¡Qué linda esa iglesia!
Oscar Madrigal
Acaba de morir Gustavo Gutiérrez el sacerdote peruano, uno de los fundadores de la Teología de la Liberación, una concepción de Iglesia cotidiana, cercana a los problemas de la gente, al pueblo, de los pobres.
El Concilio Vaticano de Juan XXIII y la Teología de la Liberación sacaron a la Iglesia Católica de la modorra en que agonizaba, especialmente en América Latina.
La “nueva” Iglesia tuvo gran impacto en Costa Rica. Recordamos el enorme aporte de los jóvenes cristianos en las luchas universitarias, especialmente en la UCR con la JUC, liderada por Ana Ligia Rovira, Mayela Rodríguez, Pepe, Martén, Garrón, William y tantos otros que imprimían su compromiso cristiano contra Alcoa, por una sociedad más solidaria. ¡Qué bonita era la Iglesia en ese entonces! Joven, comprometida, lúcida, con fuertes valores cristianos y luchadora.
Era linda esa Iglesia de Javier Solís, Miguel Picado, Arnoldo Mora, la de las monjas del Saint Clare, de Yolanda Rojas, que luchaban por lo que alguna vez le oí a Arnoldo Mora decir en San Pedro de Poás: queremos una Iglesia donde la feligresía no llegue a pedirle a Dios ayuda para encontrar trabajo, para tener comida para sus hijos, dinero para pagar la renta, sino que acudan al templo con alegría, para agradecer a Dios por vivir con trabajo, con educación, con salud, en una sociedad que les satisfaga todas sus necesidades fundamentales.
La gran Iglesia latinoamericana de las Comunidades de Base de Brasil, Nicaragua, El Salvador, las de los Cardenal, Leonardo Boff, Casaldáliga, Helder Cámara, Sergio Méndez, de Puebla o Medellín. Esa Iglesia era bonita.
También la Iglesia de los evangélicos, de las llamadas iglesias históricas, prostituidas por el neopentecostalismo, de la Escuela Bíblica Latinoamericana que siempre abría sus puertas a las organizaciones populares.
Esa Iglesia abierta, libre, que olía a futuro y pobres fue cerrada por Juan Pablo II, Karol Wojtyla y por el que sería luego su sucesor, Joseph Ratzinger.
Quedan las luchas y los logros.
Tal vez podamos imaginar una Iglesia que se renueve incorporando a las mujeres al sacerdocio, a los párrocos como padres amorosos o casando personas del mismo sexo, a los gays oficiando misas y los templos convertidos en lugares de oración y lucha.
Sería una Iglesia aún más bella, sin duda.
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