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Etiqueta: Kattia Isabel Castro Flores

Podemos transformar las relaciones desiguales e injustas con el compromiso personal y social

Kattia Isabel Castro Flores

La cultura ha construido relaciones desiguales e injustas y una de sus manifestaciones se ve de forma clara en los vínculos que se establecen entre hombres y mujeres. La buena noticia es que podemos transformar esta triste realidad por medio del compromiso personal y social en el cultivo del cuidado mutuo, de relaciones respetuosas, equitativas, que reconocen el valor y la dignidad que nos corresponde a hombres y a mujeres por igual.

Solo un par de generaciones atrás las mujeres no podían estudiar, debían casarse a edades tempranas y tener múltiples embarazos y partos. Nuestras abuelas y madres tuvieron vidas marcadas por carencias económicas, pero además por falta de oportunidades para expresar lo que sentían y pensaban. Se limitaba la participación de las mujeres en actividades fuera del hogar, fueran estas de tipo recreativo o de participación comunal.

Se promovía que era virtud en las mujeres ser calladas, obedientes, tímidas y sumisas. Todo lo contrario se pensaba para los hombres, a ellos se les asignaba la libertad de movimiento y de actuación. El ejercicio del liderazgo era parte de su identidad, aunque se pareciera más al autoritarismo. Se autodesignaron los administradores de los recursos económicos familiares.

Muchos hombres hicieron un mal uso del poder que la sociedad les otorgaba y lo usaron para humillar, golpear, intimidar, toquetear y hasta violar a mujeres de sus propias familias, vecinas o conocidas. Muchas mujeres han tenido que llevar adelante embarazos que son resultado de violencia sexual, mientras que otras han sufrido abortos espontáneos y también fruto de agresiones sufridas en el hogar.

¿Conoce usted algún caso de violencia física, emocional, patrimonial o sexual en el entorno familiar o comunitario? Sabemos que lamentablemente la respuesta a esta pregunta es positiva. Tristemente usted y yo podemos ser una de las víctimas. La violencia era y sigue siendo parte de la vida cotidiana de las familias y de la comunidad. Frente a la violencia sufrida se guarda silencio porque el dolor es inconmensurable y se piensa, de forma errónea, que es mejor ignorarlo y seguir como si nada hubiera pasado. No puede haber una familia feliz si hay violencia en cualquiera de sus formas, tener que aparentarlo es revictimizar a la persona que sufrió violencia y alcahuetear a quien la ejerció o la sigue ejerciendo. El silencio nos hace cómplices del dolor y el sufrimiento de muchas personas y esto está lejos del amor, la paz y la justicia. Los agresores sexuales deben ser frenados, denunciados y condenados.

Ha llegado el tiempo de romper el silencio y de llamar a las cosas por su nombre: los mal llamados “piropos” son violencia. Los hombres que se masturban delante de niñas, niños y mujeres de todas las edades, ejercen violencia; también los hombres que observan a las mujeres mientras se bañan o se visten. El lenguaje soez de contenido sexual es violencia. El acoso sexual callejero, es violencia. La exposición a pornografía es violencia. El sexo sin consentimiento, aún dentro de la vida de pareja es violencia. La violación es violencia. Compartir en redes sociales fotos de contenido sexual que no fueron creadas con esa finalidad también es violencia.

Las mujeres tenemos derecho y exigimos una familia y una comunidad libre de violencia. Queremos salir a caminar y saber que estamos seguras. Queremos viajar con la alegría de conocer el mundo y saber que solo pasarán cosas bonitas. Queremos salir a divertirnos y regresar a casa cansadas y satisfechas. Queremos sonreír y tener una vida tranquila y en paz.

La responsabilidad debe recaer sobre el agresor

Kattia Isabel Castro Flores

No seré yo quien señale y condene a Valentina por haber tomado varias decisiones erróneas. Alarmar a su familia y a muchas personas que nos preocupamos por ella no está bien.

Valentina es una menor de edad que se equivocó y generó el despliegue de recursos humanos y económicos importantes. Todos los juicios son contra ella y no faltan las personas que la quieran castigar con la mayor severidad.

Muy extraño que poco o nada se diga del hombre adulto que decidió entrar en comunicación con una mujer menor de edad con claras intenciones de tomar control sobre una situación en las que lleva las de ganar. Yo quiero que se ponga el foco sobre ese hombre aprovechado, que hace oídos sordos ante una ley que dicta que es un delito mantener relaciones sexuales con una mujer menor de edad. Ese hombre que al parecer monta todo el plan, teniendo pleno conocimiento de las consecuencias de convencer a una adolescente de mentir a su familia, de faltar al colegio para irse a un lugar lejano y exponerse a situaciones peligrosas. Quiero escuchar a las personas censurar y condenar a ese depredador sexual que expuso a esta mujer adolescente a semejante escarnio público que no se merece.

Con cuánta normalidad se canta y se baila la canción «Diecisiete años» que no es otra cosa que exaltar relaciones que deben ser censuradas porque dañan el crecimiento y desarrollo de las mujeres.

Valentina tristemente actualiza el papel de Caperucita Roja que le toca crecer en una sociedad que la bombardea con mensajes que la sexualizan, la confunden y la dejan vulnerable frente a hombres adultos irresponsables y egoístas que se gozan con llevar a la práctica las fantasías de poder creadas por la porno sociedad donde las mujeres no somos personas sino objetos sexuales para ser usados y luego desechados.

Las mujeres adultas tenemos una responsabilidad muy grande, somos las ancestras de las hijas, nietas y sobrinas y debemos romper con las cadenas del amor romántico donde las mujeres «somos y existimos» solamente bajo la mirada de los hombres que ven nuestra belleza física, característica pasajera y fácilmente sustituible. Es urgente el reconocimiento de nuestra valía como mujeres. Se que podemos generar un cambio para evitar el sufrimiento de otras mujeres que como Valentina hoy es despedazada por una sociedad de doble moral que la responsabiliza de algo que le corresponde cargar a un hombre adulto irresponsable y agresor, el que muy probablemente debe estar siendo admirado por muchos otros hombres por su osadía.