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Galileo Galilei

Joseph-Nicolas Robert-Fleury; Galileo frente al Santo Oficio, 1847 (detalle).

Un científico fuera de su tiempo

7 OCTUBRE 2022, 

JUAN JARAMILLO ANTILLÓN

En estos días en que el último y más valioso telescopio espacial llamado James Webb, puesto por los Estados Unidos en los cielos, está mostrando el universo en sus profundidades, nos acordamos de que Galileo, hace casi quinientos años, inició el estudio científico del cosmos empleando un instrumento, por eso se le considera el padre de la astronomía.

Nació en Pisa, Italia, en el seno de una familia con cierta nobleza, en febrero de 1564. Falleció en enero de 1642. Su padre era músico y matemático, pero para vivir se dedicaba al comercio. Galileo tuvo dos hijas y un hijo con una mujer de Venecia con la que nunca convivió. Con ayuda de su padre estudió filosofía y matemáticas en la Universidad de Pisa; logró posteriormente puestos de profesor en esos campos. Se le considera matemático, físico, astrónomo, ingeniero y filósofo.

El primer telescopio con el que se vieron las estrellas más allá de la simple vista fue construido por Hans Lippershey un fabricante de lentes en Holanda por esos años. Galileo, con la información que obtuvo de parte de un amigo de cómo se había construido el mismo (no sabemos si compro uno), lo mejoró ampliamente y comenzó por ver y describir las estrellas de la constelación de Orión y señaló que las estrellas que se ven a simple vista, en realidad son cúmulos de galaxias. Vio los cuatro satélites de Júpiter, que llamó mediceos, y las manchas de la Luna del Sol. Además, al examinar el universo se convenció que Copérnico tenía razón al proponer su sistema heliocéntrico, en contra del geocéntrico de Ptolomeo, que se basaba en los conocimientos aristotélicos, apoyados por los seguidores de San Agustín y Santo Tomás. Por esa razón los jesuitas y los dominicos lo acusaron de herejía.

Fue llevado ante el tribunal de la Inquisición en el siglo XVI, y condenado ya que se le atribuía el doble crimen de sostener que la Tierra giraba alrededor del Sol, teoría esbozada un siglo antes por Copérnico y Kepler, y que él había confirmado, y por añadidura agregarle que, además, giraba sobre su eje.

Se salvó de no ir a la hoguera renegando públicamente de sus teorías, aunque posteriormente sus publicaciones lo reivindicaron. Estas eran, El diálogo sobre los dos máximos sistemas del mundo, el ptolomeico y el copernicano; donde hizo un diagrama del sistema heliocéntrico con el Sol en el centro y la Tierra y los planetas girando alrededor de él en año 1632. Además, Principios sobre la mecánica, y Discursos sobre las nuevas ciencias. Por cierto, el primer telescopio que construyó lo vendió en mil florines en 1609 al gobierno de Venecia, cuando mostró que con él se podían ver los barcos de lejos, una o dos horas antes de poder ser observados a simple vista, ventaja estratégica para la guerra marítima. En 1633 fue condenado a prisión con cadena perpetua, pero su amigo el papa, lo salvó cambiando la sentencia por arresto domiciliario permanente.

Es considerado el primer gran científico moderno porque descubrió el principio del péndulo, perfeccionando el mecanismo empleado en los relojes de la época. Inventó un termómetro. Postuló una teoría extraordinaria para su época, en ella afirmaba que todos los cuerpos caen a una misma velocidad con independencia de su peso, siempre y cuando se encuentren en el vacío y libres de cualquier tipo de presión (en esa época no se conocía la falta de gravedad). Señalo que los proyectiles de los cañones describen una parábola.

Sentó las bases de la ciencia de la dinámica y formuló el principio de la objetividad de la ciencia, según el cual los científicos debían prescindir de las experiencias subjetivas para investigar haciendo sus propias observaciones directas, llevando a cabo experimentaciones y haciendo incluso especulaciones previas a la comprobación.

En su tiempo existía la idea religiosa de que el hombre era un ser privilegiado y por voluntad divina puesto en la Tierra, la que debía ser considerada el centro del universo pues era la obra más grande hecha por Dios y por eso se señalaba que el Sol, los planetas y las estrellas habían sido puestos a girar en torno al hogar del hombre, la Tierra. Por esa razón, suponer lo contrario era dudar de la sabiduría divina, aunque la tesis de Galileo era un planteamiento científico, no religioso o teológico. Algunos señalan que este astrónomo era muy arrogante y creído y no admitía que dudaran de él.

Nunca hizo caso a Kepler sobre las órbitas elípticas de los planetas y tuvo que reconocerlo tiempo después. Pero, además, él en la primera convocatoria a Roma para que respondiera a las acusaciones que le hacían los dominicos al Santo Oficio, se comportó beligerante y polemista y eso disgustó a los religiosos y nunca se lo perdonaron. El papa Pablo V condenó el heliocentrismo en 1616 y ordenó requisar todos los ejemplares del libro De revolutionibus de Copérnico, Galileo pensó que a él le permitirían apoyarlo debido a tener el suficiente prestigio y experimentos que lo probaban, pero se equivocó, no aceptaron sus explicaciones; de hecho, el papa siguiente, Urbano VIII, amigo de él, pensaba entonces que el sistema copernicano no era herético, sino una conjetura temeraria lo que le hizo pensar que aceptaría su tesis.

Fue nuevamente denunciado al Santo Oficio en 1625, porque su teoría de que la materia estaba compuesta de partículas invisibles o átomos socavaba el principio de la transustanciación, un hecho de fe. El atomismo ponía en duda que, en la eucaristía, la sustancia del pan y el vino, se convertían en el cuerpo y la sangre de Cristo, ya que él afirmaba qué el vino permanecía inalterado en sus características de textura, color, sabor o gusto. Logró que lo perdonaran porque el cardenal Francesco, sobrino del papa, era muy amigo y era miembro de la Inquisición con lo que evitó que la denuncia siguiera adelante.

Galileo hizo un señalamiento muy importante en el juicio que se le siguió sobre la libertad de investigación pues defendió el principio de que tanto el poder como la autoridad, incluida la Iglesia, no debían interferir en las investigaciones realizadas por la ciencia, que en el fondo lo que buscaba era el esclarecimiento de la verdad última.

Esta era una afirmación de Galileo en favor de la libertad de investigación y de la búsqueda del conocimiento. Con el tiempo sería reconocida y tendría consecuencias enormes en la vida científica de la Europa de los siglos posteriores. Sin embargo, aún siglos después, algunos gobiernos y la Iglesia continuaron oponiéndose a la libertad de la investigación. Él trató de mostrar que la verdad de la Biblia no era incompatible con el sistema copernicano, insistía en que, en la Biblia, Dios no quiere revelarnos las verdades astronómicas, sino que usó un lenguaje que podía ser comprendido por aquellos a los que hablaba. Él pensó que lo entenderían, pero fracasó y muy enfermo, fue conminado a no volver a hablar del tema. El 22 de junio de 1633, de rodillas sufrió la humillación de verse forzado a renegar de la teoría copernicana.

La leyenda dice que se rebeló y murmuró suavemente: Eppur si mueve («y sin embargo se mueve»), refiriéndose a la Tierra, pero eso es falso; era así en su íntima convicción, pero él estaba aterrado y hubiera sido imprudente expresarla, ya que en lugar de arresto domiciliario lo hubieran enviado a la cárcel.

Él consideraba que entre las verdades religiosas y las científicas surge una aparente contradicción, el hombre no debe partir de la posición de Santo Tomás de que la ciencia está equivocada, sino más bien aceptar los resultados de la ciencia, con la reserva de considerar con cuidado los textos sagrados en los que se apoyan los dogmas, ya que es inútil querer conocer la naturaleza a través de las sagradas escrituras. Pero, como señalamos, no logró inducir a la Iglesia a reconocer la libertad de la ciencia y, lo que es peor, a los científicos de esos tiempos no les quedó otro camino que el de evitar cualquier debate con la autoridad eclesiástica, como fue el caso de Descartes, que modificó su publicación al saber de la condena de Galileo. En todo caso, Galileo expresó el más franco y absoluto reconocimiento del valor de la ciencia y de su autonomía frente a la religión.

Se le considera como el primero en insistir en el carácter preferentemente empírico de la investigación, aunque señalaba la necesidad del uso de las matemáticas que deben ser el instrumento eficaz en todas las investigaciones fenomenológicas, porque el gran libro de la naturaleza fue escrito por Dios justamente en términos matemáticos. El primer paso en una investigación es medir lo más exactamente posible los fenómenos a estudiar. En segundo lugar, formular una hipótesis con carácter matemático lo más simple posible. Y, en tercer lugar, verificar o probar lo pensado sobre la realidad empírica, si esta es positiva, la hipótesis es verdadera, aunque no siempre la naturaleza está en condiciones de darnos espontáneamente el medio para realizar la deseada verificación.

Siempre ha intrigado por qué Galileo fracasó en demostrar a los jesuitas astrónomos de la Iglesia el movimiento de los astros cuando los invitó a ver con su telescopio el universo (el mejor que existía en ese momento, aunque él no lo había inventado, sí lo había perfeccionado), que las lunas de Júpiter giraban alrededor de ese planeta como él lo había observado. Lamentablemente ellos no vieron nada. La razón es muy sencilla; ellos no tenían conocimiento del cosmos ni experiencia para valorar o entender lo que les mostraba. Además, no querían ver, ya que eso hubiera sido reconocer que la Tierra giraba alrededor del Sol y no al revés, tesis sostenida como dogma de fe por la Iglesia católica y era además una interpretación del Antiguo Testamento.

Extraña por qué la Iglesia católica tardó tanto en reconocer que se había equivocado respecto a Galileo, si en 1757, el papa Benedicto XIV anuló el decreto contra Copérnico, 141 años después de que el Santo Oficio lo condenara. Sin embargo, en el año 1893 el papa León III, en su encíclica Providentissimus Deus, reconoció la validez de sus teorías, en lo que respecta a la relación entre la ciencia y las escrituras.

En todo caso el cardenal Ratzinger en 1990 insistió en que la condena era lo correcto a pesar de que científicamente se había probado que Galileo tenía razón. En el año 1992 el papa Juan Pablo II, públicamente señalaba que la Iglesia lo había rehabilitado. Algo que no fue muy aceptado, ya que el error era de la Iglesia y no de Galileo.

En el año 2009, dentro de la celebración de Año internacional de la Astronomía, la Santa Sede organizó un Congreso Internacional sobre Galileo, donde se dijeron todas las verdades científicas.

Cuando le preguntaron si creía en Dios, respondió que sí, pero que no era un buen cristiano, pues no se confesaba ni asistía a misa y, además, estaba el asunto de su querida y los hijos fuera del matrimonio.

La realidad es que sus conocimientos iniciaron «la primera revolución científica», proceso que posteriormente Newton, Darwin y Einstein entre otros, continuaron y gracias a los descubrimientos de todos nos explicamos ahora no solo cómo son las cosas, sino por qué suceden. Con ello nos ha sido posible ir comprendiendo mejor los hechos de la naturaleza y la extraordinaria y a la vez modesta posición del hombre en el universo.

Todavía en el año 2003, la Iglesia católica trata de minimizar su error al publicar la Congregación para la Doctrina de la Fe presidida por el cardenal Ratzinger un documento titulado «La Inquisición nunca persiguió a Galileo», con ello, incurrió en una flagrante tergiversación de lo que en realidad sucedió. En el año 2008, siendo ya Joseph Ratzinger papa, debía inaugurar el curso académico de la Universidad La Sapienza, pero no lo pudo hacer porque la mayoría de los alumnos y profesores lo declararon persona non grata debido a su posición en contra de Galileo.

Notas

Beltrán, A. (1983). Galileo. El autor y su obra. Barcelona, España: Ed. Barcanova S. A.
Cortes, P. (1964). Galileo Galilei. Buenos Aires, Argentina: Ed. Espasa Calpe.
De Santillana, G. (1953). Galileo Galilei. Dialogue on the Great World System. Chicago, EE. UU.: University of Chicago Press.
Fernández, A. (2007). Galileo. La ciencia contra la Inquisición. Revista CLIO. 74-8, junio. Barcelona, España.
Geymonat, L. (1985). «Galileo Galilei». Historia de la filosofía y de la ciencia. Barcelona, España. Cap. 7; 108-128. Sharratt, M. (1994). Galileo. Decisive Innovator. Cambridge, England: Cambridge University Press.
Sobel, D. (1999). La hija de Galileo. Madrid, España: Editorial Debate, S. A.

 

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