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Etiqueta: Gustavo Gutiérrez

Celebrando el pensamiento de la liberación: Gustavo Gutiérrez 1928-2024

Observatorio de Bienes Comunes, UCR

El pasado 22 de octubre del 2024, partió Gustavo Gutiérrez un filósofo y teólogo peruano referente de la teología de la liberación, a través de su pensamiento y hacer, contribuyó para articular el discurso teológico en diálogo con el universo de las personas pobres y excluidos, un diálogo comprometido con la transformación de nuestras sociedades.

Para Gutiérrez el desafío de la Teología de la liberación representa establecer la relación que existe entre la emancipación de la persona humana –en lo social, político y económico– y el reino de Dios, para este se realiza comprendiendo que lo esencial es hacer la voluntad de Dios en la acción liberadora, una acción que es solidaria y está presente dónde se manifiesta Dios, es decir en el sufrimiento de los pobres.

Por esta razón, para Gutiérrez el camino de la liberación empieza por el compromiso por la opción preferente de los pobres. Este compromiso no es ingenuo, sino que parte de una reflexión crítica del momento histórico que las personas viven, y estas mismas no son sujetos pasivos, sino que a través de la problematización de los trayectos históricos y condiciones que viven, impulsan sus propias capacidades de transformación a partir de sus necesidades y aspiraciones.

Como forma de celebración de la vida de Gustavo, les compartimos esta infografía que nos presenta su reflexión en torno a los movimientos de liberación y los desafíos que representa esta opción como forma de pensar-hacer.

Este esfuerzo sólo tiene una intención, y es que sirva de invitación para visitar y dialogar con sus pensamientos y legados.

Algunos materiales para explorar su obra y pensamiento

Libro Teología de la Liberación Perspectivas

Entrevista a Gustavo Gutiérrez

Gustavo Gutierrez OP – 1 Encuentro Iberoamericano de Teología (Opción por los pobres)-Video

¡Qué linda esa iglesia!

Óscar Madrigal

Oscar Madrigal

Acaba de morir Gustavo Gutiérrez el sacerdote peruano, uno de los fundadores de la Teología de la Liberación, una concepción de Iglesia cotidiana, cercana a los problemas de la gente, al pueblo, de los pobres.

El Concilio Vaticano de Juan XXIII y la Teología de la Liberación sacaron a la Iglesia Católica de la modorra en que agonizaba, especialmente en América Latina.

La “nueva” Iglesia tuvo gran impacto en Costa Rica. Recordamos el enorme aporte de los jóvenes cristianos en las luchas universitarias, especialmente en la UCR con la JUC, liderada por Ana Ligia Rovira, Mayela Rodríguez, Pepe, Martén, Garrón, William y tantos otros que imprimían su compromiso cristiano contra Alcoa, por una sociedad más solidaria. ¡Qué bonita era la Iglesia en ese entonces! Joven, comprometida, lúcida, con fuertes valores cristianos y luchadora.

Era linda esa Iglesia de Javier Solís, Miguel Picado, Arnoldo Mora, la de las monjas del Saint Clare, de Yolanda Rojas, que luchaban por lo que alguna vez le oí a Arnoldo Mora decir en San Pedro de Poás: queremos una Iglesia donde la feligresía no llegue a pedirle a Dios ayuda para encontrar trabajo, para tener comida para sus hijos, dinero para pagar la renta, sino que acudan al templo con alegría, para agradecer a Dios por vivir con trabajo, con educación, con salud, en una sociedad que les satisfaga todas sus necesidades fundamentales.

La gran Iglesia latinoamericana de las Comunidades de Base de Brasil, Nicaragua, El Salvador, las de los Cardenal, Leonardo Boff, Casaldáliga, Helder Cámara, Sergio Méndez, de Puebla o Medellín. Esa Iglesia era bonita.

También la Iglesia de los evangélicos, de las llamadas iglesias históricas, prostituidas por el neopentecostalismo, de la Escuela Bíblica Latinoamericana que siempre abría sus puertas a las organizaciones populares.

Esa Iglesia abierta, libre, que olía a futuro y pobres fue cerrada por Juan Pablo II, Karol Wojtyla y por el que sería luego su sucesor, Joseph Ratzinger.

Quedan las luchas y los logros.

Tal vez podamos imaginar una Iglesia que se renueve incorporando a las mujeres al sacerdocio, a los párrocos como padres amorosos o casando personas del mismo sexo, a los gays oficiando misas y los templos convertidos en lugares de oración y lucha.

Sería una Iglesia aún más bella, sin duda.