos pueblos y no solo priorizando los intereses mercantiles, o concebidos con la lógica de la geopolítica o, peor aún, poniendo a pueblos hermanos a pelear. Solo respetando la soberanía y fomentando los lazos de amistad entre nuestros pueblos y gobiernos lograremos construir una paz real.

Por su parte, nuestro gobierno debe hacer respetar su soberanía y cumplir las normas del derecho internacional cortando de plano todo intento de usar el suelo patrio para desestabilizar gobiernos con los cuales tenemos relaciones diplomáticas normales. La agencia de noticias AP dio a conocer que organismos del gobierno de Estados Unidos usaban nuestro territorio para enviar grupos de varios países, a subvertir el orden en Cuba. Esperamos que esta infamia no se repita. Todo lo contrario, nuestra política doméstica e internacional, debe guiarse tan solo por el respeto a los derechos humanos, los principios del derecho internacional y la promoción de la justicia social como fundamento de una paz duradera en la región.

 

Enviado a SURCOS Digital por el autor.

Suscríbase a SURCOS Digital:

https://surcosdigital.com/suscribirse/