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Etiqueta: ética política

Ser y razón de ser de la campaña electoral

Por Arnoldo Mora

Arnoldo Mora

Nuestras campañas electorales se asemejan a los partidos de futbol: tienen dos tiempos separados por un intermedio que abarca – en el caso de nuestras campañas electorales – el mes de diciembre, porque en ese mes la gente se dedica a preparar y celebrar los festejos de fin de año. Pero ambos períodos son diferentes: el primero se destina a dar a conocer a los candidatos y sus partidos, cosa muy necesaria dado el (sin)número de partidos y candidatos que se exhibe como oferta electoral ante el electorado. No pocos de ellos son totalmente desconocidos y representan un “partido” igualmente poco conocido, por lo que aspiran tan sólo a lograr una diputación. En el “segundo tiempo”, que abarca el mes de enero, la campaña se centra en la figura de los candidatos, quienes deben confrontar sus ideas y programas de gobierno frente a sus adversarios políticos. Pero lo realmente importante de esta contienda electoral, como de toda actividad política, lo constituye el mayor o menor protagonismo del pueblo, pues son los ciudadanos – ¡y sólo ellos! – quienes deben decidir quiénes los gobernarán desde Cuesta de Moras y Zapote.

Lo más significativo de la actitud de la mayoría de nuestros compatriotas es su indecisión, que no es sinónimo de indiferencia, porque estoy convencido de que el costarricenses gusta de inmiscuirse en los asuntos políticos, cosa que en lo personal me parece muy bien. Por eso considero que la indecisión no necesariamente implica indiferencia y menos menosprecio o despreocupación sobre los destinos de la Patria, al menos en la mayoría. Ciertamente habrá un número –y mucho me temo que cada vez sea mayor- de quienes repudian la política en sí misma; esos son la verdadera y más radical “oposición”, pues, si bien hay un porcentaje que no puede ejercer el derecho al voto por razones válidas, como es estar enfermo o imposibilitado por alguna u otra razón, lo cierto es que aquellos que menosprecian a la clase política en no pocos casos ya no creen en el sistema político que nos rige. Por su parte, los ciudadanos conscientes deben convencer a sus conciudadanos de la importancia de que, si realmente quieren perfeccionar nuestro régimen democrático, deben tomar conciencia de la importancia de interesarse en la contienda electoral, porque allí se deciden en buena medida los destinos de la Patria. La campaña electoral debe servir para esos fines de educación cívica. Si se me permite el símil, el “primer tiempo” de esta campaña fue para conocer la oferta electoral; por lo que los costarricenses deben aprovechar la pausa decembrina para reflexionar seriamente en torno a la importancia de la misma para estar plenamente conscientes de la trascendencia de la decisión que tomen en la soledad del recinto electoral, dado que la conducción política del país no recae únicamente- si bien de manera prioritaria – en los miembros de los supremos poderes, ya que la democracia auténtica se rige por la participación directa, consciente y mayoritaria de los ciudadanos en los asuntos públicos. La democracia somos todos. El control político no debe estar en manos únicamente de los diputados de oposición, si bien es sobre ellos que recae esta responsabilidad a tenor de las normas constitucionales. Una ciudadanía organizada no sólo para las elecciones, sino para todos los asuntos que conciernen el bien común, es la única posibilidad de que podamos preservar el mayor y mejor legado de nuestros antepasados: el Estado Social de Derecho. La calidad y solidez de nuestra democracia se mide en proporción al nivel de la conciencia cívica de los ciudadanos. La campaña electoral debe ser considerada como un tiempo fuerte en que se inviertan esos inmensos recursos económicos y mediáticos a inculcar en la ciudadanía lo que realmente significa construir una comunidad nacional libre. Por eso debe comenzar por estar bien informado.

El “segundo tiempo” de la campaña debe servir para motivar. Nadie hace una actividad si no está debidamente motivado, lo cual sólo se logra cuando se valora lo que se hace. Los candidatos deben centrarse en los temas a tratar y en los debates en torno a los desafíos que enfrenta actualmente la democracia costarricense, con vehemencia, pero sin recurrir al insulto o a ataques que aludan a la vida privada de sus contendientes. El pueblo financia la campaña con el fin de conocer de primera mano a quienes va a elegir, delegando en ellos buena parte de su poder, sin por ello renunciar a ejercerlo a tenor de las normas constitucionales cuando lo crea necesario. Por algo la Constitución califica al pueblo como el único SOBERANO, porque su soberanía nunca se delega. Esto no significa que debamos pasar por alto los errores y vicios de quienes aspiran a gobernarnos. El ejercer el poder no es sólo un honor, es ante todo, demostrar fehacientemente ante la ciudadanía que se está en capacidad de asumir las responsabilidades que esto implica. Quienes confunden, como se ha hecho lastimosamente costumbre en tiempos recientes, sus intereses privados con los del bien común, sólo merecen que el pueblo les aplique “el voto castigo”. Quienes amamos a nuestra querida Costa Rica esperamos que así sea el próximo 1ro. de febrero.

LA DEMOCRACIA (con mayúscula) sólo se logra cuando se sustenta en la ética, cuando política y ética se identifican, como enseñaba Sócrates. Por eso una – y, quizás, la principal- razón de ser de esta campaña es luchar contra los prejuicios de quienes ven en la política algo intrínsecamente malo, hasta el punto de que para ellos hacer política e, incluso, hablar de política es incurrir en algo perverso. Por lo contrario, la política es algo noble y nos ennoblece hacerla con espíritu patriótico. Es aquí donde radica lo que he titulado “el ser y razón de ser de esta campaña”.

El poder y las palabras

José Manuel Arroyo Gutiérrez

El ejercicio del poder político está indisolublemente unido a las palabras: palabras-leyes; palabras-decretos; palabras-sentencias; y palabras-programas-promesas-discursos… Este ejercicio puede ser creativo, pedagógico, constructivo y noble; puede ser también equilibrado, justo, compasivo y solidario; y nos puede hacer soñar en un mundo mejor para todos y todas. Es decir, el ejercicio del poder político puede estar al servicio de la convivencia libre y democrática.

Pero ese ejercicio puede degradarse y corromperse, de igual manera mediante la utilización de otras palabras: palabras-mentiras; palabras odios; palabras-insultos; palabras soeces como canallas, mal paridos, corruptos, puta, mirála… Es decir, el ejercicio del poder puede rodar al abismo de la vulgaridad y la bajeza; ser destructivo y desmoralizante, y de paso, estar al servicio de la violencia dictatorial o autocrática.

El hombre o la mujer que aspira a dirigir un país, si tiene algo realmente importante que ofrecer y hacer, no tiene por qué recurrir a las malas palabras. Un lenguaje decente es indicativo de compromiso auténtico con lo que se dice, aunque se pueda estar equivocado. Puede ser vehemente sin llegar a la estridencia; poderoso sin tener que gritar; y por supuesto, puede ser convincente defendiendo verdades, sin el recurso a denigrar al adversario.

Entre otros asuntos trascendentales nos corresponde adecentar el proceso electoral en el que estamos inmersos.

Sobre los límites morales de la mercantilización de la vida como cuestión política

Alejandro Guevara Arroyo

Los mercados son un conjunto de prácticas humanas colectivas e interrelacionadas. Mediante estas prácticas producimos y distribuimos bienes de mercado: cosas sociales que apreciamos adquirir y poseer. Los mercados son, más específicamente, instituciones sociales (como también lo son las familias, los jueces o los sistemas de tránsito). En un sentido que aquí no interesa profundizar demasiado, puedo agregar que las decisiones que se dan en dichos espacios parecen estar regidas por lo que solemos llamar “negociación” (no es, por cierto, la única forma de tomar decisiones colectivas).

Michael Sandel sugiere una hipótesis socio-histórica plausible. Según él, durante las últimas décadas las sociedades occidentales han ampliado considerablemente los ámbitos de la vida en los cuales las decisiones se toman siguiendo las reglas y valores característicos de los mercados. Hoy todo parece estar a la venta o a punto de estarlo: nuestro espacio público, nuestros servicios básicos, nuestros cuerpos, etc. Da la impresión de que estamos a un paso de ese “pound of flesh” que escribe Shakespeare en El mercader de Venecia. Incluso en aquellos casos en donde no aceptamos exactamente que un ámbito de la vida se rija como un mercado, nos descubrimos pensando y actuando en términos característicamente mercantiles (por ejemplo, de costo-beneficio). Así, hemos ido mercantilizando cada vez más espacios de nuestra vida.

Ahora, ¿por qué deberíamos preocuparnos por ello? Desde cierta forma de visión economicista, no hay nada malo en ello. En tanto se amplía la producción de bienes y se alcanzan equilibrios económicos estables, no deberíamos, como sociedad, preocuparnos mucho por esta transformación.

Existe, sin embargo, otra manera de ver el asunto. Pensadores contemporáneos como Debra Satz y el ya citado Sandel piensan que este proceso tiene relevancia ético-moral y, también, que la cuestión de los límites morales del mercado es de índole política. Sandel señala dos razones fundamentales por las que deberíamos reconsiderar la mercantilización de nuestra vida.

La primera razón es que la mercantilización agrava el peso moral de la desigualdad económica y marca la injusticia de las condiciones sociales que la causan.

A primera vista, si el abolengo económico sólo determina el acceso a bienes de lujo, como yates o autos de oro, no hay en juego asuntos morales demasiado importantes. Eso es asunto de cada quien. Como mucho, podríamos decir con Adolfo Bioy Casares que “en todo lujo palpita un íntimo soplo de vulgaridad”. Empero, si el abolengo económico determina el acceso a los bienes que configuran las condiciones indispensables para construir una vida digna, la desigualdad en la distribución de las oportunidades de acceso a ellos se transforma en un asunto de prioritaria importancia en términos de justicia social (y de interés ético-político).

Aquí podemos pensar, ante todo, en aquellos bienes que conforman las precondiciones para que una persona contemporánea pueda florecer, es decir, llevar una vida con plenitud (me viene a la mente la palabra griega eudaimonía, que a veces se traduce como felicidad).

El disfrute de estos bienes conforma, además, un umbral mínimo de ciudadanía: un piso básico de derechos imprescindibles para que la persona pueda integrarse y actuar, en tanto ciudadana, como miembro pleno de una comunidad política democrática. Acá la premisa normativa de fondo es clara: si un bien es condición para el ejercicio efectivo de la ciudadanía democrática, entonces su acceso no debería depender exclusivamente de la capacidad de pago en el mercado. Debería estar constitucionalmente garantizado.

En el listado necesario de dicha clase de bienes, incluyo:

(a) El acceso oportuno a servicios de salud de calidad, que permitan a la persona llevar su vida sin sufrimientos internos graves;

(b) El acceso a una educación que no sólo construya capacidades profesionales idóneas para el ‘ascenso material’ sino, también, las disposiciones necesarias para elegir las maneras en que cada quien concibe y busca construir una vida buena y para posicionarse en las cuestiones sociales de interés político;

(c) Un espacio saludable en el cual descansar y gozar de la privacidad suficiente para llevar adelante esas dimensiones de la vida buena que la requieren, incluyendo el diálogo y la reflexión cívica.

Por supuesto, este listado es una cuestión ético-política debatible. Pero el punto central es que su acceso a todas las personas no puede quedar librado a las prácticas de mercado, sino que la asignación de estos bienes debe apelar a criterios no mercantiles de distribución y contar con garantías institucionales y jurídicas de cumplimiento.

El segundo motivo es que, al mercantilizar una dimensión de la vida, se corre el peligro de corromperla. Para comprender este punto, basta notar que las prácticas y concepciones que dan forma a nuestras vidas tienen ciertas características y tienden hacia ciertas finalidades. En otras palabras, podemos ver nuestras prácticas como aspirando a realizar ciertos valores. Prácticas y valores se integran así en un todo bastante compacto.

Pues bien, al mercantilizar una práctica no mercantil, se rompe esa fina unidad y se corre el peligro de que se transforme en otra cosa. “Los mercados dejan su marca”, dice Sandel, sobre los bienes y prácticas. Las formas de vida mercantilizadas podrían conservar una apariencia semejante a la de las prácticas no mercantiles, pero debajo de ella habrá cambiado mucho y, a veces, todo. En particular, ciertas prácticas (como la amistad, la actividad cívica, el buen trato a otras personas) poseen un valor intrínseco o cívico cuyo significado se deforma cuando es reinterpretado sólo en clave mercantil.

También por esta razón vale la pena, entonces, reconsiderar la mercantilización de nuestra vida. Por supuesto, qué prácticas en particular merecen ser preservadas de dicha corrupción mercantil no es algo obvio. Hay razonables desacuerdos sobre cuáles valores merecen ser protegidos y qué es característico de cada práctica. En una comunidad política democrática, decidir sobre estos asuntos es propio del debate político ciudadano.

Discutir los límites ético-morales del mercado probablemente nos lleve a la conclusión de que resultaría deseable revertir, en muchos ámbitos, ese proceso. O sea: deberíamos desmercantilizar nuestra vida (la noción de “desmercantilización”, hasta donde sé, fue originalmente formulada por Esping-Andersen). Lo que debe quedar claro es que la mercantilización no es una fuerza de la naturaleza, algo inevitable. Decidir razonablemente sobre estos asuntos es, por ello, materia de reflexión política y rediseño institucional.

Nota: Este documento recibió una corrección ortográfica y de coherencia gramatical mediante el instrumento chatgpt. El autor revisó el producto de manera íntegra.

Entre cenizas y algoritmos: el eclipse democrático y el renacer autoritario

Frank Ulloa Royo

Resumen:

Este artículo reflexiona sobre el colapso del socialismo democrático y el ascenso de nuevas formas de fascismo en Europa y América Latina. El primer capítulo analiza cómo los países nórdicos, otrora bastiones del pacto social, han sido seducidos por discursos autoritarios, mientras en América Latina las maquinarias electorales y los algoritmos reemplazan a los ejércitos como instrumentos de control. El segundo capítulo se centra en Costa Rica, donde la multiplicación de partidos sin ideología, el descrédito del sistema electoral y el ataque a la institucionalidad desde el propio poder estatal configuran un escenario de grave deterioro democrático. El texto propone una lectura ética y literaria del presente, y plantea la necesidad de repensar el mito del ave fénix como tarea colectiva ante la crisis de humanidad.

Palabras clave:
Socialismo democrático, fascismo digital, crisis institucional, Costa Rica, autoritarismo, sindicatos, democracia, ética política

Capítulo I: El fin del socialismo democrático y el renacer del fascismo

Hubo un tiempo en que el socialismo democrático fue más que una etiqueta. Fue una promesa. En los países nórdicos, esa promesa se tradujo en hospitales públicos, educación gratuita, sindicatos fuertes y partidos que aún cantaban. Se creyó que el capitalismo podía ser domesticado, que el mercado podía servir sin devorar, que el trabajo podía tener dignidad sin pedir permiso al capital (Gomariz, s.f.).

Pero ese tiempo se ha ido. Hoy, incluso las sociedades que fueron modelo de equidad escuchan los cantos de sirenas autoritarias. En Suecia, Finlandia y Dinamarca, crecen partidos que hablan de orden, de fronteras, de pureza. La guerra fría, que parecía enterrada, resucita como espectro, no solo en lo militar, sino en lo cultural y simbólico (Urrego Ardila, 2022). Se rearma, se vigila, se teme. El pacto social se deshilacha, y en su lugar se instala la sospecha.

En América Latina, el paisaje es semejante, aunque con sus propios matices. Aquí no son los tanques los que avanzan, sino los algoritmos. Las maquinarias electorales se perfeccionan, los ejércitos quedan a la retaguardia, y los sindicatos se refugian en discursos que ya no conmueven. Los partidos políticos han perdido sus ritos, sus cantos, su capacidad de convocar desde la emoción colectiva. Con excepciones luminosas —Uruguay, Brasil, Colombia— el continente parece rendirse a una nueva forma de fascismo: más digital, más emocional, más eficaz (Trindade, 2003; Borón, 2003).

Este nuevo fascismo no necesita uniformes ni marchas. Se disfraza de eficiencia, de modernidad, de sentido común. Promete seguridad, orden, progreso. Pero lo que ofrece es miedo, exclusión, silencio. No busca convencer: busca saturar. No construye comunidad: la reemplaza por tribus digitales. No propone futuro: administra el presente como si fuera eterno.

Y mientras tanto, los que aún creemos en lo humano, en lo colectivo, en lo justo, nos preguntamos: ¿a qué oponernos? ¿A quién apoyar? Los liderazgos se construyen en redes, se consumen como productos, se olvidan como memes. La juventud, despojada de esperanza, ya no quiere reproducirse. Adopta mascotas, se sumerge en pantallas, se repliega. Lo social se desplaza, lo político se diluye, lo humano se desvanece.

Tal vez, como decía Gomariz (s.f.), solo las comunidades más “atrasadas” puedan salvarse. Las que aún cultivan la tierra con las manos, las que aún cuentan historias en la plaza, las que aún entierran a sus muertos con canto. Tal vez allí se guarde la semilla de un nuevo comienzo.

Pero no basta con esperar. Es hora de repensar el mito del ave fénix. No como consuelo automático, sino como tarea ética. Reconstruir lo humano desde las cenizas, con memoria, con coraje, con palabra. Porque si algo nos queda, es la capacidad de resistir, de narrar, de cuidar.

Capítulo II: Costa Rica: el deterioro democrático y el riesgo de colapso institucional

Costa Rica, país que alguna vez fue símbolo de estabilidad democrática en América Latina, atraviesa hoy una crisis profunda, no solo institucional, sino ética. La multiplicación de partidos sin ideología, la banalización del liderazgo político y el uso del poder estatal para desacreditar el sistema electoral configuran un escenario alarmante (Cortés Ramos & Fernández Alvarado, 2021).

Los partidos políticos han dejado de ser espacios de deliberación y proyecto. Se han convertido en plataformas de ocasión, sin raíces ni propuestas. Los líderes que emergen son fatuos, construidos por redes sociales, sin trayectoria ni compromiso. La política se ha vuelto espectáculo, y la institucionalidad, blanco de ataques desde el propio poder ejecutivo.

El Tribunal Supremo de Elecciones, pilar de la democracia costarricense, ha sido objeto de sospechas infundadas, sembradas desde el discurso oficial. Esta estrategia, que recuerda el modelo argentino de deslegitimación institucional (Trindade, 2003), se despliega ahora desde el centro mismo del Estado, con una eficacia inquietante.

Los sindicatos, otrora actores de resistencia, sobreviven en discursos, pero enfrentan descrédito, fragmentación y persecución. La ciudadanía, desorientada, se repliega en la individualidad, mientras crece el riesgo de una ruptura mayor. No es exagerado hablar de una posible segunda guerra civil, no en términos bélicos tradicionales, sino como colapso del pacto social, del respeto mutuo, de la convivencia democrática.

Este tema no es para jugar. La democracia no está escrita en piedra. Requiere cuidado, memoria, coraje. Y hoy, más que nunca, exige una palabra clara, una resistencia ética, una reconstrucción desde las ruinas. Esperamos que se trate de un eclipse y no el inicio de una nueva historia de terror para la humanidad.

Referencias

Boron, A. (2003). El fascismo como categoría histórica: en torno al problema de las dictaduras en América Latina. CLACSO. http://bibliotecavirtual.clacso.org.ar/clacso/se/20100529014903/3capituloI.pdf

Cortés Ramos, A., & Fernández Alvarado, D. (2021). Órdenes sociales, regímenes políticos y geopolítica en Centroamérica: una lectura de larga duración en el contexto del bicentenario. Anuario de Estudios Centroamericanos, 47(2), 1–30. https://doi.org/10.15517/aeca.v47i2.48291

Gomariz, E. (s.f.). Reflexiones sobre el socialismo democrático y la socialdemocracia. Manuscrito inédito.

Trindade, H. (2003). El tema del fascismo en América Latina. Centro de Estudios Políticos y Constitucionales. https://www.cepc.gob.es/sites/default/files/2021-12/16048repne030111.pdf

Urrego Ardila, M. A. (2022). Totalitarismo, fascismo y su importancia para América Latina: continuidad de la Guerra Fría en el campo cultural y las ciencias sociales. Revista de Estudios Latinoamericanos, 34(1), 45–67. https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/9016543.pdf

Pacto Ético Interpartidario Sitio Mata 2026 firmado este 7 de noviembre

Comunicado

  • Jóvenes embajadores impulsan la integridad, la transparencia, la rendición de cuentas y la participación ciudadana.
  • Firma se realizó como parte de la celebración del Día de la Democracia Costarricense.
  • 20 partidos políticos (dos de ellos en coalición) se comprometieron con los 25 principios éticos para la campaña electoral.

Noviembre, San José. En el Día de la Democracia Costarricense este 7 de noviembre unas 250 personas asistieron y fueron testigo de la firma oficial del Pacto Ético Interpartidario Sitio Mata 2026, actividad que se llevó a cabo en el Auditorio del Edificio Electoral del Tribunal Supremo de Elecciones.

Se trata de un documento con 25 compromisos éticos para la campaña política de las próximas elecciones presidenciales y legislativas, y el cual fue redactado en consenso por jóvenes de diversas agrupaciones políticas en un taller de co-creación en el mes de setiembre, en la comunidad de Sitio Mata en Turrialba.

Esta iniciativa es impulsada por la Asociación cívica Costa Rica Íntegra (CRI) capítulo nacional de Transparencia Internacional y busca promover la participación de la juventud, el espíritu cívico y el compromiso democrático en el ejercicio de la política.

“El Pacto nos convoca a mirarnos, sin miedo a las diferencias ni a las contradicciones, y ser capaces de expresar con valentía cuál es la campaña electoral que queremos. Al ser redactado por militantes jóvenes de tantos partidos, nos muestra no solamente la importancia de los partidos para nuestra democracia, sino, la trascendencia de las próximas elecciones nacionales de febrero 2026”. Agregó Juany Guzmán, presidenta de Costa Rica Íntegra (CRI).

El documento que fue firmado por 20 partidos políticos (dos de ellos en coalición), toca temas sobre la defensa de la institucionalidad democrática, la participación de la juventud en la política, el combate a la desinformación, la discriminación, la corrupción y los discursos de odio, la participación ciudadana, el respeto mutuo y la transparencia, entre otros: https://costaricaintegra.org/pacto-etico-interpartidario-sitio-mata-2026/

Si bien es el segundo Pacto Ético Interpartidario en el país, esta vez con miras a las elecciones de febrero 2026, se trata de la continuidad a la exitosa experiencia del Pacto Ético Interpartidario Sitio Mata realizado durante las elecciones municipales de 2024, sin embargo, es importante recalcar que, es la primera vez que se impulsa para las elecciones presidenciales y legislativas en Costa Rica.

La actividad se realizó en el marco de la celebración del Día de la Democracia Costarricense, bajo el lema del compromiso número 25 de dicho pacto: “Pensar en las siguientes generaciones, no en las siguientes elecciones”, con un llamado a las personas candidatas en la contienda electoral y líderes de los partidos políticos a remarcar su compromiso con la democracia como forma y opción de convivencia política.

Los partidos que asumieron los compromisos son: Coalición Agenda Ciudadana (PAC y ADN), Partido Aquí Costa Rica Manda, Partido Centro Democrático y Social, Partido Frente Amplio, Partido Justicia Social Costarricense, Partido Alianza Costa Rica Primero, Partido Avanza, Partido Esperanza Nacional, Partido Integración Nacional, Partido Unidos Podemos, Partido Liberación Nacional, Partido Liberal Progresista, Partido Nuestro Pueblo, Partido Pueblo Soberano, Partido Unión Costarricense Democrática, Partido Movimiento Tiempo de Valientes, Partido Progreso Social Democrático, Partido Unidad Social Cristiana, Partido Compatriotas.

“La asistencia y firma de este pacto es un mensaje simbólico y esperanzador al pueblo costarricense de que, sí es posible ponernos de acuerdo, que hay diferencias partidarias e ideológicas, pero hay temas en los que tenemos valores comunes como en el tema ético y de querer unas elecciones de altura” recalcó Mauricio Artiñano, coordinador de la iniciativa.

A la actividad asistieron magistrados del TSE, representantes del sector privado, estatal, académico, sindical, cuerpo diplomático, la Iglesia Católica, colectivos de juventudes, organizaciones y personas de sociedad civil.

El documento está abierto para ser firmado por todos los partidos políticos y personas candidatas, por ello desde Costa Rica Íntegra y en conjunto con los jóvenes embajadores, próximamente se realizarán siete eventos regionales para que la ciudadanía conozca más de la iniciativa y las personas candidatas a la presidencia o a diputaciones pueda acercarse y firmar dicho documento.

Esta iniciativa cuenta con el respaldo de las Embajadas de Suiza, Canadá, Países Bajos, Luxemburgo, el Reino Unido y la Unión Europea en Costa Rica, el Instituto Internacional para la Democracia y la Asistencia Electoral (IDEA Internacional), la Fundación Friedrich Ebert, y el Fondo Ryoichi Sasakawa para Líderes Jóvenes (Sylff) de Japón.

Personas que firmaron el Pacto por Partido:

  1. Claudia Dobles Camargo, Candidata Presidencial / Coalición Agenda Ciudadana Por Partido Acción Ciudadana (PAC) y Partido Agenda Democrática Nacional (ADN)
  2. Bernardo Valerio Badilla, Presidente del Partido / Partido Compatriotas
  3. Ronny Castillo González, Candidato Presidencial / Partido Aquí Costa Rica Manda
  4. Ana Virginia Calzada Miranda, Candidata Presidencial / Partido Centro Democrático y Social
  5. Ariel Robles Barrantes, Candidato Presidencial / Partido Frente Amplio
  6. Eduardo Rojas Murillo, Candidato a la Segunda Vicepresidencia / Partido Justicia Social Costarricense
  7. Douglas Caamaño Quirós, Candidato Presidencial / Partido Alianza Costa Rica Primero
  8. Marcela Ortiz Bonilla, Candidata a la Segunda Vicepresidencia / Partido Avanza
  9. Claudio Alpízar Otoya, Candidato Presidencial / Partido Esperanza Nacional
  10. Jorge Mario Borbón Rojas, Candidato a la Primera Vicepresidencia / Partido Integración Nacional
  11. Álvaro Ramos Chaves, Candidato Presidencial / Partido Liberación Nacional
  12. Catalina Philips Campos, Presidenta del Partido / Partido Liberal Progresista
  13. José Alejandro Fernández Morales, Presidente del Partido / Partido Nuestro Pueblo
  14. Douglas Soto Campos, Candidato a la Primera Vicepresidencia / Partido Pueblo Soberano
  15. Boris Molina Acevedo, Candidato Presidencial y Secretario General / Partido Unión Costarricense Democrática
  16. Stefanny del Carmen Varela Fernández, Secretaria General del Partido / Partido Movimiento Tiempo de Valientes
  17. Luz Mary Alpízar Loaiza, Candidata Presidencial y Presidenta del Partido / Partido Progreso Social Democrático
  18. Juan Carlos Hidalgo Bogantes, Candidato Presidencial / Partido Unidad Social Cristiana
  19. Alejandro Fonseca Rojas, Presidente del Partido / Partido Unidos Podemos

¿Y si el cansancio moral incuba una esperanza?

Henry Mora Jiménez

Días atrás tuve la ocasión de leer el motivador artículo “El cansancio moral de un país decente”, escrito por Vinicio Jarquín, a quien no tengo el gusto de conocer.

El artículo, aunque sugestivo y conmovedor, trasluce un halo de desaliento que seguramente el mismo autor no desea transmitir. Por eso, quiero aprovechar la gran audiencia que el artículo de V. Jarquín ha tenido en redes, para proponer un mensaje más esperanzador, porque incluso cuando navegamos en aguas turbulentas y no se avizora tierra cercana, nunca debemos de renunciar a ese rayo de “pesimismo esperanzador” que nos permitirá encontrar una salida. Mi visión no es opuesta a la de V. Jarquín, quizás más bien complementaria.

V. Jarquín diagnostica un malestar profundo, pero (supongo que conscientemente) nos deja en el límite de lo sintomático. ¿Y si la esperanza no es solo un «algo que volverá”, sino que puede y debe ser cultivada de manera activa y estratégica?

Jarquín describe como la mayoría decente «se ha replegado a su vida privada porque el espacio público se volvió inhabitable». Esto, aunque comprensible, indicaría una rendición tácita.

¿Y si en lugar de un simple «repliegue», lo que podría estar ocurriendo es un proceso de incubación? La gente no se está rindiendo; está buscando y creando espacios públicos alternativos donde al menos la decencia sea una norma imbatible.

Si es así, entonces la energía no se pierde, se redirige. Pero seguramente, por el momento, la esperanza está en fortalecer las comunidades locales, reales y virtuales, nuevas esferas públicas donde la ética, el debate de altura y la cooperación sí funcionan.

Como lo he expresado en otro momento, en lugar de solo quejarnos de los espacios (y los algoritmos) que premian el escándalo y la corrupción, debemos apoyar con gran entusiasmo a periodistas, artistas y creadores que producen contenido sensato, riguroso, valiente y constructivo. Esto «reprograma» el espacio digital.

Jarquín dibuja a la mayoría silenciosa como agotada y sin voz. Esto, nuevamente trasluce desánimo, porque nos presenta como víctimas inermes.

¿Y si el silencio no es sinónimo de impotencia? Puede ser una elección deliberada y hasta estratégica de no participar en una conversación pública que se ha vuelto estéril y tóxica. Es un «cansancio activo» que rechaza las reglas del juego actual.

El desafío no es que esta mayoría «recupere su voz» en el mismo escenario ruidoso y ruinoso, sino que cambie el canal de comunicación.

El boicot a medios y espacios que patrocinan la vulgaridad y la violencia es imperativo. Impulsemos el voto informado y masivo en las elecciones que se avecinan. Incluso el acto deliberado de ignorar el circo mediático es una forma poderosa de actuar sin necesidad de gritar.

Cada persona que en su día a día elige la honestidad, la paciencia y el respeto, está siendo un líder activo. Esta es una revolución silenciosa pero constante.

Otro punto. La visión de Jarquín presenta el cansancio como una carga. No lo descarto, pero podemos verlo también con otros ojos, alineándonos incluso con su última y hermosa frase: «Es el alma del pueblo respirando antes de volver a ponerse de pie».

El «cansancio moral» puede ser la señal de salud de un cuerpo social que se da cuenta de que un sistema (el de la confrontación, la mentira y la vulgaridad como normas) no nos representa y no es funcional a la democracia. Puede ser el agotamiento que precede a una gran transformación. Es el fin de un ciclo, no el fin del camino.

Así, en lugar de lamentar el cansancio, es muy positivo advertir que lo estamos reconociendo a tiempo. Nos está diciendo: «Este camino no es viable. Busquemos otro».

Porque la esperanza reside en usar este momento de creciente rechazo para reflexionar colectivamente sobre qué tipo de comunicación y política (y políticos) queremos.

¿Y si este malestar es el caldo de cultivo perfecto para que surjan nuevas formas de liderazgo, nuevos modelos de diálogo y nuevas plataformas de participación que sean inherentemente más éticas, respetuosas y constructivas?

La mayoría no está en retirada, está en un proceso de reagrupamiento y redefinición de sus tácticas.

El cansancio no es el final, puede ser el síntoma de que algo está a punto de cambiar para mejor. Es la señal de que lo viejo se está agotando para dar paso a lo nuevo.

La verdadera esperanza no es una expectativa pasiva de que las cosas mejoren, sino la convicción activa de que tenemos la capacidad de construirlas mejor.

El artículo de Jarquín nos da la razón para actuar; el optimismo nos da el impulso para hacerlo.

¿Estará cansada?

Freddy Pacheco León

Freddy Pacheco León

– ¡Ojo, mucho ojo, a la jugada de la diputada Pilar Cisneros!

No le crean esta nueva coartada.

Lo que realmente sucede, es que después de haber renunciado tácitamente, al partido de la que ha sido jefa de fracción, ahora quiere mantenerse como tal, para, entre otras cosas de gran importancia, obstaculizar desde allí, el proceso de levantamiento de inmunidad al presidente Rodrigo Chaves, solicitado por la Corte Suprema de Justicia.

Esta renuncia, de la cual ahora se arrepiente, se ejecutó por varios hechos evidentes, entre ellos, por haberse incorporado, voluntariamente, al equipo de campaña del nuevo Partido Pueblo Soberano, como «directora de estrategia y comunicación». Sin embargo, en forma insólita, porque se reporta cansada, ahora pretende ¡regresar al partido al que renunció» (Progreso Social Democrático, presidido por la también diputada, Luz Mary Alpízar). Pues, a la señora, le cogió tarde; se precipitó, cometió una torpeza, y ya el hecho está consumado.

Ya la distinguida dama, renunció en forma tácita al partido que la hizo diputada, y no puede pretender que las autoridades del TSE y el mismo Directorio Legislativo, le sigan el jueguito, cual si fueren niños inocentes.

Ya Pilar Cisneros Gallo, es diputada independiente. Su renuncia tácita, en buen español, significa que no es que se entiende, se percibe, se oye o se dice formalmente. ¡No! Se trata, más bien, de una renuncia que, indiscutiblemente, se infiere sobre la cual no hay duda alguna, por más malabares que se invente. La evidencia es rotunda, pública, promocionada, por lo cual, la conclusión que emitirán las autoridades, que han de velar por el respeto pleno de la legislación electoral, es solo una, terminante, ejemplarizante.

El emperador desnudo y la mirada inocente: una reflexión sobre liderazgo, verdad y responsabilidad en Costa Rica

Dr. Fernando Villalobos Chacón*

La verdad no se da por mayoría de votos: solo una persona puede descubrirla, y esa persona debe atreverse a decirla.”
— Søren Kierkegaard

En el célebre cuento de Hans Christian Andersen, El traje nuevo del emperador, una sociedad entera —desde los ministros hasta el pueblo— simula ver un traje invisible, incapaz de aceptar lo evidente: que el emperador está desnudo. Solo la voz inocente de un niño, libre de compromisos y temores, se atreve a señalar la verdad. Esta historia infantil, cargada de sabiduría simbólica, nos interpela hoy con particular urgencia, especialmente en Costa Rica, ante la inminencia de nuevos procesos electorales en el gobierno, las instituciones públicas, las universidades, las municipalidades y las múltiples organizaciones de la sociedad civil.

No se trata de una parábola inocente. La escena del emperador desnudo expone un mecanismo profundamente humano: el miedo colectivo a romper el consenso aparente, la inclinación a fingir conocimiento o aprobación para no parecer incompetente. Aplicada a nuestra realidad nacional, la fábula nos llama a examinar críticamente los liderazgos que a menudo se erigen con base en apariencias, marketing o redes de poder, sin sustancia, sin ropa moral ni ética real. Tal como lo advertía el filósofo alemán Jürgen Habermas, “la legitimidad no emana del ritual de la representación, sino de la racionalidad del discurso público”.

Hoy, muchos ámbitos de la vida pública y privada costarricense parecen desfilar con trajes inexistentes. Instituciones cuya razón de ser es el servicio y la promoción del bien común se ven, a veces, atrapadas en dinámicas de simulación: diagnósticos que no se ejecutan, liderazgos sin visión, discursos vacíos que se repiten como dogmas. En no pocos casos, lo que debería ser deliberación informada se sustituye por gestos, poses o slogans. Y como en el cuento, muchos prefieren callar, temerosos de señalar lo evidente por miedo a ser excluidos, ridiculizados o tachados de conflictivos.

Esta lógica se vuelve especialmente peligrosa en época electoral, cuando se deben escoger nuevos liderazgos en todas las escalas. La confianza ciudadana, ya erosionada por escándalos, ineficiencias o decepciones, corre el riesgo de ser reemplazada por el cinismo o la apatía. Pero precisamente por eso, urge una ciudadanía vigilante, reflexiva y propositiva. Como advierte la filósofa española Adela Cortina, “la ética no es solo para tiempos tranquilos, sino especialmente para cuando arrecia la tempestad”.

El relato del emperador nos recuerda la importancia de contar con voces honestas, como la del niño, capaces de romper la ilusión colectiva. En el contexto costarricense, esto implica cultivar entornos donde se valore más la competencia que la lealtad ciega, más la autenticidad que la corrección política. Instituciones fuertes requieren líderes con carácter, no figurines que repiten lo que el entorno quiere oír. Requieren ciudadanía crítica que premie la verdad, la transparencia y el servicio genuino por encima del carisma vacío o la retórica hueca.

Desde el sector público hasta el ámbito académico, desde las organizaciones sociales hasta la empresa privada, se nos presenta un desafío: elegir con sabiduría. No basta con confiar en el ropaje institucional, en las credenciales o en la imagen cuidadosamente elaborada. Se necesita discernimiento ético y una disposición colectiva a preguntarnos, sin miedo: ¿está el emperador realmente vestido? ¿Qué tanto hemos callado por conveniencia? ¿Qué tan lejos hemos llegado en la simulación?

Las sociedades mueren por la falta de examen.”

Michel de Montaigne

Resulta oportuno preguntarnos: ¿qué estructuras o patrones culturales sostienen esa lógica del emperador desnudo en nuestras instituciones? ¿Por qué la crítica serena y la evaluación profunda suelen ser vistas con recelo, incluso con hostilidad? Parte de la respuesta se encuentra en una cultura organizacional que muchas veces confunde unidad con uniformidad, y respeto con sumisión. En lugar de favorecer el disenso argumentado, se premia la lealtad sin cuestionamientos. Esto debilita el pensamiento crítico y asfixia el aprendizaje colectivo.

En el contexto costarricense, muchas instituciones —públicas y privadas— arrastran inercias que reproducen esquemas verticales de poder, donde la visibilidad mediática o la cercanía política pesan más que la idoneidad, el conocimiento o la experiencia real. Esto no ocurre por malicia, sino por hábitos acumulados, estructuras sin reforma y una ciudadanía que, a veces, se limita a observar. Como señala Martha Nussbaum, “una democracia solo puede sostenerse si forma ciudadanos capaces de pensar por sí mismos, de criticar con respeto y de imaginar alternativas”.

Ante esto, el reto es promover una cultura que valore más la calidad del discernimiento que la cantidad de seguidores. Esto empieza en la educación, pero también se forma en la experiencia cotidiana: al elegir, al evaluar, al ejercer funciones. No necesitamos emperadores con ropas invisibles, sino líderes capaces de reconocer sus límites, de escuchar otras voces, y de ejercer la autoridad como servicio, no como espectáculo.

El momento actual de Costa Rica —con desafíos económicos, climáticos, institucionales y sociales entrelazados— exige liderazgos con integridad, pero también con competencia y visión. Requiere actores que inspiren confianza no por sus slogans o alianzas estratégicas, sino por su historial de compromiso, capacidad técnica, apertura al diálogo y responsabilidad ética. Esto implica ir más allá de los liderazgos carismáticos o mediáticos, para volver a poner en el centro la vocación de lo público.

En este sentido, la ciudadanía también debe asumir su cuota de responsabilidad. El cuento de Andersen no habría tenido desenlace si el niño no hablaba. Pero tampoco si los demás hubieran seguido fingiendo después de escucharlo. La función crítica no es exclusiva de los medios ni de las élites académicas: es una tarea compartida por toda persona con conciencia cívica. Como escribe Paulo Freire, “la libertad se alcanza cuando se rompe el silencio cómplice y se transforma la realidad con la palabra dicha y pensada”.

Los procesos electorales que se aproximan, sean institucionales o nacionales; ofrecen una oportunidad invaluable para renovar liderazgos con criterios más exigentes. No se trata de desconfiar de todo, sino de discernir con profundidad. Exigir transparencia, revisar trayectorias, comparar propuestas, y sobre todo, escuchar con atención la forma en que se relacionan con la verdad, el diálogo y el respeto por la diversidad de opiniones. Estos signos, más que cualquier programa de campaña, revelan el tipo de liderazgo que una persona puede ofrecer.

Además, debemos cuidar nuestras instituciones. Ellas no son solo estructuras legales, sino espacios simbólicos que dan forma a nuestra convivencia. Cuando se debilita la ética institucional, cuando se trivializa la rendición de cuentas o se normaliza la simulación, perdemos algo más que eficiencia: perdemos confianza, sentido de pertenencia y futuro compartido. Como nos recuerda Hannah Arendt, “la política comienza donde las personas se sientan juntas a hablar y a escucharse con honestidad”.

Hoy más que nunca, Costa Rica necesita menos desfiles vacíos y más autenticidad. Necesita instituciones vestidas con la tela de la humildad, la escucha activa, la coherencia entre el decir y el hacer. Necesita ciudadanos que no teman levantar la voz, no para gritar, sino para construir. Y necesita líderes que no teman bajarse del trono simbólico para caminar entre la gente, aprendiendo, rectificando, y sirviendo con convicción.

Referencias bibliográficas.

Andersen, H. C. (1837). El traje nuevo del emperador. Cuento clásico.

Arendt, H. (1958). La condición humana. Chicago: University of Chicago Press.

Cortina, A. (2006). Ética mínima: Introducción a la filosofía práctica. Madrid: Tecnos.

Freire, P. (1970). Pedagogía del oprimido. Montevideo: Tierra Nueva.

Habermas, J. (1981). Teoría de la acción comunicativa. Madrid: Taurus.

Nussbaum, M. (2010). Sin fines de lucro: Por qué la democracia necesita de las humanidades. Buenos Aires: Katz.

*Escritor