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El día en que Juan Pablo II humilló a Monseñor Romero en el Vaticano

El día en que Juan Pablo II humilló a Monseñor Romero en el Vaticano
Monseñor Romero tras su muerte. Foto: archivo AP Eduardo Vázquez Becker.

El obispo salvadoreño que acaba de ser elevado a Beato, viajó a Roma con las pruebas de la persecución de la dictadura a los sacerdotes. El Papa lo maltrató. A los tres meses Monseñor Romero fue asesinado.

Antes de que las ruedas de una tanqueta pasaran por encima del rostro del sacerdote salvadoreño Octavio Ortiz, un verdugo le había cortado el cuello con un cuchillo. Los grupos paramilitares que respaldaban la dictadura del general Carlos Humberto Romero Mena, lo habían acusado de darle apoyo y de pertenecer a la guerrilla del Frente Furibundo Martí. Con Ortiz, eran cinco los religiosos asesinados en 1979 bajo la consigna: Haz patria, mata a un cura.

La extrema derecha que mandaba en El Salvador buscaba atajar a sangre y fuego los postulados de la Teología de la liberación asesinando religiosos. El obispo de San Salvador, Óscar Romero quiso hacerle frente a la persecución a la que estaban sometidos los sacerdotes en su país y viajó a Roma, a entrevistarse con el recién nombrado Papa Juan Pablo II. Era su superior jerárquico y se veía en la obligación de denunciar las atrocidades que se cometían contra la iglesia católica y sus prelados.

Monseñor Romero llegó con cita confirmada al despacho papal pero no fue recibido. Los ayudantes del pontífice se las arreglaron para que la reunión no se diera. “Ya debes saber que el correo italiano es un desastre” fue la frase que le dieron como excusa. Le cerraron todas las puertas en su cara.

Sin resignarse a regresar al Salvador sin haber hablado con el Juan Pablo II, monseñor Romero hizo la tarea como cualquier feligrés que viaja a Roma a conocer al Papa: madrugó el domingo para estar en primera fila en la plaza de San Pedro a la espera del saludo. Cuando le llegó el momento de darle la mano simplemente le dijo: “Soy el arzobispo de San Salvador y necesito hablar con usted”. Sin otra salida, el Papa le concedió la audiencia para el día siguiente.

Monseñor Romero colocó sobre la mesa del despacho una caja con los documentos e informes que revelaban los abusos, las calumnias, la campaña de difamación que el gobierno del general Romero Mera había emprendido contra la iglesia salvadoreña.

Impaciente, casi despreciativo el Papa le responde: – ¡Ya les he dicho que no vengan cargados con tantos papeles! Aquí no tenemos tiempo para estar leyendo tanta cosa.

Sorprendido, con las lágrimas en los ojos, el obispo de San Salvador abrió el sobre que guardaba la foto del rostro del sacerdote Octavio Ortiz destruido. Le contó la historia del origen campesino del cura, la tarde en que lo ordenó, el día en el que fue apresado por el gobierno sólo porque le estaba enseñando a los muchachos de un barrio humilde de San Salvador el evangelio. “Lo mataron con crueldad y hasta dijeron que era guerrillero…” Viendo la foto de refilón, Karol Wojty le preguntó “¿Y acaso no lo era?”.

Monseñor Romero soportó todo. El consejo del Papa no podía ser más sorprendente: establecer puentes con la dictadura y le recuerda que el General es católico, y por tanto algo bueno habrá de tener.

Abandonado por su iglesia, el obispo endurece aún más su discurso en donde denunciaba la arbitrariedad y la represión del ejército y el hambre insaciable del “imperio del infierno” calificativo que le daría a los terratenientes. Las amenazas aumentan hasta que su círculo íntimo decide como una precaria medida de seguridad, limitar sus misas al oratorio del hospital para cancerosos La divina providencia. Pero hasta allí llegaron sus verdugos. El 24 de marzo de 1980, tres meses después de haber estado en el despacho papal, un francotirador, en plena homilía, le revienta de una bala el corazón.

El Vaticano mantuvo silencio, pero América Latina lo adoptó como el santo de los oprimidos. Treinta y cinco años después de que la causa de su canonización se hubiera dilatado por el desinterés del papado de Juan Pablo II en los sacerdotes del movimiento de la Teología de la liberación y con la ayuda cómplice para obstaculizar el proceso de los cardenales colombianos Alfonso López Trujillo y Darío Castrillón, Monseñor Oscar Romero fue beatificado en su propia tierra donde libró su gran batalla por volver realidad la palabra del evangelio.

(Tomado de 2orillas.co). Reproducido por Carlos Meneses R.

 

PD. CONTRA LA IMPUNIDAD

Guatemala es hoy un hervidero. Sus principales ciudades están siendo tomadas por manifestantes que repudian la corrupción que se viene destapando desde hace algunas semanas y que ya ha dejado tras las rejas a 45 poderosos empresarios, jueces, militares (r) y funcionarios de alto nivel, incluidos el presidente del Banco Guatemalteco y el del Seguro Social.

También precipitó una renuncia que aún retumba en el país: la de la vicepresidenta, Roxana Baldetti, exdiputada, periodista y mano derecha del presidente Otto Pérez Molina, a quien también el pueblo le está pidiendo que dimita.

Guatemala supo lo que estaba sucediendo en las entrañas de su dirigencia gracias a un colombiano: el ex- magistrado de la Corte Suprema Iván Velásquez, quien preside ahora la Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala (Cicig), dependiente de Naciones Unidas.

Se trata del mismo hombre que edificó cerca de 60 investigaciones contra ‘parapolíticos’ en Colombia y que salió del país tras ser blanco de seguimientos ilegales ordenados durante el gobierno de Álvaro Uribe Vélez. (Tomado de El Tiempo.com).

 

Información compartida a SURCOS Digital por Carlos Meneses R.

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Sanabria, Romero, Bergoglio

Arnoldo Mora

Arnoldo Mora
Arnoldo Mora

Desde 1980 la Semana Santa reviste en Nuestra América un significado particular que ahora, entre otras causas, gracias al Papa Francisco adquiere resonancia planetaria. Un 24 de Marzo de 1980 fue asesinado por militares, armados y entrenados por el gobierno de los Estados Unidos, el Arzobispo de San Salvador, Oscar Arnulfo Romero, mientras celebraba misa a las 5 de la tarde, hora en que, 20 siglos atrás, murió Jesucristo. Monseñor Romero ha llegado a ser en la actualidad el centroamericano más conocido y venerado en el mundo entero. Su vida, su palabra y, sobre todo, su martirio, se han convertido en el paradigma de la fe llevada hasta sus últimas consecuencias. Como él mismo lo dijera: ” Si me matan resucitaré en mi pueblo”. Sus proféticas palabras se han hecho realidad más pronto de lo que sus perseguidores, dentro y fuera de la jerarquía católica, temieron. En efecto, desde hace dos años fue elegido papa, en histórico cónclave, Jorge Bergoglio, jesuita y arzobispo de Buenos Aires. Contrario a sus antecesores inmediatos, el Papa Francisco es un confeso admirador de Monseñor Romero.

Por eso no nos ha de extrañar que, enfrentando a la obstinada oposición de la burocracia vaticana y de no pocos jerarcas y movimientos religiosos de tendencia conservadora, el actual pontífice haya decidido beatificar el próximo 23 de Mayo a Oscar Arnulfo Romero, declarando que, para hacerlo y a tenor de lo dispuesto por el derecho canónico, no es necesario verificar que a Monseñor Romero se le haya atribuido un milagro bajo su intercesión, sino que la declaratoria de “beato”, paso previo a su canonización (declararlo ”santo” y objeto de veneración universal y oficial) se debe a su muerte martirial. Lo cual es particularmente significativo, pues sus reaccionarios “cohermanos” (¿?) y sus adversarios políticos, han alegado que la sangrienta muerte de Monseñor Romero se debió a su militancia dentro de las filas de la oposición política de izquierda y no a consecuencia de su fidelidad al mensaje de Cristo. Al igual que Jesús en su época, Oscar Arnulfo Romero es, como dice el Evangelio, “piedra de escándalo”. Porque su fe no fue solo de palabras, sino la expresión práctica de convicciones que provienen de una dramática conversión, que lo hicieron asumir la defensa inclaudicable de los oprimidos. Romero se convirtió, gracias a sus homilías trasmitidas a todo el Continente, en un grito liberador, que superó el terror impuesto por el despótico régimen sostenido por la oligarquía criolla y el Imperio. No otra cosa han hecho quienes profesan la teología latinoamericana de la liberación.

No otra cosa hizo el más connotado líder religioso de Costa Rica, otro Arzobispo. Monseñor Víctor M. Sanabria hizo un pacto con el Secretario General del Partido Comunista, D. Manuel Mora, con el fin de promover la más importante reforma social de nuestra historia, junto al Dr. Calderón Guardia. Para justificar su actuación, Monseñor Sanabria dijo en su célebre alocucíón al clero (1945): “Se acusa a la Iglesia de ser de izquierda. Pero la Iglesia no es de derecha ni de izquierda. ¡Sursum! (hacia arriba). La Iglesia siempre ha estado con la justicia. Pero como la mayoría de las veces la justicia está del lado de los pobres, la mayoría de las veces la Iglesia está con los pobres”. Romero ayer, en el insurrecto El Salvador de hace 35 años, y Bergoglio en la Roma de hoy, siguen los pasos de nuestro Sanabria. Por eso ahora se debe emprender la causa de beatificación de Monseñor Sanabria.

 

Enviado a SURCOS Digital por el autor.

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